Carmen Martín Gaite, la poesía “a rachas” a través de las edades

Emma Rodríguez © 2023 /

Carmen Martín Gaite puso siempre el mismo título a las distintas ediciones de su poesía, A rachas, pues los versos acudían a ella de manera inesperada, como iluminaciones, como vislumbres. Empiezo a escribir este texto pensando que determinadas lecturas se producen también por periodos de tiempo definidos, más breves o extensos, más intensos o ligeros, a rachas. Es así como me he ido acercando a la obra de esta mujer a la que tuve el privilegio de conocer, de visitar en diferentes ocasiones. Cada vez que ha caído en mis manos uno de sus libros, en momentos diferentes de mi vida, he sentido la necesidad de alargar el encuentro durante un tiempo, el deseo de seguir leyendo. Siempre hay cosas que descubrir en su amplio territorio, siempre aguardan sorpresas, senderos en los que detenerse.

Me ha sucedido ahora con su poesía, otro de los pasadizos de una obra llena de conexiones, de una trayectoria caudalosa, abarcadora, libre, pues los géneros se encuentran, se mezclan, participan de un diálogo gozoso, amplio, abierto. La editorial La Bella Varsovia ha vuelto a poner en circulación los versos de la autora en una bella edición, acompañada de algunos de sus collages, otra de sus especialidades, y de un regalo muy especial, un código QR que nos permite escuchar su voz, recuperar a la Martín Gaite de los recitales (le encantaba leer sus poemas en público, en cafés y centros culturales).

Escucharla con atención; pararlo todo para atender a las palabras dichas, a sus sonidos, a los ritmos y los silencios marcados, supone apresar el tiempo y sentir la cercanía de quien sigue estando entre nosotros. Los escritos de Martín Gaite, pienso especialmente en sus Cuadernos de todo, que han sido un auténtico descubrimiento para mí, son atemporales en su intimidad, en su capacidad para transmitir lo que acontece por dentro. El tiempo está muy presente en la obra de la escritora y se percibe de manera muy especial en sus poemas. 

Quienes la hemos leído, quienes hemos disfrutado con sus novelas, quienes nos hemos acercado a sus múltiples ventanas creativas, no podemos dejar de percibir corrientes que lo atraviesan todo: complicidades, afinidades, asideros, obsesiones, curiosidades que aparecen una y otra vez. De mis diálogos con ella y en torno a ella; de mi experiencia y complicidad con su obra, he escrito en un extenso reportaje, publicado en Lecturas Sumergidas, para el que conté con los testimonios de su hermana Ana, de Lola Ferreira, amiga y gran dinamizadora cultural (en su día responsable de prensa de Círculo de Lectores) y de la profesora italiana, especialista en su obra, María Vittoria Calvi. Con ellas me reuní en 2014, un bonito y luminoso día en El Boalo, pueblo muy unido a la memoria de las hermanas Martín Gaite, un encuentro que rememoro ahora, con Ana y Lola ya ausentes, recobrando sus confidencias y miradas cómplices.

La poesía tiene el don de condensar, incluso de anticipar temas y desarrollos posteriores. Al pasar las páginas de la entrega que nos ocupa, vemos asomar a la autora en sus distintas etapas y edades. Nos saluda desde rellanos y esquinas del pasado, que se hacen presentes. Y, a la vez, recuperamos, a través de nuestra memoria lectora, reflejos de otros de sus libros, imágenes, motivos… 

La poesía de Martín Gaite no es un pariente marginal de su obra: ilumina elementos aún no explorados de la misma. Sus novelas –e incluso sus ensayos y “Cuadernos de todo”– se engrandecen a la luz de las iluminaciones y epifanías que su lenguaje poético revela”, señala en el texto introductorio el profesor de Literatura Española José Teruel, responsable de la presente edición y uno de los grandes especialistas en la escritora, a quien se debe la puesta en marcha de distintos tomos de sus Obras Completas y de otros proyectos editoriales. 

En Carmen Martín Gaite La poesía tiene el don de condensar, incluso de anticipar temas y desarrollos posteriores. A través de ella vemos asomar a la autora en sus distintas etapas. Nos saluda desde rellanos y esquinas del pasado, que se hacen presentes.

Teruel nos ofrece claves muy interesantes. Nos dice que muchos de los personajes que aparecen en las narraciones de Martín Gaite “son retratados en sus poemas a las horas más íntimas, en los momentos en que la realidad invisible es percibida por la imaginación”. Nos ofrece reveladores ejemplos al respecto y nos lleva a comprender que, si bien la poesía fue la primera labor literaria de la autora y complementa el resto de su obra, “la capacidad de visión poética, por encima del verso o de la prosa, atravesará toda su escritura narrativa, ensayística y autobiográfica”.  

Si no resulta fácil dar cuenta de lo que un libro es capaz de transmitirnos, puesto que toda lectura es un diálogo personal, único; cuando nos sumergimos en un recorrido poético resulta aún más complejo compartir los hallazgos, ya que tocan directamente lo emocional y en muchas ocasiones somos incapaces de poner palabras a esas fibras tan delicadas, tan profundas, que llegan a rozar. La poesía hay que sentirla, escucharla, y dejar que se pose lentamente, sin prisas, hasta que llegue a susurrar cosas al oído. Es así para quienes la leen, pero también para quienes la crean. De ello se ha escrito mucho; sobre ello han meditado ampliamente los hacedores del arte poético. El avanzar a tientas es propio de poetas, a quienes me gusta imaginar perdidos en la espesura de un bosque, entre tinieblas, hasta dar con un claro, un haz de luz, una revelación. 

En el prólogo de la edición de sus poemas grabados para el sello discográfico Avizor Récords (A rachas, 2000), que tenemos la oportunidad de disfrutar ahora, Martín Gaite se refiere al vicio que la acompañó durante toda su vida deanotar alguna impresión de esas que caen del cielo como un rayo o estremecen todo nuestro ser. Esa práctica, que fue el inicio de su carrera literaria, nunca desapareció por completo. Nunca le cerró la puerta “a aquellas fugaces visitas de la poesía”, confiesa en su escrito. “Irrumpía en mi casa sin previo aviso, como un amigo calamitoso y algo enfermo que busca cobijo en un raro recinto aún milagrosamente indemne del naufragio, donde nadie le va a echar en cara sus ausencias. Se presentaba y lo inundaba todo con su olor a eucaliptus, intempestivamente, igual que se largaba luego sin despedirse: a rachas”.

La poesía llamaba a la puerta de la escritora de manera intermitente, tal vez cuando, por algún motivo, más la necesitaba en sus procesos de indagación, de búsqueda. Esas visitas, de las que queda registro, nos la muestran ahora en distintos estados, tiempos, edades, descubrimientos, transformaciones, superaciones. Pienso en la joven universitaria; en la escritora en ciernes; en la mujer adulta que experimentará la dolorosa pérdida de la hija con la que tanto ha jugado; en la viajera que decide seguir adelante escribiendo, siempre escribiendo… Todas juntas se nos presentan aquí, a través de este ramillete de poemas tan revelador.

Decía la escritora que Nunca le cerró la puerta a aquellas fugaces visitas de la poesía”, que “Irrumpía” en su casa “Sin previo aviso, como un amigo calamitoso y algo enfermo que busca cobijo en un raro recinto aún milagrosamente indemne del naufragio…”

A Carmen Martín Gaite siempre le gustó maniobrar con el tiempo; situarse ante él; imaginar por anticipado lo que habría de depararle; distanciarse de sí misma y observarse como quien descubre a una extraña. La joven adolescente, que quiere saber cómo será la mujer en que se convertirá, nos saluda en algunos de los poemas iniciales de un  trayecto que se iniciaba en 1947 con un poema titulado La barca nevada, que se incluye en la edición de La Bella Varsovia sobre la que estoy escribiendo. En los poemas de primera juventud me llama la atención ese deseo de anticiparse al futuro, de verse a través del espejo, como si el presente que estaba viviendo no fuese más que un paréntesis de espera, como si la vida plena estuviera esperándola, aún lejana y deseada.

Alguien está conmigo a quien no veo, / que me recoge el alma como un traje arrugado / y me la va subiendo de los pies a los hombros: / la mujer que seré”, transcribo estos versos del poema titulado Espiga sin granar, que prosigue:  “No alcanzo todavía a mirar cara a cara / a esa mujer secreta, que apenas si aletea / cuando deja de oírme trajinar / y avizora en la gruta del silencio / inexorables sendas / que algún día tendré que recorrer / y que ella ya conoce, recorre y selecciona / con su dedo de aire / entre la red tupida de señales / de un mapa estrafalario…”

“Espera” e “incógnita” son palabras esenciales en esta composición en la que una joven Martín Gaite se pregunta por qué piensa tan seria en esa mujer que sueña conocer y a la que manda mensajes a ciegas como el de su poema. “Dime dónde estarás cuando lo leas, / mujer de mirada indescifrable, / dónde estaremos cuando lo leamos, / qué habrá sido de mí dentro de ti”. 

En los poemas iniciales se reflejan los anhelos, los tanteos, las convicciones también. La chica de provincias, estudiante en Salamanca, que ve pasar los domingos por la tarde “en la ciudad inerte”, donde “el tiempo se demora sin oficio” [tomo estos versos del poema titulado precisamente Domingo por la tarde, cuya atmósfera tanto nos recuerda a la de la novela Entre visillos] ya ha atisbado el camino a seguir.

La sociedad opresiva del tiempo que vive, esa espesura, cerrazón y grisura de la posguerra, que tan bien describe en sus libros, del mismo modo que Carmen Laforet o Ana María Matute, compañeras de generación, de andadura, no le impide vislumbrar un futuro acorde a sus deseos. La chica reflexiva, despistada, que tropieza con alguien mientras va divagando sobre lo que ha de venir, tiene claro lo que quiere. Así lo expresa en piezas como Callejón sin salida (“Avanzo alegre y sola / en la exacta mañana / por el camino mío que he encontrado / aunque no haya salida”) o Certezas, que reproduzco entero: “Habéis empujado hacia mí estas piedras / Me habéis amurallado / para que me acostumbre. / Pero aunque ahora no pueda / ni intente dar un paso, / ni siquiera proyecte fuga alguna, / ya sé que es por allí / por donde quiero ir, / sé por dónde se va. / Mirad, os lo señalo: por aquella ranura de poniente”.

La expectación ante el futuro, los deseos de libertad, están muy presentes en la primera parte del recorrido, que avanza hacia la realización del deseo de encontrarse con esa mujer vislumbrada, anhelada. Sus poemas posteriores representan, según sus propias palabras, “el salto de la jovencita provinciana y soñadora a la mujer ya afincada en la capital, dueña de su destino y de su casa”. 

José Teruel encuentra en esas composiciones afinidades con otros poetas del medio siglo como Ángel González, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma y Gabriel Ferrater. La cercanía, nos explica, se manifiesta en la elección de temas urbanos, en el uso de la ironía y del lenguaje coloquial. El tiempo sigue siendo esencial, pero ya no se trata, como en los poemas juveniles, del mucho tiempo que queda por delante, que se puede perder, sino de la experiencia del tiempo como desgaste, como compendio de heridas. “La gran pregunta es cómo abrigarse de la incuria del tiempo y ante dicho dilema surgen la fe y la duda sobre ese otro tiempo gastado en la escritura…”, señala Teruel.

Ganan en intensidad, en capacidad narrativa, los poemas de esta etapa, que se separan en dos entregas; de 1965 a 1975 y de 1976 a 1985, entre los que destacan composiciones que nacieron para ser cantadas, con sus ritmos tradicionales, como indica el responsable de la edición, quien nos recuerda las colaboraciones de Martín Gaite con Chicho Sánchez Ferlosio y Amancio Prada. Pero, si tuviera que elegir, yo me inclino por composiciones como Descarrilamiento y Madrid la nuit.

En la primera, un sugerente poema-cuento, se describe un acontecimiento imprevisto, un tren que descarrila y que modifica por completo la experiencia de los viajeros. “Nos hemos despertado / entre pavesas frías, / magullados los huesos / y seco el paladar / en un paisaje inhóspito”. En el segundo, también muy narrativo, se da cuenta de una noche que transcurre de local en local, de copa en copa, dando tumbos por “un Madrid hortera y siniestro”, en el que se reconocen las huellas de, entre otros, Goya (el Goya de los fusilamientos), Larra, Espoz y Mina, Aldecoa… A este periodo corresponde -ya en la segunda entrega- el poema titulado Todo es un cuento roto en Nueva York, una pieza escrita en memoria del poeta William Carlos Williams, por la que siento especial predilección, tal vez porque me traslada a la gozosa lectura de Caperucita en Manhattan.

José Teruel, responsable de la edición, encuentra en algunas de las composiciones de la autora afinidades con otros poetas del medio siglo como Ángel González, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma y Gabriel Ferrater.

En ella es clave la búsqueda de la identidad, de los distintos perfiles del yo, de las edades. La escritora juega a perderse, a encontrarse… Va tras las huellas de una figura huidiza, que es ella misma, en una ciudad llena de reclamos, de aventuras, de fragmentos de experiencias múltiples… “Todo es un cuento roto en Nueva York / donde ninguna trama se ha de tener por cierta, / recitado de forma intermitente / entre guiños de flash / en el gran escenario giratorio / al que afluyen en mezcla simultánea / la basura y el oro, / gente que tira y gente que recoge”, voy leyendo. Y me detengo en otra estrofa: “Cansada de rodar, / de soñar apariencias, de debatirse en vano / ensayando posturas de defensa o de ataque, / de convertirse en otra, / esa mujer perdida por Manhattan / se ha escondido en un cuadro de Edward Hopper, / se ha sentado en la cama de una pensión anónima / y ya no espera nada”.

Poema a poema vamos siguiéndole los pasos a Carmen Martín Gaite y nos la encontramos en la etapa más dolorosa de su vida: afrontando la muerte inesperada de su hija Marta, a los 27 años de edad. A ese trecho le puso por título Después de todo, y en él hay composiciones poderosas y emotivas por lo que significan, por lo que nombran: la pérdida de la hija y de todo lo que ha sido su vida hasta entonces; el proceso de volver a ponerse en pie y seguir creciendo, escribiendo, viviendo “contra viento y marea”, para no defraudar el deseo de quien se ha ido. De ello da cuenta en Lo juro por mis muertos. Y no puedo dejar de citar poemas como La última vez que entró Andersen en casa y Quien motiva mi queja, que transcribo completo. “Quien motiva mi queja / es quien ya no la puede compartir / Quien motiva mi llanto / es quien ya nunca lo vendrá a enjuagar. /  Quien me hace el vacío / es quien nació para llenarlo todo. Queja, llanto y vacío / que siempre diluías / con el dardo de luz / de tu palabra”.

En esta parte final, en mi opinión la de mayor hondura y trascendencia, se incluyen otras piezas como La lenta curación y El desorden antiguo, que hablan de los cambios, de las cosas que se transforman, de las mudas, de los tanteos de nuevos paisajes y realidades, de los restos de la memoria, del olvido. Y también el hermoso Pájaro vegetal, con su carácter de revelación

Poema a poema vamos siguiéndole los pasos a Carmen Martín Gaite y nos la encontramos en la etapa más dolorosa de su vida: afrontando la muerte inesperada de su hija Marta, a los 27 años de edad. hay composiciones poderosas y emotivas por lo que significan, por lo que nombran.

La biografía de Carmen Martín Gaite se puede rastrear en su poesía, que, como decía, nos la muestra en sus distintas edades. Mientras voy leyendo, escuchando sus poemas, pienso en lo profundamente que dialogan con el resto de su obra. Vuelvo al prólogo de José Teruel que tantas conexiones nos revela, por ejemplo, el puente que enlaza El libro de la fiebre, tan especial, con el poema Convalecencia, escrito de juventud en el que se alude a los sueños, al lugar que ocupan, al mundo paralelo que abren. 

El total de la obra poética de Martín Gaite es una meditación sobre su experiencia que le permite identificar lo que es permanente, trascendental a lo largo de su existencia, aquello que ha determinado su forma de ser entre los otros”, escribe el profesor. No se puede expresar mejor. Es eso lo que nos depara este libro: momentos esenciales, vislumbres, atisbos de lucidez. 

Además del regalo de la selección de poemas recitados, la edición que nos ocupa muestra una pequeña muestra de collages (de entre los conservados en el Archivo Carmen Martín Gaite de la Biblioteca Digital de Castilla y León). Los collages, tan juguetones, coloristas, originales, fueron un medio de expresión visual del que también se valió la escritora para explorar los acontecimientos vividos, para dar cuenta de viajes, descubrimientos, experiencias. Imágenes y palabras que apresan instantes, destellos… Los collages son otra ventana abierta, otro cauce creativo de esta mujer que no deja de sorprendernos. La poesía me ha devuelto a su región, me ha llevado de nuevo a abrir las páginas de sus Cuadernos de todo, una especie de cajón de las maravillas, donde fue depositando fragmentos de experiencia, confesiones, sensaciones, relatos que parten de las vivencias más hondas.

De nuevo, aquí, os animo a descubrir El otoño de Poughkeepsie, al que ya me referí en el otro texto que escribí sobre ella, un relato que conecta con los poemas de la última etapa, en el que la escritora narra su viaje a Nueva York para impartir unos cursos tras la muerte de su hija, un viaje diferente porque sabe que nadie la esperará cuando regrese, un viaje que lo transforma todo. Nos encontramos, nuevamente, con el proceso de cambio de la vida, de las edades. En ese viaje descubre que sigue teniendo deseos de escribir.  Escribir, pese a todo, como manera de ser, de respirar, de encontrarse consigo misma y tender puentes hacia los demás. 

Carmen Martín Gaite, a rachas. Poesía reunida, ha sido publicado por La Bella Varsovia. La edición ha corrido a cargo de José Teruel.