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La historia de la música popular española y en español está plagada de grandes nombres. Algunos de ellos han triunfado internacionalmente, vendiendo discos en cantidades que no tienen mucho que envidiar a las de grupos y artistas anglosajones que hoy consideramos clásicos. Otros, aunque no llegasen a alcanzar el estatus de superventas, lograron bastante éxito como para dejar una profunda huella en nuestra memoria colectiva. Los hay también que no despuntaron comercialmente, pero consiguieron que su música penetrara en el corazón de un grupo de seguidores, más o menos nutrido, según el caso, pero siempre fieles.
Algunos siguen en activo, bien pulsando insistentemente el botón de la nostalgia o arriesgando con nuevos caminos. Otros desaparecieron pero sus ecos se han esparcido en el tiempo llegando hasta nuestros días. Sin embargo, si hay un nombre respetado, admirado, entrañable y recordado con auténtica devoción no solo entre sus seguidores más apasionados sino también entre todo tipo de personas relacionadas con la música, es el de Vainica Doble. Un dúo sin glamour, sin éxitos estratosféricos, sin giras multitudinarias y sin discos de oro, cuya canción más recordada entre el gran público es, seguramente, una modesta sintonía para un programa de cocina. A pesar de todo, su nombre se pronuncia con entusiasmo y reverencia, llegando a convertirse en un grupo de culto entre un buen número de aficionados y músicos profesionales. La flor y nata de la llamada Movida Madrileña las reverenciaba, pero todavía en nuestros días siguen despertando admiración y afecto. Los grupos tributo, en el caso de Vainica Doble, le dan realmente sentido a la palabra tributo, puesto que son fruto del amor a sus canciones y de un sentido y desinteresado homenaje a su recuerdo. Siempre es complicado desentrañar las claves del éxito de una banda o artista, pero más todavía es explicar el misterioso y exquisito culto que con los años se ha ido tejiendo alrededor de este mágico dúo. A pesar de ello, lo voy a intentar.
Vainica Doble fueron Carmen Santonja y Gloria Van Aerssen. Los orígenes de su colaboración son tan legendarios y misteriosos como ellas mismas. Numerosas fuentes, incluyendo familiares muy cercanos, aseguran que se conocieron esperando un autobús cerca de la Ciudad Universitaria de Madrid. Parece ser que Carmen silbaba distraídamente un pasaje del Tannhäuser de Wagner cuando Gloria la escuchó y se unió a ella haciendo una segunda voz. Ellas, sin embargo, cuentan en el libro que uno de sus más ilustres admiradores, Fernando Márquez “El Zurdo” (Kaka de Luxe, Paraíso, La Mode), escribió a principios de los 80 para la colección Los Juglares, de Ediciones Júcar, que coincidieron por primera vez en el campo de deportes de la Ciudad Universitaria. Gloria estudiaba Bellas Artes, carrera en la que ingresó con solo 13 años sin haber estado apenas escolarizada por problemas de salud. Carmen, por su parte, estudiaba piano en el Conservatorio. Curiosamente, ninguna de las dos estaba demasiado satisfecha con su trayectoria académica. Gloria hubiese preferido estudiar música, pero su familia la impulsó a ingresar en la Escuela de Bellas Artes. Acabó sus estudios a regañadientes, afirmando una y otra vez que ella en realidad odiaba la pintura y por lo que sentía inclinación era por la música. Carmen, que sí que consiguió estudiar música, acabó aburrida de tocar el piano y abandonó sus estudios para dedicarse a hacer algo de teatro y cine. Hablamos de finales de la década de los 50.

Gloria Van Aerssen, hija de un barón holandés, familiar de toreros y pariente lejana de Audrey Hepburn, se casó muy joven y rápidamente tuvo varios hijos, con lo que su relación con el arte durante los primeros años 60 se limitó prácticamente a presenciar con gozo la irrupción del rock and roll y la modernidad a España. A través de los discos que llegaban a su casa asistió con fascinación a los inicios de los Beatles y los Rolling Stones, dos grupos que despertaron su entusiasmo y renovaron su vínculo con la música. Gloria cuenta que en esos años, a pesar de ejercer de madre de familia numerosa, su situación económica le permitía disponer de servicio y dedicar tiempo a otras aficiones. Entre ellas estaba la cerámica, consiguiendo que algunas obras suyas llegaran hasta Nueva York.
Carmen, por su parte, sí que siguió una carrera artística como pintora y actriz, en la que no llegó a despuntar pero que le valió relacionarse con gente como Jaime de Armiñán (a la postre su cuñado, casado con Elena Santonja), Manuel Summers, Rafael Azcona o Antonio Mingote. En 1960 apareció en El Cochecito, precisamente con guion de Azcona, donde coincidió con Chus Lampreave, también en los inicios de su carrera. Con ella compartió algún otro proyecto y algunos viajes por Europa. Posteriormente, en 1964, actuó en La Niña de luto, película de Summers. También apareció en televisión, principalmente en programas infantiles. Fue este un periodo de amistad pero también de cierto distanciamiento entre Gloria y Carmen, ambas llevando vidas totalmente diferentes, aunque unidas por una afición común: la música. Un distanciamiento que se rompió abruptamente en 1966 por culpa de una retransmisión televisiva.
El Festival de Benidorm, creado para promover el turismo a imagen y semejanza del italiano Festival de la Canción Italiana de San Remo, se celebraba en la ciudad alicantina desde 1959. Así pues, aquella edición de julio de 1966 era la octava. En ella participaron nombres conocidos como Bruno Lomas, consagrados como El Dúo Dinámico (aunque como autores), y emergentes como Víctor Manuel. Sin embargo el triunfo fue para Alicia, una niña de 12 años que consiguió con el tema Profesor el único hito destacable de su breve carrera.
Entre los millones de espectadores que seguían el festival, que aquel año estrenaba el voto telefónico de un jurado regional, estaba Gloria Van Aerssen. Contaba Gloria, con su desarbolante y aparentemente ingenua sinceridad, que se quedó espantada ante la baja calidad de las canciones presentadas en aquella edición. Todavía escandalizada, levantó el auricular y llamó a su amiga Carmen para proponerle dedicarse a escribir canciones, puesto que pensaba que ellas lo podían hacer mucho mejor. Empezó así una aventura que iba a ser más complicada de lo que pensaba Gloria. Su primer contacto, un alto ejecutivo de RTVE, les dijo que eran ya mayores (ambas sobrepasaban los 30 años) para lanzarse como cantantes. A cambio, les puso en contacto con un grupo llamado Music Son. Una banda para la que escribieron sus primeras canciones (El marinero de Mozambique, Lágrimas de cocodrilo…) con las que no pasó nada. De hecho ni siquiera llegaron a grabar ningún disco, aunque sí que interpretaron las canciones de Gloria y Carmen en algún programa de televisión.
Ellas, ajenas al desaliento, lo siguieron intentando y pronto tuvieron su gran oportunidad de una manera bastante insospechada: Jaime de Armiñán les ofreció crear la sintonía de un programa de televisión, “Tiempo y Hora“. Poco después Jaime repitió oferta con “Fábulas“, serie que se emitió en 1968 y en la que Carmen y Gloria pudieron dar rienda suelta con bastante libertad a su desinhibida producción musical. Aquella serie dio inicio a una serie de colaboraciones para cine y televisión, una constante en su carrera. También fue en “Fábulas” donde empezaron, no podía ser de otra manera, dado el público a quien iba dirigido y el tipo de historias que se contaban, a crear canciones de aparente inocencia y temática casi infantil. Un tipo de canción que acabaría convirtiéndose, con matices, en una de sus señas de identidad.

En aquellos años, finales de la década de los 60, Gloria y Carmen creaban canciones para otros artistas (suyas eran algunas de las primeras canciones de la exitosa banda Nuevos Horizontes) y también para cine y televisión. Tras conocer al director Iván Zulueta, este les propone escribir algunas canciones para su primera película: Un, Dos, Tres, Al Escondite Inglés. La película llegó a proyectarse en Cannes y lanzó a Zulueta como cineasta heterodoxo y psicodélico. Ese mismo año, 1969, Gloria y Carmen interpretaron pequeños papeles en Carola De Día, Carola de Noche, película protagonizada por Marisol donde aparecían numerosos personajes de la época como José Luis Coll, Don Jaime de Mora y Aragón, Fernando Fernán Gómez o Narciso Ibáñez Serrador. Fue entonces cuando Pepe Nieto, que ya había apostado por ellas como compositoras, les sugiere que podrían animarse a interpretar sus propias canciones. Con reticencias, Gloria y Carmen deciden que quizás no sea tan mala idea y empiezan a darle vueltas a un posible nombre artístico. Entre las primeras opciones se encuentran Las Alegres Comadres de Caravaca y una larga lista de nombres relacionados con la cocina: pasteles, helados… Finalmente, agotada la inspiración culinaria, empiezan a repasar las labores domésticas hasta que tropiezan con uno de los mejores y más apropiados nombres que ha tenido un grupo en nuestro país: Vainica Doble.
El primer sencillo que publican como Vainica Doble incluye las canciones La bruja y Un metro cuadrado. Los Planetas, casi cuarenta años después, harían una versión de Un metro cuadrado junto a Nacho Vegas. Aquellas primeras canciones interpretadas por ellas mismas son sencillas, iniciáticas, temas donde empiezan a vislumbrarse retazos de lo que será el inabarcable, excéntrico, juguetón, ácido y divertido universo vainiquero. Se adivina un estilo, forjado quizás durante esas dos temporadas en las que pusieron música y letra a la serie “Fábulas”, que combinará costumbrismo y magia, inocencia infantil y descreída ironía, siempre con unas letras particulares e inimitables.
Vainica Doble hurgaban con insistencia y convicción en el rico acervo de la lengua castellana, muchas veces para acabar escogiendo la palabra más sencilla pero también más precisa y que mejor encajaba en la canción. A veces echaban mano de onomatopeyas en canciones que daban la impresión de estar escuchando una narración de un tebeo de la época. En todo caso, partían de la tradición castellana más añeja y popular para construir algo diferente, nunca escuchado anteriormente con esa nitidez y frescura. Esa sencillez que Gloria y Carmen volcaban en sus canciones también la ejercían en su vida y en sus escasas entrevistas. Alguien llegó a decir que cuando hablaban de sí mismas parecían tontas. No, desde luego que no eran tontas, eran listísimas, pero jugaban a envolverse de una atmósfera cándida, humilde y despreocupada, casi pueril, que descolocaba a sus interlocutores. La misma atmósfera en la que nacían y crecían sus canciones, igualmente alocadas, fascinantes y candorosas. Su legendaria ingenuidad casi infantil era muchas veces solo aparente, un recurso con el que burlar la censura y, a la vez, apelar a la imaginación e inteligencia de sus oyentes. Todo ello sumado daba como resultado canciones que podrían encontrar sus iguales tanto en el realismo mágico de la literatura latinoamericana o el cine de Berlanga como en la poesía de Gloria Fuertes y los tebeos de Ibáñez o Escobar.
1970 encuentra a Vainica Doble alternando entre la composición de canciones para uso propio y la de encargos para series de televisión o grupos como Tickets, que más tarde se convertirían en Asfalto. Uno de esos sencillos para televisión fue Refranes. En 1971 graban por fin su primer álbum de larga duración, Vainica Doble. Un disco en el que brillan canciones como la excelsa y muy vainiquera Caramelo de limón, Quién le pone el cascabel al gato (que tuvo problemas con la censura por si acaso el gato era Franco) o Guru Zakun Kin Kon, un cuento infantil tan divertido como trágico. Un repaso a los títulos de las canciones – además de las mencionadas están La cigarra y la hormiga, El duende, La cotorra o La ballena azul – refuerzan esa idea del disco como compilación de fábulas, cuentos infantiles o canciones sencillas e inocentes.
Sin embargo, hay que insistir, la inocencia escondía muchas veces una ácida crítica que, por imposición de la censura o por convicción propia, no podía ser más evidente. Buena muestra de ello es Mariluz, una canción que provocó división de opiniones entre Gloria y Carmen (una siempre fue más feminista que la otra) y que narraba la historia de una niña a la que obligaban a bordar y querían casar con un brillante ingeniero industrial cuando ella lo que quería era leer tebeos y vivir aventuras. O la mencionada La cigarra y la hormiga, donde toman partido por la cigarra y acusan a la hormiga de acaparadora y egoísta. Para entonces ya habían cambiado Columbia por Ópalo, sello donde solo publicarían – además del álbum y los sencillos televisivos Refranes y Las doce caras de Eva – un sencillo navideño en 1972 antes de dar un nuevo salto que las llevó a Ariola, donde publicarían su segundo LP.

En 1973 vio la luz Heliotropo, seguramente el disco más conocido de Vainica Doble y para muchos también el mejor. A diferencia del primero, la grabación fue más profesional, con músicos de sesión y arreglos orquestales. En cuanto a las canciones, aquí explota como en un segundo Big Bang ese antes mencionado universo vainiquero. Si quisieras conocer y explorar los secretos de Vainica Doble y solo pudieras escuchar uno de sus discos, posiblemente este debería ser el escogido.
Canciones como Coplas del iconoclasta enamorado reúnen muchas de las señas de identidad del dúo. La combinación de sencillez y misterio sigue presente, también la acidez y la crítica, poco o nada disimulada en temas como Dos españoles, tres opiniones y en Requiem por un amigo, una sorprendentemente corrosiva canción dedicada a alguien de quien dicen “vendiste tu alma al demonio por ser un gran personaje”, entre otras muchas lindezas. Todo ello sin renunciar a su elegante métrica y a sus estupendas rimas. El pabú arranca como una canción infantil (“Una lata y una guita, una espada de madera…”) que podría haber ejercido de sintonía de alguna serie de la época sino fuese porque va desvelando poco a poco su verdadera naturaleza hasta llegar al final con “Mil mentiras, mil astucias, mi millones empleados en empresas sucias”. No eran tan simples e inocentes, ¿verdad?
Agáchate que te pierdes es una canción ecologista (como lo era La ballena azul) dedicada esta vez a un árbol. La magia, el encanto, los recuerdos de la infancia, los primeros amores y el afecto maternal brotan directamente, sin muchas metáforas en esta ocasión, en canciones como Habanera del primer amor, Nana de una madre muy madre o la maravillosa Elegía al jardín de mi abuela, con una dedicatoria y un suspiro. Por su parte, Ay, quien fuera a Hawai aparenta ser una dulce canción de amor antes de sorprender con un estribillo que es una obra maestra del uso rítmico del lenguaje castellano, además de una nueva muestra de su destreza para ejercer la crítica social y salir indemnes.
Heliotropo, como la gran mayoría de la obra de Vainica Doble, no despertó gran entusiasmo en su época. El disco se vio perjudicado por una desastrosa promoción, muchas veces por incompetencia de los responsables del sello, pero hay que decir que también por la propia resistencia de Gloria y Carmen a dejarse arrastrar por la corriente de la fama. A pesar de todo, se trata de uno de esos discos que van creciendo con el tiempo, ganándose la admiración a base de resistir el paso de los años sin agotarse en su propia caducidad como muchos de los grandes éxitos de su época.
La estabilidad y Vainica Doble no se llevaban muy bien, así que tras Heliotropo vino otra época algo convulsa con nuevo cambio de discográfica, embarazosas apariciones en programas infantiles, más canciones para series de televisión y un conato de separación cuando Gloria Van Aerssen, a la que nunca le había gustado viajar y estar mucho fuera de casa, se marcha con su familia a Altea dispuesta a evadirse de ese mundo en el que no se sentía nada cómoda. De ese retiro solo sale para grabar, con Carmen, la banda sonora de Furtivos, película de José Luis Borau que, con poco presupuesto, llegó a convertirse en historia de nuestra cinematografía. Confesaron las propias Vainica Doble que con aquellas canciones, a pesar de que no se publicó la banda sonora como tal, ganaron más dinero que con las ventas de sus discos. Tras el estreno de Furtivos, en 1975, y después de colaborar en otras bandas sonoras para películas menos conocidas, Vainica Doble fichan por Movieplay y empiezan a preparar su siguiente álbum, Contracorriente, que saldrá en 1976 dentro de la serie Gong del mencionado sello y con la producción de Gonzalo García Pelayo.

Contracorriente fue grabado de nuevo con los músicos elegidos por Gloria y Carmen. Se trata de un disco más roquero e inmediato, con guitarras eléctricas sustituyendo al delicado aroma hippie de sus primeras grabaciones y destacando su potencia en la mayoría de canciones. También suena un citar, cortesía de Gualberto. El disco resulta algo más crudo por la electricidad dominante y quizás también por haber sido mezclado en apenas un día para compensar el tiempo dedicado a la grabación, que se estiró más de la cuenta. A pesar de no incluir sus canciones más conocidas, hay en Contracorriente material muy jugoso. La canción que lo cierra, Magnificat, empieza como un canto gregoriano, sigue como una poderosa pieza de rock cantada ¡en latín!, y en un momento dado suenan unas frases en portugués. Fieles a su condición de hechiceras, prestidigitadoras y enterradoras de tesoros, sus autoras habían incluido un texto relativo a la Revolución de Abril portuguesa. Carmen y Gloria la definen como una de sus canciones “más rojas”, a pesar de lo que pueda parecer en una primera impresión. Ya sabemos, de todos modos, que las primeras impresiones no funcionan con Vainica Doble. Que no, Eso no lo manda nadie, Déjame vivir con alegría y Un mal entendido amor (respeto y obediencia) son otras de sus canciones más contestatarias.
Contracorriente sirvió para dar a conocer a Vainica Doble a un público más orientado al rock, mientras que posiblemente defraudó a quienes seguían al dúo desde el principio. Una vez más, Gloria y Carmen se quedan de alguna manera en tierra de nadie, y de nuevo la promoción no se ajusta a lo que cabría esperar de un lanzamiento con la calidad y potencial comercial del álbum. Los tiempos estaban cambiando, pero lo que no cambiaba era la complicada relación de Vainica Doble con los sellos por los que pasaban y su cabezonería a la hora de no transigir con las exigencias típicas de la promoción. Si hubo un conato de separación tras Heliotropo, después de Contracorriente prácticamente hubo una disolución en toda regla. A la manera de las Vainica, claro: estoy pero no estoy pero si me llamas vuelvo. Y volvieron, aunque fuera tras un paréntesis de cinco años sin saber (casi) nada de ellas.
Los primeros 80, al contrario de lo que sucedió con otras viejas glorias de los primeros 70, fueron una segunda época dorada (si es que hubo una primera en algún momento) para Vainica Doble. Por primera vez consiguen enganchar dos años seguidos publicando sendos discos con el mismo sello: Guimbarda. En 1980 vio la luz El Eslabón Perdido, disco en el que – ¡ay!, el tiempo, el implacable, tal como decía Pablo Milanés – colaboran ya los hijos e hijas de Gloria. El disco incluye canciones recuperadas de etapas anteriores o que solo habían aparecido en programas de televisión. Añaden temas nuevos, por supuesto, como La cocinita mágica Una maravillosa y muy vainiquera visión de algo tan costumbrista como las tareas de la cocina, siempre con este fascinante y mágico toque marca de la casa. Regresan también las canciones ecologistas, como Escrito con sal y brea y Doñana, descartes de un planeado disco doble dedicado a la naturaleza que ellas, fieles a su temperamento, decidieron no grabar porque “vino el boom ecológico y entonces se nos quitaron las ganas”.
La canción del eslabón perdido está dedicada a Darwin, sin acabar de dejar claro si a favor o en contra de sus todavía polémicas ideas. Alas de algodón es otra maravilla de su repertorio, aunque en este caso se trata de una canción más antigua. La historia de Juan, escuchando el mar en una caracola mientras ocupa su puesto en una desvencijada portería de una finca, soñando con conocer el mar de verdad, con ser un actor famoso, campeón olímpico o valiente aviador, es tan poética como trágica.
Apenas unos meses después, algo inédito hasta entonces en su discografía, Vainica Doble publican un nuevo álbum: El Tigre del Guadarrama. En aquel momento Gloria y Carmen se declaraban dispuestas a hacer la promoción habitual y lo que fuera necesario para que su música tuviese una mayor difusión y también, admitían, para ganar dinero de una vez con sus canciones. Aquel ímpetu fue breve. La rapidez con la que entraron a grabar el segundo álbum tampoco ayudó mucho a que Gloria, que como ya comentamos no era muy amiga de giras y actuaciones en directo, apoyara la causa de las prisas, los viajes y las sonrisas forzadas. Salieron un par de veces en televisión, con resultados cuestionables, y dieron un par de actuaciones antes de volver a esconderse, parecía que definitivamente.
En el mencionado libro de Fernando Márquez, basado en entrevistas con Gloria y Carmen realizadas poco después de publicar El Tigre del Guadarrama, afirmaban encontrarse desencantadas (“la música nuestra ha sido como un hobby”) y decididas a seguir haciendo cosas juntas pero seguramente ya no como Vainica Doble. Entonces no lo sabían, pero no podían estar más equivocadas. El libro de El Zurdo iba a necesitar un epílogo rápidamente. Antes, sin embargo, es necesario detenerse un momento en el que parecía que iba a ser el último disco de Gloria y Carmen. El Tigre del Guadarrama contiene también algunas canciones antiguas, pero se nutrió básicamente de nuevos temas. Aparece de nuevo la ironía vainiquera, pero ya no resulta tan divertida: en realidad tiene un poso de amargura. Hay belleza en el disco, pero también oscuridad. El desencanto del dúo parecía filtrarse en su música. Canciones como Ser un Rolling Stone o Crónicas madrileñas muestran la faceta más roquera de Vainica Doble, esa que iniciaron en Contracorriente, mientras que otras como el tema que da título al disco o El rey de la casa hacen rememorar, al menos en su sonido, tiempos más luminosos.

El Nunca Digas Nunca Jamás de Vainica Doble llegó en 1984 y respondía al nombre de Taquicardia. Fue un regreso que se produjo sin aspavientos, tal como se produjo el supuesto adiós. Así es como ellas lo hacían todo: sin darse importancia. ¿Por qué volvieron apenas un año después de que se publicara el libro en el que decían que Vainica Doble se había acabado? Quizás lo hicieron precisamente por el reconocimiento que sentían entre los músicos modernos, empezando por la gente de la Movida Madrileña. Fernando Márquez, autor del libro, las invitó a cantar en una canción de La Mode ese mismo año 1984. Además a principios de año eran recuperadas de nuevo para los oídos populares por una sintonía de un programa de televisión. Se trataba de “Con Las Manos En La Masa“, presentando por Elena Santonja, hermana de Carmen, donde Gloria cantaba el tema principal con Joaquín Sabina. Tras ello ficharon por Nuevos Medios y volvieron al estudio para grabar un trabajo exquisito, atemporal, producido por Mario Pacheco, que nada tenía que ver con lo que sonaba en la radio ni con la música que sus célebres admiradores estaban haciendo.
Sorprendentemente, ya que ellas habían confesado más de una vez que les gustaban los discos cortos, de 9 o 10 canciones como mucho, Taquicardia fue un disco doble. Un disco familiar (la portada es de un hijo de Gloria, y Ángel Muñoz Alonso, El Reverendo, encargado de los arreglos, era su yerno) pero muy personal, introspectivo. Un disco que incluso destila una cierta tristeza. Puede que sean las letras, menos inocentes y divertidas, o los arreglos en clave clásica y jazz, pero el caso es que la candidez y el desparpajo parecen haberse perdido en algún lugar del camino. Escuchado después de sus primeros discos, Taquicardia genera desasosiego. Es como una última mirada atrás sabiendo que, ahora sí, quizás se está llegando al final del camino. Un siseñor con las patas verdes, con su aroma a copla vainiquera, y puede que y tal vez Darío el gigante son quizás las canciones que menos extrañas habrían resultado en Heliotropo o en su primer disco. Encajarían por temática, por letra, por melodía, pero la forma de cantar de Gloria y Carmen y los sonidos que envolvían sus voces había cambiado. Si no fuera una expresión que da bastante grima en general, y en el caso de Vainica Doble más todavía, porque no queremos pensar en ellas en esos términos, diría que es un disco de madurez en el que el paso del tiempo se representa en toda su desgastada realidad. Como anécdota, en Mi alumno debería haber cantado El Gran Wyoming, que entonces ya trabajaba con El Reverendo y que había ayudado a componer la canción, pero no se presentó a la grabación. En los créditos del disco se le agradece “no haber venido”.
Enésima recuperación y enésimo parón, tal como era constante en la trayectoria del dúo. Tras algunas colaboraciones y sencillos, de nuevo Gloria decide retirarse a trabajar en sus dibujos para libros infantiles, ya que era realmente la ocupación que le proporcionaba un buen sustento. Carmen siguió en el mundo de la música y compuso canciones para gente como Luz Casal, siendo la autora de varios de sus éxitos en los 80 y primeros 90 como Rufino, Voy a por ti o Lo eres todo.
Admiradas y recordadas con cariño también por las nuevas generaciones de músicos, se las convence para regrabar sus primeras canciones y en 1991 ve la luz el disco 1970. Un disco con el que Gloria y Carmen no quedaron demasiado satisfechas debido a unos arreglos demasiado modernos y forzados que intentaban devolver a la actualidad aquellas viejas canciones. Un error, porque a la gente le gustaban así, viejas, borrosas, como las fotos beige de nuestros abuelos. Error del que no acabaron de aprender ni ellas ni los sellos guardianes de su música, ya que en 1997 vio la luz un disco todavía peor, Carbono 14. Fue el más vendido de su carrera, lo que tampoco significa gran cosa, pero se les impuso una estética, un sonido y unas colaboraciones que no tenían nada que ver con Vainica Doble, su personalidad y su legado. Fue el último intento de lanzarlas como producto comercial para el gran público, y lo cierto es que es casi de agradecer que solo funcionara a medias. Por no acabar el párrafo con un regusto amargo, destacar de Carbono 14 la canción Juncal, que hicieron para la serie homónima. Aclarar también que las canciones no eran malas de solemnidad, pero se intentaron disfrazar de lo que no eran.

La despedida definitiva de Vainica Doble, forzada por el fallecimiento de Carmen Santonja, fue el disco En Familia, que grabaron con el sello independiente Elefant. Un sello que había lanzado el EP Miss Labores en 1999 como complemento a la exposición-homenaje que Paco Clavel, otro de sus grandes seguidores, había organizado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Cada reivindicación de este tipo parecía levantarles la moral a Gloria y Carmen, que de nuevo se animaron a grabar un nuevo álbum. En este caso Elefant les dio toda la libertad que no habían tenido en más de una década y el resultado es, por lo menos, digno. Rodeadas de su familia, dueñas absolutas de todas las decisiones, con personas de su total confianza encargadas de los arreglos, el resultado en esta ocasión iba a ser más de su gusto. Una especie de testamento vital y profesional, grabado y disfrutado en familia, en el que las referencias a anteriores canciones son no solo inevitables sino, seguramente, deseadas.
Ahí están Chiribitas de limón , las menciones al Guadarrama, los animalitos y las canciones ecológicas. Hay también una nostalgia de tiempos y lugares, un deseo de enrocarse en la sencillez; aparecen asimismo las típicas sátiras y tragedias vainiqueras y los personajes mágicos (o todo lo contrario, dolorosamente normales). En esta ocasión no se intentan vender como algo moderno sino como un regalo llegado de otro tiempo sin conexión alguna con el actual. Un homenaje en toda regla, aunque con canciones nuevas, que tuvo que terminarse de manera un tanto accidentada debido al fallecimiento de Carmen Santonja en julio de 2000. Hubo que echar mano de lo que había grabado y con ello se consiguió publicar un disco que, aunque lejos de sus mejores tiempos, al menos resultó ser una despedida a la altura de su leyenda. Gloria murió quince años después, a los 83 años.
Gloria Van Aerssen contó una vez que “los hijos de nuestros amigos nos tomaban por hadas y no podían dormirse si no escuchaban antes nuestras canciones”. Los niños, según el saber popular, siempre dicen la verdad. Para muchos de nosotros Vainica Doble fueron, y lo siguen siendo, brujitas buenas, hechiceras, cuentacuentos y, por supuesto, hadas. También, como a los hijos de sus amigos, nos ocurre muchas noches que no podemos dormir si antes no escuchamos sus canciones y dejamos que nos acunen.
Duerme, mi bien,
mi dulce bebé,
pequeño corazoncito,
mamá te va a hacer
un postre de miel
con fresas y merenguito
Mi estrellita azul
gironcito de tul
lucero de la mañana,
rayito de sol,
vendrá el ruiseñor
a cantarte de madrugada
A ro-ro, sleep my baby
don’t cry, fais do-do,
a ro-ro
Hush-hush, sleep my baby
don’t cry, fais do-do
a ro-ro
No juegues más con el sonajero
y dale con él al gato
que el muy puñetero
artero y falaz te dejó limpio el plato
zúmbale zas-zas
zúmbale paf…
tírale una zapatilla
Has de aprender
tu solito a luchar
y a defender la papilla