Céline Curiol, vidas cruzadas, entre el individualismo y la empatía

Céline Curiol. Foto por Moon Saturn /

Emma Rodríguez © 2022 / 

Las leyes de la ascensión de Céline Curiol ha sido para mí la novela de todo un verano, el de 2022. Y estoy segura de que su efecto perdurará en el tiempo, pues sus protagonistas han puesto palabras a inquietudes que siento como propias. Me han mostrado sus interiores y he podido reconocer en ellos zonas de sombra, miedos, culpas, rebeldías y cobardías no siempre fáciles de visibilizar. Fascinante, intensa, absorbente, profunda, abarcadora, esta obra, llena de filosofía, de autenticidad, de vida, que retrata tan bien el tiempo que vivimos, ha sido capaz de enredarme en sus tramas de tal manera que sus casi 1.000 páginas se me han quedado cortas.

Ni la incomodidad que supone manejarse con un volumen tan pesado pudo con mi curiosidad por saber más, con mi ímpetu por seguir avanzando, reconociendo, buscando… En alguna ocasión pensé que tal vez la historia podría haberse publicado en dos volúmenes, o en cuatro ligeros tomos, siguiendo la estructura de las cuatro estaciones de la entrega, pero esto era lo de menos cuando me quedaba completamente absorta ante los acontecimientos narrados, ante el fluir de los pensamientos de cada uno de los personajes.

No es la primera ocasión que me sucede algo así. La mayoría de las veces escribo de ficciones que me cautivan sobremanera, de ensayos que me inspiran. Considero que la pasión es un elemento que acompaña a la lectura, así como el poder para transformar, o esclarecer, la mirada sobre el mundo, pero en el caso que nos ocupa, se ha dado algo más, un reconocimiento, una identificación y una especie de “déjà vu”. Por el planteamiento de la novela, que remite una y otra vez a las mismas situaciones, contadas desde puntos de vista diferentes, regresé a otro tiempo y a otra entrega, me vi nítidamente en otro momento, ante las páginas de El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, un libro esencial para mí, que me enseñó a entender de muy joven que la realidad no es algo estático sino cambiante, flexible, que podemos modelar según nuestras percepciones. Los hechos son los mismos, pero los interpretamos y nos afectan de distinta manera. Y lo mismo sucede con la lectura. Cada experiencia es única, particular.

No podía dejar de leer El cuarteto. No podía estar del todo en otros lugares, reales, ni poner la atención por completo en otros encuentros, porque estaba absolutamente entregada a lo que sucedía en los entornos de la ficción. Con Las leyes de la ascensión la sensación fue la misma. Pero en este caso, hube de viajar y, y no sin contrariedad, dejar fuera de la maleta el libro durante unas cuantas semanas, celebrando el reencuentro con él con encendido entusiasmo. Cuando reflexiono sobre lo que me ha proporcionado esta novela me vienen a la cabeza palabras como verdad y empatía, pero también malestar, un malestar que identifico como propio.

Céline Curiol (Lyon, 1975), estudió ingeniería, pero dirigió sus pasos profesionales hacia el periodismo, ejerciendo como corresponsal para medios franceses en Estados Unidos, actividad que combinó con trabajos para la ONU. Todos esos ámbitos de su biografía explican en parte sus inquietudes, conocimientos e intereses a la hora de escribir: su capacidad para acercarse a la actualidad, para empatizar con los más desfavorecidos, para observar el mundo con mirada literaria, pero también científica. En la obra que nos ocupa, la escritora penetra en los fondos de un presente lleno de artefactos tecnológicos avanzados, que ofrecen la idea de que estamos cada vez más informados y nos entretienen con el perverso juego del status social, de las apariencias, de los privilegios. Las sociedades capitalistas han ido inoculando poco a poco en las poblaciones occidentales peligrosas dosis de indiferencia, de egoísmo, de una aniquilante comodidad y conformidad, que aíslan de los demás, de lo que sucede alrededor y que siempre se ve lejano, pese a que el cerco cada vez se cierra más y las convulsiones, las grietas del sistema que organiza las vidas, cada vez están más al descubierto.

En Las leyes de la ascensión se refleja todo esto, pero desde dentro de los personajes, a través de sus vicisitudes. No se trata de un discurso que transcurre en paralelo, sino que está en las mentes, en los monólogos y conversaciones de los seis protagonistas principales: las hermanas Orna y Sélène, cada una con sus ambiciones, anhelos y renuncias; la desubicada Hope; el poeta oculto Modé, que llegó de Senegal a París de joven y se hizo un lugar ayudando a otros inmigrantes; el psicoanalista Pavel, que no encuentra la manera de entenderse con su hija; el adolescente magrebí Mehdi que no acaba de integrarse y termina radicalizándose. Y alrededor de ellos otros personajes poderosos, portadores de influencias, de secretos, de traiciones.

En “Las leyes de la ascensión”, Céline Curiol penetra en los fondos de un presente lleno de artefactos tecnológicos avanzados, que ofrecen la idea de que estamos cada vez más informados y nos entretienen con el perverso juego del status social, de las apariencias, de los privilegios.

Quisiera conocer de los demás aquello de lo que nunca hablan. Su profesión, su vida familiar, sus horarios me dejan indiferente. Yo quisiera saber no cómo se ganan la vida ni en compañía de quién, sino cómo conviven con los pensamientos que surgen de sopetón y se fusionan constantemente en su mente. ¿Cómo distinguen lo verdadero de lo falso en ese amasijo de suposiciones? ¿Tienen un método, un truco? ¿Siguen una intuición, una lógica, una opinión? Pero analizar ese proceso parece delatar una curiosidad desmesurada por mi parte… Sin embargo, cuando pienso en la inestabilidad de los criterios que nos imponemos para evaluar nuestra realidad siento vértigo… Como en el teatro, como en el cine, el acontecimiento marca cuando se ubica en primer plano. La araña teje un capullo digestivo alrededor de su presa; la mente aísla el acto inesperado o inusual para desplegar en torno a él una red de significados con el fin de admitirlo. Pero el acto, sea cual sea, sólo es movimiento efímero en la sucesión de gesticulaciones del mundo”.

Este párrafo, que extraigo del cuaderno en el que escribe Hope en un momento dado, explica, en mi opinión, el sentido de la novela. La escritora se adentra en lo más íntimo de sus personajes, en la historia interior que transcurre sin ser vista, que marca sus decisiones, su manera de estar en el mundo y sus transformaciones, que, por supuesto, se ven afectadas por lo que sucede en el entorno social, por sus conexiones con los otros. Mientras anoto estas impresiones no puedo dejar de pensar en las palabras del filósofo francés Jean-Luc Nancy: “Si la piel del mundo no es sino la impalpable película, configurada en ninguna parte, de relaciones, contactos y fricciones de todas nuestras pieles, lo que importa, entonces, es que estemos atentos a todas las configuraciones posibles e imposibles de nuestros roces mutuos”.

Curiel construye su novela sobre esas fricciones, sobre esos roces, sobre “la frágil piel del mundo”, concepto básico en la obra del pensador. Las vicisitudes y las transformaciones de sus personajes se ven afectadas por sus conexiones con los otros y, por supuesto, por lo que sucede alrededor, por la política, por la preocupación ante el futuro. Por muy parapetados que estemos ante nuestros ordenadores, imbuidos de la virtualidad que domina este tiempo; por mucho que miremos hacia otro lado, no podemos dejar de escuchar el ruido de la calle, los ecos de las noticias. No podemos mantenernos alejados de las tragedias colectivas, ni de las mutaciones que se van operando en la geopolítica y que, sabemos, acabarán definiendo nuestras existencias y las de las futuras generaciones. No podemos dejar de sentirnos, en mayor o menor medida, concernidos, responsables, vulnerables, inseguros, ante el devenir del mundo. Ni todo el peso de la indiferencia y del cinismo que caracterizan a esta época, podrán conseguir que nos salvemos de esos sentimientos.

Eso es lo que refleja la novela de la que os estoy hablando y en la que el telón de fondo es el terror, la sensación de peligro, que experimentan los habitantes de París frente a las acciones del yihadismo terrorista, tras los atentados de la sala Bataclan y de “Charlie Hebdo“. Son hechos que rompen la sensación de seguridad, que llevan a reflexionar sobre la violencia, una violencia que nace desde dentro, que encuentra su caldo de cultivo en jóvenes frustrados, desencantados, sin futuro, jóvenes que no han logrado integrarse pese a haber nacido y haber sido educados en el país. Curiol se adentra en el conflicto, recurre a los terribles sucesos acontecidos e idea desde la ficción otro atentado en un McDonald’s del barrio de Belleville, en la capital francesa, en el que se ven implicados, en mayor o menor medida, sus personajes.

Céline Curiol. Foto por Patrice Normand / Editorial Periférica & Errata Naturae.

Las leyes de la ascensión transcurre en ese territorio entre el verano de 2015 a la primavera de 2016. Se divide en cuatro partes, en cuatro días que se desarrollan en cada una de las cuatro estaciones -uno por estación-. La estructura intensifica la idea del paso del tiempo, del acaecer, del movimiento. Los cambios del paisaje, del clima, parecen influir en los cambios anímicos. La escritora capta la cadencia del vivir, la sensación de que todo puede modificarse de un momento a otro sin que nada aparentemente se mueva de lugar. Los grandes acontecimientos pueden suceder de manera inesperada. De una estación a otra todo puede ser diferente. Hay hechos decisivos en la obra que nos ocupa. Unos vienen de fuera y otros se generan dentro, en los planteamientos de vida, en las decisiones individuales, marcando los destinos. Todo gesto, toda palabra, toda acción u omisión tiene sus consecuencias. Cuando Orna regresa a su casa de noche, detecta el cuerpo de un hombre tendido en medio de la acera, delante de su edificio. No está muerto, respira, pero el miedo, los prejuicios, le impiden acercarse más, tenderle la mano.

Hay hechos decisivos en la Novela. Unos vienen de fuera y otros se generan dentro, en los planteamientos de vida, en las decisiones individuales, marcando los destinos. Todo gesto, toda palabra, toda acción u omisión tiene sus consecuencias.

¿Qué es para haberse desplomado así: un indigente demasiado borracho para dar un paso más, un drogadicto, un loco? Saber nombrarlo la ayudaría a decidir lo que habría de hacer por ese cuerpo aovillado que no le transmite nada bueno. Tocarlo, para ver, para comprobar qué, ayudarlo, cómo, hay más, muchos más, y ella no va a… Además, podría ser una treta. Y si de pronto se levantara, alzara una mano hacia ella, la agarrara por un tobillo, por un muslo, para atraparla, violarla, canibalizarla. Mientras el hombre permanece inerte, marca el código de la puerta y cierra a toda velocidad, con el vientre encogido por el miedo”.

Este episodio refleja muy bien lo que os contaba. Orna no está segura de haber hecho lo correcto, de haber obrado bien. Intenta justificarse. Se dice que “inmiscuirse en la desgracia de otro entraña riesgos”, que “existen órganos e instituciones que gestionan esa clase de situaciones”. Pero no deja de sentirse culpable por su actuación e intenta repararla, sin saber bien cómo. A partir de ahí suceden cosas que llevan a otras y que hacen avanzar el motor de la obra. Nuevos, inesperados escenarios se abren para la protagonista: El mundo de los inmigrantes, de los refugiados… Otros encuentros irrumpen en su cómoda, aunque insatisfecha, vida.

Ante la escena no podemos evitar sentirnos incómodos, desestabilizados. ¿Ante la misma situación cómo reaccionaríamos, del mismo modo? ¿qué estamos dispuestos a hacer por los demás? Me temo que escenas así se repiten frecuentemente en las calles de las prósperas ciudades occidentales. Me temo que, muy probablemente, yo, cualquiera, podríamos ser sus intérpretes. ¿En qué medida somos culpables de nuestros miedos? ¿Pesan estos más que la compasión? ¿En qué medida la sociedad nos hace ser como somos? El mecanismo de esta novela conduce a que nos planteemos preguntas que se suman a las de los personajes.

En otro momento, Pavel, el psicoanalista, elude el compromiso adquirido con Dunia, la mujer, de origen magrebí, que durante años se ha ocupado de la limpieza en su privilegiado consultorio, quien le pide desde la desesperación que hable con su hijo Mehdi, en proceso de radicalización. Los capítulos dedicados a él son los más cortos de la novela, cortos y eficaces. Su manera de hablar, de forma abreviada, con el lenguaje coloquial de los chavales de su clase, funciona como una especie de contrapunto. Pavel no cree que pueda hacer nada para que el muchacho cambie de dirección. “Imagina que todas las palabras que pueda brindarle al joven yihadista volarán por los aires ante la desconfianza, la dureza y la imaginación de éste”, pero nunca podrá saber si su acercamiento hubiera producido algún efecto positivo. Nos quedamos con la duda.

Las decisiones que se toman, a veces impulsivamente, tienen efecto y conducen el curso de los itinerarios. Sélène renuncia a un puesto deseado como especialista medioambiental en una importante universidad de Dubái para salvar su relación de pareja. Y esa elección marcará su trayecto. Aspiraba a la “ascensión a una situación extraordinaria”, a un lugar en el que tal vez hubiera podido influir con sus ideas sobre la empatía con la naturaleza para promover la salvación del planeta, y abandona. “Mujer amante convertida en esclava de su propio amor, como tantas otras antes que ella, y eso que Sélène se lo había prometido jurado y perjurado….”, vamos leyendo.

Por su parte Hope, la joven idealista de la novela, quien optó por dejar sus estudios de Ciencias Políticas, “asfixiada entre jóvenes a cual más brillante, a cuál más ambicioso y competitivo”, y trabajar un tiempo en un gran Almacén como preparadora de pedidos, comprueba que no seguir la senda marcada por el sistema, lleva a enfrentarse a todo tipo de obstáculos. Su experiencia la lleva a corroborar lo difícil que resulta enfocar la vida de otra manera, de forma más simple, más libre, alejada de los “cálculos de ingresos”, de los sometimientos, de los juegos de ambición y poder.

Sé la mejor y lo demás vendrá por añadidura, le habían inculcado durante los años de escolarización, de control en control, de examen en examen, hasta que esa lección constante la asqueó. No hay salvación para los marginados -inadaptados, incompetentes, malos alumnos, vagos, ingenuos, poetas-. Tras varios milenios de civilización, “adaptarse o morir” sigue siendo ley. Hope, sin embargo, imagina un sistema educativo más inteligente que dé a cada cual la oportunidad de vivir en paz consigo mismo, que no se limite a largar un chorreo de conocimientos teóricos acerca de asignaturas “fundamentales”, sino que enseñe un arte de vivir que fomente la bendita creatividad y formas más armónicas de compartir. La escuela no le proporcionó ninguna herramienta para afrontar las angustias y dilemas de la existencia, constata Hope, sólo una idea escandalosamente falsa: trabajando duro, todo saldría bien…”

Céline Curiol en el Salón del Libro de París. Foto por Pyerre.

Necesitada de valientes acciones colectivas en las que poder participar; admiradora del movimiento Occupy Wall Street, cuyo rumbo acabó decepcionándola, la historia de esta joven es la historia de la inadaptación, del desacoplamiento, con el entorno social y sus convenciones. “¿Es posible que un ser humano se mantenga al margen del sistema que garantiza su supervivencia?”, es la gran pregunta a la que intenta dar respuesta. “Me cuesta aceptar el mundo tal como es. ¿Es una enfermedad? En mi caso es patológico”, le confiesa a Orna, en quien busca encontrar una complicidad que no llega.

La suya es la historia de la precariedad y del precio que hay que pagar muchas veces para no caer en ella. Hope representa la apuesta por mantener la honestidad y la integridad por encima de todo. ¿Es hoy eso posible? ¿Intentar sobrevivir en los márgenes o adaptarse? Son cuestiones que se plantea, que nos planteamos al acompañar en sus divagaciones a esta compleja protagonista.

La historia de Hope, la joven idealista de la novela, es la Historia de la inadaptación, del desacoplamiento, con el entorno social y sus convenciones. “Me cuesta aceptar el mundo tal como es. ¿Es una enfermedad? En mi caso es patológico”, se plantea.

Los personajes de esta novela escuchan, leen las noticias con las que nos levantamos cada día. Se enfrentan a las contradicciones del ahora y nos hacen sentir un fuerte sentimiento de complicidad, de cercanía. Abramos, por ejemplo, la puerta de la casa de Modé, recién jubilado, quien había dedicado su vida desde que llegó a París a trabajar en un centro de ayuda a los refugiados, mientras secretamente, iba llenando cuadernos y cuadernos de poemas. “El primer titular que oye esta mañana lo enfurece. Unos inmigrantes ahogados en altamar, varias decenas de un voluminoso cargamento que la embarcación no soportó. Le aflige que millares de personas se vean obligadas a hacerse a la mar a lo loco, en botes rudimentarios y sobrecargados, para probar suerte arriesgando su vida, dispuestos a dejárselo todo, la pasta y el pellejo, convencidos de que al otro lado el mundo será más amable, más justo, más rico. Alimentado por el miedo a la desdicha y la persecución, este complejo éxodo existe también merced al mito que el mundo occidental mantiene alrededor de sus virtudes a la vez que controla sus fronteras…

Europa estaba atravesando una crisis de primer orden… Después de una crisis venía otra crisis, un ciclo sin fin…”, piensa Sélène en otro momento. Los movimientos exteriores, con su ritmo incontrolable, son determinantes en los destinos que se van cruzando, en las pieles que se rozan. Orna, Sélène, Hope, Modé, Pavel y Mehdi transitan por las mismas calles y acuden a los mismos bares y parques. De un modo u otro, con mayor o menor intensidad, se acaban relacionando, de forma directa, o a través de terceros… Se influyen unos a otros, se buscan o se evitan. En el caso de Orna y Modé surge el amor, un amor que emerge con fuerza pese a las diferencias culturales entre ellos. Pero lo que tienen todos en común es el proceso de cambio que atraviesan, ese momento justo en el que sus vidas están a punto de dar un giro, en que están a un paso de iniciar la fuga, de cruzar a otra edad, a otra etapa, de convertirse en personas diferentes.

Todos están perdidos, en tránsito, sin saber muy bien hacia dónde dirigir sus pasos, de qué manera seguir viviendo sin traicionar del todo sus principios, los ideales que alguna vez tuvieron, porque en Las leyes de la ascensión entran los ideales y hay pesar por su pérdida. En esta novela coral los personajes se cuestionan las cosas; juzgan sus acciones desde la moral y la ética; se mueven entre contradicciones; se preguntan qué pueden hacer para contribuir a cambiar el devenir de las sociedades desiguales e intolerantes que conocen, cuyas reglas asumen; sociedades temerosas y conformistas, donde el culto al individualismo va cerrando cada vez más los espacios de la colectividad, del encuentro, del entendimiento con los otros.

Un día”, voy leyendo, “mientras preparaba una clase sobre el impacto de la crisis ecológica en los hábitos de consumo, Sélène había encontrado un artículo de Alain Badiou en el que afirmaba que el individualismo como resultante de la lógica capitalista destruía cualquier oposición política colectiva”. Se trata de una idea, de una constatación poderosa, que marca, sin duda, los fondos de esta novela en la que cada uno de los protagonistas se mueve en un ámbito diferente, acercándonos sus experiencias a distintos planos, a conflictos y tendencias de los modos de vida que retratan un presente cambiante, entre incertidumbres.

Sélène, una de las protagonistas, encontró un artículo de Alain Badiou en el que afirmaba que “el individualismo como resultante de la lógica capitalista destruía cualquier oposición política colectiva”. Es una idea poderosa en el libro.

Volvamos a Orna y sigamos sus reflexiones sobre el rumbo del periodismo, de la información. Ella conoció otros tiempos más honorables, pero ahora trabaja en una web de noticias que está todo el rato generando contenidos, más atenta a los clics que al seguimiento en profundidad, que a la verdad. Desmotivada, desencantada con el oficio, “quemada” y cada vez más “cínica”, observa cómo la rigurosidad y la veracidad se han ido perdiendo en aras de la rapidez. Cuando mira a su alrededor, a sus compañeros, piensa: “No todos han perdido el gusanillo, pero salirse de las sendas trilladas, buscarles las cosquillas a los poderosos o tres pies al gato, y hasta al perro, ya no entra en la idea que la mayoría de estos periodistas tiene de su trabajo. A falta de acicates, a falta de medios, a falta de oportunidades de codearse con las incongruencias de la realidad, se comportan como empleados modélicos. O quizá ellos también hayan perdido la fe en esa capacidad del periodismo no de contener el mundo en una caja, sino de liberarlo de representaciones inalterables. Han mutado en confeccionadores de contenidos, en tejedores de dramas, obreros de una nueva clase de fábrica donde el suceso sustituye al textil. Una fábrica de información”.

Sigamos a su lado en este otro párrafo de la novela que no me resisto a transcribir: “Hubo un tiempo en que creía a pies juntillas que relatar era actuar, denunciar, detener (…) Pero la denuncia no detiene la propagación del odio ni los abusos de poder (…) Siglos de desarrollo económico, de hallazgos científicos, de hitos artísticos, de civilización no han logrado obstaculizar la destrucción de la especie humana a manos de sí misma. La paz es efímera, un equilibrio frágil que hay que proteger sin descanso. A lo largo de veinte años, Orna ha seguido las violencias de los hombres en todo el planeta para llegar a la conclusión de que, en aguas revueltas, siempre triunfan el dinero y las armas. No las palabras de la verdad. Ni las de las víctimas, ni las de los testigos…”

Céline Curiol. Foto por ActuaLitté

Miremos a Selénè en su etapa en Dubái para llevar a cabo las entrevistas que la harían obtener el puesto universitario al que aspira. Resultan muy interesantes sus análisis sobre el medio ambiente, sobre el cambio climático; sus observaciones sobre esta ciudad de los Emiratos Árabes, un lugar en el que tiene la impresión, no “excitante sino dolorosa”, de ver “acaecer el porvenir“. Un “porvenir aséptico y artificial donde toda forma de contacto con seres vivos de otras especies desaparecería, excepto en el caso de unos pocos especímenes domesticados”; donde el hombre se permitiría prescindir de la naturaleza para subsistir con aire climatizado y agua desalada o clorada; donde salir a calles, a parques, a zonas comunes, serían comportamientos del pasado, ya superados; donde el esclavismo de mano de obra extranjera no sería discutido…

En el año 2050, ¿qué papel atribuirán los historiadores a la construcción de Dubái con respecto al advenimiento de la civilización de entonces? ¿Encarnará la figura de pionera, un modelo de éxito en un planeta abocado a la desertización, o se considerará una locura aberrante por parte de una humanidad que para entonces ya utilizará los recursos naturales de un modo más espartano, respetando los ecosistemas?”, se va preguntando la medioambientalista.

Suceden muchas cosas en Las leyes de la ascensión, en los cuatro días repartidos en cuatro estaciones, cuatro jornadas que son suficientes para cambiarlo todo. En sus páginas abarcadoras entra la vida con sus conflictos: los secretos que deben ser mantenidos, el amor, el ansia de maternidad, el racismo, la muerte, el trabajo, la traición, el miedo, la violencia…

En esta novela coral lo que tienen en común todos los personajes es el proceso de cambio que atraviesan, ese momento justo en el que sus vidas están a punto de dar un giro, en que están a un paso de iniciar la fuga, de cruzar a otra edad, a otra etapa, de convertirse en personas diferentes.

París, su remanso de paz, su exilio apacible, ¡de nuevo tomado al asalto por unos fanáticos! Invadido por esta violencia imprevisible, loca, la clase de violencia, que hasta primeros de años, hasta el atentado de Charlie Hebdo, en teoría quedaba lejos…”, expresa Modé los sentimientos de tantos franceses. Y en otro momento reflexiona: “Yo creo que lo más incomprensible para los occidentales es que haya jóvenes dispuestos a morir por sus ideas… ¡En el siglo XXI, en el mundo civilizado, nadie muere por sus ideas! ¡por sus excesos sí, no por sus ideas!

A través de los pareceres de los personajes, de sus opiniones, la novela entabla un debate sobre el terrorismo, los fanatismos, la radicalización, la no integración, las fuentes de la violencia, la diferencia entre culturas y modos de vida. Es un debate complejo ante el que nadie puede mantenerse al margen en esta entrega que tan bien retrata la sensación de inseguridad, de desencuentro, en las sociedades contemporáneas.

Son tantos los momentos que me han sacudido, que me han afectado, a lo largo de las 969 páginas de esta novela, que temo dejarme atrás temas esenciales. Pero soy consciente de que debo poner el punto final. He llegado a familiarizarme tanto con los personajes que lamenté dejarlos sin saber más de sus rumbos. La obra concluye con sorpresas, con destinos truncados, o en fase de espera, o en dirección a la esperanza, como en el caso del egocéntrico Pavel, quien, tras el atentado en el McDonald’s, modifica sus prioridades, su modo de vida, y decide ofrecer algo de su tiempo a los demás. “¡Qué tiempo tan valioso había perdido quejándose, viviendo agazapado bajo el cúmulo de sus propias contrariedades. Su vida, tan querida e insignificante, no dependía en absoluto de esa clase de consideraciones, sino del azar de unos procesos que se le escapaban por completo…”, se abre para él una ventana de lucidez.

La empatía y la solidaridad van adquiriendo fuerza de manera sutil a medida que avanza el recorrido. Empatía frente a individualismo. Acudamos a Modé: “Las baterías de leyes y reglas no bastan para crear una sociedad, está convencido. Hace falta empatía. Ese cemento valioso para toda la congregación humana, esa empatía que capitalismo y tecnologías ponen en conserva hoy en día con fines de explotación. ¡Y acabarán por agotarla, como la mayoría de los recursos!”.

Sé que las historias, los personajes, de esta novela deslumbrante, pervivirán en mí de alguna manera. Aparecerán sin necesidad de convocarlos, a modo de recuerdos, como compañía, mientras yo siga buscando, evolucionando, cruzando etapas, edades.

Las leyes de la ascensión ha sido publicada por Periférica & Errata Naturae. La traducción ha corrido a cargo de Regina López Muñoz.

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