Fotografía de cabecera por Michiel Hendryckx /
Emma Rodríguez © 2022 /
Son muchas las razones por las que la lectura de Cliente E. Busken, del escritor holandés Jeroen Brouwers, se ha convertido para mí en una lectura no solo interesante, sino reveladora, en una especie de ventana que se ha abierto ante mis ojos y me ha mostrado realidades, experiencias, ante las que no me había asomado antes de manera tan frontal. La literatura no puede sustituir a la realidad, no puede imponerse a las vivencias, pero, en ocasiones, su capacidad para despertarnos, para sacudirnos, es muy potente. Un poema, un relato, una novela, puede mostrar honduras que se escapan en la inmediatez de lo vivido. La intensidad de la palabra escrita permite la reflexión, la distancia suficiente para hacer que nos enfrentemos y demos sentido a circunstancias y acontecimientos que en el día a día no llaman nuestra atención, que pasan desapercibidos en el ruido y la trama enmarañada de tantas noticias que recibimos.
Al adentrarme en las páginas de esta novela, la primera del autor traducida al castellano, por la que he transitado a ciegas, siempre desde el asombro y el deslumbramiento, he percibido el tránsito de las edades que culmina en la vejez, esa etapa que preferimos ignorar, aunque sabemos que a esa orilla hemos de arribar todos si la salud acompaña. Recuerdo ahora los fuertes efectos que provocó en mí Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, otra entrega sobre las edades de la vida, el paso del tiempo, la vejez, aunque de carácter absolutamente diferente a la que nos ocupa. Yourcenar se acerca al ocaso del emperador que ha tenido en sus manos el poder de mover la Historia, reflejando su decadencia en paralelo a la de su época, su sabiduría. El ángulo desde el que mira y desde el que cuenta el autor holandés es muy diferente: la rabia y la impotencia ante un sistema que controla y afea el trecho final de la vida.
Siendo dos novelas tan distintas, están unidas por la mirada a la vejez, a la enfermedad y a la cercanía de la muerte, y, ahora que lo pienso, también hay sabiduría, mucha, en el señor Busken, el protagonista de Brouwers, ya que es capaz de analizar un tiempo, una época, la actual, desde su posición de paciente encerrado en una residencia para ancianos “prisioneros”, que él define como “recinto amurallado”, “hotel elevado a rango de prisión”, “bastión penitenciario”, “celda sanitaria”… Desde la constatación del encierro, del aislamiento, el personaje nos transmite, sin aludir a ello directamente, de qué manera las sociedades occidentales, tan productivas, avanzadas y tecnologizadas, han arrinconado a sus mayores, los han metido en guetos.
el protagonista de “CLiente E. Busken” es capaz de analizar La Época actual desde su posición de paciente encerrado en una residencia para ancianos “prisioneros”, que define como “recinto amurallado”, “hotel elevado a rango de prisión”, “bastión penitenciario”…
Algo falla en un sistema que no es capaz de afrontar el envejecimiento; que no se plantea otras formas de atención más personalizada que no hagan perder a las personas su esencia, que no las conduzca a ser meros números, clientes, en el gran negocio de la industria de los cuidados. Un tema, por desgracia, muy cercano por el reciente drama vivido en las residencias durante la pandemia. Un drama que visibilizó la desatención, la falta de medios y de empatía, en esos recintos ajenos al mundo, de tantos ancianos, olvidados, silenciados por la colectividad; como si esos sabios de la tribu en otros tiempos y culturas, no merecieran compartir el mismo aire que respiramos.
Jeroen Brouwers, uno de los grandes escritores de las letras holandesas del siglo XX, nacido en Batavia, la actual Yakarta en 1940, y fallecido recientemente en Maastricht (Países Bajos), en mayo de 2022, a los 82 años, consigue que, inevitablemente, nos planteemos todo esto, y mucho más, en una obra que, siendo sombría, nos sorprende con su carga de humor gamberro, de sarcasmo despiadado, y también con su elogio de lo bueno de la vida, de sus momentos de belleza, de sensualidad, de contemplación. Hay que acercarse a El cliente E. Busken sin prejuicios de ningún tipo, sin miedo, dejando atrás esa tendencia a evitar los temas que consideramos poco confortables.

Hay que acceder a sus páginas con actitud abierta, andando un camino que no admite tregua, un sendero marcado por el ritmo de una prosa apabullante, de un estilo prodigioso, de una libertad a la hora de narrar y de un trabajo minucioso con el lenguaje, que se convierten en las principales señas de identidad de quien declaraba que su escritura consistía en “hacer arte”, no simplemente en contar una historia, algo que no desdeñaba, pero que no era su objetivo. Al considerarse un artista, el autor perseguía en sus obras las metáforas, las oraciones fascinantes, el juego con los sentidos de las palabras.
Rastreando entrevistas y artículos sobre su trayectoria, en medios holandeses principalmente, me he encontrado con un creador esquivo, rebelde, a contracorriente, siempre dispuesto a observar la realidad desde ángulos imprevistos, nada convencionales, a sacar a la luz episodios ocultos y circunstancias incómodas. Lo hizo en su trilogía sobre la ocupación japonesa de Indonesia, que él, nacido en un territorio colonizado por los holandeses, vivió siendo niño. Son tres impactantes novelas en las que trasladó a la ficción su experiencia en un campamento de reclusión, junto con su familia. Una experiencia traumática, a la que siguió otra, ya cuando estaba de vuelta en los Países Bajos y fue internado en distintas instituciones católicas. Lo que padeció entonces lo narra en El bosque (2014), la primera novela holandesa sobre el abuso sexual infantil en la iglesia católica.
Toda la obra de Jeroen Brouwers tiene un marcado cariz biográfico. Los hechos vividos son elevados, trascendidos, a través de la imaginación. Lo real y lo inventado se mezclan, se confunden. Decía el autor que lo que escribía era “un modelo de su personalidad interior”. Reconocía que toda su existencia estaba contenida en sus libros, pero que para un futuro biógrafo sería una empresa infructuosa hacer una reconstrucción correcta de su vida sobre la base de lo escrito. Respecto a Cliente E. Busken, esa obra que escribió ya enfermo, entrando y saliendo del hospital en silla de ruedas, medio de movilidad que comparte con su protagonista, dejó dicho: “Es un libro raro. Me meto en la cabeza de un hombre demente y gruñón para tratar de reproducir sus pensamientos confusos, para intentar escribir sobre un cerebro desorientado. Eso nunca se ha hecho, que yo sepa, y me hizo sentir inseguro mientras trabajaba en la obra”.
Decía Jeroen Brouwers, uno de los más destacados autores de las leras holandesas del siglo XX, que toda su existencia estaba contenida en sus libros, pero que para un futuro biógrafo sería una empresa infructuosa hacer una reconstrucción correcta de su vida sobre la base de lo escrito.
El río de pensamientos, de reflexiones, también de recuerdos, es esencial en la entrega. El protagonista alude una y otra vez a esa corriente incesante que no puede parar. “Por la cabeza no paran de pasar pensamientos, a todas horas, sin interrupción, mezclándose unos con otros, esfumándose rápidamente como cuando se tira de la cadena del váter, aun antes de que lleguen a cristalizarse en pensamientos lúcidos elaborados a conciencia, no hay tregua, uno enlaza con otro, todos revueltos, duplicados o incluso triplicados…”, voy leyendo. Y en otro momento: “En mi cerebro no reina nunca el silencio.Todos esos raudos y fugaces pensamientos susurran como hojas de papel, que se alejan volando, los susurros se entremezclan con un zumbido unas veces creciente y otras decreciente, un murmullo constante como de bocas diversas y diferentes, pensamientos sonoros siempre repetidos siempre recurrentes siempre circulares, si es que se les puede seguir calificando así, como denominar si no mis vacilaciones cavilaciones meditaciones, mi multiverso susurrante y murmurante, así lo llamaré, siendo cada pensamiento una mancha de color sonora. El señor Busken vive en un mundo propio y no permite que nadie acceda a él”.
Efectivamente, estamos ante un libro raro, que transcurre por los pasadizos interiores del personaje central. La suya, como la del propio autor, es una voz cargada de rebeldía. El suyo es un universo cerrado. El mundo que construye con sus pensamientos, con sus recuerdos, transcurre en paralelo al del exterior, que le está prohibido, al que ya no puede acceder porque hay barrotes, controles, rejas, que lo aíslan. En la presentación reciente de la novela en la librería madrileña Antonio Machado la editora Silvia Bardelás aludía a la “literatura del aislamiento”, relacionando la novela con obras como La montaña mágica, de Thomas Mann, o Pabellón del Cáncer, de Aleksandr Solzhenitsyn. “Son libros que critican de forma brutal el exterior desde el interior”, señalaba, mientras que Elena Villalba, médico de familia y gran lectora, cercana a los padecimientos de la edad, de la enfermedad, apuntaba a un aspecto muy interesante al que conduce la novela: el desvelamiento de “los mecanismos de control de la sociedad sobre aquellos que considera que no tienen cabida en ella: control del tiempo, de la información, de la ropa, de la dieta, de los hábitos, del dinero”… Un “proceso de cosificación, de uniformización, de minusvaloración de las emociones”, que Jeroen Brouwers refleja con maestría, a través de los gestos, de las impresiones y observaciones de su personaje.
Todo es un gran delirio, un desvarío, un desenfreno, un entramado de alucinaciones, en esta novela abierta a múltiples lecturas, interpretaciones; de ahí también su genialidad. Cuesta saber quién es realmente el cliente E. Busken, qué fue de su vida, a qué se dedicó. Y en verdad es lo de menos. Podemos creernos, o no, cualquiera de las historias que recrea, que rememora. Es una especie de actor interpretando múltiples papeles. Tras él vemos la mano de Jeroen Brouwers jugando a poner en pie personalidades diversas… El arte de la interpretación, de la creación, con mayúsculas, se despliega en una obra que podemos ver también como la historia de un hombre viejo con delirios de grandeza, un megalómano que se considera superior a los demás, que en su estado de demencia, cree haber sido un gran escritor, un compositor, un ingeniero de robots, un campeón de natación, y también de haberse codeado con importantes personalidades, entre ellas la reina Beatriz de Holanda.

¿Qué ha sido en realidad? Tal vez solo un simple trabajador en la empresa del segundo marido de su madre, quien le permite acceder a una gran biblioteca en la que aprende de todo, pues lo cierto es que derrama grandes conocimientos sobre una gran amplitud de materias. Enigmático este Busken, que ha llegado a la residencia tras una caída estando ebrio; que sufre algún tipo de demencia; que puede resultar antipático, arrogante, por momentos. Jeroen Brouwers no pretende ofrecer una visión edulcorada de la vejez, de la dependencia; retratar a un viejecito encantador dando de comer a los pájaros. La vejez y sus miserias es retratada de manera descarnada. Su protagonista está lleno de rencor y lo derrama sobre los demás. No se puede valer por sí mismo y se siente avergonzado, humillado. Le sucede cuando le cambian el pañal; cuando le bañan y le ayudan a vestirse; cuando es tratado, una y otra vez, como un niño; cuando le dicen lo que tiene que hacer y donde tiene que estar en cada momento, aunque no lo desee.
NO pretende el autor ofrecer una visión edulcorada de la vejez, de la dependencia; retratar a un viejecito encantador dando de comer a los pájaros. La vejez y sus miserias es retratada de manera descarnada.
Pero también estamos ante un ser con una rica vida interior. No habla con nadie: ni con quienes le cuidan; ni con la psiquiatra y resto del personal médico; ni con sus compañeros. Ha decidido convertirse en “una persona de mármol” como modo de rebeldía. Pero cuando accedemos a sus adentros, un auténtico privilegio que tenemos como lectores, somos capaces de acceder a su portentosa imaginación, a su gran capacidad para observar las miserias y debilidades de los demás, a su manera de sobrevivir a través del cauce de la belleza, de la permanencia del pulso de la vida que sigue latiendo en él: el erotismo, el sexo, la capacidad para seguir enamorándose…
Insisto en que, pese a sus tonos oscuros, sumergirse en esta novela os deparará momentos de gran intensidad, de esos que permanecen en la memoria mucho tiempo después de cerradas sus páginas. El monólogo interior de Busken, el flujo de su conciencia, depara escenas difíciles de olvidar. Yo me quedo con el placer que le deparan los últimos cigarrillos que puede fumar; con el recuerdo de escenas altamente eróticas de antiguos escarceos con amantes, hombres y mujeres… Me quedo, sobre todo, con su consuelo cuando coloca su silla frente a la ventana, ante los cambios de tonalidad del paisaje que observa; cuando percibe con emoción el aleteo final de una mariposa; cuando, con alegría, ve entrar a Moniek, la joven enfermera que sigue despertando sus deseos, pese a tener una desagradable voz; a quien por momentos llega a comparar con la Beatriz de Dante.
Llegada a este punto no me resisto a transcribir un pasaje de la novela: “De pronto veo que por la puerta sale Moniek, el tibio sol comienza a brillar con esplendor. El calor me acaricia la cabeza y el susurro de las copas de los árboles pasa a ser el del río Arno en Florencia y el sol dora las olas y yo estoy de pie en el puente y la veo llegar con andar elegante, mi gentilissima, y me llevo las manos al corazón embargado por la emoción y la felicidad estamos en el siglo trece y voy a escribir una obra maestra sobre parajes ajenos a este mundo y comenzará por el infierno y mi libro dará que hablar siglos después sin que jamás nadie consiga comprenderlo hasta el último detalle eso déjenmelo a mí. La enfermera Morton también lleva pegado un teléfono a la cabeza y habla con una voz que le sale de la oreja. Primero de espaldas la una frente a la otra, después mirándose a la cara, para finalmente llegar a la conclusión de que están hablando entre ellas, mi Beatrice con su vozarrón de madera maciza…”
La novela se centra en el protagonista, en sus paisajes interiores, como decía, pero a través de él merodean otros personajes, cuidadores, personal médico y demás clientes “desmemoriados”, sumidos en “una mirada colectiva perdida”. De entre todos destaca la figura de la excéntrica Mieneke Kalckbrander, una mujer que conoció los ambientes de Hollywood y que siente un afecto especial por nuestro hombre. Solo ella parece percibir sus peculiaridades, las vertientes de su singular mundo secreto.

La infancia, el amor, el dolor, la muerte, asoman en la novela. El señor Busken no teme morir. Está a la espera. Ese último paso es algo que se trata con naturalidad en el libro. La muerte, compruebo en los textos que leo sobre el escritor y en sus propias palabras, es algo que siempre le preocupó. Una de sus amantes se suicidó muy joven y ese acto de quitarse la vida se convirtió en una obsesión para él, hasta el punto de que escribió un reconocido y vasto manual sobre los escritores holandeses suicidas.
Esta novela está construida a modo de capas superpuestas. Es como una pintura que al ser expuesta a rayos X revela pinceladas, figuras, elementos ocultos. Tras los delirios de Busken se esconden retazos de la vida de Brouwers, inclinaciones, pensamientos, lecturas e influencias, por ejemplo la del escritor Harry Mulisch, figura indiscutible de las letras neerlandesas, con quien siempre se sintió en deuda, y que hace acto de presencia en la novela. La mala relación que mantuvo con su castrante madre; el padre desaparecido; su estancia en Borneo, paraíso por el que siempre sintió nostalgia… entran en determinadas escenas. Hay un momento en el que Busken parece ser Brouwers, el escritor escuchando lo que su editor tiene que decirle: “Si me permite una observaciòn, querido Busken, buen amigo, con toda modestia, sé cuál es mi lugar, y con la mejor de mis intenciones, le ruego tenga a bien y me disculpe, pero acaso tal vez quizá pudiera construir unas frases un poquito menos completas y un poquito más breves, de esas que no se extienden de aquí hasta allí al fondo con esto y con aquello y sumando y juntando y agregando todo lo habido y por haber”.
Tras los delirios de Busken se esconden retazos de la vida de Brouwers, inclinaciones, pensamientos, lecturas e influencias, por ejemplo la del escritor Harry Mulisch, con quien siempre se sintió en deuda, y que hace acto de presencia en la novela.
De los fondos de su vida el autor hace surgir las gemas de la memoria con las que va construyendo un trayecto que mereceríamos conocer más. La obra de Jeroen Brouwers, que dio sus primeros pasos en el mundo del periodismo y la edición, es extensa y abierta a géneros como la narrativa y el ensayo. Con más de 70 títulos publicados, fue traducido a una veintena de lenguas; consiguió destacados galardones y reconocimientos. Valorado por la crítica más exigente, admirado por las nuevas generaciones de escritores holandeses, el autor, que se permitió rechazar el Premio de Literatura Holandesa como crítica a su baja dotación, obtuvo el favor de públicos más amplios con entregas como Habitaciones secretas. Ojalá sigamos conociéndolo, acercándonos a una obra en la que siempre se reflejó. “Solo mi muerte no la habré descrito”, dejó dicho.
Cliente E. Busken ha sido publicado por De Conatus, traducido por Goedele De Sterk.