Emma Rodríguez © 2021 /
“Cuando aprendí a leer, devoraba los libros, y pensaba que eran como un árbol, como un bicho, algo que nace. No sabía que había un autor detrás de todo. Luego descubrí que era así y dije: “Yo también quiero”. En el “Diario de Pernambuco”, los jueves publicaban cuentos infantiles. Yo no me cansaba de mandar mis cuentos, pero nunca los publicaban, y yo sabía por qué. Porque los otros decían: “Érase una vez y esto y lo otro…” Y los míos eran sensaciones”.
Me detengo en estas declaraciones de Clarice Lispector, recogidas por Carolina Hernández Terrazas en su ensayo sobre la escritora, La náusea literaria, tras disfrutar de los relatos que componen Casi de verdad. Cuentos para niños, volumen publicado por la editorial Siruela en una edición bellamente ilustrada por la artista Mariana Valente. Se trata de una entrega a la que podemos acercarnos de distintas maneras, a través de la aproximación más inocente y fresca, en compañía de los más pequeños de la casa (absolutamente recomendable leer estas piezas en voz alta) o, ya como devotos seguidores de la autora, buscando similitudes, pistas, motivos de interés. El segundo camino ha sido el que yo he seguido, pero siempre con la mirada puesta en la niña que fui, en el niño al que tantos cuentos leí, ahora ya en otra etapa de la vida.
El testimonio de Lispector, reproducido al comienzo de este texto, me ha parecido relevante. En él alude a sus primeras creaciones, cuando rondaba los diez años y vivía con su familia en el estado brasileño de Pernambuco. Creaciones en las que ya mostraba su originalidad, sus propias búsquedas, alejadas de las fórmulas al uso. En sus narraciones infantiles asoma su propia niñez y también la condición de madre de una mujer dotada con el don de la invención, de la indagación en territorios enigmáticos, profundos, a los que llega a través de un lenguaje iluminador, capaz de acceder a lo más difícil de nombrar, y nos impacta su capacidad para hablar de tú a tú a sus hijos, a través de los cuales se acerca al público infantil, buscando siempre abrir diálogos, estimular la imaginación.
“Desde la infancia, Clarice aparece como una niña curiosa y observadora ante el mundo: su pasión por los animales, su capacidad para sorprenderse con las cosas pequeñas…”, señala Hernández Terrazas, y yo pienso que ahí, en la curiosidad, en la observación y en la capacidad de sorpresa, se encuentran las claves, los mecanismos de sus cuentos infantiles y también del resto de su obra de creación, dotada de una gran complejidad, hondura, indagación psicológica, búsqueda del latido espiritual oculto. Pero centrémonos en el libro que ahora nos ocupa, Casi de verdad. Una entrega destinada a los niños, que hace las delicias de los mayores y que, como os decía, es ideal para leer en voz alta, en compañía, para abrir compuertas y diálogos que se pueden extender más allá de sus páginas.
“Desde la infancia, Clarice aparece como una niña curiosa y observadora ante el mundo: su pasión por los animales, su capacidad para sorprenderse con las cosas pequeñas…”, señala Carolina Hernández Terrazas en su ensayo “La náusea literaria”.
Nos habla el escritor y pedagogo francés Daniel Pennac, en su obra Como una novela, de “la paradójica virtud de la lectura, que consiste en abstraernos del mundo para encontrarle un sentido”. Leer en voz alta a los más pequeños, nos dice, es un placer que está muy próximo. “Es fácil de recuperar. Basta con no dejar pasar los años. Basta con esperar la caída de la noche, abrir de nuevo la puerta de su habitación, sentarnos a la cabecera de su cama, y reanudar nuestra lectura en común”.
Sugerentes, tiernas, inspiradoras, originales, capaces de atrapar la realidad, incluso la crueldad, y de volar por los cauces más inesperados, estas narraciones son una puerta abierta a participar de esa experiencia, a seguir imaginando, construyendo, alentando la capacidad de los menores para edificar historias, hacer preguntas, empezar a adentrarse en el territorio de los sueños, de las leyendas.

Arranca la entrega con el revelador prólogo de uno de los hijos de la escritora, Paulo Gurgel Valente, primer destinatario de algunas de las historias, quien vuelve a las palabras de Lispector, a un programa de la televisión brasileña, emitido en 1977, donde explicó su dedicación a la literatura infantil, sus motivaciones. Entonces contaba que fue su hijo quien le reclamó un cuento y que, en un principio, le pareció poca cosa y no pensó en que saldría del ámbito familiar hasta que le propusieron publicar un libro para niños. Entonces recuperó esa pieza y siguió explorando un camino que transcurrió como un cauce paralelo de su recorrido creador. “Cuando me dirijo al niño, es fácil porque soy muy maternal. Cuando me dirijo al adulto, en realidad me estoy dirigiendo a lo más secreto de mí misma”, señaló entonces. “El adulto es triste y solitario”; “el niño tiene la Fantasía en libertad”, añadió.
Paulo es el destinatario de uno de los relatos, El misterio del conejo pensante. Lispector cuenta en el prefacio del mismo que la juguetona pieza fue el resultado de la “petición-orden” de su hijo, a la vez que un discreto homenaje a dos conejos que pertenecieron a la familia y que les dieron, según confiesa, “muchos dolores de cabeza y muchas sorpresas mágicas”. El prologuista recuerda que cuando vivían en Estados Unidos, en la ciudad de Washington, donde su padre trabajaba como diplomático en la embajada de Brasil, al ver a su madre trabajando en el salón de la casa, “con su máquina de escribir en el regazo y ocupada con las tareas domésticas”, le dijo “en tono de ultimátum y con el aire tiránico propio de los más pequeños: “Escribes para tantas personas…, por qué no escribes para mí”.
Evoca el hijo los escenarios de esa casa de su niñez, siempre llena de animales. Alude a la importancia de estos en la vida de Lispector y asegura que la mayoría de las escenas que recrea su madre en sus narraciones son fruto de sus vivencias, de su propio recorrido biográfico. También él es protagonista del delicioso cuento que abre el volumen, La mujer que mató a los peces, que adquiere la forma de una confesión, la confesión de un despiste, de una culpa, y se acaba convirtiendo en un recorrido por distintas historias protagonizadas por animales.
“La mujer que mató a los peces, desgraciadamente soy yo”. Así comienza el cuento, donde la autora se limita a relatar, con la máxima sinceridad, sin adornos, que se olvidó de dar de comer a los peces dorados del acuario que su hijo dejó a su cargo cuando se fue de vacaciones, buscando el perdón, o no, de sus lectores. Pero el desarrollo de lo acontecido lo deja para el final, después de evocar otras vivencias, propias o cercanas, con animales diversos. La proximidad que busca con los niños y niñas que pasan las páginas del libro o escuchan el relato de boca de sus mayores, se acentúa a través del diálogo, de las preguntas, siempre con la intención de que intervengan, tomen partido, sean partícipes de la narración de forma activa.
Evoca Paulo Gurgel Valente, el hijo de la escritora, los escenarios de la casa de su niñez, siempre llena de animales. Alude a la importancia de estos en la vida de Lispector y asegura que la mayoría de las escenas que recrea su madre en sus narraciones son fruto de sus vivencias, de su propio recorrido biográfico.
Da pie este relato a que quienes se acerquen a él cuenten también sus historias con animales, sus querencias, sus pérdidas, sus aventuras cotidianas. He ahí uno de los rasgos característicos de esta Clarice Lispector, la misma que revela: “Siempre me han gustado los animales. En mi infancia estuve rodeada de gatos. Tenía una gata que de vez en cuando paría una camada de gatos. Y yo no dejaba que se deshiciesen de ningún gatito. / El resultado es que era una casa muy alegre para mí, pero infernal para los mayores. Al final, como no aguantaban más a mis gatos, me escondieron a la gata con su última camada. / Y me puse tan triste que enfermé con mucha fiebre…”
El tono de acercamiento, de complicidad, como decía, es uno de los mecanismos a los que recurre la autora en estos cuentos tan especiales. En La mujer que mató a los peces se refiere a su amor por los gatos, pero también da cuenta del miedo y asco que le producen los ratones, de su aversión a las cucarachas… También habla de los conejos, de los polluelos, de los patos, y, por supuesto, de los perros. Cuenta su historia con Dilermando, un perro callejero que se encontró y adoptó en Italia, y con Jack, que le acompañó en su estancia en Estados Unidos. Y nos habla, a continuación, de sus vivencias con monos, especialmente con Lisete, una pequeña y coqueta tamarina.
Hay muchas historias en este cuento donde entran también historias, algunas dramáticas, sobre las mascotas de amigos cercanos, y donde se viaja a una isla, con su gran variedad de peces, mariposas, árboles, flores, frutas… Todo antes de llegar al drama de los peces. Lispector es sabia en el arte de administrar los silencios, los paréntesis de espera… Y también en el discurrir de la oralidad dentro de sus piezas, y más allá de ellas, pues busca que los relatos se desarrollen después, tras ser leídos, de manera oral, a través de diálogos tendentes a desentrañar enigmas por resolver, como sucede en El misterio del conejo pensante.
En su prefacio lo deja claro: “Como la historia fue escrita para exclusivo uso doméstico, dejé todas las aclaraciones para las explicaciones orales. Pido disculpas a padres y madres, tíos y tías, abuelos y abuelas, por la contribución forzosa que estarán obligados a dar. Pero, por lo menos, puedo asegurar, por propia experiencia, que la parte oral de esta historia es lo mejor que tiene. Conversar sobre los conejos está muy bien. Es más, este misterio es más una conversación íntima que una historia. De ahí que sea mucho más extensa que su número de páginas. En realidad, solo acaba cuando el niño descubre otros misterios”.

Los cuentos infantiles de Clarice Lispector adquieren forma de conversación, de evocaciones y confesiones, de juego e ingenio. Aparentemente se trata de narraciones realistas al hilo de experiencias biográficas, pero ese realismo está aderezado con toques de enigma y también de fantasía. La fantasía hace acto de presencia en La vida íntima de Laura, protagonizada por una gallina muy particular que acaba siendo protegida por un habitante de Júpiter. Y hay magia en Casi de verdad, que da título a la recopilación de la que os hablo, un relato donde es un perro llamado Ulisses quien cuenta, ladra, la bella historia que “puede parecer de mentira o puede parecer de verdad”; lo último, se aclara, “en el mundo de aquellos a los que les gusta inventar”. Es una historia que transcurre en un gallinero donde la felicidad es rota por la envidia de una higuera. No desvelaré más, pero os aseguro que en ambas piezas se esconden sorpresas y muchos aprendizajes sobre la condición humana. De manera muy sutil, en sus relatos, también en sus magníficas adaptaciones de leyendas, Lispector desliza ideas sobre la felicidad, la venganza, el juego de las apariencias, la ya citada envidia…
De manera muy sutil, en sus relatos infantiles, también en sus magníficas adaptaciones de leyendas, la escritora desliza ideas sobre la condición humana: la felicidad, la venganza, el juego de las apariencias, la envidia…
Con las leyendas, agrupadas bajo el título de Cómo nacieron las estrellas. Doce leyendas brasileñas, adaptaciones de historias tradicionales que fueron el resultado de un encargo para un calendario de una fábrica de juguetes de Brasil, culmina un volumen con el que se disfruta y que puede convertirse en una estupenda puerta de entrada en el territorio, planeta, Lispector. Cada una de las leyendas responde a un mes del año y cada una de ellas recrea creencias, mitos, costumbres. En ellas hay metáforas, moralejas y, por supuesto, animales, muchos animales.
Los animales no solo aparecen en la geografía infantil de la escritora sino que son una compañía permanente a lo largo de toda su literatura. Las cucarachas, que tanto pavor le producían, pavor al que se refiere en estos cuentos, aparecen en una de sus obras fundamentales, La pasión según G. H. Las gallinas, polluelos, monos, perros y otras especies, hacen acto de presencia en muchas de sus creaciones. Os decía al principio que disfruté de la lectura de este libro intentando recuperar el espíritu de la niña que fui, pero sin poder dejar de buscar claves, puentes… Enseguida vinieron a mí escenas e imágenes de los cuentos de la autora que tanto me gustan. Me vi impulsada a volver a ellos y en sus páginas hallé algunas de las historias recreadas para los pequeños, pero trabajadas con mayor complejidad, para los lectores adultos.
En el cuento titulado Una gallina, por ejemplo, que forma parte del libro Lazos de familia, nos encontramos con un ave que intenta escapar de su destino, acabar como manjar de sus dueños, tema que se trata también en el relato infantil La vida íntima de Laura. En ambas piezas se indaga en el ser del animal, perdido en el destino de la especie (cuando muere una gallina aparece otra exactamente igual a ella). Es evidente la fijación de la autora por determinados temas, su gusto por historias vividas que le han dejado un profundo pozo de emocionalidad, de ternura.
A Lisete, la pequeña tamarina que aparece en La mujer que mató a los peces, nos la encontramos en el relato titulado Macacos, incluido en el volumen La legión extranjera. Los dos cuentos parten de los mismos hechos: la compra del animal en un puesto callejero, el amor que despierta en la familia, su enfermedad y su muerte. En las dos ocasiones la historia contada nos conmueve igualmente. Son muchas otras las narraciones en las que encontramos similitudes, búsquedas paralelas.

¿Por qué interesaban tanto los animales a Clarice Lispector?, me pregunto. ¿Cuántas de las claves de su obra creativa hay que buscarlas en su niñez? Hay muchos ensayos críticos sobre la autora, mi modesta indagación, intuición, me lleva a pensar que en los animales la escritora encontraba una cierta pureza, una huida del mundo de las mentiras y falsas apariencias de los seres humanos. “Los humanos son muy complicados por dentro. Incluso se sienten obligados a mentir, imagínate”, le hace saber la gallina Laura a su amigo de Júpiter.
A través de la observación de los animales, de su comunicación con ellos, la niña Clarice empezó a inventar su particular universo y a distanciarse de sus semejantes para forjar otros espacios desde los que mirarlos con mayor clarividencia. “Érase una vez una niña que observaba tanto a las gallinas que les conocía el alma y las ansiedades íntimas”, leemos en Una historia de tan grande amor, dentro del libro Felicidad clandestina, relato que prosigue más adelante: “La niña no había comprendido aún que no puede curarse a los hombres de ser hombres ni a las gallinas de ser gallinas; tanto el hombre como las gallinas tienen miserias y grandezas (la de la gallina consiste en poner perfectamente un huevo blanco) inherentes a sus respectivas especies…”
A través de la observación de los animales, de su comunicación con ellos, la niña Clarice empezó a inventar su particular universo y a distanciarse de sus semejantes para forjar otros espacios desde los que mirarlos con mayor clarividencia.
Este relato en concreto se inicia a la manera de un cuento infantil y me lleva a pensar que la Lispector niña está muy presente en los fondos de su literatura, con sus temores, con sus descubrimientos a cuestas. Irremediable no pensar en sus años de formación cuando la vemos dirigirse a primeros lectores, intentando inocular en ellos la magia de la invención, la apertura de corredores paralelos a la realidad que se acabarán convirtiendo en islas de sentido, de comprensión.
”Clarice Lispector vivió en un ambiente proclive a la creatividad, su infancia estuvo marcada por la influencia hasídica por parte de su padre. Términos como misticismo, creación, nombre, lenguaje y conocimiento forman parte de su estrato cultural (…) Además del misticismo, el misterio que siempre rodeó a la autora fue y sigue siendo un concepto clave para acercarnos a su obra. Un misterio que ella misma quiso expresar y alimentar y que es parte de la temática clariceana: la inclusión de los animales en su narrativa, el tratamiento de personajes en búsqueda de una identidad, etc. Temas revelados por medio de un lenguaje en busca de lo inefable”, vuelvo a las páginas de La náusea literaria, de Carolina Hernández Terrazas, interesante ensayo publicado por la editorial fórcola.
Extraña, ingeniosa, cautivadora, Clarice Lispector en sus distintos ámbitos, con esa capacidad innata para crear historias, para volar muy lejos, muy hacia los adentros –hacia los abismos y oscuridades; también hacia los rayos de luz– con las herramientas de la imaginación y el lenguaje. Llegada a este punto, no puedo evitar regresar a uno de los relatos de la autora que mejor explican el nacimiento de su capacidad creadora. Se trata de Los desastres de Sofía, donde leemos: “Las palabras me anteceden y sobrepasan, me tientan y me modifican, y, si no tengo cuidado, será demasiado tarde: las cosas serán dichas sin que yo las haya dicho (…) Mi confusión viene de que una alfombra está hecha de tantos hilos que no puedo resignarme a seguir un hilo solo; mi enredo viene de que una historia está hecha de muchas historias. Y no todas puedo contarlas -una palabra más verdadera podría de eco en eco hacer desmoronar por el despeñadero mis altos glaciares-. Así, no hablaré más del torbellino que había en mí mientras fantaseaba antes de dormir…”

Me he enredado yo en las historias, en los hilos, en las puertas simultáneas que me va abriendo la escritora. Mi pretensión, os lo aseguro, era invitaros a disfrutar de manera sencilla de sus relatos infantiles; entrar en sus páginas, pequeños y adultos en compañía, a ser posible, como quien abre una caja de sorpresas; como los niños -ayer, hoy, siempre- con los ojos muy abiertos al ver al mago sacar de la chistera un polluelo o un conejo. Tal vez uno de esos animales se escape y corra en busca de otro destino, y al perseguirlo acabe el niño, o la niña, que pueden ser protagonistas de cualquier cuento, o simplemente lectores en potencia, descubriendo túneles secretos, literarios, adictivos.
Casi de verdad. Cuentos para niños, de Clarice Lispector, ha sido publicado por la editorial Siruela. Prólogo de Paulo Gurgel Valente e ilustraciones de Mariana Valente. La traducción del portugués la firma Mercedes Pineda.
En este artículo también se mencionan otros libros de relatos de la escritora, unidos por Siruela en el volumen Cuentos reunidos. También al ensayo Clarice Lispector. La náusea literaria, de Carolina Hernández Terrazas, editado por la editorial fórcola.