Por Emma Rodríguez © 2013 / Un día gris de mediados de noviembre pasé un par de horas leyendo en uno de mis cafés favoritos en Madrid, el Café de la Luz. Me acerqué a los relatos finales de “Cuentos reunidos”, de Clarice Lispector, con una concentración especial, con esa sensación vívida, intensa, de estar tocando las verdades de la ficción. Una sensación que se produce cuando somos capaces de olvidarnos de todo lo que no está dentro de las páginas del libro que nos ocupa; cuando no existe otra realidad, otra felicidad, otra tristeza, que la de sus personajes. “Fue un tarde agradable, estimulante, tras la que todo se pintó de los colores de Lispector, de su mirada. Leía arropada por una música suave, en un escenario que se adecuaba, o al menos eso me parecía a mí, a los ambientes de unos cuentos imprevisibles, reveladores”, anoté en los primeros apuntes de este Diario.
Si a algo invita la estación del frío es a habitar los espacios interiores, a buscar la calidez de los refugios que en las grandes ciudades identificamos con los cafés habituales. Leer en un lugar que nos guste especialmente, a ciertas horas tranquilas, observar a través de los cristales la verticalidad cristalina de la lluvia, resguardarse del afuera… Son pequeños placeres de invierno al alcance de cualquiera. Igual que llegar a casa, quitarse los zapatos y recostarse en el sofá, con una manta encima, dispuestos a adentrarnos en una buena historia o a seguir el vuelo de un poema cargado de sugerencias. En una conversación que mantuve hace algunos meses con Andrés Trapiello, registrada, detenida, en una extensa y profunda entrevista que se puede recorrer aquí, en “Lecturas Sumergidas”, me decía el escritor que la poesía no sólo es la que se conforma verso a verso, que hay narraciones, prosas, construidas con sus hondos materiales; que hay escritores que miran al mundo poéticamente, con la intención de renovarlo, de alumbrarlo con los hallazgos prodigiosos de la palabra.
Es bonito lo que dice Trapiello sobre la poesía como vehículo para “expresar lo inefable”. No he dejado de pensar en ello estas últimas semanas, mientras leía las piezas de Lispector y la última entrega de Eloy Tizón, “Técnicas de iluminación”. He vivido la cercanía entre ambos libros, la corriente de afinidad entre dos obras que buscan la luz, que hablan de la necesidad de encontrar la autenticidad, como algo muy especial. Hay poesía, un vivificante estallido de poesía, en los dos casos. La poesía ha sido esta última temporada para mí una especie de energía, un viento que ha movido las contraventanas y me ha abierto los ojos, la conciencia. La poesía y la música, también la música. ¿Qué hay más cercano al lenguaje sublime de la música que la poesía? De ello tuve la oportunidad de hablar con Ernesto Pérez Zúñiga, a propósito de su interesantísima novela “La fuga del maestro Tartini”, donde tanto se palpa el cauce de esa conexión.
La poesía ha sido esta última temporada para mí una especie de energía, un viento que ha movido las contraventanas y me ha abierto los ojos, la conciencia. La poesía y la música, también la música. ¿Qué hay más cercano al lenguaje sublime de la música que la poesía? De ello tuve la oportunidad de hablar largamente con Ernesto Pérez Zúñiga.
En este número de “Lecturas Sumergidas”, junto a Tartini y su célebre “Trino del diablo”, está Haruki Murakami, que tantas veces me ha llevado a descubrir una pieza, un intérprete, un compositor determinado; en el caso de su última novela, “Le mal du pays”, de Liszt. Y ahí está Erik Satie. Con él realiza un magnífico paseo Nacho Goberna, que además de ser parte fundamental de “Lecturas Sumergidas”, de su imagen y su espíritu, es el ex líder de la Dama se Esconde y el autor en solitario de un disco único, altamente sugerente, “Un bosque de té verde”. Junto con el gran caminante y compositor a contracorriente que fue Satie, Goberna inicia “Pasiones”, una sección en la que distintos autores, distintas firmas, irán dando cuenta, número a número, de su particular historia de fascinación, de complicidad, con una figura de los extensos ámbitos de la creación que haya resultado clave en sus biografías.
Mientras escribo esta página de mi Diario suenan precisamente las “Gymnopédies” de Satie, tan evocadoras que me trasladan a un lugar que visité hace poco y que tiene mucho que ver con ese viento poético del que hablaba antes. Un viaje corto, pero un paseo grandioso por su capacidad de provocar emociones, un paseo a orillas del Duero: los árboles bellísimos en su elevación, teñidos aún de amarillo, escaleras hacia el cielo; el río tranquilo, la imagen de una piragua al fondo, avanzando hacia el puente. Y la experiencia inolvidable de subir hasta San Saturio con los versos de Antonio Machado dentro del corazón. En Soria encontré un lugar para la serenidad, para la introspección y para la poesía en todos los sentidos, ya que fue el fallo de los últimos premios Leonor y Gerardo Diego lo que me llevó hasta allí en calidad de miembro del jurado.
Junto a José Carlos Mainer, maestro de críticos, y Carlos Aganzo, poeta y director de “El Norte de Castilla”, dos estupendos compañeros, tuve oportunidad de comprobar el ímpetu de las actuales corrientes poéticas, el cauce eterno de un latido esencial que acerca al creador a los secretos del alma. El Gerardo Diego, destinado a autores noveles, recayó en “Axis mundi”, de Pilar Verdú, un poemario donde la naturaleza irrumpe alterando y modificando los estados de ánimo. También es importante la naturaleza en “Cuerpo, casa partida”, de Francisco Caro Sierra, el ganador del Leonor. Naturaleza, experiencia vital y referencias culturales se unen en un libro que me ha descubierto la voz de un poeta veterano, capaz de convertir la nieve -sucede en uno de sus poemas- en un estado interior, en una emoción.
“Frente a las prisas y las urgencias del presente, la poesía nos permite detenernos, nos aquieta, nos impulsa a contemplar, a ahondar en lo que sentimos, a percibir el efecto que todas las cosas: los objetos, los paisajes, los cambios atmosféricos, las obras de arte, producen en nosotros”, anoté en mi “Diario” a la vuelta del viaje.
Recupero el apunte y vuelvo a una ciudad “total, precisa, exacta”, que fue como la definió Gerardo Diego en un poema contenido en “Soria sucedida”. “Total, precisa, exacta./ Soria: bien te aprendí./ Yo no sabré cantarte; pero te llevo en mí,/ toda entrañable, toda humilde,/ sin quitar ni poner una tilde”, leo los versos del poeta cántabro, que tanto se identificó con los fríos, apacibles, espirituales entornos del Duero, en una bellísima edición de la Diputación Provincial, realizada por la profesora Esther Vallejo con ilustraciones de Carmen Pérez Aznar. Una edición que se acompaña de un CD con la voz del poeta, recogida en una conferencia sobre Soria que pronunció en 1981 y que se conservaba en los archivos sonoros de Radio Nacional.
Por los corredores de la poesía seguí andando este noviembre tan lleno de actos culturales y en el que se han sucedido los homenajes, con motivo de los 10 años de su muerte, a Manuel Vázquez Montalbán. En la librería y centro cultural Blanquerna de Madrid asistí a un emotivo encuentro en el que se recuperó a un hombre campechano, comprometido y plural, que se consideró poeta por encima de todo, aunque ese perfil ha quedado eclipsado por sus facetas de periodista, narrador y creador del inolvidable y popular detective Carvalho.
Mientras que Rosa Regás y Javier Alfaya desgranaron sus vivencias en compañía de un hombre que tanto sabía del arte culinario, del cultivo de la amistad y de la generosidad hacia los autores noveles, a quienes nunca negó un prólogo, correspondió a Manuel Rico, crítico, novelista y poeta, hablar sobre los versos del autor catalán, sobre una amplia producción donde “el más directo realismo convive con las fórmulas vanguardistas, la cultura anglosajona con la experiencia de los derrotados, el amor idealizado con el descubrimiento del sexo, Conchita Piquer y su “Tatuaje” con los Beatles y con el twist…”, leo ahora un artículo de Rico publicado en el último número de la revista “Mercurio”, que merodea en torno al autor. Un número donde se incluyen otros textos de quienes le conocieron muy bien, entre ellos Maruja Torres y el hijo del escritor, Manuel Vázquez Sallés, autor de “Recuerdos sin retorno” (Península), unas memorias elaboradas con cartas enviadas a quien ya no está, hechas con las ráfagas de los recuerdos y las imágenes extraídas de ese álbum cercano que se guarda como un tesoro.
El último número de la revista “Mercurio” merodea en torno al escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán a los 10 años de su muerte. Un número donde se incluyen textos de Manuel Rico, Maruja Torres y el hijo del escritor, Manuel Vázquez Sallés, autor de “Recuerdos sin retorno” unas memorias elaboradas con cartas enviadas a quien ya no está, con las ráfagas de los rcuerdos.
Si al comienzo de esta “Ventana” hablaba de la poesía como espacio de la iluminación, quiero seguir con las palabras altamente iluminadoras, reveladoras, de Antonio Gamoneda. Escuchar al poeta hablando con los ojos entrecerrados, con la voz queda, en una lectura múltiple, en diferentes lenguas, que tuvo lugar en la Casa del Lector, fue todo un regalo. Se trataba de la culminación de unas jornadas coordinadas por el poeta canario Rafael-José Díaz en torno al autor leonés y a sus traductores a otros idiomas. El poeta recitaba los versos originales en español y le seguían las versiones al francés, al portugués, al alemán, al árabe… “Para mí son composiciones diferentes que indudablemente mantienen vínculos con las mías”, decía.
En un momento dado, a raíz de una de las piezas contenidas en el libro “La descripción de la mentira”, sintió la necesidad de dar una explicación. “Con este título se inició una segunda etapa en mi trayectoria que tal vez dura hasta ahora mismo”, señaló, pasando a reflexionar sobre el proceso, el sentido, el origen de los versos inaugurales que le abrieron las puertas a un tiempo nuevo: “El óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición. / El olvido entró en mi lengua y no tuve otra conducta que el olvido,/ y no acepté otro valor que la imposibilidad…”
Escuchar al poeta Antonio Gamoneda, hablando con los ojos entrecerrados, con la voz queda, en una lectura múltiple, en diferentes lenguas, que tuvo lugar en la Casa del Lector, fue todo un regalo. Allí confesó: “No me entero de lo que subyace en mí hasta que no me lo dicen mis propias palabras”.
Gamoneda relacionó ese “no saber sabiendo” del que surge el poema con la experiencia mística de San Juan de la Cruz, pero dudó de que fuera sólo eso. “Se trata de una experiencia necesariamente poética, un clavo ardiendo para refugiarme de la comprensión, de la incomprensión. Yo no sé lo que sé. No me enteró de lo que subyace en mí hasta que no me lo dicen mis propias palabras”, aseguró. Y de ahí retrocedió hasta el referente histórico, hasta su infancia en el barrio leonés del Crucero, “un observatorio tristemente privilegiado”.
“Yo con el tiempo me he ido dando cuenta de que ese óxido que se posó en mi lengua no pudo ser otro que el de los barrotes desde los que me asomaba a ver a los prisioneros que durante la Guerra Civil eran llevados al Penal de San Marcos”, confesó el poeta. Qué cerca su percepción de la existencia de cauces ocultos que emergen con la fuerza de las palabras de la de Clarice Lispector; su alusión a la experiencia mística, al “no saber sabiendo”.
Desde esta “Ventana” por la que se cuela el invierno, accedo a otro libro-tesoro que acaba de llegarme desde Tenerife y que recoge los poemas, también iluminadores, del autor canario Domingo López Torres, pertenecientes a su obra “Lo imprevisto”, uno de los libros capitales del surrealismo en Canarias. Con ellos dialoga Régulo Hernández y su “Suelo y cielo”. Es la primera entrega de una pequeña editorial exquisita, artesanal, La Espera Ediciones. En este caso se han lanzado 300 ejemplares numerados en los que los versos se acompañan de dibujos originales de Luis Ortiz Rosales y collages de Silvia Navarro. Es una gozada acceder a entregas así. “Nace, pues, el surrealismo de una necesidad grande revolucionaria de destrucción que arruinará definitivamente los conceptos familia, patria, religión…”, voy leyendo a López Torres. “Ven a nuestro tiempo, ven desde tu reclusión en la lejanía, acércate para / desplazar el mal con tu sol negro, tráenos hasta aquí tu rayo imprevisto para que deshaga los nudos del tedio. Traénos tu palabra transparente y/ comparte tus sueños destruidos con el nadador que bordea la playa y su/ utopía”, me detengo en las palabras de Régulo Hernández , palabras bañadas por “la luz atlántica” que me llevan a perderme en rememoraciones de olas bravas y arenas negras.
“La poesía es la llave que despierta los recuerdos y que rescata emociones olvidadas”, recurro a otro de mis breves apuntes. Y no quiero finalizar sin recomendar otro libro que acabo de descubrir, un libro para que los niños empiecen a aprender el necesario, saludable, lenguaje de las emociones, que puede ayudar también a muchos adultos. Se trata de “Emocionario” (Palabras aladas) y en él un grupo de ilustradores va poniendo hermosas imágenes a los textos de Cristina Núñez Pereira y Rafael R. Valcárcel sobre la ternura, el amor, la culpa, el odio, la inseguridad, la vergüenza, el miedo, la confusión, el placer, el orgullo y un largo etcétera. Un magnífico cóctel para aprender a identificar el lenguaje de los sentimientos que recomiendo especialmente.
Nota final: Cerrando este número de “Lecturas Sumergidas” y teniendo en cuenta que las Navidades se aproximan y que los libros son el mejor regalo, otra sugerencia: “Las increíbles historias”, un libro de cuentos infantiles, ilustrado con dibujos de niños con síndrome de Down y cuyos beneficios van para la Fundación Garrigou, que se ocupa de su educación y necesidades. Los relatos los firman: Paloma Orozco, Marcos Chicot, Pepa Roma y Lourdes Ventura. Los ejemplares pueden encontrarse en librerías que colaboran con la iniciativa, entre ellas la Rafael Alberti.
Las fotos de esta Ventana fueron realizadas por Nacho Goberna en el Café de la Luz, en la calle Puebla, número 8. Madrid.