Julie London, la voz que lloró un río

Fidel Oltra © 2020 / 

Los pocos espectadores que asistirían en 1944, en plena II Guerra Mundial, a las proyecciones de una película de bajo presupuesto llamada Nabonga, estarían lejos de suponer que aquella chiquilla rubia que sobrevivía en la jungla bajo la protección de un gorila iba a disfrutar, en las décadas siguientes, de una fructífera carrera no solo cinematográfica sino también musical. La protagonista de aquella película se llamaba Julie London, todavía iba al instituto y compaginaba sus estudios con un trabajo como ascensorista. Puede que a alguien le sonara su cara y su esbelta figura, ya que apareció como pin-up en la revista “Esquire” a finales de 1943, pero seguramente nadie se imaginaba que, pocos años después, estaría compartiendo protagonismo con gente como Gary Cooper, Rock Hudson o Robert Mitchum, y grabando discos de jazz vocal que hoy son muy apreciados entre los aficionados al género. Seguramente no se lo imaginaba ni siquiera la propia Julie London, nacida en 1926 como Julie Péck, ya que desde niña fue tímida, introvertida y con poca confianza en sí misma.

Una timidez que venció, en parte, gracias a la música. Sus padres, Jack y Rosalie, eran artistas, profesión complicada que en ocasiones compaginaban con otros trabajos más ordinarios, llegando a tener su propio programa de radio. En uno de esos programas debutó como cantante la pequeña Julie, que desde su infancia, apoyada por su madre, admiraba e imitaba a la gran Billie Holiday. Cuando en 1941 la familia entera se mudó a Los Ángeles, Julie siguió haciendo sus pinitos como cantante, llegando a actuar en algunos clubs nocturnos a pesar de que seguía arrastrando una gran timidez y cierto miedo escénico. Dificultades que, incluso en sus momentos de fama, nunca dejaron de acompañarla. Aunque parecía transformarse tanto en los platós de cine como en los estudios de grabación, fuera de ellos era casi inaccesible, concediendo muy pocas entrevistas y manteniendo su vida privada lejos de los focos y del cotilleo de Hollywood.

Aunque, como hemos comentado, los primeros pinitos artísticos de Julie London fueron como cantante, llegó a la fama en primer lugar como actriz. Cuando trabajaba como ascensorista coincidió un día con la mujer de Alan Ladd, Sue Carol. Sue había sido actriz durante más de una década, pero en los años 40 se dedicaba a buscar talentos, profesión que ejerció con tanto éxito que la industria del cine le dedicó una estrella en el Hollywood Walk of Fame, ya en los años 80. Sue se fijó en aquella joven de gran atractivo, y le consiguió algunas pruebas de cámara. Julie todavía asistía al instituto y casi se había olvidado de labrarse una carrera artística seria, más allá de sus actuaciones esporádicas como cantante de club. Desde luego, lo que no se había imaginado jamás es que su futuro pudiese estar en el cine.

Un futuro que empezó a labrarse con la antes mencionada Nabonga, una película casi olvidada pero que sirvió para que Julie apareciese en más películas, con papeles en general cortos, muchas veces sin ni siquiera salir en los créditos. Sin embargo sus pequeñas apariciones debieron llamar la atención de alguien, porque a finales de la década de los 40 consiguió un contrato nada menos que con la gran compañía Warner Bros. Al poco de firmar debutó con Task Force (1949, Puente de Mando en España), película bélica que contaba con Gary Cooper y Jane Wyatt como protagonistas y en la que aparecía también el laureado secundario Walter Brennan. Un año después llegó su primer papel como protagonista para Warner Bros en la película Return of the Frontiersman (1950, El Regreso del Pionero en España). Parecía que su trayectoria en la gran pantalla se iba consolidando, pero inesperadamente, justo cuando acababa de rodar una tercera película llamada The Fat Man (1951), en la que actuaba junto a Rock Hudson, la Warner decidió rescindir su contrato. Por suerte otra gran compañía, Universal, llegó al rescate de la película y de la actriz. Julie, sin embargo, acababa de casarse con el también actor Jack Webb y, no viendo un futuro claro en el mundo de la interpretación, decidió dejarlo un tiempo y dedicarse a ejercer exclusivamente sus labores como ama de casa, algo habitual en aquellos tiempos.

Bueno, no tan exclusivamente. Aunque es difícil de confirmar, parece ser que Julie London no abandonó del todo su carrera artística, al menos en lo que se refiere a la música. Parece seguro que a mediados de los 50, incluso antes de divorciarse de Webb, Julie seguía cantando en los clubes de Los Ángeles. Su voz, junto a su evidente incomodidad escénica, le daban un aspecto frágil, delicado, y al mismo tiempo los estándares de jazz sonaban, en su boca, aterciopelados y mágicos, en ocasiones también desoladores. Alguien describió su forma de cantar como “los trinos de un pájaro herido”. Cuando, después de su separación, retomó su carrera en el cine con películas como The Fighting Chance (1955, con Rod Cameron), siguió actuando y cantando en los clubes angelinos de jazz, cada vez con mayor seguridad aunque sin librarse totalmente de sus miedos.

En uno de esos clubes fue descubierta por Simon Waronker. Simon era un músico que había vivido en Europa antes de volver a América tras ver el delirio al que se encaminaba Alemania con los nazis en el poder. En los Estados Unidos trabajó como músico durante más de una década, grabando principalmente bandas sonoras para la 20th Century Fox. Justo en 1955 había decidido independizarse y fundar su propia compañía, Liberty Records, por lo que andaba buscando desesperadamente un fichaje que hiciera despegar su sello. Entonces su camino se cruzó con el de Julie London. Cuando Julie escuchó la oferta de aquel caballero, que le prometía una carrera musical profesional, volvió a ella toda la timidez y el miedo que llevaba sintiendo desde niña. Sin embargo, tras pensarlo un tiempo, aceptó. No podía pasar nada malo. Tal vez grabara un par de discos con aquellos estándares de jazz que tanto le gustaban, discos que comprarían pocas personas y serían olvidados en poco tiempo. Seguramente no tendría que hacer giras, ni dar entrevistas, ni atender otras actividades promocionales que le provocaban una inquietud cercana al pánico.

Lo que pasó, sin embargo, fue que Julie London grabó más de 30 Lps en menos de 20 años, que fue nombrada la artista femenina más popular durante tres años consecutivos, 1955, 1956 y 1957 – años en los que, es justo recordar, Ella Fitzgerald publicó también espléndidos álbumes con las canciones de grandes del American Songbook como Cole Porter, Rodgers & Hart o Duke Ellington – y que llegó a aparecer en la portada de la revista “Life“. Su foto, a toda página, aparecía junto al texto “el cine encuentra a una cantante”. En sus páginas interiores la todavía joven Julie desplegaba toda su timidez e inocencia al confesar, de una manera un tanto ingenua, que su rugosa pero dulce voz que todo el mundo admiraba se debía, principalmente, a su afición por fumar ingentes cantidades de cigarrillos. Toda esa fama, esa súbita subida al estrellato, se debió principalmente a una canción. La canción con la que debutó de manera profesional en el mismo año 1955 en el que fue descubierta cantando en un oscuro club de jazz.

Cry me a river entraría dentro de la categoría de las llamadas “torch songs”, agrias canciones de desamor, desgarradoras viñetas de relaciones acabadas, amores imposibles y ajustes de cuentas sentimentales. Un estilo de canción que estaba en alza en los 50, como demuestra que justamente en 1955 Billie Holiday acababa de publicar un disco llamado Music for Torching que incluía conocidas canciones de Irving Berlin, Cole Porter, Jerome Kern, Dorothy Fields, Johnny Mercer o Harold Arlen, entre otros grandes compositores. Cry me a river no era uno de esos estándares clásicos en aquel momento. En realidad fue escrita en 1953 por Arthur Hamilton para una película llamada Pete Kelly’s Blues, protagonizada y dirigida precisamente por Jack Webb, todavía casado con Julie London cuando se inició el rodaje. En aquella película aparecía gente como Janet Leigh, Lee Marvin, Jayne Mansfield y las cantantes Peggy Lee y la gran Ella Fitzgerald, que se encargarían de cantar algunas canciones.

Hamilton compuso tres temas para la película, pero finalmente solo se incluyeron dos de ellas, descartándose precisamente Cry me a river. Tras ofrecerse a diferentes cantantes, siendo rechazado por todas ellas, el compositor usó su amistad con Webb para entrar en contacto con Julie London. No está claro si fue Webb, el propio Hamilton o Bobby Troup, que pronto se convertiría en el segundo esposo de la cantante, quien finalmente la convenció para grabar la canción. Según un obituario publicado en el boletín de Billboard, semanas después del fallecimiento de la cantante, fue esta la que entró en primer lugar en contacto con Hamilton, de quien había sido compañera de clase, para que escribiera las canciones de Pete Kelly’s Blues, con lo que hay que suponer que Hamilton y London estaban en contacto directo sin necesidad de intermediarios. En cualquier caso, a quien haya sido responsable de que London grabara Cry me a river hay que darle las gracias por toda la eternidad.

Puedo imaginarme aquella sesión de grabación. Cierro los ojos y puedo ver la expresión recelosa de quienes pensaban que aquel single era el típico capricho de actriz con cara bonita; medio Hollywood se moría de ganas de grabar canciones para añadir a su currículum la faceta de cantante. No me cuesta tampoco recrear el cambio de sus muecas de escepticismo por otras de incredulidad al escuchar la voz de London, ese trino de un pájaro herido, entonando los primeros versos de la canción:

Now you say you’re lonely
You cry the whole night thorough
Well, you can cry me a river, cry me a river
I cried a river over you

{ Ahora dices que estás solo. Lloras durante toda la noche. Bien, puedes llorarme un río, llórame un río. Yo lloré un río sobre ti. }

La venganza, como dicen, es un plato que se sirve frío. Julie London, cuando cantaba esa estrofa con su voz moldeada por el tabaco pero infalible, parecía cargar sobre sus hombros todas las revanchas pendientes, las ganas de desquitarse de todas las mujeres abandonadas, el deseo de todas ellas de que llegara el momento en el que pudieran decirle a su amante, “¿Así que ahora te sientes solo y vienes a llorarme? Pues ya puedes llorar, que yo ya lloré lo mío”. London sonaba tan real, tan cruda, tan distante pero emotiva a la vez como lo hicieron Billie Holiday cuando cantaba Don’t explain o I’m a fool to want you y Chet Baker cuando hacía lo propio con My funny Valentine o I fall in love too easily. Julie London entraba así, con su primer single, en ese Olimpo del jazz reservado a las mejores voces. Bueno, en realidad no lo hizo inmediatamente. El gran salto a la eternidad de Cry me a river tuvo que esperar a su inclusión, interpretada por la propia Julie London, en la película The Girl Can’t Help It, una comedia musical que intentaba aprovechar al mismo tiempo el atractivo físico de Jayne Mansfield y el tirón del rock and roll, estilo moderno y rompedor que estaba siendo la gran sensación entre los jóvenes y una pesadilla para sus padres. Al igual que ocurrió con Rock around the clock un año antes, cuando se incluyó en los títulos de crédito de Blackboard Jungle (Semilla de Maldad) y desató una histeria colectiva, Cry me a river pasó a formar parte de los grandes estándares de jazz vocal de todos los tiempos tras aparecer en The Girl Can’t Help It.

Sería injusto, sin embargo, considerar a Julie London como la típica “one-hit wonder”. Es cierto que  no consiguió alcanzar similares niveles de éxito con ninguna otra canción, pero durante un par de décadas Julie grabó una gran cantidad de discos en los que exhibía su seductora voz, demostrando que, en contra de lo que inicialmente pudieran pensar, era mucho más que un cuerpo y una cara bonita, y que su aventura musical no era ningún capricho, sino una pasión interna tan fuerte, o quizás más, que la de la interpretación. Poco después de que Cry me a river saliera como single, Julie London publicó un disco titulado Julie is her name en el que, tras abrir con la que acabaría siendo su canción más conocida, repasaba el cancionero clásico norteamericano con deleite, sensibilidad y una competencia vocal curtida en todas esas noches actuando en los clubes de jazz. Junto a Cry me the river aparecían canciones muy conocidas, escogidas expresamente para combinar bien con el que sería su gran éxito: I’m in the mood for love, Can’t help lovin’ that man, I love you, Gone with the wind, S wonderful o I should care.

La experiencia se repitió unos años después con un segundo volumen, Julie is her name vol. 2, repleto de grandes temas como Blue Moon, What is this thing called love? o I guess I’ll have to change my plan. Julie demostró, en estos primeros años de intensas y prolíficas sesiones de grabación, que no solo podía interpretar dolorosas canciones de desamor sino también adaptar su voz a todo tipo de ritmos. Sus interpretaciones de clásicos como Fly me to the Moon o Hello, Dolly!, así como sus grabaciones de éxitos latinos como Perfidia, Bésame mucho o Frenesí mostraban a las claras que su talento vocal no se ceñía a las baladas lacrimógenas. Su particular voz, aparentemente monótona pero repleta de bonitos matices, grave pero suave, se amoldaba a todos los registros que se lo ofrecían. Así, entre la década de los 50 y los 60 grabó decenas de discos en los que tan pronto recreaba los ya conocidos estándares del jazz vocal como los grandes éxitos del momento, atreviéndose incluso con canciones tan ajenas a su estilo como Light my fire, de The Doors, And I love her de los Beatles (retitulada como And I love him) o Mighty Quinn de Bob Dylan, temas que consiguió llevar a su terreno con una elegancia y personalidad que nada tenían que envidiar a lo que hicieron, puestas en similares tesituras, grandes como Shirley Bassey o Astrud Gilberto. Artista esta última, por cierto, con la que Julie London guarda un interesante parecido tanto en su timbre vocal, en los tonos más habitualmente utilizados como en su fraseo a la hora de cantar.

Aunque Julie London siguió grabando discos en los 60, aquella década y la siguiente fue la televisión el medio en el que estuvo más presente. Tras múltiples apariciones en diferentes series, algunas tan conocidas como La hora de Alfred Hitchock o El Agente de CIPOL, el momento de destacar también en la pequeña pantalla le llegó a principios de los 70 con Emergency!, una serie que se emitió durante cinco años en los Estados Unidos y que seguía las peripecias de un equipo de bomberos y sanitarios en la ciudad de Los Ángeles. Julie London tenía un papel protagonista, interpretando a la enfermera Dixie McCall. No recuerdo si la serie llegó a estrenarse en España: tengo vagos recuerdos de series similares (Hospital General, Centro Médico, Marcus Welby…) pero no de esta en concreto, así que no puedo asegurar si llegó a pasarse por RTVE.

En un especial de la BBC definieron la forma de cantar de Julie London diciendo que “algunos cantan como si se dirigieran a una multitud, otros como si estuviesen en una pequeña sala con un reducido número de oyentes; Julie cantaba como si estuviese a solas contigo en una habitación”. Siempre celosa de su intimidad, cuando la serie Emergency! fue cancelada rechazó diversas propuestas artísticas para centrarse en su vida familiar, haciendo caso omiso asimismo a la mayoría de invitaciones que recibía para ser entrevistada o aparecer en cualquier tipo de acto público. En 1995 sufrió un infarto, y desde entonces tuvo que lidiar con una precaria salud hasta su fallecimiento en octubre del año 2000.

Pocas artistas en el mundo pueden presumir de una carrera tan polifacética como la de Julie London, y menos aún de haber actuado junto a los grandes de Hollywood y a la vez haber dejado como legado musical un puñado de discos espléndidos, todavía venerados hoy por los aficionados al jazz vocal, y una canción inmortal como Cry me a river.

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