Tres canciones para Peter Pan

Por Fidel Oltra © 2017 / James Matthew Barrie tenía apenas 6 años cuando uno de sus hermanos mayores, David, falleció en un desgraciado accidente patinando sobre hielo. El pequeño James, igual que el resto de su familia, quedó devastado por la pérdida. El único consuelo que le quedó a su madre, Margaret, es que el pequeño David sería siempre su niño: nunca crecería, nunca se convertiría en una persona adulta, jamás abandonaría el hogar familiar. A esa reconfortante idea se aferraron los Barrie. Concretamente el pequeño James la interiorizó hasta tal extremo que él mismo parecía negarse a crecer, devorando novelas de aventuras, especialmente las de piratas, sus favoritas. Pero no solo se alimentaba de historias ajenas sino que, dotado de una imaginación desbordante, inventaba las suyas propias. Con ellas entretenía a sus hermanos, a sus amigos, y a cualquiera que quisiera escucharle. Por supuesto, acabó decidiendo que sería escritor. Tras estudiar en Edimburgo, se trasladó a Londres donde intentó abrirse paso en el mundo de la literatura, sobre todo escribiendo obras teatrales.

J M Barrie y Michael Davies, vestido de Peter Pan, jugando en el Cottage Black Lake de Surrey a principios del SXX.
J.M. Barrie haciendo del Capitán Hook y Michael Llewelyn Davies vestido de Peter Pan, jugando en el Cottage Black Lake de Surrey en 1905.

Entre los chavales a los que James entretenía con sus historias estaban los hermanos Michael, Jack y George Davies, a los que conoció mientras paseaba por el parque de Kensington Gardens en Londres. Entabló con ellos una buena amistad que acabó extendiéndose al resto de sus hermanos y a sus padres, Arthur y Sylvia. Barrie pasaba mucho tiempo con la familia, especialmente con los pequeños Michael, Jack y George, jugando a su juego favorito: inventar y representar historias de piratas. Ese mismo año, 1897, nació el pequeño Peter Davies.

Peter era muy pequeño para unirse a los juegos, pero James Barrie lo inmortalizó junto a sus dos hermanos mayores en una serie de fotografías que documentaban sus aventuras. Al mismo tiempo, su carrera como autor empezaba a despegar. Su gran éxito, sin embargo, llegaría unos años después. En 1901, inspirado por su propia niñez y por sus amigos los Davies, introdujo en su novela The Little White Bird un par de capítulos protagonizados por un niño de 7 años, más o menos la edad que tenía Barrie cuando murió su hermano mayor, que vivía todo tipo de aventuras con sus amigos. El éxito del personaje llevó a Barrie a dedicarle más atención hasta que en 1904 se estrenó una obra en la que el pequeño aventurero era ya el protagonista principal. La obra se llamaba Peter Pan.

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La historia del niño que no quería crecer, pasando su vida entre juegos y mágicas aventuras, fascinó desde el primer momento. Y lo hizo porque representaba una idea muy perseguida por el ser humano desde siempre: la eterna juventud. Una juventud física, pero también mental. Negarse a crecer, a seguir las normas de los mayores, sobre todo en aquella sociedad tan encorsetada. Simplemente disfrutar de la existencia. El drama es que todos crecemos y acabamos absorbidos por esa “sociedad de los mayores”, pasamos a formar parte de ella hasta que, finalmente, nosotros mismos nos convertimos en esos “mayores” a los que los niños que llegan detrás sueñan con no llegar nunca a parecerse. Pero también lo harán. Y a los que no lo hacen, se les atribuye una especie de patología llamada, precisamente, el Síndrome de Peter Pan. Los que lo sufren pasan por egoístas en el mejor de los casos, o por desequilibrados mentales en el peor.

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Michael Davies murió ahogado en Sandford Lasher, a pocos kilómetros de Oxford, en 1921. Aunque la policía señaló que fue un muerte accidental, medios especularon con que fuera suicidio. Un año después de su muerte, Barrie señaló que “en cierto sentido el fallecimiento de Michael fue mi propio final”. El hermano de Michael, Peter Davies, que siempre se proclamó como el “verdadero” Peter Pan, se quitó la vida en 1960.

Y es que el paso de la infancia a la adolescencia no es sencillo. Ni para los niños ni para los padres: que se lo digan a todas aquellas mamás y papás que echaron alguna lagrimita con Toy Story 3, estrenada en 2010. Al igual que sus dos entregas precedentes, se trataba de una película infantil con mensaje para los mayores, pero en este caso el mensaje era más que nunca para ellos. Andy se hizo mayor, se olvidó de los viejos juguetes y se disponía a abandonar, aunque fuera simplemente para ir al instituto, el hogar familiar. Una situación que suele ser traumática y dolorosa para los padres (también para eso hay un nombre, Síndrome del Nido Vacío) y que debería ser ilusionante para unos niños que se disponen a iniciar una nueva etapa, a iniciarse en nuevos y misteriosos ritos, a conocer mundo. Sin embargo, pocos de nosotros recordamos esa transición con alegría. ¿Por qué? ¿A qué se debe esa sensación de pérdida asociada con el paso a la adolescencia, esa nostalgia con la que la mayoría recordamos nuestra niñez? En mi opinión, más allá de lo desagradable que resulta darse cuenta del rápido e inexorable paso del tiempo, básicamente esa nostalgia se debe a que con el tránsito hacia la edad adulta perdemos muchas de las cosas que caracterizan a una infancia feliz: la ilusión, la magia, la capacidad de asombro, la curiosidad, la frescura de ideas… Todo lo que hacía tan mágico a Peter Pan, el niño que no quiso crecer.

Roger Hodgson, Supertramp, autor de “The logical song”
Roger Hodgson, Supertramp.

Muchas son las obras, canciones, novelas o poemas, que se han escrito sobre ese difícil paso a la edad adulta. Roger Hodgson, uno de los fundadores y cantantes de Supertramp, escribió sobre ese vacío existencial en The logical song, una canción de 1979 cuya fama, irritante ubicuidad y aparente sencillez no deberían esconder el mensaje que lleva incluido. Hodgson cuenta como “cuando era joven me parecía que la vida era maravillosa, un milagro, era bella, mágica”, pero que pronto empezaron a enseñarle a ser “sensato, lógico, responsable, práctico”. La magia se pierde, la cabeza toma las riendas. Hay que ser un adulto serio y responsable, “aceptable, respetable, presentable…” En inglés todo ello rima con “vegetable”. Un vegetal. Hodgson acaba preguntándose quién es, suplicando que alguien le explique cómo el niño que soñaba con una vida llena de maravillas se ha convertido en alguien tan gris. Más o menos por la misma época Roger Waters estaba escribiendo Another brick in the wall para su grupo Pink Floyd, un tema dividido en tres partes que iba a formar parte de su ópera rock The Wall. La segunda parte de la canción era un griterío infantil contra las cadenas de la rígida educación tradicional británica: “no necesitamos educación, no necesitamos control del pensamiento”.

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Roger Waters, Pink Floyd.

Veinte años antes Lenny Lipton, un adolescente de 19 años, estudiaba Física en la Universidad de Cornell, en los Estados Unidos. Más tarde Lipton sería conocido por escribir libros básicos para gente con voluntad de iniciarse en el mundo del cine, como The Super 8 book o Independent Film Making, así como por ser el inventor del sistema de visión estereoscópica. Pero entonces su mente estaba ocupada, además de por sus estudios, por la obsesionante idea de crecer, de hacerse adulto, de afrontar las dificultades de la vida de los mayores. El joven estudiante de Física escribía poemas como válvula de escape, algo que también hacía uno de sus compañeros de pupitre: Peter Yarrow. Graduado en la High School of Music and Art de Nueva York, Peter había recibido un premio especial por su trabajo en Ciencias, lo que le valió ser admitido en la Universidad de Cornell. Peter tenía una máquina de escribir que utilizaba para componer poemas y letras de canciones, su gran afición, y un día se la prestó a Lenny para que le fuera más fácil pasar sus ideas al papel. Inspirado por el poema The tale of Custard the Dragon, escrito años antes por Ogden Nash, Lenny garabateó unos versos sobre un niño que vivía feliz jugando con su amigo, un dragón mágico, al que deja abandonado y triste cuando crece y empieza a olvidarse de sus juegos infantiles, tal como le ocurrió a Andy en Toy Story 3 cuarenta años después. Cuenta la historia que, sin prestarle demasiada atención al resultado, la hoja con el poema se quedó en la máquina cuando se la devolvió a Peter, que la guardó como curiosidad.

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Lenny Lipton

Años más tarde Peter Yarrow se unió a Paul Stookey y Mary Travers para formar el grupo folk Peter, Paul and Mary. Desde sus primeros conciertos Peter introdujo una canción que había compuesto basada en el poema que su amigo Lenny había dejado olvidado en su máquina de escribir. La canción, Puff the magic dragon, fue uno de sus mayores éxitos y acabo convertida en un icono de los 60, un estándar de la cultura americana y casi podríamos decir que mundial (su versión en catalán es una de las más populares canciones infantiles en esa lengua). Por supuesto, Peter localizó a su antiguo compañero Lenny para acreditarlo como coautor de la canción. Hoy Leonard Lipton tiene casi 80 años, es miembro de algunas de las más reputadas sociedades científicas relacionadas con comunicación audiovisual de los Estados Unidos, su nombre aparece regularmente en las más prestigiosas publicaciones sobre fotografía o cinematografía, y sigue recibiendo regalías por aquel poema en el que volcó sus inquietudes de adolescente.

Peter, Paul and Mary
Peter, Paul and Mary
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