¡Por fin!, Etta James

Fidel Oltra © 2021 / 

El 4 de noviembre de 2008 fue un día histórico para los Estados Unidos. Tras ganar las elecciones al candidato republicano John McCain, Barack Obama se convirtió en el presidente electo de la nación, siendo el primer afroamericano que lo conseguía. Parecía abrirse un camino de esperanza para la igualdad racial en aquel país y también, en general, para el mundo, aunque al final todo quedó en buenas intenciones, resultando en una pequeña decepción que desembocó en la llegada de Trump a la Casa Blanca. Pero esa es otra historia, la que estamos contando aquí tiene que ver con lo que pasó el 20 de enero de 2009, en el juramento de Obama como 44º Presidente de los Estados Unidos. Esa noche Barack y Michelle Obama asistieron a numerosos eventos y bailes inaugurales, siendo la cantante Beyoncé la anfitriona del primero de ellos. La pareja disfrutó de su primer baile como Presidente y Primera Dama a los acordes de At last, una canción que había popularizado Etta James a principios de los 60. Tenía sentido, puesto que Beyoncé había interpretado el papel de Etta James en la película Cadillac Records, apenas unos meses antes. Los Obama bailaron y rieron, Beyoncé se emocionó y todo el mundo acabó la noche feliz. Bueno, no todo el mundo.

A algún medio se le ocurrió preguntar a Etta James lo que pensaba sobre la actuación de Beyoncé, suponiendo que para ella sería un gran honor que una de las canciones que más popularidad le dieron sonara en un primer baile presidencial. Se equivocaron: Etta reaccionó de forma airada, burlándose de las orejas de Obama, afirmando que a pesar de ser negro no le representaba, y para terminar acabó diciendo que “quizás le dieran una paliza” a Beyoncé. Fue una equivocación, una salida de tiesto y una reacción exagerada que posteriormente intentó matizar, pero ese fue el día en el que muchos norteamericanos recordaron que Etta James seguía viva, mientras que para algunos otros posiblemente fue la primera vez que oyeron hablar de ella. Sin embargo, había sido muy grande, aunque quizás no consiguiera entrar en ese selecto club del soul donde siempre aparecen los mismos nombres de todos conocidos, aquellos que han calado más hondo no ya entre los aficionados al género sino en la cultura popular en general. 

Etta James nació en 1938 como Jamesetta Hawkins. Su madre, Dorothy Hawkins, apenas tenía 14 años cuando la trajo al mundo. El nombre de su padre nunca se supo con seguridad, aunque la propia Jamesetta llegó a creer que era hija de Rudolf Wanderone, el famoso jugador de billar conocido como “El Gordo de Minessota”. Un apodo que tomó prestado de la película El Buscavidas (1961), protagonizada por Paul Newman, intentando convencer a todo el mundo de que la película iba sobre él, aunque no era así. Etta creció sin padre y prácticamente sin madre, puesto que Dorothy iba y venía de casa mientras dejaba a su hija al cuidado de familias de acogida. Como muchas cantantes de soul, empezó su carrera artística en el coro de la iglesia. En su caso, sin embargo, ni siquiera esos momentos iban a ser una liberación de su difícil infancia. Junto a las lecciones que le impartía James Earle, director del coro de una iglesia baptista de Los Ángeles, también recibió numerosos malos tratos y abusos físicos. Obligada a forzar su voz, cuando no conseguía alcanzar los tonos adecuados, era golpeada. De vuelta a casa, durante su estancia al cuidado de “Sarge” y “Mama” Lu, una de las parejas que más tiempo la tuvieron en acogida, la pesadilla continuaba. Por la noche, cuando había partida de póker en casa, la obligaban a cantar para los jugadores. Si se negaba, volvía a ser golpeada. 

Cuando tenía 12 años Jamesetta volvió con su madre biológica tras la muerte de “Mama” Lu. Ambas se fueron a vivir a San Francisco. Allí entró en contacto con la cultura “doo-wop”, con la gente que cantaba en las calles y en pequeños locales, fantaseando con formar su propio grupo vocal. Una fantasía que se convirtió en realidad con The Creolettes. Con ellas llegó a actuar tanto en San Francisco como en Los Ángeles, donde fueron descubiertas por el cantante Johnny Otis. Él fue quien decidió no solo cambiar el nombre del grupo por The Peaches, sino también quien sugirió a Jamesetta que su nombre artístico sonaría mejor si intercambiaba las sílabas. A partir de entonces se presentaría como Etta James. Antes, sin embargo, había llegado a publicar un sencillo como Miss Peaches, una canción llamada Calling Moody-Field.

Según algunas fuentes, sobre todo de músicos que trabajaron con la cantante posteriormente, parece ser que el sencillo tuvo cierto éxito y que en esos años llegó a conocer a Elvis Presley y a B.B. King, con quien afirman que estuvo involucrada sentimentalmente con apenas 15 años. Volviendo a su nueva época como Etta James, junto a Johnny Otis preparó una canción “respuesta” (muy de moda entonces, sobre todo en el terreno del blues) a Work with me, Annie de Hank Ballard. La misma se llamó The Wallflower, tras varios cambios de título, intentando burlar la censura, y resultó ser el primer número uno en las listas de R&B de Etta James con su grupo, que gracias a Johnny Otis había firmado con el sello Modern. Tras su éxito, The Peaches llegaron a ser teloneras de Little Richard en una gira nacional. Poco después Georgia Gibbs, veterana cantante que se hizo famosa en los 50 interpretando versiones pop de canciones de R&B – algo común en la época –, consiguió llegar a los primeros puestos de las listas generales con Dance with me, Henry una copia de la canción de Otis y James. Fue la primera vez que Etta James se sintió agraviada y tratada de forma injusta respecto a su valía como artista. No sería la última, como ya sabemos.

Etta James acabó dejando a The Peaches y lanzándose en solitario. Tuvo un relativo éxito con una canción titulada Good rockin’ Daddy, pero en general la segunda mitad de los 50 fue para ella una especie de travesía del desierto. Apenas tenía 20 años y ya sufría de adicción a las drogas, además de haber pasado por diversas relaciones tormentosas. En lo artístico, fueron años de oscuridad. Sus sencillos en solitario no se vendían, viéndose obligada a trabajar en el circuito de pequeños clubes sin ninguna repercusión más allá del ámbito local. Todo empezó a cambiar en 1959, cuando conoció a Leonard Chess, cofundador y responsable de Chess Records, quien la fichó para su compañía subsidiaria Argo.

Chess le puso a trabajar con los productores Ralph Bass y Harvey Fuqua y pronto llegaron los primeros éxitos. Algunos de ellos fueron modestos, como If I can’t have you o Spoonful, canción esta última que fue lanzada junto a Fuqua bajo el nombre de Etta & Harvey. Sin embargo, pronto consiguió llegar al número 2 de las listas de R&B y entrar en las de pop con All I could do was cry. Una canción compuesta por Berry Gordy junto a su hermana Gwen y Billy Davis; aunque Gordy ya había fundado Motown, en aquellos primeros años todavía componía para artistas de otros sellos. La canción tiene su particular historia, puesto que Harvey Fuqua había estado relacionado sentimentalmente con Etta James antes de casarse con la propia Gwen Gordy, algo que, cuentan, hizo que la interpretación de Etta fuera especialmente dolorosa. Mientras tanto, ella hacía coros en canciones de otros artistas de Chess Records, apareciendo acreditada en temas como Back in the U.S.A. de Chuck Berry

My dearest darling, Tough Mary o Spoonful, de nuevo con Fuqua, fueron otros de los sencillos que Etta James publicó con Argo / Chess en la segunda mitad de 1960, antes de lanzarse a la aventura de grabar un álbum entero. En aquella época los discos largos no tenían demasiada relevancia más allá de ser simples recopilaciones de éxitos, aunque esto era algo que en el mundo del jazz estaba cambiando según las composiciones se hacían más largas y complejas. En 1960 habían visto la luz álbumes míticos como Giant Steps, de John Coltrane, Blues & Roots, de Charles Mingus o Sketches of Spain, de Miles Davis.

Para el primer disco de Etta James, de todos modos, Chess decidió no arriesgar demasiado, así que incluyó sus canciones ya publicadas anteriormente, junto a versiones de temas muy conocidos como Stormy weather. Leonard Chess tenía la idea de que Etta tenía potencial para grabar canciones de muy distintos estilos y llegar alto tanto en las listas de R&B como en las de pop, y el éxito de All I could do was cry le había dado la razón. Por ello, para el primer LP de la cantante se escogieron canciones de diversas procedencias, tanto del jazz como del blues, por supuesto del R&B e incluso del “doo-wop”. Un batiburrillo de temas que lo único que tenían en común era una excepcional voz y unas emotivas interpretaciones.

Entre esas canciones, además de la mencionada Stormy weather, A Sunday kind of love, de Louis Prima, o I just want to make love to you, de Willie Dixon, estaba At last. Se trataba de una canción a priori menos conocida, compuesta por Mack Gordon y Harry Warren para la película Sun Valley Serenade, de 1941 (estrenada en España como Tú serás mi marido), en la que también aparecía la famosa Chattanooga Choo Choo, canción de gran éxito que fue la primera en alzarse con un disco de oro por sus ventas. At last había sido grabada por la orquesta de Glenn Miller, y a principios de los 60 era una canción casi olvidada, solo revivida, de cuando en cuando, en alguna nueva recopilación de canciones de cine o de éxitos de Miller. Sin embargo, fue la escogida para dar nombre al disco: At Last! Así, con exclamación, como queriendo avisar sobre la importancia del lanzamiento del álbum. Acertaron al poner el foco en la canción, puesto que la flamígera interpretación de Etta James, junto con los atinados arreglos orquestales de Riley Hampton, llegó a alcanzar el número 2 de las listas de R&B. Aunque en las de pop no consiguió funcionar tan bien como All I could do was cry, con el tiempo el tema se ha convertido en la canción bandera de Etta James, aquella con la que más se identifica y recuerda a la cantante. De hecho, aquel primer álbum, y la canción que le daba nombre, fueron, seguramente, el punto álgido de una carrera que, a partir de entonces, se desarrollaría con tormentosos problemas, grandes vacíos y puntuales aunque fantásticas recuperaciones. 

En los siguientes años Etta James siguió experimentado con esa mezcla de géneros que, en su voz, maridaban perfectamente unos con otros. En sus discos posteriores de esa época era capaz de grabar estándares del jazz como One for my baby (and one more for the road) y del “doo-wop” como It’s too soon to know, consiguiendo que todos ellos sonaran a Etta James. Su estilo no era jazz, no era góspel, no era blues ni llegaba a ser el soul que empezaba a cuajar con Sam Cooke, pero tenía un poco de todo ello. Su disco en directo de 1964, Rocks The House, es básico para entender el atractivo adicional que cualquier tipo de canción ganaba al ser interpretada por Etta. Sin embargo, en medio de una vida personal repleta de malas decisiones, la carrera artística de la cantante sufrió el primer bajón y en los siguientes cuatro años apenas hizo nada relevante, a pesar de publicar un álbum con el rimbombante título de The Queen of Soul, que consistía básicamente en una recopilación de sencillos de los dos años anteriores. En ese disco, como en el posterior Call My Name, de 1966, la cantante se acercaba, o la acercaban, al soul que ahora sí que despuntaba como un estilo fresco y eléctrico. Con escaso éxito, hay que decir, aunque ambos discos contienen material interesante.

El primer y gran regreso de Etta James tuvo lugar en 1968 con el disco Tell Mama. Leonard Chess, que no había perdido la fe en la cantante a pesar de los años de vacas flacas, la convenció para que grabara su nuevo álbum en los estudios FAME de Muscle Shoals, en Alabama. La idea era alejarla del entorno urbano, que tan perniciosa influencia ejercía sobre su vida personal, pero también se buscaba aprovechar unos músicos de sesión brillantes y unas instalaciones que empezaban a ser famosas, tras haber pasado por allí figuras como Wilson Pickett, Aretha Franklin, Otis Redding o Percy Sledge. Además Chess tuvo la visión de devolver a la cantante a la senda del R&B más sudoroso y de las baladas más desgarradoras.

Del álbum salieron otras dos de las canciones más conocidas de Etta James, diferentes, pero cada una espléndida en su estilo. La primera, Tell mama, una gran canción funk que le iba como anillo al dedo y le dio gran fama, aunque renegara de ella en sus memorias. La segunda, I’d rather go blind, a pesar de haber sido incluida como cara B del álbum, es tan conocida o incluso más. La propia Etta James aparece como coautora, puesto que modificó y mejoró la versión original de Ellington Jordan hasta convertirla en una de las gemas más brillantes del “deep soul”, ese subgénero especializado en pisotear corazones rotos y desgarrar las venas más resistentes. Una canción que es imposible escuchar de manera descuidada como música de fondo, puesto que atrae, absorbe, exige y avasalla.  Tell mama y I’d rather go blind, en sus diferentes estilos, tal como hemos comentado, le recordaron al público quién era Etta James y de qué era capaz. Sin desmerecer al resto de canciones del disco, con una espléndida Watch dog y una gran versión de Security, de Otis Redding, entre otras grandes interpretaciones que en ningún caso llegaban a los tres minutos. Etta no necesitaba más tiempo.

En 1969 Leonard Chess falleció de un ataque al corazón. Aunque a estas alturas de su carrera Etta parecía desenvolverse perfectamente sin ayudas, lo cierto es que su vida personal estaba lo bastante desorientada como para que notara la ausencia de quien había sido su gran aliado para llevarla hasta lo más alto. Diversas circunstancias confluyeron para que, a pesar de publicar grandes discos en los 70, Etta James no volviera a repetir los grandes momentos de gloria vividos en los 60. Quizás fueron decisiones comerciales las que fallaron, puesto que la crítica ensalzaba cada nuevo trabajo de la cantante. En los primeros cinco años de la década publicó cuatro grandes discos: Etta James Sings Funk (1970), Losers Weepers (1971), Etta James (1973) y Come a Little Closer (1974). Ensalzados por la crítica, alguno de ellos le valió para ser nominada a los Premios Grammy, pero en las listas de éxitos no se veía reflejado ese reconocimiento.

Etta siguió publicando discos y canciones con Chess durante toda la década, y en 1978 fue requerida para ser telonera nada menos que de los Rolling Stones. Ese mismo año actuó en el prestigioso Festival de Jazz de Montreux. En paralelo, su adicción a las drogas y al alcohol iba en aumento, de manera que la década de los 80 fueron años prácticamente en blanco, aunque sus apariciones puntuales siempre eran bien recibidas, llegando a cantar en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984

Después de pasar por la famosa clínica de desintoxicación Betty Ford, la intérprete fichó por Island Records y volvió a los FAME Studios para grabar el muy recomendable Seven Year Itch (1989), con una producción muy contenida y certera para la época, y el algo más sobreproducido, pero también interesante, Stickin’ To My Guns (1990), un disco en el que le intentan meter con calzador elementos de hip hop y sintetizadores, muy propios de aquellos años, pero que no aportaban nada al estilo de la cantante. Aun así, Etta se las arreglaba con su talento interpretativo para salir airosa y defender con dignidad incluso las canciones más sonrojantes. Mejor resultado tuvo The Right Time (1992), grabado de nuevo en Muscle Shoals, con Jerry Wrexler como productor y publicado por Eletra Records. Un disco en el que regresaba a sus orígenes R&B y que sirvió para resucitar su carrera una vez más. Aquel mismo año ingresaba en el Rock and Roll Hall of Fame al mismo tiempo que Cream, The Doors, Creedence Clearwater Revival o Van Morrison, lo que sirve para hacernos una idea de cómo había crecido su prestigio con los años, a pesar de las intermitencias de su carrera.

Parecía que tratándose de Etta James, después de cada cumbre, tenía que venir una depresión profunda, pero esta vez no fue así. En 1994 fichó por Private Records y publicó un disco de tributo a Billie Holiday que cualquier persona aficionada al jazz vocal debería tener en su casa. De nuevo resultó nominada al Grammy y esta vez sí que lo ganó: recogió el premio a la mejor interpretación femenina de jazz vocal. Quizás consciente de que estaba viviendo su mejor momento en lo personal y también a un gran nivel artístico, Etta escribió sus memorias con la ayuda de David Ritz, habitual en este tipo de menesteres, y las publicó en 1994 bajo el título de A Rage To Survive. Título más que apropiado para la autobiografía de alguien que no lo tuvo fácil y que se vio obligada a luchar con factores externos e internos para llegar a la posición que, ahora sí, ocupaba. La suerte no abandonó a Etta en los siguientes años: la inclusión de su versión de I just wanna make love to you en un famoso anuncio de refrescos la hizo llegar al público al que quizás todavía no había alcanzado con sus éxitos recientes. 

En los años siguientes la cantante recogió los frutos de su trabajo durante tantos años, paseando su talento por los más prestigiosos festivales de jazz y publicando discos que, aunque no tenían la repercusión comercial de sus grandes éxitos de los 60, mantenían perfectamente el nivel, con espectaculares y deliciosamente maduros acercamientos al blues y al jazz. La guinda del pastel fue el estreno de la película Cadillac Records, con Beyoncé como protagonista, interpretando a Etta, aunque ya hemos comentado al principio la desagradable anécdota del baile presidencial. Entonces no se sabía, pero la reacción seguramente tenía bastante que ver con las enfermedades que ya empezaban a desarrollarse en su interior y que la obligaron a cancelar diversos conciertos.

En 2010 reveló que padecía demencia y también leucemia, anunciando su retirada con un último álbum, The Dreamer, más que aceptable dadas las circunstancias. Un disco que contenía momentos espléndidos con una gran elección de canciones (Otis Redding, Bobby “Blue” Bland, Ray Charles, Johnny “Guitar” Watson) junto con otras más que dudosas, como la innecesaria versión de Welcome to the jungle de Guns ‘n Roses, que resultaba algo forzada en la voz de Etta. Fue, como ella había anunciado, su último disco, puesto que apenas tres meses después de su publicación fallecía de leucemia a los 73 años. En su funeral actuaron Stevie Wonder y Christina Aguilera, lo que demostraba que, finalmente, Etta James se había convertido en un nombre tan respetado entre sus coetáneos más famosos como reconocido como influencia entre las artistas más jóvenes. En ella se hicieron realidad todas las frases sobre la perseverancia, la resiliencia y el éxito. Etta resistió, creyó en lo que hacía, y con todos sus problemas y altibajos, al final se convirtió en la artista de gran prestigio que hoy, cuando van a cumplirse diez años de su desaparición, sin duda alguna es.