Antonio Soler: “Salgari me llevó a la gran literatura”

Por Emma Rodríguez © 2014 / Hay muchas infancias, tantas como miradas. Pocos autores se han resistido a recrear el pasado, a atrapar esos horizontes de iniciación y de descubrimiento, de balbuceo y fantasía. La literatura está llena de paraísos perdidos, de magdalenas de Proust, pero también de imágenes desmitificadoras, infelices, de ese tiempo ido. En uno y otro caso las historias infantiles siempre suelen resultar atrayentes, alumbradoras de sentidos que permanecían dormidos. Curiosamente nunca se repiten y nunca cansan al lector que busca desandar a través del camino de otros el suyo propio, a la búsqueda de complicidades, de identificaciones que le ayuden a conocerse un poco mejor, a revivirse. En ese amplio y abarcador territorio de la infancia se sitúa “Una historia violenta”, la última novela de Antonio Soler (Málaga, 1956). Una entrega perturbadora, contada con sabia sutileza, en la que el niño protagonista va tomando conciencia de la maldad, de las mentiras que se esconden tras las buenas apariencias, de los monstruos que pueden habitar en los más plácidos palacios.

La infancia es un territorio revelador que nos lleva a nuestros propios sueños”, señala el autor de títulos como “El camino de los ingleses”, “Las bailarinas muertas” o  “Lausana”, quien consigue en esta ocasión atrapar esos momentos que marcan, que fijan verdaderamente una personalidad, una manera de ser y de estar en el mundo. Todo transcurre en esta novela soterradamente, a través de una atmósfera de ambigüedades, de sugerencias, de verdades a medias, de secretos que salen a la luz al descorrer las cortinas. Antonio Soler nos cuenta una historia de niños que juegan y se pelean, que conquistan el territorio de la calle y envidian a los padres que no tienen, pero al final esos niños se convertirán en adultos que sentirán similares miedos, aversiones, obsesiones, emociones, afectos. “Me tocaba sufrir, había caído en el lado de sombra de la vida y eso ya no tenía remedio, ni había marcha atrás. Me lo habían dicho las manos de mi madre. Su carne enrojecida, de matadero, al lado de las manos de doña Julia. Pertenecíamos al lado del infortunio (…) Era inevitable. Aunque no por eso me había rendido ni había dejado de golpear. No. Aquello también estaba incluido en el lote. Me dedicaría a patalear inútilmente el resto de mi vida”, se detiene el foco en esa constatación crucial de quien se recuerda de niño -sentado en un escalón, con las orejas incendiadas, tras una riña- atisbando ya su destino.

– ¿Tiene algo que ver ese niño con Antonio Soler?

– Se parecen en la mirada asombrada hacia el mundo, la mirada del que no acaba de asimilar, de entender lo que está viendo. En ese niño hay algo de la huella que ha conformado mi personalidad. En él reconozco la extrañeza ante los acontecimientos que suceden alrededor, esa marcada falta de armonía con el mundo. Hay un momento clave en la novela que fue real, el golpe, la pedrada sin sentido que recibe el protagonista. Eso me sucedió a mí y al recordarlo funcionó como un detonante a partir del cual surgió todo lo demás. Me hizo darme cuenta de lo vivas que permanecían determinadas sensaciones. Espero que la pedrada no sea mi magdalena particular (risas), pero lo cierto es que una vez localizado ese instante me resultó muy fácil recrear la atmósfera de la niñez. Fue como ir tirando de un racimo.

En el niño protagonista hay algo de la huella que ha conformado mi personalidad. En él reconozco la extrañeza ante los acontecimientos que suceden alrededor, esa marcada falta de armonía con el mundo. Hay un momento clave en la novela que fue real, un golpe, una pedrada sin sentido. Eso me sucedió a mí y al recordarlo funcionó como un detonante a partir del cual surgió todo lo demás

– La época también marca mucho. Aquí se retrata una infancia de finales de los 60.

– Sí. Pero no me interesaba rememorar una época concreta ni centrarme en lo social. Lo que sí cobra fuerza es la relación que se entabla entre los poderosos y los débiles, algo que, por otro lado, es una constante. Hoy vemos el grado de corrupción que ha alcanzado el poder, el modo en el que los fuertes están machacando a los más desfavorecidos. Siempre he sido consciente de eso, siempre me ha dolido. Mi niño pertenece a una familia humilde, tiene unos padres que no le prestan la atención, el afecto, que él observa en los de Ernestito Galiana, que le sirve de contrapunto. Ernestito es el hijo mimado de la familia ideal, bienpensante, feliz en apariencia. Una familia hacia la que el protagonista siente admiración y envidia, hasta que poco a poco se va dando cuenta de que hay ratas en el sótano de la casa donde viven. Esta novela es en realidad un viaje hacia los sótanos y trastiendas. Lo que el niño acaba descubriendo es que los bienpensantes, los poderosos, tienen bastante poco que envidiar.

Antonio Soler © Karina Beltrán. 2013

– La infancia como revelación, esos momentos que se graban en la memoria porque fue ahí donde descubrimos algo por primera vez. ¡Qué grandioso!, ¿no? ¡Qué regalo para un escritor!

– Sí. Ésta es una novela de descubrimientos. La mirada casi inocente sobre el mundo, sobre el deseo, sobre el sexo, está ahí, pero también lo oscuro: el poder, la jerarquía, la violencia. Llevamos la violencia en el ADN. La civilización la modula, la controla y hace que vaya por otros cauces, pero el asomo de la violencia entre los niños es algo natural. Pensemos en los casos de acoso en los colegios, algo muy habitual y peligroso. Cuando detectamos esa realidad, en la vida en la calle, con otros niños, se nos queda grabada como un momento clave de la memoria. Ahí es donde me interesaba indagar con esta novela: en los primeros miedos, en esos fantasmas iniciáticos que son prácticamente indelebles y que acaban conformando la sensibilidad. Son como los primeros trazos que se hacen en una pizarra en blanco. Se quedan en forma de cicatrices y marcan el resto de nuestra vida. Que nos digan los psicólogos cuántas veces un miedo en un determinado momento de la infancia, una amenaza, una orden, puede llegar a afectar, a atormentar, a una persona. Hasta qué punto hay que desandar el camino para identificar, para hallar ese punto, ese conocimiento revelador, iluminador, y poder seguir adelante. A todos nos guía una voluntad de llegar a ese pequeño corazón de las tinieblas que llevamos encima.

Ésta es una novela de descubrimientos. La mirada casi inocente sobre el mundo, sobre el deseo, sobre el sexo, está ahí, pero también lo oscuro: el poder, la jerarquía, la violencia. Llevamos la violencia en el ADN. La civilización la modula, la controla y hace que vaya por otros cauces, pero el asomo de la violencia entre los niños es algo natural

– ¿La ficción es un camino idóneo para llegar hasta ahí?

– Sin duda. A través de la escritura, con esta novela en concreto, yo he podido resolver algún asunto pendiente con mi entorno, con mi memoria. Algo que seguía ahí y a lo que era necesario que le diera vueltas. He podido iluminar parte de ese territorio oscuro, pero también es cierto que las cuentas nunca llegan a saldarse del todo.

La narración va transcurriendo de un modo muy soterrado. Hay una calma sostenida hasta que todo estalla. Esta manera de contar es uno de los grandes logros de la novela. Y también está la distancia que marca el protagonista con los demás. Todo se narra a una prudente distancia.

– Quería que la tormenta se fuese anunciando, sí. La estructura de la novela funciona como una especie de bolero de Ravel, como una espiral en la que los distintos círculos concéntricos nos van dando la información que necesitamos. Y también son importantes los silencios, los espacios sugeridos, no evidentes, que el lector deberá ir ampliando, intuyendo, por sí mismo. En cuanto a la distancia, pese a que hay un componente autobiográfico evidente, me propuse mirar desde un punto de vista no sentimental. Quise ser más o menos objetivo, observar lo cercano, lo conocido, como si fuese un espectador, y ver qué ocurría con eso, qué ocurría, por ejemplo, al desnudar al padre y a la madre del afecto, del cariño. La verdad es que el resultado fue perturbador.

¿Qué lecturas atraparon a ese niño asombrado que fue Antonio Soler?

Emilio Salgari, a los diez u once años. Sin él no habría llegado a la gran literatura. Lo leí compulsivamente y a partir de él, de un modo anárquico, fui llegando a cosas de más peso. Salgari era para mí una evasión, un refugio, hasta que me di cuenta de que no se trataba de una huida sino de una inmersión en el núcleo, en el corazón de la realidad. Hay otra obra de la que no me puedo olvidar, “Corazón”, de Edmundo de Amicis, a la que pertenece el popular relato de Marco que dio lugar a la serie de dibujos animados. Es una novela que trata del mundo de la infancia. Me gustó muchísimo. Cuando la vi años después llevada a la televisión me rasgué las vestiduras. Me pareció que me estaban atacando directamente.

– Decías que de esas primeras lecturas pasaste a cosas más serias.

– Sí. Muy tempranamente descubrí a Dostoievski, a Víctor Hugo, a Giovanni Papini, a Albert Camus. “El extranjero” fue en mi adolescencia un libro inquietante, una especie de puñetazo. Viví su lectura muy intensamente. Me identificaba con esa especie de exiliado interior que veía el mundo a su manera, hasta las últimas consecuencias, no como la mayoría de la gente. También me impactó mucho la rotundidad de los personajes de “Los miserables”. La verdad es que fui llegando un poco a ciegas a todos esos autores. De Papini me interesaban los seres estrafalarios que hacían cosas inverosímiles. Recuerdo especialmente “El libro negro”. Y también tengo que citar a al noruego Knut Hamsun y su voluminosa “La bendición de la tierra”. Ahí descubrí que más allá de la historia que me contaban estaba la belleza del estilo, del lenguaje. Empecé a fijarme en la forma, en la manera en que estaban construidas las narraciones.

“El extranjero”, de Albert Camus, fue en mi adolescencia un libro inquietante, una especie de puñetazo. Viví su lectura muy intensamente. Me identificaba con esa especie de exiliado interior que veía el mundo a su manera, hasta las últimas consecuencias, no como la mayoría de la gente

Antonio Soler © Karina Beltrán. 2013

¿Y entre los autores españoles?

– Pues se me había olvidado citar “El cantar de Mío Cid”, que llegué a leer hasta cuatro veces. Me gustaba la aventura, ese castellano antiguo tan lleno de sonidos sorprendentes. Y también me maravilló el “Lazarillo”, novela con la que tanto me reí y que me hizo darme cuenta de que la literatura importante también podía ser muy divertida.

– ¿Dónde te gusta leer? ¿Sigues algún ritual?

– Siempre he ido apuntando los libros que leo en un cuaderno con hojas cuadriculadas. Las primeras ya están cuarteadas. Cada uno de mis años como lector está metido ahí. Hace poco lo pasé todo a un documento en el ordenador y cuando lo repaso siempre pienso lo mismo: que la gente que no lee se pierde un cuarto de la vida, una parte muy enriquecedora. En cuanto a los lugares, cuando estoy en mi casa de Málaga, leo tirado en un sofá o en la cama. Es raro el día que no abro un libro en la cama inmediatamente al despertar, sin haber desayunado siquiera. Cuando viajo me encantan los vestíbulos de los hoteles. Me parece muy placentero esperar a alguien con un libro tomando un café o una copa.

[Esta charla tuvo lugar en una reciente visita del escritor a Madrid. Mientras paseaba por las calles del centro de la ciudad descubrió el vestíbulo del hotel Only You a través de las cristaleras y allí fue donde nos citó a primera hora de una tarde otoñal. En el bolsillo de la chaqueta llevaba “Calletania”, una novela del autor venezolano Israel Centeno que trata de jóvenes alrededor del mundo de las drogas y de la violencia. “Aunque los ámbitos que retrata me pillan muy lejos, me está interesando mucho la estructura narrativa, el lenguaje”, señala].

– ¿Cuando viajas sueles elegir lecturas diferentes o simplemente metes en el equipaje el libro con el que estás en ese momento?

– Depende. Ahora estoy con “Los gozos y las sombras”, pero es un libro muy gordo para viajar con él. No lo leí en su día, ni siquiera llegué a ver un solo capítulo de la serie de televisión y le tenía muchas ganas. Me está pareciendo absolutamente maravilloso. Torrente Ballester se pone aquí a la altura de los grandes maestros clásicos. Hay un personaje de mujer, el de Clara Aldán, al que dio vida la actriz Charo López, que me parece asombroso. Sin duda es uno de los grandes personajes femeninos de la literatura española. Ella no tiene miedo de querer frente a la cobardía de los hombres que la rodean. Es un ejemplo de valentía, de sinceridad, de honestidad consigo misma,  pese a que el entorno piense lo contrario. Ya he comprado la serie para verla en cuanto acabe la novela. Será una manera de seguir ampliando la lectura un poco más.

En “Los gozos y las sombras” hay un personaje de mujer, el de Clara Aldán, al que dio vida la actriz Charo López, que me parece asombroso. Sin duda es uno de los grandes personajes femeninos de la literatura española. Ella no tiene miedo de querer frente a la cobardía de los hombres que la rodean. Es un ejemplo de valentía, de sinceridad, de honestidad consigo misma,  pese a que el entorno piense lo contrario.

– ¿Qué libro recomendarías ahora mismo?

– Pues si tengo que quedarme con uno, “Crimen y castigo”. Me parece una buena elección para que la gente indague en su propia conciencia. Vivimos una época en la que es necesario reflexionar, aprender de los errores cometidos.

¿Sigues las novedades editoriales?

– La verdad es que prefiero ir al pasado y recuperar cosas antes que leer lo último que se va publicando. Pero sí que hay autores contemporáneos que me interesan mucho. Entre los españoles me gusta estar al tanto de lo que hacen Luis Mateo Díez, Andrés Trapiello, Rafael Chirbes, Juan Marsé o Manuel Longares.

El rincón de la lectura de Antonio Soler © Karina Beltrán. 2013 ¿A una isla desierta qué libro te llevarías?

– Esa pregunta siempre me ha parecido de difícil respuesta. Nunca lo tengo claro. Soy muy variable. Hoy te puedo decir uno y mañana otro que no tenga nada que ver. Una buena opción puede ser “En busca del tiempo perdido”, ya que, aparte de todos sus valores, dura mucho.

“Una historia violenta” ha sido publicada por Galaxia Gutenberg.

Las fotografías, realizadas en el vestíbulo del hotel Only You, en la calle Barquillo de Madrid, las firma Karina Beltrán.

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