Por Emma Rodríguez © 2013 / A Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956), me lo presentó “El Ruletista”. Dicho de otro modo, acompañada por él -un personaje único, un cuento magistral en su sencillez, que fue prohibido durante la dictadura de Ceaucescu por la violencia y desesperanza que emana de sus páginas-, atravesé por primera vez la puerta de su mundo. Una puerta pequeña, pero poderosa, de esas que con el tiempo se van abriendo a múltiples pasillos que no tenemos ni idea de adónde nos podrán conducir. Conocí al escritor en junio de 2011, a raíz de la publicación del relato en Impedimenta, su editorial, y me dijo entonces que “El Ruletista” era en el conjunto de su obra “una gotita de rocío que podía reflejar ya todo un paisaje”.
Un paisaje que he seguido recorriendo sobrecogida, subyugada ante su grandeza, ante las atmósferas desconocidas, extrañas, enigmáticas, oníricas, de “Nostalgia”, un libro en el que esa narración -prefacio- sobre el hombre cuyo destino era desafiar al azar, se acompaña de otras cuatro historias que, pese a su carácter independiente, están unidas por misteriosas corrientes subterráneas, por contornos huidizos, trazados con la materia volátil, frágil, pero a la vez potentísima de los sueños. Traspasados ya sus senderos sigo viéndome a mí misma en el centro del camino, aún uniendo las piezas del lego, esos eslabones de una misma pulsión, de una misma manera de mirar al mundo.
Tuve la oportunidad de charlar más largamente con Mircea Cărtărescu en su última visita a Madrid, a finales de febrero – 2013-. Él, de quien se dice repetidamente que puede convertirse en el primer Nobel de las letras rumanas, es un hombre tímido, sencillo. Un hombre cuyo aspecto fuerte, robusto, primitivo, contrasta con una mirada dulce, triste, melancólica, la mirada de quien parece encontrar pocos asuntos de interés en el razonable, repetitivo, cansino mundo que se va construyendo cada día.
Suele pasarme que cuando hago una entrevista a un autor sin haber acabado de leer su libro, las verdades que salen a la luz durante la conversación, los sentidos que se revelan y que de algún modo muestran algo de los secretos, de los trucos del oficio, se convierten en un obstáculo para seguir adelante. Pero no sucedió así en este caso. Me había ido adentrando en las geografías de “Nostalgia” a ritmo lento, como sucede esas veces en las que una novela nos gusta tanto que nos da pena que termine, y temí por ello las consecuencias del encuentro. Sin embargo, al volver a casa me sumergí en el tramo final, con más pasión si cabe. Era como si la eterna gruta, esa que existe desde el principio de los tiempos, desde que el ser humano fue consciente de su capacidad para inventar historias maravillosas, volviera a abrirse una vez más para que yo -privilegiada lectora- siguiera adentrándome por ella, para que siguiera palpando las texturas de unos enigmas que permanecían allí, intactos.
– El narrador de “El Ruletista” -un escritor- dice que su única apuesta ha sido la literatura. ¿En qué medida hace suyas esas palabras?
– Yo espero que sea la literatura la que haya apostado por mí, porque nunca he pensado en hacer otra cosa que no fuera escribir. No es una muestra de orgullo, de arrogancia, simplemente ha sido así. A la edad a la que todos mis compañeros querían ser astronautas yo ya quería ser escritor y mis juegos fueron los libros desde un principio. Soy el primer intelectual de mi familia, mis parientes fueron obreros, pero mi padre rendía culto a los libros y tenía una biblioteca en casa; algo que despertaba la burla de algunos de sus conocidos, pero que a mí me vino muy bien. Aún me acuerdo de todos los volúmenes que había en esa biblioteca. Para mí eran como para las chicas las muñecas. Conocía cada uno de ellos y cada uno me parecía distinto al otro, cada uno me ofrecía experiencias diferentes. A partir de ahí, como muchas otras personas que acaban dedicándose a la escritura, también yo comencé a fabricar novelas a los ocho o nueve años; hablo de novelas entre comillas, claro. Empecé a sentir un amor muy grande por la poesía y en la época del instituto y de la universidad sólo escribí versos. Cuando miro a aquellos años los veo como mis épocas doradas. Incluso ahora mismo sigo sufriendo porque ya no me puedo llamar a mí mismo poeta. Hace 20 años que no escribo un poema.
– Yo diría que la poesía no se ha ido de su obra. Su eco está al fondo de la prosa, la dota de profundidad, de misterio…
– Sí, ciertamente la poesía no cabe en los márgenes de una página. Es una forma de mirar al mundo y en ese sentido se puede encontrar en todos los géneros. Es el corazón del corazón de la literatura. Podemos considerar “El Ruletista” un poema, un poema basado en la teoría del infinito, de la progresión geométrica; un poema sobre la ley de las probabilidades, sobre la escurridiza línea que separa la vida de la muerte.
– Por lo que me dice y por lo que he podido saber, este libro está cargado de ingredientes biográficos. En uno de los relatos, en “Los gemelos”, el protagonista también es un lector compulsivo, que llega incluso a rozar la locura…
– La relación que se establece entre mí mismo y los personajes principales de cada uno de mis libros es más o menos como la relación del personaje de Marcel Proust y el autor mismo. No todo es autobiográfico, hay por supuesto ficción, pero incluso ésta se le asemeja a uno. Yo solo he escrito sobre mí mismo, claro, y soy el único tema a tratar. Un día escribí que era el único “cartarescólogo” del mundo y eso me satisface plenamente [esto último lo dice con absoluta seriedad, impasible, mientras que ni yo, ni Ruxandra Oancea, la traductora -magnífica- del rumano, que nos acompaña, podemos evitar dejar de reír].
– Hay una sensación que recorre todo lo que escribe y que el lector cómplice capta de inmediato, la sensación de que lo que ofrece la literatura, la fantasía, los sueños, puede proporcionar mucha más intensidad a la vida que el mero devenir de los días, de la cotidianidad del presente. ¿Fue esa constatación lo que le llevó a escribir?
– Los libros para mí han sido la realidad, tal vez porque mi realidad era gris, común. Pertenezco a una generación que no tiene biografía. Hasta más allá de los 30 años me crié en medio del comunismo gris, anodino, y después pasamos al capitalismo salvaje. Nada de lo que ha habido en el exterior ha conseguido interesarme demasiado, con nada he conseguido identificarme. Y al igual que durante el día no podemos ver las estrellas por la luz del sol, yo no podía ver con exactitud la realidad de mi alrededor a causa de la luz de lo que sentía por dentro.
– ¿En qué medida el escritor posee el don de regalar otra realidad, otra vida, a quienes leen sus ficciones?
– A mí me gustaría más bien desenmascarar la realidad, esa realidad que nos parece de lo más anodino, de lo más normal, porque solemos olvidar que en verdad se trata de una cosa muy sofisticada que hemos creado en nuestra mente. Los escritores fantásticos no se han preocupado tanto por crear otros universos, sino por desenmascarar aquel en el que viven. Franz Kafka, por ejemplo, no ha descrito otros mundos más que los mundos banales, cotidianos, que ha conocido. Y de ese modo ha mostrado cómo el escenario más vulgar puede llegar a ser el más posible fantásticamente. Si no somos capaces de percibir al mismo tiempo un paraíso y un infierno en el mundo en el que vivimos, entonces es que no vemos la realidad. Yo no distingo entre el sueño, la alucinación… Todas esas realidades son lo mismo para mí.
Los libros para mí han sido la realidad, tal vez porque mi realidad era gris, común. Pertenezco a una generación que no tiene biografía. Hasta más allá de los 30 años me crié en medio del comunismo gris, anodino, y después pasamos al capitalismo salvaje. Nada de lo que ha habido en el exterior ha conseguido interesarme demasiado.
– ¿De qué manera es consciente de que los libros que ha leído, que le han nutrido, están presentes en lo que escribe. Proust, Kafka, Cortázar, Borges… están de algún modo en “Nostalgia”. Sus voces se perciben al fondo de algo que emerge totalmente, prodigiosamente, nuevo.
– No sólo soy consciente sino que estoy muy orgulloso de ello, de pertenecer a una tradición identificable. Ya que hablamos de Cortázar tengo que decir en su honor algo que pocas veces se ha dicho. Cortázar es el padre de toda la literatura latinoamericana actual, de su vertiente fantástica. Él es la vía, el puente tendido entre el surrealismo y las letras de esa parte del mundo. Le debo mucho a Cortázar y sobre todo en este libro, en “Nostalgia”, que de hecho partió de un relato suyo, “El final del juego”, que yo creo que es el relato más maravilloso que se haya escrito jamás sobre niños. Cuando lo leí me di cuenta de que yo tenía también recuerdos similares sobre mi propia infancia y supe que podía escribir sobre ellos. No fue tanto su estilo como el poder de sus atmósferas, lo que me influyó. Cortázar, que vivió en París gran parte de su vida, inyectó el surrealismo a la literatura latinoamericana, hizo que brotara en ella ese lado mágico ya tan característico.
– Hay muchas rayuelas en este libro. Las niñas de la tercera narración, “REM”, juegan continuamente a la rayuela…
– Es curioso, sí, pero es una mera coincidencia. Leí “Rayuela”, la novela de Cortázar, mucho tiempo después de escribir este relato, y, de hecho, no me gustó tanto como su cuentos.
– El mundo de la infancia, sí, “la esencia de la infancia”, se llega a decir en un momento dado, impregna gran parte de las páginas de este libro. Es difícil no recuperar sentimientos ya olvidados, la experiencia que todos hemos tenido de niños de observar las cosas de un modo distorsionado, a escala diferente, de no comprender del todo conceptos como infinito, universo, distancia, límite…
– Yo creo que realmente perdemos mucho al dejar atrás nuestra infancia. Cuando estamos en ese territorio simplemente pensamos con otro cerebro, con otra mente. Estamos mucho más cerca de las cosas, a través de unas conexiones míticas. Por eso el niño es el artista, el poeta, el visionario, por excelencia. Para mí fue muy importante descubrir todo eso descendiendo, ahondando dentro de mí mismo. El hecho de poder escribir sobre estas cosas me hizo muy feliz. Percibí que no podía llevar a cabo ese proceso por medio de la poesía. Necesité cambiar de ámbito, para poder llegar a expresarlo.
– ¿Al creador le está dado habitar el mundo de la infancia para siempre, es ése uno de sus privilegios?
– Desde luego que sí. Uno de los privilegios del creador es poder evadirse de la tiranía de la razón. Y también tener la posibilidad de encontrar el refugio dentro de sí mismo, de la vida interior, del sueño; realizarse a través de la literatura, los mitos, los arquetipos… Todo ello, por supuesto, le acerca muchísimo más a la esencia de las cosas. Es una paradoja el hecho de que hayamos tenido que dejar la infancia para poder percibir el mundo racionalmente, cuando todo lo que pudimos conocer de verdad sucedió entonces. Soy de los que sostienen que la infancia es nuestro paraíso perdido.
– Sin embargo, me da la impresión de que de pequeño no fue feliz. Sus relatos están llenos de niños que se sienten diferentes, extraños, apartados, aislados del resto.
– Pues claro, de otra manera no me valoraría a mí mismo. Como niño, como adolescente, siempre fui un ser raro. Sólo cuando hice la mili dejé de sentirme así. Durante la pubertad estuve muy cerca de la esquizofrenia y seguramente fue escribir lo que me ayudó a no cruzar ese límite. Siempre que recuerdo sucesos de esas etapas de mi vida me doy cuenta de lo diferente que he sido respecto a los otros niños. Creo que padecí una forma suave de autismo y que lo pude superar gracias a la literatura.
Es una paradoja el hecho de que hayamos tenido que dejar la infancia para poder percibir el mundo racionalmente, cuando todo lo que pudimos conocer de verdad sucedió entonces.
– Muchos de sus protagonistas son niños capaces de contar historias maravillosas con las que seducen a los demás, a la manera de “Las mil y una noches”…
– Cierto, pero si hay un relato del que me siento muy orgulloso es “REM”. Es la historia de las siete niñas que cada día eligen un juego distinto; cada juego tiene que ver con una especie de amo de los sueños y todo se desarrolla en una atmósfera de magia, de ensoñación. Sigo pensando que hasta la fecha es el texto que mejor he construido. Puede que más tarde haya escrito mejor, literariamente hablando, pero nunca he llegado más al fondo.
– He aquí un trocito de mi experiencia de lectora. Mientras leía, totalmente atrapada por los relatos de ficción, me molestaba que las distintas voces narradoras rompieran el ritmo al entrar en escena y empezar a contar asuntos referidos a sí mismas, episodios, anécdotas, muchas veces sobre el oficio mismo de la escritura. Me sentía incómoda, contrariada. Pero esa incomodidad duraba poco; en cuanto acababan las intromisiones y se me permitía retomar el hilo de la historia principal, volvía a sumergirme en ella de cabeza.
– Bueno… es que los relatos tienen una lógica propia, y hay intromisiones que están justamente pensadas para que el lector no se quede absorto por completo dentro del relato, para que no desaparezca en él. Se trata de reproducir la estructura de una noche de sueño. Cada noche soñamos cuatro veces y cada una de las veces se escribe una especie de curva hacia el estado de sueño que se llama “Rem”. Soñamos durante 20 minutos y se produce esa curva; volvemos a soñar otros 20 minutos y sucede lo mismo… Así cuatro veces… Nuestra mente no es capaz de aguantar tantos sueños y ese proceso es el que yo he intentado provocar con las intervenciones del narrador en cada una de las historias.
– Es curioso que, viniendo de tan lejos, se sienta tan cercano a la literatura en español, sobre todo a autores del otro lado del océano como Cortázar, García Márquez, Borges… ¿Cómo se explica esa querencia, esa similitud en el uso de la fantasía en lugares geográficos tan distintos?
– Es muy sencillo porque todo parte de una misma raíz histórica, del surrealismo del que hablábamos antes, que a su vez deriva de la experiencia del romanticismo alemán, de Hoffmann y sus otros grandes representantes. Fue Cortázar y fueron otros autores quienes cogieron todo eso y lo pasaron al otro lado del charco; sin obviar que también una parte se quedó en España. De ahí que un autor como Ernesto Sábato sea plenamente romántico. Todos los mitos del romanticismo se encuentran en su obra, igual que en Cortázar hay innumerables situaciones románticas. En uno de sus relatos, por ejemplo, habla del paso del alma de una mujer rica a una mendiga; trata la migración de las almas, un tema indudablemente romántico. Del mismo modo, todos los escritores rumanos hemos heredado también esta dirección a través de Mihai Eminescu, el poeta rumano más grande, que fue el último de los románticos europeos. Lo que Cortázar consiguió transmitir a los latinoamericanos, a nosotros nos lo transmitió Eminescu. Si lo vemos así se explica que existan estas similitudes increíbles. Al fin y al cabo la literatura es una misma, una sola.
– Sus referencias son más de autores latinoamericanos, pero he escuchado que también le gusta Unamuno.
– Sí. He leído “Niebla” y sus relatos. Me parece un autor muy importante, muy poderoso.
– ¿Cómo observa la realidad de la Rumanía actual, se siente cómodo como escritor ahora mismo en su país?
– La Rumanía actual es muy complicada y aquí, de nuevo, nos encontramos con muchos puntos en común con Sudamérica. En ocasiones se ha llamado a Rumanía el país sudamericano que por error acabó en Europa. Nuestra historia está recorrida por dictadores, por golpes de Estado, por una corrupción increíble, enorme, aunque a la vez tenemos mucha fantasía, una sangre y una lengua latinas. Por ahí también podemos indagar en las cercanías de las que hablábamos antes. En ese país complicado, ¿cómo me siento? Pues me siento bien como escritor. El rumano es el idioma que utilizo para escribir y tengo muchos amigos, mucha gente afín en la comunidad a la que pertenezco. Eso no quiere decir que haya supuesto para mí un problema vivir en otras partes. Muchos años he residido en Alemania, en Austria, en Estados Unidos… Y siempre me he sentido a gusto, siempre que tuviera tiempo para escribir y siempre que estuviera acompañado por mi familia. De hecho yo podría decir que ahí donde esté mi familia es donde está mi casa, mi patria.
– Tengo entendido que algunos de sus familiares han emigrado a España.
– Es verdad. Algunos de mis hermanos han vivido en España, pero en el último año han tenido que marcharse a otros países como Inglaterra o Irlanda. Aquí, como consecuencia de la crisis, el trabajo desapareció para ellos.
La Rumanía actual es muy complicada y aquí, de nuevo, nos encontramos con muchos puntos en común con Sudamérica. En ocasiones se ha llamado a Rumanía el país sudamericano que por error acabó en Europa. Nuestra historia está recorrida por dictadores, por golpes de Estado, por una corrupción increíble, enorme, aunque a la vez tenemos mucha fantasía, una sangre y una lengua latinas.
– La Democracia está bajo mínimos en su país, pero no únicamente, parece ser una tendencia que se está contagiando a gran parte de la Unión Europea; también en España estamos sufriendo un retroceso.
– Sí. Volvemos a la crisis económica, que está contribuyendo a resaltar todos los extremos. En Rumanía hemos sufrido caídas democráticas muy graves y actualmente el poder no tiene mucho que ver con la Democracia, ni siquiera hay oposición.
– ¿Se siente comprometido con la sociedad, se siente impulsado a ejercer la crítica?
– Yo no soy solamente escritor. Durante 10 años practiqué el periodismo político y de hecho he sido uno de los periodistas más acerbos, más virulentos respecto a la situación de mi país, tanto que ahora mismo los gobernantes me consideran una persona “non grata”. Mi implicación política me ha provocado muchísimo sufrimiento durante los últimos años, me ha llevado a vivir en una especie de exilio interior. Ahora ya no escribo para los periódicos; desafortunadamente, el medio en el que colaboraba desapareció debido a problemas económicos y eso propició que me retirara, que pudiera dedicarme de nuevo, exclusivamente, a mis libros, a mi literatura. Digamos que he aprovechado la circunstancia y que, por lo menos durante un tiempo, no tengo pensado volver a ejercer el periodismo.
– ¿La literatura, también en este sentido, es un refugio? ¿Cómo es posible refugiarse en la fantasía mientras alrededor la gente pasa hambre, no tiene trabajo, ve cómo sus derechos están cada vez más desprotegidos?
– No se trata de un refugio, en mi caso la literatura es mi vida y dejé de dedicarme a ella durante unos años para poder hacer periodismo. Fue un tiempo en el que puedo decir que conseguí influir en la vida política de mi país; cambiar la opinión de miles de personas. Creo que he hecho mi deber por ahora y que me merezco un año de vacaciones, por decirlo de algún modo. Por supuesto que si algo terrible sucede durante este año, si hay otro golpe de Estado como el de julio pasado, no me voy a quedar callado, todo lo contrario.
– ¿Como profesor universitario le resulta fácil conseguir contagiar la pasión por la lectura a sus estudiantes?
– La enseñanza sigue siendo mi único oficio. Llevo 33 años enseñando. Los últimos 23 los he pasado en la Universidad de Bucarest, pero también impartí clases en Viena, en Berlín, en Amsterdam, en muchas buenas universidades. Y siempre he intentando contagiar la pasión por la lectura. Lo malo es que mis estudiantes de ahora no se parecen a los que tenía hace 20 años. Les hablo de Paul Valèry, de Baudelaire, de Rilke, y siempre me preguntan: pero, oye, ¿cómo se escriben los nombres? Son jóvenes muy inteligentes, muy ávidos de saber, pero carentes de cualquier conocimiento. Hay que empezar todo desde cero, y es una pena, pero dicho esto, parémonos aquí, no seamos excesivamente hipócritas. Ni siquiera nosotros leemos hoy como lo hacíamos hace 20 años, porque estamos viviendo una revolución cultural. El mundo ha cambiado y ya no está centrado en el libro. Hay otros puntos de interés. Yo soy uno de los que piensan que el libro electrónico no significa la muerte del libro sino una oportunidad. Y creo que todas las editoriales deberían ir hacia ahí antes de que sea demasiado tarde. Eso no significa que los libros impresos desaparezcan. La experiencia de la lectura de los libros tal como los conocemos no nos la puede proporcionar ningún otro medio.
– ¿Hasta qué punto la lectura nos modifica?
– La lectura no modifica al lector sino que saca lo que hay dentro de él. Es el método de la mayéutica. Sócrates lo expresaba así. “Yo no te digo otra cosa distinta a lo que tú ya sabes, pero no sabes que lo sabes”. El lector puede no ser consciente de que tiene semejantes reservas de amor, de cariño, de sensibilidad, hasta que abre las páginas de un libro y se adentra en él. El libro es un medio a través del cual una persona se revela a sí misma. Nadie lee libros, sino que a través de los libros nos leemos a nosotros mismos.
– ¿Y la escritura?
– La escritura sigue siendo una lectura. Cada autor escribe los libros que no ha encontrado en ninguna parte para poder leerlos. Cualquier proceso de escritura es un proceso doble, de escritura y lectura. Todos los días al ponerme a escribir vuelvo a leer las últimas páginas de lo que he escrito y si las encuentro satisfactorias me siento muy feliz, aunque desafortunadamente la mayor parte de las veces esto no sucede [aquí sí hay risas].
– ¿Es muy exigente?
– Soy muy exigente conmigo mismo, sí. A lo largo de mi prolongada carrera de 30 años muchas veces ha sucedido que los críticos han valorado negativamente mis escritos. Entonces mi único consuelo ha sido pensar que ninguno de ellos podría tener una opinión más negativa que la mía propia acerca de mi trabajo.
– ¿Le importa mucho la opinión de la crítica?
– Nunca me he sentido más satisfecho en mi vida como cuando una persona normal y corriente llega y me manifiesta su agradecimiento acerca de la lectura de alguno de mis libros. Eso supone para mí mucho más que cualquier crítica elogiosa o que cualquier premio. Una vez se me acercó una chica de instituto y me pidió que le escribiese un autógrafo en su bono de metro porque no llevaba otra cosa. Me sentí muy feliz.
– ¿Y cómo lleva eso de que constantemente se hable de Cărtărescu como el primer autor rumano que ganará el Nobel? ¿Le presiona?
– No me presiona en absoluto porque nunca pienso en eso. Ya puede decir el mundo entero que eres digno del Premio Nobel, que muy posiblemente no te lo darán, o puede que no te conozca nadie y te lo den. Yo sigo sin haber descubierto los criterios según los cuales se otorga este premio, y como sé que no puedo ejercer mi influencia de ninguna manera, no tiene sentido que piense en ello.
– Acabemos del mismo modo que empezamos, con el narrador de “El Ruletista”, quien manifiesta su deseo de convertirse en un personaje literario y de vivir en un cuento, porque es la única manera de ser eterno, de no morir. ¿Comparte este anhelo?
– Sí. Los libros son una forma de inmortalidad y cada vez que los abrimos sus personajes vuelven a la vida. Otro autor latinoamericano, Adolfo Bioy Casares, escribió una novela, “La invención de Morel”, en la que ideó una forma, un mecanismo, para no morir. Todos los libros son una manera de tender hacia la inmortalidad. Y también sucede que los personajes literarios forman parte de nuestra vida, nos acompañan hasta el punto de que en ocasiones pueden estar incluso más presentes que nuestra propia familia, que la gente más cercana. Cuando era un adolescente leí una obra que me impresionó mucho, “Doctor Faustus”, de Thomas Mann. Trata de un músico de genio, Adrian Leverkuhn. Durante un año entero me identifiqué tanto con ese personaje que llegué a creer que yo era él. Un día me encontré con un compañero de colegio que llevaba el libro bajo el brazo y me sentí igual de celoso como si le hubiera visto con mi novia de la mano [risas de nuevo]. Yo en mi mente tenía claro que ese libro había sido escrito para mí. No podía soportar la idea de que lo hubiera leído otra persona.
– Los lectores podemos ser muy egoístas.
– En efecto.
[Los libros de Mircea Cărtărescu están siendo publicados en España por la editorial Impedimenta, al frente de la cual está uno de sus lectores más apasionados, Enrique Redel, quien hablando de apuestas tiene muy clara la suya. Existían ediciones de algunos de sus títulos en otros sellos, pero traducidos del alemán o del francés. Directamente del rumano, de la mano de la excelente traductora Marian Ochoa de Eribe, han ido llegando a nuestras librerías en los últimos años: “El Ruletista”, en 2010; “Lulu”, en 2011, y “Nostalgia”, en 2012. Próximamente, en el otoño, podremos descubrir otra de las obras del escritor rumano, “Las bellas extranjeras”]
Las fotografías en esta publicación fueron realizadas durante la entrevista por Nacho Goberna© 2013