Emma Rodríguez © 2023 /
Eloy Tizón (Madrid, 1964) es un escritor tranquilo, amable, nada amigo de extravagancias ni de caretas. En un ahora marcado por las prisas y por la necesidad de producir sin respiro, él defiende el ritmo pausado y se aleja de la fiebre de la publicación, algo que ya casi no se estila en el mundo editorial y que puede tomarse como un gesto de rebeldía de alguien que no va para nada de rebelde, o quizás sí, un rebelde sin que se note, en su búsqueda calmada de tiempo para levantar historias que cautivan por su singularidad, por su mezcla de ritmos y texturas, por su capacidad para abrir el cofre de las emociones, para mirar desde ángulos imprevistos, para encontrar un destello de luminosidad en la sordidez de las pequeñas vidas.
Este narrador, cuyo nombre no puede faltar en ninguna lista sobre los cuentistas españoles actuales que hay que tener en cuenta, ha conseguido algo muy poco habitual, que su primer libro, La velocidad de los jardines (aparecido en 1992 y en una nueva edición corregida en 2017), siga atrapando a lectores que disfrutan del vuelo poético de los textos, de su fuerte carga visual, de sus atmósferas emocionales, íntimas. Esos rasgos se han mantenido a lo largo del tiempo, se han ido convirtiendo en las señas de identidad de alguien a quien hemos ido viendo crecer, evolucionar, libro a libro; siempre atento al paso de las edades, a los ciclos y descubrimientos de la vida.
Cuando en 2013 publicó Técnicas de iluminación, señalaba el autor que se manejaba “entre el control y el descontrol, añadiendo a las piezas ciertos elementos caóticos, pero sin llegar al desorden”; que lo suyo era jugar a combinar “lo racional con lo irracional”. Reconocemos esta pulsión en sus obras, en sus relatos y también en novelas como La voz cantante, de 2004, en la que nada menos que la figura del diablo irrumpe en lo cotidiano.
En su última entrega, Plegaria para pirómanos (Páginas de Espuma), nos sumergimos en un mundo muy literario, en un recorrido lleno de referencias a hacedores de ficciones capaces de forjar sueños, de transformar miradas. Hay muchos rasgos del escritor en un libro compuesto de nueve cuentos que se comunican a través de puentes de complicidad: personajes que se repiten, similitud en las voces, en las búsquedas. Él mismo reconoce que nunca había puesto tanto de sí mismo en sus escritos. El poder de las artes para hacernos ser quienes somos está muy presente en este camino narrativo que se inicia con Grafía, una historia en la que se contrastan distintas posibilidades de vivir la literatura, y finaliza con Confirmación del susurro, una narración que tiene como protagonista a Leonard Cohen, al cantante en su etapa de aislamiento en el monasterio zen de Mount Baldy, donde practicó a fondo la meditación y encontró el descanso, el silencio que tanto anhelaba.
En “PLegaria para pirómanos”, última entrega de Eloy tizón, un conjunto de nueve cuentos, nos sumergimos en un mundo muy literario, en un recorrido lleno de referencias a hacedores de ficciones capaces de forjar sueños, de transformar miradas.
El relato es una llamada a fijarse en los pequeños detalles, a dejarse conmover con “la fragilidad de la hermosura diaria”. En realidad esa fragilidad de la hermosura, ese deseo de conmoverse, de conmover, nutre el trayecto literario de quien, pese a dejar registro en sus textos de la negrura y sordidez que envuelve toda vida, se niega a renunciar a la esperanza de la luz. He sido consciente al escribir estas líneas, después de haber transcrito el diálogo mantenido con el escritor, de que aquí está una de las fuentes que nutren toda la obra de este hombre tocado y herido por las palabras.
Herido leve se titula un ensayo en el que el autor se adentra en sus afectos y gustos lectores. Fue la antesala del libro que nos ocupa y seguramente sus fondos sirvieron de magma, de impulso, a algunas de las piezas de Plegaria para pirómanos, título que nos conduce a la idea de la literatura como una erupción, como un incendio capaz de modificar, de renovar, los paisajes interiores. Una mañana de principios de otoño, hablamos de todo ello. Fue una conversación en la que irrumpió Fernando Pessoa, que en boca de su heterónimo Bernardo Soares, decía que “hay metáforas más reales que las personas que pasan por la calle” e “imágenes en los rincones de los libros que viven más nítidamente que muchos hombres y mujeres”.

– Por algún motivo, mientras pasaba las páginas de Plegaria para pirómanos, pensaba en estas frases de Pessoa. Tu libro es un camino cargado de homenajes, de referencias, de influencias confesadas. Nos lleva a pensar todo el rato en el efecto, en el poder que la literatura puede tener en las vidas. No pocas veces llegamos a sentir, al menos a mí me pasa, que un determinado personaje literario nos puede acompañar más que las personas con las que tratamos diariamente. ¿Qué opinas?
– Bueno, lo primero que debo decir es que me resulta muy emotivo que menciones a Pessoa y que establezcas esta relación con El libro del desasosiego, que es, obviamente, una de mis biblias, y la de muchos… Y después, reconocer que es verdad que este libro es una apuesta literaria, con todo lo bueno y lo menos bueno que pueda tener. No aspira a ser otra cosa que literatura y en ese sentido participa de un trabajo concienzudo con el lenguaje, con sus capacidades simbólicas y metafóricas. Hay un rastreo de formas, de figuras literarias, intentando encontrar hallazgos, algo que para mí es más importante que el puro desarrollo de una historia. Claro que intento que haya un hilo narrativo, pero no es lo fundamental.
– ¿Eres de los que se posicionan por la forma antes que por el contenido?
– Bueno, no me olvido de que estoy haciendo narrativa; puede que en alguna página sí (risas), pero en todo momento tengo muy presente esa inquietud con el lenguaje que también busco como lector. Además de que me cuenten una historia y me la cuenten bien, me interesa muchísimo el trabajo con el lenguaje, con toda su musicalidad, capacidades melódicas, ritmos, metáforas, comparaciones… Para mí todo eso es parte del disfrute, del aspecto casi festivo que tiene la literatura.
– Todo esto se percibe en tus libros anteriores, pero me parece que aquí lo has acentuado, lo has llevado al límite, aunando los hallazgos estilísticos con el trazado de un mapa de afinidades, un gran homenaje a la literatura que amas, por decirlo de otro modo.
-Sí. Es posible que con los años todo se haya agudizado. Creo que el amor a la literatura es algo permanente en mí y creo que en este libro quizás aflore todavía más. En los anteriores había pequeños homenajes, referencias a Walser, a Nabokov…, pero aquí está como más imbricado incluso en el texto, en esos guiños a autores y autoras que me acompañan, que me gustan, que me dan que pensar. Sí que hay en el conjunto algo de homenaje a la literatura, más allá de las historias que se cuentan.

– Lo que leemos, lo que vemos, las imágenes que nos llegan a través del arte, en cierto modo, nos hacen ser lo que somos…
-Sí. estoy de acuerdo. El otro día tuve un intercambio de emails con la poeta Esperanza López Parada en el que dialogamos sobre todo esto. A Esperanza la conocí de muy joven, luego nos perdimos la pista y ahora nos hemos reencontrado, algo que me satisface mucho. Yo utilicé una frase de ella como epígrafe de Herido leve, que dice: “Biblioteca y vida son sinónimos”. Me parece una forma muy bella de decir que para nosotros toda nuestra biografía está atravesada por la cultura y ya no sabemos distinguir bien… Hemos sentido tantas cosas ante un libro, ante una música determinada, ante una película, que ya forman parte de nuestro tejido vital. No se trata para nada de objetos eruditos, de cosas que sirven para adornarnos o creernos mejores. Una porción grande de nuestra vida consiste en todo eso.
– La literatura, la música, el cine, la publicidad incluso… Esta entrega es como una biografía a través de la cultura que te ha nutrido. Tus referencias, influencias, pasiones, todo lo que, de algún modo, define tu personalidad, tu manera de mirar al mundo, va entrando en los distintos relatos.
-Sí. Yo creo que esto es fundamental, y no solo habla de mí, sino de todos los que participamos de este mundo. Creo que lo que escribimos conlleva alusiones al propio texto y también a textos ajenos, porque la literatura no deja de ser un tejido que hacemos con nuestras palabras y con las palabras prestadas, que nos han enamorado. Es esa mezcla de lo propio, de lo individual y de lo colectivo (la creación literaria no deja de ser una creación colectiva) lo que da lugar a la posibilidad del diálogo. Me interesa mucho no entregar una obra cerrada al lector, que no le permita entrar por ningún lado. Lo que busco es ofrecerle una propuesta de participación. Yo te cuento una parte, pero quiero que dialoguemos, que tú entiendas las referencias que van apareciendo. Se trata de entablar un diálogo que encuentro muy fértil, que valoro mucho.
“Hemos sentido tantas cosas ante un libro, ante una música determinada, ante una película, que ya forman parte de nuestro tejido vital. No se trata para nada de objetos eruditos, de cosas que sirven para adornarnos o creernos mejores. Una porción grande de nuestra vida consiste en todo eso”.
– En Plegaria para pirómanos quienes realmente conectamos con la mayor parte de los guiños, de las referencias, que aparecen, somos los nacidos en la década de los 60 del pasado siglo. En este sentido, también podemos hablar de biografía generacional.
– Sí, claro, es mi generación la que se refleja en el libro, donde aparecen cosas que veíamos en la televisión, por ejemplo el anuncio del hombre de la tónica… Son referencias que para nosotros son casi, casi, familiares, y que los más jóvenes posiblemente no lleguen a captar. Sin ser un erudito y huyendo de parecer un pedante, he buscado mezclar las alusiones a lo culto con objetos de la cultura pop, que siempre me han interesado como objeto de estudio.
– “Toda literatura consiste en un esfuerzo por hacer real la vida”, decía también Fernando Pessoa. ¿Qué te sugiere la frase?
– Bueno, las frases de Pessoa son para masticar y remasticar a lo largo del día. Obviamente ahí está jugando con la inversión. Muchas veces pensamos que lo real es la vida y lo irreal es el arte, cuando quizás la vida sea fantasmagórica y lo que le presta consistencia son las formas artísticas. Creo que somos más conscientes de nuestro paso por el mundo a través de la creación. Hay una frase también del Libro del desasosiego que a mí me gusta mucho: “La vida es un viaje del espíritu a través de la materia”. Me encantan esos juegos que Pessoa hace siempre entre la realidad y la ficción. En ese terreno se mueve como nadie.
– Muchas veces vivimos situaciones que nos llevan de inmediato a una novela, a un relato, nos identificamos con tal o cual personaje, con sus experiencias…
-Sí. Hay películas que hace años que no ves y cuando regresas a ellas te devuelven a un momento, a unas circunstancias concretas. En esas situaciones es habitual que nos pongamos a contrastar lo que éramos entonces con lo que somos ahora. Esto, que igualmente sucede con los libros, me parece muy curioso, como también el hecho de que ante un suceso muy potente lo que solemos decir es que parecía una película. Es curioso que, ante lo más real, la primera comparación que se nos viene a la mente parta de la ficción.
– Está claro que Plegaria para pirómanos es un libro muy literario, o tal vez, podamos definirlo como metaliterario, ¿qué te parece?
– Sí. En algunos momentos también es un libro metaliterario, sobre todo el primer cuento, Grafía, donde hay un juego con autores reales, con autores inventados, con determinadas citas (al final doy el listado, no hay trampas). Es un cuento que habla de la literatura, de la pulsión literaria, desde diferentes ángulos: el de la escritora de éxito; el del escritor de culto y el del aprendiz de escritor, en este caso el narrador, que se encuentra en ese terreno intermedio de vivir la literatura con mucha pasión, pero quizás sin llegar a integrarse en eso que tanto ama. Representa una tipología particular que a mí me despierta mucho interés; la del loco por la literatura que a veces es el amante más cautivo, porque no llega a ser capaz de generar creatividad. Me apetecía mostrar esos modos de estar en la literatura, de vivirla, desde una cierta empatía y también con un punto de ironía, para no colocarlo todo en un pedestal. En realidad, con cada una de esas tres visiones me permito ciertos rasgos irónicos, sin dejar de reconocer que las tres son lícitas y tienen todo el derecho a existir.
– Este primer cuento me ha resultado especialmente interesante precisamente por su juego de contrastes. Por una parte, el éxito; por otra, el prestigio, la consideración, el gusto por el trabajo… ¿Dónde se sitúa Eloy Tizón; qué estaría dispuesto a sacrificar por el éxito, si es que le importa?
– Bueno, yo me considero un artesano. Soy un escritor paciente, me tomo mi tiempo, dejo que los textos reposen, vuelvo a ellos, corrijo… Y todo eso es para mí parte del disfrute. No participo para nada de una visión sufrida, como reconocen otros autores, y lo del éxito me pilla lejano, no sé muy bien qué se puede considerar éxito. Para alguien puede ser ganar un premio multimillonario, salir en la televisión. Yo valoro poder escribir lo que uno quiere, con libertad, teniendo la suerte de contar con un editor que te apoya, con un grupo de lectores, no enorme, pero sí muy valioso… ¿No es eso el éxito; qué más queremos? Luego hay otros temas que tienen que ver con la sociedad del espectáculo, con ganar dinero, pero creo que eso está un poco aparte, no tiene que ver con el tipo de satisfacción que busco.

– El personaje que representa el éxito en este primer cuento, con nombre de mujer, en realidad es un colectivo que escribe. Lo podemos plantear como una imagen de futuro que, en cierto modo, ya está aquí. La sobreexposición, la importancia de la tecnología, la utilización de algoritmos, los recursos de la inteligencia artificial… El relato abre una ventana a todo esto.
– Sí. Hay pequeños apuntes de por dónde pueden ir las cosas. Yo suelo ser optimista en lo que se refiere al futuro, aunque es verdad que la inteligencia artificial ha entrado con un sesgo muy apocalíptico en nuestras vidas. Pero hasta ahora, comprobamos que su utilización puede ser buena a la hora de imitar, pero ese grado de imprevisibilidad que tiene la gran literatura ya es otra cosa. La literatura que nos emociona es aquella que no vemos venir. No podemos predecir lo que va a suceder a la vuelta de la página, y eso, hasta ahora, es un componente humano. Ahí radica la diferencia entre una máquina que imita y un cerebro capaz de producir arte.
“me considero un artesano. Soy un escritor paciente, me tomo mi tiempo, dejo que los textos reposen, vuelvo a ellos, corrijo… Y todo eso es para mí parte del disfrute. No participo para nada de una visión sufrida, como reconocen otros autores, y lo del éxito me pilla lejano, no sé muy bien qué se puede considerar éxito”.
– Volviendo a la metaliteratura, ¿por qué hay autores que se sienten molestos cuando se les incluye en su órbita?
– Puedo entender que no se sientan especialmente a gusto porque puede parecer que es una invención de laboratorio, un objeto frío, pedante… Yo he intentado, en la medida de mis posibilidades, que sea una metaliteratura cálida. Tuve en mente una serie de libros que me gustan mucho, básicamente algunos cuentos y novelas cortas de Henry James, como La figura de la alfombra, Los papeles de Aspern… Me atrae como él se acerca a la literatura como objeto de culto, pero también sin renunciar a dibujar toda la liturgia un poco enloquecida, chiflada, que hay alrededor de ella. Esa manera de ver la literatura, siempre con algún secreto, algo oculto, me resulta muy sugerente como lector y, dentro de mis posibilidades, he intentado acercarme un poquito a todo eso.
– ¿En esta sociedad donde la intimidad está perdiendo valor, donde las redes sociales impulsan a mostrarse todo el rato, a construir identidades, qué lugar ocupa la literatura?
– Yo creo que la literatura, aunque tenga cierta fama de ser una práctica vanidosa, y aunque es cierto que todos tenemos algo de vanidad, la literatura de verdad, participa de una dimensión distinta, que tiene que ver más con ahondar en la naturaleza humana, con sus luces, con sus sombras. Para mí supone un viaje de descubrimiento de lo que significa ser humano, con todas las contradicciones, las fragilidades, los defectos, los vicios… Todo está ahí y, seguramente, si no existiera la literatura y otras formas artísticas tendríamos un conocimiento mucho más limitado. Es verdad que el trato personal nos enseña mucho de los demás, pero ese grado de profundización, de conocimiento emocional que nos proporcionan las lecturas que emprendemos, es diferente. En mi opinión, toda la construcción literaria, todo su andamiaje, su arquitectura, debe desembocar en emoción, de lo contrario creo que se queda en un juego formal un poco vacuo. Lo que da sentido a trabajar en torno a la creación de historias es llegar a algo que le produzca al lector una emoción, la que sea.
“Para mí la literatura supone un viaje de descubrimiento de lo que significa ser humano, con todas las contradicciones, las fragilidades, los defectos, los vicios… Todo está ahí y, seguramente, si no existiera la literatura y otras formas artísticas tendríamos un conocimiento mucho más limitado”.
– Y que le abra compuertas interiores, haciendo visibles cosas que no sabía del mundo, de los demás, incluso de sí mismo…
– Así es. Se trata de un trabajo de humanización, un trabajo infinito, que nunca terminará. Creo que si pasáramos por la vida sin la literatura y las otras artes todo sería más pobre, tendríamos un flanco menos humano. La literatura nos abre, efectivamente, a todo eso que mencionas: al mundo, a sus destellos, a su violencia. Nos lleva a comprender qué significa estar plenamente vivos.
– También es un espacio para el silencio, ¿no? Puede verse como un refugio, como un modo de resistencia, frente a las sociedades de las prisas, de las apariencias.
– Sí. Y también como un lugar para dialogar contigo mismo, que es fundamental. Por eso considero que la literatura tiene hoy una importancia enorme; la tiene justamente porque vivimos en un mundo de prisas, de aceleraciones, de falta de tiempo, y la literatura consiste en escuchar una voz que te dice: párate, siéntate, reflexiona, dialoga con el libro, contigo mismo… Ahí hay una riqueza que ninguna otra práctica te puede dar. Las redes sociales tienen su utilidad y su gracia en un momento dado, pero esa conversación profunda con lo que somos, con lo que queremos ser, con lo que no hemos conseguido ser, con nuestros deseos, con nuestras esperanzas, creo que solo nos la puede proporcionar el arte.
– ¿La unidad del libro fue algo premeditado? Muchos de los relatos están protagonizados por Erizo. ¿Su presencia constante fue calculada o el personaje te iba apareciendo en el proceso de escritura, se iba imponiendo?
– Está bien la pregunta y te contesto con toda sinceridad. Los dos, tres, primeros cuentos, aparecieron sin ninguna voluntad unitaria, pero tenían una voz tan similar que pensé que era el mismo personaje el que narraba. Esa fue la pequeña epifanía para entender que tenía un libro que podía verse no como un libro de cuentos sino como un ciclo de cuentos, que es algo que han hecho otros autores -no es un invento mío para nada-, pero no yo hasta ese momento. Me pareció atractivo que hubiera esos vasos comunicantes entre unos relatos y otros, y, después, armar la estructura fue algo que me llevó tiempo, que me dio trabajo y que también me proporcionó diversión. Se trataba de ver cómo iba encajando las piezas, qué alusiones podía haber en unos cuentos a propósito de otros… Algunos lectores atentos verán esas alusiones y para otros pasarán desapercibidas, pero tampoco pasa nada.
– Claro, hay distintas capas en la lectura…
-Sí, pero a mí me interesaba potenciar ese trabajo de hilado entre unas narraciones y otras. Quería hacer esa tarea y después dejar que el lector hiciera la suya. Para mí era importante.
– ¿Hasta qué punto el personaje de Erizo es un alter ego de Eloy Tizón, un heterónimo a la manera de Pessoa (volvemos a Pessoa)? Asoman detalles evidentes para quienes hemos seguido tu trayecto y te conocemos un poco: la timidez, por ejemplo, aunque con el tiempo, es evidente, te la has ido trabajando…
-Sí (risas). Debo reconocer que comparto bastantes cosas con Erizo. Asumo sin problema lo de alter ego o heterónimo, son términos con los que me siento identificado. Pero no se trata de un libro de autoficción, eso está clarísimo. Hay una mirada moral que comparto con el personaje, pero luego los detalles entru su vida y la mía son distintos y se da una mezcla de situaciones autobiográficas con otras inventadas, algo que vengo haciendo desde hace tiempo, aunque sí, reconozco que tal vez Erizo sea el personaje que más cerca esté de mí de los que he escrito hasta ahora.

– “Me ha faltado disciplina para el malditismo”, dice el protagonista en un momento dado. Yo creo que eso te define…
– Sí, en absoluto (más risas). Yo creo que el malditismo está sobrevalorado. Me parece un cliché manoseado ya en exceso, el poeta alcoholizado, drogadicto, autodestructivo… Si lo comparo con una figura como Kafka, que se supone que es uno de los grandes escritores del siglo XX, era un hombre realmente muy sano, porque no fumaba ni tenía adicciones conocidas. Me identifico mucho más con él, o con el propio Pessoa, un tipo que llevaba una vida muy de oficina. Sin embargo, sus aventuras internas creo que eran mucho más grandes y peligrosas que las de Hemingway, que tiene fama de aventurero. Ese tipo de creadores más tímidos, menos llamativos, que no van disfrazados de genios ni aparecen diciendo boutades en medios de comunicación, pero que hacen un trabajo de mayor ahondamiento espiritual, son los que realmente me atraen, mucho más que los estruendosos bohemios.
– Sin llegar al malditismo, sí podemos hablar de un tipo de escritores rebeldes que se mantienen al margen, que no participan de los mecanismos del sistema editorial, al menos de los grandes grupos. Y esto me lleva a pensar en que hay muchísimas voces ocultas, por descubrir… Hay algo de esto también en Plegaria para pirómanos.
– Bueno, yo creo que en la literatura hay muchísimas opciones. A mí que alguien elija su posición, si lo hace con honestidad, me parece bien. Un escritor que esté al margen del mercado, si es una decisión voluntaria, y esa persona lleva una vida más o menos satisfactoria, me parece perfecto. Lo que no me gusta son esas figuras que posan de escritores malditos, pero que de reojo están mirando al mercado… Esa impostura no me gusta.
“Ese tipo de creadores más tímidos, menos llamativos, que no van disfrazados de genios ni aparecen diciendo boutades en medios de comunicación, pero que hacen un trabajo de mayor ahondamiento espiritual, son los que realmente me atraen”:
– Las dificultades de los trabajos creativos están muy presentes en algunos de los relatos. La precariedad, la fragilidad, el cómo vivir creando, esa falta de consideración, de valoración social, respecto a actividades que se considera que se hacen por placer, por vocación, sin necesidad de ser remuneradas. Aquí, supongo, también se comparten vivencias.
– Sí, eso quizás está en el oxígeno de nuestro tiempo y por eso sale casi sin querer. Hay un momento en el que Erizo asume que está a tres meses de tener que mudarse a un camping. Es un poco exagerado, pero expresa algo muy real en el fondo, porque está claro que quienes ejercen cualquier trabajo creativo suelen estar muchas veces al borde de la cuerda floja económica.
– Cambiando de tema, ¿qué estados de ánimo te acompañaban mientras escribías los distintos relatos? En el conjunto se despliega un amplio abanico de estados anímicos que afectan a los personajes y que acaban afectando a quienes vamos pasando las páginas. Hay tristeza, ironía, escepticismo, amargura, pero también asoma el juego, la diversión, y se percibe mucho la alegría de escribir.
– Bueno, en tu pregunta ya está la respuesta. Yo te diría que para mí es importante que el libro contenga diferentes estados anímicos, que no sea uniforme, que no sea un libro de principio a final divertido, chistoso, ni tampoco amargo, oscuro. Igual que la vida atraviesa un montón de texturas, de sabores, creo que el libro queda más completo si en lugar de dominar un solo registro se van alternando. Todo eso que has mencionado está presente, yo únicamente añadiría el culto a la belleza. Me mueve la búsqueda de la belleza, ese ser conscientes de que existe, de que, junto a las amarguras del mundo, a veces nos quedamos boquiabiertos ante determinadas imágenes: ante un árbol, ante un cielo… Eso intento remarcarlo bien, porque para mí es muy importante. Hay días que vamos por la vida, de un sitio para otro, sin pararnos a percibir que si nos detenemos ante una simple esquina del recorrido apenas tres segundos, aunque puede que esa esquina no tenga nada de particular, de alguna forma, el acto en sí puede reordenarnos el cerebro, el corazón. De ahí viene la insistencia en este tipo de planteamientos.
“Me mueve la búsqueda de la belleza, ese ser conscientes de que existe, de que, junto a las amarguras del mundo, a veces nos quedamos boquiabiertos ante determinadas imágenes: ante un árbol, ante un cielo…”
– “Cuando la belleza te ha tocado de verdad cómo podemos seguir tolerando el mundo”, escribes. Es una de esas frases que se subrayan, que he subrayado… Hay muchos más deslumbramientos como este en el recorrido. Hay momentos luminosos junto a otros mucho más oscuros. ¿Esas tonalidades que impregnan los relatos se corresponden con lo que vives y sientes en el momento en el que estás escribiendo?”.
– En gran medida sí. Pero es que nuestro espíritu es variable. No estamos siempre del mismo modo, ni siquiera en el mismo día nos mantenemos igual.
– ¿Crees que un libro de cuentos permite reflejar mejor estos cambios, movimientos?
– Bueno, es cierto que el marco de la novela es más uniforme, mientras que cuando escribes cuentos puedes hacer ese juego de saltar de unos más oscuros a otros más luminosos, logrando al final captar esa sensación de la complejidad de la vida. La vida no tiene un solo tono. Hay rachas, hay épocas, hay túneles, hay amaneceres. Y todo eso me gusta que esté dentro del libro.
– En todas tus obras se perciben destellos líricos, hay un gran trabajo con el lenguaje, con el estilo, como comentábamos antes, pero aquí hay una tendencia clara hacia el aforismo. Abundan esas frases, como la que citaba antes de la belleza, que en sí mismas cuentan una historia, se convierten en revelaciones.
– Totalmente de acuerdo. Tengo mucho amor por el aforismo. No sé si algún día publicaré un libro de aforismos, no lo descarto, pero me gusta mucho esa rotundidad, esa obligación de trabajar con muy buena puntería en la localización de una frase breve, contundente, que a la vez te invite a saborearla, reflexionarla, darle vueltas. Me gusta que las historias no sean una pura narración, que dentro de ellas haya esos momentos de pausa para pararse y pensar.
– Hemos hablado de Plegaria para pirómanos como un libro homenaje, muy literario, pero también es muy importante en su recorrido el paso del tiempo, el desasosiego del vivir y la insignificancia de nuestras pequeñas vidas.
– Sí. Está todo eso y a mí me gustaría también que se perciba –ojalá– que al lado de la insignificancia de nuestras vidas, se encuentra la grandeza de esa insignificancia. Recordar que en esa aparente banalidad de la existencia también hay cierta épica. En un cuento como El fango que suspira, por ejemplo, donde se narra la vida de barrio, en la atmósfera costumbrista de un bloque de casas donde una vecina muere en soledad, junto a lo sórdido de la situación, está también la idea de que la historia sigue y de que se pueden tejer historias alrededor de esa persona a la que no conocimos. Es una vida que ha pasado, pero que sí deja su sombra. Creo que todas las vidas dejan su sombra y eso quiero acentuarlo al lado de la crudeza, para no caer demasiado en la desesperación o el nihilismo, que no es mi terreno ni es lo que siento.
– Me apetece destacar también que los relatos de este libro son muy visuales. Muchas veces estamos leyendo y nos imaginamos que podríamos estar ante un cuadro.
– Bueno, eso es algo que está en todos mis libros, es marca de la casa (risas). Mientras estoy trabajando veo lo que estoy escribiendo, lo visualizo. Supongo que mis imágenes no coinciden con las tuyas, ni falta que hace, pero yo veo la película de lo que estoy escribiendo. De hecho hay un homenaje explícito a la mirada, a la vista, en Dichosos los ojos, ese cuento que es como un poema en prosa, una enumeración de cosas sorprendentes que hemos visto, que podrían ser cinco mil más… El tono y la música del texto son suficientes para darnos cuenta de que vivimos dispuestos al asombro, rodeados de hallazgos, de epifanías, y que hay que recordarlo para que no se nos olvide. Este relato, precedido de otro sobre la miopía y la timidez, que le sirve de contraste con su exaltación visual, también nos conduce a rememorar aquello que pensamos que hemos visto. Efectivamente ha sido así, pero el recuerdo lo transforma y por eso es más complicado de percibir.

– ¿No crees que cada vez se ve menos, que andamos por el mundo agobiados, un poco enceguecidos, sin capacidad para captar, para interpretar los acontecimientos, aunque tengamos acceso a todo tipo de informaciones, de estímulos?
– Sí. Es curioso, porque vivimos en una cultura que manifiesta una gran adoración por la imagen, pero que muestra imágenes cada vez más rápidas. El vídeo clip, Tik Tok… Esto se percibe muy bien cuando hay una película de ritmo más sosegado y los espectadores jóvenes se impacientan porque les parece que todo transcurre demasiado lento. No entienden el tiempo que es necesario para ver bien el plano, para entender lo que te está diciendo, porque hay una voluntad de decir algo. Ahora que comentamos esto, pienso que tengo ganas de ver el nuevo trabajo de Víctor Erice, descubrir qué nos cuentan sus imágenes. Películas como El espíritu de la colmena son películas que se toman su tiempo en contar los hec y al final acabas entendiendo que es absolutamente necesario. Hay otra cosa, una contradicción, que estoy percibiendo últimamente, el hecho de que hay películas de larga duración que mantienen un ritmo trepidante. Sucede con Oppenheimer, sin ir más lejos. Te demanda dos horas y media de tu tiempo, que es bastante, pero no para contarte la historia pausadamente, sino para hacerlo muy deprisa, con una música constante, con un ritmo que acelera el corazón. Esto me parece curioso.
– El proceso de escritura de este libro, como es habitual en ti, ha sido largo. ¿Recuerdas el primer cuento que escribiste?
– Pues creo que los dos primeros fueron Monstruo, que es el cuento del fotógrafo, y el de la vecina, El fango que suspira. Aquí fue donde encontré el parecido en la voz narradora, aunque, claro, los acontecimientos son muy distintos… El libro lo he ido trabajando a trozos, pero he estado con él desde que terminé Técnicas de iluminación, hace diez años. Luego vino la reedición de La velocidad de los jardines y la composición de Herido leve, que me llevó su tiempo; pero, entre unas cosas y otras, he estado una década incubándolo.
– ¿No te produce una especie de desazón ver que otros escritores son capaces de publicar un libro tras otro, muchas veces en el plazo de un año, y tú estás ahí erre que erre con el mismo?
– Bueno, soy consciente de que mi manera lenta de escribir, de trabajar, va contra los ritmos actuales y contra mis propios intereses editoriales, pero creo que es un error caer en comparaciones. Yo he aprendido con el tiempo que otros escritores siguen esa pauta de publicación porque es su forma de vivir la literatura, y ni siquiera lo critico ni me parece mal, pero creo que hay que ser leal al proyecto que uno tiene. Reconozco que yo tengo capacidad de aguante en este sentido. Podría haber publicado este libro antes, pero hubiera sido perjudicial para mi proyecto. Al final el lector que lee mis libros no se detiene a pensar en el tiempo que yo he tardado en escribirlos, los juzga por su contenido y eso me parece perfecto. Mi intención es que lo que escribo tenga cierta perdurabilidad. Ya sé que hoy este es un concepto complicado, a contracorriente, pero que a mí me motiva. Volviendo a lo que te decía, la verdad es que en general tiendo a no compararme, no solo en lo que respecta a la literatura, también en las demás facetas de la vida.
“soy consciente de que mi manera lenta de escribir, de trabajar, va contra los ritmos actuales y contra mis propios intereses editoriales (…) Mi intención es que lo que escribo tenga cierta perdurabilidad, un concepto complicado, a contracorriente, pero que a mí me motiva”.
– Bueno, hablando de permanencia, de perdurabilidad, La velocidad de los jardines, es uno de esos libros que se siguen nombrando, leyendo.
– Sí, la verdad es que sigue dando guerra (risas) y eso me satisface.

– ¿Se incluye en este libro el primer cuento de tu trayectoria? ¿Cómo recuerdas tus inicios?
– Pues sí. Los viajes de Anatalia, que se incluye en La velocidad de los jardines, creo que fue el primer cuento que escribí con conciencia de estar escribiendo un cuento. Recuerdo que fue una sensación agridulce porque me sentía completamente perdido. Era joven entonces, pero había leído ya una cantidad importante de cuentos. Había leído y estudiado con mucha devoción a los latinoamericanos: a Cortázar, a Borges, a Onetti… Pero a la hora de ponerme a escribir, eso era otra cosa. ¿Cómo podía conseguir introducir movimiento, que los personajes salieran y empezaran a hablar? Son aspectos muy básicos pero que realmente resultan complicados en un primer momento. En este sentido, Velocidad… es para mí un libro muy significativo porque veo que dentro de él hay un autoaprendizaje. Los primeros cuentos son muy poco narrativos. Yo estaba avanzando a tientas porque no sabía todavía cómo escribirlos, pero, a medida que el libro avanza, se nota que voy entendiendo mejor la dinámica narrativa, hasta llegar al final, al último relato que escribí, que es el que da título al conjunto y donde ya se nota que no me dejo abrumar por el material, que soy yo el que impone el ritmo, la estructura. Me gusta mucho comprobar el paso que hay de la ignorancia a un cierto conocimiento en este libro que refleja muy bien el camino que hice, un camino que creo que los lectores también recorren al ir leyendo.
– ¿Qué les dices a tus alumnos en los talleres de escritura que impartes?
– Pues primero intento transmitirles pasión por lo que hacen. No estamos hablando de un saber disecado, la literatura es algo vivo, algo emocionante. Después los inundo de ejemplos, de textos que a mí me conmueven, de fragmentos de novelas, de cuentos. Los leemos, intentamos ver dónde radica su belleza. Si hay algo que busco es entrar en el aula con una mente abierta, infundirles entusiasmo y no imponerles mi visión sobre la literatura. Soy muy respetuoso con todas las tendencias, con los estilos, intentando ayudar, en la medida de mis posibilidades, a dar pasos hacia adelante, en el buen sentido, para que cada cual encuentre su propia voz y sea más consciente de aquellos aspectos en los que radica su fuerza, así como de las debilidades que deben trabajarse más. Este es un camino también lento de descubrimiento, de autodescubrimiento, pero muy satisfactorio. Cuando conectas bien con algún alumno y le ayudas a perfilar su talento, es una satisfacción enorme. Y luego ver que vuelan por sí mismos, que publican, ya es una absoluta maravilla.
Plegaria para pirómanos ha sido publicado por la editorial Páginas de Espuma.