Hervé Le Tellier, la fascinación por las anomalías y las vidas ajenas

Hervé LE TELLIER. Foto por Francesca Mantovani (c) Ediciones Gallimard

Emma Rodríguez © 2021 /

Cuando en el transcurso de 2019 el escritor francés Hervé Le Tellier estaba completamente absorto en la escritura de una novela en la que se cruzaban distintas historias y personajes; mientras jugaba con géneros, estilos y destinos, imaginando una anomalía capaz de trastocarlo todo –teorías, ideas, convicciones–, estaba lejos de saber que su libro se publicaría coincidiendo con el estallido de una demoledora pandemia, con un confinamiento a nivel global.

La extrañeza, la perplejidad, el asombro ante lo imprevisible, que acompaña a los protagonistas, y también a los lectores de La anomalía, título de la obra en cuestión, corría en paralelo a la realidad, a la incertidumbre creciente que iba apoderándose de nuestras vidas, de las vidas de ciudadanos de todos los continentes a partir de marzo de 2020, a lo largo de un tiempo que nos está haciendo ser mucho más conscientes de nuestra vulnerabilidad, de nuestra pequeñez, de la falsa idea del control y dominio humano sobre la naturaleza. 

La irrupción de una catástrofe es el punto de partida de otras historias cercanas, caso de El silencio, de Don DeLillo, o Nuestros inesperados hermanos, de Amin Maalouf, que ocupan otras páginas de Lecturas Sumergidas. Podemos pensar que los misteriosos mecanismos de la literatura pueden llegar a propiciar visiones anticipatorias; podemos quedarnos simplemente con la idea de la casualidad, una casualidad que tiene que ver, eso sí, con la capacidad del creador para observar, para olfatear, para detectar miedos colectivos. 

Lo que sí hace una determinada literatura es decir la verdad, lo que ya está delante pero que no se dice, lo que otros lenguajes esconden o enmascaran”, señala el autor vasco Bernardo Atxaga, quien firma una entrega reciente, Casas y tumbas, que, en cierto modo, también refleja los espacios de penumbra en los que nos estamos moviendo. Se trata de un interesante tema para reflexionar mientras vamos pasando las páginas de la obra de Le Tellier, ganadora del último Premio Goncourt y un éxito de ventas en Francia y en otros países, algo que su autor, para nada artífice de best-sellers, no podía imaginar.

El premio ayudó, sin duda, y también las circunstancias, a que esta historia tan original y especial haya llegado, y siga interesando, a millones de lectores, a personas distintas y distantes, pero unidas por un mismo desconcierto, por los espacios de inquietud que de pronto se han abierto y que les convierte en cómplices de unos protagonistas que han de enfrentarse a una situación absolutamente imprevisible. 

Veamos. No estamos ante una novela convencional. Yo me atrevería a hablar de un artefacto literario, de una construcción laberíntica, de un juego. Hervé Le Tellier (París, 1957) ha puesto en marcha los mecanismos de Oulipo, grupo de experimentación literaria del que es presidente, una sociedad lúdica surgida de las búsquedas del surrealismo, que se creó en los años 60 del siglo pasado, con autores como Raymond Queneau, Georges Perec e Italo Calvino como algunos de sus principales representantes. ¿Os suena el libro Cien mil millones de poemas, donde Queneau parte de 10 sonetos y mezcla sus versos de tal manera que da lugar a 100.000 millones de combinaciones posibles? Se trata de una entrega joya de la literatura. Yo la descubrí hace unos años, en una hermosa edición lanzada en España por la editorial Demipage, y la nombro porque explica por sí sola lo que significa la corriente de la que participa nuestro autor.

Las posibilidades, las distintas maneras de contar una historia, las restricciones o limitaciones impuestas a una narración como juego, como experimento, para provocar deslumbramientos, mezclas inesperadas, anima a los oulipianos, tan cercanos a las operaciones de la aritmética como a los ejercicios de estilo. El juego, como decía antes, es la energía que mueve La anomalía, una historia que parte de las probabilidades, que plantea distintas respuestas-variaciones ante una misma alteración, que explora el tema del doble y arranca de una pregunta simple para desembocar en escenarios y enfoques complejos.

¿Qué pasaría si nos encontrásemos con alguien exactamente igual a nosotros, qué le preguntaríamos, cómo reaccionaríamos? De estos planteamientos parte Hervé Le Tellier, matemático y hombre de letras como Raymond Queneau, capaz de crear como él espacios abiertos a combinaciones múltiples. En la novela que nos ocupa el autor pone a dialogar a distintas personas que han tenido la suerte, o la desgracia, de encontrarse con sus dobles, dependiendo de la manera en que afrontan la experiencia, de las transformaciones que un hecho tan insólito produce en cada uno de ellos. Unos responden desde la empatía; otros desde el odio. Hay seres capaces de apartarse y dejar que su igual siga sus trayectos y hay quienes incluso llegan a asesinar.

En “La AnomalÍa” Hervé Le Tellier ha puesto en marcha los mecanismos de Oulipo, grupo de experimentación literaria creado en los años 60 del siglo pasado, con Raymond Queneau, Georges Perec e Italo Calvino como sus principales representantes.

Todo es posible en esta historia que se desarrolla alrededor del prodigioso desdoblamiento de un vuelo París-Nueva York. Un vuelo que acontece, de idéntica forma, en dos momentos, en dos tiempos diferentes, un 10 de marzo de 2021, y tres meses más tarde. A bordo y en las dos ocasiones, en una travesía agitada por fuertes turbulencias, viaja la misma tripulación y los mismos 243 pasajeros. Desde la torre de control no pueden creer lo que está sucediendo. Idéntica tormenta, idénticas coordenadas y llamadas de alerta…

Entra en acción un portentoso comité de expertos de toda clase: psicólogos y científicos de los más diversos ámbitos; filósofos y religiosos. Buscan explicaciones, teorías, respuestas a una situación desconcertante, perturbadora. Y al mismo tiempo, las fuerzas de seguridad, los servicios secretos de Estados Unidos, se ponen a trabajar para encontrar a las personas implicadas, a los pasajeros de marzo y a los de junio, con el fin de ponerlos cara a cara.  

Estamos dentro de una novela que utiliza los resortes de la ciencia-ficción y que por ello, por su carácter especulativo, hace las delicias de los amantes del género, pero Le Tellier es capaz de llegar a todo tipo de lectores. A ello contribuye la lograda sensación de extrañeza ante el presente, el de la ficción y el real, que entra en la obra desde la más absoluta inmediatez, con alusiones a la pandemia de Covid, a través de apariciones de reconocibles personajes de la política actual… A ello contribuye también, contra todo pronóstico, la estructura nada convencional: combinaciones, cruces de vidas, casualidades, acontecimientos que se van intercalando. Mecanismos que funcionan, que se ponen al servicio de un hondo tratamiento de los personajes: sus debilidades y carencias, sus emociones y anhelos, sus contradicciones y su desconocimiento de esa parte de ellos mismos que descubren cuando se encuentran ante el espejo, desnudos frente a sus dobles. 

Ese ahondamiento, por otra parte, no es ajeno a la mejor ciencia-ficción. El autor, según ha declarado, siempre ha sentido predilección por su “capacidad para hacernos reflexionar sobre lo que es la humanidad y lo que debemos hacer con este planeta”; por su potencial para extender los límites de la imaginación y trabajar con las “posibilidades de los destinos individuales y colectivos”; por “su objetivo humanista de pensar un mundo diferente”. A esto se refirió en una conversación reciente con su traductor, el también escritor y miembro de Oulipo, Pablo Martín Sánchez, en la última edición de Kosmopolis, encuentro literario que se celebra en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB)

Hervé Le Tellier / Foto, con licencia Creative Commons, por “Vicente”.

En el acto citó, entre otras obras, El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, novela que plantea una realidad histórica alternativa, que juega a la posibilidad de que los nazis hubieran conquistado una parte de los Estados Unidos, con saltos entre universos paralelos que plantean distintas experiencias y desenlaces. Mientras leía La anomalía pensaba en esta novela, en la idea de los multiversos, de las distintas versiones de un mismo mundo que pueden existir. Y también en episodios de la saga de Star Trek, donde son habituales los paralelismos, la aparición de los mismos personajes en distintos espacios temporales a los que han de adaptarse, muchas veces desarrollando personalidades diferentes. 

el autor siempre ha sentido predilección por la Ciencia-Ficción, por su potencial para extender los límites de la imaginación y trabajar con las “posibilidades de los destinos individuales y colectivos”.

La serie televisiva es citada en las páginas de la novela. “Es como si la Enterprise” surgiera en dos puntos del espacio, con dos capitanes Kirk, dos señores Spock...”, señala el profesor Miller, uno de los científicos protagonistas, especializado en probabilidades, quien debe activar un secreto protocolo, el 42, ideado para situaciones límite, fuera de lo común, extraordinarias. En la historia se alude también al escritor Arthur C. Clark, se menciona otra serie televisiva, Black Mirror, se habla de películas como Encuentros en la tercera fase, de Steven Spielberg; Dune, de Frank Herbert; Interstellar, de Christopher Nolan, Matrix… Son muchas las referencias a la ficción especulativa, a sus temas más frecuentes. 

Los multiversos, los agujeros de gusano, puentes de tránsito hacia otros espacios y tiempos, acuden a nuestra mente mientras leemos, y son mencionados en la entrega, junto a otras hipótesis, cobrando fuerza la de la simulación, la copia virtual a través de una desarrollada tecnología. No os contaré más. Es apasionante ir siguiendo las búsquedas, las reflexiones, las tesis que se van desarrollando y dotando de complejidad y misterio a una historia abierta, una historia que estimula, divierte (sus dosis de humor, de parodia, son otro de sus fuertes), inquieta y hace pensar, plantearse preguntas.

Con ingenio, con ritmo, con distintas cadencias y estilos, Hervé Le Tellier nos va conduciendo hacia una realidad en la que todo parece fruto de un sueño. Desde la extrañeza vamos andando hacia entornos turbadores. Las circunstancias son del todo anómalas, pero no lo que sucede en el interior de los personajes, que en una situación extrema sacan fuera lo mejor y lo peor de sí mismos. Son ocho los pasajeros que adquieren mayor protagonismo, enfrentados a sus dobles, sujetos a vigilancia e interrogatorios. Y junto a sus vivencias, se desarrollan también las de algunos de los científicos, introduciéndose pasajes que narran las circunstancias de los vuelos, los procesos de la investigación, los efectos mediáticos, políticos, religiosos, del acontecimiento. 

Cada uno de los capítulos podría dar para una novela, pues detrás de cada nombre propio hay una vida con sus conflictos y anhelos. Amores y desamores, trabajos, abusos, revelaciones y también escenarios cambiantes, panoramas de actualidad diversos. Le Tellier despliega un abanico de posibilidades, de destinos, que nos retratan como sociedad, que captan el fluir y el sentir del ahora, un ahora hecho de incertidumbres.

Con ingenio, con ritmo, con distintas cadencias y estilos, Le Tellier nos va conduciendo hacia una realidad en la que todo parece fruto de un sueño. Las circunstancias son del todo anómalas, pero no lo que sucede en el interior de los personajes, que en una situación extrema sacan fuera lo mejor y lo peor de sí mismos.

El racismo, por ejemplo, aparece en la historia de Joanna Wasserman, una combativa abogada negra que llega a lo más alto pese a los muchos obstáculos que ha de atravesar por el color de su piel. Su relato introduce, además, el tema del poder ejercido por las grandes corporaciones, en este caso una empresa farmacéutica. La homofobia y también la desigualdad, la tendencia de los más ricos a refugiarse en fortalezas para huir de las masas empobrecidas, de la inseguridad y la violencia, se hace presente en la historia de Slimboy, un cantante nigeriano de éxito.

Desde lo alto de esos edificios de lujo verán toda Lagos y sus cuarenta millones de habitantes ahogándose, desde Kuramo Beach hasta las chabolas de Makoko, una alcantarilla a cielo abierto… Lo siento, Ugo, pero me parece monstruoso. ¿Y sabe qué es lo peor? Que es el mundo que nos espera. Hemos tirado la toalla, cada cual intenta salir adelante como puede y, sin embargo, nadie conseguirá salvarse. No es Lagos la que se aleja de la civilización, somos nosotros, todos nosotros, desde todas partes, quienes nos acercamos a Lagos”, reproduzco este fragmento de un diálogo demoledor entre dos diplomáticos que asisten a una recepción a la que es invitado el intérprete africano.

La anomalía es, como os decía, una novela brillante, juguetona, pero a la vez compleja y profunda, capaz de hacernos tomar conciencia de las derivas de las sociedades que habitamos, de los males de un mundo en el que los avances tecnológicos nos superan y sobrepasan hasta el punto de confundirnos, de hacernos perder el sentido. Esta historia de seres duplicados que empiezan a cuestionarse los rumbos emprendidos, es capaz de detectar muchas de las grietas y contradicciones del presente.

Le Tellier recurre a la ironía para hablar de los asuntos más graves. Hay momentos en los que la novela alude a los tiempos de pandemia que vivimos, por ejemplo cuando el presidente francés, de nombre Emmanuel Macron se dirige a los franceses para pedirles que, tal como hicieron durante “el drama interminable” de la  misma, aprovechen “los días y las semanas que vendrán”, tras el descubrimiento de la anomalía, “para pensar y para encontrar la paz”. 

Los científicos querrán interpretar, comprender, explicar, pues esa es su tarea, pero será en vosotros mismos y solo en vosotros mismos donde encontraréis todas las respuestas”, les dice después de recurrir a lo que Albert Camus escribió en agosto de 1945, cuando “tras la explosión de Hiroshima, el mundo entró de golpe en la era nuclear  y cundió el pánico a la devastación”. Las palabras del escritor entran pues en la novela: “He aquí una nueva angustia, que tiene todos los números de ser la definitiva. Sin duda, la humanidad se encuentra ante su última oportunidad. Podría ser la ocasión de hacer una edición especial. Pero más vale que lo aprovechemos para reflexionar un poco y callar bastante”.

Podría acabar aquí este artículo, meditando sobre las muchas oportunidades que se han ido sucediendo después y que no han hecho que la humanidad cambie de vía, pero no quiero terminar sin hablaros de un personaje esencial en la novela, Victor Miesel, un escritor que viaja en el avión duplicado y que es autor de una novela de igual título que la que nos ocupa, La anomalía, aunque ni en forma ni en contenido tenga nada que ver. Otro juego oulipiano que nos lleva a plantearnos hasta qué punto Miesel es un doble, un alter ego, de Hervé Le Tellier. 

A través de él nuestro autor retrata los entresijos del mundo editorial, reflexiona, desde el escepticismo, la ironía, también la lucidez, sobre la escritura, las ventas, el éxito, las búsquedas literarias… “Victor observa todas esas vidas desperdigadas, todos esos seres angustiados (…) Se abandona a la fascinación por las vidas ajenas. Le gustaría elegir una, encontrar las palabras exactas para contar la historia de esa criatura y llegar al convencimiento de haberse acercado lo suficiente como para no traicionarla. Luego hacer lo mismo con otra. Y con otra más. ¿Tres personajes, siete, veinte? ¿Cuántos relatos simultáneos puede aceptar un lector?”, se pregunta el protagonista.

¿Hasta qué punto se planteó lo mismo Le Tellier al enfrentarse a la obra? Este pasaje, por sí solo, indica los propósitos de una sorprendente novela que nos anima a observarnos de cerca, a preguntarnos quiénes somos, qué buscamos en un mundo donde, como ha señalado el escritor, cada vez cuesta más distinguir lo real, lo verdadero, de lo falso. 

La anomalía, de Hervé Le Tellier, ha sido publicada en castellano por Seix Barral. La traducción la firma Pablo Martín Sánchez.

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