Emma Rodríguez © 2019 /
Si hay una ventana abierta en este nuevo Lecturas Sumergidas, con el que cumplimos y celebramos nuestras 50 ediciones, es la de la imaginación. Como tantas veces sucede, el azar ha querido que en esta entrega la inmersión en ensayos de cariz social, económico y humanístico, capaces de sacudirnos y de llevarnos hacia nuevos modelos de sociedad, coincida con la lectura de cuentos que traspasan la frontera de lo real y nos conducen a paisajes y atmósferas donde todo es posible, donde lo imprevisible, lo fantástico, lo distópico, se convierte en la vía de acceso a nuevos mapas, al tiempo que nos anima a plantearnos conflictos y prejuicios que marcan y definen nuestros pasos sobre los terrenos resbaladizos de estos comienzos del siglo XXI.
Decía Ursula K. Le Guin que la literatura fantástica y la ciencia ficción, ámbitos en los que es toda una referencia, le permitieron “columbrar una alternativa imaginada al modo de vida que vivimos hoy”. Señalaba la escritora que muchas de sus sociedades inventadas mejoran en algún aspecto la nuestra. “Mis historias”, escribió, “no son advertencias nefastas ni proyectos de lo que deberíamos hacer. La mayoría son comedias sobre las costumbres humanas, recordatorios sobre la infinita variedad de formas en las que acabamos siempre en el mismo sitio y homenajes a esa variedad infinita a través de la invención de aún más alternativas y posibilidades”.

He pensado mucho en la escritora, he vuelto a sus palabras, mientras leía los Nueve cuentos malvados de Margaret Atwood, de los que os hablo en otro de los artículos incluidos en este número, y mientras me dejaba atrapar por los relatos que componen Insólitas, una interesantísima antología, publicada por la editorial Páginas de Espuma, a la que habrá que recurrir a partir de ahora para situar a las narradoras de lo fantástico en Latinoamérica y España. Si algo me ha atraído de este recorrido por los territorios de lo extraordinario, es la amplitud de planteamientos, de escenarios y de temas, la desbordante explosión de imaginación, de genialidad.
En un encuentro reciente con los responsables de la antología, Teresa López-Pellisa, profesora de literatura en la Universidad de las Islas Baleares, experta en realidad virtual, cibercultura y ciencia-ficción, y Ricard Ruiz Garzón, escritor, columnista y profesor de Escritura del Ateneu Barcelonés, donde está especializado en género fantástico, ambos aludieron a una pregunta demasiado insistente: ¿por qué una antología de género en la que solo hay mujeres? La respuesta es evidente: las escritoras han sido silenciadas en todos los campos, pero especialmente en un territorio ya de por sí ninguneado durante demasiado tiempo, el de lo fantástico.
De ahí que esta entrega, que consigue situarnos y descubrirnos nombres y trayectos, se convierta en una doble reivindicación: la de las mujeres que transitan por los lenguajes de lo extraordinario, de lo insólito, y la de los géneros, ubicados bajo el amplio abanico de la fantasía, que, marginados por la crítica y la intelectualidad, han empezado a cobrar especial relevancia en estos tiempos en los que imperan las series de televisión que exploran esos universos, en un presente en el que nos sentimos cada vez más cerca de los vaticinios de la ciencia ficción, faltos de certezas, necesitados de alas que nos permitan alejarnos y soñar con realidades paralelas. De nuevo, aquí, vuelvo la mirada a Atwood, quien a través de sus relatos, con mucho humor, traza un homenaje a esos extraños frutos de la literatura considerados menores, que ella nos hace degustar con absoluta maestría.

Pero volvamos al trayecto que se nos propone en Insólitas, un viaje apasionante, no siempre cómodo, hacia geografías múltiples, dispares; hacia lejanías que muchas veces nos acaban llevando hacia nuestro yo más cercano, hacia nuestras oscuridades más hondas (prejuicios, temores, pesadillas). Parten los responsables de la edición de las palabras de la escritora feminista estadounidense Pamela Sargent, quien señala: “Solo la ciencia ficción y la literatura fantástica pueden mostrarnos mujeres en ambientes totalmente nuevos o extraños. Pueden aventurar lo que podemos llegar a ser cuando las restricciones presentes que pesan sobre nuestras vidas se desvanezcan, o mostrarnos nuevos problemas y nuevas limitaciones que puedan surgir”.
Esta antología, que consigue situarnos y descubrirnos nombres y trayectos, se convierta en una doble reivindicación: la de las mujeres que transitan por los lenguajes de lo extraordinario, de lo insólito, y la de los géneros ubicados bajo el amplio abanico de la fantasía.
Recurren a la desconocida figura de Metis, diosa de la época clásica a la que su marido, el viejo Zeus, devoró, “se la comió enterita mientras estaba embarazada de su hija común Atenea”, asimilando el poder de procrear, por lo que Atenea nace sin madre, “sin un referente femenino, y tan solo puede contemplarse en la proyección paterna de la que dispone...” Como hijas de Metis definen a las 28 protagonistas de esta antología, que viene a trazar un puente entre España y Latinoamérica y que en sí misma se convierte en una publicación insólita, ya que en castellano hay pocas entregas con características similares (convenientemente citadas por los antólogos).
Imaginar. Ver más allá de lo real, abrir horizontes para el asombro, para la revelación, para el descubrimiento. He ahí todo lo que me cautiva de este tipo de literatura tan apta para la evasión como para la reflexión. Y si se trata de una antología de este tipo, la atracción aumenta por el encuentro con voces, planteamientos y perspectivas absolutamente diferentes, con paisajes y lenguajes distantes entre sí, pero unidos por el afán de traspasar límites y barreras.

Imposible hablaros de todos los relatos, elegiré unos cuantos de ellos para que vayáis abriendo el apetito. Empezaré por un cuento que ya conocía y que me ha encantado reencontrar, una pieza para mí cumbre de la literatura fantástica. Se trata de Mi hermana Elba, de Cristina Fernández Cubas, y habla de la magia de la niñez y de cómo acabamos perdiendo esa magia, capaz de llevarnos a huecos, a refugios, a espacios intransitados, a medida que vamos creciendo. Se trata de una bella y cruel historia de complicidades que se pierden, de una inquietante visita a un internado, un lugar asfixiante en el que durante algún tiempo tres niñas, entre ellas dos hermanas, se sintieron especiales.
También la compleja relación entre dos hermanas es el centro de La densidad de las palabras, de la autora argentina Luisa Valenzuela, una hermosa pieza de cariz feminista, con hadas y maldiciones de por medio, que habla de las capacidades del lenguaje, de la literatura como una manera de enfrentarse al rechazo, de afrontar la diferencia. Las palabras como recurso frente a lo adverso, la escritura como espacio en el que todo está permitido. “Escribo para pocos porque pocos son los que se animan a mirarme de frente”, escuchamos a la narradora, que en otro momento nos cuenta: “Antes de mudarme al exilio en el bosque debo reconocer que hicieron lo posible por domarme. Calla, calla, me imploraban. El mejor adorno de la mujer es el silencio, me decían. En boca cerrada no entran moscas...”
La autora argentina Luisa Valenzuela firma una hermosa pieza de cariz feminista, con hadas y maldiciones de por medio, que habla de las capacidades del lenguaje, de la literatura como una manera de enfrentarse al rechazo, de afrontar la diferencia.
Esta antología es en conjunto un arma contra el silencio. La incapacidad para adaptarse, para asumir lo considerado normal, es un hilo que recorre muchas de las narraciones, caso de la argentina Ana María Shua en Vida de perros, donde recurre a un protagonista que se transforma en lobo; de la mexicana Amparo Dávila en el inquietante El Huésped, o de la salvadoreña Jacinta Escudos en Yo cocodrilo, una pieza que utiliza la metamorfosis de la protagonista para abordar la crítica al sistema patriarcal. La diferencia se suele tratar desde la transformación, desde el retrato de monstruos en ocasiones cargados de humanidad, pero también desde situaciones que provocan rechazo social como la obesidad, por ejemplo en Balneario, de la española Pilar Pedraza, o en Lipívoras, de Alicia Fenieux Campos (Santiago de Chile, 1960).

La selección realizada ha buscado la diversidad en todos los sentidos, en cuanto a registros, voces, y, por supuesto, temas, incluyendo un amplio ramillete de preocupaciones, de obsesiones, como se indica en la introducción: “la violencia de género, la relación con el Otro, la diversidad sexual, la soledad, la misoginia, los cuerpos no normativos, la infancia, la muerte, la enfermedad, las relaciones familiares, la metaliteratura, la licantropía, la precariedad laboral, el canon de belleza occidental, la violencia, la desigualdad de clases, el monstruo, la ecología, la guerra, el amor, la política en la era de la globalización, la relación humano-máquina, la educación en la era de la cibercultura, la inmigración, la indiferencia de la sociedad frente a los problemas ajenos...”
Se trata de destapar la caja de Pandora y “observar el mundo desde el otro lado del espejo”, espejo en el que acabamos viendo reflejados muchos de nuestros prejuicios, temores, abismos, rencores, deseos de venganza incumplidos… Es muy interesante comprobar la pluralidad de los tonos, de las búsquedas, de las miradas. Es interesante acercarse a las realidades, transcursos y conflictos de los distintos países, representados a través de las visiones de las autoras, de su sentido de identidad y pertenencia a geografías que marcan sus experiencias particulares; de ahí que la violencia y la crítica social esté más presente en las narradoras latinoamericanas, como apuntan Teresa López-Pellisa y Ricardo Ruiz Garzón.
Se trata de destapar la caja de Pandora y “observar el mundo desde el otro lado del espejo”, espejo en el que acabamos viendo reflejados muchos de nuestros prejuicios, temores, abismos, rencores, deseos de venganza incumplidos…
Pero, más allá de las distancias, si algo nos ofrece esta entrega es un mosaico de presentes, de problemas que nos amenazan, un fresco de las sociedades de la desigualdad, de la precariedad, de la velocidad tecnológica, en las que habitamos. No quiero ponerme seria, no corresponde, ya que el humor es una corriente que atraviesa muchas de estas ficciones, y no me apetece confundiros. Pero nuestras narradoras son sabias en la utilización del humor, de la ironía, como camino idóneo para llevarnos a reconocer las fallas del presente y para despertar nuestra imaginación acerca de lo que nos espera si seguimos avanzando en la misma dirección.
En la pieza titulada Sin reclamo, por ejemplo, la escritora mexicana Cecilia Eudave, nos habla de una epidemia de parálisis que ataca a los viajeros en un aeropuerto, como estremecedora metáfora de la deshumanización de la vida moderna, de los mecanismos del trabajo, del dinero, del poder. “Me ascendieron a jefe de sección en la empresa, contrato y despido a mi antojo, manejo y someto, soy el número uno, junto a mí no hay nadie más. Soy tremendamente despreciado, no me importa (déjenme pensar un momento), nadie…”, nos transmite el protagonista en un inquietante monólogo. Y en el hilarante y original El redactor estrella de Rocketbol Amazing Times, la española Laura Fernández, experta jugadora con los dados del absurdo y de la ciencia ficción, nos conduce a una redacción donde los muertos reclaman sus derechos, poniendo sobre el tapete muchos de los males del ámbito del trabajo, concretamente del periodismo (la precariedad, la manipulación, el sensacionalismo…)

Más duras y demoledores resultan narraciones como Nada que declarar de Anabel Enríquez (Santa Clara, Cuba, 1973), que aborda el tema de la inmigración ilegal, de las fronteras. Sus protagonistas, víctimas del engaño, viajan en una nave espacial, en “continua lucha por sobrevivir en un mundo que se deshace constantemente bajo los pies”, una situación demasiado cercana como para que no la reconozcamos, pese al aliento futurista del relato. La compasión, la empatía, el reconocimiento, la complicidad, la inquietud, son algunas de las reacciones que sentimos ante estos relatos que se quedan fijados en nuestra memoria como metáforas de realidades vividas o temidas. La autora mexicana Raquel Castro titula su cuento (un relato que nos interpela desde un territorio entre la vida y la muerte) ¿A qué tienes miedo?, y yo me atrevo a decir que el título podría englobar a todo el conjunto, pues, como os decía, es potente la capacidad de estas mujeres que transitan por las lindes de lo insólito para acercarnos a nuestros miedos latentes, a esas oscuridades subterráneas, aletargadas, que pueden irrumpir en las colectividades sin que nos demos cuenta del proceso.
Laura Fernández, nos conduce a una redacción donde los muertos reclaman sus derechos, poniendo sobre el tapete muchos de los males del ámbito del trabajo, concretamente del periodismo (la precariedad, la manipulación, el sensacionalismo…)
Apenas he citado a un puñado de autoras, pero os diré que en la antología conviven en un diálogo abierto, muy enriquecedor, distintas generaciones, que descubriréis nuevas y refrescantes voces, junto a nombres más reconocibles, como los de Fernández Cubas, Ana María Shua y Pilar Pedraza –ya citadas–, Cristina Peri Rossi, Patricia Esteban Erlés, Daína Chaviano, que nos regala un hermoso y complejo cuento de fantasía épica (La dama del ciervo) o Angélica Gorodischer (Buenos Aires, Argentina, 1928), la más veterana, maestra indispensable del género de la ciencia ficción y fantasía en Latinoamérica, que en Una mujer notable afronta, desde el sarcasmo, el tema de la violencia de género.
Vuelvo al texto introductorio. “Pese a su diversidad”, voy leyendo, todas las autoras “tienen en común haber escogido observar el mundo desde lo que una de ellas, Cristina Fernández Cubas, ha tipificado para la literatura como el “ángulo del horror”. Y más adelante me detengo en otro párrafo: “Lo insólito permite cuestionar el orden simbólico a partir de la transgresión, ya sea del lenguaje o de las convenciones culturales, y ese ejercicio de subversión contra lo normativo es perturbador y revolucionario, por lo que desde el feminismo supone un arma cultural de gran interés”.
Efectivamente, la transgresión es esencial en todas estas ventanas abiertas a la imaginación. El carácter transgresor de los relatos, la exposición atrevida, sin tapujos, de asuntos que nos importan, que nos preocupan, que nos provocan pesadillas, es uno de los motivos que convierten en irresistibles estas narraciones nada confortables que nos divierten sin dejar de perturbarnos. Os aseguro que muchas de ellas no podréis olvidarlas con facilidad y que otras os ayudarán a reconocer y poner en su sitio circunstancias concretas, situaciones de abuso, de peligro, de injusticia. Porque, como señala Ursula K. Le Guin, a la que regreso antes de poner el punto final: “No conoceremos nuestra propia injusticia si no podemos imaginar la justicia. No seremos libres si no imaginamos la libertad. No podemos exigir que alguien intente alcanzar la justicia y la libertad si no ha tenido la oportunidad de imaginar que se pueden alcanzar”.
Insólitas. Narradoras de lo fantástico en Latinoamérica y España, cuya edición ha corrido a cargo de Teresa López-Pellisa y Ricardo Ruiz Garzón, ha sido publicado por la editorial Páginas de Espuma.