Por Fidel Oltra © 2018 / Prácticamente desde que la Humanidad empezó a tener consciencia de sí misma y del mundo, comenzó a hacerse preguntas. Muchas de ellas no tenían respuesta, y por ello se crearon las deidades. Estos, dioses y diosas, eran entes sobrenaturales que provocaban los fenómenos atmosféricos, que hacían salir el Sol por la mañana y la Luna por la noche, que habían creado al Ser Humano y todo lo que le rodeaba. Como algunos de esos fenómenos inexplicables eran beneficiosos, mientras que otros perjudicaban o aterrorizaban a los hombres, estos empezaron a intentar comunicarse con aquellos dioses que los controlaban para intentar ponerlos a su favor. Me imagino que, dándose cuenta de que no solo muchas veces sus plegarias eran ignoradas, sino que, por el contrario, les ocurrían más cosas terribles, llegarían a pensar que también había entes malvados que les deseaban las peores desgracias.
Este podría ser un resumen, nada académico, de cómo la Humanidad llegó a creer en deidades favorables y desfavorables. Aunque al principio todas esas deidades compartían panteón y muchas veces se podían confundir unas con otras, con el tiempo se empezó a creer en dioses buenos o malos. Más tarde, con la consolidación de las religiones monoteístas, todo el concepto del Bien se asignó a Dios, al tiempo que se construía un personaje que asumía todas las responsabilidades del Mal: el diablo. Este ser maligno, una especie de síntesis de todos los dioses malvados y demonios de las antiguas religiones del Oriente Próximo, se ha convertido en alguien o algo muy presente en las vidas de los seres humanos; principalmente, claro está, de los creyentes. Paradójicamente, a pesar de haber evolucionado el concepto de lo maligno hacia un ser unipersonal, ese ser ha recibido y sigue recibiendo numerosos nombres. De ellos, los que más han calado en la cultura popular son Satán/Satanás, Belcebú y Lucifer. Resulta curioso indagar en su etimología. Satán en hebreo significa «adversario», o al menos alguien que intenta que nos desviemos del camino correcto. Belcebú evolucionó a partir de una deidad guerrera filistea, Baal, a la que los hebreos ridiculizaban con diversos juegos de palabras que finalmente derivaron en Belcebú y sus diferentes variantes. De las tres, la más interesante es la de Lucifer. Al contrario que casi todos los nombres que se la han dado al diablo a lo largo de la historia, el de Lucifer no contiene connotaciones negativas. Tanto en latín como en su equivalente griego, también en hebreo aunque de manera menos literal, viene a significar «el que trae la luz». Es por ello que también ha recibido dicho nombre el planeta Venus, término que evolucionó hasta el ahora más utilizado de «el lucero del alba».
En principio, el hecho de traer la luz y despejar la oscuridad debería ser algo positivo. ¿Por qué darle ese nombre a un ser tan despreciable y malvado? Para intentar hallar respuesta, habría que indagar en su primer contacto con la Humanidad. Antes de que el término «Lucifer» o «Lucero» apareciera en los libros de diversos profetas, el diablo ya protagonizó una de las historias más conocidas de la Biblia: la expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal a causa de haber caído en el pecado, el primero de todos ellos. ¿Y cuál fue el pecado? Ceder a las tentaciones de un demonio en forma de serpiente, desobedeciendo con ello una orden directa de Dios: no comer la fruta de un determinado árbol. Ese árbol posteriormente fue conocido como el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, o el Árbol del Conocimiento. Parece ser que Dios lo puso allí expresamente para probar a Adán y Eva, darles la libertad de elegir y ver si eran dignos de su confianza. Incluso se habla de que la serpiente fue mandada por el propio Dios para probarles. Ya sabéis, la tradición cristiana dice que en principio Lucifer era un ángel, el más bello de todos, caído en desgracia posteriormente por su soberbia. No sería extraño que hubiese tentado a Adán y Eva siguiendo las mismísimas órdenes de Dios.
Otras tradiciones, sin embargo, hablan de que Lucifer cayó en desgracia porque en realidad amaba al ser humano y quería que estuviese al mismo nivel que las criaturas celestiales. Es significativa en ese sentido la reacción de Dios ante el pecado de Adán y Eva: «Ahora el hombre se ha vuelto como uno de nosotros, pues sabe lo que es bueno y lo que es malo».También lo es que en otras mitologías existan historias similares como la del titán griego Prometeo que, en parte para fastidiar a Zeus y en parte para beneficiar a los humanos, quiso entregarles a estos el fuego. Esa faceta de Lucifer y criaturas similares, dioses, semidioses o seres superiores que toman partido por los hombres antes que por sus propios congéneres, es la que me interesa explorar. Pero esta sección no es la más apropiada para investigar en la historia de las religiones ni en mitología, así que hablemos de lo que se espera que hagamos: de música. ¿Cómo ha sido tratado el personaje de Lucifer a lo largo de la historia de la música? El tema daría para un libro, así que no pretendemos hacer una revisión exhaustiva sino recuperar algunos momentos interesantes en los que el diablo hizo su aparición en la música, o en la vida de los músicos.

Quizás en ese sentido el mito más conocido sea el del músico que vende su alma al diablo para poder tocar mejor o tener éxito. Un mito que no es original del mundo de la música, claro. Los sacrificios a dioses paganos para obtener favores, de los que hemos hablado anteriormente, se relacionaron desde la aparición del Cristianismo con pactos con el diablo. Y no solo los ritos paganos, sino durante una buena época se le achacaba lo mismo a casi cualquier logro aparentemente sobrehumano. Empezaron a circular historias como las de Teófilo, un clérigo que vendió su alma para triunfar, historias que desde entonces pasaron a formar parte de la cultura popular y también de creencias fundamentalistas como aquellas que derivaron en las cazas de brujas de la Edad Media. En la mitología alemana es clásico el mito de Fausto, que inspiró grandes obras literarias y también en otras artes. En el mundo de la música dichas historias han afectado a gente como el gran Paganini, de quien se decía que había vendido su alma al diablo para obtener su virtuosismo.

El arquetipo en la música popular, sin embargo, es el músico de blues. La historia del bluesman que desea tocar magistralmente y triunfar, y para ello vende su alma al diablo, es icónica dentro de la historia del rock. En general se atribuye dicha leyenda al gran Robert Johnson, de quien se contaba que apareció un día por un local en el que no había tocado desde hacía tiempo y su técnica a la guitarra había mejorado tanto que se le atribuyó un pacto con el diablo. Él no solo no lo desmintió, sino que alimentó la leyenda en la que se hablaba de que la aparición demoníaca había tenido lugar en un cruce de caminos con canciones como Cross road blues o, de manera más explícita, en Me and the devil blues. Algunos historiadores del género, sin embargo, atribuyen la leyenda a otro músico con un nombre similar: Thomas Johnson. No sabemos si es casualidad o conocían ese dato, pero en la película O Brother (2001), de los hermanos Coen, hay una escena en la que los fugitivos se encuentran a un músico de blues en un cruce de caminos y este les cuenta que ha pactado con el diablo. El personaje del músico responde al nombre de Tommy Johnson.
Sin entrar de manera específica en estilos calificados como satánicos, algo habitual en diversas variantes del metal (Black Metal, Doom Metal), en casi todos los géneros se encuentran no ya canciones dedicadas al diablo o que hagan referencia a él de alguna forma (estas últimas son casi innumerables), sino incluso otras consideradas directamente diabólicas. Entre los temas más conocidos asociados con el diablo está Hotel California, de los Eagles. Supuestamente esconde mensajes ocultos en los que se menciona a Satán, pero solo pueden escucharse si se reproduce la canción al revés. Se trata de una leyenda, la de los mensajes ocultos, a la que después volveremos. En el caso del éxito de los Eagles también jugaban conscientemente con la baza de una historia tétrica, la de un hotel encantado en el que se podía entrar pero no sabías cuándo ni cómo salir, con personajes fantasmales (o diabólicos) pululando por los pasillos y dirigido por un personaje misterioso femenino.
Fuera del mundo del heavy metal y el hard rock quizás la aparición más sonada y explícita del diablo esté en la canción Sympathy for the devil, de los Rolling Stones. Aparentemente inspirada por otra gran obra literaria con el diablo como protagonista, El Maestro y Margarita de Mijaíl Bulgakov, presenta a Lucifer como un personaje sofisticado y glamuroso que se presenta como la mano oculta detrás de muchos grandes acontecimientos históricos, desde la crucifixión de Cristo hasta la II Guerra Mundial. Por cierto, el diablo también se atribuía el asesinato de John Fitzgerald Kennedy (“Who killed Kennedy?”, decía la letra original), pero después de la primera sesión de grabación tuvo lugar el asesinato de Robert Kennedy. Mick Jagger fue a la siguiente sesión, al día siguiente, con un cambio en la letra: «Who killed the Kennedys?».
Como comentaba anteriormente, es también notoria la paranoia que algunas veces se ha desatado con ciertos grupos o canciones que, supuestamente, incluyen mensajes satánicos en sus canciones que solo pueden descubrirse si se escuchan al revés. Un grupo como Black Sabbath, que desde su mismo nombre (y su estética) fue considerado sospechoso de promover el culto al diablo, estuvo en el ojo del huracán durante buena parte de su carrera. Su tema Iron man es uno de los que, dicen, esconde ese tipo de mensajes. Una canción dedicada al oficio de herrero, o eso parece a simple vista, aunque el protagonista tiene unas intenciones algo malévolas, esconde aparentemente al ser escuchada de esa forma frases como «Satán es todo lo que tengo». Historias similares circularon alrededor de temas muy conocidos como Stairway to heaven de Led Zeppelin. Muchos grupos que fueron acusados de esconder mensajes en sus letras, desde los Beatles a Pink Floyd, pasando por bandas tan poco sospechosas de esas prácticas como Styx o la Electric Light Orchestra, empezaron a hacerlo realmente para burlarse de esas esperpénticas persecuciones. Concretamente Pink Floyd incluyeron en una de sus canciones, Empty spaces, un mensaje que decía (al revés) algo así como «enhorabuena, has encontrado el mensaje oculto». También los Beatles lo hicieron en alguna canción. De hecho con ellos comenzó todo: fueron los primeros grandes artistas que incluyeron en sus canciones partes reproducidas al revés. Primero lo hicieron como una innovadora técnica de estudio en algunos temas de Revolver (Tomorrow never knows) o en Rain. Un recurso estético que utilizaron posteriormente otros artistas, e incluso Stanley Kubrick en alguna de sus bandas sonoras. El grupo Napoleon XIV, que tuvo cierto éxito con el tema They’re coming to take me away, Ha-haaa!, lanzó el single con una versión de la misma canción, reproducida al revés, en la cara B. La Electric Light Orchestra llegó a titular uno de sus últimos álbumes, grabados con la formación original, como Secret Messages.
La atribución de características demoníacas a determinados sonidos no es algo reciente ni encuadrado solamente dentro del rock. También en la música clásica existen unos sonidos considerados demoníacos. Especialmente ocurre con el llamado tritono: se llama así a cualquier combinación de dos notas que estén a tres tonos de distancia. El resultado es un sonido poco agradable y disonante que provoca sensación de tensión, por lo cual no era demasiado usado en los primeros siglos de la música clásica cuando se buscaba sobre todo la belleza. Fue sin embargo en los siglos XVII y XVIII cuando empezó a correr el rumor de que las autoridades eclesiásticas de la Edad Media habían prohibido el tritono por considerarlo como diabólico, llegando a ser conocido como «Diábolus in musica». Aunque no parece haber documentación fidedigna al respecto, durante todo el siglo XVIII proliferaron las referencias al tritono como «diabólico», con lo cual hasta principios del siglo XX apenas se utilizó salvo cuando explícitamente se quería dar una sensación de maldad, hacer notoria una presencia maligna en la historia o crear una atmósfera tenebrosa, y esto ya básicamente entrado el siglo XIX. Con el declive del sistema tonal en la música clásica, a partir de la primera década del siglo pasado, el tritono empezó a usarse de manera más libre, sin estar relacionado necesariamente con temas tenebrosos. Por supuesto, conscientemente o inconscientemente, en el heavy metal el tritono ha sido ampliamente usado desde que los antes mencionados Black Sabbath crearan con él uno de los riffs clásicos de su discografía, precisamente el del tema que toma el nombre del grupo. Esa tensión que genera el intervalo viene de maravillas a cualquier canción que busque generar un ambiente opresivo, asfixiante, incluso maligno.

Mención aparte merece un tema que, aunque no tiene ninguna relación con el diablo, está considerado como la composición más maldita de todos los tiempos. Se llama Gloomy sunday y fue compuesta por un pianista húngaro llamado Rezso Seress en 1933. Inicialmente era una canción cuyo título podría traducirse como «El mundo llega a su fin» que hablaba de la desesperación causada por la guerra y del auge de los fascismos, con un enfoque cercano a lo religioso. Sin embargo, no está claro de qué forma, cuando finalmente se publicó la letra había cambiado, y ahora la firmaba el poeta László Jávor. La nueva versión contaba una historia totalmente distinta: la de alguien que se suicida tras la muerte de su amante. También se le cambió el título, pasando a llamarse Domingo triste. Tras muchos intentos de encontrar alguien que financiara la grabación, ya que la mayoría de productores se negaban, alegando que era una canción demasiado triste y nadie querría escucharla, finalmente el cantante húngaro Pál Kalmár la grabó en 1935. Casi inmediatamente el cantante y letrista norteamericano Sam M. Lewis la tradujo al inglés, siendo Hal Kemp el primer cantante en grabarla en dicho idioma.

Pronto empezaron los rumores sobre gente que se suicidaba inducida por la canción. En la prensa de la época se habla de una veintena de suicidios en pocos años, tanto en Hungría como en los Estados Unidos. La leyenda fue creciendo hasta que Gloomy sunday empezó a ser conocida como «la canción húngara de los suicidas». El hecho de que Hal Kemp muriese por las complicaciones causadas por un accidente de coche, apenas cuatro años después de grabar la canción y con apenas 36 años, alimentó todavía más el mito. ¿Casualidad? Quizás sí, pero casi al mismo tiempo que Sam M. Lewis hubo otro letrista, Desmond Carter, que hizo su propia adaptación del tema húngaro. Tres años después, a los 43 años, murió de un ataque al corazón. La leyenda de Gloomy Sunday empezaba a rivalizar con la de la tumba de Tutankamon. Paparruchas, pensaréis. Bueno, la primera versión en castellano de Gloomy Sunday fue grabada ese mismo año 1936 por un cantante argentino de tangos y milongas llamado Agustín Magaldi. Dos años después, antes de cumplir 40 años, fallecía por una enfermedad hepática.
Por supuesto, desde entonces se han grabado numerosas versiones de Gloomy Sunday y no todos sus intérpretes han corrido la misma suerte. La más conocida y exitosa de todas ellas quizás fuera la que hizo Billie Holiday en 1941, en plena II Guerra Mundial. Por cierto, una versión censurada por la BBC porque decían que podía desmoralizar a los soldados por su elevadísima dosis de desesperanza. Otros grandes artistas que han grabado Gloomy Sunday han sido Ricky Nelson, Mel Tormé, Sarah Vaughan, Ray Charles, Elvis Costello, Marc Almond, Diamanda Galás, Sinéad O’Connor o Björk. También el gran Serge Gainsbourg, a quien he dejado para el final porque…sí, efectivamente: falleció tres años después de adaptar la canción al francés.

En una triste burla del destino (o quizás debido a la maldición, nunca se sabe) el compositor de la versión original de Gloomy Sunday, Reszo Seress, se suicidó en 1968.