Por Emma Rodríguez © 2018 / Me cuesta encontrar las palabras para expresar el efecto que me ha producido la lectura de Fábulas irónicas, el nuevo libro de Juan Eduardo Zúñiga. Una entrega que ha llegado a mí como un regalo, pues no puede ser mas que un regalo recibir algo que no se espera, una sorpresa de un escritor al que admiramos y que tantos luminosos momentos de lectura nos ha deparado a lo largo del tiempo con su obra. Tal vez “agradecimiento” sea el término justo; tal vez “deslumbramiento”.
Sé que lleva tiempo recorriendo los pasillos de su memoria, concentrado, a paso lento, depurando imágenes y pensamientos en esa habitación de escritura a la que ningún intruso puede acceder. Me lo imaginaba regresando al pasado, mirando por la ventana de su infancia, del mismo modo que el adolescente de su relato Caluroso día de julio (Trilogía de la Guerra Civil) en un intento de comprender, de observar, de escuchar hacia dentro y hacia fuera, hacia los interiores y los exteriores del ser humano. Me lo imaginaba buscando respuestas ante los acontecimientos, ante el paso del tiempo. Me había quedado con esa imagen del veterano escritor (Madrid, 1919) silencioso, doblado ante la hoja en blanco, con esa actitud ensimismada, con esa humildad y entrega perfeccionista a la escritura que le caracterizan, del mismo modo que la sutil ironía y la capacidad para seguir redondeando las vocales, tocando las texturas y complejidades de los sentimientos, de las emociones.
Me había quedado con esa idea y de pronto llega a mí este libro inesperado. ¿Ha surgido mientras juntaba los trechos de su vida? ¿Es resultado de su observación de los aconteceres de la actualidad? ¿Se trata de narraciones que permanecían en los cajones aguardando el momento de ver la luz? Podría haber llamado para plantearle estas preguntas al hombre que siempre ha descolgado el teléfono y me ha respondido con generosidad (he aquí otra de sus señas de identidad, puedo dar fe). Pero preferí ignorar todo esto y dejarme arrastrar por la corriente de estas “fábulas” que la editorial Nórdica pone en nuestras manos en una bella edición ilustrada por Fernando Vicente.
Estamos ante una obra breve, de apenas cien páginas, cien páginas en las que nada sobra ni falta, cien páginas que nos llenan de sentidos, de preguntas, de certezas. “Veloces pasan los años y a nuestra espalda dejan infinidad de hechos, de personas valiosas o despreciables, extremas en el odio, en el amor o en la ambición, que hoy juzgamos desde el distanciamiento que permite una mirada irónica”, Inicia el autor el camino de este libro, conjunto de “fábulas”, que, como nos dice a continuación “son tanto episodios históricos como invenciones”. Juan Eduardo Zúñiga expresa sus intenciones en un texto de presentación, fechado en abril de 2018, donde se retrata de forma magistral. No necesita más, apenas un fragmento para dar cuenta de la sabiduría de la vida, del paso de los años y el poso que van dejando, así como del saludable cultivo de la perspectiva, de la distancia, para observar e interpretar lo acontecido.
“Veloces pasan los años y a nuestra espalda dejan infinidad de hechos, de personas valiosas o despreciables, extremas en el odio, en el amor o en la ambición, que hoy juzgamos desde el distanciamiento que permite una mirada irónica”, escribe Juan Eduardo Zúñiga en el inicio de sus “Fábulas”.
El volumen que tengo entre las manos y que os animo encarecidamente a leer, es, ante todo, una reivindicación de la memoria, porque no se puede silenciar la verdad, ni borrar la palabra. Contra las mordazas, contra la censura, escribe Juan Eduardo Zúñiga; de ahí las referencias constantes a lo que permanece grabado, a lo escrito en las paredes de la Historia. “Los antiguos soñaron con el río Leteo, que tenía el don de lavar la memoria; ¿para qué acumular un archivo infinito de sufrimientos que nos sujeta a un pasado merecedor del olvido? Pero ¿no es también la memoria parte de nuestra existencia?”, se plantea el escritor.
Sus narraciones, que arrancan de antiguas crónicas, pero se nutren de los frutos de la imaginación, son una llamada contra el olvido. Nos habla Zúñiga de relatos y acontecimientos de muy atrás, pero a medida que vamos leyendo, una compuerta se abre muy adentro, en el corazón, porque sentimos que aquello que se nos dice nos retrata en lo más íntimo, atrapa nuestras contradicciones y las de las sociedades del presente. Es de nuevo el don de Juan Eduardo Zúñiga para encender la ternura y la llama de la comprensión acerca de los conflictos humanos, trascendiendo las épocas.
A través de relatos significativos, arrancados del ayer, nos coloca el escritor frente a situaciones en las que nos reconocemos, que actúan como un espejo. En Miles de ojos cegados nos cuenta, por ejemplo, la historia de una venganza, de una condena a ceguera colectiva en el siglo X, época bárbara en la que el emperador Basilio II, tras ganar en una batalla, mandó cegar a sus prisioneros búlgaros, dejando a algunos tuertos para que sirvieran de guía en el regreso a su tierra. A partir de ahí se abre una lúcida reflexión sobre el poder de la mirada, sobre el peligro de no querer ver, de “cerrar los ojos” ante la injusticia, ante la desigualdad, ante la crueldad ajena.
Los “peores súbditos que puede tener un monarca “ son los súbditos ciegos, porque “el rey de tales súbditos también participa de esa inutilidad y está condenado a igual aislamiento y ceguera”, nos dice Zúñiga, conduciéndonos de forma poderosa, a la conclusión de que no hay nada peor para los gobernantes que rodearse de ojos vacíos, desinteresados, indiferentes; que no hay nada peor para los gobernados que ser arrebatados de la visión política.
“Basilio II anticipó formas modernas de gobierno en la barbarie de su decisión”, prosigue, y no podemos evitar pensar en el desprecio por las Humanidades en actuales planes de estudio que no fomentan el cultivo del criterio propio; en la persecución de la libertad de expresión; en el papel de los medios de comunicación cuando son controlados por dirigentes que buscan mostrar falsas realidades y cegar a las poblaciones, dormirlas.
“No hay nada peor para los gobernantes que rodearse de ojos vacíos, desinteresados, indiferentes; no hay nada peor para los gobernados que ser arrebatados de la visión política”, concluimos tras leer una de las narraciones.
La sumisión y la desobediencia son los temas de fondo de otro de los textos, Una tenaz desobediencia, donde el escritor da cuenta de la actitud de una mujer del siglo XVIII, Catalina, una criada lituana, coronada zarina, que se convierte en ejemplo de rebeldía al hacer frente a la tiranía de su marido, el emperador Pedro I, ignorando sus órdenes y dejando al desnudo sus métodos autoritarios. “El silencio se compra o se impone. Desde sellar los labios con un beso hasta introducir entre estos labios una buena cantidad de plomo derretido, existió siempre una extensa gama de métodos eficaces para hacer callar a los que querían decir algo” , leemos en otro de los escritos, Huelga de hambre en Roma, donde se alude a cómo el emperador Nerón reaccionó ante un anal del historiador Aulio Cremucio Cordo en el que relataban hechos privados de la Corte, ordenando confiscar el manuscrito para que no llegase a los copistas. Un caso de censura que nos lleva a pensar en otros que se han repetido, una y otra vez, a lo largo de los tiempos (mientras escribo esto no puedo dejar de pensar en el caso tan actual en nuestro país del secuestro cautelar, ordenado por una juez, de Fariña, obra del periodista Nacho Carretero que profundiza en la historia del narcotráfico gallego).
Y también nos invita Juan Eduardo Zúñiga a reflexionar sobre el compromiso, o no, de los intelectuales con la política en Arquímedes, intelectual comprometido. ¿Exclusiva devoción por las musas o implicación en los asuntos colectivos?, sigue siendo la eterna pregunta, nuevamente planteada aquí. En este compendio de fábulas vemos al escritor muy cómodo buceando en la Historia para reconocer comportamientos humanos comunes a todas las épocas. Como decía antes, estamos ante un libro que clama contra la desmemoria y que se convierte en una defensa de la escritura como arma frente el olvido. “¡Mandaré matar a los escribas, a los letrados, a todos cuantos sepan escribir!”, clama encolerizado el emperador protagonista de Escrito en las paredes, pero toda su furia no es capaz de silenciar la palabra grabada por el pueblo allí donde no puede ser destruida, en los muros, en las paredes, en las conciencias.
¡Cuántas obras han sobrevivido, pese a los obstáculos, a las más cruentas dictaduras, burlando la censura, circulando por cauces incontrolables, convirtiéndose en testigos, en aullido contra la ignominia! Juan Eduardo Zúñiga deja constancia de ello en este prodigioso tomo que da idea de su sabiduría, de su fino sentido del humor, de un estilo sobrio y a la vez capaz de elevar el vuelo hacia imágenes de gran fantasía y potencia visual, alejado de lugares comunes, de palabras huecas. Pasado y presente se dan la mano en unos textos que demuestran el don del escritor para trascender el tiempo de la narración, para volver a demostrar la universalidad de la gran literatura.
Cada una de sus “fábulas irónicas” se convierte en una metáfora, en una advertencia, en una enseñanza, en un espejo en el que contemplar nuestras incoherencias, nuestras justificaciones, nuestra mirada en ocasiones hacia el lado menos incómodo de la realidad. Cada una de estas fábulas, me atrevo a interpretar, da cuenta también de su sagaz manera de expresar su indignación ante un presente en el que demasiadas veces se impone la resignación, la renuncia.
Cada narración se convierte en una metáfora, en una advertencia, en una enseñanza, en un espejo en el que contemplar nuestras incoherencias, nuestras justificaciones, nuestra mirada en ocasiones hacia el lado menos incómodo de la realidad.
El ayer es hoy en los textos de Zúñiga; lo acaecido se repite. Es algo que se percibe a lo largo de toda su obra. En el comienzo de El largo noviembre de Madrid (parte de su Trilogía de la Guerra Civil) por ejemplo, se habla del olvido, de la capa de olvido que habrá de extenderse sobre lo sucedido. Pero al mismo tiempo, al narrar la contienda española, el autor nos pone ante el horror de cualquier guerra; al narrar el extravío de sus protagonistas, su dolor, nos enfrenta también a la capacidad de supervivencia del ser humano, a su necesidad de seguir amando, sintiendo. Y ahí vemos a los que hoy siguen huyendo de las guerras, a los que, desesperados, llegan por mar a las costas europeas y experimentan el rechazo.
Recientemente volví a leer otro de sus libros, Flores de plomo, entrega dedicada a Mariano José de Larra con cuya reedición la editorial Galaxia Gutenberg ha dado por concluida la recuperación de todos los títulos del autor, y volví a percibir lo mismo, lo mucho que la España de hoy se sigue pareciendo a la del siglo XIX. Zúñiga es todo un maestro de los símbolos, del juego de espejos, de las miradas contrapuestas. De vivir hoy Larra seguiría criticando la chabacanería -ahora en los comentarios de los tertulianos en las cadenas de televisión, por ejemplo, o a través de las redes sociales-. Y también seguiría siendo el centro de envidias por su arrogancia, por su brillantez, por su independencia de criterio, tal cual lo retrata nuestro hombre.
En otra página de Lecturas Sumergidas en la que escribí sobre el escritor, en ese caso con motivo de la publicación de Misterios de las noches y los días me refería a él como un autor de culto, secreto para gran parte de lectores, alejado del primer plano de la actualidad literaria, pero con una obra realizada con perseverancia, desde el silencio, merecedora de los grandes galardones de nuestro idioma. En 2016 recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas (merecidísimo) y me alegré por ello.
Aquí vuelvo a dejar constancia de mi alegría, de mi agradecimiento, por este nuevo libro que tanto dice de su manera de ser, de pensar, de estar en el mundo, de entender la escritura. Memoria y escritura frente al abuso del poder, frente a la corrupción y las mordazas Fábulas irónicas se convierte en elogio de la palabra, de la protesta, también del humor, de la sana rebeldía. En las fotografías que ilustran esta “Ventana”, realizadas por Nacho Goberna, hemos buscado señales, flechas, graffitis, mensajes, en fin, escritos en las paredes del barrio de Malasaña de Madrid. En uno de ellos se nos invita a leer, a coger un libro entre las manos. Yo os invito a descubrir esta entrega-regalo de Juan Eduardo Zúñiga. Magnífica puerta de entrada a su obra. Estoy segura de que no os decepcionará.
Fábulas irónicas, de Juan Eduardo Zúñiga, ha sido publicado por Nórdica Libros, con ilustraciones de Fernando Vicente.
Los otros títulos del autor, mencionados en este texto, se pueden encontrar en ediciones recientes de la editorial Galaxia Gutenberg .
Las fotografías que ilustran el artículo fueron realizadas por Nacho Goberna en el barrio de Malasaña de Madrid.