Altazor-Huidobro, la caída del anti-ángel

Por Alberto Trinidad © 2017 / Ahora que navego por las franjas de este nuevo diario, que me fugo en sus frases a través de territorios que reinvento, que revisito y de los que dejo constancia en una revista que ha abandonado el papel para sembrarse directamente en los ojos de sus lectores. Ahora…, me acuerdo de aquel otro diario. Un cuaderno de bitácora que llevaba consigo el que se arrojó a los océanos de la desaparición, consigo y sin él, desnudo de nombre y erguido en la única columna vertebral identitaria de ese cuaderno, esa Autobiografía de nadie que escribía con la singladura de su barco, El Cirujano del Cielo, camino de la última Odisea del Hombre, de la narratividad, en pos de la disolución salvífica. El que desaparecía así de la Tierra, en medio de una tormenta salvaje de mar y cielo, y desesperación y olvido, muy al final de su viaje, consumadas ya la mayoría de las despedidas, se encontró contigo, Altazor. Y tuvisteis una breve y emocionante conversación.

Aquel que perdió su nombre te pidió el tuyo, Altazor, a ti que eres el doble de ti mismo, a ti, en cuyas altivas letras se esconden las del pasajero apócrifo de tu destino, las del pájaro cantor Vicente Huidobro. Y le respondiste con unas sabias palabras: Que el nombre es una cárcel, que cualquier nombre es un anclaje, que la poesía significa desanclarse precisamente de los nombres, de los signos de las palabras, que no había ningún nombre al que responder. Luego le dijiste que tú ya no eras Altazor, el doble de ti mismo, que tú eres ya el isonauta que lunata, y que pronto, dentro de nada, nos veríamos en el eterfinifrete.

Y yo, que soy el doble de sí mismo, el triple de aquel que se embarcó en El Cirujano del Cielo, la mitad del que sonriendo desapareció, te respondí que me lo dijeras de nuevo.

—Dímelo de nuevo —te dije.

—Te lo digo de nuevo y al revés, la eterfinifrete.

Así concluyó aquella conversación. Tal como apareciste, colgando de tu paracaídas entre una estrella y dos golondrinas, te marchaste dejando en medio del cielo un temblor, como el eco recién nacido de un Universo que pare para morir.

Vicente Huidobro en su infancia.

Pese a los años transcurridos, si en las circunstancias de estos viajes en los que me veo envuelto tiene sentido hablar de tiempo, jamás he podido olvidar esa conversación. En las cicatrices que dejaron en mi espalda las alas desvanecidas, tengo tu voz de pájaro clavada como un estigma de aquello a lo que enfocamos nuestra mirada y nos cegó. Y hoy, que después de viejo y persiguiendo la espalda de mi juventud, me adentro de nuevo en los territorios de tus siete cantos, deseo posar otra vez esa mirada prometeica en el excéntrico corazón de la Caída.

Nací a los treinta y tres años de edad, el día de la muerte de Cristo. Así comenzaba tu viaje en paracaídas entre planetas y estrellas mendigas de significado, con tu brújula delirante apuntando a los cuatro puntos cardinales, que son tres: el Sur y el Norte. Te aupaste el día de la muerte de Cristo sobre las ruinas de la tumba de Dios, en la cáscara rota de ese huevo vacío, y te decidiste a proclamar una nueva era. La del poeta. Ya lo dijo el hombre, Vicente, unos años atrás: Non serviam. No he de ser tu esclavo Madre Natura; seré tu amo (…) Yo tendré mis árboles que no serán como los tuyos, tendré mis montañas, tendré mis ríos y mis mares, tendré mi cielo y mis tormentas. Y saltaste con tu paracaídas a ese nuevo abismo de la poesía, abandonando tras de ti las arcaizantes estructuras formales de los poetas de tu época y de tiempos anteriores. Creo que la poesía es una cosa tan grande (…) que el hecho solo de quererla amarrar con leyes a las patas de un código me parece el más grosero de los insultos. Y fuiste tú, de hecho, el que con muy buen criterio insultaste a aquellos que practicaban esas felonías: quedan tantos poetas matemáticos con olor a miasmas y a subterráneos de templos egipcios (…) Uno se pregunta ¿para qué hacen versos esos señores que nos cantan lo que ya todos sabemos desde el vientre de nuestras madres? Si no se ha de decir algo nuevo, no hay derecho para hacer perder tiempo al prójimo. Dejaste atrás las certezas incuestionadas de un mundo que adoraba por igual a Dios y a la Razón, al Lenguaje y a la Tradición, con el fin de ahondar en la incertidumbre de un lenguaje nuevo del que te erigiste como su paladín.  Recogiste el guante entre otros de Hegel (No dejamos de reconocer el lenguaje porque sea extraño sino porque es demasiado conocido) y de Nietzsche (La cercanía arrastra impurezas) para deshacer a la poesía de su estrecho disfraz de signo, del lenguaje cotidiano que hinca absurdos límites conceptuales en un mundo que rebosa por los confines de la imaginación; que está fuera del alcance de los ojos del hombre, de las manos del hombre, de las palabras del hombre, pero que alargando los insaciables tentáculos de la poesía somos capaces de rozar, amoldar y atraer… Altazor, ¿qué escondes entre los rasgados retales de tu cefalópodo paracaídas?, ¿qué has traído a este lado del equinoccio en tus manos heridas de cielo? El poeta crea fuera del mundo que existe el que debiera existir.

Un joven Vicente Huidobro

Te sigo, Altazor, te diviso en la aurora estroboscópica que surge del horizonte cuadrado[1] que creaste. ¿Me ves? Ahora que reencontré tu brújula enterrada en el cementerio del cielo (tan bien como yo sabías que no puede enterrarse nada -a nadie- en el cielo), ahora que he perdido el Norte, inmerso en un viaje que se desagota a medida que lo recorro, que he perdido mi rastro y mi nombre, que he perdido el Norte y he perdido el Sur, que he perdido el Este y el Oeste, regreso de nuevo a ti a las órdenes de esta brújula que te señala. Te veo, Altazor, cayendo desde ese horizonte cuadrado que vi quebrarse y derramar su tuétano rosado sobre los linderos del cielo y del mar. Dímelo de nuevo, Altazor, dímelo de nuevo y al revés, pequeño Dios. Por qué cantáis a la rosa ¡oh Poetas!, / hacedla florecer en el poema; / sólo para vosotros / viven todas las cosas bajo el Sol. / El Poeta es un pequeño Dios. Se trataba de eso, así lo dijo el hombre (Vicente), y así lo desarrollaste en tu primer canto, Altazor: seiscientos ochenta y cinco versos surcando el vacío dejado por la ausencia de Dios, del Lenguaje insustancial, para sembrarlo con la nueva semilla de esa palabra creadora, buscando la manera de hacerlo, desafiando a las estructuras que dejabas atrás, exorcizando el fantasma de los cadáveres de ese Dios y ese Lenguaje que te perseguían en cada giro, en cada sueño, en cada metáfora, en cada desvanecimiento. ¿Lo ves?, en la esquina de esa otra estrella, envuelto en una capa de tiniebla y con las uñas manchadas de crimen, ¿lo distingues?, hay otro ángel caído, como tú, previo a este salto, que te acompaña y te susurra su aliento al oído para darte fuerzas, valentía y arrogancia, es Maldoror, que dice: Recibí la vida como una herida y no he permitido que el suicidio curara la cicatriz. Quiero que el Creador contemple, a cualquier hora de su eternidad, su abierta grieta2. Este es el castigo que le inflijo. Dile que sí, Altazor, dile que Mientras los astros y las olas tengan algo que decir / Será por mi boca que hablarán a los hombres.

Estamos solos. Estás solo en una esquina de este Universo que se expande sin gloria ni sentido, arrostrando en sus infinitas entrañas los astros como puntos suspensivos que se suceden unos a otros sin dar lugar a expresión alguna. Altazor, está en tu mano esculpir esos soles, convertir esos puntos, de momento, en signos de interrogación, e inundar de este modo la existencia de preguntas. Ese es el cometido de tu primer canto. Adensa el silencio en esos signos, y configura la palabra que está por venir. Un milagro que ilumine el fondo de nuestros mares íntimos / Como el barco que se hunde sin apagar las luces. / Liberado de este trágico silencio entonces / En mi propia tempestad / Desafiaré al vacío / Sacudiré la nada con blasfemias y gritos / Hasta que caiga un rayo de castigo ansiado / Trayendo a mis tinieblas el clima del paraíso.

Ximena Amunátegui en 1943. Pareja de Vicente Huidobro hasta 1945..

Finaliza el primero canto y te permites una pausa para hablar de la mujer. El hombre, Vicente, revive la experiencia del rapto, de la desarticulación de las normas preconcebidas de las relaciones sociales. Lo vemos asaltando a la salida del Liceo de Santiago a su amada adolescente Ximena, secuestrándola para fugarse con ella a París, dejando tras de sí su matrimonio, sus hijos y la caduca sociedad chilena. Vemos que cincela las astrosas formas del Universo para amoldarlas a las delicadas pero impetuosas líneas de la mujer idealizada que se desliza por sus manos de poeta. Ximena, o la mujer que sea que dibuje en su horizonte cuadrado, abre los ojos y se encienden entonces los rincones oscuros del Cosmos.

Si tú murieras / Las estrellas a pesar de su lámpara encendida / Perderían el camino / ¿Qué sería entonces del Universo?

Cancelada, pues, la poesía fraguada hasta la fecha de tu primer canto, en el tercero recorres hasta la saciedad las novedosas expresiones de la literatura de vanguardia. Transitas, con la elipse de tu salto paracaidista, con la precisa cadencia de tu voz de pájaro, las mil y una artimañas estéticas con las que los diferentes ismos de principios del siglo xx comenzaron a desestructurar un lenguaje en permanente proceso de extinción.  Tanto los absurdos juegos deleznables del futurismo (Todo ese cantar la temeridad, el valor, la audacia, el paso gimnástico, la bofetada es demasiado viejo. Lea si no el señor Marinetti La Odisea y La Ilíada) hasta las asombrosas y caducas piruetas metafóricas de los surrealistas. Muere la poesía hecha hasta entonces, agotada de sí misma. Agoniza el último poeta (…) / Abre los ojos el nuevo paisaje solemne / Y pasa desde la tierra hasta las constelaciones / el entierro de la poesía. Altazor, ¿sientes los estertores de la desaparición de tu propia carne, de tu propio andamiaje de ser que cae de rama en rama por el bosque de las apariencias? Ha llegado el momento definitivo de poner en práctica esa nueva poesía que nace de su morir, no más preguntas e incertidumbres, no más proclamas de lo que debería ser. En el Canto IV Altazor se encarna en la nueva era. No hay tiempo que perder  anuncias en el primer verso de ese canto. Porque es preciso que las generaciones futuras tengan algo a lo que aferrarse, un hilo del que seguir tirando para llegar un día a contemplarse a sí mismos en lo escrito. No más triquiñuelas ni juegos en los que extraviarse mirando a otro lado, las acrobacias de tu caída cada vez te trasladan a un trazado más vertical, la caída se tiñe de drama. El poeta representa el drama angustioso que se realiza entre el mundo y el cerebro humano, entre el mundo y su representación. El que no haya sentido el drama que se representa entre la cosa y la palabra no podrá comprenderme.

Escapar de la cárcel del lenguaje sin abandonar el lenguaje, ¿cómo se hace eso, Altazor? ¿En qué recodo de ese salto, de esos cantos, se halla la guarida donde habitar esa paradoja, en qué surco, en qué cenit o nadir, en qué aspecto geométrico se encuentra la cantera innombrada de donde mana esa nueva forma de decir (de cantar, pequeño pájaro). Canta, dilo: Ojo por ojo / ojo por ojo como hostia por hostia / ojo pájaro / ojo río / ojo montaña / ojo mar / ojo tierra / ojo luna / ojo cielo / ojo silencio / ojo soledad por ojo ausencia / ojo dolor por ojo risa. / No hay tiempo que perder.

Aquí comienza el camino inexplorado, anuncias en el primer verso del Canto V. Cualquier atisbo de regreso se ha convertido ya en una entelequia, de modo que la vista solamente puede estar enfocada hacia abajo, hacia el final de una caída que no tiene final, a través de un abismo que no tiene más asideros que los de tu voz. Sigue cantando para poder permanecer en la caída. La Caída es tu Canto, Altazor. Ahora solamente digo / Callaos que voy a cantar / Soy el único cantor de este siglo / Mío mío es todo el infinito / Mis mentiras huelen a cielo. Estás solo, eres el profeta del vacío, de lo que está por venir y solamente tú trazas, con tus huellas que apenas dejan un rastro de ya olvido en la epidermis imposible del universo, de esta nada incapaz de acogerte, de acogernos… Exprimes el lenguaje hasta estrangularlo, buscando el resquicio del que huir, la gota de sí mismo con la que salpicar este vacío que nos envuelve y sembrarlo. Fuera de sí, pero siendo aún lenguaje, como un retoño de silencio que naciera de su corazón desollado. El horizonte es un rinoceronte / El mar un azar / El cielo un pañuelo / La llaga una plaga. Caes sin posibilidad de retorno, deshaces el lenguaje como única posibilidad de mantener viva la estela de lo que eres, pero a medida que lo haces, que el lenguaje se deshace de ti, vas abandonando también tu presencia en el propio Canto. ¿Qué alumbras, qué eres capaz de alumbrar todavía, quién vendrá? El mar se abrirá para dejar salir los primeros náufragos / Que cumplieron su castigo / Andarán por la tierra con miradas de vidrio.

No hay nada ni nadie, caemos en picado a la nada, desestructuraste el lenguaje, en el Canto VI mantienes una suerte de sentido semántico pero rompes cualquier ilación sintáctica o gramática. Apagándose pradera / Por quien sueña / Lunancero cristal luna / En que sueña.

Vicente Huidobro junto al poeta de la Generación del 27 Juan-Larrea.

Canto VII y último. Desestructuración total del lenguaje. Tralalí Lali lalá Lunatando sensorida e infimento.

¿Dónde estás, Altazor? Dímelo de nuevo. ¿En qué región del Cosmos hallaré la cicatriz que marca tu desaparición, que dibuja en la espalda de Dios el estigma de tu fracaso? De un fracaso que se alza como el único éxito posible en realidad. Y no es un fracaso insignificante, sino prometeico: hablamos porque no somos dioses, y cuando queremos hablar como dioses perdemos el habla3. Buscabas fusionar el ser con el significado, pero cuando el lenguaje ha acariciado las titilantes curvas del ser ya ha dejado de ser lenguaje. ¿Te veo? ¿Me ves? Dímelo de nuevo… Altazor, ahora que el Cirujano y tú bordeáis la costa de la desaparición como rutilantes espectros innombrados, que palpitáis con vuestros corazones de ausencia en cada uno de los territorios de silencio que logro aislar de este mundo ruidoso de los hombres, dímelo de nuevo, te escucho.

-Te lo digo de nuevo y al revés, nos vemos dentro de nada en el eterfinifrete.

-En la eterfinifrete. Claro que sí –digo, susurro, y callo hasta la próxima Caída.

Nunca se ha compuesto un solo poema en el mundo, solo se han hecho algunos vagos ensayos de componer un poema. La poesía está por nacer en nuestro globo. Y su nacimiento será un suceso que revolucionará a los hombres como el más formidable terremoto. (Vicente Huidobro, Ateneo de Buenos Aires).

Vicente Huidobro con su familia /1916)

Todos los textos en cursiva son de Vicente Huidobro salvo (2) de Lautréamont y (3) de Octavio Paz.

Bibliografía:

Huidobro, Vicente. Altazor. Temblor de cielo (Cátedra, 1998)

Huidobro, Vicente. Vicente Huidobro: Poesía y poética (1911-1948). Antología comentada por René da Costa. (Alianza Editorial, 1996)

Huidobro, Vicente. Manifiestos. (Editorial Mago, 2009).

Paz, Octavio. Convergencias (Seix Barral, 1991)

[1] Horizonte cuadrado es el título de un poemario anterior de Vicente Huidobro. En sus propias palabras: «Horizonte cuadrado. Un hecho nuevo inventado por mí, creado por mí, que no podría existir sin mí. Deseo (…) englobar en este título toda mi estética».

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