Por Pilar Ortega © 2017 / Hace exactamente 75 años que un autor imprescindible de la Europa del siglo XX acabó con sus días con una sobredosis de veronal, hastiado de guerras, exilios, incomprensión y abandono. Hablamos de Stefan Zweig (Viena, 1881-Petrópolis, Brasil, 1942), el autor de obras tan emblemáticas como Carta de una desconocida o Los prodigios de la vida. Sin embargo, y a pesar de estar ante un intelectual que contribuyó en gran manera a que la cultura del siglo XX fuera mucho más rica, pocos ecos ha tenido la tan redonda efeméride, salvo la loable puesta en escena, en el Teatro de la Abadía de Madrid, de una de sus novelas cumbre: Veinticuatro horas en la vida de una mujer.
Se trata de un montaje muy recomendable, que se presenta al público como un espectáculo musical de cámara y que tiene como intérpretes a una magnífica Silvia Marsó, en el papel de la Señora C.; al también sobresaliente Felipe Ansola, en el del joven desconocido que protagoniza la novela, y a Víctor Massán, en el de narrador de la historia.
CONDUCTAS AUTOMÁTICAS
¿Qué tiene de particular esta pieza de Stefan Zweig? ¿Por qué nos resulta tan interesante y atractiva? ¿Por qué fue tan revolucionaria en su época? Seguramente porque se trata de un canto a la libertad del individuo, más concretamente de la mujer, porque nos zambulle en el territorio de qué dirán, en el mundo estricto de las normas de comportamiento, en el universo inamovible de los valores morales, en lo que se espera de uno… en todo aquello que va condicionando nuestra vida y que nos va relegando a un espacio cada vez más reducido y miserable, con conductas y comportamientos aprendidos y casi automáticos.
Ignacio García, también director del Festival Internacional de Almagro, es el responsable de este montaje escénico, con el que ha intentado dar ”una visión subjetiva de la pasión, la que conduce a los personajes por la senda peligrosa de los deseos más profundos, que tantas veces necesitamos vivir, de forma inconsciente, como una huida de la propia vida”.
La Señora C. es una mujer viuda de alta clase social que un buen día se apiada, de una manera insospechada, de un joven que acaba de perder toda su fortuna en el casino de Montecarlo y que se muestra completamente desesperado. Por temor a que acabe con su vida, la buena dama le brinda apoyo económico y moral y le ofrece compañía durante las siguientes 24 horas, un periodo que acaba siendo decisivo para la pareja porque va a dar un giro de 360 grados a su vida para siempre.

DEMONIOS FUERA
En la novela, la historia echa a andar cuando, después de dos décadas de aquellas 24 horas reveladoras, ella decide confesar su experiencia. La Señora C., mujer de bandera para su época, necesita echar fuera todos sus demonios para convencerse de la importancia de vivir sin prejuicios, de acuerdo con el dictado de su corazón, si es que uno quiere arriesgar y regir el destino de su existencia. “Me siento más ágil, casi gozosa”, exclama la Señora C. al final del relato.
El narrador de la novela presenta a la Señora C. como una anciana dama inglesa de blancos cabellos y gran distinción (atención: tenía sólo 67 años). Solía sentarse en el jardín con sus libros y tocar el piano, raramente se la veía en sociedad y muy pocas veces se notaba su presencia. Sin embargo, ejercía un influjo especial sobre los huéspedes del gran Palace Hotel donde se hallaba en ese momento alojada. La historia secreta que se dispone a contar está basada en una experiencia que le preocupa y tortura vivamente. “Todo cuanto voy a narrar”, dice la Señora C., “abarca sólo un brevísimo espacio de 24 horas en una vida de 67 años, pero no podemos librarnos de eso que llamamos conciencia”. Efectivamente, sólo afecta a un solo día de su vida, porque, según reconoce, el resto está desprovisto de importancia, por mucho que sus padres fueran unos ricos terratenientes de Escocia, que poseyera grandes fábricas y granjas, que se pasara media vida viajando por Italia, España y Francia, que tuviera dos hijos o que su esposo falleciera cuando ella tenía sólo 42 años.
Todo empezó, recordémoslo de nuevo, en Montecarlo, en el casino de juego de esta bella ciudad mediterránea. Allí comenzaron aquellas 24 horas que iban a turbar la existencia de la Señora C. ¿El motivo? Un joven abrumado ante el azar del juego la deja hipnotizada. Era un hombre de unos 24 años; delgado, fino y bastante alto, con una expresión descompuesta por la avidez y la locura, en cuyo rostro se reflejaban todos los colores y sentimientos. “Aquel individuo iba hacia la muerte, directamente iba hacia el abismo” -narra la Señora C.-. “La muerte cubría con su palidez su rostro, hasta entonces rebosante de vida. Me sentí como arrebatada. ¡Debía seguirle! Presenciaba la desesperación de un infeliz desconocido. Corrí tras él, no porque me sintiese enamorada, sino por un gesto instintivo de prestar auxilio”.
SILVIA MARSÓ ES LA SEÑORA C.
Silvia Marsó, en su papel de refinada aristócrata, condensa el propósito de la pieza en una sola frase: “Cuando la vida te pone ante un cruce de caminos, tienes que decidir si sigues por la senda que ya está trazada o si te planteas arriesgar y no saber qué va a pasar”. Es algo que comparte con su personaje, la Señora C.: “A veces el destino pone tu vida en juego a una sola partida y mover ficha es lo único que te queda para ganar o perder”. Es, en palabras de la actriz, un cóctel molotov de sentimientos el que sacude a su personaje, un torbellino, un delirio emocional… algo que le hace resucitar y darse cuenta de que, hasta ese momento, había vivido para otros, para satisfacer los deseos de los demás, para ser una persona digna de la clase social a la que pertenecía. Para no entrar en conflicto con lo establecido.
Cuenta Silvia Marsó que, cuando vio en París la adaptación de Veinticuatro horas en la vida de una mujer, se quedó completamente fascinada. Hasta el punto de que decidió embarcarse en esta aventura y ser, además de la intérprete principal, la productora de este montaje, adaptado por Christine Khandjian y Stéphane Ly-Coug y con música original de Sergei Dreznin.
Pero volvamos los ojos a Stefan Zweig para rendirle un pequeño homenaje, un escritor que vivió en un exilio permanente, que fue víctima de los horrores de las dos guerras mundiales y que, después de transitar por Londres, Bath, París, Nueva York y otras grandes ciudades, acabó suicidándose, junto a su esposa Lotte, con una sobredosis de veneno. Tenía entonces 61 años.
DE RILKE A FREUD
Stefan Zweig había cultivado la amistad de grandes personalidades de su tiempo, como Máximo Gorki, Albert Einstein, Rainer Maria Rilke, Herman Hesse, Thomas Mann, Auguste Rodin, Gabriela Mistral o Arturo Toscanini. Pero fue, sin duda, la relación que le unió a Sigmund Freud la que influyó más en su obra. La buena posición económica de su familia le permitió viajar desde joven por toda Europa, lo cual le otorgó ese plus de tolerancia que envuelve toda su producción literaria.
Como intelectual comprometido con su tiempo, Zweig se enfrentó visceralmente a las doctrinas y al espíritu revanchista que se percibía en Europa en aquellos años. En 1936 sus libros fueron prohibidos en Alemania por el régimen nacionalsocialista y el escritor comenzó un largo viaje hacia el exilio, primero en París y después en Inglaterra, Estados Unidos, República Dominicana, Argentina, Uruguay y, por fin, Brasil, donde escribió La tierra del futuro. Aunque dedicó la mayor parte de su tiempo sobre todo a la novela y el relato, también firmó ensayos y algunas biografías, como las célebres de María Estuardo o María Antonieta.
Dicen que sentía debilidad por las personas solitarias, que acaparaba partituras de sus músicos preferidos y que siempre sintió pavor a envejecer. Y que, cuando le preguntaban por su ocupación, solía decir que era un “experto en visados” y “una sombra de mí mismo”.

EL ÚLTIMO MANUSCRITO.
El 22 de febrero de 1942, desesperado, se quitó la vida junto a su esposa. Estaba convencido de que el régimen de Hitler se extendería por todo el planeta. “Europa se ha suicidado”, decía. Se había despedido de sus amigos y dejó todos sus asuntos en orden. Donó sus libros a la biblioteca de Petrópolis, envió sus manuscritos a diferentes archivos y legó su perro fox terrier a su casera. También dejó una nota manuscrita: «Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal, el bien más preciado sobre la Tierra. Saludo a todos mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes de aquí“.
Veinticuatro horas en la vida de una mujer se representa en:
Madrid. Teatro de la Abadía (Fernández de los Ríos, 42). Hasta el 7 de enero.
Molina de Segura, Murcia. Teatro Villa de Molina. 13 de enero
Sevilla. Teatro Lope de Vega. Del 8 al 11 de marzo
La obra de Stefan Zweig se puede encontrar en Acantilado, sello que ha publicado, además de ediciones de sus principales títulos, un volumen que reúne sus novelas.