Beatriz Rodríguez: “Hay que leer “La metamorfosis” en la adolescencia”

Por Emma Rodríguez © 2016 / En su segunda novela, Cuando éramos ángeles, Beatriz Rodríguez (Sevilla, 1980) recupera el entorno rural cuando la ciudad sigue mandando en la narrativa más joven y nos conduce a los primeros años de la Transición, pero lejos de su lado más brillante y mítico. Ese ir un poco a contracorriente infunde interés a una historia que consigue reflejar la cerrazón, la hostilidad, la asfixia de un pueblo como tantos otros pueblos de la España profunda, un pueblo con sus herencias, sus pasiones, sus pecados y secretos a cuestas, por el que los aires de la Democracia pasaron de refilón, sin conseguir mover los pilares de un modo de vida apegado a la tierra, al dominio de los amos sobre los jornaleros, de los hombres sobre las mujeres.

Rodríguez sitúa ahí, en ese entorno, a un grupo de adolescentes. Esa etapa de los descubrimientos, en la que se empieza a decir adiós a la inocencia, en la que los cuerpos, las inquietudes y los deseos sexuales se despiertan y se tiene la sensación de poder ser y hacer lo que se quiera por un breve lapsus de tiempo –la sociedad se encargará de quebrar las alas, de amordazar con reglas e imposiciones– es clave en esta novela que indaga en la construcción de las identidades, en lo que se va quedando por el camino. Un adulto es alguien que cambia libertad por seguridad, dice uno de los protagonistas de esta entrega coral, donde no sólo están en proceso de transformación las vidas de los personajes, sino también el curso de un país, un país donde no se lograron enterrar del todo las semillas del franquismo.

Frente al carácter fragmentario y el tono onírico de su ópera prima, La vida real de Esperanza Silva, el realismo sin tapujos, el cariz tremendista de Cuando éramos ángeles (Seix Barral), una novela que participa de la intriga (hay un crimen y una investigación) y levanta un retrato generacional, valiéndose la autora de un variado cóctel de ingredientes en el que no faltan ni el sexo, ni la música, ni las recetas de cocina, que le sirven para marcar el ritmo y la estructura de la novela, pero también para dar idea de las tradiciones, de lo que permanece inamovible y define el carácter de las regiones que se habitan.

En “Cuando éramos ángeles”, Beatriz Rodríguez recupera el entorno rural cuando la ciudad sigue mandando en la narrativa más joven y nos conduce a los primeros años de la Transición, pero lejos de su lado más brillante y mítico. Ese ir un poco a contracorriente infunde interés a una historia que consigue reflejar la cerrazón, la hostilidad, la asfixia de un pueblo como tantos otros pueblos de la España profunda.

¿De qué manera el realismo se ha cruzado en tu camino?

– En mi caso es lo que quiero contar, la historia, lo que me lleva a poner en práctica una manera, un tono determinado, un estilo. En este caso, el germen de la novela fue algo muy real, muy tangible, la escena en la que Sebastián, el amigo tonto, diferente, recibe una paliza de los demás chicos del grupo. Fue eso lo que determinó el camino del realismo. Lo que me interesa por encima de todo es contar historias de personajes, creíbles, bien construidos. Es a través de ellos, del modo en que se relacionan; de lo que hablan; de lo que dicen y sienten, como me gusta contar lo que está pasando y llegar a los grandes temas. Me encanta la mirada de Carver, su atención a los detalles, del mismo modo que me fascina Carson McCullers. La suya es una voz muy potente, capaz de hablar de la marginalidad a través de sus personajes. Ese es el realismo con el que me identifico, un realismo que no tiene nada que ver con el de carácter social, donde se filtra más la mirada del autor.

Hablas de grandes temas. La violencia es uno de ellos.

– Sí. Me ha interesado indagar en la violencia en ese espacio cerrado del pueblo, de la brutalidad contra los más débiles, contra los animales, asumida con total naturalidad y, sobre todo, de la violencia en la adolescencia, en esa etapa en la que podemos ser más vulnerables y agresivos, cuando no tenemos filtros morales y nos cuesta mucho aceptar algo que no sea asumido por el grupo, que se salga de las reglas, de las pautas de lo normal. Es una época en la que estamos expuestos, indefensos, en la que podemos llegar a hacer cosas con las que en el fondo no nos sentimos identificados, de las que nos avergonzamos, porque eso es lo que hacen los demás. La paliza a Sebastián, por parte de la pandilla, tiene que ver con eso y simboliza también la lucha de los marginales, de los que no son iguales, de los que no se adaptan, para intentar integrarse en las sociedades cerradas, hostiles. De eso trata la novela.

Beatriz Rodri_guez-5 © karina beltra_n. 2016

La infancia y la adolescencia son dos grandes territorios literarios. Nunca se terminan de explorar, siempre se vuelve a ellos y siempre se descubren, pese a las coincidencias, nuevos matices. Hay tantas infancias y adolescencias como vidas.

– Así es. En la infancia somos esponjas, libros abiertos a todo. Es un período de construcción, mientras que la adolescencia es todo lo contrario, el tiempo de la deconstrucción. Nos quedamos sin herramientas para construir el mundo y vamos forjando la personalidad sobre pruebas y errores. Y, pese a todo, creo que es la etapa de la vida donde se da una mayor autenticidad. La verdad es que sí, se trata de un proceso literariamente muy rico.

Me encanta la mirada de Carver, su atención a los detalles, del mismo modo que me fascina Carson McCullers. La suya es una voz muy potente, capaz de hablar de la marginalidad a través de sus personajes. Ese es el realismo con el que me identifico, un realismo que no tiene nada que ver con el de carácter social, donde se filtra más la mirada del autor.

Los pueblos, los entornos rurales, no suelen ser los territorios más transitados por los jóvenes narradores. ¿Qué te ha llevado hasta ahí? ¿Querías contar algo que has vivido, eres de pueblo?

– En la novela se dice que para ser de pueblo tienes que haber pasado allí los inviernos, que es cuando se para el tiempo y se toma verdadera conciencia de los espacios, de la soledad de esos espacios. Por eso yo no soy de pueblo, porque sólo me he acercado al pueblo a veranear, pero mi madre es de una pequeña localidad de Huelva y he conocido los testimonios de mucha gente que me ha transmitido la sensación de opresión, de encierro, las ganas de huir de esos lugares. Todo eso está en Cuando éramos ángeles.

Clara, la periodista, casi investigadora, de la novela, dice que a veces le da la impresión de estar viviendo en la película Perros de paja, interpretada por Dustin Hoffman, que transcurre en un pueblo muy pequeño de la campiña inglesa. Su mirada es la que llega de fuera, la que lo contempla todo a distancia, sin llegar a implicarse, y también simboliza a la mujer independiente, que se atreve a sentarse en la barra de los bares que sólo frecuentan los hombres sin dejarse intimidar.

– Sí. Clara no está integrada en esa sociedad. Es una mujer paralizada vitalmente, por sus propias circunstancias, que se dedica a observar los comportamientos de sus vecinos. Ella es capaz de plantar cara a los hombres, pero también es muy chula y displicente. Su posición es muy fácil, porque parte de unas condiciones ventajosas: viene de la ciudad, tiene estudios… Frente a ella está Chabela, que representa a esas mujeres fuertes que tantas veces me he encontrado en los pueblos, mujeres que incluso asumiendo los roles machistas, no han perdido un ápice de fortaleza. La confrontación entre esos dos modelos de mujer, que entablan una relación de amistad, nos lleva a plantearnos cuál es el camino, si la buena dirección consiste en negar las facetas tradicionales de la mujer –la maternidad, el ámbito del hogar, de la cocina–, que es lo que hace Clara. Y, junto a ellas, moviéndose entre las dos sendas, a la búsqueda de sus propias personalidades, están las tres adolescentes de la novela, María, Eugenia y Rosario, muy unidas pese a lo que las va separando, con muchos secretos que guardar.

 Hay un momento en el que leemos: “Si la cuestión de género estaba más o menos resuelta, había una barrera insalvable entre esa supuesta liberación femenina y la mentalidad de los rudos jornaleros, hijos de la dictadura”. ¿De qué manera los habitantes de esas poblaciones aisladas no llegaron a asumir las nuevas reglas del juego democrático? Esa es otra de las cuestiones que se plantean.

– Sí. Digamos que esas reglas se filtraron, pero sin llegar a calar del todo. Las cosas continuaron más o menos igual pese al cambio político, por ejemplo el machismo, del que hablábamos antes. En la novela se ve como es algo que no sólo está en el ambiente, en la sociedad, sino que es asumido y visto con normalidad por las propias mujeres. Incluso las jóvenes acaban aceptando determinadas cosas: la búsqueda de marido, el matrimonio para ser respetadas socialmente… Esto sigue pasando. El machismo no ha sido erradicado. Ahí está la violencia de género para mostrarnos que se trata de un germen difícil de superar, pero al mismo tiempo, y eso he querido que se reflejase en la novela, hay una cultura paralela. Nuestra sociedad no es del todo patriarcal. En el núcleo familiar las mujeres tienen mucho que decir y eso no pasa en todas las culturas.

Beatriz Rodri_guez-6 © karina beltra_n. 2016

El sexo está en el centro de la novela: la desigualdad en el modo en que se educa a chicos y chicas al respecto; el sexo contado desde el punto de vista de la mujer…

– Sí. Es fundamental porque se trata de una novela que habla de la adolescencia y de sus descubrimientos. Respecto al punto de vista femenino, no deja de parecerme curioso que llame tanto la atención que me refiera al clítoris, por ejemplo. Y también me sorprende que me pregunten tanto si he escrito una novela de y para mujeres. A los hombres nunca se les plantea si han escrito una historia de hombres porque hablen del sexo desde la perspectiva masculina. Esto dice mucho de la sociedad en la que vivimos… Acabo de terminar El bar de las grandes esperanzas, de J. R. Moehringer, y me ha gustado especialmente porque plantea una novela desde la masculinidad. Me parece muy interesante porque nunca me había encontrado con un autor que se posicionara en un punto de vista de género tan obvio. Por lo general se asume que el punto de vista masculino en literatura está integrado en el canon general y el que se resalta o es “diferente” es el femenino. Me parece muy lúcido que un autor hombre asuma que esto no es así. Me gustaría saber, insisto, si a él le preguntan por qué ha escrito una novela de hombres, tal y como nos dicen a las autoras cuando hay un personaje femenino con cierta relevancia.

Me sorprende que me pregunten tanto si he escrito una novela de y para mujeres. A los hombres nunca se les plantea si han escrito una historia de hombres porque hablen del sexo desde la perspectiva masculina. Esto dice mucho de la sociedad en la que vivimos…

¿Trabajar como editora (actualmente Beatriz Rodríguez está al frente del sello digital Musa a las 9) da cierta ventaja a la hora de elegir el cóctel de ingredientes que puede hacer funcionar una novela cara al público?

– Lo que tengo claro es que al lector no se le puede engañar fácilmente y que en literatura todo es bastante impredecible. Hay editoriales que si quieren vender un libro lo venden, pero no se trata tanto de la fórmula como de poner en marcha potentes campañas de marketing. Respecto a lo que me preguntas, lo que sí creo es que ser editora te puede ayudar a no dar tanta importancia a lo que haces, a mantener una cierta distancia con tu trabajo. En teoría es así, pero la verdad es que raramente se consigue.

[El día que hicimos esta entrevista era un día oscuro y lluvioso en Madrid, pero al entrar en el café elegido por la escritora, cercano a su casa, en los alrededores de la Glorieta de Quevedo, ante la decoración luminosa y colorista del lugar, sentimos que estábamos en otra ciudad, más al sur. “A veces me gusta encontrar rincones diferentes para leer, sitios en los que perderme, donde nadie pueda encontrarme”, confesaba Beatriz Rodríguez. En las manos, lleno de señales, de posits de colores, un grueso ejemplar del poeta chileno Gonzalo Rojas, recopilación de su obra (“Íntegra”, editado por el Fondo de Cultura Económica)]

¿Qué te atrae especialmente de la obra de Gonzalo Rojas?

– Me interesa el modo en que abordó, desde una perspectiva absolutamente individual, una serie de temas universales como el viaje para aprehender la conciencia del espacio; la mística en forma de existencialismo, de sufismo; el ocio y la obsesión como acompañantes fundamentales; el Eros, los sentidos y el amor, como utopías necesarias. Y junto a todo ello, el ritmo, el ritmo como motor de la palabra, con especial atención a la sílaba, uno de los símbolos indiscutibles de su poética.

–  ¿Qué te ves leyendo de niña, de adolescente? ¿Algún recuerdo, alguna anécdota concreta?

– De niña recuerdo pasearme por todos los rincones de mi casa con Las más bellas leyendas de la antigüedad clásica, de G. Schwab, una edición que se guardaba como oro en paño y que yo hacía como que leía porque el libro en sí me parecía precioso. A la hora de leer de verdad prefería a Gianni Rodari, claro. De adolescente recuerdo con nitidez el verano que leí Cumbres borrascosas, ajena al calor y la luz del verano que me rodeaba, como si estuviese paseando por el frío páramo en lugar de sentada en la arena de la playa.

¿Recuerdas el primer libro que te marcó, que modificó tu mirada sobre el mundo, sobre los demás? ¿Crees en la capacidad transformadora de la literatura?

– Creo en la capacidad transformadora de la literatura, pero como una herramienta más dentro de la educación. La literatura no alimenta si no está asentada sobre una educación dirigida hacia la capacidad crítica del individuo sobre su entorno. Saber hacia dónde mirar, cómo interpretar, el análisis y la crítica, son los elementos que hacen que el pensamiento evolucione. En este sentido, creo que el libro que abrió la puerta hacia mis lecturas adultas fue La metamorfosis de Kafka. Es un libro que tendría que leerse en la adolescencia porque es un arma de protección ante todos los tipos de adoctrinamiento de los que empezamos a ser víctimas con esas edades.

De adolescente recuerdo con nitidez el verano que leí Cumbres borrascosas, ajena al calor y la luz del verano que me rodeaba, como si estuviese paseando por el frío páramo en lugar de sentada en la arena de la playa.

¿Qué autores han sido fundamentales en tu trayectoria? ¿De qué manera te han influido?

– Como te comentaba antes, me gustan las historias que gravitan sobre sus personajes. Si el lector se cree un personaje ya tienes hecho el trabajo más duro. Me gustan mucho los norteamericanos porque parecen no tener complejos con esto: el estilo, el punto de vista, el lenguaje, todo parece estar supeditado a la voz de sus personajes. Puedes tocar a las mujeres de los cuentos de Eudora Welty; puedes tocar a la Scout de Harper Lee y a los personajes marginales de Carson McCullers o Tennessee Williams. Eso es algo que admiro profundamente.

Beatriz Rodri_guez-9 © karina beltra_n. 2016

–  ¿Qué tipo de lectora eres? ¿Sigues rituales a la hora de leer?

– Me gusta leer los libros de cuentos de manera ordenada, tal y como los ha dispuesto el autor, y con la poesía me pasa algo parecido, aunque de manera menos rigurosa. Aparte de esto, soy bastante caótica leyendo, siempre estoy compaginando distintas lecturas y no tengo ningún problema en no terminar un libro.

¿Hay un autor o una obra al que vuelves una y otra vez?

Siempre vuelvo a García Lorca, especialmente al teatro. Intuyo que es de esos autores elegidos cuya escritura, el texto en sí, les obedece. Eso es lo más complicado para un escritor, porque la voz siempre se impone y muchas veces una historia que se tiene muy clara en la cabeza, adquiere unas dimensiones totalmente distintas a medida que avanza la escritura. Creo que García Lorca era un escritor que escribía exactamente lo que tenía en la cabeza.

¿Qué estás leyendo ahora mismo?

– Siempre estoy con muchas cosas a la vez. Como te decía, acabo de terminar El bar de las grandes esperanzas, de J.R. Moehringer, y he descubierto recientemente a Etgar Keret, que es un escritor muy valiente. Ahora mismo estoy con Gonzalo Rojas y a la vez empezando con Mientras escribo, de Stephen King -que es un genio- y la última novela de John Banville, La guitarra azul, que parece bastante divertida.

– ¿Sigues a autores más cercanos a ti? ¿Estás al tanto de las novedades?

– Sí, por supuesto. Me gustan mucho Pilar Adón, tanto la narradora como la poeta, Olvido García Valdés y Manuel Vilas. Hay muchos más, pero estos tres son muy significativos.

¿Un asignatura pendiente en cuanto a lectura?

– No he leído a Julio Verne y me pesa muchísimo, tal vez por eso estoy siempre regalando sus libros a mis sobrinos.

El rinco_n de lectura de Beatriz Rodri_guez-2 © karina beltra_n. 2016¿Qué libro o libros te llevarías a una isla desierta?

Los Cuentos populares de Italo Calvino o los Cuentos al amor de la lumbre de Antonio Rodríguez Almodóvar, incluso Las mil y una noches.  Cualquier volumen inspirado en la literatura de tradición oral, porque ahí está todo. Si conoces los cuentos populares, abres y cierras el círculo de toda la literatura universal.

Cuando éramos ángeles ha sido publicada por Seix Barral.

Las fotografías las ha realizado Karina Beltrán © 2016

Etiquetado con: