Pilar Adón: “Henry David Thoreau es un autor clave en mi vida”

Por Emma Rodríguez © 2015 / Envolvente, sugerente, perturbadora, profunda y misteriosa como un bosque, llena de sutilezas y de sentidos. Así es Las efímeras, la nueva novela de Pilar Adón (Madrid, 1971), una escritora que en sí misma es un territorio literario muy especial, frágil y vigoroso al mismo tiempo, poético y altamente adictivo, porque apetece seguir y seguir explorando sus recodos, adentrarse en sus libros anteriores, en Las Hijas de Sara, su ópera prima, en sus volúmenes de cuentos, en sus poemas.

En la historia que ahora nos ocupa y sobre la que gira la siguiente conversación, Adón nos habla de una extraña comunidad en medio de la naturaleza más salvaje, de dos hermanas que mantienen una ambigua relación, de dependencias y soledades. Y lo hace como quien va buscando claros en la espesura, como quien, a su paso, deja huellas y claves que los demás tenemos que ir desentrañando. La venganza y la necesidad de comunicación son temas que laten en el fondo de esta entrega por la que avanzamos como quien nada en un lago aparentemente sin peligros, pero en el que hemos de encontrarnos con sorpresas, tal vez con los monstruos que habitan en las pesadillas.

El trabajo minucioso con el lenguaje, el estilo vivaz, de hondas vibraciones líricas, son algunas de las señas de identidad de esta mujer de aspecto delicado, suave, pero con una poderosa capacidad para levantar ficciones, para trasladarnos a escenarios de intriga, cercanos tanto a la ternura como a la crueldad; a situaciones que abren las compuertas de la reflexión y despiertan temores y contradicciones ocultas. Ya desde las primeras páginas nos enfrentamos a un ambiente controlado, a primera vista inofensivo, pero indomesticable en el fondo. Un escenario lejano, pero en cierto modo íntimamente reconocible, con texturas de hierba mojada y reminiscencias de infancia, el tiempo impreciso de la niñez con sus sueños inocentes y sus ogros malvados.

Pilar Adón nos habla en Las efímeras de una extraña comunidad en medio de la naturaleza más salvaje, de dos hermanas que mantienen una ambigua relación, de dependencias y soledades. Y lo hace como quien va buscando claros en la espesura, como quien, a su paso, deja huellas y claves que los demás tenemos que ir desentrañando.

No escribías una novela desde 2003. Doce años ya desde Las hijas de Sara y en medio poemas y relatos hasta llegar aquí, a Las efímeras. ¿Qué ha sucedido en todo este tiempo? ¿Qué te separa de la novelista de los comienzos?

– Pues puedo decir que me he dado cuenta de que mi primera educación literaria y vital se corresponde con la experiencia que me han ido dando los años. Las hijas de Sara estaba impregnada de los aprendizajes y conocimientos que había adquirido en los libros. Entonces lo que yo podía saber de la ira desbocada, del dolor tanto físico como emocional, de tantas otras cosas, provenía de la literatura. Conocía mejor a muchos personajes literarios que a la gente cercana que me rodeaba. Con los años todas esas emociones y sentimientos se han ido correspondiendo con la realidad. Comprendí que la literatura se nutre de la experiencia humana. El descubrimiento de esa correspondencia, de que no había nada diferente fuera de la literatura, supuso para mí una verdad. Esta novela ya participa de ese proceso que tanto ha influido en mi poesía.

Por lo que cuentas, supongo que fuiste una niña muy lectora, una niña que, en cierto modo, vivía dentro de los libros.

– Evidentemente. Y cuando empecé a escribir me dejé llevar hacia universos que no eran los míos, hacia los paisajes sublimes del romanticismo inglés, hacia ese terror que puede provocar la belleza, hacia los sentimientos exagerados. Estaba convencida de que había que sufrir para crear, de que había que enaltecerlo todo. Por eso mi primera voz estaba ligeramente impostada. Ahora, y con esto sigo respondiendo a la pregunta anterior, todo sigue estando muy literaturizado, pero pasado por el filtro de la vida. Ahora estoy en un plano más próximo, más cercano a mis vivencias, pero mi manera de contar continúa muy marcada por las formas, por los ambientes literarios que me fascinan. Es como si hubiese traído hasta mi entorno real los excesos del romanticismo. Ahora sé que dentro de lo que me rodea también puedo encontrar lo sublime, que no necesito ir a paisajes extranjeros para encontrarlo.

Las efímeras se sale del entorno urbano en el que se desarrolla gran parte de la narrativa española más reciente. En ese sentido va un poco a contracorriente y tal vez por eso resulta tan inesperada.

– Siempre he sentido la necesidad de salir de la ciudad y esa necesidad se mantiene a lo largo de toda mi trayectoria. Las hijas de Sara se sitúa en el norte de África, en un paisaje arisco que acentúa el encierro en el que viven las dos protagonistas. En los relatos de El mes más cruel, que  tanto tienen que ver con Las efímeras, la naturaleza se convierte en un personaje más. El arte consigue sacarnos de donde estamos y cada escritor elige sus escenarios y sabe cuál es la pulsión que le lleva a pasar un tiempo en esos espacios que le hacen sentir cómodo y que mejor se adaptan a su enfoque, a su punto de vista y perspectiva.

Pilar Adón-1. © karina beltrán, 2015

¿En tu vida cotidiana sueles salir al campo, te mueves en medio de la naturaleza, lejos del asfalto?

– Sí. Siempre que puedo. Por eso las descripciones de mis libros son tan cárnicas. Me gusta ir al campo, observar, analizar sus cosas, detenerme y sacar fotografías. Pero lo mismo me sucede cuando viajo en metro por la ciudad. Observo a la gente, sus gestos, sus ensimismamientos cuando creen que nadie está mirando, del mismo modo que exploro la naturaleza. No son los jardines domesticados los que llaman mi atención, sino los parajes incontrolados. Y no hay que ir tan lejos para encontrarlos. Cerca de nosotros sigue habiendo insectos, reptiles, animales nada dóciles. Me gusta ir y me gusta llevar a mis personajes a esos territorios en los que no se sienten seguros, en los que están desprotegidos. Es ahí donde asoman sus servidumbres y sus miedos. De algún modo, naturaleza y sentimientos ingobernables llegan a fusionarse.

En mis comienzos estaba convencida de que había que sufrir para crear, de que había que enaltecerlo todo. Por eso mi primera voz estaba ligeramente impostada. Ahora todo sigue estando muy literaturizado, pero pasado por el filtro de la vida.  Ahora sé que dentro de lo que me rodea también puedo encontrar lo sublime, que no necesito ir a paisajes extranjeros para encontrarlo.

Pese a que la historia transcurre en un lugar que parece demasiado lejano, fuera de los entornos urbanos, lo cierto es que nos lleva a reflexionar sobre asuntos muy cercanos, muy de actualidad, por ejemplo el miedo a asumir cambios, a salir de nuestras zonas de conformidad, de resignación. Hay un momento en el que se habla de personas que se aferran a sus miserias para no enfrentarse a lo que pueden encontrar fuera.

– Bueno, es que aunque se trate de una novela que transcurre fuera de la ciudad, yo vivo en Madrid y hoy en día es prácticamente imposible no estar al tanto de lo que sucede. Mis personajes optan por irse a una comunidad, a un sitio apartado en el que autoabastecerse, a la manera de la experiencia de Thoreau en Walden, una obra a la que siempre me he sentido muy vinculada porque en mí late esa pulsión, ese deseo de marcharme a un lugar apartado, a un paraje indómito en el que comprobar si puedo sobrevivir. Pero es que en los últimos años hemos detectado movimientos en esa dirección, mucha gente ha querido regresar al campo. Es algo que está sucediendo, que se percibe en el ambiente. Hay ganas de huir de las ciudades y todo eso se entrelaza, palpita en la novela. Y también, como dices, está muy presente el miedo al cambio. Dora, la hermana mayor, quiere que todo permanezca siempre igual, que nada se transforme. No desea que el poder que ejerce sobre su hermana se vea alterado por acontecimientos y personas externas. Su situación nos puede llevar a reflexionar, sí, sobre lo que cuesta admitir nuevas realidades, aunque esas realidades sean incluso mejores. Lo que no conocemos, lo extraño, puede llegar a paralizarnos.

Las efímeras trata de la incomunicación, del aislamiento y del deseo innato al ser humano de crear vínculos, de desarrollar los afectos. En cierto modo, metafóricamente, nos habla de la necesidad que tenemos de construir otro tipo de sociedades más fraternales, de los riesgos y las dificultades, pero también los retos, que entraña modificar las reglas y modos de convivencia. En tu historia, esa comunidad aparentemente tan idílica fracasa… Me gustaría que me contaras el origen de todo ese entorno.

– La comunidad parte de una idea idílica, sí, de las corrientes utópicas del siglo XIX que apostaban por la autorregulación, el autoabastecimiento y la instauración de normas propias. En la novela el germen de todo es una escuela de huérfanos, una escuela alrededor de la cual se desarrolla un proyecto de convivencia basado en la lógica de la racionalidad. El conflicto surge cuando se desatan las pasiones, el deseo de venganza, la maldad, la ira. Son comportamientos humanos que no se pueden eliminar, que siempre se perpetúan. Esa idea de perpetuidad es muy importante en el libro. De hecho, el título de Las efímeras partió de unos insectos que tienen ese nombre y que son los más antiguos del planeta. Estos insectos viven sólo un día a lo largo del cual perpetúan a la especie, así eternamente. Con otros tiempos, a los humanos nos pasa lo mismo. Generación tras generación volvemos a acercarnos a los mismos miedos e inseguridades. En la novela los protagonistas arrastran las culpas, los miedos e inseguridades de sus antepasados. De esto sabemos mucho en este país.

Pilar Adón-2. © karina beltrán. 2015

Las tensiones, los contrastes, la ambigüedad, son parte esencial del armazón de la historia.

– Así es. Los personajes quieren vivir aislados, pero permanentemente están pidiendo ayuda. Y, por otro lado, está el tema de la dependencia. La hermana dominante se acaba dando cuenta de lo dependiente que es de la otra en el momento en que ésta le falta. Este tipo de relaciones de dominio se dan mucho entre hijos y madres que quieren acaparar a sus vástagos, que no quieren renunciar a ellos. Cuando el cuidado fraternal se convierte en excesivo puede ser peligroso. En El fumigador, uno de los cuentos de El mes más cruel, la madre hace creer al niño que tiene una deformidad para que siempre siga a su lado. También en estas circunstancias actúa el miedo, el pavor a quedarnos solos. Lo que puede parecer un caso de amor absoluto, no lo es para nada. Cuando se quiere a los demás se les deja moverse en libertad. Lo contrario es egoísmo, amor por uno mismo.

Todos los personajes están como encerrados, viven en un entorno hermético, vallado, pese a ser salvaje y abierto. Sólo hay uno, Tom, que viene de fuera, que busca integrarse.

– Sí. Y es precisamente él quien quiere introducir cambios relacionados con los modos de vivir del exterior. Tom siente claustrofobia terrestre, siente que más allá del planeta tierra no hay nada, no hay oxígeno ni manera de nutrirse. Es un personaje muy importante porque nos lleva a reflexionar sobre un mundo demasiado globalizado, en el que, vayamos donde vayamos, acabamos encontrando lo mismo. Actualmente vivimos inmersos en una sensación de peligro inminente, de catástrofe, y sentimos cada vez más la necesidad de estar protegidos mientras asistimos a la destrucción de la naturaleza, del hábitat que nos da de comer, porque lo único que parece interesarnos como especie es el precio de las cosas, su valor mercantil. Todo esto está presente, de alguna manera, en la novela, pero muy de fondo. Lo que me gusta es plantear argumentos, excusas narrativas, motivos, para que sean los lectores los que acaben construyendo su propia historia, aportando sus reflexiones y encontrando sus respuestas.

La novela tiene distintos niveles de lectura. Es muy abierta. Te puedes quedar en la superficie o seguir ahondando en sus distintas capas.

– Sí. Se trata de una novela abierta y, como te decía, me gusta que los lectores participen, rellenen huecos y aporten sus puntos de vista. Son muy curiosas todas las interpretaciones que me voy encontrando en los distintos clubs de lectura a los que he tenido la oportunidad de asistir. Surgen temas y conclusiones que yo no me había planteado siquiera. Es realmente muy interesante.

Actualmente vivimos inmersos en una sensación de peligro inminente, de catástrofe, y sentimos cada vez más la necesidad de estar protegidos mientras asistimos a la destrucción de la naturaleza, del hábitat que nos da de comer, porque lo único que parece interesarnos como especie es el precio de las cosas, su valor mercantil.

[Esta conversación tuvo lugar una mañana otoñal en la casa de Pilar Adón, en el barrio madrileño de Argüelles. La autora estaba leyendo “La niña gorda y otros relatos inquietantes”, de Marie Luise Kaschnitz, una cuentista alemana de la segunda mitad del siglo XX. Lo había empezado hacía poco y comentaba que aún estaba descubriéndolo, pero que le atraía lo que esperaba encontrar en él “acerca de lo desconcertante, lo mágico y lo inesperado” temas que le atraen poderosamente. Las fotos se realizaron en distintas estancias: en el salón, sobre cojines, en el suelo de su pequeño estudio. Adón comparte la escritura con su trabajo en la editorial Impedimenta, junto a su pareja, Enrique Redel. Ella sabe muy bien el entusiasmo y el esfuerzo que requiere una pequeña editorial. De ahí que valore sobremanera la labor de Hoja de Lata, sello que ha publicado a Kaschnitz. “Hay ciertas editoriales independientes a las que soy fiel, en las que confío, y Hoja de Lata es una de ellas. Compro sus libros dejándome llevar por la más pura confianza en el criterio de los editores, porque sé que se basa en conceptos que coinciden con los míos, que su selección me va a gustar y que, además sus traductores son muy buenos y cuidan mucho el resultado final. He leído en poco tiempo dos títulos suyos que me han apasionado: “La señorita Pym dispone”, de Josephine Tey, y “El Círculo de Agua Clara”, de Gavin Maxwell, señalaba, dando pie a empezar a hablar de sus influencias, de sus costumbres lectoras.]

– ¿Qué primeras lecturas recuerdas? Antes decías que de niña leer era lo más placentero para ti.

– Cuando era pequeña leía los relatos de una colección llamada “Cuentos reunidos” que tenía 12 fascículos y que, además de los cuentos de toda la vida, incluía piezas atípicas y desconocidas que pertenecían a la tradición rusa, a la tradición nórdica… Luego pasé a las series juveniles de Los cinco, Los Hollister… Y pronto vinieron unos libros de Bruguera que regalaban con los tebeos. Así leí Primer amor y Humo, de Turgueniev, en unas vacaciones. Fue la primera obra que me hizo llorar de pura emoción. Más adelante me apoderé de los libros de mi madre: Cumbres borrascosas, Jane Eyre, Rebeca

Pilar Adón-5. © karina beltrán, 2015

¿Ser una lectora ávida en la infancia te hacía sentir diferente, en cierto modo te apartaba de los demás?

– Lo que pasaba es que era yo quien me apartaba de manera voluntaria para poder leer. Era lo que más me gustaba hacer. Me metía en mi habitación, me sentaba en el suelo, y leía durante horas. Un día tras otro.

Me hablabas de la influencia del romanticismo inglés. ¿Obras, autores concretos?

– Mi atracción por el Romanticismo procede no sólo de las lecturas, sino también de lo que han representado para mí su espíritu y su filosofía. El regreso a la naturaleza, el canto a lo irracional, la búsqueda de la libertad del artista por encima de todo, el concepto de lo sublime, de lo exaltado… Todo esto me ha parecido siempre apasionante. He leído con devoción a Keats, a Wordsworth, a Coleridge. En su momento me entusiasmaron Frankenstein, e Ivanhoe.

– ¿Sigues rituales a la hora de leer?

– Leo en cualquier sitio y suelo concentrarme con mucha facilidad, en los transportes públicos, por la calle, mientras espero en una cola a que me atiendan. Siempre llevo un libro en la mochila y un portaminas, de manera que puedo leer y subrayar allí donde esté. Ahora mismo no me puedo permitir rituales para sentarme a leer porque no tengo mucho tiempo, pero supongo que las circunstancias van cambiando y nos vamos adaptando a ellas para poder seguir haciendo lo que más nos gusta.

Una obra u obras transformadoras para ti, que marcaron un cambio en tu percepción de las cosas, del mundo. ¿Crees en el poder transformador de la literatura?

– En junio de 1990 leí Memorias de un nómada, de Paul Bowles, publicado por Grijalbo, que vino a reafirmarme en mi idea de que en el mundo había muchas cosas que aprender, que descubrir y conocer. Fue uno de los libros más inspiradores y reveladores que he leído en mi vida. Luego vinieron otros: El amante, de Marguerite Duras; Maurice, de E. M. Forster; La señora Dalloway, de Virginia Woolf. Son títulos clásicos para mí, fundamentales en mi aprendizaje, y que además determinan periodos apasionantes de lectura. Días de verdadero hechizo y de sentirme casi hipnotizada mientras los leía. Por supuesto que creo en la capacidad de la literatura para cambiarnos. La propia Iris Murdoch hablaba del poder de las palabras para llevarnos a lo más elevado y a lo más bajo con sólo volver la página de un libro.

Memorias de un nómada, de Paul Bowles, vino a reafirmarme en mi idea de que en el mundo había muchas cosas que aprender, que descubrir y conocer. Fue uno de los libros más inspiradores y reveladores que he leído en mi vida.

¿Con el tiempo han cambiado tus gustos como lectora?

– Empecé siendo una lectora voraz, que procesaba todo lo que encontraba en las estanterías de mi casa, lo mejor y lo peor, pero luego me fui haciendo más selectiva (cuando el tiempo empezó a no sobrarme) y empecé a volcarme en los clásicos y clásicos modernos, sobre todo de la literatura inglesa, y más concretamente la escrita por mujeres, que abarcaban el romanticismo, la época victoriana (Gaskell, las Brontë, Eliot) y las autoras modernistas (Woolf, sobre todo, una de las figuras claves de la literatura en lengua inglesa previas a la guerra). Mis primeras piezas narrativas debían mucho a escritoras como Marguerite Duras (bastante intoxicante, por cierto) o Perec. Tenía también una fuerte influencia de las herederas del gótico sureño, esas hijas de Faulkner como Toni Morrison, y estaba bajo el constante hechizo de mujeres que me parecían muy inspiradoras (Jane Bowles, Djuna Barnes). Más recientemente, tuve un fuerte enamoramiento de Iris Murdoch y sus novelas intelectuales, también de Penelope Fitzgerald. Ahora mismo estoy leyendo mucha poesía. He descubierto a Marilynne Robinson, que me apasiona, a Alice Oswald, a Jane Kenyon, y sigo leyendo a Iris Murdoch, a Thoreau, a Emerson.

¿Obras, autores a los que vuelves una y otra vez, y que son ya compañeros de camino? Citabas Walden de Thoreau. ¿Sigue siendo una referencia?

– Henry David Thoreau es un autor clave en mi vida. Cuando leí por primera vez Walden me di cuenta de que ese libro verbalizaba muchas de las cosas que yo tenía dentro, que ya sabía. Como decía antes, siempre me han atraído los personajes que se aíslan, que se esconden, que huyen, que llevan una vida autosuficiente, a quienes les basta muy poco para ser felices, a los personajes contemplativos, casi eremíticos, en estrecho contacto con la naturaleza. Personajes que no hacen ruido, que se confunden con el paisaje. Thoreau, un individuo brillante, un fabricante de lápices que dejó el negocio cuando se dio cuenta de que ya no podía mejorar el producto que hacía, que concebía la vida como una aventura llena de descubrimientos y sobre todo de redescubrimientos y autodescubrimientos, abandonó su cómodo entorno y con la ayuda de su amigo Ralph Waldo Emerson, que le cedió un espacio físico, se mudó a un terreno junto a un lago, construyó una cabaña, y aunque volvía frecuentemente a la “civilización”, decidió llevar una vida autosuficiente y contemplativa y meditar sobre la naturaleza, el hombre, la sociedad y el poder. Allí escribió un libro que habría de inspirar a todos los desobedientes, los independientes y los libertarios que vinieron después de él. Walden es un libro clave, visionario, en el que el individuo es el centro del mundo y en el que se desmontan las falacias de la vida productiva y las mentiras en que se basa el concepto de consumismo. Thoreau reivindicaba la figura de los nativos americanos, predicaba la igualdad entre todos los hombres, animaba a los lectores a que se autoabastecieran y defendía que siempre se podía aspirar a derrocar y combatir el poder ilegítimo, que es el que hace a los hombres esclavos de algo que no les pertenece. Esas ideas, que yo sabía que en cierto modo eran “mías” antes de leerle, inspiran en gran medida lo que escribo, lo que he escrito siempre. En mis novelas hay personajes aislados y paisajes en que la naturaleza es un ente determinante.

¿Una asignatura pendiente, un autor, un libro que esperas leer algún día?

– La obra de Thomas Pynchon.

¿Qué libro te llevarías a una isla desierta?

– Es una pregunta complicada. Dependería del momento, pero ahora mismo, me llevaría Orlando, de Virginia Woolf.

El rincón de lectura de Pilar Adón. © karina beltrán. 2015

Las efímeras, de Pilar Adón, ha sido publicada por la editorial GalaxiaGutenberg.

Las fotografías fueron realizadas por Karina Beltrán en la casa de la escritora, en el barrio madrileño de Argüelles.

Etiquetado con: