Celebrando los 40 años de la Rafael Alberti

Por Emma Rodríguez © 2015 / A principios de marzo desayunamos con una noticia bastante desalentadora. Según el último Observatorio de las Librerías, correspondiente a 2014, en un año desaparecieron 912 librerías en nuestro país y se abrieron únicamente 226. Dicho de otro modo: cada día se cerraron 2,5 de esos lugares tan especiales en los que el negocio convive con propósitos menos materiales: la formación, la creación de conciencia, la educación de la sensibilidad, de la mirada.

Podría dedicar este texto a analizar los motivos de una tendencia muy preocupante: la crisis que ha provocado la caída en picado de las ventas de libros; las malas políticas aplicadas por gobernantes que han dado la espalda a todo lo que suponga conocimiento; la propia dinámica de las sociedades del lucro, que cada vez han ido arrinconando más la cultura; el descuido de los medios convencionales por los contenidos de fondo; la falta de previsión, de imaginación, del sector, que no ha sabido adaptarse a los cambios, a las nuevas costumbres, al horizonte que la red abre en todos los sentidos.

Podría seguir este texto por ahí, siendo partícipe de esa tendencia informativa de resaltar la catástrofe o el escándalo, como si los contenidos, los ámbitos de la cultura, no fuesen por sí solos lo suficientemente atractivos. Pero, sin dejar de ser consciente de lo grave de la situación, sin dejar de apenarme cada vez que paso ante un escaparate vacío, donde el cartel de “se traspasa” ocupa el lugar que antes llenaban las tentadoras portadas de los libros [en mi recorrido diario cuánto echo de menos el estímulo que me proporcionaba la visión de Paradox, en Madrid, que sucumbió recientemente], prefiero abrir esta Ventana a la resistencia, a la no resignación.

“El presente es complicado, muy complicado. Se cierran librerías y el recambio no va tan rápido como quisiéramos, pero esa cara tan negativa que damos los libreros nos hace más daño que bien. No podemos ser noticia sólo por eso. Hay otros mensajes positivos”, me decía hace unos días Lola Larumbe, al frente de la mítica librería Rafael Alberti. Una librería que cumple 40 años y nos lanza el mensaje de que aún queda camino, aventura, gigantes a los que batir.

Emma Rodríguez y Lola Larumbe en la librería Rafael Alberti de Madrid. Por Nacho Goberna © 2015

“Todavía somos muchos los que resistimos. Si nos limitamos a Madrid, ahí está Jarcha, en Vicálvaro; Antonio Machado; El Buscón; Polifemo; Méndez; Marcial Pons…”, me contaba Lola una mañana lluviosa de marzo en la que, nada más franquear la puerta, sentí, como tantas otras veces, la sensación de haber llegado al mejor de los mundos posibles: un mundo lleno de historias, de posibilidades, de encuentros, de sugerentes, estimulantes, transformadores libros, libros, libros.… Sirva pues esta percepción, la charla que mantuvimos a continuación, como un homenaje a la trayectoria de la Alberti y de todas las librerías que siguen adelante en unos tiempos en los que los libros deberían ser más necesarios que nunca como brújulas, como zonas de discernimiento y también de descanso, de lentitud.

“El presente es complicado, muy complicado. Se cierran librerías y el recambio no va tan rápido como quisiéramos, pero esa cara tan negativa que damos los libreros nos hace más daño que bien. No podemos ser noticia sólo por eso. Hay otros mensajes positivos”, me decía hace unos días Lola Larumbe, al frente de la mítica librería Rafael Alberti.

Estoy frente a una mujer que habla de los libros como lectora apasionada; aunque reconozca que aunar la pasión con el trabajo llega a ser muy absorbente, y que está convencida, sí, de que resulta sano dejar un poco de lado la queja e insistir en los aspectos más luminosos; por ejemplo, la cantidad de pequeñas editoriales independientes que han ido surgiendo y enriqueciendo el mapa en los últimos seis o siete años; por ejemplo, la calidad y la diversidad de las propuestas, de los diseños, de las traducciones, de los autores, “un panorama que no nos encontramos en otros países, donde la oferta es mucho más homogénea”.

¿Qué hacen los responsables de las librerías para adaptarse a los nuevos tiempos, para captar a otros públicos?, le pregunto y me contesta que, como en tantos otros ámbitos, se están ensayando cosas distintas. “Muchos espacios tienden al modelo mixto de librería y tienda, o bar, o restaurante. Si se sabe mantener el equilibrio, si no se acaba desvirtualizando el sentido de la librería, es muy probable que estas fórmulas funcionen y perduren en el tiempo, pero de lo contrario, se pueden acabar convirtiendo en una condena”.

En el caso de la Rafael Alberti se ha optado por la librería como lugar de encuentro, de diálogo con los lectores, a través de múltiples actividades: charlas con los escritores, clubes de lectura, talleres infantiles… “Siempre estamos intentando innovar y nuestra última apuesta es la visita de los niños de los colegios de la zona. Los niños son los que tienen que acostumbrarse a entrar en las librerías. Aquí nos jugamos mucho”, comenta Larumbe, quien asegura que, entre las cosas que más satisfacción le producen, está el hecho de que muchos de los lectores más fieles descubrieran el lugar de pequeños, con sus padres o abuelos. “Disfrutar de una librería es una actividad que se aprende en compañía, igual que ir al museo o al cine. No todo es responsabilidad de los maestros”, insiste.

Lola Larumbe en la librería Rafael Alberti de Madrid. Por Nacho Goberna © 2015

La veterana librería abrió sus puertas en 1975, tiempos de Transición, de efervescencia, pero también de tensiones. Los primeros dueños desistieron del empeño a los cinco años de andadura, etapa en la que fueron víctimas de un ataque fascista, igual que otros espacios culturales identificados con la izquierda. Fue, en la segunda fase del trayecto, cuando se incorporó una veinteañera llena de ilusiones que no podía imaginar que aquella travesía se prolongaría tanto en el tiempo y que la conduciría a un hoy también incierto, inestable, resbaladizo. “Nos hemos ido haciendo mayores en la librería a la par que el país. Los 80 no fueron fáciles. La sociedad española estaba saliendo de una larga dictadura y buscando forjar sus nuevas estructuras. La desintegración social, la confusión de entonces, eran muy similares a las de ahora, pero, sin embargo, había un gran impulso y mucha ilusión por crear cosas nuevas. Ahí está la gran diferencia”, explica Larumbe.

– ¿Cuánto ha cambiado el perfil de los lectores en todo este tiempo?

–  Pues la verdad es que se mantienen los lectores de verdad, siempre minoritarios, pero absolutamente comprometidos. Se trata de personas que buscan informarse, que tienen un interés permanente, que aman leer con voracidad. Es cierto que en los últimos años se ha incorporado otro tipo de cliente de consumo rápido, partidario de libros producto, construidos a partir de modas y fenómenos del momento. Muchos de ellos llegaron con la Transición, deseosos de leer ensayos políticos ligeros, entregas de cotilleo. Esa dinámica prosiguió en los años de dispendio, en la etapa en la que el dinero circulaba con facilidad. Yo creo que ahí perdimos la oportunidad de lograr que ese público se incorporara a la franja de los buenos lectores.

Los 80 no fueron fáciles. La sociedad española estaba saliendo de una larga dictadura y buscando forjar sus nuevas estructuras. La desintegración social, la confusión de entonces, eran muy similares a las de ahora, pero, sin embargo, había un gran impulso y mucha ilusión por crear cosas nuevas. Ahí está la gran diferencia”, explica Larumbe.

– Lo que se hizo entonces fue apostar por los éxitos fáciles y rápidos…

– Así fue. Las políticas editoriales, con el beneplácito de los medios, concentraron toda su energía en ese núcleo de lectores, en la rentabilidad rápida, dejando de lado las obras y los autores de marcha más lenta. A partir de ahí se empezaron a valorar los libros en función del  número de ejemplares vendidos y buena parte de la crítica siguió el juego, tratando a los best sellers como si fueran algo más que eso y generando la lógica confusión y la desafección de los lectores de siempre. Y a todo eso habría que sumar las malas políticas culturales, los erróneos programas de lectura en los colegios…

Lola Larumbe en la librería Rafael Alberti de Madrid. Por Nacho Goberna © 2015

Proseguimos la conversación y Lola Larumbe me cuenta que para mantener una librería en pie ahora mismo hay que estar constantemente al pie del timón, buscando propuestas que atraigan a los amantes de la lectura. No hay más que fijarse en la apretada agenda de actividades de la Alberti y de otros espacios que resisten en Madrid y en otras ciudades de provincia. Muchas veces las librerías se convierten en programadoras culturales, desempeñando la funciones que podrían corresponder a bibliotecas u otro tipo de centros. ¿No debería un Estado consciente, preocupado por la cultura de sus ciudadanos tener esto en cuenta?, me pregunto y no puedo evitar pensar en un argumento que últimamente escuchamos una y otra vez en boca de intelectuales de distinto talante: la cultura no interesa a la clase política, que prefiere gobernar a ciudadanos sumisos, sin capacidad crítica.

Pero volvamos a la Rafael Alberti. Los lectores acuden a ella para escuchar a los escritores a los que admiran, hacerles preguntas, pedirles un autógrafo. Sucede lo mismo en países como Italia, Alemania o Reino Unido. Pero allí es habitual que la gente pague una entrada para tener ese privilegio, para escuchar leer algún capítulo de sus últimos libros a sus autores favoritos o para descubrir a los nuevos valores que la crítica o los amigos les han recomendado. Cuestión de costumbres y de idiosincrasias, sin duda. “No nos podemos comparar con otros países europeos”, me comenta Lola. “La principal diferencia es que en todos esos países que citas la gente lee mucho más y luego están las políticas que se aplican. En Francia, por ejemplo, hay ayudas directas por parte del Estado y también a través de los barrios, en los distritos y las juntas municipales. Ellos son muy conscientes del activo cultural que representan las librerías, mientras que aquí se ha recortado incluso el presupuesto de compra de libros por parte de las bibliotecas públicas.”

Los lectores acuden a la librería para escuchar a los escritores a los que admiran, hacerles preguntas, pedirles un autógrafo. Sucede lo mismo en países como Italia, Alemania o Reino Unido. Pero allí es habitual que la gente pague una entrada para tener ese privilegio, para escuchar leer algún capítulo de sus últimos libros a sus autores favoritos o para descubrir a los nuevos valores que la crítica o los amigos les han recomendado. Cuestión de costumbres y de idiosincrasias, sin duda.

En España, a consecuencia de la crisis, incluso los lectores más ávidos, que provienen en su mayoría de profesiones liberales, se lo piensan mucho más a la hora de elegir un libro, “tanto que parece que están decidiendo la compra de un piso o el destino de las próximas vacaciones”, comenta Larumbe riendo. Pero también señala que el libro como regalo sigue gozando de una enorme consideración y que para nada se han cumplido los malos augurios de que los libros digitales harían desaparecer al formato tradicional. “De momento el 95% del negocio editorial sigue siendo el papel. El recambio no parece tan inminente como se nos decía. Los lectores están haciendo convivir los dos soportes con absoluta naturalidad”.

Seguimos hablando con el empeño de no añadir demasiados tonos de negro. “Pese a todas las dificultades, el momento que estamos viviendo es muy interesante, estimulante a todos los niveles”, asegura Lola y le doy completamente la razón. “Es cierto que no nos podemos relajar, que siempre tenemos que estar haciendo equilibrios, pero no sólo los libreros. Si hay algo positivo ahora mismo es que la sociedad española está saliendo de lo hortera”, me dice. “Hasta los coches que antes circulaban por la calle, los cuatro por cuatro, están mal vistos. Claro que las heridas y las cicatrices que está dejando la crisis son terribles, pero, a la contra, estamos poniendo muchas cosas en cuestión y eso supone un avance. A nivel colectivo, empezamos a hacer una revisión de lo que supone una sociedad volcada únicamente en lo material y quiero creer que llegará un momento en el que el dinero dejará de ser el tema central de las conversaciones. Ahí los libros cobrarán protagonismo como impulsores de otra sensibilidad, de otra manera de mirar y entender el mundo”.

¿En qué medida se está notando todo eso en las tendencias? ¿Qué le interesa leer a la gente ahora?, le pregunto. “Es muy interesante constatar que las obras de escándalo y de cotilleo están a la baja y que vuelve el interés por la política y la economía. Es evidente que la crisis ha despertado la indignación, la conciencia, la participación, y eso se nota en lo que se lee. La atención por la ficción permanece y gana terreno el pensamiento. Están surgiendo filósofos, ensayistas capaces de conectar con los lectores con obras apetecibles, cercanas, mucho menos académicas”.

La sociedad española está saliendo de lo hortera (…) Es muy interesante constatar que las obras de escándalo y de cotilleo están a la baja y que vuelve el interés por la política y la economía. Es evidente que la crisis ha despertado la indignación, la conciencia, la participación, y eso se nota en lo que se lee.

Ante los horizontes de cambio que anhelamos, frente a la hoja de ruta que vamos trazando para afrontar los claros y oscuros del presente será más necesaria que nunca la existencia de medios independientes, de críticos capaces de contagiar la idea de que los libros pueden ayudar al discurrir de una mejor vida. Ahí, en esa labor, están también los libreros capaces de orientar, de seducir, de entablar un diálogo. “Los lectores buscan compañía, buscan una reafirmación. Suelen venir ya con la idea de algo en la cabeza y quieren que les demos nuestra opinión”, explica Larumbe, a quien, si hay una palabra que no le gusta nada es la de prescriptor. “Eso me suena a medicinas”, se ríe al decirlo. “Nuestro papel consiste en escuchar, acompañar, ser capaces de transmitir la emoción que nos ha provocado un libro y orientar siempre partiendo de datos previos. Es muy difícil aconsejar porque hay mucha diversidad. Lo que sí podemos es recomendar títulos a raíz de lecturas que resultaron fascinantes o decepcionantes. Yo, por ejemplo, suelo preguntar, por esos libros que no gustaron nada. Resulta muy revelador”.

Librería Rafael Alberti. Madrid. Por Nacho Goberna © 2015

– ¿Qué tipo de lectora es Lola Larumbe? ¿De qué manera la labor profesional influye en la experiencia de la lectura?

– Soy consciente de que, conocer la trastienda del mundo literario, nos puede llevar a tener el diente un poco retorcido. Por eso me gustan los lectores limpios, sin prejuicios. Y, por eso, tengo claro que, además de leer para mí, tengo que ser capaz de leer para otros. Con frecuencia me pasa que la obligación de estar al tanto de lo último que se publica, de toda la información que se genera alrededor, llega a aturdirme. Por eso, en vacaciones, en verano, prefiero regresar a los clásicos, percibir que los clásicos son clásicos precisamente porque son modernos.

Nuestro papel consiste en escuchar, acompañar, ser capaces de transmitir la emoción que nos ha provocado un libro y orientar siempre partiendo de datos previos. Es muy difícil aconsejar porque hay mucha diversidad. Lo que sí podemos es recomendar títulos a raíz de lecturas que resultaron fascinantes o decepcionantes. Yo, por ejemplo, suelo preguntar, por esos libros que no gustaron nada. Resulta muy revelador.

Seguimos charlando mientras echamos una ojeada a los libros de la mesa de novedades. La conversación está llegando a su fin y le pido que sea ella la que recomiende a los seguidores de “Lecturas Sumergidas” algunos de los libros que más le han gustado de los que ha leído recientemente. Aquello estaba deseando ocurrir, del escritor cubano Leonardo Padura, es el primero que cita. “Se trata de relatos que ha escrito desde la década de los 80 y donde vuelve a ese universo suyo que tanto me gusta, con esbozos de situaciones y de personajes reconocibles”, señala. Y toma en las manos El balcón en invierno, de Luis Landero. “Es uno de esos libros que intentan arañar la verdad. Me ha gustado el tratamiento de la figura del padre; la redención a través de los libros y de la escritura; la manera en que retrata su pertenencia a una familia de emigrantes. Landero nos demuestra hasta qué punto los libros se pueden convertir en nuestra casa y lo hace con una prosa transparente que me encanta”.

También recomienda Lola Larumbe la última novela de David Trueba, Blitz, de la que destaca su crítica a la sociedad actual, “la manera en que se enfrenta al mito de la juventud, de la belleza”. Y concluye: “Suelo leer más ficción que ensayo, pero últimamente he disfrutado mucho leyendo los ensayos que escribieron sobre la literatura, sobre la escritura, dos mujeres que se parecen mucho en su inteligencia y en su chispa a la hora de hablar de ellas mismas y de otras muchas cosas: Virginia Woolf y Carmen Martín Gaite. En la literatura unas cosas te van llevando a otras y he disfrutado mucho picoteando en los textos ensayísticos de ambas, encontrando muchas similitudes en la manera que tienen de enfrentarse a la creación”.

Emma Rodríguez y Lola Larumbe en la librería Rafael Alberti de Madrid. Por Nacho Goberna © 2015

Los libros que Lola Larumbe recomienda en esta “Ventana” son: Aquello estaba deseando ocurrir, de Leonardo Padura (Tusquets); Desde el balcón, de Luis Landero (Tusquets) y Blitz, de David Trueba (Anagrama).

Todas las fotografías fueron tomadas, en la librería Rafael Alberti de Madrid, por Nacho Goberna © 2015.

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