José María Merino: “Vivimos en un mundo de vampiros. Los vemos todos los días”

Por Emma Rodríguez © 2015 / En el salón de la casa de José María Merino el paso del tiempo se escucha. En una de sus paredes un majestuoso reloj de péndulo se encarga de dar las horas con religiosa exactitud, sin dejar de sobresaltar a quien está de visita con ese potente sonido que indica que nada permanece parado, que todo se mueve. Está colocado el reloj al lado de una gran casa de muñecas de color blanco y, juntos ambos objetos, en medio de una decoración convencional, en un espacio amplio en el que se filtra la luz del mediodía, resultan significativos porque dicen mucho acerca de su dueño: acerca del escritor que sigue jugando en la inmensa casa de palabras y metáforas de la literatura; acerca del hombre que se sabe tiempo y coloca, una y otra vez, al tiempo, con sus enigmas y contradicciones, en el centro de sus ficciones.

Podríamos estar en un cuento de José María Merino, en una estancia en la que el protagonista, hipnotizado por el movimiento oscilante del péndulo, es capaz de viajar hacia el pasado y vislumbrar el futuro. El escenario lo propicia y estamos dispuestos a imaginar situaciones así después de haber leído La trama oculta (Páginas de Espuma), un compendio de relatos donde el escritor se desdobla entre lo realista y lo fantástico. Dos creadores en uno, dos miradas paralelas, en una entrega  que, como regalo extra, bucea en los recuerdos, imágenes, hechos que dieron pie a historias diversas que tienen en común su capacidad para llegar, como él mismo explica, a lo que está “por debajo de lo que pudiéramos llamar el argumento visible, palpable” de la vida, a ese otro lado silencioso, secreto, absolutamente íntimo, que tan significativo resulta a la hora de explicar comportamientos y pulsiones.

El juego de las apariencias, los grandes disimulos, los amores no confesados, las envidias en lo profundo resguardadas, los odios celosamente mantenidos en secreto”, enumera el escritor, en uno de los textos introductorios, todas esas circunstancias escondidas, todos esos hilos de los que va tirando y con los que confecciona su particular tejido literario. Merino (A Coruña, 1941) observa lo que pasa por fuera y explora lo que sucede por dentro. Sus personajes le permiten mirar a los demás y retratarse a sí mismo, porque hay mucho de sus experiencias y vivencias en un conjunto que tanto nos dice del germen de la creación, de esos instantes concretos, estimulantes, que la impulsan.

Algunas de las piezas de La trama oculta habían aparecido en distintas publicaciones, otras son de reciente creación e incluso las hay que surgieron mientras se fraguaba el libro. Juntas, se fueron convirtiendo, de un modo imprevisto, en una especie de recorrido biográfico a través de los tipos de relatos, de los ciclos o épocas en las que se inscriben. Asegura Merino que no tenía la pretensión de que el libro fuese tan autobiográfico, pero que al introducir una voz que diese coherencia, que unificase un conjunto tan variado, fue cuando empezó a tener constancia de que, en cierto modo, estaba narrándose a sí mismo.

José María Merino observa lo que pasa por fuera y explora lo que sucede por dentro. Sus personajes le permiten mirar a los demás y retratarse a sí mismo, porque hay mucho de sus experiencias y vivencias en La trama oculta, un conjunto de relatos que tanto nos dice del germen de la creación, de esos instantes concretos, estimulantes, que la impulsan.

– ¿Hasta qué punto cada uno de esos ciclos o modalidades de cuentos responden a las distintas etapas vitales, a las edades, de José María Merino?

– Creo que a lo que verdaderamente responden es a lo que han sido mis obsesiones literarias: el doble; el sueño, que es un tema recurrente en toda mi obra; el poder del espacio, del lugar en que estamos; la metamorfosis… Todos esos temas a los que he dado vueltas y que me han interesado a lo largo de la vida están en este volumen. Y, sí,  posiblemente algunos cuentos tengan que ver con etapas concretas. Hay piezas muy fantásticas que corresponden a los primeros tiempos y hay otras más realistas que coinciden con mis experiencias de los últimos años. Lo cierto es que, de algún modo, tanto mis manías como mis experiencias vitales, se reflejan aquí.

– ¿Con los años, inevitablemente, nos volvemos más realistas? ¿Tiene eso que ver con la pérdida de la rebeldía, con un mayor acomodo?

– Bueno, yo no me atrevería a llamarme realista, porque siempre he reflejado una realidad extraña, quebradiza. Pero sí. Puedo afirmar que con los años he ido evolucionando hacia un mayor realismo. No estoy seguro de que esa evolución vaya en paralelo al acomodo, a la necesidad de una mayor estabilidad a medida que envejecemos. Lo que sucede es que con los años uno va teniendo una idea tal vez menos romántica, menos idealista, del mundo. Ese realismo, entre comillas, que no tiene que ver con la decepción, con el desengaño ante la vida, al menos en lo que a mí respecta, sí coincidiría con esa cierta mirada de la edad, de la experiencia, que te hace ver las cosas de una manera más ajustada a lo que son los datos y los hechos inmediatos

– ¿En qué medida escribir cuentos te ha llevado a superar en algún momento obsesiones y preocupaciones?

– En mi caso, nunca he escrito por terapia, al menos conscientemente, pero estoy convencido de que la escritura es una magnífica terapia para gente con problemas psicológicos. Está comprobado lo mucho que ayuda llevar un diario, dar cuenta de lo que se va sintiendo ante lo vivido. Cuando me preguntan por qué escribo, siempre he dicho que para tener una segunda vida. Escribir, realmente, es tener otra vida, y, además, te hace comprender, reconciliarte, aceptar muchas cosas de la realidad, porque mientras lo haces, en cierto modo, estás desentrañando, descifrando o intentando descifrar esa realidad. Eso te lleva a asumir las contradicciones, a asumir que no somos de una pieza; que las cosas no son definitivas, salvo algunas, claro. La escritura nos hace percibir una riqueza que tal vez no nos permite la mirada directa, no pasada por el filtro de la ficción.

José María Merino por Nacho Goberna © 2015

– En el prólogo de La trama oculta dices que este libro ha sido para ti como “un arca de Noé”, bastante “adecuado frente al diluvio de tenebrosas expectativas que estamos viviendo en tantos aspectos”. Esto se puede aplicar a la literatura en general, ¿no?

– Pues sí. Podemos pensar que la ficción es una escapatoria, pero se trata de mucho más que eso. La literatura es un refugio extraordinario desde el que entender mejor las cosas que suceden. Es evidente que nos permite comprender cualquier época y también, por supuesto, estos tiempos tenebrosos, absurdos y siniestros en los que vivimos. El otro día hablaba con alguien de la actualidad de los cuentos de vampiros. “No pueden estar más vigentes”, le decía. “Vivimos en un mundo de vampiros. Los estamos viendo aparecer todos los días”. Ahí están los que sacan la tarjeta opaca, esos potentados que aumentan en número y que nos hacen ser conscientes de que la riqueza está, cada vez más, en manos de unos pocos y la desdicha en poder de más. Eso es un disparate que arranca de la más absoluta irracionalidad. Por eso los vampiros son un mito de nuestro tiempo. La gran tradición del vampirismo se desarrolla en el XIX, aunque ya antes hubiese relatos de no muertos. Y precisamente es en el XIX  cuando empieza esta especie de crecimiento del capitalismo loco y feroz. ¿Qué mejor definición que la de vampiros para todos esos señores que se enriquecieron vilmente con los ahorros de los preferentistas? A mí también me pilló el asesor de mi sucursal de Bankia, que antes había sido mi caja de ahorros de toda la vida. Confiaba en él, como tanta otra gente. En mi caso fue muy poca cosa, pero es que ha habido muchas personas a las que se les ha destrozado la vida. No podíamos imaginar que unos tipos que dormían de día y despertaban de noche se estaban dedicando a chupar todo lo que podían de los ahorros de los demás. Ahí está clarísimo el mito del vampiro. Y está clarísimo también que la literatura, los cuentos, nos ayudan a entender el mundo y a entendernos mejor a nosotros mismos.

Ahí están los que sacan la tarjeta opaca, esos potentados que aumentan en número y que nos hacen ser conscientes de que la riqueza está, cada vez más, en manos de unos pocos y la desdicha en poder de más. Eso es un disparate que arranca de la más absoluta irracionalidad. Por eso los vampiros son un mito de nuestro tiempo.

–  Lo cierto es que tanto el escritor como el lector cuentan con una ventaja: tienen las herramientas para construir y habitar en realidades paralelas, para desviar la mirada de la fealdad del presente o para iluminar ese presente.

– Por supuesto. Tanto los escritores como los lectores somos unos privilegiados. A veces me siento desolado ante el hecho de que la lectura, las ficciones, no sean un tema fundamental en la formación de la gente, de los jóvenes. Es una pena que no haya una mayor conciencia de que esto no es un lujo, no es un juguete. Aparte de que nos diviertan, las ficciones, insisto, nos permiten abarcar la complejidad del mundo. Para comprender la realidad el instrumento más adecuado no es la psicología, ni la ciencia, sino la literatura. Es en su territorio donde encontramos la raíz de los comportamientos, de las relaciones, de la trama oculta de lo que parece que somos, pero que no somos. Eso es la literatura y por eso debería ocupar un lugar predominante. Habrá quienes crean que sostengo esto porque soy escritor, pero es que es de sentido común. Los niños deben introducirse en la ficción desde muy pronto porque se trata de un mecanismo que les permitirá entender el mundo y entenderse mejor como personas. Cuántas veces son las novelas las que mejor nos enfrentan a los matices de la Historia. Pensemos en las grandes obras del XIX, por ejemplo, en la manera tan cercana en que nos conducen a los hechos, a las circunstancias de la época. A través de las novelas lo vemos todo con diafanidad: las clases sociales y sus enfrentamientos, las relaciones sentimentales y sexuales, el problema de la propiedad… Lo vemos todo a través de las vidas y sentimientos de los protagonistas. Ahí está todo el siglo XIX. Y quien habla del siglo XIX habla de toda la Historia. La novela nos ofrece las llaves para entrar en los corazones de los personajes de la literatura y llegar a conocerlos mucho mejor que a los amigos con los que mantenemos relaciones más cómplices; mucho mejor que a la persona a la que más queremos; mucho mejor, incluso, que a nosotros mismos.

– Dentro de mucho tiempo, los lectores del futuro, de seguir existiendo, percibirán la incertidumbre, el desconcierto, la rabia, del ahora. Si te plantearas escribir un relato sobre lo que estamos viviendo, ¿cómo sería ese relato, qué temática predominaría, qué género? ¿Tal vez optarías por los vampiros, como decías antes?.

– Está claro que un relato de vampiros daría juego, sin duda. Lo que tengo claro es que sería un cuento nocturno, de la noche, de una noche colectiva, más que personal. Recurriría a una atmósfera de tinieblas… Por ejemplo, esa noche interminable que refleja Luis Mateo Díez en su última novela, La soledad de los perdidos, se adapta muy bien a lo que estamos viviendo. Yo veo también un mundo nocturno, un mundo de vampiros, un mundo un poco de soledad kafkiana en el mejor sentido, partiendo de la idea de que cuando todos esos valores de la buena escuela, del buen sistema sanitario, que nos integran colectivamente, se van desmenuzando, la dirección del mundo resulta muy incierta, muy oscura. Escribiría de todo eso o me decantaría por un relato que abordase el tema ecológico. En Las puertas de lo posible, un libro de cuentos claramente distópicos, de ciencia-ficción, ya tengo un relato en el que me invento unas abejas robots. No sé. A lo mejor nos vemos obligados a recurrir algún día a abejas robots. Quién sabe… Las abejas se están acabando y el día que desaparezcan esto habrá terminado.

– ¿Qué palabras utilizarías para ese cuento?

– Pues… Una de ellas sería, sin duda, “ominoso”. Aunque nunca ha habido tanta moda, tanto fútbol, tanto Masterchef , lo que estamos viviendo es un tiempo ominoso, muy similar al que pudo darse cuando surgió el nazismo, cuando de repente todo lo que había se convirtió en algo diferente, absolutamente terrible. No digo que estemos viviendo exactamente el nacimiento del nazismo, pero hay ciertos signos que, irremediablemente, nos trasladan a ese momento.

José María Merino por Nacho Goberna © 2015

– La trama oculta alude a lo subterráneo, a lo que está por debajo, a lo que no se ve. La trama oculta está en lo que pensamos, lo que soñamos, lo que nos pasa por dentro… Todo eso nutre tus relatos.

– Así es. Se trata de lo que nos pasa por dentro, eso que, a lo mejor, nunca exteriorizamos o que, tal vez, exteriorizamos de una manera que no es exactamente la que corresponde a lo que podría llamarse lo real, porque muchas veces puede manifestarse a través del lenguaje de los sueños, con toda su carga de contradicciones. Yo suelo escribir sobre el doble y el doble siempre está presente, siempre aparece de una manera muy clara, cuando tenemos que tomar una grave decisión en la vida. En estos casos hay dos por lo menos pugnando dentro de nosotros y la resolución que se acaba adoptando proviene siempre de una oposición interna. En ese sentido, efectivamente, hay una trama oculta que el cuento contribuye a resaltar, porque se trata del género de la sugerencia. A todo el que se acerque a un cuento siempre le corresponde un poco descifrar sus enigmas. Tal vez ni el propio autor sepa claramente cuál es su sentido más hondo, porque la literatura es también el terreno de la intuición.

– ¿De qué te ha salvado y de qué te salva la literatura?

– Como decía antes, a mí la literatura me ha permitido tener una doble vida. No me puedo quejar de la vida real, material, porque he tenido una trayectoria satisfactoria en todos los sentidos, tanto en lo sentimental como en lo profesional, pero, luego, paralelamente, he tenido esa otra existencia secreta, tan enriquecedora, como autor y como lector. Cuando lees Jasón y los argonautas, vuelves a repetir el viaje de Jasón, y cuando de niño lees los viajes de Simbad o Tom Sawyer, también realizas esos viajes y vives esas vidas.

– La doble vida está muy presente en muchas de tus historias. Eres muy consciente de eso.

– Sí. En mi época de joven, cuando se hablaba del hombre de acción, tan de moda en aquellos tiempos, en el marxismo, en el existencialismo, yo solía decir que, escribiendo, siempre era un hombre de acción. Claro que mi acción, ahora que tanto hablamos de lo virtual, era una acción virtual. (risas).

– Hay muchos relatos que hablan de la infancia y, sobre todo, de la adolescencia, una etapa relacionada con los primeros descubrimientos y revelaciones. La revelación es clave. Esos momentos en los que somos conscientes de algo por primera vez están muy presentes en muchos de los cuentos de José María Merino.

– Así es. Yo, que cada vez voy perdiendo más la memoria y que estoy en ese momento en el que puedo olvidarme con facilidad de un lugar en el que estuve comiendo hace muy poco con un amigo, percibo clarísimo el tiempo de la infancia y compruebo la cantidad de cosas que descubrí en esa etapa, pero que entonces no podía desvelar porque no sabía lo que eran, lo que significaban, exactamente. El Quijote, por ejemplo, tardé mucho en leerlo. Mi padre era un entusiasta de la novela, me contaba cosas de su protagonista y yo pensaba: “Pues vaya héroe: lo pierde todo, le rompen los dientes, le cortan una oreja. Vaya porquería de héroe…” Más tarde, cuando finalmente leí la obra, sin ser ya un niño, descubrí que el personaje de Don Quijote estaba en casi todas las novelas que había leído en mi infancia. Todas trataban de actitudes quijotescas. En La vuelta al mundo en ochenta días, estaba Don Quijote y su ayudante Sancho Panza. El arquetipo estaba ahí. Y también descubrí, pasados los años, que cuando leí Heidi, que tanto me entusiasmó, ya me encontraba frente al mito del paraíso perdido. Heidi está siempre añorando el paraíso perdido, el lugar del abuelo. En la infancia tuve muchísimas revelaciones de este tipo, y no sólo literarias, que he podido ir descifrando con los años y que me siguen alimentando.

– ¿Qué le queda a José María Merino del niño, del adolescente que fue?

– Pues me queda la curiosidad. Sigo siendo una persona curiosa, no fisgona (risas). Yo fui un niño muy curioso y un adolescente muy curioso y no he perdido nada de ese talante. A mí me interesan las cosas, los comportamientos, los edificios, los objetivos a seguir. Siempre me estoy haciendo preguntas acerca de todo.

– ¿Qué se gana con los años?

– Si la vida te ha tratado bien, uno debe sentirse un privilegiado. El otro día, hablando de El río del edén en una lectura, señalaba que nunca olvidaré una frase de Camus que decía: “era feliz y no lo sabía”. Sucede que tenemos una idea de la felicidad, producto de la religión, que no es del todo acertada. No. Mire usted: la felicidad también está llena de infelicidad. A lo mejor la felicidad en esta vida es estar bien de salud, contar con gente con la que colmar los afectos, no tener problemas laborales. Porque, ¿qué pensamos que es la felicidad?. Resulta muy duro plantear esto porque la gente tiene una idea platónica al respecto que convendría ir desmontando. A mí lo que me ha enseñado la vida es a aprovechar lo que tengo, a aprovechar ese tiempo que pasa: los amigos, los buenos momentos, los libros. Tenemos que aprovechar todo eso, porque al final va a extinguirse cuando desaparezcamos. Pensemos que si hemos estado vivos, si hemos sido tiempo, eso nos ha proporcionado un gusto maravilloso de esta cosa tan imposible que es vivir, porque es imposible, desde el punto de vista estadístico.

La vida me ha enseñado a aprovechar lo que tengo, a aprovechar ese tiempo que pasa: los amigos, los buenos momentos, los libros. Tenemos que aprovechar todo eso, porque al final va a extinguirse cuando desaparezcamos. Pensemos que si hemos estado vivos, si hemos sido tiempo, eso nos ha proporcionado un gusto maravilloso de esta cosa tan imposible que es vivir.

– El paso del tiempo también es una constante en tu obra.

– Sí, claro. Es que nosotros, querámoslo o no, somos tiempo. Y, por lo tanto, somos algo efímero, que se extingue. La pena es que, generalmente, lo aprovechemos tan mal, la pena es que tengamos tan poca conciencia de ser tiempo. Nuestra percepción viene de las religiones y éstas no nos hacen aprovechar, en el mejor sentido, el único tiempo que conocemos, que es éste, con lo cual somos incapaces de lograr que sea más feliz para todos. Estamos en el tiempo, somos tiempo. Y, como me gusta decirle a los estudiantes, cuando me toca ir a algún centro a dar una charla: estamos aquí por casualidad. El hecho de que ahora nosotros estemos aquí juntos, en este momento, depende de una increíble cantidad de casualidades. Sería imposible reducirlas a un esquema racional. Pero resulta que aprovechamos mal el tiempo, que siendo lo único que tenemos y que conocemos, lo utilizamos de la manera más estúpida. Para mí el tiempo es esa materia misteriosa que es lo que soy y lo que dejaré de ser en algún momento. No puedo dejar de pensar que se puede aprovechar con felicidad. No puedo dejar de preguntarme: ¿Por qué no crear un mundo donde haya más felicidad para todos? No es tan difícil. Por lo menos no es difícil, por mucho que nos digan lo contrario, solucionar las felicidades materiales.

José María Merino por Nacho Goberna © 2015

– Los viajes temporales, los espacios y tiempos paralelos, son temas muy tratados por la ciencia-ficción. En muchos de tus relatos se reconocen rasgos del género. ¿Has sido, eres, un buen lector de ciencia ficción? ¿Hasta qué punto, a través de ella, podemos ver reflejados nuestros temores y también nuestros anhelos?

– Sí. Yo he sido muy entusiasta de la ciencia-ficción, desde que la descubrí, cuando ya estaba cautivado por la literatura clásica y contemporánea. Wells me había abierto un poco las puertas, pero cuando me sumergí de lleno en sus territorios, fue algo muy revelador. Incluso, tengo un volumen de cuentos, al que me refería antes, que puede adscribirse totalmente al género. La ciencia-ficción nos permite divertirnos, reflexionar mucho y hacer el ejercicio de mirar hacia adelante. No está tan lejana como pudiera parecer. Esta mañana escuché por la radio la noticia de un señor que va a intentar dar la vuelta al mundo con un avión alimentado sólo con energía solar. Eso ya se había imaginado antes, ya lo había inventado Asimov, quien montó unas regatas de la tierra a la luna hace muchos años. La ciencia-ficción ha tenido una capacidad profética en muchos ámbitos, también en lo que se refiere a la incomunicación que ahora estamos viviendo gracias a los móviles. Este mundo, dominado por la incomunicación personal y física hasta extremos hasta hace poco impensables (hay personas que van juntas en el autobús y se hablan a través de sus móviles), ya se había reflejado en determinadas novelas que establecían un mundo donde ya no nos tratábamos personal y físicamente, sino por medio de la imagen, de pantallas. Eso ya está todo ahí. Nunca deja de sorprenderme la capacidad que ha tenido la ciencia-ficción para imaginar un mundo distópico, no un mundo luminoso y lleno de felicidad, sino tenebroso. Lo que pasa es que el auge del género se ha evaporado. Cuando discuto con otros aficionados a la ciencia ficción, sobre todo jóvenes, les digo que se trata de una utopía del siglo XX que murió, que ha desaparecido. Ya no hay autores que sigan manteniendo el vigor que tuvo. Philip K. Dick, al que me nombran siempre, es del siglo XX. No ha tenido seguidores en el siglo XXI.

– Puede que sea porque el tiempo que vivimos ya ha superado muchos de los pronósticos de la ciencia ficción…

– Yo creo que los está cumpliendo. Si nos ponemos a buscar una novela que pueda describir nuestro tiempo, nos encontramos con Mercaderes del espacio, de Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth. Es una historia donde el Estado es sustituido por las corporaciones, donde ya no existe el Estado tal como lo conocemos y donde todo es publicidad. Es una novela de los años 50 que nos demuestra que, desgraciadamente, la realidad está cumpliendo los vaticinios de la ciencia ficción.

Nunca deja de sorprenderme la capacidad que ha tenido la ciencia-ficción para imaginar un mundo distópico, no un mundo luminoso y lleno de felicidad, sino tenebroso. Lo que pasa es que el auge del género se ha evaporado. Cuando discuto con otros aficionados a la ciencia ficción, sobre todo jóvenes, les digo que se trata de una utopía del siglo XX que murió, que ha desaparecido.

– En La trama oculta hay un relato muy significativo, titulado Prisa, que se sitúa en el momento en el que surgió el motor de explosión para sustituir a los vehículos impulsados por el pedaleo. El cuento es una reivindicación de la bicicleta y de la lentitud. ¿Crees que muchos de los males de nuestro tiempo tienen que ver con la velocidad, con la ausencia de lentitud en nuestras vidas cotidianas?

– Por supuesto que lo creo. Tienen que ver con la pérdida de la lentitud y también de la mirada. Ya no miramos. Hemos perdido la capacidad de hacerlo porque eso requiere un tiempo determinado y ahora tenemos siempre tanta prisa que no concedemos ningún margen a detenernos, a contemplar y a considerar las cosas. No hay más que ver cómo pasa la gente por las exposiciones, por los museos, a toda velocidad, sin interiorizar nada. Es fascinante. El relato al que haces referencia gira en torno al motor de explosión, a la rebelión de los ciclistas contra el invento. Y yo, de verdad, creo que el motor de explosión nos metió una prisa terrible y nos creó todos los problemas que ahora tenemos asociados al consumo del petróleo, problemas que nos están llevando a muchas contradicciones. Últimamente parecía que si bajaba el precio del petróleo las cosas irían mejor, pero estamos viendo que no, que eso era mentira, que si baja el precio las cosas van peor. No hay quien lo entienda. Estamos en un mundo de hechiceros económicos que hacen con nosotros lo que quieren. El cuento sugiere que si se hubiera seguido investigando sobre la bicicleta, posiblemente ese sistema de pedaleo podría haber llevado por otros cauces. Pueden fraguarse muchas ficciones en torno a esto, pero, volviendo a la realidad, creo que hemos avanzado demasiado en direcciones que nos han dado cosas importantes, pero que también nos han hecho perder otras esenciales.

– Has señalado que ya no sabemos mirar y hay otro relato que pone de manifiesto que ya no soñamos y que la publicidad ha acabado suplantando a los sueños.

– Pues sí, ya no necesitamos soñar, porque con hacer un viaje a la República Dominicana por una cantidad determinada de euros ya nos sentimos satisfechos. Nos llenan la cabeza con sueños materiales ajenos a nosotros. El sueño ya no tiene la importancia que tuvo, por lo menos hasta Freud. Me imagino que la gente sigue soñando, pero esos sueños no ocupan ya el lugar que habían ocupado siempre en las distintas culturas.

– En muchos de tus relatos se ve muy bien que el sueño es el pasadizo que nos lleva a la parte irracional, inexplicable, a todo aquello que no entendemos. Es una parte que hoy dejamos totalmente de lado. En las sociedades actuales ya no se presta atención a nada que no tenga que ver con la razón, con el sentido común.

– Sí, pero aquí conviene que hagamos un inciso. Ese sentido común por el que creemos guiarnos conviene ponerlo en duda muchas veces. Yo cuando veo un sistema educativo cada vez peor y, sin embargo, compruebo el ascenso en las audiencias, el interés que despierta un programa televisivo como el Master Chef para niños, no puedo dejar de indignarme. ¿Qué hacen los niños con el dichoso Master Chef? Los niños que jueguen, que lean, que oigan bonitas historias, pero, ¿qué hacen con las cazuelas? Eso no pertenece a la razón, sino a la sinrazón. Estamos dominados por una razón un poco loca, desequilibrada. Y, frente a ello, hay quienes no dudan en menospreciar lo fantástico porque dicen que está muy alejado del terreno de la razón. Miren ustedes: Somos nosotros, nuestros cuerpos y mentes, los que soñamos que volamos o que hacemos cosas absurdas. No me digan entonces que lo fantástico no tiene que ver con la realidad. Está inmerso en la realidad.

José María Merino por Nacho Goberna © 2015

– ¿Continúas siendo un explorador, un perseguidor de tus propios sueños?

– Hubo una época en la que me despertaba y tomaba notas de los sueños. Padecía de insomnio y dormía muy mal, a trechos, de lo que sacaba provecho creativamente hablando, pero ahora ya duermo de un tirón, pocas horas, pero de un tirón, y si sueño algo se me borra, no lo recuerdo al despertar. Es algo que lamento extraordinariamente. Perder el recuerdo del sueño es una de las pérdidas que me han llegado con la edad. Pero es cierto que los sueños siempre han nutrido mis escritos. Cuando publiqué mi novela La orilla oscura me pareció curioso que ningún crítico percibiese que había utilizado un mito tan absolutamente español como es el de la vida como sueño. Se trata de un mito que viene de China, pasa por los árabes y cristaliza precisamente en España. Se habla mucho del realismo español, de nuestra tradición realista, pero uno de nuestros grandes arquetipos es precisamente el de la vida como sueño. Es muy español. Desde una perspectiva religiosa, Calderón lo fijó en nuestro país con una obra inmortal y yo creo que las cosas absurdas que vemos en el día a día de la vida nacional tienen mucho que ver con ese modelo, con la realidad de lo que somos, de cómo vivimos. Por otra parte, ahora que tanto se habla de mundos paralelos, es evidente que todo tiene mucho que ver con el mundo, la realidad, como sueño.

– Dibujas una sociedad desorientada, disparatada, incapaz de soñar, de atender a la parte de lo invisible. ¿Precisamente por todo esto, la literatura se convierte, aún más si cabe, en el espacio idóneo para dar cabida a lo que no nos podemos explicar?.

– Por supuesto. A veces se argumenta que la literatura es más bien un juego un tanto despreciable. Nada más desacertado. Ahí está, por ejemplo, un autor tan paradigmático como Kafka, cuyas obras han llegado hasta nosotros a través de la intervención de un amigo, sin que sepamos muy bien si fueron las que él escribió exactamente. Ese Kafka, que ha tenido unas lecturas tan peculiares por culpa de una visión marxista exagerada, es un hombre que representa muy bien el siglo XX y, probablemente, también, lo que hay dentro de nosotros: esa idea de sentirnos perdidos, de convertirnos en monstruosos insectos, de no saber exactamente lo que somos. La ominosidad que late en sus escritos no es un invento ni una cosa fantástica. El sentido de lo kafkiano está con nosotros, está ya incorporado a nuestra cultura. Esa extrañeza que expresa lo kafkiano no se había percibido de ese modo antes. No había cristalizado, no había conseguido una forma que se pudiera asumir hasta el punto de llegar a decir: “Vaya cosa más kafkiana me ha pasado hoy”. Por lo tanto, vemos con una nueva luz lo absurdo, lo grotesco y percibimos con claridad hasta qué punto la literatura es capaz de acomodar muy bien en sus márgenes lo extraño, lo misterioso. Y no me refiero solamente a la literatura de vampiros, de hadas. Me refiero a la literatura como reflejo de lo cotidiano teñido de extrañeza. Es natural al ser humano pretender que las cosas permanezcan igual para siempre, pero, a lo mejor, debemos considerar que un día podemos llegar a casa, abrir la puerta y comprobar que todo ha cambiado, que nada es como era. Esas situaciones aparecen mucho en mis relatos, porque el tiempo lo va quemando todo rapidísimamente. La literatura es capaz de expresar todo esto muy bien, de ofrecernos esa frontera con lo extraño, con lo inexplicable. Y no estoy hablando de metafísica, que yo no soy nada metafísico. Estoy hablando, insisto, de lo extraño de la realidad. Al contrario que la literatura, la realidad no necesita ser verosímil. Por eso la literatura, al asumir ese papel, nos tiene que servir para entender mejor lo inverosímil de la realidad.

– La mirada de la extrañeza, en efecto, planea por encima de todos tus relatos.

– Así es. No puedo remediarlo.

– ¿Hasta qué punto el exceso de información, de medios para acercarnos a ella, lejos de aclarar las ideas y las prioridades, contribuye a generar confusión, dispersión?

– Lo que sucede ahora mismo es que estamos en un mundo un poco absurdo, donde nos cuesta entender por dónde van los tiros, sobre todo en los aspectos que deben hacer más sólido el pensamiento de la gente. No se está apoyando el sistema educativo como se debiera y eso tiene mucho que ver. Nuestros medios de comunicación defienden su derecho a decir lo que quieran, pero es que tiene que haber buenos medios de comunicación, capaces de ofrecer una información plural y de calidad, cosa que no se está dando. Antes veíamos conciertos, teatro en televisión, pero ahora hay un total abandono de responsabilidades en lo que respecta a la cultura pública. Vemos, por ejemplo, que los niños cada vez leen menos, pero son dueños de móviles a edades muy tempranas. En ocasiones pienso que debería haber un acuerdo parlamentario para impulsar que los chavales no tuvieran móvil hasta que no anduvieran solos por la calle. ¿Para qué los van a necesitar antes? Vivimos en sociedades disparatadas, con una preocupante falta de referentes. Cambiando de tema, ahora estamos inmersos en la preocupación por el yihadismo y yo creo que estamos penetrados por el yihadismo, que hay una trama oculta que no vemos hasta que empieza a saltar. Pero, ¿cuál es la manera de defendernos de ello? Se habla de salvaguardar la democracia, los valores, pero ¿cómo los vamos a defender, recortando determinados derechos? Todo esto puede ser muy peligroso. Todo esto forma parte de lo mismo, del absurdo en el que estamos inmersos.

Lo que sucede ahora mismo es que estamos en un mundo un poco absurdo, donde nos cuesta entender por dónde van los tiros, sobre todo en los aspectos que deben hacer más sólido el pensamiento de la gente. No se está apoyando el sistema educativo como se debiera y eso tiene mucho que ver. Nuestros medios de comunicación defienden su derecho a decir lo que quieran, pero es que tiene que haber buenos medios de comunicación, capaces de ofrecer una información plural y de calidad, cosa que no se está dando. Antes veíamos conciertos, teatro en televisión, pero ahora hay un total abandono de responsabilidades en lo que respecta a la cultura pública.

– Hemos tratado el tema de la felicidad y del tiempo, de lo mal que lo aprovechamos para ser felices. Parecía que lo teníamos todo al alcance para tender hacia esa dirección, pero ahora, en este presente de crisis y neoliberalismo, el tiempo hemos de utilizarlo, cada vez más, en sobrevivir, en sortear la precariedad.

– Pues claro. Esto es evidente. Y nos lleva a mirar hacia atrás. Cuando existía la Unión Soviética, desde la izquierda se tendía a criticar a la socialdemocracia, pero la socialdemocracia fue una etapa interesantísima de Europa y lo terrible es que a lo mejor ya no podemos recuperarla. Eso es lo que me preocupa, que ya ni siquiera consigamos recobrar ese momento. Ahora nos están convenciendo de que las cosas parece que van un poco mejor. “Menos mal”, nos dicen. Pero nada de eso. La recuperación que intentan vendernos siempre es a través de precariedades. Todo es precario: la gente tiene trabajo, pero trabaja muchas más horas; le pagan lo mismo, o menos, pero es mucho más explotada. No. No es eso que nos están ofreciendo lo que nos corresponde. Nos sentimos como niños que queremos volver con nuestro papá y nuestra mamá. Que no nos ofrezcan precariedad. Tenemos que exigir que se marquen horizontes mucho más altos, que se recupere realmente un sistema de bienestar para todos. Es más: ya no se trata  sólo de volver a lo mismo que teníamos, sino de conseguir avanzar a partir de ese punto. Ahí es donde hay que poner el listón.

José María Merino y Emma Rodríguez por Nacho Goberna © 2015

– Pero esto se encuentra muy lejos de las propuestas de los gobernantes, de los argumentos de la Unión Europea. Cuando se mencionan esas metas de bienestar son tachadas de imposibles o populistas.

–  Sí. Tenemos la impresión de que llega un momento en que las cosas no pueden ir a peor y eso es lo que nos dicen que es la recuperación: no ir a peor porque seguramente no pueden tolerarlo los que están dominando el sistema económico. Estamos en un momento complicado, difícil, en todos los terrenos, también en el de la literatura (se vende un 40 por ciento de libros menos, se cierran librerías de toda la vida y la gente tampoco lee libros electrónicos, aunque se piratean vilmente). Estamos en un momento difícil, digo, y pienso que tal vez el camino no debe ser simplemente intentar mejorar sino adoptar un planteamiento radical en el sentido más optimista del término. Hay que volver a los buenos tiempos, a lo mejor que hemos tenido. Y para eso es necesario un cambio radical y que nuestros políticos se mentalicen de ello. Se nos quiere acostumbrar a vivir en el mundo de la privatización y yo creo en el Estado. Creo que hay una serie de cosas que el Estado tiene que garantizar: la educación, la sanidad, unas mínimas condiciones de vida. Y si no es capaz de garantizarlas, pues que acaben mandando las corporaciones, que es a lo que parece que nos dirigimos.

– Antes hablabas de los cambios inevitables que el tiempo impone, de la idea tan literaria de abrir una puerta y encontrarnos que todo se ha transformado. Esto es, en cierto modo, lo que ha sucedido a nivel colectivo. De repente hemos retrocedido. El curso de los acontecimientos ha dado marcha atrás.

–  Sin duda. Hemos retrocedido desde el punto de vista de lo que era la materialidad de nuestra existencia, pero hay mucho más que eso. Yo siento que vengo de Grecia, que venimos de Grecia, y me parece terrible que no haya levantado mucha más indignación lo que se ha dicho repetidamente de echar a Grecia del euro si Syriza ganaba las últimas elecciones, cosa que finalmente ha sucedido. Somos hijos de Grecia y habrá que pagarlo, nos tendrá que costar algo, pero tendremos que pagarlo. ¿Qué pasa; que vivimos en una Europa tan bárbara que es capaz de decir que Grecia se vaya?. No me sean ustedes bestias. De Grecia viene lo mejor, que luego cristalizó en el Renacimiento, cuando felizmente se superó la Edad Media. Miremos hacia atrás, hacia Grecia y Roma, y luego hacia esa larga sequía que fue la Edad Media. Volvamos al Renacimiento, que fue otra vez la búsqueda de Grecia y de Roma. Ahí están nuestros referentes. Y en la Revolución francesa, que en cierto modo fue un invento greco renacentista. ¿Hacia dónde pretende caminar esta Europa? Yo a lo que tengo miedo es a que se pretenda ir hacia una Edad Media nuevamente. Y aquí, en nuestro país, me asombra que cuando Podemos se pone a hablar de la casta haya gente que se escandalice. Claro que son la casta los que nos gobiernan. Son los señores feudales. De pronto vemos que nuestros políticos, a los que hemos elegido, a los que elegimos cada cierto tiempo, son señores feudales de horca y de cuchillo, que hacen lo que les da la gana. Tienen derechos de todo tipo; están ahí un montón de años; son totalmente impunes. Y no es que miremos hacia atrás. Es que necesitamos creer en unos valores clásicos, sólidos, establecidos. Unos valores que hay que seguir manteniendo y potenciando.

Venimos de Grecia, y me parece terrible que no haya levantado mucha más indignación lo que se ha dicho repetidamente de echar a Grecia del euro si Syriza ganaba las últimas elecciones, cosa que finalmente ha sucedido. Somos hijos de Grecia y habrá que pagarlo, nos tendrá que costar algo, pero tendremos que pagarlo. ¿Qué pasa; que vivimos en una Europa tan bárbara que es capaz de decir que Grecia se vaya?

– Lo que es muy curioso es que esos gobernantes definan a nuevas formaciones como Podemos o Syriza en Grecia, a los que ahora corresponderá intentar cambiar las reglas del juego, como radicales y extremistas, cuando lo que hacen es hablar de defender derechos que hasta hace nada disfrutábamos y de luchar contra la brecha de la desigualdad.

– Yo lo único que le puedo criticar a Podemos es que aún no tenga un programa del todo sólido, pero está claro que es una formación que ha nacido de una decepción generalizada, cuya aceptación por parte de los ciudadanos responde al hecho de que los partidos tradicionales no están a la altura de las circunstancias. En todo lo que ha pasado no han sabido responder en absoluto e incluso han mostrado una falta de ética asombrosa. Cuando la gente se estaba apretando el cinturón resulta que han ido saliendo casos y más casos de corrupción. Eso es vergonzoso. Y en esa situación que surjan movimientos como Podemos es totalmente natural, lógico y esperanzador. A mí me parece esperanzador en el sentido de decir: bueno, por lo menos no estamos todos muertos. Hay gente que sigue pensando que esto se puede arreglar, vamos a ver cómo se arregla. Es muy difícil, pero vamos a ver cómo se hace. Lo que no podemos olvidar, insisto, es que se haya considerado, que algunas autoridades europeas hayan llegado a pensar, que Grecia se puede ir del euro. Habrá que decirles muy claro a los bárbaros del Norte que Grecia es la Europa naciente, que Grecia es la que nos ha dado de mamar a todos. Habrá que ver cómo se resuelve el tema griego, pero hay algo que está por encima de la economía ésta de usar y de tirar. Hay valores que están muy por encima. Si el euro, que es una cosa puramente económica, es una representación simbólica de Europa, Grecia no se puede ir del euro. Yo creo en lo simbólico, somos hijos de pensamientos simbólicos, eso es lo que nos caracteriza como homosapiens. Si Grecia se va del euro Europa desaparece. Si Grecia se va del euro esto no tiene ningún futuro.

José María Merino por Nacho Goberna © 2015

– Volvamos al comienzo de la conversación, a los cuentos. Durante mucho tiempo se consideró que éstos tenían que ser redondos, perfectos, como mecanismos de relojería, pero esa idea ya está obsoleta, ¿no?

– Bueno, yo sigo creyendo que en el cuento tiene que haber intensidad, ya que eso determina que haya poca extensión; concisión y movimiento de verdad. Si no se dan esos elementos, puede que estemos ante una estupenda pieza de prosa que no es exactamente un cuento. No es que defienda el cuento perfecto, pero sí el cuento cuento, con naturaleza, con condición, de cuento. Es cierto que ahora todo está más abierto, pero muchas veces los textos que leemos como cuentos son, en realidad, prosas autobiográficas, que también han estado siempre en la literatura. No se está inventando nada nuevo. En el siglo XIX ya había muchos textos de este tipo; el propio Pedro Antonio de Alarcón tiene muchas piezas que son recuerdos, experiencias propias, pero no cuentos como tales. Mi opinión es que si los aspectos fundamentales del cuento se pierden éste desaparece. Que el final sea abierto o cerrado, eso sí que ha cambiado, por supuesto. En el siglo XIX el final tenía que ser absolutamente cerrado, en el XX totalmente abierto y en el XXI el minicuento ha vuelto al final cerrado para sorprender al lector. En fin, todo es un poco azaroso, pero las características tan marcadas del cuento deben respetarse.

– Para muchos autores el cuento es un campo de pruebas, una antesala, un puente hacia la novela, pero tú no lo vives así. Tus cuentos tienen una clarísima entidad propia, ocupan un lugar prioritario en tu trayectoria.

– Así es. Yo he vivido la novela intensamente como novela, hasta el punto de que me obsesiona tanto cuando la termino que para acabar con ella tengo que meterme con un libro de cuentos. Y lo hago tan obsesivamente que, del mismo modo, para acabar con él, tengo que recurrir a una novela. Lo cierto es que he vivido ambos géneros con la misma intensidad y la misma dedicación. Para mí son dos mundos diferentes, alternativos, pero ambos tienen la misma capacidad expresiva y por ambos siento la misma devoción. Está claro, eso sí, que la experiencia es muy distinta: con la novela estás abismado un tiempo en un mismo territorio y con los cuentos tienes que salir de uno y meterte en otro, pero para mí tanto un género como el otro exigen la misma seriedad.

– ¿Te resulta fácil detectar cuando una idea es apta para la distancia corta o cuando requiere más espacio?

–  Siempre tengo claro cuando veo un cuento y cuando veo una novela. A veces he fracasado con alguna novela. Tengo una por lo menos que no he podido terminar y también hubo un cuento que nunca acababa de entrar en ninguna antología porque no sabía bien lo que era y terminó convirtiéndose en una novela corta. Se trata de El lugar sin culpa y me dio la lata mucho tiempo porque no acababa de saber dónde encajaba. Pero normalmente lo veo con bastante claridad. Nunca sabes muy bien cuándo se te ocurre un cuento, eso sí. Yo digo que se trata de una iluminación, igual que sucede con los poemas. De pronto lo ves o no lo ves. En cambio, la novela es algo que vas rumiando. Surge una idea y empiezas a tirar de ella. Ahora mismo estoy con una novela que tiene mucho que ver con un libro que heredé de mi padre, un libro cuya primera edición fue del siglo XVII, que a mí siempre, toda la vida, me pareció una obra peculiar sobre los afectos, sobre los comportamientos. Hace tres años, cuando terminé El río del edén, empecé a reflexionar más sobre el asunto y vi que ahí había una novela. En eso es en lo que estoy ahora.

Nunca sabes muy bien cuándo se te ocurre un cuento, eso sí. Yo digo que se trata de una iluminación, igual que sucede con los poemas. De pronto lo ves o no lo ves. En cambio, la novela es algo que vas rumiando. Surge una idea y empiezas a tirar de ella.

– ¿Crees que el Nobel concedido a una maestra del cuento como Alice Munro ha revalorizado el género?. ¿Ahora se le aprecia, se le respeta más?

– Bueno, yo creo que ahora mismo goza de un mayor prestigio institucional. Se le respeta y se le estudia cada vez más, es cierto, y no cabe duda de que hay mucha gente escribiendo buenos cuentos en estos momentos, pero creo que al lector medio los cuentos le siguen interesando tan poco como hace cincuenta años. En España tenemos una larga tradición de cuentos, pero aquí también el problema es formativo, educativo. El cuento debería ser una base para enseñar a los chicos en el colegio. Aparte de que en casa habría que contar y leer cuentos –la responsabilidad familiar es enorme–, en las escuelas, gente de verdad preparada, profesores-lectores, deberían introducir a los chicos en el género. Recuerdo que una vez un docente me preguntó qué cuentos le podría recomendar para sus alumnos y me dejó hecho polvo. Si yo estuviese tres o cuatro días con sus alumnos sabría qué cuentos podrían interesarles: a unos Roald Dahl; a otros un cuento de Clarín, de Alice Munro, o de vampiros, porque el mundo de los cuentos es asombrosamente plural, tiene una gran riqueza. No hay que usar un solo cuento. Hay chicos a los que les gusta lo fantástico, pues hay estupendos cuentos fantásticos y hay estupendos cuentos futuristas, pero, claro, el problema es que tampoco los profesores tienen un buen bagaje para afrontar el asunto. Además, una de las grandes ventajas del cuento es que se puede leer en clase en diez minutos y deja mucho tiempo para hablar y debatir sobre él. Siempre digo que el modernismo puede resumirse en un cuento de ocho páginas, Beatriz, de Valle Inclán. Ahí está todo el modernismo. Se puede hablar un mes entero del movimiento a partir de ese cuento.

En el salón de la casa de José María Merino. Por Nacho Goberna © 2015

 – La recopilación de relatos de José María Merino La trama oculta ha sido publicada por Páginas de Espuma.

 – Todas las fotografías fueron tomadas por Nacho Goberna  © 2015, en la casa del escritor en Madrid.

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