Pedro Zarraluki: “Para mí Zúñiga ha sido el dios del cuento”

Por Emma Rodríguez© 2014 / En “Te espero dentro” hay un momento en el que uno de los protagonistas comprende que “podía ser fácil aburrirse” y “fácil pisar el acelerador al llegar a una curva sólo para ver qué pasaba. O para que pasara algo distinto a lo de cada día”. En su última entrega, un conjunto de cuentos unidos por puentes y afinidades, Pedro Zarraluki (Barcelona, 1954) coloca a sus personajes en esas situaciones en las que se toma conciencia de la repetición, del tedio, de la línea recta, previsible, de lo cotidiano, en esa aparente calma que se desea o se teme alterar. Pero algo se mueve bajo los pies, algo estalla de pronto, de manera sutil o brutal, provocando un viraje en el curso de la vida.

“A veces pienso que lo que esperan es que suceda un milagro”, reflexiona en uno de los relatos una joven que trabaja en el teléfono de la esperanza y que arrastra un turbio trauma familiar. “Hay cosas que no debemos ni podemos olvidar, cosas que nos persiguen”, dice en otra de las piezas una anciana al hombre al que probablemente ha de traspasar su curiosa tienda de postales. “Sólo podemos morir en el futuro (…) Ahora estamos siempre vivos”, toma Clara, una lectora cuya vida permanece varada, las palabras de la escritora Amy Hempel una mañana en la que, al despertar, se da cuenta de hasta qué punto no es capaz de dar el salto, salir de las historias de los libros y empezar a sentir por sí misma.

Hay conflictos familiares, secretos inconfesables, intimidades al descubierto, en este libro en el que Zarraluki abre los ojos a lo que se esconde detrás de las primeras capas de apariencia y afina el oído para escuchar, más allá de las correcciones del lenguaje, el leve aleteo de insatisfacción, de fracaso, de pena, que late en el fondo de los corazones. El escritor, con una amplia experiencia a sus espaldas, que se condensa en títulos como “El responsable de las ranas”,  “La historia del silencio”, “Un encargo difícil” o “Galería de enormidades”, no pretende descubrir nada nuevo, nada que no sepamos, pero sí nos permite descorrer las cortinas del pudor, sacar a la luz los prejuicios, mirar a través de la puerta entreabierta, hacernos los dormidos para poder contemplar escenas que parecen interpretadas por nosotros mismos en esas ocasiones en que nadie nos ve. Parejas en situaciones nada románticas, padres e hijos que no llegan a entenderse o que descubren una nueva forma de comprensión, hermanos unidos por vidriosos trozos de experiencia compartida y por deseos de venganza, recorren esas estancias tan reconocibles del día a día.

Es difícil no reconocerse en esas pequeñas heridas que van agriando la existencia, en esas grietas por las que se cuela la esperanza, en esos instantes en los que un simple gesto lo puede echar todo por la borda y abrir la espita de las emociones, en esos reveladores días en los que, como le sucede a Antonia en “Suite para una sola voz”, se siente el profundo deseo de ser una persona distinta, nueva, en una ciudad desconocida.

En “Te espero dentro” Pedro Zarraluki coloca a sus personajes en esas situaciones en las que se toma conciencia de la repetición, del tedio, de la línea recta, previsible, de lo cotidiano, en esa aparente calma que se desea o se teme alterar. Pero algo se mueve bajo los pies, algo estalla de pronto, de manera sutil o brutal, provocando un viraje en el curso de la vida.

– La narración que abre el libro, “Con los ojos cerrados”, se dedica, en el apartado final de los agradecimientos, a un amigo que dijo que los cuentos de Pedro Zarraluki empezaban a volverse peligrosos. ¿Peligrosos?

– (Risas) Bueno… Otro amigo me dijo que acabó agotado de tanta fragilidad. Lo que yo quería inicialmente era escribir un libro de cuentos que tratase sobre relaciones difíciles entre las personas, pero todos me fueron llevando a esos momentos decisivos, a esas enormes encrucijadas, de la vida, en las que se acaba dando un vuelco importante, un gran volantazo. El cuento es un género que se adapta muy bien a todo esto. Es un instante suspendido en el aire o, como decía Hemingway, un medio que nos permite ver lo que está pasando debajo de la puntita que asoma, todo lo que no mostramos porque, indudablemente, resulta muy sano preservar ciertas partes de la intimidad.

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– “Hay que conocer los estratos de la vida”, dice la protagonista de “La Historia en un rincón”. Es una frase muy significativa porque hace referencia a la Historia colectiva, a lo que no podemos olvidar; pero también a la historia individual de cada uno, a esas capas de vivencias que se van superponiendo, más o menos según la edad.

– “Te espero dentro” es un libro muy generacional. Me interesaba mucho hacer convivir a personajes de distintas edades. Cuando eres joven tienes muy pocos estratos y a medida que cumples años la memoria cada vez va cobrando más importancia. Aquí hay relatos de adolescentes que empiezan a descubrir el mundo y anhelan el futuro y de gente mayor para la que la ansiedad o la alegría arrancan del pasado. En realidad, lo que he hecho ha sido plasmar esas distintas etapas. Puede que sea por influencia de mis padres, que son pintores, pero siempre he tenido muy claro que un escritor tiene que ser ante todo un buen retratista. De ahí que muchos de mis personajes sean el retrato de gente que conozco. Ahora mismo estoy en un buen momento de mi vida: ya tengo un pasado en el que cobra importancia la experiencia de la gente que se ha ido y un presente en el que me relaciono con personas de distintas edades, desde mis padres a mis hijos, pasando por los amigos de mi misma edad y sus cercanías. A través de ese contacto puedo acercarme a todo lo que nos mueve.

– Saber dibujar lo que se ve y saber escuchar, ¿no?

– Sin duda. Hay relatos que arrancan de cosas que me cuentan y sobre las que imagino situaciones. Hay otros que parten de experiencias propias, caso de “No lo hagas”, donde el protagonista, como me pasó a mí, acude a un centro de conductas adictivas para dejar de fumar. Conozco de primera mano las conversaciones que mantiene con la psiquiatra, sus sensaciones, y a partir de ahí me pongo a inventar la vida de un hombre que ha tocado fondo, que no tiene capacidad de reacción y al que la vida le hace un regalo, pero un regalo sórdido y miserable, a su altura. Junto a ellos, hay dos relatos que son verídicos: “La Historia en un rincón”, que me regaló mi hermana y donde narro el caso real de una turista japonesa que entró en un tienda y se encontró con el trágico pasado de su familia en una postal, y “Teoría del saltamontes”, que es parte de la biografía de un amigo, un biólogo marino que trabajó en una factoría ballenera de Galicia antes de que se prohibiera la caza de estos cetáceos. Allí conoció a la mujer que atendía a los empleados de la factoría y que, tras su cierre, se quedó sola en el lugar. Esa mujer, aislada, apartada de cualquier adelanto tecnológico, es la protagonista del cuento. Se trata de alguien que ha vivido siempre en un presente continuo, inalterado, hasta que le regalan un televisor y se da cuenta de que existen las elipsis, los saltos temporales.

– ¿Qué distancia hay entre los cuentos y las novelas, que sedimentos deja un libro en los siguientes?

– Todo libro que haces te abre y te cierra puertas. La etapa de la metaliteratura se me cerró con “Para amantes y ladrones”, novela en la que llevé al límite las relaciones entre realidad y ficción. A partir de ahí mi interés se ha centrado en contar historias, simplemente historias. Menos reflexión y metaliteratura y más narratividad. Estos cuentos participan de eso de manera radical. Me han llevado mucho tiempo de trabajo y ha sido un proceso muy bonito que ha desembocado en un volumen con una unidad que no había previsto de antemano. Cuando escribes una novela te metes en una vida paralela, pero cuando abordas un libro de cuentos has de entrar en muchos mundos. En este caso, y volviendo a lo de las puertas que se abren y se cierran,“Te espero dentro” es el preludio de la novela en la que estoy trabajando ahora mismo. Una novela que trata sobre las etapas de la vida de las que hablábamos antes, sobre cómo se ve la vida cuando se tienen cincuenta y muchos años y cuando apenas se han superado los veinte. Todo transcurre en un escenario cerrado para que las relaciones entre esos personajes de distinta edad sean mucho más poderosas.

Todo libro que haces te abre y te cierra puertas. La etapa de la metaliteratura se me cerró con “Para amantes y ladrones”, novela en la que llevé al límite las relaciones entre realidad y ficción. A partir de ahí mi interés se ha centrado en contar historias, simplemente historias. Menos reflexión y metaliteratura y más narratividad.

– El padre y la hija de “Con los ojos cerrados”, relato rompedor e irreverente, son un claro ejemplo del puente generacional que se puede llegar a establecer, de lo que sabemos y no sabemos de nuestros hijos y viceversa, de lo que queremos conocer o preferimos ignorar.

– Sí. Se trata de un cuento que parte de la observación de que los niños son los que saben realmente qué es lo que se guarda en los cajones. Los padres siempre se creen que tienen secretos, pero los niños están mucho más interesados en saber qué es lo que se esconde. En este caso es la hija la que le da la lección al padre. Él está en un momento de desorientación y es ella la que controla realmente lo que pasa en esa casa.

– En el fondo se trata de relatos muy freudianos.

– Bueno, es que la vida es así. Una relación entre hermanos, por ejemplo, es siempre una relación turbia para lo bueno y para lo malo. Arranca de muy atrás y por eso la traición es más grave que cuando se da entre amigos. Eso es algo que siempre me ha atraído mucho. De pronto se produce una ruptura, una conmoción en ese vínculo sostenido  largamente en el tiempo, y resulta que la causa, ese trocito que no se ve y que lo ha provocado todo, puede ser algo muy sutil. Hay una idea de Tolstoi que me gusta mucho. Él decía algo así como que todas las familias felices son iguales mientras que las infelices son desgraciadas cada una a su propia manera.

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– “En espera del milagro” se titula otro de los cuentos. Es un título que también dice mucho del conjunto.

– Así es. Si hay algo de denuncia en este libro está precisamente ahí. Podemos pasarnos la vida esperando que suceda un milagro y no hacemos nada por cambiar nuestras circunstancias, por tomar decisiones que nos lleven a romper, a cambiar. En el libro hay algunas rebeliones: la de la joven que no acaba de darse cuenta del hombre tan miserable con el que vive hasta que éste realiza el simple gesto de besarle la frente, por ejemplo, o la de la mujer que mientras atiende a su marido en el hospital se va dando cuenta de lo que realmente quiere hacer con su vida y experimenta una plácida, sosegada transformación. Los personajes se mueven en lo previsible, en lo cotidiano, pero de repente se oye el gran crujido y todo puede cambiar. Pero así es la vida, insisto. Podemos estar tan felices, tan aburridos, y de pronto nos puede abandonar nuestra pareja o nos detectan una enfermedad que altera el orden de las prioridades por completo.

Podemos pasarnos la vida esperando que suceda un milagro y no hacemos nada por cambiar nuestras circunstancias, por tomar decisiones que nos lleven a romper, a cambiar. En el libro hay algunas rebeliones: la de la joven que no acaba de darse cuenta del hombre tan miserable con el que vive hasta que éste realiza el simple gesto de besarle la frente, por ejemplo, o la de la mujer que mientras atiende a su marido en el hospital se va dando cuenta de lo que realmente quiere hacer con su vida y experimenta una plácida, sosegada transformación.

[Esta conversación tuvo lugar en un viaje reciente de Pedro Zarraluki a Madrid, concretamente una mañana de domingo en el literario Café Gijón, antes de que el escritor acudiese a la Feria del Libro del Retiro a someterse al ritual de las firmas. Según me dijo el Gijón es un espacio que no falla en su agenda cuando visita la ciudad, pero nunca antes había conseguido ocupar la disputada mesa del fondo, al lado de la ventana, con vistas al Paseo de Recoletos. Un rincón para mirar e imaginar hacia dónde dirigen sus pasos los paseantes apresurados o lentos, despistados, contemplativos… Allí hablamos de “Te espero dentro”, su libro de relatos, pero también de los libros de los otros, de sus lecturas de infancia, de sus gustos…]

– ¿Cuáles son esas primeras lecturas que permanecen almacenadas en la memoria?

– Mi padre es un gran lector de novela policíaca y, a través de él, llegué muy pronto a las historias de Simenon. Recuerdo que por Reyes el regalo que esperábamos en casa con ansiedad era una columna de libros. Leía mucho de niño. Los veranos era capaz de leerme un libro cada día, pero quien de verdad me abrió los ojos por primera vez y me hizo ver que la literatura era algo que merecía la pena, fue Joseph Conrad con “El corazón de las tinieblas”. Tenía 12 o 13 años y aunque entonces no fui capaz de captar todo el sentido de la obra -eso sucedió en una nueva lectura a los veintipocos años- sí pillé desde un principio su magia, su lado oscuro.

– ¿Conrad marcó los gustos de Pedro Zarraluki como lector?

– Fue el mayor impacto de los inicios, sin duda. Después, algo más tarde, llegaron Truman Capote y Nabokov, que me descubrió el estilo y la sutileza en libros como “Habla, memoria”. Pero la verdad es que si tengo que definirme como lector puedo decir que soy muy ecléctico. Me interesan cosas muy variadas. Ecléctico y también algo cruel. Si un libro no me gusta, lo cual sé enseguida, a las veinte páginas, lo abandono sin miramientos. Creo que los escritores estamos obligados a atrapar desde un primer momento.

– Ya que hemos hablado del cuento, ¿Hay algún cuentista al que admires especialmente?

Juan Eduardo Zúñiga. De jovencito fue para mí el dios del cuento, mi gran maestro y el de muchos otros de mi generación. Zúñiga lo hace todo muy meditadamente. Nadie como él utiliza los tiempos verbales como le da la gana. Tiene un cuento inolvidable: “Los deseos, la noche”, incluído en “Capital de la gloria”, donde una chica sale de noche en busca de su novio, movida por su deseo sexual, por su ansia de felicidad, y acaba viendo cómo bombardean el Museo del Prado. Es una auténtica joya.

Si tengo que definirme como lector puedo decir que soy muy ecléctico. Me interesan cosas muy variadas. Ecléctico y también algo cruel. Si un libro no me gusta, lo cual sé enseguida, a las veinte páginas, lo abandono sin miramientos. Creo que los escritores estamos obligados a atrapar desde un primer momento.

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– ¿Qué estás leyendo ahora?

– Pues otro libro de cuentos, “Diez de diciembre”, de Georges Saunders, un autor que intercala los relatos con la novela y que es muy experimental en su manera de expresarse. No tiene nada que ver conmigo, pero me encanta y este último libro publicado en España contiene varios cuentos que son una maravilla. La verdad es que soy muy lector de cuentos. Me gusta mucho Dino Buzzati en su vertiente de cuentista, el noruego Kjell Askildsen y el trabajo de autoras norteamericanas como Alice Munro. También en España cada vez se hacen mejores relatos cortos. Ahí están Eloy Tizón, Juan Bonilla, Mercedes Abad, Felipe Benítez Reyes…

– ¿Un lugar dónde te gusta leer especialmente, una hora determinada?

Antes leía en la cama, después me pasé al sofá y ahora lo hago sentado delante de una mesa. No tengo horarios fijos para leer, aunque prefiero las tardes. Cuando escribo lamento que esa actividad me quite horas para leer. Y cuando tengo que combinar ambas cosas elijo libros y autores que no interfieran con lo que estoy haciendo en ese momento, que no me contagien.

– ¿Manías, rituales?

De jovencito subrayaba mucho. Pasado el tiempo vuelvo a esos libros y me pregunto por qué diablos me llamaron tanto la atención determinadas cosas. Es muy curioso. Tengo un ejemplar de “El jarama”, de Ferlosio, absolutamente destrozado, lleno de notas. Era como si necesitara pelearme con cada autor que leía. Ahora sigo subrayando, pero con mucha menos pasión.

– ¿Un libro que recomendarías especialmente para afrontar el presente?

– Pues un ensayo de Zygmunt Bauman titulado con una interrogación: “¿La riqueza de unos pocos beneficia a todos?”. Es una obra donde desmonta las creencias engañosas sobre las que se sostiene el actual sistema económico y social y demuestra con claridad hasta qué punto el único resultado de todas esas ideas neoliberales no puede ser más que una desigualdad cada vez mayor.

– ¿Un libro transformador, capaz de cambiar tu manera de mirar?

– Como te he dicho antes, “Habla, memoria”, de Vladimir Nabokov, una especie de clase magistral para mí. Por citar otro, de influencia más sutil pero también más sorprendente, “La vida instrucciones de uso”, de Georges Perec, otro gran descubrimiento. Y los cuentos de Chéjov y de Maupassant. Ahora que lo veo, todos ellos dan gran importancia a los detalles. Para mí los detalles son fundamentales. Llevo algún tiempo dando clases de escritura de cuentos y es precisamente en los pequeños detalles a la hora de narrar, de contar, cuando detecto que un alumno está dotado para esto.

– ¿Libros a los que siempre vuelves?

No suelo releer. Hay demasiadas cosas por descubrir y, seguramente por la edad, siento que voy escaso de tiempo.

– ¿Una asignatura pendiente, ese libro o autor que aún no has leído pero que deseas descubrir?

– No he leído a Witold Gombrowicz. Siempre he sospechado que me gustaría, pero, no sé por qué, hasta ahora no he encontrado el momento. Será una tontería, pero tengo además el temor de que, si lo leo ahora, quizá me guste mucho menos de lo que me habría gustado hace veinte o treinta años. Por lo mismo no me atrevo a releer a Cortázar, que tanto me entusiasmó. Por miedo a no ser yo el mismo, para mal.

– ¿Qué libro te llevarías a una isla desierta?

Voy a ser clasicorro: El “Quijote”. Es un libro que para mí contiene todas las claves, y además me gustaría pasármelo lo mejor posible en esa isla aburridísima.

“Te espero dentro” ha sido publicado por la editorial Destino.

Las fotografías, realizadas en el Café Gijón de Madrid, las firma Karina Beltrán.

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