Por Emma Rodríguez © 2013 / “No temas a las palabras: son como pequeños milagros”, escribe Fernando León de Aranoa en “Diagnóstico”, el cuento que cierra “Aquí yacen dragones” (Seix Barral), un conjunto de relatos que, bajo su primera capa de juego, de divertimento, ahonda, abriendo un enorme signo de interrogación, en las nieblas, los temores, las bifurcaciones a las que nos conduce un trayecto lleno de naufragios, pero en el que no faltan señales de salvación. De hecho, las imágenes de barcos, de navegantes, de cartas marinas, de naves que pueden ser arrastradas al abismo, según antiguas leyendas, saludan al lector ya desde el prólogo, hablándole de todas las fronteras, de todos los límites, que pueden cruzarse con el poder de la imaginación.
Las dobleces de la vida, las burlas de la identidad, la ley de las probabilidades… A la manera de un Raymond Queneau que sabe que todo puede variar con un sutil cambio de perspectiva, con una simple vuelta de tuerca, León de Aranoa avanza por las páginas de una entrega de múltiples y variados recorridos -desde la media distancia al simple paso de una frase, de un aforismo- buscando, a través de guiños, de pequeñas trampas en el camino, la complicidad de quienes desde el otro lado aguardan recibir los avisos, los mensajes guardados en una botella.
El director de películas indispensables en el discurrir del cine español de los últimos años como “Barrio”, “Los lunes al sol” o “Princesas”, es un hombre al que le gusta partir de lo extraordinario que anima toda ficción, pero sin dejar de mirar lo que sucede a su lado, en la calle donde vive, en el bar que frecuenta, en esas aceras de lo cotidiano por las que se niega a pasar de puntillas. De ahí que sus protagonistas no sean altos ejecutivos ni profesionales de éxito, sino seres marginales, abocados a la pérdida, a la derrota, en los bordes de un cambio de rumbo.
A lo largo de esta entrevista acaba surgiendo la palabra que mejor define su actitud, permeabilidad. Nada es ajeno a quien observa, a quien se enfrenta a sus historias, ya sean de película o de libro, desde la perplejidad y la comprensión, intentando encontrar aquello que no muestran las apariencias. Todo, de un modo u otro, acaba colándose en sus escritos, en el clima de sus cuentos, en la manera en que se coloca detrás de la cámara una vez hallado el ángulo idóneo desde el que tocar las fibras emocionales del espectador. Comprometido con las causas de los desfavorecidos, aunque sin pretender convertirse en adalid de la denuncia, dueño de una timidez controlada, León de Aranoa necesita recurrir al absurdo, al humor, también a la ternura, para contar la vida de aquellos con los que se cruza. “Bienaventurados los escépticos,/porque de ellos serán los cielos,/que otros asalten”, pone por escrito quien reivindica la duda, siempre la duda, como la mejor manera de entender y de entenderse a sí mismo.
– ¿De verdad crees que las palabras pueden obrar milagros, que la literatura es una tabla de salvación?
– Me gusta percibir la ficción como algo que ayuda a entender los acontecimientos, a dotar de sentido a una realidad, por fuerza muy desarticulada, y en la que no funciona esa relación causa-efecto que se nos dice debe funcionar cuando escribimos guiones. El discurrir de la vida es muy caprichoso, muy aleatorio y, a veces, siento que la ficción, la escritura, ya sea de películas o, en este caso, de narrativa, nos ayuda a buscar explicaciones coherentes y plausibles sobre por qué nos pasan las cosas, a veces tan tremendas, que nos pasan. Creo que esa es quizás la mayor misión de la literatura, plantear, de algún modo, un mecanismo lógico, un modelo a escala para intentar entender mejor el funcionamiento de los hechos. Eso para mí es un cuento, una maqueta de la realidad, de la que me valgo para esclarecerla de algún modo, con la esperanza de que, a través del proceso de la escritura, llegue a servir, a resultar interesante, para alguien más.
– En uno de los cuentos del libro, “Manual para manejar los recuerdos”, se dice que “todos tenemos dos vidas. La que hemos vivido y la que recordamos, que casi siempre es mejor”. Y también que “las películas recogen a menudo lo excepcional”. A partir de ahí se me ocurre preguntarte algo que siempre me ha llamado mucho la atención. ¿Por qué hay tantos pisos de lujo y tantos profesionales triunfadores en el cine español? De algún modo el relato habla de eso, ¿no?
– Tiene gracia que lo comentes porque yo recuerdo que en mis primeras experiencias como guionista, cuando apenas empezaba a escribir, vendí un guión que trataba sobre una familia de clase media. Aquello fue fabuloso para mí, pero cuando me dirigía al rodaje, nada más ver los datos de la dirección que me dieron, tuve la sensación de que todo iba a salir fatal. Estaba yendo a la mejor calle de todo Madrid, a un piso de 400 metros cuadrados, lógicamente acotado, donde la acción sucedía en unos espacios que no cuadraban nada con lo que se contaba. Yo era muy joven y recuerdo que me quejé y le dije al productor: “Pero, bueno, esta casa, este tamaño de salones y de habitaciones, no tiene nada que ver con la historia que he escrito, donde, además, se habla de las dificultades de una familia para vivir un poco apretada. Esto es un contrasentido absoluto”. Y él me respondió: “esto es cine, muchacho; aquí todo es a lo grande”. Aquello me parecía muy equivocado, pero a la vez explica perfectamente lo que hablamos. Es verdad que en el cine se persigue una cierta espectacularidad, que para mí a veces es contraproducente, contradictoria, con lo que se quiere contar. Y también es cierto que suele hablarse de realidades de gente más o menos triunfadora: de ejecutivos, de publicitarios, de grandes estrellas del rock… Esas historias están ahí, existen, sin duda, pero no son tan representativas.
– Pero tu cine siempre ha ido a la contra: los ambientes marginales, la cárcel, los parados, los inmigrantes…
– Sí. A mí siempre me ha hecho mucha gracia que cuando hice “Barrio”, que habla de unos chavales en los barrios de la periferia, me querían hacer ver que lo que yo retrataba era lo excepcional. Una y otra vez me preguntaban qué interés particular tenía yo en contar esa historia. “Pero si esto es la norma, lo habitual. Lo que debería sorprenderos es el interés de tanta gente por hablar de lo extraordinario, de lo que no cae cerca de casi nadie”, contestaba yo. La verdad es que es una gran paradoja.
– Tus películas parecen más cercanas a otras cinematografías. Se me ocurren los retratos de la sociedad británica de Ken Loach, por ejemplo, o ciertas historias que llegan de Sudamérica. ¿Lo ves así?
– No lo sé, no me he puesto a pensar sobre ello, pero lo cierto es que lo que me interesa reflejar son formas de vida, realidades cercanas. Por ejemplo, en “Los lunes al sol” se hablaba de los parados y hoy se ha publicado que ya hay seis millones y pico de parados en este país. Estos sí que son colectivos grandes. Esta es la vida diaria y yo creo que está bien que nuestras películas lo cuenten. Ahora bien, si hay una cosa a la que me he resistido siempre es al costumbrismo. A mí no me interesa el retrato costumbrista de las cosas. Me gusta mucho la ficción, me gusta mucho inventar, y lo que siempre he intentado es volar un poco por encima de la realidad, ir un poquito más allá, plantear situaciones, ideas, imágenes, que trasciendan un poco lo inmediato y lo real, porque lo inmediato y lo real sin la salsa de la ficción se quedan en nada, no tienen interés.
En el cine se persigue una cierta espectacularidad, que para mí a veces es contraproducente, contradictoria, con lo que se quiere contar. Y también es cierto que suele hablarse de realidades de gente más o menos triunfadora: de ejecutivos, de publicitarios, de grandes estrellas del rock… Esas historias están ahí, existen, sin duda, pero no son tan representativas.
– También en los relatos de “Aquí yacen dragones” hay, aunque la mayor parte de las veces de una manera simbólica, sutil, alusiones a la actualidad, al presente. Hay inmigrantes, hay activistas, hay policías… ¿Cómo contemplas lo que estamos viviendo?
– Por un lado, como cualquier ciudadano, con perplejidad, pero no ahora, siempre. Siempre he visto que en la realidad suceden cosas que son dignas de ser contadas porque no responden a lo que entendemos por verosímil, por lógico. La realidad está llena de contradicciones, en ella cabe el drama y cabe el humor, y eso es precisamente lo que la hace tan interesante. Lo que yo hago es contemplarla dejándome deslumbrar, fascinar. Y es eso lo que intento que llegue hasta los cuentos y hasta las películas. Al final, de lo que se trata es de contar las cosas tal como uno las ve, porque no hay una sola realidad, hay tantas como sujetos la observamos.
– Pero me refiero más a la inmediatez, a la situación social y política. Ahora, mientras estamos hablando aquí, tranquilamente (esta entrevista tuvo lugar el pasado 25 de abril) Madrid está tomada por policías que intentan impedir que la gente se acerque, le haga un “escrache” al Congreso.
– Lo que estamos viviendo desde hace algunos años, y muy especialmente ahora, es una confrontación abierta permanentemente, en distintos frentes. Está la problemática de los desahucios; están los seis millones y pico de parados, un conflicto latente que emerge cada tres meses, cuando se da a conocer el incremento de las cifras de desempleo. Como a todos, esas realidades me atraen, me sobrecogen, me preocupan e intento comprenderlas, acercarme a ellas desde el espanto que me produce percibir que se está dando en muchos aspectos una completa inversión de la lógica, pero también dejándome seducir por la capacidad de resistencia de la gente. En las situaciones de dificultad sale muchas veces lo mejor del ser humano y ahora hay colectivos que no solamente trabajan para ellos mismos sino para que las cosas sean mejores para todos. Eso, en cierto modo, nos salva.
– ¿Qué opción tomamos ante las circunstancias: obedecemos o disentimos?. Esto queda planteado en uno de los relatos, “Bifurcaciones”, donde se cuestiona, además, hasta qué punto el poder sabe y utiliza esa disyuntiva a su favor? ¿Cuál es la postura que toma Fernando León de Aranoa como ciudadano: obedece o disiente?
– Yo creo que la postura que adopto como ciudadano es la de contar, la de tratar de plantear, cuando las ves, ese tipo de disfunciones que se dan en las relaciones sociales, que se diseñan desde el poder. Intento contarlas cuando percibo que suceden en cuentos como el que citas, donde se enumeran hasta siete posibilidades distintas de respuesta ante una apariencia de bifurcación. Se trata de un ejercicio literario, indudablemente, pero también es cierto que esa toma de postura está en muchas de las cosas que vivimos a diario, en la democracia, en el bipartidismo. La democracia celebra la libertad de elección entre los ciudadanos, pero cuando esa libertad es entre dos opciones tal libertad no existe, es como elegir entre Coca Cola y Pepsi Cola, se convierte en una especie de ficción. Yo no estoy descubriendo, evidentemente, este tipo de cuestionamientos. Están en la calle y lo que yo hago es tratar de explicarlos a mi manera, consciente, en este caso concreto, de que ahí hay un reflejo de la percepción de la vida política, de la forma en que está articulada la democracia.
La democracia celebra la libertad de elección entre los ciudadanos, pero cuando esa libertad es entre dos opciones tal libertad no existe, es como elegir entre Coca Cola y Pepsi Cola, se convierte en una especie de ficción
– Pero, en este caso, ¿cuando te pones a escribir arrancas de la idea de trazar una especie de metáfora del modelo de democracia español o la interpretación surge a posteriori?
– Sale de manera espontánea. Hay momentos en los que sí me apetece escribir sobre lo que sucede, pero entonces recurro a los artículos. De hecho, escribo muchos, aunque publique muy pocos. Los artículos son como una válvula de escape que responde a mi necesidad de contar y de explicarme las cosas que suceden. Hace poco me pasó con el tema de los desahucios. Reflexiono, argumento, y eso me calma temporalmente, pero si veo que no consigo aportar nada nuevo me lo guardo. Como en todo lo que hago, también encuentro que los artículos tienen sentido cuando doy con el modo de contar las cosas desde la ficción. Es ahí, a través de una idea que me ayuda a explicarme mejor, de una imagen, de una paradoja, de una parábola, donde me siento más cómodo. Si no es así me parece que estoy pisando un terreno que no es el mío, que hay gente más preparada que yo para hacer un ensayo sobre el bipartidismo. En cuanto a los cuentos, sí, hay alguno que puede ser el resultado de una reacción ante algo, pero, por lo general, tienen más que ver con un estado de ánimo que con un impulso concreto.
-Parece que responde más a una manera de estar en el mundo, a una permeabilidad, por decirlo de algún modo, ante lo que sucede. Lo que está claro es que no te encierras para nada en una torre de marfil. La realidad no te resbala, se cuela de algún modo en lo que escribes.
– Sí. Permeabilidad es una palabra que lo explica muy bien. Tú vas recibiendo, te vas impregnando de todo eso que forma parte de tus conversaciones, de tus discusiones, de tus observaciones, y meses después, semanas después, estás escribiendo algo y de algún modo aparece. Hay un cuento que quizás puede ilustrarlo. Se titula “Lo que el mar devuelve” y es una narración que comienza muy autobiográficamente, con la visión de aquellas playas de mi infancia en las que aparecía un ahogado cada año. Arranca en ese escenario, con muchas imágenes de devolución de los cadáveres, de las embarcaciones, porque el mar todo lo utiliza, todo lo devuelve; es muy cumplidor. Y va avanzando hacia esa idea de que quizás los inmigrantes que han ido llegando a nuestras costas, del sur, sobre todo, quizás sean los mismos que se fueron de España en los años 70. El mar nos los está devolviendo porque la mirada es la misma, la desesperación es la misma y las razones son las mismas. Este cuento explica un poco mi proceso: empiezo desde otro sitio y me acabo encontrando con uno de los grandes temas de nuestro tiempo.
“Lo que el mar devuelve” es un relato que va avanzando hacia esa idea de que quizás los inmigrantes que han ido llegando a nuestras costas, del sur, sobre todo, quizás sean los mismos que se fueron de España en los años 70. El mar nos los está devolviendo porque la mirada es la misma, la desesperación es la misma y las razones son las mismas.
– Seguimos con las “posturas”, con las opciones. ¿Eres partidario de salir a la calle a manifestarte?. ¿Estás con los del “sí se puede” o con los de “no hay nada que hacer”?
– Yo, en todos los niveles, soy partidario de la duda, siempre, en todas mis decisiones. Creo mucho en la duda como sistema de trabajo, como forma de cuestionarlo todo. Me sirve para muchas cosas, aunque a nivel personal a veces también sea una encerrona. Recuerdo una pintada de Ettore Scola, que es uno de mis grandes directores, en la Escuela de San Antonio de los Baños, en Cuba. Todos los realizadores que han pasado por allí han hecho un graffiti, han escrito algo, en una pared destinada a ello, y mi favorita es una muy pequeña del autor italiano que dice: “la duda de los artistas es la riqueza del mundo”. En eso creo yo también. No solo la de los artistas, sino la duda en general, me parece que ayuda a cuestionarse las cosas, a buscar interpretaciones, y si nos referimos a la escritura, más todavía. Esto tiene que ver un poco con las bifurcaciones de las que hablábamos antes; con preguntarse por los acontecimientos; con no aceptar la versión que se te ofrece de ellos. A mí esa postura me ayuda también a evitar prejuicios, empezando por los míos propios, que son grandes, como los de cualquiera que ya tiene una edad. En cuanto a si salgo a la calle a manifestarme o no, sí. Lo he hecho mucho y lo sigo haciendo de vez en cuando, pero también es verdad que al ser más conocido públicamente, yo, que tengo un natural reservado, siento que me cuesta más. Ya no eres tú el que se está manifestando… Esto es algo que llevo viviendo desde hace algunos años, pero que tampoco me impide salir cuando creo que es el momento de hacerlo.
– ¿No consideras que ahora es más necesario que nunca?
-Creo que es necesario siempre. Es un derecho y cuestionarlo, además, como se ha cuestionado últimamente de manera abierta por los gobernantes, es un disparate. Es de esas cosas que al escucharlas dan mucho miedo, aunque a los dos días pasa algo peor y hace que se te olvide. Estamos en esa dinámica perversa. Cuando se homologa como se homologó hace unos meses una concentración en Neptuno con un golpe de Estado por parte de las autoridades, lo asombroso es que la gente no salga en tropel a la calle al día siguiente. Lo que se está haciendo es derogar el derecho de manifestación de facto y esas son las cosas que deberían asustarnos, porque son de verdad, mucho más que otras. Son restricciones de nuestra libertad y de los derechos adquiridos durantes tantos años. En aquellas manifestaciones también se detuvo a algunos de los participantes y se hizo todo lo posible para meterlos en la Audiencia Nacional con el fin de que fueran juzgados por traición a la Patria. Son prácticas cercanas a la dictadura militar. Están tomando las decisiones los políticos, no los jueces, y la Policía está haciendo lo que le pide el poder ejecutivo. Es un disparate. Eso sí que da miedo. A mí es lo que me eriza el vello.
-”El miedo inmoviliza, pone límites”, leo en tu libro, y precisamente la leyenda de los dragones va sobre eso, sobre empezar desde los límites a responder con el arma de la fantasía. Al miedo hay que combatirlo con la la fantasía, pero también con la rebeldía, ¿no crees?
– Sí. Yo creo que más que tener miedo lo que hay que hacer es intentar no tenerlo, combatirlo, porque es una de las grandes herramientas de disuasión que siempre ha utilizado el poder. En cuanto a la leyenda de los dragones funciona también al revés. Cuando se dice “aquí hay dragones” también se está diciendo: “tenga usted cuidado, que si se mueve pueden pasarle cosas muy malas”. Durante años nos han tenido un poco chantajeados o hipotecados con el futuro, nos han inculcado que si no hacíamos tal cosa o si no actuábamos de una determinada manera, de algún modo nos iba a ir mal, no íbamos a conseguir tener la casa que queríamos comprar, ni la familia que deseábamoss. El futuro ha sido como la gran hipoteca, el gran elemento de chantaje. Y ahora que atravesamos tiempos más duros, porque la economía está peor, surge irremediablemente el miedo; también el miedo al que viene de fuera, al que, al escasear el trabajo, no se le va a permitir que sea el que lo acapare. Se está alimentando el miedo del que vive aquí para lanzarlo contra el que viene de fuera. Y este es solo un ejemplo de los muchos que podría poner. No podemos permitir que esto pase.
– ¿Y cómo hace frente a ese miedo el ciudadano de a pie? El creador tiene el recurso de contarlo, de ponerle imágenes, palabras, para tratar de entenderlo, pero…
– Aquí entra la respuesta individual de cada uno, que tiene mucho que ver con las circunstancias de cada cual y que hay que respetar. Hay gente más militante y con más capacidad de movilización. Por ejemplo, me rindo ante las plataformas contra los desahucios. Siempre las he defendido y creo que son dignas de total reconocimiento porque están haciendo un trabajo muy importante no sólo para los que están a punto de ser desahuciados. Pensar eso es una equivocación y una lectura muy miope. No, están ayudando a que una concepción de la vida, de la sociedad, no desaparezca, a que no se vaya a la mierda bajo el miedo y bajo las presiones. Por eso son tan admirables.
– ¿Harías una película sobre los escraches?
– No lo sé. Supongo que sí. Si viera cómo hacerla. Para mí siempre es muy importante no solo encontrar la realidad de la que quiero hablar, sino la manera adecuada de contarla. Es lo mismo que decía respecto a los artículos. Cuando das con la forma, el ángulo, la manera de aproximarte a algo, es cuando todo empieza a funcionar, a fluir. Te sientes motivado, empiezas a trabajar. Otra cosa que siento es que mi primer compromiso es con mi oficio. Si no disfruto y no me siento conmovido con lo que estoy haciendo, me resulta muy difícil avanzar por mucho que crea en la causa que está detrás. En lo que hago no solamente hay un objetivo de denuncia.
Me rindo ante las plataformas contra los desahucios. Siempre las he defendido y creo que son dignas de total reconocimiento porque están haciendo un trabajo muy importante no sólo para los que están a punto de ser desahuciados. Pensar eso es una equivocación y una lectura muy miope. No, están ayudando a que una concepción de la vida, de la sociedad, no desaparezca, a que no se vaya a la mierda bajo el miedo y bajo las presiones. Por eso son tan admirables
– ¿En “Los lunes al sol”, por ejemplo, cómo fue el proceso? Pocas películas narran el drama del desempleo, de la falta de horizontes, de una manera tan cercana...
– Bueno, ahí encontramos casi sin darnos cuenta, y lo digo con diez años ya de perspectiva, el ángulo de la identidad para hablar del desempleo. Todas las historias que se cuentan de los distintos personajes tiene que ver con cómo la identidad de cada uno de ellos sobrevive a la pérdida del trabajo. De hecho, hay dos extremos en la historia. Por una parte, hay un personaje que, ante la imposibilidad de regresar al mercado laboral, lo que hace es teñirse el pelo, tapar sus canas y usar camisetas de su hijo adolescente para aparentar ser quien no es. Con él lo que yo buscaba era hablar de quienes optan por parecer lo que no son para conseguir una ocupación, un estatus, que por otra parte es lo que se recomienda en los manuales de búsqueda de empleo. Cuando ese personaje se pone a simular lógicamente le salen mal las cosas: suda y se pone nervioso porque no es auténtico, está actuando. Frente a él, en el lado opuesto, está Santa, el personaje de Javier Bardem, que permanentemente hace una reivindicación de su identidad, que no renuncia a ser él mismo: Entre esas dos posturas se despliega todo el abanico de la película. Era importante hablar del desempleo, pero tan importante como eso era encontrar la manera de hacerlo.
– ¿Muchos proyectos se han quedado en el camino ante la imposibilidad de encontrar la mirada, el ángulo?
– Sí. Un montón de proyectos se han quedado detenidos. Es importante que sientas que el motor, lo que estás utilizando para contar, te funciona. Recuerdo lo que me pasó con un documental que hicimos en México, que se llama “Caminantes” y que rodamos en el año 2001 con el ejército zapatista, que estaba en aquel momento muy activo. Recibí la propuesta de ir a hacer un trabajo sobre una de las marchas que realizaron entonces. Era algo que a mí, tanto política como personalmente, me interesaba, y me ofrecían la posibilidad de entrevistar al subcomandante Marcos. Me parecía algo muy atractivo, pero no veía la manera de hacerlo. Se trataba de un acontecimiento muy mediático; muchas televisiones del mundo iban a ir a cubrirlo y yo tenía claro que no se trataba de pelearme con la BBC o con Televisión Española. No tenía los mismos medios y lo mío no era hacer una cobertura informativa. Me costó un mes encontrar ese ángulo, junto con otro amigo guionista. Fue muy motivador, pero de no haber surgido la manera no habríamos ido, a pesar de mi interés personal y político en el tema.
– La impostura y la identidad también son temas muy importantes en “Aquí yacen dragones”. De hecho todo el rato se está jugando a buscar a personajes que se pierden en cuentos que no son los suyos.
– Sí. Yo creo que al final el tema de la personalidad es transversal a todos y ahí supongo que también hay mucho de mis propias vivencias, de la facilidad con la que uno se siente tantas veces fuera de sitio, de ese cuestionamiento continuo de quién eres, de la imagen que proyectas cuando tienes la desgracia de proyectar una imagen por dedicarte a un oficio que conlleva eso. Me interesa trabajar con la distancia entre esa imagen y lo que uno es o cree ser. Todos estos planos me parecen un material apasionante para elucubrar, para dar forma a pequeños relatos. Hay uno, “Usted no existe”, en la que un señor se da cuenta de que nadie le reconoce y siente una angustia tremenda. Cuando nadie le dirige la palabra, hay un momento en el que un oficial de aduanas, le dice: “usted no existe”. Y entonces llama a su mujer para pedir ayuda, pero nadie coge el teléfono. Yo creo que es el mayor terror que te puede suceder, una gran pesadilla que nos lleva a cuestionar quiénes somos realmente.
– También se dice en uno de los relatos que muchas veces son los libros los que eligen al lector, en lugar de ser éste quien los elige a ellos. ¿Qué libros te han elegido a ti?
– Pues no lo sé… Ha habido libros que han llegado a mí, que alguien me ha dejado o que he encontrado por azar y, de repente, al leer uno solo de sus fragmentos, he sentido que de algún modo me estaba esperando, que de algún modo conectaba, estaba muy cerca, de mí. Eso me ha pasado muchas veces con la poesía, por ejemplo con Claudio Rodríguez.
– ¿Y en el caso de las películas?
– Hay una película en particular, porque la vi cuando aún estaba buscando mi propia voz e iba dando pasos en falso. Se trata de “Macaroni”, de Ettore Scola, una película de los 80, que vi en un cine que ya cerró. Yo no perseguía a ese director, pero me la encontré, me topé con ella y me gustó mucho. Aún estaba estudiando y tuve la idea de que si algún día llegaba a hacer cine profesionalmente, quería que se pareciera, que tuviera algo en común con lo que acababa de ver. Scola me parecía una buena referencia y no me decepcionaron las otras películas suyas que seguí viendo. Me encuentro muy cerca de su mirada. En realidad, me atraen mucho las películas del cine italiano de los 50, de los 60. El neorrealismo, por supuesto, los filmes de Vittorio de Sica, pero también la comedia. Me gusta mucho la distancia que establece el autor con los personajes. Hay un respeto absoluto por ellos; hay mucho humor, mucha ternura. Todo eso junto siempre me ha parecido una manera estupenda de contar.
– ¿Qué relación estableces con tus propias películas, tienes predilección por alguna en particular?
– No, me resulta muy difícil, aunque le tengo un cariño muy especial a “Barrio”. No creo que sea la mejor, pero quizás es la que más conecta con todo lo que acabo de decir refiriéndome al cine italiano. Recuerdo que disfruté mucho escribiendo el guión, trazando el perfil de los personajes y rodando la película. Y sé que está llena de momentos torpes, pero los protagonistas de esa historia me gustan mucho. Quizás, de todos los míos, siguen siendo mis favoritos.
– Volvamos a la realidad. ¿Crees que hoy la realidad supera a la ficción?
– Yo creo que es un poco lo que comentaba anteriormente. La gran maravilla es que la realidad no responde a un género ni a unas coordenadas. Eso es lo que la hace tan cinematográfica. A mí siempre me asombra que se diga que en una película no es verosímil que pase tal o cual cosa. Se nos dice que en el cine las películas tienen que ser verosímiles, que, aunque no sean realistas, parezca posible lo que sucede en ellas. Pero la vida está llena de acontecimientos que para nada son verosímiles. En la realidad pasan cosas asombrosas que serían difícilmente creíbles en una película.
– ¿Y hasta qué punto crees que la ficción es cada vez más necesaria?
– Yo creo que siempre lo ha sido. Como lector, a veces pienso en la terrible pobreza de una sociedad en la que no existiera la ficción. Sería terrible, sería como arrancarte esa otra vida paralela que te proporciona. Además, me refiero a la ficción, en todas sus escalas. Hablamos de literatura y de cine, pero también, al final, cuando soñamos, cuando mentimos, cuando esperamos, hay un componente importante de ficción. El ser humano necesita permanentemente la ficción para sobrellevar la realidad y para estar en el mundo. Es una parte indisociable de nuestra personalidad. Sin ella sería terrible.
– Sin embargo, en esta sociedad, la cultura está cada vez más arrinconada. Se tiende a la frivolidad, se busca el impacto de lo mediático, del éxito fácil.
– Sí, así es. Yo creo que lo que falla, lo que se está pervirtiendo, corrompiendo mucho, es la articulación de las cosas, la interpretación que se hace de ellas, a veces a través de los medios, que de alguna forma se han convertido en grandes grupos económicos, en grandes corporaciones que hacen cada vez más difícil de comprender el término prensa libre. Esa nueva articulación, ese nuevo esquema, hace que la cultura tenga poco espacio si no es rentable y eso es muy sospechoso, muy complicado. Se trata de una situación contra la que también habría que hacer algún tipo de resistencia. Seguro que ahora mismo hay mucha gente que, sobre todo a través de Internet, está haciendo cosas muy interesantes, pero es cierto que tendemos a menospreciarlas simplemente porque no las conocemos. Cuando me asomo a un espacio donde la gente está funcionando de esa manera, me sorprendo y siento que es muy enriquecedor, muy estimulante.
– ¿Por qué, salvo excepciones, el cine español está tan alejado de la realidad; tal vez por el retrato de lo excepcional del que hablábamos antes?
– Bueno, se trata de planteamientos diferentes. Yo no comparto que el cine español esté tan alejado. Yo creo que habla muchas lenguas distintas, que hay muchas maneras de contar y eso lo interpreto como un síntoma de riqueza. Es muy difícil que una sola película hable de la realidad, es muy difícil que una sola película cuente lo que fue España en un momento determinado. Eso no existe. Lo que fue España en un momento determinado lo contarán todas las películas que se produjeron en ese periodo, incluída desde la más frívola a la más realista. Para tener una visión de la vida de un país, un recuerdo, una imagen adecuada, no sirve una sola fotografía. Tienen que existir una multiplicidad de puntos de vista y por eso a mí el hecho de que haya mucha gente trabajando con distintos géneros, buscando tipos de cinematografía diferentes, me parece interesante. En el fondo todo eso habla de lo que somos.
Lo que falla, lo que se está pervirtiendo, corrompiendo mucho, es la articulación de las cosas, la interpretación que se hace de ellas, a veces a través de los medios, que de alguna forma se han convertido en grandes grupos económicos. La cultura tiene poco espacio si no es rentable y eso es muy sospechoso, muy complicado. Se trata de una situación contra la que también habría que hacer algún tipo de resistencia
– Sin embargo, la situación ahora mismo es muy crítica…
– Bueno, yo creo que el cine es una industria muy compleja y tiene que ver con lo que hablábamos hace un momento. Con el cine pasa como con los otros productos culturales; salvo honrosas y contadas ocasiones existe si está en los canales de distribución más comerciales, pero con la diferencia de que una película cuesta mucho dinero hacerla, conlleva mucho riesgo y, finalmente, está muy expuesta cuando se saca al mercado por cómo está configurado ese mercado. En este sentido los franceses hicieron muy bien cuando declararon la cultura una excepción comercial a los acuerdos de libre comercio con otros países. Eso, que parece tan simple, que se inventó un señor, un ministro de Cultura en Francia hace ya muchos años, es lo que les salva y les permite hoy tener una cinematografía tan fuerte y además tan variada. Los franceses hacen de todo con muy buenos resultados: películas pequeñas, intimistas, rebeldes, y a la vez grandes producciones que parecen tomadas del mundo norteamericano. Y esa riqueza proviene de ese hecho, del respeto a su cultura, que es una cosa que en España no se ha sabido defender desde las instancias públicas. ¿Qué más puedo decir? Pues que es una pena, un empobrecimiento para todos. Y ahora estoy hablando como espectador, no como autor.
– ¿Con qué directores españoles compartes más afinidades?
– Pues del mismo modo que citaba a los italianos de los 50 y 60, también me gustan bastante los directores españoles de esa época, empezando por Berlanga, por Azcona, que era su guionista. Me gusta cómo eran capaces de retratar la negra realidad del franquismo con tanto humor, con tanta gracia, con tanta mala uva. Y hay mucha más gente. Me gusta Jaime Chávarri, que sigue trabajando, o, entre los cercanos, Fernando Trueba, en cuyo trabajo siempre encuentro, como mínimo, un destello de inteligencia. Y también Alberto Rodríguez, el director sevillano, con quien percibo, aunque hagamos cosas distintas, que existe un gusto común por los personajes.
– Eres de la estirpe de los directores literatos: Gonzalo Suárez, José Luis Borau, David Trueba…
– Sí. Pero en mi caso es algo muy natural. A los 20 años, mientras estaba estudiando, ya escribía con tanta frecuencia relatos como guiones para televisión o para cine. Lo que pasa es que en algún momento me fui asentando más en el segundo ámbito, no porque me sintiera más cómodo, sino porque me fui dirigiendo hacia ahí profesionalmente, dejando la escritura de cuentos, de artículos, de novelas, que también he tentado en algún momento, como una actividad paralela con la que disfruto muchísimo. No forma parte de mi rutina y me acerco a ella con esa excitación que se experimenta al hacer, con esa libertad impagable, aquello que no estás obligado a hacer, con lo que no te ganas la vida. Escribo, como explico en el prólogo del libro de una forma en cierto modo adúltera, a ratos, aprovechando pequeños huecos, de espaldas al cine, que era y sigue siendo mi principal ocupación. Pero cuando se establece esa dicotomía entre películas y libros yo siento que en mi caso no es así, que son dos actividades muy cercanas, que he ido combinando desde mis comienzos.
– En el fondo, se trata de contar, de observar… ¿Te consideras un gran observador?
– Me gusta observar, es cierto. No se trata tanto de buscar, de perseguir historias, sino de estar receptivos a ellas, de tener interés en las cosas, de ser permeables, como decíamos antes; dejar que los hechos vayan calando en ti y encontrar después la manera de narrarlos, ya sea en una frase, en una página o en 120; en un libro o en una película. Y la verdad es que para mí escribir con un ordenador es lo mismo que dirigir con una cámara. Lo segundo tiene otras dificultades, otras limitaciones, otras ventajas, pero al final todo es un ejercicio de comunicación. ¿Cómo ruedo esta escena de manera que el espectador la reciba como yo quiero que reciba una determinada emoción?. ¿Cómo escribo este cuentito de una página para que el lector capte lo que quiero transmitirle?. Es exactamente lo mismo. El cine es más complejo, pero técnicamente. Las habilidades que se requieren son muy parecidas. Se trata en ambos casos de tener la capacidad de explicarte y de hacerlo de manera que consigas que la gente lo reciba no sólo intelectualmente sino también emocionalmente.
– ¿Ya de niño querías ser director de cine?
– No, para nada. En mi caso fue una vocación tardía. Yo lo que quería era ser dibujante. Con 14 o 15 años siempre contestaba eso cuando me preguntaban a qué iba a dedicarme. De hecho intenté ganarme la vida dibujando y en mis inicios trabajé en publicidad como ilustrador; con 18 o 20 años incluso llegué a hacer algún cómic. Mi historia es bastante rocambolesca y no deja de tener cierta gracia. Yo quería entrar en Bellas Artes, ese era mi único objetivo en la vida. Hasta los 19 años ni el cine ni la escritura eran una opción, pero sucedió que cuando me fui a presentar al examen de ingreso en Bellas Artes, llegué un día tarde porque en secretaría me habían dado una fecha errónea. Como segunda opción, aconsejado por un buen amigo, había puesto Comunicación Audiovisual y me vi redirigido hacia una facultad que no era la mía, haciendo una carrera que no me interesaba en absoluto. Pero no me dieron alternativa. Y tras descartar irme un año al extranjero, opción que me planteé, y calmar un poco mi ansiedad al empezar a trabajar como dibujante, decidí emprender ese camino que el destino me había puesto delante.
Me gusta observar. No se trata tanto de buscar, de perseguir historias, sino de estar receptivos a ellas, de tener interés en las cosas, de ser permeabless; dejar que los hechos vayan calando en ti y encontrar después la manera de narrarlos, ya sea en una frase, en una página o en 120; en un libro o en una película. Y la verdad es que para mí escribir con un ordenador es lo mismo que dirigir con una cámara
– Todo indica que muy sabiamente…
– Bueno, en realidad me fui convenciendo de que aquello era lo mío tras realizar una serie de talleres fuera de la facultad; uno de dirección, donde tampoco me acababa de ver, y otro de guión, de escritura cinematográfica, que duró tres semanas en un centro que ya desapareció y que se llamaba -no lo olvidaré nunca, porque para mí fue el lugar de la revelación- Centro Proyecto Piamonte. Estaba en la calle Viriato, encima de un garaje, con unos ventanales que daban a los coches. Era un sitio horroroso, pero el taller, que duró tres semanas, fue maravilloso. De repente llegué y allí estaban tres guionistas profesionales a los que siempre he considerado mis iniciadores: Manolo Matji y Joaquín Oristrel, que también han dirigido, y la escritora y guionista Lola Salvador, a la que considero mi maestra y que desde entonces es una gran amiga. Cuando la escuché explicar su oficio pensé que aquello tenía pinta de ser muy interesante. Me fascinó, me sedujo mucho todo, empezando por el caos del curso, donde cada uno de los profesores tenía una visión distinta de lo que era la escritura de guiones. No hacían más que pelear entre ellos, estaban en completo desacuerdo y yo me decía que igual no íbamos a aprender mucho con todo aquello pero que era muy divertido. A partir de ahí, de esa escena de los tres guionistas en total desacuerdo respecto a lo que significaba un guión, empecé a plantearme que todo era subjetivo, que todo estaba sujeto a discusión. “Qué maravilla”, pensé desde el primer día de clase. Y no solo disfruté sino que aprendí muchas cosas. Si hay un momento de flechazo, de revelación, en mi trayectoria, para mí fue ese. Y por eso precisamente, cuando ahora me preguntan cómo he llegado a los relatos viviendo del cine, contesto que el cine me ha dado la vida, pero que mi primer flechazo fue con la escritura cinematográfica. Durante muchos años me dediqué a escribir guiones y relatos y años después empecé a dirigir. “Familia” fue el primer paso y me gustó, me sentí cómodo, y continúe por ahí. Pero la culpa de todo ha sido de Lola, de Manolo y de Joaquín, siempre les he responsabilizado de ello. Ahí está la clave de lo que he hecho.
– ¿Y el dibujo? ¿Te olvidaste de él?
– No. Durante mucho tiempo compaginé el trabajo como dibujante con los estudios de Comunicación Audiovisual, que acabé concluyendo. Aún hoy sigo dibujando, me hago yo los “storyboards” de las películas, pero desde aquel momento hasta hoy, de todas las cosas que he hecho, la escritura ha sido y sigue siendo, indudablemente, lo más apasionante. Dejaría antes de dirigir que de escribir.
– ¿Proyectos?
– Pues me gustaría empezar a rodar, entre el verano y el otoño, si todo va bien; cruzo los dedos, una historia que gira en torno a un grupo de cooperantes metidos en una situación bastante surrealista, como suele pasar en las zonas de conflicto donde trabajan. Es una especie de locura y ahora estoy metido en la reescritura del guión, que quiero ir ajustando un poquito al casting. Estoy a tres semanas de meterme en el gran lío de la preparación. Me interesa el mundo de los cooperantes. He ido con ellos a zonas de conflicto unas cuantas veces a hacer trabajos documentales. Estuve en Bosnia en el 95 y luego en África en un par de ocasiones. La idea de la película nace de ahí, un poco de esa experiencia, de una percepción de ese trabajo que es muy poco conocida. Hay una imagen estereotipada de los cooperantes, a veces muy heróica, otras muy cuestionada, pero la realidad es muy distinta, muy desquiciada y muy dramática, pero también con momentos muy divertidos. Eso es lo que quiero contar.
(El conjunto de relatos “Aquí yacen dragones” ha sido publicado por Seix Barral)
Nacho Goberna firma todas las fotografías de esta entrevista, realizadas en el Espacio Cultural La Victoria, en la calle Santa Isabel de Madrid.