Emma Rodríguez © 2021 /
“La intensidad con que naturaleza y cultura han dialogado aquí en el transcurso de los siglos se manifiesta en todos y cada uno de los lugares que visitamos, siempre por este mismo paisaje solar, lleno de huellas abrasadas del mediodía, que es también, o principalmente, un paisaje más de la memoria. Esto ocurre, sí, en otros rincones del mundo, es verdad, pero en Provenza se observa una dimensión que, no sabemos nunca muy bien por qué, se nos revela de una manera más rotunda, como si las viejas y sabias redes del entramado –arte, historia y paisaje– fueran más complejas, pero también más luminosas”.
Quien lo escribe es el poeta, ensayista y narrador Vicente Valero (Ibiza, 1963). Así comienza Breviario provenzal, un trayecto que estimula la mirada contemplativa, la meditación, el placer estético, un cautivador cuaderno de viaje que formó parte de Diario de un acercamiento, volumen publicado en 2008, y que ahora recupera, de forma independiente, la editorial Periférica. En la nueva edición, que cuenta con un ramillete de poemas como segunda parte, bajo el título de Junio en casa del doctor Char (parte de una entrega más amplia, editada en 2015, Canción del distraído), el escritor nos regala una buena dosis de ese sosiego del que tan necesitados estamos y nos invita a adentrarnos en el corazón de los paisajes, tras el legado de quienes supieron mirar de otra manera, interpretar una geografía ya mítica a través de la palabra, del color, de la experiencia.
Amigo de trazar rutas en busca de recuerdos, de señales y tránsitos, Valero, del que ya hablamos en estas páginas con motivo de la publicación de Los extraños, sigue viajando y escribiendo contra el olvido, con el afán de apresar lo que permanece, de recoger valiosos frutos del pasado histórico y cultural. Biógrafo de Walter Benjamin, le apasiona al autor indagar en vidas ajenas, seguir construyendo a partir de lo vivido, de lo sentido, por otros que realizaron búsquedas que merece la pena rememorar y abrazar para seguir andando, creciendo, creando.

En esta ocasión, la obra que nos ocupa, está llena de nombres propios, de inspiraciones, de motivaciones. Todos los lugares a que se alude en este itinerario tan personal están llenos de significados, de revelaciones. Todos los paisajes tienen alma. A la belleza, al clima, a la luz o a la oscuridad que acompañan al viajero se suman las vivencias de quienes antes que él supieron amar y apreciar las tierras recorridas. El trayecto emprendido no puede realizarse en mejor compañía. Poetas, narradores, filósofos, artistas, han ido dejando sus pisadas por caminos y pueblos ya impregnados de sus visiones, de sus latidos. Vicente Valero los busca en sus pasados, intenta aproximarse a sus sensaciones, a los ángulos desde los que miraron con plenitud.
Amigo de trazar rutas en busca de recuerdos, de señales y tránsitos, ViCENTE Valero viaja y escribe contra el olvido, con el afán de apresar lo que permanece, de recoger valiosos frutos del pasado histórico y cultural.
La ruta se inicia con Petrarca y su evocación de la subida al Mont Ventoux. Las cosas han cambiado mucho. El turismo ha modificado los paisajes, pero aún es posible entender las emociones del poeta, expresadas en su obra, su “reconocimiento del placer estético que procura la contemplación de la naturaleza”. En su tiempo, al autor del Cancionero le gustaba “refugiarse a solas en el campo” y caminar por “los lugares más hermosos de la región”, vamos leyendo en estas páginas que no se limitan a trazar retratos y anécdotas, sino que profundizan, hilando destinos, mapas, sentidos, pensamientos.
La subida a ese rincón espectacular, sublime, tiene un profundo significado para el poeta y humanista italiano del siglo XIV, cuya memoria se recupera en las estancias y alrededores de su museo en la localidad de Fontaine-de-Vaucluse, donde el autor vivió entre 1337 y 1351. “Lo que Petrarca ve, mientras contempla la naturaleza, es sobre todo su propia vida, más concretamente el tiempo –diez años– que ha transcurrido desde que abandonó Italia por última vez, hasta el punto de que, según escribe, lo “invadió un inconmensurable deseo de volver a ver la patria y al amigo”. Esto viene, sin duda, inesperadamente también, a dar la razón a Kafka cuando escribe que la naturaleza provoca siempre “una nostalgia infinita”. Y él debía de saber muy bien –es decir, Petrarca, pero quizás también Kafka– que era una noble costumbre de los antiguos griegos recordar, delante de un bello paisaje, a los seres queridos que se encontraban lejos o que ya habían abandonado este mundo”, nos cuenta el gran viajero y lector que es Vicente Valero.
Os decía al principio que este Breviario provenzal que tengo entre las manos y que tanto he disfrutado mientras contemplaba otros paisajes, los de la isla canaria de Tenerife –mi tierra de nacimiento, siempre por descubrir– resulta cautivador y procura sosiego, pero también estímulo, el estímulo por detenerse a mirar, por saber apreciar. La belleza del estilo, el tono reflexivo, meditativo, filosófico, son algunos de los dones de una entrega llena de hallazgos, que combina el goce del viaje con el de la lectura. Petrarca, como nos dice Valero, ha fijado “los fundamentos modernos de la contemplación paisajística: placer, inspiración y conocimiento de sí mismo”. Delante de los hermosos entornos ante los que se detuvo tanto tiempo antes, “sentimos, es verdad, que el ritmo de nuestra vida se detiene (…) que nos apartamos del imparable curso de los acontecimientos históricos (…) Desde esta posición privilegiada observamos el mundo del que nos hemos retirado, ya sea durante unas horas o unos años, para recapitular con una alta conciencia de nosotros mismos”, seguimos las impresiones que nuestro autor va dejando en su cuaderno.

Retrato de René Char en L’Isle-sur-la-Sorgue. Impresión en gelatina de plata. Fotografía por Marc Trivier.
Son muchas las referencias, las querencias, los entusiasmos, que despliega el escritor en esta entrega. Son muchos los compañeros de viaje que le transmiten sus confidencias, la verdad de sus observaciones, la luz de sus miradas. Los parajes en los que crearon sus grandes obras siguen ahí, esperando al curioso. El tiempo, sí, se detiene mientras vamos leyendo, recreando escenarios. René Char, Mallarmé y tantos otros poetas habitaron en hermosos pueblos de la Provenza. Gran parte de sus versos se enraízan en esas tierras. “Antes que los pintores, los poetas, que siempre han sido buenos caminantes, inventaron el arte del paisaje”, movidos por la necesidad de descifrar los secretos de la naturaleza.
Vicente Valero reflexiona sobre ello. Esos secretos, escribe, “parecen pedirle al artista no tanto una interpretación como una manera de ser iluminados, de ser nombrados, de hacerse por fin visibles (…) Puede que estos secretos sean solo una idea, la misma que alienta la búsqueda y la palabra poética, insinuando a la vez nuestra necesidad de naturaleza, nuestro deseo de placer y de inspiración, de autoconocimiento y de memoria. Puede que estos secretos solamente nos indiquen el camino necesario hacia la contemplación”.
Las indagaciones en el hecho poético ocupan hermosas páginas en este libro tan seductor que recorre carreteras, se asoma a abismos, juguetea con el agua de fuentes y arroyos, escala hasta altas cumbres, se detiene ante exuberantes vegetaciones, bendice la hospitalidad de los pueblos y la huella de quienes han sido sus célebres vecinos a lo largo de los siglos.
La ruta que realiza Vicente Valero no participa de los itinerarios turísticos al uso. Se aleja de ellos, transcurre en paralelo. Es una especie de huida de la actualidad, hacia el pasado, hacia la soledad y el recogimiento que alentó la obra de aquellos a los que tanto admira. Siempre he pensado que lo mejor de los viajes parte del interior y conforma mapas emocionales, esos mapas hechos de destellos que salen al paso, de búsquedas personales, de complicidades muchas veces motivadas por lecturas.
El tiempo se detiene mientras vamos pasando las páginas de “Breviario provenzal”. René Char, Mallarmé y tantos otros poetas habitaron en hermosos pueblos de la región. Las indagaciones en el hecho poético ocupan hermosas páginas en este libro.
Otro poeta, René Char, sus andanzas y creaciones alrededor del pueblo de L’Isle-sur-la-Sorgue, en la región de Vaucluse, es otro de los indiscutibles protagonistas de este viaje. Char fue oficial de la resistencia durante la invasión alemana. La historia se adueña de los rincones donde vivió y tiñe de oscuro sus creaciones. Valero alude a la poesía del autor como “lección moral y aventura estética”, como aproximación a “una moderna y urgente conciencia de la naturaleza”. Recurre a sus palabras: “La naturaleza, asediada por las empresas de los hombres (…), traspasada, saqueada, vuelta del revés, despedazada, despojada, flagelada, acobardada, la naturaleza y sus amados bosques han sido reducidos a una vergonzosa esclavitud y sufren una mengua terrible de sus bienes”). Recuerda algunos de sus versos mientras busca su tumba en el cementerio.
Amigo de René Char, Albert Camus también hace acto de presencia. En septiembre de 1958, tras obtener el Premio Nobel, el escritor decidió comprar una casa en Lourmarin, cuyo paisaje tanto le recordaba el de su Argelia natal, lo que estimuló su vuelta al pasado e inspiró la escritura de la que fue su última obra, la novela autobiográfica El primer hombre, cuyo manuscrito se encontraba en el maletero del coche donde perdió la vida, en enero de 1960, en el transcurso de un viaje a París.
“Reconocía sentirse cada vez más atraído por Provenza, que había podido conocer y recorrer algunos años antes, siempre acompañado por René Char. Todo un paisaje solar para poetas y artistas también solares. Cézanne, Van Gogh, Picasso, Giono, Char: imposible imaginarlos sin este sol inmenso y despiadado del mediodía, sin la fuerza y la energía de su luz transformando hasta la locura los campos, el cielo, las aldeas solitarias…”, vamos leyendo.

Hay un momento en el que el autor sigue los pasos de Cézanne en Aix-en-Provence, la ciudad donde nació, la misma que tanto desdeñó su obra, que tan mal entendió su pintura a contracorriente. “Unos cuadros que expresaban con tanta emoción un amor extraordinario a la naturaleza… Y aquel modo de pintar que respondía a una nueva manera de percibir la realidad, siempre más allá de la pura apariencia”, escribe. Hay páginas bellísimas sobre y alrededor del artista, sobre sus “colores cambiantes y prodigiosos”, sobre su mirada, capaz de sumergirse en “lo más profundo de la tierra”.
Admirador de Cézanne, Picasso también decidió pasar parte de su vejez en la región, en un castillo del siglo XVII en el pueblo de Vauvenargues, en cuyo jardín reposan sus restos. Igual que Cézanne el artista malagueño pintó la montaña de Sainte-Victoire, escenario al que el primero volvió una y otra vez. Lo hizo, claro, con su particular estilo y con una perspectiva diferente. Se puede hablar de una obsesión, de una relación de complicidad, en torno a este lugar mítico. Pocas regiones son tan célebres por las recreaciones de los artistas. Su belleza y exuberancia, su alegría, pero también su aspereza, su tristeza, están presentes en creaciones diversas que retratan los paisajes y a través de ellos los estados del alma.
El autor sigue los pasos de Cézanne en Aix-en-Provence, la ciudad donde nació, la misma que tanto desdeñó su obra, que tan mal entendió su pintura a contracorriente. “Unos cuadros que expresaban con tanta emoción un amor extraordinario a la naturaleza”.
En Arlés todo recuerda a Vincent van Gogh, que “con su característico impulso vehemente se entregó a la violencia de los colores”. Hay una escena en el libro en la que vemos a Van Gogh pintando en compañía de Gauguin en el entorno de una antigua necrópolis, Les Alyscamps, donde reposa el ayer, donde se para el tiempo. La luz, el silencio, las distintas paletas con las que tantos artistas apresaron el espíritu de la región, son parte de un itinerario que refresca la mirada e invita a la meditación, al ensimismamiento. Tomar entre las manos este libro ya es una manera de resistir a los ruidos del ahora, de sosegar los ánimos antes de volver a las cosas del mundo, a las noticias que tanto duelen, a las preocupaciones del día a día. Todos los creadores citados, y muchos más, iluminan los caminos de un trayecto intenso, lleno de honduras, que tanto retrata las búsquedas de Vicente Valero a lo largo de su propia obra.

La sensación liberadora que, por todo lo dicho, experimentamos con la lectura de este cuaderno, se intensifica con los poemas de la segunda parte de la obra, Junio en casa del doctor Char, 30 piezas, entradas, fechadas a la manera de un diario, que tan bien dialogan con las impresiones del viaje realizado.
Os dejo con la correspondiente a un viernes, 22 de junio, una de mis favoritas:
Azotado por el calor, he salido esta noche / al jardín, he pisado ciruelas con mis pies / descalzos, he lavado mi herida con el aroma / de la menta. Me he quedado dormido sobre el / césped, desnudo, hasta que los mirlos han traído / hasta mí el día nuevo con su canto exaltado.
De mi boca ha salido entonces la espuma de / una felicidad desconocida, un aliento con olor / a estrellas húmedas.
Breviario provenzal, de Vicente Valero, ha sido publicado por la editorial Periférica.
Fotografía de cabecera cedida por la editorial Periférica