Fidel Oltra © 2021 /
En la autobiografía de Miles Davis, escrita junto a Quincy Troupe en 1989 y publicada en castellano por Alba Editorial, hay una anécdota – entre otras muchas – muy conocida que demuestra a la perfección el carácter orgulloso y altivo del genial músico. Un par de años antes, en 1987, él y su entonces esposa, la famosa actriz Cicely Tyson, acudieron a una fiesta a la que habían sido invitados nada menos que por el presidente Ronald Reagan y su mujer Nancy. En aquel evento se le iba a entregar a Ray Charles, junto a otros destacados artistas, el premio a toda una vida dedicada a la música. Su amistad con Ray era el único motivo por el que el arisco Miles, al que no le gustaban nada este tipo de reuniones sociales, y menos todavía si tenían algo que ver con políticos, consintió en asistir. De camino a la cena en la Casa Blanca, en una lujosa limusina, ya tuvo sus más y sus menos con un par de mujeres blancas que, como siempre, le trataron con una condescendencia que él odiaba profundamente.
Una vez sentados a la mesa, Miles intentaba huir de las conversaciones intrascendentes y superficiales que, como tantas otras cosas, le repugnaban. Sin embargo, no pudo evitar responder a una observación sobre el jazz que hizo la mujer de un político. Tras un tenso intercambio de opiniones sobre la valoración que la sociedad norteamericana hacía de los músicos de jazz, la distinguida dama no pudo reprimirse y le lanzó a Miles Davis una pregunta ciertamente ofensiva: “¿Qué ha hecho usted en su vida que sea tan importante como para estar aquí?”. El genial trompetista, que detectó en aquel requerimiento una mezcla de ignorancia y racismo, soltó con tranquilidad, frialdad y desprecio una respuesta cuyos ecos todavía deben estar retronando en algún salón de la Casa Blanca. “Veamos, yo he cambiado la historia de la música como unas cinco o seis veces. ¿Y usted? ¿Qué cosas ha hecho que tengan alguna importancia, aparte de ser blanca, como para estar aquí?”.
Esta es solo una muestra de que Miles Davis no era un tipo al que pudieras menospreciar con facilidad. Aquella respuesta puede sonar engreída, pero no exagerada: es posible que estemos ante uno de los tres o cuatro músicos más influyentes del siglo XX, y sin duda alguna el que más si hablamos de jazz. Una palabra que, por cierto, Miles acabó aborreciendo con los años, inventándose todo tipo de descripciones para su música que no incluyeran la palabra “jazz”. Es cierto que algunos de los mejores discos de la historia del género llevan su firma, pero a finales de los 60 decidió cambiar de rumbo y abrir nuevos caminos, como ya había hecho tantas veces antes. Incluso llegó a rechazar tocar sus composiciones anteriores a 1970 en sus actuaciones, salvo en muy contadas ocasiones, y por un tiempo cambió su inseparable trompeta por otros instrumentos como el teclado. Todo ello formaba parte del indómito espíritu de Davis, siempre explorando nuevas vías y mirando por encima del hombro aquellas por las que ya había transitado, muchas de ellas abiertas por él mismo.

Miles Dewey Davis III nació en 1926 cerca de St. Louis, ciudad a la que su familia se mudó poco después de su nacimiento. Su padre era dentista y su madre era profesora de música y violinista. El abuelo, Miles Dewey Davis I, era un contable y terrateniente de Arkansas. De él aprendió Miles Davis que ni siquiera ser rico y propietario de tus propias tierras te salvaba del racismo. Se le educó en el convencimiento de que el hombre blanco siempre despreciaba al negro hiciera lo que hiciera, algo que no hacía falta porque él mismo lo vivió de primera mano en numerosas ocasiones. El pequeño Miles creció y adquirió una fuerte personalidad que le hacía enfrentarse con asiduidad a su familia, aunque, según afirmó en más de una ocasión, se sentía muy unido a su madre. De ella, decía, heredó el talento artístico y el gusto por la ropa ostentosa y la elegancia. De su padre, por otra parte, adquirió una conciencia racial y cierta radicalidad en sus ideas respecto al hombre blanco, además de su mal carácter y también una fuerte disciplina.
En sus años juveniles Miles dedicó buena parte de su tiempo al deporte, y ya entonces mostraba una arrogancia que no le abandonaría durante toda su vida. Lo mismo ocurría con su atracción por las mujeres, una constante que marcó todas sus relaciones. Con apenas diez años, consiguió un trabajo como repartidor de periódicos. Aunque la Gran Depresión no se había notado demasiado en su familia, salvo en que su padre dedicaba más tiempo a trabajar, el pequeño Miles quería ganar su propio dinero para costear sus gastos. Cuando su tío le regaló una trompeta, la música pasó a ser su principal afición. Aunque antes había recibido algunas clases de música y le gustaba mucho escuchar la radio, fue en Arkansas donde Miles tuvo su primera revelación en ese sentido, cuando escuchaba a los lugareños cantar góspel por un lado, y lujuriosas canciones de blues por otro. Con doce años ya parecía tener claro lo que quería, y lo que quería era ser músico como aquella gente que sonaba en la radio: Louis Armstrong, Duke Ellington, Lionel Hampton o Bessie Smith. Por entonces ya destacaba en el manejo de su instrumento, que su madre quiso que cambiara por el violín ante la resistencia de su padre. Nunca sabremos cómo hubiese sido la historia del jazz si ella se hubiese salido con la suya.

Con catorce años Miles Davis ya recibía ofertas para tocar con algunos de los mejores músicos de St. Louis, o al menos eso afirma en su autobiografía. Sí es seguro que formó diversas bandas y entabló amistad con colegas músicos, con los que aprendió qué quería hacer y también lo que no le apetecía en absoluto. Apenas era un adolescente, pero Miles ya mostraba atracción por la sofisticación en su imagen y por la improvisación y la experimentación en su estilo musical. Tocaba escalas cromáticas y vibratos ajenos a los himnos escolares que había aprendido en el instituto, participaba en alguna que otra jam session, actuaba dónde podía y, a pesar de su dedicación a la música, seguía con sus estudios.
Por aquella época empezó a salir con su primera novia, Irene. Después de una amarga experiencia viendo como el hermano de ésta fallecía sin que su médico hiciera demasiados esfuerzos para salvarle, decidió que él mismo estudiaría medicina si no conseguía destacar como músico en unos años. Gracias a Irene consiguió entrar en una orquesta de prestigio, la banda de Eddle Randle, donde pasó poco tiempo, pero suficiente para aprender a hacer arreglos y componer sus primeros temas.
El año 1944 fue de grandes cambios para Miles Davis. Algunos de ellos negativos, como la separación de sus padres. Otros inesperados, como su paternidad con Irene. También fue el año en el que escuchó a la banda de Billy Eckstine , entre cuyos miembros estaban nada menos que Dizzy Gillespie, Charlie Parker y Art Blakey. Poco después tuvo la suerte de sustituir por un tiempo al trompetista de la banda, Buddy Anderson. A partir de ese momento Miles tuvo la convicción de que eso era lo que quería hacer, y que para destacar tanto como Dizzy, su primer ídolo, tenía que trasladarse a Nueva York. Así lo hizo, ingresando en la prestigiosa Juilliard School, aunque pronto le interesó más lo que ocurría en los oscuros tugurios de Harlem que la música encorsetada que le hacían tocar en la escuela.
En uno de aquellos clubes, el Milton’s, presenció los primeros pasos de lo que luego se conoció como bebop, un estilo que los propios Gillespie y Parker se habían encargado de ayudar a crear. Davis dedicó buena parte de sus esfuerzos a intentar localizar a Dizzy Gillespie y Charlie Parker, pero solo consiguió dar con Dizzy. Localizar a Charlie “Bird” Parker le costó algo más, y en varias ocasiones los tipos a quienes preguntaba le aconsejaban no mezclarse con él, pero Miles estaba decidido a encontrarlo. Cuando lo hizo, tomó contacto por primera vez con los malos hábitos de la bebida y las drogas. Por suerte, Irene llegó a Nueva York y le ayudó a centrarse en sus estudios y a llevar una vida más o menos normal. Sin embargo los estudios no le interesaban demasiado a Davis, quien veía en sus profesores, la gran mayoría blancos, un desconocimiento de la música negra que lo sacaba de sus casillas.
Prefería con mucho sus sesiones junto a Gillespie y Parker en el Milton’s. Allí aprendió todo lo que deseaba saber. El único interés que podríamos calificar como académico que mostraba Miles Davis por la música, a diferencia de muchos de sus colegas, era su afán por conocer la parte teórica, las innovaciones de gente como Stravinski o Prokofiev. El ansia de conocimiento, la voluntad de saber hacia dónde se dirigía la música y de qué forma podría contribuir a su desarrollo con sus propias innovaciones, fue otra de las constantes en la carrera de Miles Davis, como demostraría varias veces en multitud de discos que supusieron una ruptura con lo establecido.

En 1945 Miles consiguió su primer empleo importante como músico, y participó en la grabación de un disco de la banda de Herbie Fields, además de tocar con la banda de Coleman Hawkins, que a veces contaba con Billie Holiday como cantante. Por entonces el bebop había dado el salto de los antros de Harlem a la lujosa Calle 52, así que los blancos pusieron su atención en ese puñado de músicos negros que estaban revolucionando el jazz. Lamentablemente, aquel foco de interés coincidió con la salida de Gillespie de la banda de Charlie Parker. En realidad fue un golpe de suerte para Miles Davis, a quien Parker nombró como sustituto de Dizzy.
En pocas semanas pasó de ser un joven asustado ante aquella responsabilidad a aprenderlo todo, incluso a tocar el piano. De vuelta a Harlem, tras la clausura de varios clubes de la Calle 52, Davis dio un enorme salto de calidad ayudado por la confianza que Parker había puesto en él, participando en sus discos. Miles prestaba mucha atención a las opiniones de los grandes músicos con los que se codeaba, gente como los propios Dizzy Gillespie y Charlie Parker, Max Roach, Thelonious Monk… A pesar de su juventud, estaba en la élite del jazz con todo lo que ello implica en cuanto a fama y también a tentaciones: vivía rodeado de mujeres y drogas, aunque de momento él se resistía a entrar en ese terreno. Cuando Dizzy y Charlie se fueron a Los Ángeles, era solo cuestión de tiempo que Miles les siguiera. Pero en California el nuevo jazz no era tan apreciado, y para las audiencias ricas y blancas solo eran un grupo de negros haciendo música rara. El dinero empezó a escasear, con lo que Miles empezó a hacer lo que hacían todos sus colegas: aprovecharse de las mujeres blancas y ricas. Allí asistió en primera fila a la decadencia física y mental de su ídolo y amigo Charlie Parker. Con “Bird” fuera de la circulación, Miles Davis volvió con la banda de Billie Eckstine. Con sus nuevos compañeros empezó a probar la cocaína primero, y posteriormente la heroína.
De vuelta a Nueva York, Miles Davis volvió a colaborar con Dizzy Gillespie y Charlie Parker, tanto juntos como por separado. Miles, sobre todo cuando tocaba con Parker, sentía que su música evolucionaba a pasos agigantados. Sin embargo, Parker seguía con sus propios demonios y muchas veces no pagaba a sus músicos, lo que hizo que Miles pensara en abandonar la banda. Por entonces formó la suya propia, nada menos que con nueve miembros, y grabó varias piezas que acabarían viendo la luz más adelante, primero en un disco de Capitol llamado Classics in Jazz: Miles Davis, y más tarde en el álbum Birth of the Cool (1957). La banda de Davis incluía a músicos blancos y tocaba piezas más accesibles para audiencias blancas. Eso le granjeó no pocas críticas de sus compañeros, pero para él era más importante encontrar a la persona adecuada para cada instrumento que el color de su piel. Miles estaba tan metido en el proyecto que incluso renunció a una oferta para unirse a la banda de Duke Ellington. Con aquellos músicos del underground neoyorquino, entre ellos Gil Evans, Miles Davis estaba experimentando y revolucionando el jazz por primera vez. No sería la última.

A caballo entre la década de los 40 y los 50, Miles Davis abandonó definitivamente a Charlie Parker y, además de mantener su propio proyecto, pasó por diferentes bandas. Con una de ellas viajó a Europa por primera vez. Allí conoció a Juliette Greco, con quien tuvo un breve romance. Davis se enamoró de ella hasta el punto de que, cuando tuvo que decidirse a volver a los Estados Unidos, dándose de bruces de nuevo con la cruda realidad racial y hundido por haber dejado a su amor en Francia, se enganchó definitivamente a la heroína. Apenas tenía 25 años.
Abandonó a su familia y empezó a juntarse con otros yonquis como él, entre ellos Sonny Rollins, Fats Navarro y John Coltrane. Chuleaba mujeres, y sacaba todo el dinero que podía tanto a ellas como a sus compañeros, todo por conseguir algo más de droga. Pasó por la cárcel durante un viaje a California. Consciente de haber tocado fondo, volvió a St. Louis, donde pensó que sería más fácil dejar el hábito, pero no fue así. Siguieron varias idas y venidas a Nueva York, donde grabó algunos discos con su banda por la que pasaron gente como Jackie McLean o John Coltrane, y también a California, donde conoció a Chet Baker. No consiguió desintoxicarse del todo, pero tras un breve paso por Detroit se trasladó a Nueva York, acabó dejando la heroína y empezó a grabar grandes discos con una nueva banda. Miles estaba prácticamente limpio –tomaba algo de cocaína en ocasiones– pero se había vuelto más arisco que de costumbre. Iba al gimnasio, practicaba boxeo y se cuidaba. Era 1955 y empezaba la gran época de Miles Davis. Su aparición en el Festival de Newport puso definitivamente el foco sobre su música. Formó su primer Miles Davis Quintet, formato con el que estuvo trabajando durante años, un quinteto al que poco después se incorporaría John Coltrane. En 1956 grabaron suficientes canciones como para lanzar, en años posteriores, hasta cuatro discos. Al mismo tiempo Miles Davis participó en otras bandas, actuó en festivales, y volvió a Europa para grabar la banda sonora de la película Ascensor Para El Cadalso, de Louis Malle.
Con su quinteto, ampliado a sexteto en ocasiones, grabó grandes discos como Milestones (1958), donde experimentó con el jazz modal, y volvió a colaborar con Gil Evans. Se introdujo en la música de otras partes del mundo, incluyendo España (Sketches of Spain, 1960) y Brasil (Quiet Nights, 1962), y recuperó piezas del American Songbook llegando a grabar entera la ópera de Gershwin Porgy and Bess (1959). Pero de aquella magnífica etapa de Miles Davis hay que destacar la que muchos consideran su obra maestra, Kind of Blue (1959), basada totalmente en el jazz modal y en improvisaciones controladas sobre unas escalas previamente indicadas. Muchos lo consideran el mejor disco de jazz de la historia, y desde luego es uno de los más influyentes.
Miles Davis estaba en la cumbre de su popularidad, pero eso no le eximía de seguir siendo maltratado por el color de su piel. Volvió a pasar por la cárcel tras ser arrestado mientras acompañaba a una mujer blanca, y aquello cambió definitivamente su carácter. Así lo sufrió Frances Taylor, con quien Miles se casó aquel mismo año 1959 y de quien se divorció en 1966, tras años de maltrato. Aquella primera mitad de los años 60 no fue, definitivamente, una buena época para Miles. La segunda, sin embargo, le depararía más alegrías, empezando con discos como Nefertiti (1967) o Filles de Kilimanjaro (1968), que le acabarían llevando a abandonar el jazz tradicional y electrificar su sonido, iniciando de nuevo una revolución en el género que se etiquetó como jazz-fusion. Por entonces inició una relación con Cicely Tyson, aunque finalmente se volvió a casar con una joven modelo de 23 años llamada Betty Mabry, posteriormente Betty Davis. Ella lo introdujo definitivamente en el mundo del rock y del funk, haciéndole escuchar lo que estaban haciendo gente como James Brown, Sly & The Family Stone o Jimi Hendrix. Precisamente fue una supuesta aventura con el guitarrista lo que hizo que Miles se divorciara de Betty cuando apenas llevaban algo más de un año casados. Si en lo personal no le iba demasiado bien, en lo musical fueron años de magia que dieron a luz discos tan personales y únicos como In A Silent Way (1969) o Bitches Brew (1970). Unos discos que le acercaban a fusionar el jazz con el rock y que le valieron el desprecio de los más puristas. Algún crítico le acusó de ser un vendido al hombre blanco, obviando el hecho de que Miles Davis fue uno de los artistas negros que con más orgullo llevó su raza y con más ahínco se enfrentó al racismo.

Miles vivía un momento de total compromiso con la vanguardia, lo que le llevó a interesarse por la música de Stockhausen y grabar un disco, On The Corner (1972), donde maridaba la música concreta, el jazz, el funk, el soul y el rock psicodélico en el que es uno de sus trabajos más extraños y excitantes. Miles Davis seguía abriendo nuevos caminos y alejándose de sus orígenes, creando discos avanzados a su tiempo que desconcertaban y hechizaban a partes iguales. Problemas de salud, sin embargo, le llevaron a pasar la segunda mitad de los 70 prácticamente en blanco. Su vuelta, ya en los 80, le llevó a grabar discos intrascendentes con versiones de éxitos pop junto a otros influidos por la electrónica, el hip hop o la música clásica. Claramente su momento ya había pasado, aunque todavía tuvo chispazos de gloria como el álbum Tutu (1986), pero sus apariciones en directo eran todo un acontecimiento. Una de las últimas fue en el famoso Festival de Montreux, con Quincy Jones como director de orquesta, y vio la luz en un álbum póstumo publicado en 1993. Miles Davis había fallecido dos años antes, en septiembre de 1991, por complicaciones a causa de una neumonía. Aunque hubo rumores de que padecía SIDA, no se confirmaron.
Poco antes de morir Miles Davis había publicado su autobiografía, en la que hablaba sin tapujos de sus adicciones, su mal carácter, el maltrato que había infringido a sus parejas y, sobre todo, de música y de músicos. En el último párrafo comentaba que se sentía creativamente fuerte, también físicamente. Decía que se cuidaba con la comida y la bebida, y que ya no fumaba ni tomaba drogas. Se sentía extasiado hablando de músicos como Prince que le empujaban a continuar adelante, a ser creativo. Lamentablemente todo se quedó en un deseo, un triste epitafio. Genial como músico, controvertido en lo personal, su legado ha quedado de manifiesto en la multitud de músicos que lo admiran y lo citan entre sus influencias, así como en una buena cantidad de documentales, libros y películas dedicadas a su vida y obra.
