Fidel Oltra © 2020 / La leyenda de la alegre circulación de las drogas y el alcohol entre los músicos de jazz —al menos en Norteamérica, y a mediados del siglo pasado— es, ciertamente, una triste realidad fácil de constatar a poco que uno indague en la vida de las leyendas del género. No hace falta dar nombres, están en la mente de todos. Quizás uno de los menos conocidos, al menos entre el gran público, es el de Leon Bismark “Bix” Beiderbecke. Era un trompetista famoso en su época, la década de los 20, que murió en 1931, a los 28 años, tras una breve vida de adicción al alcohol. Su carrera apenas duró una década, y solo durante un lustro disfrutó de gran popularidad llegando a ser etiquetado como el rival blanco del gran Louis Armstrong. “Bix” tocó en la famosa orquesta de Paul Whiteman, el lugar por donde debía pasar un músico para aprender, desarrollarse y alcanzar la fama en aquellos años.
Entre 1928 y 1930 tuvo periodos de gloria combinados con otros de recaída en su adicción, de convalecencias y recuperaciones efímeras. Justo en esos años en los que “Bix” se debatía entre el amor al jazz y el alcoholismo, tal vez mientras estaba ingresado en alguna clínica de rehabilitación, vino al mundo Chesney Henry Baker Jr., un niño que estaría destinado a seguir el camino de Beiderbecke para lo bueno y para lo malo, en todos los sentidos. De hecho, un crítico de jazz calificaría más adelante al entonces recién nacido como una combinación de “Bix”, Sinatra y James Dean.
Chet Baker nació en 1929 en Oklahoma, en el inicio de la Gran Depresión. Sus padres eran músicos, así que no es de extrañar que el pequeño Chet tuviera tendencia, desde muy niño, a seguir sus pasos. Antes de aprender a tocar ningún instrumento ya cantaba en el coro de la escuela. Cuenta su madre que el pequeño Chesney se subía a un taburete para alcanzar la radio, y que era capaz de quedarse en aquella posición durante horas escuchando los programas musicales que se emitían. Parecía claro que su futuro podría estar en la música, una afición que su propio padre, a diferencia de lo que ocurría con otros aspirantes a artistas de la época, alentaba. Él mismo, como he comentado, había sido músico, pero la Depresión truncó sus sueños y tuvo que trabajar en cualquier cosa que encontrara.
La familia Baker, como tantísimas otras de Oklahoma, emigró a California en una dura odisea que John Steinbeck retrató de forma cruda y espléndida en su famosa novela Las Uvas de la Ira. Una vez instalados en Los Ángeles la situación de los Baker mejoró. Como Chet seguía con su inclinación a la música, aprendiendo de memoria las canciones más exitosas del momento, sus padres decidieron comprarle un instrumento. Primero le regalaron un trombón, que poco después cambiaron por una trompeta de la que Chet se enamoró al instante, aprendiendo a tocarla en pocas semanas. Su posible carrera deportiva, la otra alternativa interesante para los jóvenes en aquellos tiempos, quedó en el olvido casi inmediatamente.

Si la Crisis del 29 le pilló a Chet en plena infancia, la II Guerra Mundial lo hizo en su adolescencia. No participó en la guerra, pero, después de dejar la escuela, se alistó en 1946 y tras completar su formación fue destinado a Berlín. Por supuesto, tanto en su estancia en los Estados Unidos como más tarde en Alemania, Chet Baker formó parte de todas las bandas musicales de los lugares por los que pasó. Sus superiores, sin embargo, no le veían futuro en la música, principalmente por su indisciplina: tendía a improvisar, a cambiar las melodías, a inventarse partes de canciones. Por aquel entonces, como les ocurrió a muchos soldados estadounidenses y a no pocos alemanes, se aficionó al jazz escuchando los llamados discos “V”, los discos de la victoria, un proyecto destinado a entretener a los soldados y elevar la moral que había arrancado en plena guerra. En aquellos discos Baker descubrió, entre otros, a intérpretes como Dizzy Gillespie, que había trabajado en grandes bandas como la de Cab Calloway y empezaba a despuntar en solitario o colaborando con otros grandes músicos.
A su vuelta a los Estados Unidos, en 1948, Chet empezó a tomarse en serio su afición musical como un posible futuro profesional y se dispuso a tomar lecciones. Eran unos años, sin embargo, de indecisión, ya que Chet Baker estuvo alternando sus estudios musicales con el ejército durante un periodo de tiempo. Cuando estaba fuera, se sentía atraído y volvía; cuando estaba en la Armada, alegaba problemas psiquiátricos, inventados o reales, para que lo mandaran a casa. O se escapaba, si no conseguía sus objetivos, mediante tretas. Finalmente le acabaron echando del ejército, aunque con honores, declarándolo “incapacitado para seguir la vida militar”. Así pues, Baker definitivamente optó por la música, trabajando inicialmente en orquestas pequeñas o medianas, como la de Vino Musso.
Casi inmediatamente empezó a formar parte de bandas prestigiosas, tocando con gente como Stan Getz, Charlie Parker, uno de sus ídolos desde que escuchó su música en Berlín, o Gerry Mulligan. Baker estaba en la banda de Charlie Parker, con la que tocaban habitualmente en el Tiffany Club, cuando tras una de aquella veladas acabó en otro local más pequeño, el Haig Club. Allí actuaba esa noche el saxofonista Gerry Mulligan. Baker y Mulligan no se conocían, pero acabaron tocando juntos y hubo magnetismo entre ellos. Unos días después Chet Baker empezó a trabajar profesionalmente con Mulligan. Fue como integrante de su cuarteto —famoso por carecer de pianista, principalmente debido a las limitaciones del escenario en el que se forjaron— cuando grabó por primera vez, en formato instrumental, My funny valentine, una pieza que tendría gran importancia para su carrera. Apenas año y medio después de conocerse, Mulligan y Baker ya habían experimentado el éxito masivo con varios singles, los últimos de los cuales fueron publicados a nombre de The Gerry Mulligan Quartet featuring Chet Baker, lo que da una idea de la importancia que el trompetista había adquirido en poco tiempo. Tenía apenas 22 años, un gran magnetismo personal, era muy fotogénico y su entrada en el mundo del jazz, principalmente reservado a los intérpretes negros, causó impacto incluso entre los artistas más consagrados.

Cuando Mulligan fue detenido por posesión de drogas, Baker, que es posible que hubiera probado ya la heroína —sí que fumaba habitualmente marihuana— pero todavía no había caído en la profunda adicción que determinaría su futuro, se lanzó en solitario al tiempo que organizaba su propio grupo. Una banda en la que, durante años, estuvieron entrando y saliendo multitud de músicos. Una vez Mulligan salió de prisión intentó retomar su colaboración, pero Baker se negó. Tan solo actuaron juntos en contadas ocasiones, una de ellas en el famoso Festival de Jazz de Newport, a mediados de los 50.
En ese periodo de tiempo publicó diversos discos y se animó a cantar. En poco tiempo Chet Baker no solo estaba considerado un gran músico de jazz, sino también uno de los mejores vocalistas; aunque su voz no tenía la potencia ni la versatilidad de los grandes, había algo en ella, en su fragilidad combinada con su atractivo físico, que atraía al público. Tenía algo que, en mi opinión, identifica inmediatamente a los mejores cantantes de jazz: su voz sonaba como un instrumento más. Eso es lo que ocurría con Baker cuando se decidió a cantar. Su voz parecía una extensión de su trompeta, reinventando todas las melodías e inflexiones que era capaz de sacarle a aquella. Además su música era clara, cristalina, sensible, características que se acentuaban cuando se ponía a cantar.
Puede decirse que fue el trompetista más romántico de la historia. Su irrupción trajo un aire fresco al jazz, no solo en el aspecto musical. Quizás se pudiera comparar su impacto con el que supuso en su momento Elvis Presley para el rock and roll, una música que desde luego ya existía antes pero que encontró en Elvis el vehículo perfecto para su extensión a todos los públicos y lugares, la cara del nuevo estilo. En 1954 apenas llevaba unos meses cantando, tan solo había publicado un disco, Chet Baker Sings, alternando la trompeta con sus interpretaciones vocales, y ya le disputaba el premio al mejor vocalista del año según algunas publicaciones especializadas, al mismísimo Nat King Cole. En aquel disco se encontraba su más famosa versión de My funny Valentine, el clásico de Rodgers y Hart.
Su atractivo físico sedujo también a Hollywood, aunque solo grabó un par de películas en los Estados Unidos, además de alguna intervención en películas italianas, siempre junto a su inseparable trompeta. Su debut tuvo lugar con un papel secundario en Hell’s Horizon, una película basada en la Guerra de Corea. Los estudios veían en él un posible nuevo James Dean, deseaban tenerlo en sus películas, pero Baker prefería la música, la vida en la carretera, la existencia errante del músico de jazz que va donde quieren escucharle. De hecho, en la segunda mitad de la década de los 50 visitó varias veces Europa, donde llegó a ser muy popular, llegando a instalarse allí al final de su vida.

No está claro cuando empezó a engancharse a la heroína, pero por entonces, finales de los 50, ya lo estaba completamente. Su adicción le trajo problemas con la justicia, pasando temporadas en la cárcel tanto en Europa como en los Estados Unidos. Países como Alemania o Inglaterra, que poco antes le habían recibido con los brazos abiertos, le negaron la entrada. En 1958 repitió la fórmula con la que había alcanzado gran popularidad, adaptando estándares de jazz a su sedosa voz y su no menos aterciopelada trompeta, con el álbum It Could Happen To You. En 1959 se iba a rodar una película inspirada en su vida titulada All The Fine Young Cannibals (Los Jóvenes Caníbales) en España, que, en principio, iba a interpretar él mismo. Sin embargo, cuando empezó el rodaje Chet Baker estaba detenido, como empezaba a ser costumbre, y su papel lo acabó interpretando nada menos que Robert Wagner, siendo la primera película en la que actuaba junto a su esposa Natalie Wood.
La década de los 60 fue muy complicada para Baker, ya más famoso por los incidentes relacionados con el consumo de drogas que por su música. Aun así, consiguió juntar un quinteto con el que grabó varios álbumes interesantes para el sello Prestige. Como curiosidad, grabó también diversos discos de música más ligera junto a The Mariachi Brass. En 1968 recibió una paliza, en circunstancias no aclaradas, que le hizo perder varios dientes. El daño que sufrió en la boca le provocó problemas para tocar la trompeta, puesto que con las prótesis sufría mucho para poder soplar adecuadamente la boquilla. Dejó la música por un tiempo y probó con otros trabajos, incluso de empleado en una gasolinera, hasta que se dio cuenta de que no podía vivir sin tocar.
Baker desarrolló una nueva embocadura para poder tocar la trompeta. En los 70, gracias principalmente a su viejo compañero Dizzy Gillespie, recuperó parte de su prestigio perdido, se trasladó a Nueva York y volvió a actuar en directo y a grabar. De hecho, en los años 70 y 80 su producción discográfica aumentó considerablemente, publicando hasta seis o siete discos al año con sellos como Enja, SteepleChase o Circle, entre muchos otros. A finales de la década se trasladó a Europa, donde prácticamente permaneció durante el resto de su vida con alguna visita anual a los Estados Unidos para realizar actuaciones puntuales y ver a su familia.
Fue durante ese periodo cuando su legado fue más reconocido y apreciado, sobre todo entre los jóvenes músicos europeos admiradores del jazz. Chet Baker volvió a ser considerado, si alguna vez había dejado de serlo, como uno de los grandes del jazz, siendo reivindicado por gente como Elvis Costello, quien le invitó a tocar en uno de sus discos. Esto le introdujo en un mundo a medias entre el pop y el jazz, colaborando con músicos e intérpretes en esa misma onda como Van Morrison. Aunque no dejó las drogas, y su decadencia física empezó a ser evidente, se convirtió en un personaje admirado, un músico de culto. Un año antes de su fallecimiento incluso recibió un pequeño homenaje en el Festival de Cannes.

Chet Baker murió en 1988 al caer a la calle desde el balcón del hotel en el que se alojaba en Amsterdam. Hay diversas teorías sobre su fallecimiento: suicidio, accidente al intentar entrar en su habitación desde el balcón adyacente, una caída fortuita causada por el abuso de drogas… El atestado policial explicaba que habían encontrado en medio de la calle a “un hombre con una trompeta”. Aunque ya contaba con 58 años en el momento de su muerte, Chet Baker se convirtió en un icono, el paradigma del juguete roto, el talento devorado por su inestabilidad y su drogadicción. Se escribieron diversos libros y con el tiempo se han rodado películas como Born To Be Blue, con Ethan Hawke interpretando el papel de Baker.
Un año antes de su muerte se rodó el documental Let’s Get Lost, aparentemente un repaso a su carrera, aunque con un tratamiento que fue bastante criticado, pues se centraba principalmente en su situación personal en aquellos meses finales de su vida, devastado físicamente, y abundaba más en historias y entrevistas sobre sus amoríos y extraños comportamientos que en su música. Desde luego, el contraste entre las imágenes de su insolente juventud y las rodadas en tiempo real, en aquel año 1987, es realmente demoledor, a pesar de que el director Bruce Weber pagó de su bolsillo a todo un elenco de acompañantes, chicas y chicos, que le rodeaban haciendo creer al espectador, y quizás al propio artista, que sus días de gloria seguían allí. Además, en un tramposo blanco y negro, para dar sensación de continuidad entre el memorable pasado y el deplorable presente. Baker aparece en algunas ocasiones como el gran músico de jazz admirado por todos que aún es capaz de dejar muestras de su talento, pero en otras es retratado como un pobre hombre, contando anécdotas nada graciosas ante un puñado de jóvenes que se ríen, no se sabe bien si con él o de él. Incluso algunas preguntas que le hace el propio director durante las entrevistas son, cuando menos, improcedentes.
Chet Baker falleció dejando una amplia discografía, muy nutrida tanto en discos de estudio como en directos a pesar de su inestabilidad, sus periodos de inactividad y su incapacidad para integrarse en ninguna banda de forma constante, salvo el periodo que pasó con Gerry Mulligan. De todos modos, grabó ocasionalmente con grandes como Art Pepper, Miles Davis o Herbie Hancock. Su vida sentimental fue igual de intensa e inestable. Estuvo casado en tres ocasiones, tuvo multitud de relaciones y la mayoría de ellas no acabaron bien del todo, llegando a insinuarse que Baker tenía la costumbre de maltratar, incluso físicamente, a sus parejas. No murió joven ni dejó un bonito cadáver, pero en cualquier caso Chet Baker es por derecho propio una leyenda, un grande del jazz, autor de una obra inolvidable tanto en su faceta instrumental como en la de cantante. Casi todas las grandes canciones del jazz vocal recibieron, en algún momento, el dulce tratamiento de la voz y la trompeta de Chet Baker.
