Emma Rodríguez © 2020 /
“Nosotros deberemos esforzarnos más”, dice Martha C. Nussbaum en su ensayo La tradición cosmopolita. Un noble e imperfecto ideal. Se refiere a la necesidad de avanzar en el compromiso con los demás, con todos los ciudadanos del mundo, del cosmos. Se refiere a recuperar y perfeccionar sobre el terreno la idea de la dignidad para todos. Parto de la frase porque me parece muy significativa en el sentido de que nos anima a implicarnos. El cosmopolitismo es una bella palabra que no debe quedarse ahí, que no debe ser únicamente un concepto que se aplica a los viajeros, a los conocedores de culturas y modos diversos de vida. El cosmopolitismo es una rica tradición que arranca de los cínicos y los estoicos y que, a través de corrientes de progreso y de grandes figuras del pensamiento, ha llegado hasta hoy, desembocando en el movimiento de los Derechos Humanos. El cosmopolitismo sigue absolutamente vigente para ayudarnos a encontrar el rumbo en momentos de transición histórica, cuando la incertidumbre y el miedo impiden ver con claridad el horizonte de la solidaridad.
Para demostrarlo Nussbaum (Nueva York, 1947), profesora de Derecho y Ética en la Universidad de Chicago, autora, entre otras obras, de: El cultivo de la humanidad, La monarquía del miedo, Los límites del patriotismo, Crear capacidades o Envejecer con sentido, propone, en el libro que nos ocupa, un trayecto altamente estimulante, que atraviesa los tiempos y entabla fértiles, sugerentes, diálogos con pensadores de ayer que fueron trazando las rutas, valorando sus hallazgos y haciendo hincapié en sus errores; recuperando los logros y analizando las imperfecciones; echando por tierra las ideas, los obstáculos, que impiden que nos comportemos como ciudadanos del mundo.
El talante crítico, la lucidez a la hora de reflexionar sobre las contradicciones del presente, y la capacidad didáctica, caracterizan la obra de la autora, una destacada figura en el ámbito de las ciencias sociales –en 2012 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias en este campo– , que ha bebido intensamente en las fuentes de los filósofos clásicos y que, en su recorrido, no ha dejado de escribir, desde distintas perspectivas, sobre las desigualdades, los derechos de las mujeres, los conflictos de religión y la relación entre emociones y política. Su coherencia, sus inquietudes y su don para trazar puentes de entendimiento, se perciben en La tradición cosmopolita, un conjunto de ensayos que se plantea como un hilo de legados, de ideas que se van transmitiendo y enriqueciendo a lo largo de los siglos y que se convierten en un poderoso nutriente para el ahora.
Los estoicos ortodoxos y Cicerón, Hugo Grocio y Adam Smith, son los acompañantes principales que ha elegido Nussbaum para emprender este viaje que sigue los pasos del cosmopolitismo como caudal fecundo e inspirador. Podrían haber sido muchos más, de hecho hay alusiones a otras figuras clave como Marco Aurelio o Kant; podría haber abarcado otras épocas y otras culturas, pero, como ella misma explica, lo que le ha interesado ha sido centrarse en las tradiciones filosóficas de Occidente y analizar las aportaciones de quienes han dado pasos de gigante y han hecho avanzar la tradición en el rumbo hacia el presente, teniendo en cuenta la importancia de los bienes materiales en el logro de la dignidad humana.
DIÓGENES EL CÍNICO, LA PRIMERA PIEDRA
Como nos cuenta en el arranque del ensayo fue Diógenes el Cínico el que puso la primera piedra en el camino, cuando al ser preguntado por su lugar de procedencia respondió con la palabra “kosmopolitês” (“ciudadano del mundo”, del “cosmos”). “Aquel momento, ficticio o no”, narrado con posterioridad por Diógenes Laercio, ha llegado hasta nosotros como un “acto fundacional”, nos dice la pensadora. Sucedió entonces, explica, que “un varón griego rechazó la invitación a definirse por su estirpe, su ciudad, su clase social, su condición de hombre libre o incluso su género”, insistiendo en “definirse atendiendo a una característica compartida con todos los demás seres humanos, hombres y mujeres, griegos y no griegos, esclavos y libres”.
Sucedió entonces que, al caracterizarse como “ciudadano del mundo”, Diógenes dio “a entender también que es posible una política –o una aproximación moral a la política– centrada en la humanidad que compartimos más que en las marcas de origen local, el estatus, la clase y el género que nos dividen”, voy leyendo.

Cuando hoy, desde movimientos de ultraderecha, se lanzan sucesivas campañas de odio hacia los otros: hacia los extranjeros, los vulnerables, los oponentes… quienes no las secundamos nos quedamos perplejos y debemos poner empeño en no ser arrastrados por la riada del histerismo. En tiempos de relativismo y equidistancia, cuando parece que todo vale, cuando las mentiras ocupan desproporcionados espacios mediáticos y se acallan las voces de quienes las rebaten, nos duele el silencio y parece que hemos perdido el lenguaje de la dignidad. Por todo ello, en medio de la confusión y del ruido, me parece tan recomendable y saludable, sumergirse en este ensayo que recobra valores esenciales, principios que se convierten en un potente asidero para resistir, para seguir creyendo que aún es posible construir sociedades mejores.
Diógenes el Cínico FUe el que puso la primera piedra en el camino de la Tradición Cosmopolita. al ser preguntado por su lugar de procedencia respondió con la palabra “kosmopolitês” (“ciudadano del mundo”, del “cosmos”).
Martha C. Nussbaum nos lleva a recuperar, sí, el vocabulario de la ética, de la moral, de la dignidad, y, curiosamente, estas palabras que son los pilares del humanismo, tan desaparecidas ahora de las noticias, del ámbito de las redes sociales, nos resultan refrescantes, benéficas. Con ellas se escribió la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un espacio en el que ha desembocado el cosmopolitismo y del que parte la investigadora para trazar su versión del “Enfoque de las Capacidades”, centrado en las oportunidades que todos los individuos deben tener para desarrollar una existencia digna y en las garantías que deben cumplir las naciones para que se las considere justas. Aquí, en este apartado, básico en la obra de la autora, culmina el ensayo, pero antes hay un largo e interesantísimo trecho en el que se apuntalan, como decía antes, los logros de la tradición cosmopolita y se analizan sus problemas para superarlos y seguir avanzando.
La idea de que la relación con las personas que viven fuera de nuestras naciones no está regulada por consideraciones de conveniencia y seguridad, sino por el principio ético de la dignidad, que debe acompañar a la vida de todo ser humano, es uno de los puntos fuertes de esta corriente, pero hay una gran falla en la que Nussbaum hace hincapié una y otra vez, una gran incoherencia desde los estoicos, para quienes los bienes materiales, “externos”, no son necesarios para “el florecimiento de la vida”, lo que conduce a la bifurcación ciceroniana entre los deberes de justicia y los deberes materiales, de ayuda.
CICERÓN Y LA SENDA DE LOS ESTOICOS
La profesora nos conduce a la lectura de De officiis (Los deberes), de Cicerón, “quizá el libro más influyente en la tradición occidental de la filosofía política”. Un libro escrito por el político y pensador mientras se escondía de quienes pretendían asesinarlo por orden de Marco Antonio, donde defiende que “la reflexión filosófica es esencial para la vida pública y que los filósofos tienen el deber de servir al bien común”. Las ideas en él planteadas fueron desarrolladas por pensadores posteriores de la Edad Media; se convirtieron en la “base de la teoría de la guerra justa e injusta de Grocio” (siglo XVII) e influyeron poderosamente en filósofos posteriores, así como en la toma de decisiones políticas ejecutadas a lo largo del tiempo.
En la obra queda claro que los deberes de justicia deben cumplirse estrictamente. No hacer daño; no usar la violencia ni el robo contra los otros; abstenerse de practicar engaños de cualquier clase; tratar a los adversarios con respeto y honestidad… son reglas básicas de “respeto por la humanidad”; indican “la obligación de tratar a cualquier ser humano como un fin en sí mismo y no como un medio para un fin” y dibujan un mundo acorde con la ley moral de la naturaleza.
En “Los deberes”, “quizá el libro más influyente en la tradición occidental de la filosofía política”, Cicerón defiende que “la reflexión filosófica es esencial para la vida pública y que los filósofos tienen el deber de servir al bien común”.
Sobre la condena de la tortura y la crueldad, incluso más allá de las propias fronteras, la respuesta es clara y firme. Pero en lo que respecta a los derechos relacionados con la prestación de ayuda material a otros, el cariz es mucho más elástico y se adapta a “muchas salvedades y restricciones”. Martha Nussbaum se pregunta por qué a Cicerón le resulta tan terrible la idea de que un ciudadano agreda, robe o mienta a otro, “y sin embargo, no ve problema alguno en que hayan personas que mueren de hambre mientras la nación propia acumula excedentes”. La férrea defensa de los derechos de propiedad y la idea de que la gratitud se debe cultivar ante todo con los próximos, así como la influencia estoica respecto a que se debe estar por encima de las vicisitudes de la fortuna y que las cosas externas no influyen en la buena vida, tienen mucho que ver en la postura del jurista romano.
Nadie hoy puede justificar que se pueda tener una buena vida entre penurias. Pero la pregunta de nuestra autora sigue teniendo plena vigencia en un presente donde se continúan sin corregir las desigualdades, donde hablar de redistribución de la riqueza sigue siendo un tema demonizado por los sectores más conservadores de la sociedad.

“Cuando las personas están desnutridas, carecen de agua limpia y no disponen de acceso a recursos relacionados con la salud, la educación y otros bienes “materiales”, difícilmente pueden cultivar igual sus capacidades para elegir o pueden expresar su dignidad humana básica. Por decirlo en los términos del movimiento moderno de los derechos humanos, el ejercicio de los “derechos de primera generación”, como la libertad religiosa y la libertad política, requiere que se protejan antes los “derechos de segunda generación”, es decir, los derechos económicos y sociales”, argumenta Nussbaum, quien lamenta que a día de hoy no existan doctrinas asentadas sobre los deberes de ayuda material, de transferencias materiales entre naciones.
Lo preocupante es que “las desigualdades materiales entre países son un hecho notorio de la vida del siglo XXI” (…) “Los derechos que hoy convencionalmente llamamos “derechos sociales y económicos”, no han sido objeto aún de un análisis claro en clave transnacional” (…) “Sigue sin existir prácticamente consenso alguno sobre la cuestión y, bien puede decirse que algunas de nuestras principales teorías de la justicia la ignoran sin más por el simple hecho de que toman el Estado Nación como unidad de base”, indica la autora.
“Nos encontramos”, prosigue, “en una posición incómoda, por no decir algo peor. Es evidente que la pobreza y la falta de bienes sociales y económicos como la sanidad y la educación deforman las vidas humanas tanto como pueden deformarlas la ausencia de libertades políticas, y que las privaciones de uno y otro tipo están interconectadas por múltiples vías (…) Si nos preguntaran al respecto, la mayoría de nosotros admitiríamos que somos miembros de una comunidad mundial amplia y que tenemos cierta obligación de prestar ayuda material a otros miembros más pobres de esa misma comunidad; sin embargo, no contamos con una imagen clara de cuáles son esas obligaciones, ni qué entidad (La persona, El Estado) es portadora de las mismas, ni de cómo deberían materializarse estas”.
“las desigualdades materiales entre países son un hecho notorio de la vida del siglo XXI. Los derechos que hoy convencionalmente llamamos derechos sociales y económicos, no han sido objeto aún de un análisis claro en clave transnacional”, señala NUSSBAUM.
Visto con perspectiva es desolador pensar que seguimos en este punto y que aún estamos lejos de llegar a soluciones. Nussbaum plantea el problema en clave transnacional, pero es que aún dentro de los propios Estados hay bolsas de pobreza y amplios sectores de población vulnerable, que no llegan a ver cubiertas sus necesidades básicas. A día de hoy en países como España existen férreas reticencias a aplicar una fiscalidad justa o a poner en marcha sistemas de renta básica por el bien de la dignidad colectiva.
Por eso, como os decía antes, resulta tan reveladora esta lectura. Tirar del hilo de la tradición cosmopolita nos acerca a nuestras propias contradicciones como sociedad, funciona como un espejo en el que mirarnos a fondo. Son muchas las complejidades que se plantean en este ensayo tan recomendable para ciudadanos inquietos y para cualquier político o aprendiz de la política y las relaciones internacionales. Imposible recogerlas todas en este artículo que pretende ser un acicate para que os sumerjáis en sus páginas.
Cicerón nos ha dejado un gran legado, hermanado con la comunidad estoica: “el esbozo general de un mundo en el que todas las actividades de los individuos y los Gobiernos deberían estar circunscritas dentro del respeto por la humanidad”. Las aportaciones de conceptos e ideales valiosos para el campo de las relaciones internacionales es evidente. Su obra es un punto de partida luminoso, sobre el que seguir debatiendo. Nussbaum dialoga con él desde el presente. Critica muchos de sus postulados, pero lo considera un guía que “nos muestra cómo la amistad, el amor familiar y el amor por la república sostienen una vida dedicada a los fines cosmopolitas”, y manifiesta su agradecimiento por planteamientos sorprendentes en su tiempo que, a día de hoy, siguen siendo absolutamente inspiradores e incluso radicales.
Su visión de un “mundo íntegramente regulado por la ley moral y no por meras consideraciones de interés propio, seguía siendo radicalmente novedosa en la Europa de la Edad Moderna temprana, donde las ideas sobre la naturaleza amoral de la política internacional eran ya dominantes”, señala la pensadora, quien sostiene que sigue siendo radical en la actualidad, “cuando los factores vinculados a la seguridad nacional dominan todavía el enfoque que la mayoría de las naciones aplican a la hora de relacionarse con otros países e individuos”.
Entre los muchos pasajes en los que se detiene resulta muy interesante el referido al análisis ciceroniano de la “injusticia pasiva”. “No impedir una injusticia es en sí mismo una injusticia”, dejó dicho, y de esta idea parte nuestra autora para, de forma sagaz, señalar que hasta en sus argumentos más dudosos –volvemos a los deberes de ayuda material– es posible encontrar enseñanzas, puntos de partida. “Lo importante es que Cicerón tiene razón. De nada sirve decir “no he hecho mal alguno” si, en realidad, lo único que he hecho ha sido quedarme mirando cuando bien podría haber salvado a congéneres míos. Y esto que muy bien puede decirse de las agresiones sirve igual para el caso de la ayuda material. No ayudar cuando se puede hacerlo merece las mismas críticas que Cicerón dedica a quienes no defienden a un semejante: pereza, egocentrismo, desinterés. Pero Cicerón ha introducido en su argumento una reflexión fatal para él mismo… y para sus herederos intelectuales en épocas más modernas”.
LAS VALIOSAS APORTACIONES DE HUGO GROCIO
La influencia del clásico es evidente tanto en Hugo Grocio (siglo XVII) como en Adam Smith (XVIII), los otros dos grandes protagonistas de este apasionante recorrido, dos figuras que alargan y enriquecen la tradición cosmopolita. Son muchas las aportaciones de Grocio, a quien debemos obras muy significativas sobre la libertad de los mares y la ley de la guerra. A grandes rasgos, podemos destacar sus argumentos a favor de la idea de que “las relaciones internacionales deberían considerarse regidas por unas normas morales estrictas”; su avance en lo referente al problema de la desigualdad material internacional, partiendo de una “distribución justa de la propiedad” y admitiendo la existencia de obligaciones transnacionales de ayuda internacional en determinadas circunstancias (lo que le aleja de la bifurcación de deberes de Cicerón); su defensa de la tolerancia a la diversidad de creencias religiosas y sus aportaciones en la concepción de la soberanía nacional. Una soberanía que no está reñida con su imagen de una “sociedad internacional”, “imbuida de normas morales”, que “vincula por vías complejas a individuos, Estados y grupos no estatales diversos”, sin dejar por ello de “respetar la soberanía y la autodeterminación nacionales”.
Como nos pasa tantas veces, resulta deslumbrante, encontrar en el ayer visiones que aún no hemos podido alcanzar, realizar. La idea de sociedad internacional, “ha sido señalada por algunos pensadores recientes”, indica Nussbaum, “como prueba de que Grocio fue un clarividente precursor de nuestro mundo contemporáneo, en el que necesitamos imaginar la sociedad internacional de un modo polifacético y flexible, conscientes de la tensión y la ambigüedad que lo caracterizan”.
El jurista y escritor de origen neerlandés, que fue perseguido por sus creencias religiosas arminianas (heréticas), y hubo de abandonar Holanda y tomar el camino del exilio, rumbo a Francia, nos dejó páginas muy valiosas para afrontar asuntos tan controvertidos hoy como el de la “admisión de migrantes necesitados”. Tienen derecho a ser acogidos temporalmente en otro país y si han sido expulsados de su patria de origen, tienen derecho a asilo permanente, “siempre y cuando se muestren dispuestos a someterse a los mandatos del Gobierno legítimo de la nación de acogida”, sostiene este digno precedente de la Ilustración, este adelantado a su tiempo, que planteó también “una prometedora base para la idea de que todas las naciones comparten ciertos deberes de protección del entorno natural”.

De él, de sus convicciones, pero también de sus tensiones, parte Martha Nussbaum para abordar temas de tanta actualidad como los límites de los estados soberanos, que atentan contra derechos individuales como la libertad de expresión y de conciencia, o la necesidad de intervenciones humanitarias, formulando preguntas que están en el fondo de muchos de los conflictos que mueven las relaciones internacionales: “¿hasta qué punto es justo intervenir en los asuntos internos de una nación soberana que está violando los derechos de sus miembros?”
“La conclusión de Grocio”, explica la autora, “es que el respeto moral por la soberanía nacional, combinado con el reconocimiento de la codicia y la falibilidad del juicio humano, deberían volvernos muy reacios a intervenir a la fuerza en los asuntos de otra nación”; pero “en ciertos casos graves y extremos, sí es permisible y hasta recomendable acudir en defensa de los oprimidos. El corpus central de esos casos viene definido por los principios de la ley moral: los peores serán aquellos en los que se vulnere la dignidad humana de un modo extremo y excesivo, normalmente por medio del uso de la violencia y la coerción”.
GROCIO, QUE FUE PERSEGUIDO POR SUS CREENCIAS RELIGIOSAS Y HUBO DE ABANDONAR HOLANDA Y EXILIARSE EN FRANCIA, NOS DEJÓ PÁGINAS MUY VALIOSAS PARA AFRONTAR ASUNTOS TAN CONTROVERTIDOS HOY COMO EL DE LA “ADMISIÓN DE MIGRANTES NECESITADOS”.
En el constante puente entre pasado y presente que es este libro, estimulada por algunos pasajes del pensador de los Países Bajos, reflexiona nuestra autora sobre el concepto de Gobierno mundial frente a la estructura de los estados-nación; algo que en su opinión representaría un claro peligro por la “omnipresencia y dominio” que puede representar ese tipo de poder global. Pone el ejemplo de la actual crisis de la Unión Europea y las deficiencias de instituciones como Naciones Unidas en cuanto a su nivel de responsabilidad “ante las naciones que supuestamente representa”. Y no olvida tampoco los males de la globalización económica, “poderosas multinacionales que absorben soberanía de las naciones más pobres en busca de una política que no se puede decir que estén motivadas por la ley moral (…) pues el mercado global es amoral y políticamente irresponsable”.
En su obra, Hugo Grocio está adelantándose a la idea de los derechos de bienestar social mínimos que debe cumplir toda sociedad justa y que deben adscribirse a un marco mundial, “aun cuando los recursos para financiar la satisfacción de tales necesidades deban tomarse de las arcas de otra nación”. Nos dice Martha Nussbaum que, aún teniendo en cuenta la abstracción y las limitaciones de los planteamientos del jurista del XVII, su “novedoso análisis moral plantea implicaciones significativas para el debate y la política internacionales” y destaca que supo ver lo que aún el statu quo imperante se niega a aceptar: que mantener “la paz duradera en el mundo nos obliga a un replanteamiento radical” de la distribución de la riqueza a nivel global.
ADAM SMITH, LEJOS DEL “ADALID DEL MERCADO ÚNICO”
El capítulo dedicado a Grocio, del mismo modo que el de Cicerón, como os decía antes, sirven a Martha Nussbaum para plantear las contradicciones, los graves conflictos, de un presente convulso. Y no podía ser menos el de Adam Smith (1723-1790), al que, como bien resalta la autora, “se le suele retratar erróneamente como un adalid del mercado libre y sin restricciones”. Resulta muy interesante comprobar de qué manera el neoliberalismo se ha apoderado de unas cuantas ideas esbozadas por el filósofo y economista escocés, sin tener en cuenta la totalidad de una obra compleja que, aunque defiende la eficacia de determinadas medidas liberalizadoras, es contraria a muchos de los postulados de base y de las actuaciones de esa corriente que la ha adoptado como ejemplo de sus posturas.
“Toda una nueva ola de estudios sobre su pensamiento ha comenzado a desmontar esas lecturas erróneas”, indica Nussbaum. Y señala que, aunque Smith, sostiene “unas controvertidas tesis sobre el libre mercado y el libre comercio, su argumento parte de una sentida empatía con el trabajador corriente y del respeto por el potencial humano de la persona”, lo que –me permito añadir– lo alejan de las políticas de recortes, contratos basura y bajadas de salarios, por el bien de los beneficios empresariales, que definen las políticas neoliberales.

Nuestra autora valora las aportaciones sumamente útiles que realiza Smith en el progreso de la tradición cosmopolita, especialmente en la disolución de la bifurcación ciceroniana, “pues pone especial énfasis en la importancia del compromiso nacional con la redistribución material”. Pese a que en su recorrido hay contradicciones, que son analizadas por la profesora de Ética y Derecho en la Universidad de Chicago, basta leer su libro La riqueza de las naciones, para comprender la importancia que dio a los pilares materiales para el florecimiento de la dignidad humana. En sus páginas argumenta que, “del concepto mismo de humanidad, se desprenden unos deberes estrictos de ayuda material en el contexto nacional interno, sobre todo en los ámbitos de la salud y la educación”, deberes que, en cierto modo, se extienden al conjunto del mundo.
Adam Smith, indica Martha Nussbaum, “posee un profundo conocimiento de la realidad de la vida de la clase trabajadora. Sabe apreciar muy claramente lo mucho que las costumbres y la educación marcan la diferencia en cuanto a las aptitudes humanas, y sabe ver también que las circunstancias de la vida pueden hacer que las facultades humanas básicas florezcan (si son propicias) o se agoten y se deformen (si son perversas). Entiende igualmente que los sistemas legales y económicos desempeñan un papel crucial a la hora de permitir que las personas desarrollen sus capacidades humanas innatas”.
ADAM SMITH “posee un profundo conocimiento de la realidad de la vida de la clase trabajadora y Sabe apreciar claramente lo mucho que las costumbres y la educación marcan la diferencia en cuanto a las aptitudes humanas”.
En su recorrido, el filósofo, al que tanto admiraba Kant, en cuyo pensamiento es palpable su influencia, también muestra su desacuerdo con la dominación colonial y el daño económico que causa en las naciones colonizadas; propone una “noción positiva, aunque también crítica, del patriotismo”, detestando su irracionalidad y abogando por “una teoría de la lealtad global que vincula la nación con unos fines cosmopolitas”; es contrario a los monopolios y denuncia el “desequilibrio de poder existente entre patronos y trabajadores”.
Para él, “el estado de cosas deseables”, indica Martha Nussbaum, “sería que las deliberaciones de un parlamento se guiarán “por una amplia visión del bien común y no por la inoportunidad vocinglera de los intereses privados”. Y más adelante analiza sus ideas sobre el carácter intervencionista del Estado, desmintiendo a quienes consideran que Smith defiende a ultranza la inacción estatal, pues en muchos casos considera que hay ciertos ámbitos en los que los Estados deberían mostrarse más activos, por ejemplo en la regulación de los monopolios y la práctica de la dominación colonial. Estuvo a favor de la abolición del comercio de esclavos y también veía con buenos ojos la regulación de los salarios para favorecer a los trabajadores.
A la autora le interesa mostrar las tensiones en las que se mueve esta figura clave de la filosofía económica. “Es un gran error leerlo como si fuera el apóstol del mero interés propio”, nos dice, aludiendo a la combinación de respeto por la dignidad humana e igualitarismo moral que definen su obra; haciendo hincapié en el punto de partida de su pensamiento: “la norma moral del respeto por las capacidades de decisión y elección de cada persona”, considerando que “una sociedad buena será aquella en la que las personas aprenden a tener autodominio y en la que sus capacidades de autocontrol son respetadas por las instituciones bajo las que viven”.
Adam Smith, como explica Martha Nussbaum, entendía que “para que una vida esté a la altura de la dignidad humana es necesario algo más que protegerla de la agresión, la tortura y el robo; son necesarias, también, ciertas condiciones de trabajo, pues es en el ámbito laboral donde la humanidad de una persona se expresa de un modo profundo y fundamental”. Según las propias palabras de este gran precursor de la tradición liberal: “Ninguna sociedad puede ser floreciente y feliz si la mayor parte de sus miembros es pobre y miserable”.

El pensador rompe, por tanto, con la idea estoica de la irrelevancia de los bienes externos, concediendo una gran importancia a la educación como base esencial en la buena organización de la sociedad, llegando a abogar por un “sistema de educación de bajo coste a través de las escuelas parroquiales”. Sin embargo, como señala la autora de La tradición cosmopolita, son muchos los aspectos en que el estoicismo siguió influyendo en el pensamiento de Smith, hasta el punto de provocar incoherencias en el desarrollo de su obra, muy de manifiesto en su libro La teoría de los sentimientos morales.
“NINGUNA SOCIEDAD PUEDE SER FLORECIENTE Y FELIZ SI LA MAYOR PARTE DE SUS MIEMBROS ES POBRE Y MISERABLE”, SEÑALA SMITH, GRAN PRECURSOR DE LA TRADICIÓN LIBERAL, EN “LA RIQUEZA DE LAS NACIONES”.
En esta entrega, que se aleja en parte de “sus mejores hallazgos y apreciaciones”, como sostiene Nussbaum, Smith llega a considerar que la “beneficencia” no es algo obligatorio, que no practicarla puede ser reprochable moralmente, pero no provoca “un menoscabo efectivo a nadie”, mientras que no ocurre lo mismo con el incumplimiento de los deberes de justicia. Y, muy estoicamente, sostiene que “la verdadera serenidad puede alcanzarse en cualquier posición social”, siendo “el interés ambicioso por el estatus totalmente banal e inapropiado”. Resulta interesantísimo seguir las reflexiones de la autora sobre los matices, complejidades, contradicciones y tensiones que sacuden el trayecto intelectual del economista.
Los estoicos tienen mucho que ver en la defensa a ultranza que hace Smith de la virtud, que debe alejarse de la vida cómoda, del bienestar, e influye en otro aspecto, la poca consideración del pensador hacia las mujeres, hacia su trabajo y contribución a la economía, que centra muchas de las críticas más feroces contra su obra. Para Smith, las mujeres, representación de la debilidad y la flaqueza, deben recibir una educación eminentemente práctica que se ajuste a sus labores en el hogar y esto “es sorprendente incluso para su época”, señala Martha Nussbaum, en cuya opinión esto tiene que ver también con el principio estoico del “autodominio”, del control que las mujeres hacen perder a los hombres. “El suyo es un machismo estoico sutil”, nos dice, “el machismo del autodominio y el desprecio por la diversidad”.
Pese a todos los aspectos discutibles que se encuentran en el recorrido de Adam Smith, de lo que no cabe duda es de que las aportaciones realizadas por el autor en La riqueza de las naciones revitalizan y encauzan la tradición cosmopolita hasta el presente. Como señala la investigadora sus tesis sobre la importancia de las instituciones en la vida de las personas, y su consideración de que “la esclavitud, la dominación colonial y ciertas formas de dominio de los ricos sobre los pobres son vulneraciones de la justicia básica”, suponen una corriente de avance hacia el presente, son “argumentos similares a los que hoy formulan los proponentes del llamado Enfoque de las Capacidades”, vertiente a la que se adscribe Martha Nussbaum, con sus particulares aportaciones.
DERECHOS HUMANOS Y ENFOQUE DE LAS CAPACIDADES
En la última parte de La tradición cosmopolita la autora abraza el hilo de legados que tanto nutren su obra y se centra en su significado en la actualidad. Los estoicos, Cicerón, Grocio, Adam Smith y tantos otros, han iluminado la idea de “comunidad moral global”, han dado sentido a la noción de “ciudadanos del mundo” y hoy “deberemos esforzarnos más” en alcanzar la dignidad para todos. La tecnología, las redes sociales, hacen que estemos más conectados que nunca, pero, ¿nos sentimos más próximos a lo ajeno? ¿Somos más empáticos, más solidarios, con los vulnerables, con los que viven en nuestras ciudades y con los que habitan en cualquier lugar del mundo? ¿Hasta qué punto hemos avanzado hacia sociedades menos antropocéntricas, que entiendan la colaboración multiespecies? Estas son preguntas pertinentes, que deberemos plantearnos una y otra vez. Preguntas especialmente acuciantes en tiempos de crisis económica, sanitaria, climática.

¿Podemos desentendernos del mundo? ¿Qué estamos dispuestos a hacer, a cambiar, para afianzar y cultivar con autenticidad los regalos que nos ofrece la tradición cosmopolita? me planteo mientras voy pasando las páginas de este ensayo tan vivificante. “La tradición ciceroniana-grociana, radical y muy controvertida en su tiempo, se ha convertido hoy en el punto de partida necesario para cualquier reflexión sobre moralidad en una era de rápida globalización como esta”, señala Nussbaum, quien considera que hay que seguir trabajando en los problemas de hondo calado que las grandes figuras de la corriente dejaron abiertos y que todavía no han sido resueltos, en relación a las obligaciones con los de fuera de nuestras naciones y a los deberes de ayuda material.
La autora se dirige a los hombres y mujeres de los países desarrollados, democráticos, en los que podemos manifestarnos y decidir con el voto. Es el suyo un llamamiento a tomar conciencia de la realidad en que vivimos. “Nuestro grado de interconexión aumenta en fenómenos como el de la migración, en el que podemos englobar desde las oleadas de personas que buscan refugio en otros países huyendo de desastres políticos en lugares como Siria o América Latina, o de violaciones de derechos humanos en muchas partes del mundo, hasta los ya crónicos flujos de personas que huyen de la pobreza y delincuencia en América Latina y África. Nosotros, como ciudadanos, participamos en la elaboración de políticas que afectan a las vidas de esas personas, ya sea para acogerlas o para rechazarlas. Pero la idea radical de la Tierra como propiedad común, formulada en su día por Grocio, todavía no se acepta actualmente (cierto es que ni siquiera él la desarrolló con un mínimo de precisión), y las migraciones son la fuente de algunas de nuestras más enconadas batallas políticas”.
A diferencia de en la época de Grocio y compañía, contamos ahora con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Su defensa es el camino a seguir para alcanzar un orden global justo, y aquí me permito introducir el gran avance que supone la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, adoptada por la Asamblea General de la ONU. Un plan que no se queda en los ideales, que plantea acciones que cada país deberá adoptar, teniendo en cuenta sus circunstancias, a favor de la mejora de las condiciones de vida de las personas en todo el mundo y del planeta. Entre sus grandes desafíos: la erradicación de la pobreza y la puesta en marcha de medidas urgentes contra el Cambio Climático.
“la idea radical de la Tierra como propiedad común, formulada en su día por Grocio, todavía no se acepta, y las migraciones son la fuente de algunas de nuestras más enconadas batallas políticas”, argumenta la autora de “La Tradición cosmopolita”.
Martha Nussbaum considera que, pese a la poca capacidad de influencia de organismos como Naciones Unidas frente a conflictos de envergadura y ante regímenes tiránicos, su impulso en la adopción de normativas y cauces de progreso es importante, pues “dan fe de un consenso emergente” y pueden servir de base a la sociedad civil, a activistas y manifestantes para presionar a sus Gobiernos.
“Deberemos esforzarnos más”, vuelvo a la frase. En el último capítulo de su ensayo Martha Nussbaum se centra en el enfoque político que lleva defendiendo hace tiempo, un “Enfoque de las Capacidades”, que pone el énfasis en “la riqueza moral del ámbito internacional” y parte del hecho incuestionable de que “todos los derechos tienen un aspecto económico y social”; de que “no existe forma congruente alguna de separar los deberes de justicia de los deberes de ayuda material”. La complicidad de su enfoque con la tradición cosmopolita es evidente, pero la supera y conduce hacia el ahora.Y hay algo en lo que se aleja completamente de la misma, en su concepción antropocéntrica, ya que pone la dignidad del ser humano en primer plano (de los seres humanos con plenas capacidades, sin tener en cuenta las discapacidades cognitivas graves) y deja absolutamente de lado a las otras especies.
La corriente del Enfoque de las Capacidades, iniciada por el Premio Nobel Amartya Sen, y que ha servido de inspiración para la elaboración del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, cuenta con partidarios del antropocentrismo, pero la versión de Nussbaum es más abierta y tiene muy en cuenta “la relación próxima y respetuosa con los animales, las plantas y el mundo natural”. Llega incluso a plantear “el reto de reformular la justicia teniendo en cuenta a todo el mundo de los seres sintientes”.

No se entienden las capacidades como destrezas, sino como oportunidades para elegir cosas que los individuos valoran y que los países, las sociedades, deberían poner a su alcance, o dicho de otra manera, la propuesta “se centra en que las personas tengan libertades sustanciales para elegir las cosas que valoran”. Es una manera de calcular la calidad de vida y el bienestar entre naciones que no tiene nada que ver con medidores como el del Producto Interior Bruto. “Una nación puede registrar alzas del PIB sin estar haciendo nada por favorecer las libertades y los derechos políticos, y también puede aumentar su PIB gracias a factores que no guardan ninguna relación directa con mejoras en sanidad y educación”, argumenta la autora.
EN SU ENfoque de las capacidades NUSSBAUM tiene en cuenta “la relación próxima y respetuosa con los animales, las plantas y el mundo natural” y plantea “el reto de reformular la justicia teniendo en cuenta a todo el mundo de los seres sintientes”.
En particular, Martha Nussbaum, que ha colaborado estrechamente con Sen, propone una lista de las diez capacidades –algunas de las cuales se bifurcan en distintos puntos– que, en su opinión, “una nación debe garantizar hasta un nivel o umbral mínimo para poder reclamarse justa”. Tienen que ver con el desarrollo de la vida en condiciones dignas (que permitan su plenitud); con la salud y la integridad física (sanidad, libertad de movimiento, protección frente a la violencia de cualquier tipo); con el cultivo de los sentidos, la imaginación y el pensamiento (territorio de la educación); con las emociones (“que el desarrollo emocional de las personas no se malogre por culpa del miedo o la ansiedad”); con la razón práctica (“poder reflexionar críticamente acerca de la planificación de la propia vida” y con “libertad de conciencia y de observancia religiosa”) y con la afiliación (proteger la libertad de reunión y de expresión política).
A estas primeras siete capacidades, añade la investigadora las bases sociales necesarias para ser tratados como “seres dignos de igual valía que los demás”, sin discriminaciones por razón de raza, sexo, orientación sexual, etnia, casta, religión u origen nacional. Introduce el respeto por las otras especies, al que ya he aludido anteriormente. Y se refiere a la capacidad del juego (“poder reír, jugar y disfrutar de actividades recreativas”) y al control sobre el propio entorno (político, en alusión a la participación efectiva en las decisiones políticas de los Gobiernos, así como a la libertad de expresión y de asociación) y material (poder poseer propiedades en igualdad de condiciones que las demás personas; tener derecho a buscar trabajo en un plano de igualdad con los demás y desarrollar ese trabajo de forma enriquecedora, desde el reconocimiento).
Evidentemente se trata de ideales, ideales a los que hay que tender, imaginar. Simplemente reconocerlos, visualizarlos, tenerlos a mano, ya nos ayuda a situarnos en el espacio de la dignidad, a manejar su lenguaje. “Se trata de una especie de plantilla abstracta que puede especificarse de forma más concreta para adaptarla a la historia y circunstancias materiales de cada nación en particular”, explica la autora, apuntando que lo importante es que “se fijen unos umbrales mínimos, a modo de aspiraciones”.
Hemos llegado al final. Martha Nussbaum reconoce en su obra el potente legado de la tradición cosmopolita, con todas sus carencias y debilidades, y nos dice que “las puertas de la ciudad cósmica deben estar abiertas para todos”. Yo vuelvo, de nuevo, a la frase de inicio: “Nosotros debemos esforzarnos más” si queremos construir sociedades mejores.
La tradición cosmopolita. Un noble e imperfecto ideal, de Martha C. Nussbaum, ha sido publicado por la editorial Paidós, sello donde se pueden encontrar otras obras de la autora. La traducción ha sido realizada por Albino Santos Mosquera.