Marta Sanz, el lenguaje subversivo, transformador, del feminismo

Emma Rodríguez © 2019 /

Lo personal es político es una frase que se convierte en una especie de estribillo en Monstruas y centauras y que también puede servir como tarjeta de presentación de Marta Sanz, una escritora que nunca deja de observar, de hacerse preguntas, de dar vueltas al presente, de analizar sus propias contradicciones, de tender puentes, de llevar la contraria, de incomodar. Acabo de leer este interesantísimo ensayo y tras finalizarlo me siento un poco apabullada. Es increíble la capacidad de Sanz para abordar tantos temas, para tocar tantas teclas a la vez, en un recorrido de 132 páginas. Su voz es como un torbellino, una corriente veloz que arrastra ideas, pensamientos, reflexiones… Y, al pasar las páginas, en todo momento, se percibe la presencia de una mano que, con urgencia, va descorriendo la cortina y destapando, destapándonos, dejándonos desnudas delante del espejo. 

En este artículo me voy a dirigir especialmente a las lectoras, a las mujeres, porque somos las protagonistas del libro. Pero no sin dejar de recomendarlo a los muchos hombres que asumen como propia la lucha feminista y que, sin duda, agradecerán un análisis tan próximo y sagaz. “Cuando escribíMonstruas y centauras”, lo hice intentando poner en práctica lo que yo pensaba que era un ensayo, un ensayo a la manera de Montaigne o del padre Feijoo. Ambos autores pretendieron siempre sacar a la luz los elementos de la ideología invisible que tenemos tan naturalizados que ya no nos parecen ideológicos. Es lo que llamaba Feijoo la superstición, las comunes supersticiones”, me contaba la escritora en un encuentro reciente. Y proseguía: “Respecto a los problemas de las mujeres y respecto al feminismo, estábamos y seguimos estando rodeadas de verdaderas supersticiones y frases hechas que la gente no se cuestiona. “El feminismo es lo contrario que el machismo”, por ejemplo. “Pues no, el machismo es una lacra, una enfermedad que es fruto del sistema capitalista, patriarcal, mientras que el feminismo tiene que ser un discurso corrector”.

En este libro que explora los nuevos lenguajes del feminismo y que surgió por encargo (de Silvia Sesé, editora de Anagrama, para la colección “Nuevos cuadernos”), Sanz habla con la frescura y la naturalidad con la que puede dirigirse a una amiga y al, mismo tiempo, resulta profunda, capaz de ahondar en conflictos ocultos, en heridas que duelen, en perplejidades que nos aturden. Con su mirada crítica, con su sentido del humor y sus confesiones cómplices, consigue poner el foco en actitudes e ideas asumidas a las que no somos capaces de enfrentarnos; porque forman parte de la información, de la educación, que hemos recibido y asimilado las mujeres generación tras generación –ese legado subterráneo, apenas visible, de nuestras antecesoras–. 

Nuestra autora tuvo muy claro que el desafío de Monstruas y centauras era intentar “sacar a la luz esas frases hechas que nos dañan y, por otra parte, practicar la idea de que la duda, las preguntas que nos hacemos cotidianamente, más allá de las ortodoxias, son las que nos ayudan verdaderamente a crecer y a transformarnos”. El ensayo es ciertamente un torrente de dudas, de búsquedas, de indagaciones, incluso de contrasentidos que pueden llegar a cruzarse y a producir estallidos de lucidez o simples grietas por las que resulta tentador colarse para ver que nos aguarda al otro lado, qué giros del lenguaje, qué imágenes, qué discursos nos representan, nos estimulan, nos provocan.

Yo quiero dudar respecto a muchas cosas que se dicen, respecto al ruido que hay sobre estos temas, pero al mismo tiempo con la convicción de que hay determinadas certezas que no son relativas. La situación de la mujer en términos cuantitativos, que luego provoca los horrores cualitativos en los que vivimos no se puede discutir. Yo puedo polemizar y puedo dialogar sobre muchas cosas. Puedo estar un día en absoluto acuerdo con las declaraciones de la actriz Frances McDormand cuando habla del “Me Too”. Puedo otro día estar en desacuerdo porque sí, porque además somos humanas… Pero, claro, hay cosas que se tienen que solucionar desde el punto de vista político, teniendo en cuenta esa absoluta vinculación entre lo económico y lo cultural que nos afecta a las mujeres”, me explicaba esta mujer tan inquieta y vivaz.

Y me decía que “tenemos que estar muy esperanzadas” porque, en su opinión, “la nueva identidad feminista que se está forjando es la que nos puede ayudar a solucionar la brecha de clase, la brecha de raza, la brecha de salud y el resto de las brechas”. Esa esperanza está presente en su ensayo, pero también hay cautela, expectación y una especie de llamamiento a no bajar la guardia en ningún momento. En Monstruas y centauras, como en toda la trayectoria de la escritora, destaca, además, una esclarecedora reflexión sobre el lenguaje, sobre sus posibilidades transformadoras.

Marta Sanz tuvo muy claro que el desafío de “Monstruas y centauras” era intentar “sacar a la luz esas frases hechas que nos dañan y, por otra parte, practicar la idea de que la duda, las preguntas que nos hacemos cotidianamente, más allá de las ortodoxias, son las que nos ayudan verdaderamente a crecer y a transformarnos”.

Ella me lo explicaba así: “No podemos estar siempre encerradas en la jaula del lenguaje como si no hubiera realidad, creo que eso es perverso. La realidad existe, no es solo una representación mental. En la realidad pasan un montón de cosas y el lenguaje también forma parte de esa realidad, también la construye. Yo me muero de risa, y eso lo cuento en el libro, cuando, por ejemplo, Irene Montero dice “portavozas” y de repente salen de las esquinas doscientos cincuenta mil lexicógrafos con gafitas pequeñas diciendo que el lenguaje no tiene la culpa, como si el lenguaje fuera aséptico, como si el lenguaje viniera del espíritu santo de Ferdinand de Saussure, que está esperando en una nube. “No, perdón, el lenguaje está absolutamente impregnado de poder, de ideología del poder y de discurso de los vencedores. Y, entonces, en la medida en la que está impregnado de esas connotaciones negativas, podemos usarlo subversivamente para convertirlo en una herramienta de transformación positiva. Cuando recurres a ese acto de subversión, a ese juego morfológico, sintáctico, poético, como lo queramos llamar, estás demostrando que el lenguaje te importa. No es que lo desprecies, no es que lo pises, estás mostrando que te preocupa como instrumento político y como propio objeto de estudio y de interés”.

Marta Sanz. Fotografías por Nacho Goberna

Mientras escucho la grabación y reproduzco las palabras de Marta Sanz, atenta a sus ritmos, al ímpetu de su discurso, reconozco que esa es la voz que anima Monstruas y centauras. Esa indagación en el lenguaje, esa interrogación constante de verdades asumidas, ese atreverse a poner en cuestión opiniones ampliamente extendidas y a desarticular argumentos como el de la inmovilidad del lenguaje, constituyen la argamasa del ensayo. La posición de Sanz, como ella misma cuenta en una breve nota introductoria, es la de la observadora de lo que acontece, la de quien se acerca a las noticias diarias desde una actitud para nada dócil. 

“El lenguaje está absolutamente impregnado de poder, de ideología del poder y de discurso de los vencedores. Y, entonces, en la medida en la que está impregnado de esas connotaciones negativas, podemos usarlo subversivamente para convertirlo en una herramienta de transformación positiva”.

Esa es la manera de estar en el mundo de la escritora, siempre con las ventanas abiertas a lo que acontece, pero de febrero a marzo de 2018 aguzó aún más el oído y puso en práctica una aproximación intensa a las corrientes de la actualidad. “Estas páginas nacen del desconcierto que provoca la saturación informativa. Estoy expuesta a tantas fuentes que ya no sé casi nada (…) Estas páginas se componen del jugo gástrico con el que he digerido el Me Too, la carta de las intelectuales francesas y la huelga feminista de 2018”, señala.

Esos tres acontecimientos son, en efecto, los puntos de partida, de reflexión, de un intenso recorrido en el que sale a relucir casi todo de lo que hablamos con nuestras amistades; mucho de lo que pensamos y un alto porcentaje de cuestiones que no nos planteamos porque las tenemos asumidas, interiorizadas, asimiladas. Monstruas y centauras, que camina en paralelo a obras como Todos deberíamos ser feministas, de Chimamanda Ngozi Adichie, y Mujeres y poder, de Mary Beard, –ambas son utilizadas como referencias por la autora, entre otros títulos–, arranca en la huelga y en las multitudinarias marchas feministas de 2018. Sanz (Madrid, 1967) acude con una amiga a la manifestación de Madrid y nos hace partícipe del cruce de impresiones entre ambas, del ejercicio de memoria compartido, pues las dos cultivan la amistad desde el instituto, y de las emociones al acompasar sus pasos a los de otros miles de mujeres. 

La educación sentimental y política de su generación, los experimentos, las búsquedas, el derecho a satisfacer los propios deseos en todos los ámbitos, más allá de las imposiciones y las normas sociales, asoman en el recorrido, mientras las riadas de manifestantes avanzan, las pancartas llenan de color las calles y mujeres de todas las edades gritan lemas reivindicativos que las acercan y las hace reconocerse en una lucha que viene de muy atrás y a la que cada vez se suman más, más compromiso, más conciencia, más denuncia…. “Las mujeres debemos recolectar nuestros relatos y a la vez aprender a releer los relatos de los hombres con los que nuestra mirada y nuestra voz han sido alfabetizadas. El canon y sus márgenes. Esos escritores y artistas a los que no podemos renunciar porque forman parte de nuestra manera de entender el mundo”, escribe Marta Sanz. 

El ayer y el hoy se dan la mano en Monstruas y centauras, porque somos el fruto de quienes nos antecedieron y llevamos su miedo, su pudor y también sus conquistas, en nuestros genes. Esta idea está muy presente en la entrega. Son muchos los temas de fondo que plantea este ensayo donde la violencia, en toda su extensión, hacia las mujeres, ocupa el lugar destacado que merece, con la lacra de la violencia machista en primer lugar. Las cifras son espeluznantes: casi mil mujeres han sido asesinadas en España en los últimos catorce años. Pero hay que ir más allá de las cifras. Hay que analizar las causas, hay que pedir respuestas políticas contundentes, hay que modificar las leyes…

La violencia económica, la violencia estructural, se desarrolla en paralelo a la violencia machista contra el cuerpo de las mujeres. El acoso, el abuso, la violación y el asesinato”, señala la escritora, quien analiza el miedo que despierta en los sectores más conservadores de la sociedad la última oleada feminista. Hoy utilizamos con toda naturalidad palabras como patriarcado, micromachismos y demás términos que nos ayudan a visibilizar las coordenadas de poder, los tradicionales posicionamientos de los sexos. Es un paso importante, pero aún quedan por desenmascarar y hacer frente a demasiados comportamientos fuertemente pegados a la piel, a la individual y a la colectiva. 

Ahí es donde resultan especialmente interesantes las zonas de luz que abre Marta Sanz con su potente foco apuntado hacia los lugares en penumbra. Con sus observaciones nos incita la autora a no amilanarnos, a no dejarnos convencer con argumentos manoseados, distribuidos repetidamente en los medios oficiales. Nada que ver la situación de las mujeres occidentales con las del Tercer Mundo, pero ese privilegio conquistado no puede utilizarse como argumento para acallar las reivindicaciones feministas. La solidaridad con las menos favorecidas fuera de nuestras fronteras no puede estar reñida con la lucha por la igualdad en los países en los que vivimos, con la búsqueda de modelos sociales en los que la fraternidad y los cuidados sean puestos en el centro. Pero a menudo la constatación de la diferencia se convierte en un argumento poderoso para acallar la queja, para despertar la culpa.

Las cifras son espeluznantes: casi mil mujeres han sido asesinadas en España en los últimos catorce años. Pero hay que ir más allá de las cifras. Hay que analizar las causas, hay que pedir respuestas políticas contundentes, hay que modificar las leyes…


No voy a permitir que nadie utilice mi supuesta situación de “privilegio” –siempre discutible– para taparme la boca y mitigar mi derecho a la queja. Lo he contado en “Clavícula”. Lo cuento en todos esos libros donde no paro de darle vueltas a lo que me duele y a por qué me duele”, voy leyendo. Y hay otro momento especialmente intenso: “Nunca han abusado de mí físicamente, pero siento que han abusado de mí todos los días: en el trabajo, con la autoexigencia que yo misma me impongo y para pagar las facturas. Abusan de mí cuando sé que no me puedo negar a casi nada –no puedo– y siento que mi dolor físico, mi ansiedad y mi miedo forman parte de una tríada punzante, y que ese tridente se hunde más en la carne de las mujeres empobrecidas, paradas, con pensiones de viudedad ridículas, presas de los ansiolíticos y de las consultas donde aún no se comprenden sus patologías porque no están codificadas en un lenguaje adecuado…”

Marta Sanz. Fotografías por Nacho Goberna

Lo que le duele a Marta Sanz es lo que nos duele a muchas otras y otros, a mujeres y hombres que experimentamos la revoltura en el estómago que nos produce la desigualdad, las brechas salariales y de todo tipo, la posverdad, la injusticia en tantos ámbitos de nuestra vida. Como os decía son muchos los temas que entran en un ensayo en el que la autora se pronuncia y nos invita a que nos pronunciemos a su lado, a que abramos interrogantes propios, a que busquemos en nuestro interior el fondo de tantos prejuicios para intentar sacudirlos, airearlos.

Monstruas y centauras es un libro que abre el diálogo en todas las direcciones, que afronta las contradicciones de un presente donde las certezas han saltado por los aires. ¿Dónde están nuestros moldes? ¿Hasta qué punto la conformidad y la comodidad de nuestras vidas nos impiden reaccionar? ¿Dónde se esconden y en qué situaciones se activan nuestras vulnerabilidades? ¿En qué momento nos hemos sentido víctimas y de qué manera hemos reconocido y respondido a nuestros verdugos? ¿Cómo reaccionamos ante situaciones de acoso? ¿Hemos percibido el sobreesfuerzo que supone ser mujer, ese tener que hacerlo todo fantásticamente bien para ser aceptadas? ¿Nos hemos puesto alguna vez traje y corbata y hemos agravado nuestras voces para ser consideradas una de los nuestros en los ámbitos de trabajo? ¿Qué opinamos de quienes lo hacen? ¿Hay otras maneras de asumir el poder?

Lo que le duele a Marta Sanz es lo que nos duele a muchas otras y otros, a mujeres y hombres que experimentamos la revoltura en el estómago que nos produce la desigualdad, las brechas salariales y de todo tipo, la posverdad, la injusticia en tantos ámbitos de nuestra vida.

Sobre las respuestas a estas preguntas, sobre la necesidad de reflexionar sobre todo ello, va construyendo Marta Sanz el armazón de su ensayo. “Son posibles vías de trabajo, son balizas”, nos dice al comienzo del recorrido. Hay hondura y hay sentido del humor en Monstruas y centauras. A Mary Beard, autora de Mujeres y poder, se dirige Sanz como una santa a la que ponerle velas para que se cumplan sus deseos, muchos de ellos coincidentes con los puntos de vista, con las aportaciones de la catedrática e historiadora británica. De ello hablamos en el encuentro reciente al que aludía al comienzo de este texto.

En Mujeres y poder nos dice Beard que no es fácil hacer encajar a las mujeres en una estructura que de entrada está codificada como masculina; que hay que cambiar la estructura. Considerar el poder de forma distinta significa separarlo del prestigio público y pensar de otra forma que puede ser una forma colaborativa, señala. No somos poderosas por ejercer nuestro dominio sobre los demás, sino porque somos capaces de crear vínculos.

– Estoy completamente de acuerdo. Esto nos lleva a pensar en las relaciones que se establecen en esa bola que es el poder, en las relaciones jerárquicas y de dominio. Y nos traslada al ámbito de las relaciones personales, al entendimiento de lo que es el amor, los sentimientos, a esa necesidad de pasar del vampirismo y de la relación de dominio a la colaboración. Es muy interesante todo este planteamiento. Y el otro gran desafío consiste en resignificar el lenguaje para saber qué significa ser poderoso, ser poderosa. Uno de los grandes logros del feminismo en los últimos tiempos es que ha encontrado maneras de nombrar cosas que antes no se nombraban. A las mujeres nos ha permitido revisar toda nuestra biografía y todas nuestras genealogías, con otro vocabulario que nos ha ayudado a entender cosas que antes formaban parte del territorio de la magia, de lo incomprensible o del trauma, por decirlo de algún modo. Nos faltaban las palabras para nombrarlo y analizarlo. Yo he entendido el mal humor, el mal carácter de mi madre, por ejemplo, cuando he sido capaz de situarlo en la clave de la insatisfacción laboral o la renuncia, que ella misma asumió, que asumió seducida por los cantos de sirena que tenían que ver con la normalidad de los tiempos. Hay un libro de María Moreno, Tierra de mujeres, donde la autora también es capaz de ver que todos los espacios de prestigio en nuestra infancia tenían que ver con las estancias que habitaban los hombres: la biblioteca, el despacho… Durante mucho tiempo ello nos ha llevado a rechazar la figura de nuestras madres. Yo hablo de ello en novelas como Daniela Astor y la caja negra, donde la protagonista se da cuenta en su madurez de lo injusta que ha sido a la hora de valorar a su madre. Creo que esto les ha pasado a muchísimas mujeres. 

La importancia del lenguaje para visibilizar, para sacar a la luz determinados hechos…

– Así es. Si nos paramos a pensar, todas en algún momento de nuestras vidas hemos sido pasto del abuso, y no voy a utilizar la palabra víctima, porque la palabra víctima es muy grande, pero ahora lo vemos claro, ahora lo entendemos y le ponemos nombre. Yo he escrito cuentos cuando era jovencita, porque no sabía lo que me estaba pasando, que eran cuentos que nacían del malestar, y que ahora de mayorcita y con las nuevas palabras que tengo no habrían dado lugar a cuentos sino a lo mejor a una denuncia. Esto es algo que hemos aprendido, y no es poca cosa. Hemos aprendido bastante. 

Sin embargo, en Monstruas y centauras expresas también la preocupación por si el sistema será capaz de apropiarse de gran parte de los logros del feminismo. Una vez que se absorbe pierde potencia, carácter subversivo y combativo. Ese peligro está ahí. Se ve en determinados artículos que visten de glamour el movimiento, en las camisetas con logos de grandes diseñadores…


Por eso, para que el feminismo no se convierta simplemente en el eslogan de un bolso, de una camiseta con la frase “Yo también soy feminista”, es fundamental que seamos muy conscientes del vínculo entre el feminismo y la economía; entre el feminismo y la política; entre el feminismo y el resto de las reivindicaciones sociales. Hay que tener una visión holística, una visión en la que se vincule la ecología, la economía, la sensibilidad feminista, los cuidados, todo a la vez. Y no debemos dejarnos usurpar el lenguaje. Una cosa es que busquemos un feminismo cada vez más inclusivo para solucionar los problemas que verdaderamente tenemos y otra cosa es que nos traguemos el sapo y la culebra del feminismo liberal. Si tú eres una banquera feminista y lo que estás haciendo es perjudicando la justicia social con tu modelo de empresa lo que debes es buscar la fórmula de hacer las cosas de otra manera, no atrincherarte cuando la política intenta mejorar las condiciones de vida de la gente.

Estamos hablando de un ensayo que va muy al hilo de lo que estamos viviendo, pero, por otro lado, sucede todo tan rápido… Estamos analizando la última ola feminista y ya está el fascismo llamando a la puerta… Está muy difundida la idea de que la literatura tiene que mantener una distancia prudente respecto a lo que acontece, pero no sucede así en tu caso. Tu obra corre en paralelo, da incluso la impresión de adelantarse. Todo el tiempo estás intentando explorar la realidad con sus contradicciones. Es una búsqueda permanente de respuestas: en qué mundo vivo, por qué es así, qué está pasando, qué nos mueve, qué nos marca, cómo puedo rebelarme o actuar.

-– Sí. Yo tengo esa sensación y sí es verdad que yo soy una mujer muy pegada a la realidad y que se hace preguntas permanentemente sobre las cosas que pasan e intenta hacerlo de una manera crítica. Y es verdad también que siempre me he adelantado a ciertas cosas. En Los mejores tiempos, que es una novela del año 2001, abordaba el tema de la Transición. Cuando no estaba de moda cuestionarla, por decirlo de alguna manera, yo me puse a hablar de la Transición, de su parte no tan complaciente. En el año 2003 escribí Animales domésticos cuando todavía la novela de la crisis no había estallado. De alguna manera ya estaba barruntando, por lo que veía en mi entorno, que las clases medias se estaban pudriendo, y que eso era peligroso porque las clases medias son absolutamente necesarias para mantener una democracia como la que pretendemos tener. En ese libro ya estaba hablando de las brechas de la desigualdad. Y en Amor fou planteaba situaciones de personajes que eran castigados por su país y por el sistema precisamente por ser cívicos y por tener actitudes políticas generosas y de combate. La verdad es que siempre me he encontrado, desde la escritura, en situaciones de gran incomodidad, siempre he estado muy contracturada. Que luego el tiempo te dé la razón, en realidad no es algo que alegre, porque te da la razón para cosas que no son precisamente buenas. Pero si en algo creo es en que la lucidez de la escritura tiene precisamente que ver con la capacidad para detectar dónde están los peligros del bosque, dónde está el lobo, dónde están las grietas. Ahora mismo acabo de terminar una novela, que se titula Pequeñas mujeres rojas, donde mi grieta y la detección del peligro, tiene que ver con ese discurso de la ultraderecha que demoniza la ideología de género y la ideología de la memoria. Es algo que me preocupa mucho y esa preocupación me ha llevado a escribir. A lo mejor es una novela más pegada a la realidad que otras que han sido en plan más pitonisa.

Marta Sanz. Fotografías por Nacho Goberna

Monstruas y centauras es un libro que gira en torno a los nuevos lenguajes del feminismo, pero, como dice una y otra vez la autora, el feminismo no puede desligarse del resto de reivindicaciones sociales. Por eso este ensayo también es un retrato, realizado con trazo rápido, de nuestras sociedades, las sociedades de las prisas, de la explotación, de los fondos buitre, de la alta tecnología, de la precariedad, de lo políticamente correcto y de las “fake news”. El feminismo, en su búsqueda de la igualdad y de la justicia social, es una corriente transformadora, impulsora de cambios trascendentales. De ahí que no encaje en los moldes del neoliberalismo; de ahí que se demonice o se quiera maquillar con esos tonos amables que no desentonan con las moquetas de los despachos del poder al uso. 

“Para que el feminismo no se convierta simplemente en el eslogan de un bolso, de una camiseta con la frase “Yo también soy feminista”, es fundamental que seamos muy conscientes del vínculo entre el feminismo y la economía; entre el feminismo y la política; entre el feminismo y el resto de las reivindicaciones sociales”.

En este sentido, Marta Sanz se detiene en el fenómeno del “Me Too”, en las celebridades que tanto han hecho por el feminismo denunciando los abusos a los que han sido sometidas, pero también se pregunta hasta qué punto todo eso ha sido utilizado, reducido a anécdota, vendido como espectáculo. Una mercancía más en el gran mercado global. Ventajas y desventajas. Movimientos hacia delante que pueden volverse en contra. Optimismo, pese a todo, porque el mensaje ha calado y el lenguaje se ha renovado. Seamos optimistas. “Estamos en el vórtice de mil contradicciones que no nos pueden dejar paralizadas”, señala Sanz. Vivimos en una sociedad capitalista y no podemos eludir los eslóganes, la publicidad, el constante intento de cosificación de todo, especialmente de las mujeres. Pero ello no impide que reconozcamos los movimientos y seamos capaces de ponerles nombre, de criticarlos, de reírnos de ellos y seguir adelante.

La seducción no tiene nada que ver con el abuso, ni su denuncia se convierte en una acción puritana. Pero en estos tiempos todo tiende a confundirse, a mezclarse en un turbio cóctel al que cada cual añade los ingredientes a su gusto. A ello se refiere Marta Sanz, a propósito de la carta con la que un grupo de intelectuales francesas respondieron al “Me Too”, otorgando argumentos a los enfurecidos varones que dicen defender las supuestas reglas del cortejo amoroso, del juego erótico, indicios del dominio masculino, aceptadas y asumidas durante tanto tiempo. 

La cuestión del feminismo se hace mediática gracias a la presencia de personajes mediáticos. Esperemos que no quede en noticia de usar y tirar, que cale, empape y sirva para corregir la legislación y las conductas cotidianas. Los juicios de valor”, escribe la autora. Todo es objeto de su atención. Las musas de la Transición y las del destape salen a relucir para hacernos ver hasta qué punto la mirada masculina ha determinado los cánones de belleza y los estereotipos femeninos a lo largo del tiempo. Y también las precursoras del feminismo: las cigarreras, que hicieron huelga a principios del siglo XX, las trabajadoras del textil y tantas mujeres anónimas que lucharon por los derechos de todas. Mujeres que entendieron que “lo personal es político”.


Vuelvo a la frase estribillo del ensayo: “Lo personal es político”, cuando estoy a punto de finalizar este texto. Es fundamental. Se trata de una declaración de intenciones, de un argumento que conecta con los temas y preocupaciones que recorren toda la obra de Marta Sanz, la obra de una mujer para la que la literatura tiene una potente capacidad para cambiar las miradas. “La literatura”, escribe en Monstruas y centauras, “interviene en el contexto social a través de la belleza, la conmoción, la inutilidad, la lentitud, la conciencia de la alteridad... A través de esa forma, incómodamente hermosa, que rompe el hielo, el cráneo y las frases hechas de quienes se atreven a escribir y a leer sin miedo a las mordazas”.

Marta Sanz. Fotografías por Nacho Goberna

Monstruas y centauras. Nuevos lenguajes del feminismo ha sido publicado por la editorial Anagrama en su colección “nuevos cuadernos”.

Las fotografías fueron realizadas por Nacho Goberna en el madrileño barrio de Malasaña.

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