Después de siglos de obsesión narrativa por separar autor de narrador, Carrére se pone por delante en sus libros.
Por Silvia Bardelás © 2017 / Mis abuelos, después de cenar, retiraban los platos y ponían la vida encima de la mesa. Se contaban historias que ya conocían. Parece una locura. ¿Dónde está la emoción de contarte historias que ya conoces, es más, que ya te has contado otras veces? Pues era emocionante. Aquellas historias los habían modificado a cada uno de manera diferente y parecían haber ocurrido en escenarios opuestos: mientras él visualizaba una lluvia suave, ella un viento loco. No eran capaces de ponerse de acuerdo en la realidad de los hechos. Para uno la protagonista era una mujer sencilla, para la otra, retorcida. Entonces se abría una disputa sobre cómo vestía, cómo hablaba o cómo saludaba para dejar claro si era sencilla o retorcida, pero en el fondo, el campo de batalla era otro. A partir de esa historia, ellos guerreaban, mostraban aquello que no podían decirse abiertamente creando una especie de catarsis emocional.
Cuando empecé a leer a Carrére, me vi en la mesa de mis abuelos. Era el mismo planteamiento. La voz del libro se sentaba conmigo para observar una historia y permitir que los dos nos mostráramos. Lo que más me llamaba la atención es que, al leerlo, le iba diciendo cosas a Carrére, como si hubiera escrito ese libro para recibir un consejo mío, para que de verdad alguien le dijera: “pero eres tonto, mira, qué estás haciendo”.
Coges un libro de Carrére y estás cogiendo una especie de carta, no piensas en una novela, una narración, autoficción, ficción autogestionada, metanarración, o alguna de las sub etiquetas que se ponen ahora, supongo que para manejar bien los metadatos a la hora de vender.
Coges un libro, lo abres y entras en contacto con Carrére a través de una historia. Las historias tienen valor por sí mismas, pero lo más importante es lo que provocan. Carrére ha tocado ese timbre. Nunca había abordado una lectura donde voy juzgando al autor mientras me cuenta las peripecias más rocambolescas de un personaje. Cuanto más inconcebible la peripecia del personaje, cuanto más extravagante su comportamiento o su forma de pensar, más atención pongo en Carrére.
Coges un libro de Carrére y estás cogiendo una especie de carta, no piensas en una novela, una narración, autoficción, ficción autogestionada, metanarración, o alguna de las sub sub etiquetas que se ponen ahora.
No he leído sus libros por orden, pero haciendo un recuento, entiendo que descubrí el timbre que toca en El adversario. El impulso que le llevó a escribir esa historia fue su necesidad de imaginar qué estaba haciendo él con sus hijos en el momento en que el protagonista, Jean-Claude Romand, mataba a los suyos. Ese acontecimiento le producía un malestar profundo y quería investigar por qué. Y mientras te cuenta la historia, la historia más horrible jamás contada y real, lo que verdaderamente te interesa es lo que le está pasando a él, al autor.
El momento en que carga con todo el sumario del juicio del asesino, en cajas y cajas que tendrá que guardar en su casa durante 20 años, es absolutamente turbador. El escritor se convierte en albacea del asesino y en ese momento surge una inquietud ética. Se hace consciente de la transcendencia del acto de escribir. Tiene que enfrentarse a qué es verdad y qué es mentira, a la oscuridad disfrazada de bondad, a la maldad disfrazada de bondad. No tiene duda de que está ante el adversario, una figura demoniaca a la que ha dado luz con su escritura. Esa inquietud va creciendo con el texto y al final aparece un efecto expresivo único y originado desde la lógica de la propia narración. Ya no tiene dudas de que ha sido utilizado por el asesino, siente que quizás no tendría que haber escrito el libro y entonces baja la voz y, literalmente, en la lectura, sientes que baja la voz.
A partir de entonces ya no abandona esta forma de escribir sobre algún personaje extravagante, oscuro, difícil de clasificar, para descubrirse a sí mismo. Después de la obsesión narrativa durante siglos por separar al autor del narrador, Carrére se pone por delante en sus libros. Soy yo el que habla, Emmanuelle Carrére, no me voy a inventar un narrador en primera persona, soy yo mismo porque lo que quiero es que te sientes conmigo a la mesa y nos pongamos a investigar sobre la vida.
Todo empieza por el interés que le suscita algún personaje real, por algo que ha ocurrido que no entiende y le obsesiona. Mientras indaga en la vida de ese personaje, en su pasado, su familia, sus amigos, la suya propia se va modificando. Quiere saber qué tiene que ver esa historia con él mismo. No hay héroe en su narración, ni por parte del personaje, ni por parte de él mismo. Lo que muestra es una vida por ver a la que se acerca sin códigos de interpretación fiables. Se expone desde la debilidad.
Ése es el estilo de Carrére desde mi percepción. Y eso es lo que me gusta, esa conversación secreta, una sobremesa sobre algo escabroso, difícil de ver, inmoral, delicado y que no se puede resolver. El vicio de revolver con un palito es exactamente ese rodear lo políticamente incorrecto, lo socialmente amenazador. Pienso en El Reino. El tema de la fe es delicado porque te enfrenta a tu ideología, a los valores sociales del momento, a tu sentido común y sobre todo, al qué dirán. ¿A quién se le ocurre hablar hoy en día de fe y de fe católica? Y en este contexto, Carrére cuenta su “ataque pío”, la conversión y el descubrimiento de la propia imperfección. El final de ese libro representa la esencia de su escritura, el redescubrimiento continuo de la humanidad como un modo de ser apasionado y limitado, terrenal y trascendental, débil y fuerte. Carrére tiene la capacidad de mostrar lo cotidiano, lo normal como algo extraordinario y lo extraordinario como normal en su contexto. No escribe para crear un texto perfecto, escribe para compartir una inquietud, para encontrar historias que nos permitan comunicarnos y acceder a nuestras hondas turbulencias emocionales. Escribe como lector.
Lo que me gusta del estilo de Carrére es esa conversación secreta, una sobremesa sobre algo escabroso, difícil de ver, inmoral, delicado y que no se puede resolver. El vicio de revolver con un palito es exactamente ese rodear lo políticamente incorrecto, lo socialmente amenazador.
Cuando leí Limonov, mi primera lectura de Carrére, me di cuenta de que nunca antes había visto la vida cotidiana de la Rusia comunista. No es común encontrar a un ruso que la cuente. Una cosa es pensar en el control del Estado, en la falta de expectativas, o el problema de la libertad, y otra verlo a través de las violaciones de jóvenes a las revisoras de tren o las relaciones sexuales no amorosas de hombres y mujeres con aspiraciones artísticas. Carrére se acerca a Limonóv sin intención de escribir una novela o un libro de memorias o una biografía. Quiere descubrir al personaje, saber qué le ha pasado y qué hay en sí mismo de ese mundo ruso siendo hijo de rusa. Quiere entender por qué ese hombre salvaje revela los estrechamientos de su propia vida. Las historias pueden resultar muy interesantes cuando el narrador está involucrado, cuando es capaz de transmitir las emociones de primera mano. Yo no sé decirte que sintió Limonov, pero sí lo que sentí yo cuando me enteré de esto, viene a decir Carrére. Sus historias no son objetivas aunque tengan apariencia objetiva. No esconde el foco, quizás por eso, la sensación de honestidad que atraviesa todos los libros resulta novedosa, como si de repente te enseñaran un nuevo aparato de visión.
Siempre he entendido la escritura como un camino para buscar sentidos. Hay otros caminos, a mí este me parece fiable, son sentidos que convencen: aparecen y no te obligan, como nacen de la observación no tienen nada que ver con la ideología. Carrére es pura observación porque pone por delante demasiados defectos personales. Mis abuelos estaban dispuestos a seguir observando las mismas historias una y otra vez, cada noche, no para ratificarse, sino para buscar formas de contarse uno al otro sin usar un discurso y sin nombrar lo que hacía daño. Esos son los narradores, los que necesitan contar porque quieren verse. La literatura de Carrére en el fondo es un solo libro. El narrador, que es el autor, va cambiando según las historias que investiga y elige nuevas historias a raíz de ese cambio. Y los lectores de Carrére estamos a la espera de la siguiente historia para ver qué le ha ocurrido, qué nos va a contar. Cuando estamos delante de alguien y le decimos cuéntame, no es la historia lo que nos interesa, es lo que le ha pasado a ese alguien con esa historia. Los lectores de Carrére tenemos una relación personal con él, cuéntame qué te ha pasado, pensamos al comprar uno de sus libros.
Los libros de Emmanuelle Carrére que se citan en este artículo han sido publicados en Anagrama. Acaba de llegar a las librerías Conviene tener un sitio adonde ir, volumen que reúne una treintena de textos periodísticos y ensayos literarios escritos entre 1990 y 2015 por el escritor.
Firmas sumergidas
Silvia Bardelás nació en Vigo en 1967. Doctora en Filosofía, premio extraordinario por su tesis Una teoría de la novela, es profesora de Creación Literaria y directora de publicaciones de la editorial De Conatus, que comenzará su andadura en febrero de 2018. Dirige el blog literario El lector perdido y ha publicado dos novelas en gallego: As Médulas, traducida al castellano como Las Médulas, y Unha troita de pé.