Ana Blandiana: “El bien y lo bello pueden resistir gracias a la poesía”

Por Emma Rodríguez © 2017 / “En un mundo donde se habla y se escribe tanto, el significado del poema consiste en restablecer el silencio”. Quien lo dice es Ana Blandiana en el revelador texto que cierra una de sus últimas obras, Mi patria A4, un escrito titulado La poesía entre el silencio y el pecado, que resulta clave para comprender la esencia de un largo trayecto poético, pero abierto también a la narrativa y al ensayo. Recorrer la prolífica producción y la vida intensa de esta mujer, nacida en 1942 en la ciudad de Timisoara, es un necesario ejercicio de memoria. Leyéndola es imposible olvidar las profundas heridas de los totalitarismos en los países de la Europa del Este. Sus versos fueron, en su día, una manera pacífica y demoledora de enfrentarse a la dictadura y siguen siendo hoy una llamada a combatir las mordazas, a encontrar el camino del corazón, de la fraternidad, en un mundo montado sobre los vacíos principios del capitalismo.

Ana Blandiana es un pseudónimo que adoptó la autora en 1957, con 17 años. No podía firmar con su verdadero nombre porque su padre, un sacerdote ortodoxo, era un preso político acusado de “conspiración contra el Estado”. Desde el principio, la prohibición, la vigilancia, fueron una constante en su vida. Desde muy pronto supo que la literatura era su salvación y su fortaleza. Su devenir es la demostración, una vez más, de la capacidad y la fuerza de la palabra para burlar los controles, la opresión, la censura. En la estela de Ajmátova, Mandelstam, Chmeliov, Solzhenitsyn o Václav Havel, entre muchos otros, la sitúa la traductora al español y gran especialista en su obra Viorica Patea, quien señala: “Su escritura es una forma de resistencia ante el sinsentido del mundo que la rodea y ante aquellas fuerzas que aniquilan sistemáticamente al individuo”.

La editorial Pre-Textos, que ha ido publicando los distintos tomos de poesía de Blandiana, acaba de poner en las librerías una de sus obras de juventud, Octubre, noviembre, diciembreun libro primerizo, muy volcado hacia el interior, hacia la búsqueda de la hondura espiritual a través del amor, que contrasta con otras entregas, como la ya citada Mi patria A4, de carácter más combativo. Blandiana estuvo el pasado mes de mayo en España para presentar este poemario, ya lejano en el tiempo, pero que le resulta tan cercano porque en sus páginas está muy presente su marido, el también escritor e historiador Romulus Rusan, con el que se casó en 1960 y que ha sido su compañero hasta su muerte, muy reciente aún. Con él, un amante idealizado, dialoga la poeta en una búsqueda incesante de sentido, de trascendencia. “¿Recuerdas la playa / Revestida de cristales amargos / Sobre los que / No podíamos caminar descalzos? ¿El modo en que / Mirabas el mar / y decías que me escuchabas? / ¿Recuerdas / Las gaviotas histéricas / Girando en el tañido / De campanas de iglesias invisibles / Y los peces como santos patrones, / El modo en que / Corriendo, te alejabas / Hacia el mar / Y me gritabas que te hacía falta / Distancia / Para contemplarme?… Se trata de ¿Recuerdas la playa?”, el hermosísimo poema, que abre la ruta, tan hermoso como Cual luna que se desliza; Acerca del país del que venimos; Ya no recordaré más; Columpio; No has olvidado el lenguaje de las plantas; Pareja y tantas otras piezas en las que la luz y la sombra parecen jugar al escondite. He aquí la voz, el tono, de una creadora convencida de que la poesía “no tiene que brillar sino iluminar, que sueña con el hallazgo de “una poesía simple, límpida y tan transparente que insinúe la sospecha de que ni siquiera existe. Una poesía en la que las palabras se unen obedeciendo órdenes misteriosas, no leyes inflexibles”, confiesa en el texto citado al principio.

En la estela de Ajmátova, Mandelstam, Chmeliov, Solzhenitsyn o Václav Havel, entre muchos otros, sitúa a Ana Blandiana la traductora al español y gran especialista en su obra Viorica Patea, quien señala: “Su escritura es una forma de resistencia ante el sinsentido del mundo que la rodea y ante aquellas fuerzas que aniquilan sistemáticamente al individuo

Con Ana Blandiana hablamos en Madrid durante esta última visita, en compañía de Viorica Patea, su traductora y amiga, quien, en ocasiones, iba abriendo incisos, para ponernos en antecedentes sobre el amplísimo marco de su literatura, sus etapas, sus convicciones y sus luchas: “Blandiana forma parte de una corriente de escritores que recurren a la estética como arma subversiva contra lo que se llamaba realismo socialista, que era una estética impuesta por el régimen, muy militante, muy ideologizante. Entonces, simplemente el hecho de hablar de sentimientos y emociones era algo que iba en contra del aparato. Normalmente la estética es una evasión, pero en los países comunistas en los años 60, la estética era una forma de protesta”, señalaba, ante la mirada atenta de la autora. En un primer momento llama la atención la dulzura de Blandiana, su tono susurrante, de baja intensidad, pero, a medida que la conversación avanza, es fácil detectar el carácter, el coraje, de quien nunca ha podido ser silenciada y siempre ha estado muy implicada en la defensa de las libertades democráticas en su país, promoviendo, desde el movimiento la Alianza Cívica, que fundó y presidió desde 1991 a 2001, la entrada de Rumanía en la Unión Europea; al frente también, durante una época, del PEN Club Rumano y volcada, junto a su marido, en el “Memorial de las Víctimas del Comunismo y de la Resistencia”, ubicado en la ciudad de Sighet.

–  ¿Qué supone regresar a un libro tan temprano como Octubre, noviembre, diciembre? ¿Qué le aporta reencontrarse con la Ana Blandiana de 1972? En la introducción Viorica Patea señala que los poemas fueron compuestos en una época de felicidad. “De donde yo vengo / Sólo falta la muerte, / Hay tanta felicidad / Que casi te entra sueño…” leemos en el poema titulado Acerca del país del que venimos.

– Sí. Son muchas las cosas que se juntan aquí. A nivel externo puedo decir que este libro fue el primero que supuso un éxito tremendo para mí. Recuerdo que cuando se presentó en 1972 había tanta gente que quería entrar en la librería, estar presente en el acto, que se rompió el escaparate. Nunca jamás me ha vuelto a ocurrir algo así… Y, ya desde el punto de vista íntimo, sí, en efecto, se trata de una obra que corresponde a un período muy feliz de mi vida. Yo era joven entonces, tenía 30 años y estaba enamorada de mi marido. El libro refleja eso. En él hablo de felicidad y lo hago en un doble sentido, ya que era muy feliz por mis circunstancias personales y también porque ese periodo de escritura coincidió con una etapa de cinco, seis, años, de relativa liberalización en el régimen comunista rumano. La mejor prueba de ello, de que no había una gran conflictividad, es que la situación política ni siquiera aparece en los poemas. Eso ocurre cuando hay libertad y cuando las condiciones externas no influyen en tu vida, no son un factor importante. Nunca antes y nunca después he podido ser totalmente indiferente al marco en el que he vivido. En Octubre, noviembre, diciembre, como decía, hablo del amor, pero no se trata de una historia de amor convencional, para nada. No buscaba exaltar el sentimiento amoroso. Lo que se percibe en los poemas es una sucesión de sombras, pero de sombras luminosas.

– Los lectores accedemos a un territorio en el que se nos habla de amor, pero no de un amor físico, terrenal, sino muy trascendente, espiritual, cercano en ocasiones a la experiencia mística.

– Así es. No es un libro que verse sobre la sensualidad. Casi no hay sensualidad, pero sí una gran carga de misterio. Lo que quería transmitir era la necesidad y la capacidad de acercamiento entre dos seres. Mi exploración tiene que ver con esto. ¿Hasta dónde es posible que los dos amantes se encuentren? En la aproximación ambos descubren que no pertenecen al mismo plano de la realidad, que forman parte de dos mundos distintos. Y, en lo que respecta a la mística, yo creo que entre la mística y la poesía hay un punto de contacto, ya que ambas comparten una intensidad que no pertenece a la vida cotidiana. Es a través de la intensidad donde la poesía y la mística se emparentan. Y este libro se inclina hacia la mística sobre todo porque el personaje masculino tiene un halo, un aura incierta. No pertenece a este mundo. Y a todo esto hay que añadir otro plano que complica las cosas, representado en un verso clave: “mientras hablo contigo existes” o en otro donde se dice:  “tú, el que ha nacido de la palabra”. El amado existe en la medida en la cual expresa algo. Los dos amados no consiguen unirse, acercarse, porque hay un mar de tinta que los separa. Aquí entra mi propia biografía. Parto de una pareja, la mía, en la que los dos éramos escritores. “Mientras hablo contigo tú existes”, quiere decir que la poesía existe, que él existe solamente mientras ella puede construirlo en su creación, como personaje poético. Se puede decir entonces que el poder de la poesía es un elemento clave del poemario.

Yo era joven cuando escribí Octubre, noviembre, diciembre. Tenía 30 años y estaba enamorada de mi marido. El libro refleja eso. En él hablo de felicidad y lo hago en un doble sentido, ya que era muy feliz por mis circunstancias personales y también porque ese periodo de escritura coincidió con una etapa de cinco, seis, años, de relativa liberalización en el régimen comunista rumano.

– En cierto modo, la obra es también una indagación en los misterios, en los enigmas, del sentimiento amoroso.

– Sí.  Y hay algo bastante misterioso que lo corrobora. Mi marido ha fallecido hace unos meses y con tal motivo estos poemas han vuelto a reproducirse en periódicos y revistas. Ha sucedido que mucha gente, sobre todo gente que no conoce bien mi obra literaria, al leerlos ha pensado que los acababa de escribir. Me he sentido un poco mal ante el hecho de que alguien pudiese pensar que yo me había puesto a escribir poemas con la muerte tan reciente, pero, en el fondo, me ha resultado muy curioso.

– Una de las características de su poesía es que tiene que ver con un traspasar las fronteras, los espacios entre la vida y la muerte. Tal vez por eso se ha producido esa reacción.

– Gracias por haberlo observado.

– Hablaba de las circunstancias en las que escribió el libro… Fue un  momento de relativa apertura y libertad, partiendo de la etapa anterior, que había sido muy crítica: su padre había sido detenido y nada más salir de la cárcel tuvo un accidente y se murió. Le fue prohibido tener estudios universitarios y escribir durante cuatro años. Pero aún así, los peores momentos de represión llegaron en los años 80, ¿no?

– Bueno, es una historia muy larga. La primera prohibición fue en el año 59, mientras estudiaba [estaba en el último curso de lo que sería aquí como el antiguo COU] y publiqué dos poemas bajo el seudónimo Ana Blandiana, ya que con mi nombre era imposible. A la semana, diez días, se envió una circular a las editoriales de todo el país en la que se les comunicaba la prohibición de editar nada mío, diciéndoles que bajo ese nombre se escondía un enemigo del pueblo. Eso duró cuatro años. En 1964 empezó la época de apertura de la que hablábamos antes: se vaciaron las cárceles y entonces pude publicar varios libros y llegué a ser una persona muy conocida. Pero en 1984 publiqué cuatro poemas en la revista Amfiteatru que causaron un escándalo enorme y se me volvió a retirar el derecho a publicar tras una reunión del buró político. Mi obra fue prohibida, pero esos poemas, que se convirtieron en símbolo de la desesperación colectiva, empezaron a ser copiados a mano por la gente, convirtiéndose en el primer “samizdat” de la literatura rumana. Eso, algo muy común en la URSS, donde los poemas de Mandelstam, de Anna Ajmátova, circulaban así, de forma clandestina, sucedió por primera vez en mi país. La gente los copiaba y se los pasaban e incluso algunas personas los continuaban. De ese modo entraron a formar parte de la literatura oral.

Ana Blandiana. con la periodista Emma Rodríguez y su traductora al Castellano, Viorica Patea. Fotografías © Nacho Goberna
Ana Blandiana. con la periodista Emma Rodríguez y su traductora al castellano, Viorica Patea. Fotografías © Nacho Goberna

– Resulta conmovedor este capítulo de su biografía que nos hace ser conscientes de la fuerza, del alcance de la poesía, en determinados momentos.

– Sí. Los poemas se publicaron en la Navidad de 1984, cuando la gente estaba de vacaciones y la censura, algo más relajada, no se percató del contenido de los mismos. El escándalo empezó unos días más tarde, ya en 1985. Fue tal que la prensa extranjera se hizo eco y el periódico inglés “The Independent” publicó en rumano e inglés uno de esos poemas, el titulado Todo, explicando por qué era tan subversivo para los rumanos. Se trata de una pieza donde cambiaba mucho mi poética visionaria y metafísica habitual y me decantaba simplemente por una enumeración objetiva de las palabras clave de las miserias cotidianas de todo el mundo. En este caso, la prohibición duró sólo medio año porque 30 profesores y escritores de distintas universidades europeas se solidarizaron conmigo convocando protestas y escribiendo en la prensa una carta abierta a Ceaucescu. La solidaridad internacional siempre ha rebajado la presión en los países comunistas y, además, era la época en la que a Ceaucescu se le consideraba un disidente de los países comunistas. Después de ese incidente ya no podía volver a intentar algo así y decidí empezar a publicar literatura para niños, un ámbito que no era tan problemático.

En 1984 publiqué cuatro poemas en la revista Amfiteatru que causaron un escándalo enorme y se me volvió a retirar el derecho a publicar tras una reunión del buró político. Mi obra fue prohibida, pero esos poemas, que se convirtieron en símbolo de la desesperación colectiva, empezaron a ser copiados a mano por la gente, convirtiéndose en el primer “samizdat” de la literatura rumana.

– Pero ahí aparece El gato Arpagic. Supuso un nuevo escándalo.

–  Sí. Fue en 1988.  Escribí un libro acerca de un gato muy arrogante, en el que hacía una parodia sobre Ceaucescu. En ningún momento me imaginé que la gente iba a reconocerlo. Pero la intensidad sociopolítica del país era tal que todo el mundo observó este hecho, tanto es así que empezaron a llamar a Ceaucescu con el nombre del gato Arpagic. En ese momento mi obra fue prohibida totalmente. Mis libros desaparecieron, fueron retirados de las bibliotecas y me sometieron a una estrecha vigilancia. Tenía un coche delante de mi casa que me vigilaba las 24 horas del día.

– Me imagino que sería una época muy dura…

– Sí, pero al mismo tiempo yo ya era demasiado conocida, tanto en  Rumanía como en Occidente, como para ser encarcelada. La época de Ceaucescu, por otra parte, no fue una época en la que las cárceles estuvieran llenas. Eso sucedió en la etapa staliniana de su antecesor, Gheorghe Gheorghiu-Dej. El periodo Ceaucescu está marcado por el terror que regía nuestras vidas cotidianas. En mi caso, recuerdo que se me impedía tener teléfono. No me podía comunicar con los demás, no podía recibir correspondencia, y, al estar sometida a una vigilancia constante, los amigos tampoco podían visitarme porque eso suponía que ellos también iban a estar en el punto de mira.

– Fue como un aislamiento, una especie de exilio interior.

– Exacto. Y a pesar de todo eso, a pesar del aislamiento, del terror, del miedo, fue un periodo de mucha serenidad, en el cual me di cuenta de que mi única salvación era escribir. Fue en esos momentos cuando surgió una novela, El cajón de los aplausos, que, después de la revolución de 1989, se tradujo y se publicó en Alemania con el lema “un libro que ha salvado mi vida”. Todo el terror y todo el miedo que experimenté entonces se convirtió en la sustancia de este libro. A través de su escritura el miedo adquirió significado, se transformó.

A pesar del aislamiento, del terror, del miedo, fue un periodo de mucha serenidad, en el cual me di cuenta de que mi única salvación era escribir. Fue en esos momentos cuando surgió una novela, El cajón de los aplausos, que, después de la revolución de 1989, se tradujo y se publicó en Alemania con el lema “un libro que ha salvado mi vida”.

– Resulta curioso que la literatura, la poesía, la palabra, en periodos de represión, de falta de libertades, se convierte en un arma de salvación, de combate, mientras que en períodos de normalidad parece que deja de tener sentido. En sociedades sin conflicto resulta indiferente…

– En general el gran choque para todos nosotros después de 1989, después de que tantos poetas y escritores en el este habíamos soñado durante decenios con la libertad de expresión, fue el descubrimiento de que en condiciones de libertad disminuye la importancia de la palabra poética. Antes el poeta era una figura esencial para todo el mundo, durante la dictadura representaba la última reserva de libertad y todos querían respirar al unísono con él, pero cuando llegó la libertad cada cual tuvo que buscar su propia vida. Nos dimos cuenta entonces de que ser libre resultaba bastante más difícil psicológicamente que no serlo. Fue complicado adaptarse a un mundo en el que uno es el que decide y tiene la responsabilidad de sus decisiones, cosa que hasta entonces el partido hacía por cada ciudadano sin dejarle otra opción. Al respecto te voy a contar una anécdota que, después de 1989, he recordado muchas veces. Mientras yo estaba bajo vigilancia, cuando se me había prohibido publicar tras el escándalo de los cuatro poemas que se conoció en Inglaterra a través de “The Independent”, vino a verme un poeta inglés que en aquella época era el presidente de la sociedad de escritores de su país. Me encontró con mucha dificultad y cuando pudimos hablar me dijo: “Si supieras cuánto te envidio”. “Pero estás loco”, le dije yo. “Tú eres un hombre libre y yo no puedo publicar, no tengo público, no tengo nada”… “No, no es así”, me contestó. “Si tú dices una palabra todo el pueblo rumano escucha atentamente e intenta descodificar los significados de esa palabra, mientras que yo puedo ir por Trafalgar Square y decir ¡abajo la reina! y lo único que me puede pasar es que los coches tengan un poco de cuidado para no atropellarme. En mi país lo que diga un poeta no tiene ningún impacto, para nada”.

– ¿Qué papel tiene la poesía en el mundo actual, en sociedades donde ya hemos perdido la capacidad para la contemplación, para la lentitud?

–  Yo creo que en el momento actual la situación de la poesía en Occidente es mucho mejor que en los antiguos países comunistas, donde, como te contaba, hace tiempo la palabra poética resultaba tan esencial. Durante 40 años fue así, pero ahora pasa lo contrario, por lo que yo puedo percibir. En Occidente, donde hay una sociedad de consumo, que vive en la abundancia desde hace 50 años, la gente está experimentando un cansancio de tanto materialismo y siente la necesidad de buscar algo más espiritual. En este viaje he estado en una librería de Pamplona, Auzolan, y me llamó la atención que se llenase, que casi no quedase sitio para más gente. El público estaba entregado, escuchando recitar poesía durante hora y media en un silencio casi religioso. Hechos así demuestran que hay un cansancio de tanto consumismo y de tanto materialismo, una toma de conciencia de que los seres humanos para alcanzar la plenitud necesitan algo más que el simple bienestar. Esto es lo que yo observo aquí, mientras que en los antiguos países comunistas, donde ha habido tanta miseria y donde la sociedad de consumo está en plena efervescencia, los centros comerciales se han convertido en una especie de templos de la sociedad y la gente vive demasiado interesada en comprar, vender, ganar, gastar. Eso está sucediendo en esos países donde durante el comunismo la poesía había sido un medio tan importante, incluso para sobrevivir. Pero ahora la poesía está cubierta de sombra. Resulta triste, pero yo quiero ser optimista y creo que incluso en estas circunstancias, en Rumanía ocurre un fenómeno extraordinario: se publica mucho y, los jóvenes poetas, ante los obstáculos que se encuentran, porque les resulta muy difícil encontrar editoriales dispuestas a apostar por ellos, se las ingenian para financiar sus libros. Hay muchísimos poetas y eso me parece muy positivo. Aunque pueda parecer absurdo, yo creo que la poesía puede contribuir a la salvación de la sociedad.

Ana Blandiana. Fotografía © Nacho Goberna
Ana Blandiana. Fotografías © Nacho Goberna

– En Mi Patria A4 se pone de manifiesto la creciente desacralización del mundo. En poemas como Iglesias cerradas, donde “los habitantes apresurados/, Venden y compran, venden y compran…” o Sobre patines (“Ellos pasan patinando / con los auriculares retumbando en sus oídos,/ Y los ojos clavados en las pantallas / Sin advertir que las hojas caen/”…) se refleja el declive de todo lo que no sea dinero, tecnología. La naturaleza con sus estaciones, el universo con sus misterios, siguen estando ahí, pero ya no se les presta atención. De la pérdida de ideales, que animaron el comienzo de las revoluciones, habla la Nobel ucraniana Svetlana Alexievich en obras como El fin del homo sovieticus.

–  Sí. En Mi Patria A4 se critica la situación de desacralización del mundo, pero creo que se trata de un problema de orden general. Cuando se sufre, mientras se sufre, todo el romanticismo, toda la esperanza de amor, se conservan mucho mejor que en circunstancias de bienestar y consumo. Incluso la religión se resguarda mucho mejor cuando es perseguida. Hace unos años estuve en la ciudad italiana de Padua, donde impartí una conferencia en la universidad. Fui en compañía de mi marido y quisimos visitar una gran basílica, pero había una cola tremenda y nosotros solamente teníamos unas horas. Entonces un monje, un joven rumano católico, nos escuchó decir que no podíamos perder tanto tiempo, que debíamos irnos, y nos invitó a cenar en su monasterio. Allí había como 18 monjes jóvenes y todos venían de los países comunistas (Estonia, Hungría, Rumanía, Letonia). Le pregunté dónde estaban los italianos y me dijo que ya no había italianos, que ellos ya no entraban en una orden ni se planteaban ser monjes. Eso es lo que pasa, que en los países comunistas, donde la religión estaba perseguida, donde los sacerdotes llenaban las cárceles, la fe se conservó, mientras que en los países del consumo y del bienestar desapareció. Esto es simbólico y se puede aplicar también a la literatura. En los antiguos países comunistas hubo esa semilla de humanidad superior que ataba al sufrimiento y por eso una escritora como Svetlana Alexiévich ha transcrito, no de una forma necesariamente artística, pero logrando una obra maestra, el sufrimiento de todo un pueblo. La historia es extraordinariamente complicada. El comunismo ha sido aplicado en muchos continentes, pero en todos los sitios ha querido crear un mundo mejor y lo que ha hecho es todo lo contrario: miseria y dictadura. Yo creo que la revolución verdadera es la revolución de Dostoievski, un gran espíritu que se dio cuenta de que del sufrimiento nace la belleza y la luz.

En Occidente, donde hay una sociedad de consumo, que vive en la abundancia desde hace 50 años, la gente está experimentando un cansancio de tanto materialismo y siente la necesidad de buscar algo más espiritual.

– Entre los dos libros de los que hemos estado hablando, Octubre, noviembre, diciembre, de 1972 y Mi Patria A4, de 2014, hay una gran distancia. La poesía es muy diferente en el tono, los temas, pero, sin embargo, podemos encontrar puntos en común. Hay un poema en el primero; Para qué sirve la alegría (“cada alegría hiere a alguien”, se dice) que conecta con otro del segundo; Animal Planet, en el que leemos: “Todos somos en menor medida culpables del mundo que estamos construyendo”….

– Bueno, lo que yo he escrito alguna vez es que todos aquellos que hemos vivido en el comunismo, todos, de algún modo, éramos culpables, aunque la culpa no fuese igual en todos los casos. Algunos fueron culpables por lo que habían hecho y otros por lo que dejaron de hacer, en el sentido de que no se habían atrevido a oponerse. Después del 89 los antiguos comunistas se metamorfosearon en distintos partidos, pero la verdadera oposición fue constituida por gente que se sentía culpable por no haber sido valiente, por no haber sido solidaria en la época de la opresión.

Lo que yo he escrito alguna vez es que todos aquellos que hemos vivido en el comunismo, todos, de algún modo, éramos culpables, aunque la culpa no fuese igual en todos los casos. Algunos fueron culpables por lo que habían hecho y otros por lo que dejaron de hacer, en el sentido de que no se habían atrevido a oponerse.

– Podemos entender cada uno de esos poemas, en realidad toda su poesía, en el contexto en el que fue creada, pero también puede extrapolarse a otras circunstancias y momentos del presente. Hoy, ante la Europa de la desigualdad, del cierre de fronteras, también podemos sentirnos culpables. Nos sentimos identificados con estos versos.

– Evidentemente. El gran arte puede aumentar sus valores al infinito. Existen tantos Hamlet como intérpretes de Hamlet, como espectadores de Hamlet.

– Ana Blandiana no sólo ha escrito libros de poesía. Ha cultivado la prosa, en forma de relatos, de novela, y también el ensayo. ¿Qué relación tienen los distintos lenguajes, los distintos géneros en su trayectoria?

– Empecé a componer versos en mi primera infancia, antes de saber escribir y luego he escrito toda mi vida. Toda mi vida no quiere decir sin cesar, a veces había pausas de meses y meses en los que no he escrito ni una línea, sin estar segura de que iba volver a escribir alguna vez. La prosa llegó cuando tenía treinta años y la realidad llegó a ser tan agobiante y agresiva que tenía miedo de que fuese a invadir la poesía. Su función era proteger la poesía. Pero una mirada atenta descubre que la semilla escondida de la prosa es la poesía, ya que para mí, la finalidad de la prosa no ha consistido nunca en contar un relato, sino que, al igual que sucede con el lenguaje poético, su objetivo ha sido expresar algo que sé que es inexpresable. En cuanto a los ensayos representan mi intento de entender y explicar los dos géneros.

– Volviendo al papel de la poesía hoy. Me gustaría reflexionar un poco más sobre esto. En ocasiones ha sostenido que el poeta tiene que dar testimonio, ser testigo de su época.

– No estoy segura de que al mirar las cosas desde este ángulo no las simplifiquemos. Justo le decía que empecé a escribir prosa como una forma de evasión de la agresión de la realidad. El poeta sólo se expresa a sí mismo, como parte de un misterio existencial que está marcado solamente de manera superficial por su época. Lo que es perturbador es que esta expresión individual encuentra su eco en otras y otras sensibilidades, y, a veces, puede incluso llegar a representar el eco de toda la sociedad y llega a ser la imagen icónica de una época.

–  ¿En qué medida también nos recuerda el poeta lo esencial, lo primordial en la vida, y nos llama a pararnos, a contemplar, a no olvidar quienes somos? Hemos abandonado el Ser por el Tener. ¿Cómo recuperarlo?

– Como ya decía antes, creo que la multiplicación de los festivales de poesía a los que vienen a veces cientos o incluso miles de lectores es una prueba de que el hombre de la sociedad de consumo ha empezado a cansarse de tanto materialismo y a darse cuenta de que ser hombre debe significar algo más que tener dinero y que vivir bien no implica confort sino responsabilidad. El bien y lo bello que en la Grecia Antigua tenían un nombre común (kalokagathia) pueden resistir gracias a la poesía y, de este modo, pasar de una época a otra.

El poeta sólo se expresa a sí mismo, como parte de un misterio existencial que está marcado solamente de manera superficial por su época. Lo que es perturbador es que esta expresión individual encuentra su eco en otras y otras sensibilidades, y, a veces, puede incluso llegar a representar el eco de toda la sociedad y llega a ser la imagen icónica de una época.

– ¿Entiende la poesía, la literatura en general, como un refugio ante los desmanes del mundo? A nivel personal lo ha sido, pero ¿puede serlo a nivel colectivo?

– Aquí debo volver a Dostoievski, quien decía que la belleza iba a salvar el mundo. La poesía es su manifestación más profunda, el arma más limpia en contra de la locura como alienación, indiferencia y violencia. No obstante, esto no quiere decir que para una persona pragmática, emprendedora, activa, ávida de poder y de riquezas, la poesía en sí no suponga una forma de locura.

– Muchos ángeles sobrevuelan los poemas de Blandiana. Hay un poema bellísimo en Mi Patria A4, titulado Qué difícil es acariciar, donde leemos: ¡Qué difícil es acariciar las plumas de un ángel! / Por muy cerca que esté, rehúye el roce; / Por miedo a que lo atrapes. / Da vueltas, regresa –su aleteo inaudible / Es el único sonido que puede producir /…” ¿Tenemos que ir a la poesía para encontrarnos con los ángeles? ¿Dónde están los lugares en los que poder dialogar con ellos?

–  En poemas y oraciones.

–  Hay otro poema en el mismo libro, Fin de temporada; donde habla de cambio de signo, de aire provisional, de paso. Seguro que responde a circunstancias concretas, pero me conduce a una pregunta: ¿Cree que el ser humano, en el siglo XXI, está ante un cambio de umbral? ¿Atravesamos un momento bisagra de la Historia? ¿Hacia dónde nos llevan, por ejemplo, las nuevas tecnologías? ¿Le preocupa?

–  Sí, me inquieta y me conmueve que la poesía pueda ser salvadora, porque su esencia es siempre igual a sí misma, incluso cuando sus formas se puedan cambiar, en la poesía no existe progreso o evolución, no cuenta lo que es nuevo, sino lo que es eterno. Como escribí en el texto La poesía: entre el silencio y el pecado, en sus versos más elevados Shakespeare y Novalis se parecen, porque lo inefable no tiene categorías. No es difícil ser nuevo. Esa difícil ser eterno.

– ¿Cómo contempla la realidad de su país y de Europa? ¿Es optimista?

– Soy muy pesimista a corto plazo y optimista a largo plazo, porque estoy convencida de que aunque el mal pueda vencer siempre, el bien no puede ser vencido a causa del masoquismo de los buenos.

–  ¿En qué etapa de su trayectoria, de su vida, se encuentra ahora Ana Blandiana? ¿Hacia dónde se dirige? ¿Cuáles son sus deseos y sus proyectos más inmediatos?

– Mi único proyecto para la vida y para la muerte es la escritura, mi única esperanza es vivir suficientemente para escribir todo lo que espera ser escrito.

Soy muy pesimista a corto plazo y optimista a largo plazo, porque estoy convencida de que aunque el mal pueda vencer siempre, el bien no puede ser vencido a causa del masoquismo de los buenos.

– Empezamos esta entrevista en el momento en el que escribió Octubre, noviembre, diciembre. Decía que fue una época feliz. ¿Cómo describiría su presente? ¿Qué ha perdido y qué ha ganado con los años?

– Hablamos de un libro de amor. Hace seis meses, el que era el personaje de este libro me ha abandonado para ir a un mundo, estoy segura, mejor. Esto significa que he perdido el amor y que he ganado la soledad. Sólo me queda esperar que sea capaz de hacer poesía de la soledad así como he hecho poesía del amor.

Ana Blandiana. Fotografía © Nacho Goberna
Ana Blandiana. Fotografías © Nacho Goberna

Estos son los cuatro poemas publicados por Ana Blandiana en 1984 en la revista Amfiteatru que causaron un escándalo enorme. Se le retiró el  derecho a publicar tras una reunión del buró político y su obra fue prohibida, pero esos poemas, que se convirtieron en símbolo de la desesperación colectiva, empezaron a ser copiados a mano por la gente, convirtiéndose en el primer “samizdat” de la literatura rumana.

La traducción ha corrido a cargo de Viorica Patea, que nos la ha hecho llegar.

LA CRUZADA DE LOS NIÑOS

Un pueblo entero

Aún sin nacer

Pero condenado a nacer,

Feto junto a feto,

Un pueblo entero

Que no oye, no ve, no entiende,

Pero que avanza

A través de los cuerpos atormentados de las mujeres,

A través de la sangre de las madres

A las que nadie consulta.

 


YO CREO

Yo creo que somos un pueblo vegetal

¿De dónde, si no, la calma

Con la que esperamos que se nos arranquen las hojas?

¿De dónde, si no, la valentía de

Dejarnos caer por el tobogán del sueño

Hasta cerca de la muerte,

Con la seguridad

De que seremos capaces de volver

A nacer de nuevo?

Creo que somos un pueblo vegetal –

¿Es que alguien ha visto alguna vez

Un árbol sublevándose?

 


DELIMITACIONES

Nosotras, las plantas,

No estamos a salvo

Ni de la enfermedad,

Ni de la locura,

(¿No habéis visto nunca

Una planta

Enloquecida

Intentando penetrar

Con los brotes en la tierra?)

Ni del hambre,

Ni del miedo

(¿No habéis visto nunca

Un tallo amarillo

Enroscado por entre las rejas?)

Lo único de lo que

Estamos a salvo

(O, tal vez, nos es vedado)

Es la huida.

 


TODO

Hojas, palabras, lágrimas,

Cajas de cerillas, gatos,

A veces los tranvías, las colas para comprar harina,

Gorgojos, botellas vacías, discursos,

Imágenes deformadas en la tele,

Cucarachas de Colorado, gasolina,

Banderas, retratos conocidos,

La Liga de Campeones,

Camiones con bombonas de gas,

manzanas rechazadas después de la exportación,

Periódicos, pan blanco, aceite mezclado, claveles,

Recibimientos en el aeropuerto, Cico, panecillos

Salami Bucuresti, yogurt dietético,

Gitanas con cigarrillos Kent, huevos de Crevedia,

Rumores, el serial del sábado por la noche,

Sucedáneos de café,

La lucha de los pueblos por la paz, coros,

La producción por hectáreas, Gerovital, aniversarios

Compota búlgara, la asamblea de los trabajadores,

El vino de calidad de la región, Adidas,

Chistes, los agentes en la Avenida de la Victoria,

Pescado congelado, Oda a Rumanía,

Todo

Los libros de los que hablamos en esta entrevista, ambos publicados en la editorial Pre-Textos, son: Octubre, noviembre, diciembre y Mi patria A4. El primero ha sido traducido por Viorica Patea y Natalia Carbajosa; el segundo por Viorica Patea y Antonio Colinas. En el mismo sello se ha publicado recientemente: El sol del más allá y El reflujo de los sentidos (traducción a cargo de Patea y Carbajosa).

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