En general, con Bulgákov todo es posible. ( Marietta Chudakova)
Libertad
Por Pablo Matilla © 2017/ Había oído hablar muchas veces de El maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov; sabía, también, que había servido de inspiración para Sympathy for the devil, de los Rolling Stones, canción que nunca me cansaba de escuchar (Please allow me to introduce myself/ I’m a man of wealth and taste…), y que, de hecho, escucho ahora mientras escribo estas palabras. La cuestión es que la novela había estado rondándome durante un par de años hasta que, finalmente, decidí leerla a finales de 2015.
Por supuesto, no sabía nada de los múltiples avatares que el manuscrito había sufrido, como nos cuenta Olga Malysheva en su texto Mijaíl Bulgákov en el mundo hispano:
Bulgákov comenzó a trabajar en El Maestro y Margarita en 1928-1929. La primera versión fue La novela del diablo, una fantasmagoría satírica, un espectáculo feérico-satírico que incluía un relato sobre Cristo y Poncio Pilatos y en la cual no existían aún los personajes del Maestro y Margarita. El borrador tuvo diferentes variaciones de título: Un mago negro, El casco del ingeniero, Juglar con un casco, etcétera. El 18 de marzo de 1930, después de recibir la noticia sobre la prohibición de una de sus piezas y el suicidio del poeta Mayakovski, Bulgákov quemó el borrador de El Maestro y Margarita. La comprobación de esta decisión la encontramos en la carta que el escritor remitió al gobierno: “Y yo mismo con mis manos eché al fuego el borrador de la novela del diablo…” (Sokolov, Bulgakovskaya enciclopédia 303). Después de quemar la primera versión de El Maestro y Margarita, Bulgákov reescribe la novela en 1931. Aquí aparecen los personajes principales: Margarita y su compañero innominado (Maestro futuro), y Voland con sus acompañantes. Bulgákov seguiría trabajando en la creación de esta segunda versión hasta 1936. El título era La novela fantástica, aunque Bulgákov consideraba también otras variantes: El gran canciller, Satanás, El mago negro, El casco del consultor. En 1936 el escritor comienza una tercera versión, a la que primeramente titula El príncipe de la oscuridad. Por fin, en 1937, aparece el título que hoy conoce todo el mundo, El Maestro y Margarita. En aquel tiempo, Bulgákov atraviesa una grave enfermedad, una nefroesclerosis de cuyos síntomas y seriedad era, como médico, perfectamente consciente: no por casualidad anota en una de las páginas de su manuscrito: “¡Acabar de escribir antes de morir!” (Sokolov, Bulgakovskaya enciclopédia 305). Después de perder la vista, el escritor dicta las últimas correcciones a su esposa. Bulgákov está seguro de la grandeza de su obra, a la que tantas fuerzas y tiempo dedica hasta los últimos días de su vida.
El 18 de marzo de 1930, después de recibir la noticia sobre la prohibición de una de sus piezas y el suicidio del poeta Mayakovski, Bulgákov quemó el borrador de El Maestro y Margarita. La comprobación de esta decisión la encontramos en la carta que el escritor remitió al gobierno: “Y yo mismo con mis manos eché al fuego el borrador de la novela del diablo…”
Y mucho menos conocía la vida ni el resto de la obra del autor. Tal vez sea esta falta de información previa la que hizo de esta primera lectura una gran experiencia, una sorpresa, un golpe directo sobre la mente como solo las grandes obras artísticas son capaces de propinar. Más que darme respuestas, Bulgákov y su imaginación y libertad desbocadas me abrieron cientos de preguntas. El Maestro y Margarita es como una piedra demoníaca, negra y brillante, que nos devuelve reflejos diferentes, grotescos o hermosos según cómo y cuándo la leamos. Desde entonces, he de confesar, yo nunca he podido volver a alzar la vista de esa piedra negra.
Para mí el espíritu de Bulgákov se esconde en la primera página de El Maestro y Margarita, y en concreto en la presentación de Mijaíl Berlioz:
“…se veía bien alimentado y llevaba en la mano, como si se tratara de un pastelito, un elegante sombrero, mientras que su cara, pulcramente afeitada, estaba adornada con unas gafas de un tamaño sobrenatural y montura de concha negra“.
Un mundo donde los sombreros son como un “pastelito” y los hombres llevan “gafas de un tamaño sobrenatural”. Uno ya se predispone para que suceda todo cuanto haya de suceder bajo la imaginación de Mijaíl Bulgákov.

Cuando terminé de leer la novela, solo tenía una palabra en la cabeza: libertad. La diversidad de capas, la tipología de personajes, el modo en el que el argumento avanzaba y sus partes se relacionaban unas con otras, la resolución de los conflictos… Todo me resultaba original, nuevo, excitante. Con la esperanza de descifrar esa piedra del demonio, con la idea de contagiarme de aquella libertad genial, comencé a leer la correspondencia de Bulgákov. Y en ella encontré algo que no me esperaba. Aquella libertad que yo había pensado como algo gozoso y vital, en realidad le había costado a Bulgákov el aislamiento y la salud. Desde muy pronto, y a pesar del éxito inicial, Bulgákov cayó en desgracia y el gobierno y la censura se cebaron con él y su obra.
Para muestra, este fragmento que él mismo cita en una de sus carta dirigida al Gobierno de la URSS, fechada en Moscú, el 28 de marzo de 1930:
“Alexei Turbín, héroe de mi pieza Los días de los Turbín, ha sido tratado en la prensa, y en verso, de “HIJO DE CERDO”, mientras que el autor era calificado de “poseído por EL DEMONIO DE MEDIODÍA”. Han dicho de mí que yo era un “BARRENDERO de la literatura” que recogía los restos de una mesa manchada por “los VÓMITOS de una docena de invitados“.
También se ha escrito:
“…MISHKA Bulgákov, compadre, MIRA CÓMO ME RÍO DEL ESCRITOR, AHÓRRAME LA EXPRESIÓN, balbucea ENTRE LA BASURA PODRIDA… Tienes una divertida JETA, cerdo, me digo… Yo soy un delicado, lo que hay que hacer es DARLE UN BUEN PORRAZO EN EL CRÁNEO… El burgués, sin más que los Turbín, tiene ahí tan poco que hacer como UN PERRO CON UN SOSTÉN… Es lo que se oye de ESE TURBÍN, ESE HIJO DE CERDO, QUE NO HACE TAQUILLA NI TIENE ÉXITO…” (La vida del ARTE, 1927, nº44)
Estos comentarios crueles hacen referencia a la obra de teatro Los días de los Turbín, estrenada en el año 1926, (no tienen nada que ver con El Maestro y Margarita) y nacen simplemente del odio, sin consideración literaria alguna. Si tratamos de ponernos en la piel de Bulgákov, resulta complicado tener la fuerza mental necesaria para soportar y superar semejantes comentarios que, por lo visto, eran generalizados en relación a la obra de Bulgákov, al que tildaban de antirrevolucionario.
Desesperado y sin recursos, escribe al gobierno, a Stalin, pidiendo clemencia, libertad, respeto o, en fin, que lo dejen abandonar el país con su mujer. Se trata de la misma carta del 28 de marzo que acabamos de citar:
“Mi obligación en tanto que escritor es luchar contra la censura, sea cual fuera ésta y bajo cualquier poder que se dé, así como apelar a la libertad de expresión. Soy un ferviente partidario de esa libertad, y creo que si algún escritor se propusiese demostrar que no la necesita se parecería a un pez que asegurase públicamente que puede prescindir del agua”.

Sorprende, asusta incluso, la sinceridad radical de Bulgákov a lo largo de toda la carta. Su lucidez ante la desesperada situación que atraviesa es también completa. A menudo, cuando releo esta carta, me pregunto cómo podía llegar a ser tan ingenuo. Escribir tales cosas a Stalin, hablarle de censura y libertad a su principal censor. ¿En qué estabas pensando, Mijaíl Afanásievich? Busca cualquier otra salida, pero no descargues tu frustración en cartas dirigidas al gobierno que te oprime, no negocies con ellos. Cualquier cosa menos eso. Y, sin embargo, tal vez regodeándose en su desesperación, escribía una carta tras otra al gobierno: siempre sincero, siempre directo y honesto, en el filo del patetismo pero guardando una cierta dignidad.
En esa misma carta, un poco más adelante, se hace una pregunta retórica que me resulta muy reveladora: ¿Soy yo imaginable en la URSS?
Aquí encontramos eso tan fascinante que tiene Rusia: Bulgákov es, de hecho, inimaginable en la URSS y, sin embargo, existe. También él mismo sabe que la respuesta a su pregunta retórica es que no, tal y como nos muestra en su novela El Maestro y Margarita, o, en todo caso, es imaginable solo bajo una considerable capa de sufrimiento y penuria. Tal vez los manuscritos no ardan, pero el fuego quema sin duda la mano del escritor libre.
Desde el año 1929, el sufrimiento y el estado de agitación nerviosa de Bulgákov no hace sino crecer. Así lo vemos en todas y cada una de sus cartas. Una pequeña muestra:
“En mi corazón ya no cabe la esperanza”. (24 de agosto de 1929, a su hermano Nikolai)
“Actualmente estoy aniquilado“. (28 de marzo de 1930, la carta al Gobierno ya citada varias veces)
Y, la más descriptiva sobre sí mismo, del 30 de mayo de 1931, dirigida personalmente a Stalin:
“Desde finales de 1930, sufro una forma aguda de neurosis acompañada de accesos de ansiedad y de angor precordial, y, actualmente, no puedo más”.
“Tengo proyectos pero ninguna fuerza física, ninguna de las condiciones necesarias para llevar a cabo mi trabajo”.
“La causa de mi enfermedad, la conozco precisamente: En los vastos espacios de las bellas letras rusas, yo he sido en la URSS el solo y único lobo de la literatura. Se me aconsejó que tiñera mi pelaje. Consejo inepto. Aunque un lobo sea teñido o trasquilado, no podrá, como sabemos, parecer un caniche”.
“Me han tratado, pues, como a un lobo. Y me han perseguido sin tregua durante años, según todas las reglas de la cacería literaria, en un espacio cerrado. No he alimentado ningún rencor por eso, pero estoy muy cansado, y a finales de 1929 me he hundido. Además, incluso un animal salvaje puede cansarse“.
“El animal ha declarado que no era un lobo, ni un hombre de letras. Que renunciaba a su profesión. Que se callaba”.
“Digámoslo sin titubeos, eso es cobardía”.
“No existe escritor que pueda callarse. Si lo hace, es que no era un verdadero escritor”.
“Y si un verdadero escritor se calla, morirá”.
“La causa de mi enfermedad, son todos esos años de hostigamiento, después mi silencio.
“En cierta manera, describirse a sí mismo como un lobo es acertado. Un lobo herido y renqueante, claro. Y que gasta sus pocas energías en seguir escribiendo”.
Así, entré en Bulgákov fascinado por su libertad creativa. En su correspondencia, vi el reverso oscuro de esa libertad, que también puede ser vista como una condena, esa incapacidad para estarse callado, el impulso de decir siempre la verdad. No importa que el receptor de esa verdad sea el mismo Stalin, Bulgákov sabe es un lobo y, como lobo, muerde.

Soledad
El primer resultado de su libertad indómita es el aislamiento y la soledad. Si leyendo la novela sentí una gran admiración y respeto por el escritor, leyendo su correspondencia sentí reconocimiento por la persona y admiración por la inquebrantable fe en su obra, en su labor, y la manera en la que soportó esa terrible soledad e incomprensión del escritor que no puede, no sabe y no quiere callarse.
Como en el caso de Tarkovski, nos encontramos ante una perseverancia fuera de lo común. La soledad de Bulgákov es directamente proporcional a la de su incomprensión. Tiene, por fortuna, el apoyo incansable de Yelena Shílovskaya, su tercera mujer, con la que se casó en 1932, gracias a la cual podemos leer hoy El Maestro y Margarita.
Leyendo su correspondencia sentí reconocimiento por la persona y admiración por la inquebrantable fe en su obra, en su labor, y la manera en la que soportó esa terrible soledad e incomprensión del escritor que no puede, no sabe y no quiere callarse.
Por lo demás, su soledad es completa. La carta en la que Bulgákov se refiere a sí mismo como un lobo solitario es de 1931. Tiene cuarenta años y faltan nueve para su muerte. Hace 5 años del éxito de su obra Los días de los Turbín y su consiguiente caída en desgracia como escritor. En ese momento Mijaíl Afanásievich no sabe nada; solo conoce el dolor, la angustia nerviosa, la desesperanza. Ahora, tantos años después, sabemos que bajo la fe de Yelena Shílovskaya, su talento llegaría hasta nosotros, y con él la admiración y reconocimiento internacional. Pero él nunca lo vio, nunca lo supo. Solo soledad.
En el 32, éxito rotundo en una nueva representación de los Turbín (“el telón se levantó 20 veces“, escribe), pero ya todo está teñido por la falta de libertad creativa. En 1939, cerca ya del final, expresa indiferencia (en carta a su amigo Vikienti Vieriesaiev, fechada el 2 de marzo):
“Habiendo comprobado estos últimos años que ni una línea escrita por mí será impresa ni dicha en un escenario, me esfuerzo por mantener una actitud de indiferencia. Y he conseguido, a fe mía, notables resultados (…) He adquirido el hábito de considerar cada uno de mis trabajos bajo un solo ángulo, el número de agravios que me ocasionará. Y si no está previsto que sean demoledores, ya quedo entonces agradecido de todo corazón. Me entrego en este momento a una actividad completamente insensata desde el punto de vista del sentido común: procedo a la última revisión de mi novela”.
Se trata, claro, de El Maestro y Margarita, la indescifrable piedra demoníaca y brillante que a todos nos fascina. La novela donde todo el imaginario de Bulgákov se vuelca con toda libertad, donde encontramos la ira, la frustración de una vida entera; pero también la socarronería, la fe, la esperanza, el humor y la maestría.

A veces me pregunto si Mijaíl Afanásievich pudo no haber escrito El Maestro y Margarita, qué hubiera sido del resto de su obra, de su legado; qué hubiera sucedido si Yelena Shílovskaya no hubiera conseguido publicar la novela en los sesenta del siglo pasado. Tal vez sean preguntas sin sentido, pues la realidad es que la novela fue escrita y sobrevivió al fuego. Voland pasea por las calles de Moscú y Popota hace de las suyas.
Todo esto, a través de tanta penuria personal del escritor, ha llegado hasta hoy; pero el hecho de que casi con la misma probabilidad su obra hubiera ardido para siempre en el fuego o ahogada en el inexorable mar de la censura soviética, le aporta al libro una intensidad y una realidad particulares. Un carácter muy coherente con la historia de la vida y la obra de Bulgákov.
En su última carta, que data del 28 de diciembre de 1939 (apenas 2 meses antes de su muerte, el 10 de marzo de 1940) y dirigida a Aleksandr Gdeshinski, Bulgákov afirma con entereza que va a morir, y se despide de su amigo con unas palabras que, viniendo de él y sabiendo en qué situación se encuentra, tienen un valor especial para mí:
“Te deseo de todo corazón que goces de buena salud: que veas, que oigas el mar, que escuches música”.
A veces, mientras instante tras instante discurre tranquila la vida, es tan sencillo como obedecer al maestro: ver el sol, oír el mar, escuchar música, leer a Bulgákov.
Un giro final
Cuenta Ricardo San Vicente en el prólogo de la edición de El Maestro y Margarita, una historia emocionante y que, de algún modo, cierra bien la historia de Bulgákov, quien en sus últimas cartas escribía refiriéndose a Gógol: “Maestro, cúbreme con tu capote…”.
A través de Vladímir Lakshín –otro buen conocedor y admirador de la obra de Bulgákov–, nos hace saber que durante años sobre la tumba de Bulgákov en el cementerio de Novodévichi no hubo monumento alguno, tan sólo unas flores y cuatro árboles. “Yelena Serguéyevna se acercaba de vez en cuando al cobertizo de los marmolistas en busca de alguna lápida u otro material abandonado para hacer un monumento a su marido… En una ocasión vio que en un hoyo, entre trozos de mármol y viejas lápidas asomaba una poderosa roca negra. “¿Esto qué es?” “Un Gólgota”, le contestaron. “¿Cómo un Gólgota?”. Y le explicaron que sobre la tumba de Gógol, mientras estuvo en el monasterio de San Daniel, se levantaba una roca negra traída del mar Negro, un Gólgota con una cruz. Pero más tarde, cuando para el centenario de su muerte –1952– construyeron para Gógol un nuevo y soviético monumento, la roca se arrinconó y se tiró entre aquellos restos. “La compro”, dijo sin pensarlo dos veces Yelena Serguéyevna…”

La roca fue llevada a la tumba de Bulgákov y, tras darle la vuelta, el pedrusco negro, que había servido de monumento funerario para Gógol, se hundió pesadamente sobre la urna de Bulgákov. Sea como fuere, lo cierto es que Gógol pareció haber oído la llamada de su discípulo, y el maestro cubrió con su primer monumento las cenizas de Bulgákov.
Finalmente, el maestro le cubrió con su capote. Con Bulgákov, todo es posible. Para mí tiene una gran importancia este giro final. Estas pequeñas conexiones, un tanto azarosas, pero que esconden una intención, lo son todo para mí. Tal vez por cosas como estas merezca la pena la literatura. Tal vez por esto hay que entrar en la obra de Bulgákov: porque nos ayuda a crear sentido, a trascender nuestro tiempo y nuestra limitada mente para ir más allá, para pensar más allá y heredar aquella libertad suya de lobo salvaje. Porque aún a través de la décadas nos llega algo de su fuerza.
Espero algún día visitar la tumba de Bulgákov. Ir allí y, en silencio, dar las gracias. Por eso, ahora, vuelvo a encender la música, suenan los tambores, pícaros e infernales, de Sympathy for the devil (…I’ve been around for a long, long year/ Stole many a man’s soul to waste), y me imagino al bueno de Mijaíl Afanásievich bebiendo vino y jugando al ajedrez con Voland en el Infierno, junto a Yelena Shílovskaya, Popota y los demás rondando también por ahí. Parece feliz y sonríe porque acaba de vislumbrar la manera de ganar la partida.
Y, en la mano derecha, juguetea con una pequeña piedra negra y brillante, donde todos estamos reflejados.
-La edición de El maestro y Margarita leída por el autor ha sido la de Nevsky Prospects, 2014.
-Todos los fragmentos de la correspondencia de Bulgákov proceden de Correspondencia (1926-1940) (Maldoror, 2006)
– Se hace referencia al texto Mijaíl Bulgákov en el mundo hispano, de Olga Malysheva (Actas del XLVI Congreso Internacional de la Aepe (Asociación Europea de Profesores de Español) La cultura española, entre la tradición y la modernidad. (Cuenca, 2011)