Un paseo con las “Diosas” de Joseph Campbell

Por Emma Rodríguez © 2015 / Esta entrada se titula “Un paseo con las diosas de Joseph Campbell”, pero su encabezamiento podría ser igualmente “El cultivo de las sombras de Tanizaki” o “Leer y jugar”. De hecho me demoré un poco en la elección del arranque, porque las diosas y las sombras han sido protagonistas de mis lecturas estas últimas semanas, lecturas realizadas en parte en el exterior, aprovechando aún el buen tiempo, disfrutando de sosegados y lúdicos paseos con los colores y las luces del otoño, un renovado espectáculo que siempre nos sorprende con la repetición del ritual de las hojas secas. El juego con las hojas secas, la contemplación de los árboles desnudándose y ese leve deseo de recogimiento, de meditación, que nos embarga tan sutilmente en el preludio del invierno.

Quienes gusten de las mitologías, de las leyendas, están de enhorabuena con la recopilación de los textos, en su día conferencias, de Joseph Campbell (1904-1987) escritor, profesor, especialista en religiones comparadas y mitólogo a la altura de Mircea Eliade, sobre la presencia de las diosas en el trayecto histórico de las distintas culturas. El volumen, que ahora pone en las librerías Atalanta, ha sido posible gracias al rescate y la edición llevada a cabo por la profesora Safron Rossi de un valioso material al que su autor no acabó de dar en su día estructura de libro.

Resulta revelador, intenso, este viaje a través de los siglos, que tanto nos dice sobre la percepción de las mujeres a lo largo del tiempo, sobre todos los arquetipos que las han rodeado, muchos de los cuales han llegado prácticamente intactos hasta nuestros días, y sobre la importancia de los mitos en la comprensión del camino que nos ha conducido hasta un presente en el que aún es manifiesta la desigualdad y la falta de entendimiento entre los dos sexos.

Un recorrido en el que Campbell nos va conduciendo, a través de un relato ameno, pero no exento de complejidad, que hay que seguir sin prisas, a pequeños trechos, disfrutando de los descubrimientos que nos aguardan, desde las primeras representaciones de divinidades femeninas en el Paleolítico, el Neolítico y la Edad de Bronce, hasta las diosas micénicas, sumerias y egipcias, partiendo desde ahí hacia la cultura helénica y sus cultos mistéricos; la Edad Media y la veneración a la Virgen María y el Renacimiento, con el florecimiento del paganismo y la aparición del amor cortés, que tanto transformó las costumbres.

“Diosas” es un revelador, intenso, viaje a través de los siglos, que nos habla sobre la percepción de las mujeres a lo largo del tiempo, sobre los arquetipos que las han rodeado, muchos de los cuales han llegado prácticamente intactos hasta nuestros días, y sobre la importancia de los mitos en la comprensión del camino que nos ha conducido hasta un presente en el que aún es manifiesta la desigualdad y la falta de entendimiento entre los dos sexos.

Al Fausto de Goethe debe el autor una idea que estimuló sus búsquedas a lo largo del tiempo. El eterno femenino / nos impulsa hacia lo alto”. Una frase, que según la responsable de la edición, se convierte en “el hilo de oro” que va engarzando los distintos capítulos de una entrega deudora de las investigaciones pioneras sobre la Gran Diosa del mundo neolítico de la Vieja Europa de la estudiosa Marija Gimbutas, de la que se incluye un texto, a modo de apéndice, en el libro. Como nos dice en el prefacio Safron Rossi, uno de los temas favoritos de Campbell fue el estudio de “la transformación  y resistencia de los poderes simbólicos arquetípicos de lo divino femenino, a pesar de los dos mil años de tradiciones religiosas patriarcales y monoteístas que han intentado excluirlos.”

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Resulta muy interesante el texto introductorio en el que el mitólogo estadounidense, que impartió sus conferencias entre 1972 y 1986, en pleno debate de la liberación femenina, explica su interés por entender la encrucijada de las mujeres contemporáneas, ya lejos de su tradicional esclavitud en el hogar, pero sin modelos femeninos claros, identificables, capaces de guiarlas a la hora de adentrarse en un espacio reservado a los hombres, con los que han de competir en “el territorio y la selva de la búsqueda individual, del logro y de la auto-realización.”

Al desarrollar sus respectivas carreras, las mujeres emergen progresivamente como personalidades diferenciadas, dejando atrás el viejo acento arquetípico en el rol biológico, si bien sus psiques se hallan todavía constitucionalmente ligadas a este rol“, expone el autor, concluyendo que el desafío, entonces y hoy, consiste en abandonar la idea de la confrontación, de la competición, ofreciendo una respuesta, “no a la manera de los hombres, sino de las mujeres”; “floreciendo como individuos, no como arquetipos biológicos, ni como personalidades que imiten lo masculino”.

Insiste Joseph Campbell en que en la mitología no existen modelos para la búsqueda individual de una mujer, pero “tampoco para un varón casado con una mujer individualizada”. He ahí la tensión, el conflicto que no ha sido resuelto ni siquiera en las sociedades avanzadas de este siglo XXI, donde aún no se ha erradicado la violencia machista y donde la lucha por la igualdad de oportunidades sigue en pie. “Estamos juntos en esto y podemos resolverlo juntos, no con pasión (que es siempre arquetípica), sino con compasión, velando pacientemente por el crecimiento de unos y otras”, escuchamos la voz del mitólogo.

Insiste Joseph Campbell en que en la mitología no existen modelos para la búsqueda individual de una mujer, pero “tampoco para un varón casado con una mujer individualizada”. He ahí la tensión, el conflicto que no ha sido resuelto ni siquiera en las sociedades avanzadas de este siglo XXI.

El actual es un momento muy interesante” porque, “no existen modelos para nada de lo que está sucediendo”; porque “todo está cambiando, hasta la ley de la jungla masculina”; porque “los viejos modelos ya no funcionan y los nuevos aún no han aparecido”, decía –nos sigue diciendo– Campbell. “Somos el modelo de una edad por venir; los generadores involuntarios de los mitos en los que se sustentará esa nueva edad, los modelos míticos que inspirarán a las vidas venideras”, reflexionaba, abriendo para hombres y mujeres una puerta, la puerta al pasado para entender los antecedentes y poder emprender, con conocimiento de causa, el camino del futuro.

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Diosas es un libro bellamente ilustrado, lleno de hallazgos, que nos demuestra lo deudores que somos de los mitos del pasado, lo lejos que aún estamos de hallar esos nuevos modelos de entendimiento, de convivencia, a los que se refiere el autor. Basta remontarse a las representaciones de la mujer que nos han llegado del Paleolítico, a través de las pequeñas figuras de “Venus”, en las que la hembra aparece simplemente desnuda. “Su cuerpo, receptáculo de la vida humana, es su magia, una magia primaria y natural”, frente al macho, que en las pinturas rupestres siempre aparece “representando algún papel en concreto, desempeñando cierta función o actividad”.

En cierto modo, seguimos siendo herederos de esos parámetros.”Todavía hoy seguimos acercándonos y contemplando a la mujer en función de parámetros de belleza y al hombre en función de lo que es capaz de hacer, de lo que ha hecho, de cuál es su trabajo”, señalaba el profesor Campbell, quien nos habla de la tensión primitiva entre los aspectos mágicos masculinos y femeninos y nos lleva a detenernos en un momento crucial en la historia de la humanidad, cuando se desarrolló el arte de la agricultura y la domesticación de los animales, y las sociedades dejaron de ser fundamentalmente cazadoras.

”Todavía hoy seguimos acercándonos y contemplando a la mujer en función de parámetros de belleza y al hombre en función de lo que es capaz de hacer, de lo que ha hecho, de cuál es su trabajo”, señalaba el profesor Campbell, quien nos habla de la tensión primitiva entre los aspectos mágicos masculinos y femeninos.

Fue entonces cuando se produjo un cambio de autoridad y la ecuación  biológica pasó de lo masculino a lo femenino. “Puesto que la magia de la Tierra y la de las mujeres son la misma –pues ambas dan la vida y la alimentan–, no sólo el papel de la Diosa pasó a ser de capital interés para la mitología, sino que también aumentó el predicamento de las mujeres en los poblados. Si alguna vez ha existido algo parecido al matriarcado (algo que dudo), debió de ser en algunos de los primeros centros de la agricultura…”, seguimos las palabras del conferenciante.

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De forma amena, a través del análisis y de los relatos y leyendas de las distintas culturas, Joseph Campbell, autor de obras tan significativas como El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito; Las máscaras de Dios o Las extensiones interiores del espacio exterior, consigue que vayamos tirando del hilo y siendo conscientes del origen de tantas ideas preconcebidas y asimiladas a lo largo del devenir de la Historia; de lo mucho que cuesta derribar obstáculos y prejuicios para alcanzar lo nuevo. Es imposible resumir aquí todos los regalos que ofrece este libro que nos acerca a un punto muy importante de la mujer en la mitología, el de su representación como “principio de la naturaleza”. Diosas nos lleva a recuperar el sentido de la madre tierra en un momento de desacralización de la misma y nos ayuda a acceder a una visión más espiritual de la vida a través del principio femenino de la Diosa como madre del nacimiento físico y como agente del despertar místico.

Cuando meditamos sobre una deidad estamos meditando sobre los poderes de nuestro propio espíritu y psique, así como sobre poderes que se hayan también fuera (…) Cuando la mitología se entiende de manera apropiada, el objeto de reverenciado y venerado no es un término final, sino que constituye una personificación de la energía  que reside en el interior del individuo, y la referencia mitológica tiene dos vertientes: la de la consciencia y la del potencial espiritual en el seno del individuo”, explica el autor en otra de las atractivas líneas argumentales, enseñanzas, de este libro-viaje.

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A grandes zancadas, atravesando tiempos, edades de la cultura y geografías diversas, me sitúo, por preferencia particular, en el capítulo dedicado a la Ilíada y la Odisea, obra esta última que, según sostienen algunos especialistas, pudo ser escrita por una mujer. “Resulta de suma importancia el cambio de talante y de estado de ánimo entre la “Ilíada” y su guerra masculina, así como su psicología basada en el logro de objetivos, y luego la “Odisea”, donde la diosa nos instruye acerca de la vida”, seguimos las palabras de Joseph Campbell, quien analiza en las representaciones femeninas de la última obra, en las ninfas a las que se enfrenta el extraviado Odiseo en su larga travesía hasta volver a Ítaca, a los brazos de su mujer, Penélope. Circe, la seductora; Calipso, la esposa, y Nausícaa, la virgen, son tres mujeres emparentadas con las tres diosas entre las que tiene que elegir Paris, el protagonista de la historia mitológica de la guerra de Troya: Afrodita (el impulso erótico); Hera (la madre universal) y Atenea (la diosa virgen).

Según algunos especialistas la “Odisea” pudo ser escrita por una mujer. “Resulta de suma importancia el cambio de talante y de estado de ánimo entre la “Ilíada” y su guerra masculina, así como su psicología basada en el logro de objetivos, y luego la “Odisea”, donde la diosa nos instruye acerca de la vida.”

Estamos ante distintos aspectos del poder  femenino, ante un relato en el que se pone sobre la mesa el tema de la elección, de lo que cada una de esas mujeres ofrece al héroe para hacerlo suyo, un tema representado una y otra vez que, como señala el mitólogo, alude a “una actitud que nada tiene que ver a la que sería apropiada en un diálogo entre ambos sexos”. Se trata de imágenes recurrentes, de modelos interiorizados, en los que seguimos reconociendo conductas, asimilaciones. La literatura, el arte, el cine… están llenos de ejemplos que lo demuestran; inevitablemente pienso en Edvard Munch, otro de los protagonistas de este número de “Lecturas Sumergidas”, en su percepción de los distintos perfiles y edades de la mujer, que tanto bebe de estos mitos; pero no hace falta recurrir a la creación, la vida cotidiana es un reflejo de la permanencia de unas ideas difíciles de superar en los usos y costumbres.

Ya al final del recorrido, en el epígrafe titulado “El despegue”, Joseph Campbell se centra en el nacimiento de la mentalidad moderna (entre los siglos XII y XV), con su acento en el individuo como persona peculiar y especial. Una forma de pensar que ha abierto a hombres y mujeres la posibilidad de hallar sus propios caminos. Aquí está el desafío al que se alude al comienzo de la obra. Las mujeres ya no están destinadas en exclusiva a la reproducción, al cuidado de los hijos y del hogar. “Son libres de desarrollarse individual y personalmente (…) Ahora le toca a la personalidad de cada mujer en particular encontrarse a sí misma...”, señala el autor. Y prosigue: “Ahora las mujeres deben decirnos desde su punto de vista cuáles son las posibilidades del futuro femenino. Ese futuro existe, es lo que llamamos el despegar, y no cabe duda de que ya ha comenzado”.

Quedémonos con ese despegar, con la idea de que a las mujeres nos corresponde defender sociedades más justas, más acordes con los ritmos y los tiempos de la naturaleza, en todos los ámbitos, el íntimo y el exterior; el de la casa y el de la vida pública y política. Esta es una de las conclusiones de un libro que, repito, está lleno de descubrimientos.

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En otra línea, pero igualmente atractiva, ha sido para mí una breve, pero mágica entrega, del autor japonés Junichiro Tanizaki (1886-1965) que la editorial Siruela acaba de poner en circulación. Se trata de El elogio de la sombra, de la que el sello ha realizado, desde 1994, repetidas ediciones. El autor del ensayo, conocido por sus obras de ficción, relatos y novelas como Arenas movedizas, El cortador de cañas, La madre del capitán Shigemoto o Naomi, editadas también por Siruela, nos habla con un estilo diáfano, sutil y ocurrente, de las diferencias entre los modos de vida de Oriente y Occidente.

Tanizaki arranca de una crítica, la modernización y occidentalización de Japón a marchas forzadas durante el periodo Meiji (1868-1912), y de una necesidad, la recuperación de su identidad, de sus raíces, ya en la última etapa de su vida. Como dice en la introducción el crítico Francisco Calvo Serraller, a partir de lo que podrían considerarse trivialidades, por ejemplo la diferencia de la arquitectura y decoración de las casas, el autor “fondea en una historia y una filosofía de la vida cotidiana” y, a través de su actitud reflexiva, lleva al lector, sobre todo occidental, a percatarse de que “las cosas no son como aparentemente creía que eran y, en especial, a que lo más obviamente práctico no está unido a una más plena satisfacción”.

En “El elogio de la sombra” el autor japonés Junichiro Tanizaki arranca de una crítica, la modernización y occidentalización de Japón a marchas forzadas durante el periodo Meiji, y de una necesidad, la recuperación de su identidad, de sus raíces, ya en la última etapa de su vida.

Tanizaki nos enseña, en palabras del prologuista, que “el goce del mundo se agranda paradójicamente cuanto más se demora, porque la satisfacción inmediata nos priva de la perspectiva de disfrutar con su sentido, además de arrebatarnos el placer de la expectativa”, y poco a poco, nos va introduciendo “en el reino del claroscuro, donde las cosas brillan con más intensidad cuando están bañadas en las sombras”.

El cultivo de las sombras, el gusto por el lustre de los objetos, por las cosas usadas, son propias de una cultura que siente aversión por lo extremadamente brillante, por el blanco impoluto, por lo nuevo. De ello somos conscientes a través de los ejemplos que nos va mostrando el autor, quien recurre a ejemplos personales con evidentes notas de humor y arremete contra la fealdad de los modernos artefactos domésticos introducidos por el progreso (lámparas eléctricas, ventiladores, teléfonos, aparatos de calefacción, cables por todas partes…), que rompen la armonía y sutileza de los interiores japoneses, que tradicionalmente han jugado con la sencillez, las sombras y el equilibrio con la naturaleza.

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La penumbra y no la luz exagerada que lo expone todo ante los ojos. Tanizaki lamenta que Oriente no hubiera seguido su propia evolución y hubiera generado un progreso más acorde con su forma de ser y de entender el mundo. La argumentación le lleva a ingeniosos análisis que bucean en las diferencias, en los desequilibrios que ha provocado la adaptación a modos y modas que no han tenido en cuenta la tradición.

Los colores opacos, las lacas, la penumbra, inducen a la ensoñación, a la meditación, nos dice, y nos acaba convenciendo, tanto tiempo después de que vertiese sobre el papel sus impresiones, de lo placentero y gratificante que sería poner un poco de misterio, de contemplación en nuestros entornos, en nuestras vidas. Es, sin duda, inspirador este libro en el que leemos: “En realidad, la belleza de una habitación japonesa, producida únicamente, por un juego sobre el grado de opacidad de la sombra, no necesita ningún accesorio. Al occidental que lo ve le sorprende esa desnudez y cree estar tan solo ante unos muros grises y desprovistos de cualquier ornato, interpretación totalmente legítima desde su punto de vista, pero que indica que no ha captado en absoluto el enigma de la sombra”.

Los colores opacos, las lacas, la penumbra, inducen a la ensoñación, a la meditación, nos dice, y nos acaba convenciendo, tanto tiempo después de que vertiese sobre el papel sus impresiones, de lo placentero y gratificante que sería poner un poco de misterio, de contemplación en nuestros entornos, en nuestras vidas.

Tanizaki se queja de la iluminación excesiva que ha impuesto la modernidad, de la necesidad de mostrarlo todo al primer golpe de vista. Tanizaki elabora toda una teoría sobre las sombras, los umbrales y penumbras en esta obra deliciosamente sencilla y a la vez profunda en la que nos dice que la belleza “puede perder su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra”. Todo un tratado sobre el arte de la insinuación, de la seducción, de la importancia de los pequeños detalles y lo superfluo y banal que resulta el exceso. Un manual que nos ayuda a comprender mejor el enigma de una cultura que siempre nos ha atraído y a reflexionar sobre aspectos de nuestro modo de vida que normalmente nos pasan desapercibidos. Por todo ello os lo recomiendo en esta “Ventana” una vez más abierta al otoño, sabiendo que aún quedan días por delante para leer y para jugar al aire libre, con las hojas secas.

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Los libros recomendados en esta entrada son:

– Diosas, de Joseph Campbell, publicado por la editorial Atalanta. Traducción de Cristina Serna, con edición y prefacio de Safron Rossi.

Elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki, publicado por Siruela. Prólogo de Francisco Calvo Serraller. Traducción del francés de Julia Escobar.

Las fotografías han sido realizadas por Nacho Goberna en el entorno del Templo de Debod en Madrid.

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