Esther García Llovet: “Me saturé de Bolaño de tanto leerlo”

Por Emma Rodríguez © 2014 /Se hace referencia en “Mamut”, la nueva novela de Esther García Llovet, a “las cosas feas”, a “las costuras mal puestas de la vida”. Se habla del “desorden de las casas tristes, tan diferente del desorden de las casas alegres”. Se reconoce el silencio, “el silencio de las ciudades de noche”, mientras Junot, el protagonista, camina por las calles como si fuera “el último superviviente después del fin del mundo”. Hay sueños y despertares, búsquedas y huidas, “tiempo perdido, cosas perdidas, gente perdida” en esta entrega en la que los personajes luchan, se defienden, sobreviven, desde los márgenes. Una narración por la que andamos como a través de un túnel, atraídos por su extrañeza, por la sensación de estar atravesando una niebla, pisando tierras movedizas, tocando la sustancia del abatimiento que domina un presente incierto, en el que todo parece estar a punto de venirse abajo.

Original, especial, “Mamut”, cuyo título hace referencia a una droga, unas pastillas poderosas, capaces de distorsionarlo todo, puede ser leída simplemente como un “thriller” con ciertos toques de “road movie” y horizontes de ciencia-ficción. Podemos decir de ella que narra básicamente una historia de amistad y traición en unos ambientes que se escapan de lo convencional. Podemos referirnos a su estilo depurado, contenido, en el que de vez en cuando brotan imágenes potentes que funcionan como fuegos artificiales. Imágenes que son, en palabras de la autora, “como estornudos” que irrumpen en el relato sin previo aviso y se quedan porque funcionan, porque a ella le encajan en el conjunto, mientras que las atmósferas le surgen al cerrar los ojos y viajar muy lejos con la imaginación.

Sin embargo, todo esto se queda corto, no es suficiente a la hora de explicarnos la novela, en esos momentos en los que cerramos las páginas del libro y nos quedamos con su sabor, con su ritmo, con sus climas y palabras. Hay algo más en “Mamut”: un latido profundo, que parece emerger del fondo de la conciencia, de esos estratos subterráneos, salvajes, inaprehensibles, de la condición humana, de ese magma en el que se generan las pesadillas y también las revelaciones.

García Llovet (Málaga, 1963) escucha todos estos argumentos con atención, con sana curiosidad, con la naturalidad de quien no da demasiada importancia a lo que hace. Asegura que a la hora de escribir no se plantea hallar respuestas ni partir de referencias sociales concretas. “Me preocupa ante todo la estructura, en este caso más convencional que en otros de mis libros anteriores, de carácter más difuso”, dice. “Quería una estructura que llevase a los lectores a pasar las páginas con rapidez y a quedarse pegados a los personajes. Son los personajes los que producen esa inquietud, esa angustia al no saber lo que va a pasar”.

– Los personajes son muy enigmáticos. Los vemos siempre a trasluz. Hay un momento de la novela en el que se habla de un túnel y de un punto de luz azul y lejano que deslumbra al protagonista. La posición del lector es un poco esa. Debe seguir esa luz sin buscar entender hacia dónde se dirige.

– Los personajes de “Mamut”  son seres solitarios, descolocados, incluso en lo que respecta a sí mismos, sin lazos familiares. A excepción de la amistad de Junot y Toro, una amistad que viene de muy atrás, los hilos que les unen son muy tenues. Todos van a ciegas, no saben lo que les espera, pero también yo iba a ciegas mientras avanzaba en la historia. Y, por supuesto, los lectores. Tiene que ver, en efecto, con la sensación de ir por un túnel. Todo es negro. No sabemos donde estamos metidos. La referencia de la luz está al final. Aquí todo está abierto. Yo no quiero ni imaginar lo que sucedería si me tomase una pastilla de esas…

Los personajes de “Mamut”  son seres solitarios, descolocados, incluso en lo que respecta a sí mismos, sin lazos familiares. A excepción de la amistad de Junot y Toro, una amistad que viene de muy atrás, los hilos que les unen son muy tenues. Todos van a ciegas, no saben lo que les espera, pero también yo iba a ciegas mientras avanzaba en la historia. Y, por supuesto, los lectores.

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– La novela está llena de señales, de frases que funcionan como amenazas, frases del tipo: “Van a pasar cosas”, “Vamos por delante. No tenemos nada que perder”. Algo se está cociendo, todo resulta evanescente, extraño. Y está  esa perturbadora tribu de niños, esa especie de coro que actúa de fondo.

– Hice varias versiones de la novela y los niños no estaban presentes en la primera, surgieron con posterioridad, a raíz de imaginar una posible tercera Guerra Mundial entre adultos y niños. El mamut representa lo primitivo, lo que tenemos todos, la esencia del niño. Los niños son los que van por delante, no tienen futuro. El futuro es una expectativa adulta y lo bueno de no estar preparados para él es que no sabemos lo que nos va a suceder. Sobre esa idea gira la novela, sobre esa inquietud permanente que yo no veo como algo negativo sino todo lo contrario. En ocasiones la inquietud es lo que hace que nos pongamos en movimiento. En cuanto a la extrañeza, me parece que el hecho de escribir ya es una extrañeza. Yo necesito la escritura, para mí es como una especie de suelo. La extrañeza es lo que más cómodo me resulta para acercarme, para habitar lo real. Me gusta, puedo tocarla, me siento bien ahí.

– También podemos pensar que estamos dentro de una pesadilla. Todo el tiempo entre el sueño y la vigilia, dando pasos a tientas.

– Este mecanismo tiene que ver con mi experiencia personal. Está claro que las ficciones, los libros que escribimos, sin ser autobiográficos, sí son, en cierto modo, autorretratos de nosotros mismos. Desde que yo tenía 13 o 14 años, siempre me ha costado mucho dormir. Me gustan los sueños y suelo apuntarlos. A veces me cuesta diferenciarlos de la realidad y siempre me parece que son algo que se queda a medio camino de lo que deberían ser las cosas. Los de antes de despertar, por ejemplo, suelen indicar lo que en realidad nos gustaría que sucediera.

El futuro es una expectativa adulta y lo bueno de no estar preparados para él es que no sabemos lo que nos va a suceder. Sobre esa idea gira la novela, sobre esa inquietud permanente que yo no veo como algo negativo sino todo lo contrario. En ocasiones la inquietud es lo que hace que nos pongamos en movimiento.

– “Mamut” es una novela de escenarios marginales, de desiertos, eriales, descampados, geografías en ruinas. Es como si se buscara levantar nuevas construcciones desde los márgenes del sistema, de lo establecido. “Hay restos de fogatas por todas partes y latas vacías junto a las paredes como si a lo largo de los años se hubieran refugiado mendigos y parejas y adolescentes fugados de casa justo después de transformarse en lobos”, leemos en la página 89.

–  Me interesa mucho el anonimato. Los personajes conocidos, célebres, no me atraen en absoluto, porque considero que lo extraordinario, lo milagroso, está oculto. No hay ningún foco que te indique dónde está. Se encuentra fuera de la vista, en otro lado, y hay que saber buscarlo. Con eso podría contestar a tu pregunta, pero también te puedo decir que, aunque soy muy urbana, siento fascinación por lo salvaje, por lo primitivo. Creo que como no recurramos a lo asilvestrado, a otro tipo de referencias, estamos perdidos.

– También se trata de una novela muy masculina.

– Sí. Me identifico mucho con el imaginario, con el universo masculino. Me gusta la nobleza que tiene el “western”, esas historias del Oeste en las que los hombres van juntos a la búsqueda del oro. Y también esas otras de boxeadores que se pelean y después se abrazan. Hay mucho de todo eso en “Mamut”, sí. Yo creo que las mujeres somos quienes hacemos avanzar la sociedad y que los hombres llevan las riendas de la Historia.

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– Las referencias temporales y espaciales son muy difusas. No sabemos bien cuándo ni dónde transcurre la acción, aunque la mirada está todo el tiempo oteando sobre un hipotético futuro.

– Bueno, la acción transcurre en los 90. Cuando llevaba cuarenta páginas escritas me di cuenta de que si quería construir un “thriller” en el que el protagonista fuese detrás de su amigo desaparecido tenía que irme a unos años en los que los teléfonos móviles aún no estaban tan presentes en nuestra cotidianidad. Yo creo que en el momento en el que el móvil llegó a nuestras vidas la novela negra perdió su sentido, se desbarató. Ahora todos estamos localizados. El otro día me metí en “google maps” y en una calle vi a un amigo que había muerto. Me provocó un efecto tremendo. En cuanto a las localizaciones, hay mucho de Los Ángeles en la novela y también de Seattle, una ciudad que no conozco, pero que me resultaba idónea para hablar del futuro.

Cuando llevaba cuarenta páginas escritas me di cuenta de que si quería construir un “thriller” en el que el protagonista fuese detrás de su amigo desaparecido tenía que irme a unos años en los que los teléfonos móviles aún no estaban tan presentes en nuestra cotidianidad. Yo creo que en el momento en el que el móvil llegó a nuestras vidas la novela negra perdió su sentido, se desbarató.

[Quedamos con Esther García Llovet una tarde calurosa en el Parque de Canal de Isabel II, en la zona de Plaza de Castilla, muy cerca de su casa. Allí la escritora buscó un rincón un tanto futurista, acorde con los escenarios de “Mamut”, aunque en sus manos llevase el libro que estaba leyendo en ese momento, “Creaciones Madrid”, de Grace Morales. “Me encanta esta visión tan refrescante de la ciudad. Es un conjunto de ensayos, de observaciones a pie de calle, en el que la erudición y el sentido del humor están muy equilibrados”, decía mientras pasaba las páginas. Un estupendo preámbulo para seguir hablando de sus lecturas, de sus inspiraciones].

– ¿Cuáles son esos primeros libros que recuerdas?

–  Pues libros muy convencionales, los típicos: “Los cinco”, “Los siete secretos”... Recuerdo que estudié en un colegio inglés y que nos hacían leer las historias de “Janet and John”, donde ella era muy cursi y él un gamberro. A partir de ahí, la verdad es que siempre he sido una lectora muy caótica. He leído de todo, con muy poco criterio.

– Pero, en algún momento, llegarían las influencias, las pasiones literarias.

– Bueno, el primer autor que me llevó a escribir fue Roberto Bolaño. De él lo leí absolutamente todo. Me quedé tan saturada que ahora no me comería ni una tapa. Empecé con “Nocturno de Chile” y luego llegaron “Los detectives salvajes” y todo lo demás. Mi próximo libro, “Cómo dejar de escribir”, tiene mucho que ver con Bolaño. En los 90 fue una  compañía permanente para mí y después leí mucha novela latinoamericana. Hay un autor al que no puedo dejar de citar, el argentino Juan José Saer. Y también me encantan Rodolfo Fogwill y César Aira. Los argentinos son muy seductores. Manejan el lenguaje como si fuera chicle. Parece que no necesitan esforzarse apenas. Todo en ellos es palabra.

– ¿Qué buscas en un libro, qué hace que una historia te atrape?

– A mí me gusta leer, escribir, pero no soy consciente de que la literatura sea algo importante en la vida. Me gusta la sensación de intimidad, de privacidad, que proporciona, esa fagotización que llevamos a cabo del autor cuando leemos sus obras y lo hacemos desaparecer. Si me paro a pensar en las historias que más me gustan, siendo muy diversos mis intereses, me decantaría por las que tienen mucha proteína, mucha sangre y vísceras. En ese sentido los norteamericanos se manchan más que los europeos a la hora de escribir.

– ¿Algún nombre en concreto?

– Pues Saul Bellow me gusta muchísimo. En su momento leí bastante a David Foster Wallace y creo que Carver está sobrevalorado.

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– ¿En qué momento y lugar te gusta leer especialmente?

Los libros de ficción me gusta leerlos de noche, en la cama, antes de dormirme, mientras que los de no ficción los reservo para los trayectos en metro. Siempre estoy con varias cosas a la vez. Me pasa como con las “chuches”. Me apetece todo y no suelo tener prejuicios. Ninguna lectura me parece mala, como tampoco ninguna película. Hasta del “Cosmopolitan” saco algún provecho.

– ¿Estás al tanto de las novedades?

– Hace cuatro o cinco años estaba al tanto de todo lo que se publicaba, pero ahora mucho menos. Me gusta leer, eso sí, lo que escriben mis amigos y siento especial interés por lo que van publicando Javier Calvo, Blanca Riestra, Andrés Ibáñez o Grace Morales, a quien leo ahora. Antes decía que era muy caótica y también es cierto que me muevo por etapas. Ahora, por ejemplo, estoy con el género de terror.

– Estudiaste dirección de cine. ¿Qué importancia tiene el cine para ti?

– Siempre me ha interesado más la imagen que la palabra y no me importa reconocer que escribo porque no puedo hacer cine. Veo muchas películas, constantemente. El cine para mí es como respirar.

– ¿Una asignatura pendiente?

– Dirigir cine es mi gran asignatura pendiente, pero si hablamos de libros, en estos momentos me gustaría adentrarme más a fondo en el terror  victoriano inglés. Siempre que algo me interesa lo aplico a lo que hago y ahora me gustaría que mi terror fuese más manifiesto. En cierto modo al leer terror lo que haces es explorarlo, poner nombre a tus propios demonios, sacarlos fuera de ti.

Siempre me ha interesado más la imagen que la palabra y no me importa reconocer que escribo porque no puedo hacer cine. Veo muchas películas, constantemente. El cine para mí es como respirar. Dirigir cine es mi gran asignatura pendiente.

– ¿Una recomendación de lectura para afrontar el presente?

– No creo que la literatura sirva para entender ni para ayudar a afrontar la realidad. La literatura puede cambiarte un día concreto, pero es la calle la que te puede cambiar la vida.

– ¿Qué libro te llevarías a una isla desierta?

– En ese caso preferiría escribirlo yo misma. Sería mucho más entretenido.

“Mamut”, de Esther García Llovet, ha sido publicado por Malpaso.

Las fotografías han sido realizadas por Karina Beltrán en el Parque de Canal de Isabel II, en la zona de Plaza de Castilla de Madrid.

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