En Lecturas Sumergidas estamos muy agradecidos a Bernardo Atxaga por habernos cedido para su publicación en primicia -nunca antes habían sido publicadas en medio alguno- el comienzo de “Último sueño”, en sí mismo un sugerente relato cargado de significados que ve la luz por primera vez en esta revista, así como otras dos piezas: “El búho” y “El mapache”, que aparecen en la edición en euskera de su última novela, “Días de Nevada”, pero no en su versión en castellano. Aquí las presentamos traducidas para nuestros lectores.
Nota para los lectores: a continuación un fragmento que corresponde al comienzo de un relato de 30 páginas que, en un principio, estaba destinado a confluir con el capítulo final de “Días de Nevada” (“Izaskun está en Eibar”). Al final Bernardo Atxaga decidió no incluirlo en las versiones impresas de la novela -ni en su edición en euskera, ni en castellano-. En conversaciones con el autor nos ha señalado que, quién sabe, quizás sea el comienzo de un nuevo trabajo.
“ÚLTIMO SUEÑO” © Bernardo Atxaga
El cielo estaba obscuro aquel día, hace setecientos mil años. Un grupo formado por unos veinte individuos que ya no eran monos-monos sino semi-monos, se detuvo en el camino esperando a un miembro del grupo que se había quedado atrás. Nadie apareció, y los semi-monos hicieron fuego de la manera que en el futuro, setecientos mil años más tarde, explicarían las enciclopedias, frotando dos piedras y dejando caer las chispas a un montón de hierba seca. No había estrellas aquella noche. No había luna. Era el fuego la única luz.
Los semi-monos se tumbaron en el suelo, y lo mismo hicieron los chacales que ya eran semi-perros y se alimentaban de las sobras de comida que aquellos dejaban. Ningún ruido, casi. Algún aullido, una pisada, el viento, la rama de un arbusto.
Los semi-monos durmieron toda la noche. Despertaron, miraron alrededor: no había rastro del miembro rezagado. Los cuervos graznaban. Dos buitres daban giros en el aire. Los chacales, los semi-perros, iban y venían, nerviosos.
El grupo volvió sobre sus pasos. Encontraron a su compañero, le gritaron. No recibieron respuesta, y se sentaron frente a él, a cierta distancia. El sol de hace setecientos mil años iluminaba la llanura.
Los cuervos volaban de una roca a otra, vuelos cortos. Los buitres, que ahora eran cinco, parecían volar en torno al sol, en círculos. Los semi-monos se acercaron a su compañero. No se había movido. Vieron que tenía los ojos abiertos.
Tenía los ojos abiertos y miraba directamente al sol. Los semi-monos retrocedieron y volvieron a sentarse. Los chacales, los semi-perros gimotearon.
Otra noche, otro amanecer. Los semi-monos volvieron a acercarse a su compañero. Seguía con los ojos abiertos. Uno de los individuos del grupo, el más adelantado, el jefe, avanzó dos pasos y lo tocó. Súbitamente, los cuervos se pusieron a chillar. Fue un azar. El adelantado, el jefe, saltó hacia atrás. El resto del grupo huyó corriendo y se escondió tras una roca.
Volvió el silencio. Los buitres volaban en círculo. Seguían siendo cinco.
Durante la mañana hubo ráfagas de viento, remolinos, columnas de polvo en la llanura. El individuo que llevaba la iniciativa dejó caer una piedra sobre el estómago de su compañero inmóvil. No ocurrió nada. Cogió otra piedra, la dejó caer. Repitió la operación por tercera vez. No ocurrió nada. El resto del grupo empezó a traer piedras. Los chacales, los semi-perros, se retiraron del lugar apresuradamente.
El semi-mono rezagado, el de los ojos abiertos, quedó aplastado por el peso de unas cien piedras.
Terminaba el día. El cielo vacío, sin buitres, enrojeció. Hace setecientos mil años.
El adelantado, el jefe del grupo, cogió una última piedra y la colocó sobre las demás, coronando así la construcción que setecientos mil años más tarde los diccionarios llamarían “tumba” o “túmulo”. Luego comenzó a caminar, y dio unos cien pasos. Los semi-monos le siguieron. Los semi-perros también.
El adelantado, el jefe del grupo, se detuvo, se giró, miró fijamente a la tumba, al túmulo. Puso cara triste. Dijo: “C´est la mort, c´est la merde”. Como un coro, el grupo repitió sus palabras: “C´est la mort, c´est la merde”. Parecían franceses.
Aquello era imposible. Hace 700.000 años no había franceses. No había lengua francesa. “C´est la mort, c´est la merde”. Imposible que los semi-monos pronunciasen aquellas palabras. Quise despertar, volver a la realidad. Me daba cuenta, con el último hilo que me ataba a ella, que los semi-monos, los semi-perros, los buitres, los cuervos, el sol, las piedras, el túmulo, todo estaba dentro de mi mente, y que de mi mente habían salido, también, las palabras que había pronunciado el adelantado, el jefe del grupo, “C´est la mort, c´est la merde”, pues el francés no es una lengua extraña para mí. Pero el hilo que me ataba a la realidad se rompió enseguida, y me vi en el lugar donde habían estado lo semi-monos, contemplando el túmulo.
Era el amanecer, el sol iluminaba la llanura. Miré alrededor, en busca de algún rastro de vida, y sólo vi al buitre. Giraba en el aire justo encima de mí. Decidí alejarme del lugar, y me puse a caminar en la dirección que habían tomado los semi-monos y los semi-perros. El terreno era pedregoso. Al pasar por una zona en que las piedras tenían formas geométricas, cuadradas o rectangulares, vi que estaba llena de serpientes. (…)
Nota para los lectores de Lecturas Sumergidas: A continuación dos textos de “Días de Nevada” que fueron incluidos por Bernardo Atxaga en la parte final de la novela en su versión en euskera. Por primera vez en un medio de comunicación, os los mostramos en “Lecturas Sumergidas” traducidos al castellano.
EL BÚHO Y EL MAPACHE © Bernardo Atxaga
LO QUE VIO Y ESCUCHÓ EL BÚHO DE SAN RAFAEL RANCH (RESUMEN)
–Búho solitario, búho que gracias a la suavidad de tus plumas te mueves sin hacer el menor ruido, tú, el más silencioso de los pájaros, con tus ojos grandes, con tus orejas grandes, tú que eres de la estirpe de aquel que estuvo en la mano de Atenea, tú que siempre estás vigilante, dime, ¿qué viste, qué escuchaste en el parque San Rafael la tarde del 19 de junio de 2008, cuando ya empezaba a caer la noche?
–Vi 106 gansos, y además 56 patos, 16 perros, 29 seres humanos, 2 gatos, 5 coyotes, 12 mapaches, 20 ardillas, 87 ratones, 40 sapos y 538 arañas, 35 de ellas Viudas Negras. Los insectos y demás bichos pequeños eran unos 10.000. No vi zorros. Tampoco gatos monteses. En cuanto a los sonidos, escuché berridos de ganso, ladridos de perro y palabras de ser humano.
–Y, más concretamente, búho, búho solitario, silencioso, hermoso búho de ojos grandes, de orejas grandes, tú que siempre estás vigilante, qué viste y escuchaste en el Monumento al Pastor Vasco del parque la tarde del 19 de junio de 2008, cuando ya empezaba a caer la noche?
–Una niña y una border collie andaban corriendo por allí. La niña decía continuamente: ˝¡Coge el palo, Blue!”. En la base del monumento había un grupo de personas sentadas, al principio 4 hombres, 2 mujeres y una muchacha, y de allí a poco, cuando vino otro ser humano, 5 hombres, 2 mujeres y una muchacha.
–¿Ruidos? ¿Sonidos?
–Hasta que llegó el quinto hombre, ninguno. Luego, ˝¿qué ha pasado˝, preguntó aquel hombre, al tiempo que saludaba al border collie, que había acudido corriendo junto a él. Habló entonces otro hombre, vestido con un impermeable rojo:˝Prefiero que lo expliques tú, Bob˝. Y dijo el tal Bob: “Patrick nos ha llamado para decirnos que el ADN de Dennis y el que se halló en el cuerpo de Brianna no coinciden. Nos ha pedido perdón por estropearnos la cena˝. ˝Pero, ¿por qué la sospecha?˝, preguntó de nuevo el hombre que había llegado el último lanzando un palo al border collie. Entonces habló una mujer: ˝Por lo visto, ese tipo de Chicago, Alexander, vio que Dennis tenía fotos de niñas en el ordenador. Le bastó eso para llamar a la policía… yo he visto esas fotos hace horas y, ¿sabes de quién eran? Pues de Izaskun, de Sara y de mis tres hijas˝. Un hombre que estaba a su lado y hablaba muy fuerte, añadió: “A Alexander le parecieron eróticas, por lo visto. ¡Y eran las que tomamos en Pyramid Lake! ¿Sabes lo que pasa? Que Alexander quería salir en televisión, y que la gente dijera, mira, el tipo que descubrió al asesino, el más listo de todos. Hay muchos que trabajan con ordenadores y se creen una mezcla de Sherlock Holmes y Einstein˝. La muchacha que estaba con ellos levantó la mano, como se hace en la escuela, y dijo: ˝De todos modos, ese Alexander también era policía o medio policía. Él y el cowboy Patrick hablaron dos veces mientras vosotros estabais cenando, una vez en la cocina y otra vez en una habitación˝. Habló el que se llamaba Bob: “Izaskun no es todavía Sherlock Holmes, pero con el tiempo lo será˝. ˝Prefiero ser Hercule Poirot, y, si no, Miss Marple˝. El hombre que hablaba fuerte volvió a tomar la palabra: ˝Dennis, tienes que animarte. Además, ese Alexander no era un amigo tuyo de verdad. No le habías visto desde la época de la universidad˝. ˝Quisiera hacer un acto simbólico˝, dijo el tal Dennis, y sacó de una mochila dos frascos y una jaulita. ˝Voy a dejar libres a las dos viudas negras y a la mantis˝. ˝Lejos de aquí, por favor˝, le pidió el grupo. Dennis dejó las dos viudas negras bajo a un arbusto, junto a una piedra redonda; a la mantis, diez pasos más lejos. Me parecío que los tres estaban bastante debilitados, y que no me costaría cazarlos”.
–Búho solitario, búho que gracias a la suavidad de tus plumas te mueves sin hacer el menor ruido, tú, el más silencioso de los pájaros, con tus ojos grandes, con tus orejas grandes, tú que eres de la estirpe de aquel que estuvo en la mano de Atenea, tú que siempre estás vigilante, gracias.
LO QUE VIO Y ESCUCHÓ EL MAPACHE DE COLLEGE DRIVE
–Mapache, ladrón, tú que vives en College Drive, hurgando siempre en los contenedores, tú que tienes la cola grande, los ojos negros, las orejas puntiagudas, tú que con las manos eres tan habilidoso como el mago Houdini, ¿qué viste, qué escuchaste en la casa de College Drive el 21 de junio de 2008?
–Hacia las ocho de la mañana fue el desayuno, a las nueve de la mañana llamaron por primera vez, luego a las nueve y media, luego otra vez a las diez y cuarto, y la última llamada fue a las once menos cuarto, y en todas las llamadas siempre se repetía la misma palabra, “adiós”. Más tarde, hacia las once y diez, tú dijiste “¿dónde están los pasaportes? No los veo en ninguna parte”, y tu mujer respondió, “tranquilízate, los he metido en mi bolsa”. A las once y cuarto, vino un Chevrolet Avalanche y aparcó delante de la casa, y el conductor y tú cargasteis las maletas en el vehículo, cuatro grandes y dos pequeñas. Cinco minutos después, dejasteis College Drive y empezasteis a bajar por la calle Virginia. Creo que fue vuestro último día en Nevada.
–Efectivamente, mapache. Fue aquel día, 21 de junio de 2008, cuando terminó nuestra estancia en Nevada y le dijimos adiós.
BERNARDO ATXAGA
José Irazu Garmendia (Asteasu, Guipúzcoa, 27 de julio de 1951), conocido con el seudónimo de Bernardo Atxaga, es el escritor más reconocido de las letras vascas. Su obra abarca cuento, novela, poesía y ensayo y ha sido traducida del euskera al castellano y a otras numerosas lenguas en todo el mundo. Fue la originalidad de “Obabakoak (1989) lo que le dio a conocer y le hizo merecedor del Premio de la Crítica y del Nacional de Literatura. Desde entonces no ha dejado de publicar obras apreciadas por la fuerza de un estilo, de una narración poderosa que contrasta los lugares de origen con visiones de otros paisajes. El ritmo es fundamental para él, así como la búsqueda de espacios no trillados, que le alejan de las autopistas convencionales de la literatura. Entre sus títulos destacan: “El hombre solo”, “Dos hermanos”, “El acordeonista” y “Últimos días de Nevada”, su última novela, recién publicada. Se licenció en Ciencias Económicas por la Universidad de Bilbao y en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona. Miembro de pleno derecho de la Real Academia de la Lengua Vasca desde 2006. En noviembre de 2010 también fue nombrado miembro de Jakiunde, Academia de las Ciencias, de las Artes y de las Letras. Actualmente vive en la localidad alavesa de Zalduendo.