Ana María Shua: “Me gusta apretar al lector y ser dulce a la vez”

Por Emma Rodríguez © 2013 / Ana María Shua (Buenos Aires, 1951) tiene una mirada expresiva y juguetona. Le gusta reír a carcajadas y habla de literatura como podría hablar con cualquiera de sus amigas de las frutas del mercado, de las previsiones del tiempo, de los asuntos familiares, de las relaciones amorosas o de las geografías queridas. Es decir, con la naturalidad de quien disfruta de las ficciones como uno de los grandes placeres cotidianos, y con la convicción de que los libros que se leen son un nutriente básico, del mismo modo que las historias que se escriben son la manera más bella de llenar los huecos, los absurdos, tantas veces cómicos, de la vida.

Ana María Shua tiene una de esas miradas que acarician y que a la vez esconden en su fondo una fugaz pizca de malicia. Es el  mismo contraste que impregna sus relatos, pienso mientras hablo con ella, tras analizar sus gestos, la sonrisa que, una vez detenida en los labios, permanece aún un largo rato en los ojos. En la mano tomamos los lectores los cuentos de esta mujer sin tener nada claro hacia dónde van a conducirnos, sabedores de que las respuestas tendremos que encontrarlas más allá de unos finales que no acaban de cerrarse en ningún caso. Unos finales que nos obligan, mejor dicho, nos estimulan, a seguir la vibración, la energía de las ondas expansivas de las palabras, hasta ahondar en la propia experiencia; lo que sucede una vez superado el irresistible brote de empatía ante circunstancias o momentos reconocibles; una vez asumida la crueldad, la provocación, el escalofrío, la risa, la compasión, la pena o la ternura que emana de las puertas, estancias, historias, páginas, que vamos abriendo.

Todos estos registros, y muchos más, están en “Contra el tiempo” (Páginas de Espuma), un libro que es como un tiovivo emocional, como un variado cóctel de sabores y sensaciones que debemos atrevernos a probar y que demuestra que la escritora argentina no es únicamente una maestra del microrrelato -territorio en el que ha ido ganando cada vez más adeptos en nuestro país gracias a obras como “Temporada de fantasmas”, “Fenómenos de circo”, o la abarcadora “Cazadores de letras”– sino también una forjadora de perturbadores relatos. Descubrirlo es posible gracias a esta antología realizada por Samanta Schweblin, joven promesa de las letras argentinas actuales, que ha llevado a cabo el prólogo de la edición y la selección de las piezas de tal forma que quien se adentra en el libro tiene la impresión de ir subiendo poco a poco los peldaños de una escalera sorprendente, de ángulos inesperados. Un ascenso que termina con Shua y Schweblin –dos generaciones unidas por el impulso de fabular- conversando sobre los porqués de la escritura, sobre las motivaciones que se ocultan detrás de un relato determinado, de un tema repetido, de un extraño pliegue de la existencia. Las voces de ambas son un inevitable eco de fondo en este otro encuentro que se desarrolló en Madrid recientemente, aún bajo el efecto hipnótico de la lectura de “Contra el tiempo”.

– Empecemos hablando de la complicidad que provocan algunos de tus relatos, sobre todo los que parten de experiencias cotidianas, caso de “Como una buena madre”, con el que se abre esta antología. ¿Qué madre no se ha sentido culpable alguna vez ante la forma en la que trata a sus hijos? ¿qué madre o qué padre no siente miedo ante los posibles peligros que les puedan acechar? Da la impresión de que muchos de tus cuentos parten de experiencias vividas, de situaciones domésticas, habituales, que son distorsionadas de algún modo, llevadas al extremo.

– Sí, seguramente es así. En realidad, cuando yo escribí ese primer relato, “Como una buena madre”, tenía solamente dos hijas, así que en cierto modo fue premonitorio. No pensaba que iba a tener tres, como sucede en la narración, y un tiempo después se cumplió. ¿Cuál es el material literario, de dónde parte lo que hay que contar?, me preguntas. Bueno… Yo tengo la sensación de que no hay nada tan interesante como lo cotidiano y apenas uno se distrae, o quizás todo lo contrario, apenas uno presta mucha atención, se da cuenta de que ahí está también lo más extraño, lo más absurdo y lo más temible. Cada día que pasa surgen imprevistos, situaciones de alarma. Fingimos que no existen para poder seguir viviendo, para poder seguir haciendo planes de futuro, pero están ahí, acechando. Son como amenazas que van asomando tenuemente desde lo más normal, desde lo más cotidiano. Y precisamente esto es lo que a mí me interesa contar.

Ana María Shua - Nacho Goberna © 2013

– A medida que avanzamos en la lectura nos encontramos con el miedo a la pérdida, a perder a personas cercanas, a las que queremos. Y junto a ello, la enfermedad, la muerte… De nuevo da la impresión de que estás hablando de cosas muy cercanas.

– Sí. Estos temas están muy presentes en mis cuentos. Hay uno en particular que es muy autobiográfico, “Los días de pesca”. Tiene que ver con la muerte de mi padre y quizás sea de lo más personal que haya escrito nunca, de lo más doloroso también. Y hay otro relato que viene con trampa, ese en el que rememoro en primera persona una operación de nariz a la que supuestamente me sometí, cuando en verdad fue mi hermana, no yo, quien vivió esa experiencia concreta, incluida la complicidad que se entabló en el hospital con otra convaleciente peruana que finalmente acabó en mi casa.

Cada día que pasa surgen imprevistos, situaciones de alarma. Fingimos que no existen para poder seguir viviendo, para poder seguir haciendo planes de futuro, pero están ahí, acechando. Son como amenazas que van asomando tenuemente desde lo más normal, desde lo más cotidiano. Y precisamente esto es lo que a mí me interesa contar.

¿Estás convencida de que con la felicidad no se puede construir un relato de ficción? Muchas veces tus historias empiezan de un modo muy placentero, muy luminoso, pero siempre hay algo que las tuerce, que las conduce hacia lo oscuro, por decirlo de algún modo.

– Sí. Estoy convencida de que no se puede escribir desde la felicidad. No la encuentro narrativa. La felicidad es puntual, no tiene desarrollo en el tiempo. Con ella se puede construir un hermoso poema lírico, pero en un relato siempre ha de pasar algo malo. Si no es así nos quedamos sin cuento (risas).

– Otra cosa que te gusta mucho es jugar al contraste, ya sea de planos temporales (el pasado y el presente vistos a través de la mirada de una persona que recuerda, que rememora instantes vividos), ya sea a través de los estados de ánimo enfrentados que buscas provocar en el lector: La risa que se congela ante situaciones que estremecen, que llegan a poner los pelos de punta…

– Aquí hay dos preguntas en una. Por una parte, respecto a lo primero que se plantea, creo que los seres humanos estamos hechos de recuerdos. La memoria nos constituye, y el recordar, el vivir simultáneamente en varios tiempos, es una característica tan humana como saber que alguna vez vamos a morir. Sí, evidentemente, es un registro que me gusta mucho, aunque no sea muy consciente de ello cuando me pongo a escribir. En cuanto a lo de la conjunción entre humor y horror, resulta que para mí están absolutamente entrelazados. Las circunstancias más terribles pueden hacernos reír en un determinado momento. El humor es, además, una característica muy mía, forma parte de mi personalidad. No puedo escribir sin humor y al mismo tiempo tengo una suerte de placer infantil en relatar acontecimientos truculentos (carcajadas). Me gusta que a mis personajes les sucedan cosas tremendas, espectaculares. Como lectora admiro muchísimo a los autores que crean climas sutiles a partir de una situación en la que no pasa prácticamente nada. Arrancan de ahí y son  capaces de montar catedrales, término que nos hace recordar a Carver. Pero cuando yo me pongo a escribir prefiero, sin duda alguna, los acontecimientos truculentos, las escenas terribles, las situaciones muy violentas. Y, al mismo tiempo, todo eso lo puedo contar con un cierto humor, porque lo veo así. En la peor situación encuentro siempre algo con lo que reírme.

– Se trata de un humor un poco malvado. ¡¡¡Pobres lectores!!! ¿Hasta qué punto ese humor es un arma útil para enfrentarse a la realidad?

– Es un humor un poco malvado, sin duda (más risas). Y claro que ayuda a afrontar la realidad, pero no todo el mundo tiene esa capacidad. Hay escritores que no tienen sentido del humor en absoluto, que nunca consiguen hacernos reír y no por ello dejan de ser grandes, de tener una alta calidad literaria. Eso es algo muy personal.

Me gusta que a mis personajes les sucedan cosas tremendas, espectaculares. Como lectora admiro muchísimo a los autores que crean climas sutiles a partir de una situación en la que no pasa prácticamente nada, pero cuando yo me pongo a escribir prefiero, sin duda alguna, los acontecimientos truculentos, las escenas terribles, las situaciones muy violentas

La perversidad y la ternura son otros dos planos que se contraponen en la narrativa de Ana María Shua. Ahí está el relato titulado “Una sesión de tomas” para demostrarlo. Es increíble como la pareja protagonista, tan morbosa en su juego, llega a cuidar de la niña herida con sumo cariño y delicadeza.

– Es absolutamente así. Se trata de un contraste que me gusta mucho, tanto que en el primer libro de cuentos que publiqué y que lleva el título del relato que mencionábamos antes, “Los días de pesca”, incluí un epígrafe que tomé de un escritor al que admiro mucho, Henri Michaux, a quien los franceses consideran un poeta, pero que para mí es un autor de microrrelatos. Lo que hace Michaux es describir pueblos imaginarios y en uno de esos pueblos, al que alude el epígrafe, según dice, se acostumbra a estrangular a los ancianos cuando llegan a cierta edad. Y para ello, como estranguladora, se elige a una muchachita virgen porque se supone que ella será capaz de apretar fuerte sin dejar de ser dulce a la vez. Yo creo que ahí está la clave de lo que a mí me interesa en la literatura. Se trata de apretar fuerte y ser dulce a la vez. Pero no de estrangular al lector, no. Queremos que nos siga comprando los libros…

– Ana María Shua es un ejemplo de escritora paciente y persistente. No lo tuvo fácil, le costó muchísimo que le publicaran su primer libro. De esto charla detenidamente con Samanta Schweblin.

– Sí. Yo creo que esto nos ha pasado a casi todos los escritores. El primer libro siempre cuesta mucho y por eso lo que recomiendo a la gente que quiere dedicarse a la literatura es que se busque un trabajo del que poder vivir. Creo que esto es lo más sano que puede hacerse por muchas razones; obviamente porque lo normal es que en los primeros años la escritura no rinda económicamente nada y porque, aún suponiendo que a uno le vaya muy bien, la cosa siempre va a llevar un tiempo, con la excepción, claro, de unos pocos que con su primera novela se convierten en “best sellers”, pero eso apenas le sucede a un puñadito en el ancho mundo. Tener otra ocupación es, además, muy positivo porque lleva a no depender económicamente de lo que se escribe y eso da mucha libertad, permite hacer lo que realmente se desea, no lo que demanda el mercado. En mi trayectoria he tenido algún gran éxito de público y si me hubiera visto apretada económicamente quizás hubiera tenido que seguir escribiendo en la misma línea, me hubiera encasillado y eso habría sido muy negativo para mi literatura.

– ¿A qué libro te refieres?

– A una de mis primeras novelas, “Los amores de Laurita”, una historia de corte erótico con la que me fue muy bien. Personalmente la considero una buena obra, pero agradezco no haber tenido que encasillarme ahí, no haber seguido haciendo novelas de cariz erótico hasta el fin de los tiempos… Ese camino quizás me hubiera dado algo más de dinero al principio, pero seguro que después los lectores se hubieran hartado…  Hubo otra obra, “El marido argentino promedio”, una recopilación de notas que había publicado en revistas femeninas y donde daba rienda suelta a la veta del humor, simplemente humor ligero, humor costumbrista, que se convirtió en un “best seller” local, pero a la larga me arrepentí muchísimo de haberlo publicado.  Tuvo muchísimo éxito, pero fue un éxito que no me interesaba. “Best seller” y calidad no están siempre reñidos. Pero en mi caso llegué a lectores, y sobre todo a lectoras, que se acercaron al libro ocasionalmente, sin ser el tipo de gente que yo buscaba. Desde la editorial me propusieron de inmediato que escribiese de “la esposa argentina promedio” y del “adolescente argentino promedio” (risas). Pero mi “no” fue rotundo. Lo que yo quería era seguir en la ficción, llegar a personas de verdad interesadas en la literatura. No abandoné del todo el humor costumbrista, porque es algo que me divierte mucho, pero ya solo publiqué con seudónimo.

En la trayectoria de Ana María Shua figuran cinco novelas, pero curiosamente ninguna ha sido publicada aún en España.

– Así es. El grueso de mi obra no está publicada en España y particularmente mis novelas. Si el éxito de “Los amores de Laurita” se hubiera producido hoy todo habría sido diferente. Seguramente el libro habría llegado a otros países, pero en 1984 Sudamericana, que era quien tenía los derechos para todo el territorio de habla hispana, era una editorial argentina y la novela se quedó en el país, dentro del mercado local. Es así como funciona, al menos que se trate de un “best seller” espectacular.

Ana María Shua - Nacho Goberna © 2013

Aquí se te nombra repetidamente como la “reina” del microrrelato...

– Así es. Y por eso estoy muy contenta con la publicación de “Contra el tiempo”, la mejor manera de empezar a demostrar en España que no soy solo microrrelatista, sino simplemente escritora. Cuando me planteo escribir lo primero que decido es el género. Se trata de una cuestión deliberada. Me propongo, por ejemplo, componer un libro de microrrelatos y me siento y me pongo a ello. Las ideas no me persiguen, lamentablemente; ni ando por la casa anotándolas; ni vienen con el género puesto. Tengo que salir a buscarlas, tengo que perseguirlas. Y a veces puede suceder que, una vez acabado un libro de minificciones, pasen años hasta que vuelva a escribir otro porque considero que para hacer algo diferente tengo que cambiar un poco yo misma. Otra cosa que nunca me pasa es que un microrrelato crezca y se convierta en un cuento o que haya tenido que reducir un cuento para transformarlo en microrrelato, no. Es como si las piezas salieran de distintas zonas de mi cerebro, de distintos cajones. Un microrrelato es nada más y nada menos que una idea que hay que trabajar muy cuidadosamente y pulir hasta el último detalle para que sea redonda y perfecta. Un cuento requiere otro tipo de idea, de tratamiento, sobre todo necesita desarrollo de personajes, y una novela más todavía.

– ¿Te sientes heredera de los grandes cuentistas argentinos?

– Sí, por supuesto que me siento heredera. Son los autores que pesaron en mi formación: Borges, Cortázar, Rodolfo Walsh, con su “Antología del cuento extraño”, que tanto me influyó. Y también debo mencionar a extraordinarias cuentistas como Silvina Ocampo. Aunque no se identifiquen en mi obra rasgos claros y directos; aunque no tenga un maestro al que siga de una forma manifiesta, sí hay en mí un poco de todos, mezclado con influencias de otras literaturas. Si hay algo que no puedo negar, en lo que atañe al cuento en particular, es que esa interacción entre lo cotidiano y lo fantástico, tan presente en lo que hago, es muy típica de la literatura rioplatense y está en todos nuestros maestros. Cuando he impartido talleres o he  charlado con estudiantes de universidades estadounidenses, siempre me han hecho la misma pregunta acerca de por qué la resolución de mis cuentos era fantástica. Y mi única explicación ha sido la misma una y otra vez: “Pues, bueno,  es tan simple como que mi tradición me lo indica, porque pertenezco a una tradición literaria donde una resolución fantástica es algo perfectamente normal, típico y característico”. Dicho esto, también se puede comprobar en esta antología que tengo muchos cuentos realistas.

Si hay algo que no puedo negar, en lo que atañe al cuento en particular, es que esa interacción entre lo cotidiano y lo fantástico, tan presente en lo que hago, es muy típica de la literatura rioplatense y está en todos nuestros maestros.

– Pero incluso en los cuentos realistas se introducen elementos fantásticos. Los ángeles, por ejemplo, aparecen en “La revancha”, el relato sobre el boxeo.

– Sí. “La revancha” es un cuento realista y hay un personaje que cree en los ángeles, que cree que los ángeles pueden ayudarle, pero todo es sugerido, se deja abierto. Si los ángeles existen o no; si ayudan o no al hombre del relato es algo que dejo en manos del lector. Para mí no es un cuento fantástico y los ángeles no existen, pero será el lector el que tendrá que decidir.

-Volviendo a la herencia… ¿Borges o Bioy Casares?

– Borges, sin duda. Borges está a mucha distancia. Bioy Casares era un muy buen escritor, pero Borges era un genio extraordinario

– ¿Qué puede aportar la literatura hoy?

– Yo creo que lo mismo de siempre; muy poco y sin embargo algo absolutamente necesario. ¿Qué es lo que nos hace humanos?. Lo que nos hace humanos es lo que excede nuestra necesidad de supervivencia: tenemos que comer; tenemos que dormir; necesitamos estar abrigados y tener un techo, igual que cualquier animal. Pero también nos hacen falta otras cosas: la música, el arte, la ficción. No nos alcanza con la realidad. Y ahí es donde nos percibimos verdaderamente humanos. Es cierto que la literatura está perdiendo terreno frente a la ficción audiovisual. No sé qué va a pasar en un futuro, no tengo nada claro que vaya a seguir existiendo tal cual la conocemos. Puede que  sea totalmente reemplazada por otros modos expresivos, pero aún siendo así las historias serán necesarias siempre. No sé si la letra escrita va a sobrevivir en un futuro o no, pero, sin duda, la ficción sobrevivirá.

– ¿Cómo se asoma Ana María Shua a la realidad de la Argentina actual?

– Bueno, actualmente el panorama es complicado. La situación política ha dividido totalmente al país. Hoy el Gobierno tiene detractores absolutos o fervorosos seguidores. Es muy difícil encontrar gente capaz de hacer un balance en el que quepan tanto las críticas como los elogios y esa posición de equilibrio es la mía. Creo que nuestros gobernantes han hecho cosas positivas y otras negativas y también tengo claro que lo que no hay en estos momentos es una figura convincente en la oposición; que no ha surgido nada interesante en este sentido. Los hechos son que durante diez años, después de superado el devastador “corralito”, el país prosperó muchísimo. Llegamos a unas tasas de crecimiento muy altas, a un desarrollo económico basado sobre todo en la venta de la soja y en el intercambio comercial con países como India y China. Argentina sigue siendo una de las reservas de alimentos del mundo, pero en estos momentos hay problemas económicos muy graves, por ejemplo el hecho de que haya que importar energía, petróleo. En el último año los índices de crecimiento han sido bajísimos y se puede decir que estamos al borde de la recesión, afectados, como el resto del mundo, por la crisis económica internacional, por la recesión en Brasil, país del que somos socios. A partir de ahí, habrá que ver qué nos depara el destino.

– ¿Cómo se mira a Europa desde el otro lado del océano?

–  La verdad es que hace diez años nadie veía venir, nadie podía imaginar, esta crisis tremenda que está viviendo Europa. Pero en mis viajes también puedo apreciar que no se está expandiendo de la misma forma en todas partes. Del mismo modo que nosotros siempre estamos protestando porque a todos los países de América Latina se los confunde, como si fueran lo mismo por formar parte de un continente, con Europa sucede algo similar. Yo acabo de estar en Francia y en Serbia y en cada lugar veo una situación diferente. Francia no está viviendo la crisis que está viviendo España, su situación es mucho mejor. Y en Serbia tampoco se da el mismo tipo de crisis porque nunca llegó al grado de altísimo desarrollo que sí tuvo España. Su situación es muy particular porque si bien tiene mucho paro, también se da una economía en negro bastante elevada. Verdaderamente aquí la crisis es muy grave, lleva durando mucho y lo peor es que no se atisban expectativas de mejora. Lo he percibido en este último viaje en el ánimo de la gente, mucho más inclinado al pesimismo. Tengo muchos amigos profesionales aquí y todos lo ven muy complicado, sobre todo los arquitectos. Hace años que no se construye, que todo está paralizado. El sector editorial parece que se está salvando gracias a las exportaciones a América Latina, pero se vende alrededor de un 30% menos de libros en general.

– Lo que sí se ve es que América Latina está siguiendo una dirección diferente a la de esta Europa de la austeridad y los recortes. 

– Eso es cierto. América Latina sufrió muy duramente en los años 90 una serie de gobiernos neoliberales que fueron muy destructivos. En el caso de Argentina, por ejemplo, que tenía una industria nacional bastante desarrollada, el neoliberalismo liquidó esa industria; vendió todas las empresas del Estado que daban servicios; regaló y destruyó buena parte de las riquezas del país. Realmente fue algo terrible. Nos dejaron sin nada, desnudos, y, como es lógico, la reacción ha sido ir a la contra; buscar otros modelos; ver la forma de revalorizar la industria nacional; traer trabajo al país y tratar de proteger a los ciudadanos. Yo creo que en ese sentido el Gobierno ha hecho muchas cosas buenas. Ahí está toda la política de derechos humanos; el hecho de que se hayan juzgado y continúen siendo juzgados no sólo los integrantes de las juntas militares sino cualquiera que pueda probarse que haya estado implicado en la represión de una manera directa. Se siguen recuperando nietos, desaparecidos, gente de ya más de treinta años… Y todo eso me parece extraordinario. Y también valoro todo lo que se ha hecho en materia de protección social de la gente, por ejemplo lo que se llama la asignación universal por hijo, que es una gran y necesaria ayuda.

– Sin embargo, pese a todo esto, también hay descontento en la población.

– Por supuesto. Como decía antes también hay cosas negativas. No   podemos ocultar, por ejemplo, que ya no tenemos un Instituto de Estadística y Censo porque ha sido intervenido y ahora se dan unas cifras en las que nadie cree, ni incluso el propio Gobierno porque sabe que los datos se dibujan. Ni tampoco que se han descuidado mucho políticas como la energética o la de transportes, lo cual está afectando ya a la economía general del país y, como consecuencia, a los más pobres… Y, asimismo, hay que mencionar otra política, la de los grandes subsidios a los servicios públicos, que en estos momentos está a punto de explotar porque no se supo aplicar convenientemente en la etapa de crecimiento, cuando la gente podía  contribuir a pagar. Todo eso da miedo, es cierto. Ya hemos tenido demasiadas explosiones.

América Latina sufrió muy duramente en los años 90 una serie de gobiernos neoliberales que fueron muy destructivos. En el caso de Argentina, por ejemplo, que tenía una industria nacional bastante desarrollada, el neoliberalismo liquidó esa industria; vendió todas las empresas del Estado que daban servicios; regaló y destruyó buena parte de las riquezas del país. Realmente fue algo terrible. Nos dejaron sin nada, desnudos, y, como es lógico, la reacción ha sido ir a la contra

–  ¿El pueblo argentino ya está en condiciones de pasar página a la etapa terrible de la Dictadura, al horror de los desaparecidos?

– Esa etapa sigue estando muy presente, pero es que yo creo que esa es la manera de superarla. No hay otro camino que los juicios y la intervención de la Justicia, y en ese sentido sí creo que se está asumiendo, pasando página de algún modo, pero sin olvidar. Por suerte hemos logrado que sean juzgados los culpables de la represión; que se vayan encontrando los nietos con sus familias, todos esos bebés desaparecidos… Esa es la única manera.

– ¿Cómo has afrontado literariamente esa parte de la memoria?

– Yo pertenezco a una generación muy marcada por la dictadura. Casi no hay nada de lo que escribo en lo que no asome alguna señal, alguna marca, de esa etapa, sobre todo en las novelas. Nunca abordé directamente el tema, pero es algo que inevitablemente corre por debajo. En casi todas mis novelas aparece, tanto en “La muerte como efecto secundario”, como en “El peso de la tentación” o en “Soy paciente”, que es la primera. La escribí durante la dictadura. Vivía en Buenos Aires, tenía mucho miedo y realmente quería hacer algo que no tuviera nada que ver con lo que estaba pasando. Surgió “Soy paciente” y lo publiqué después de ganar un concurso pensando que estaba libre de las sombras del terror, pero hoy, para mi sorpresa, veo que es un libro al que se considera metáfora de la dictadura militar y que incluso es recomendado por el movimiento de las Madres de Plaza de Mayo como una obra que cuenta, de manera subrepticia, si se quiere, cómo era vivir bajo la represión, cosa que yo no me propuse de ninguna manera. Si yo hubiera pensado que se podría llegar a entender así lo hubiera quemado en su momento. Es una historia kafkiana, pero con mucho humor al mismo tiempo, que trata de un personaje que está enfermo sin saber de qué y que acude al hospital para que le hagan un diagnóstico. Poco a poco se va viendo envuelto en una especie de maraña burocrática del centro y de pronto es operado sin razón de algo que no tenía. A partir de ahí va cortando sus lazos con el mundo exterior y de pronto se encuentra viviendo para siempre en el hospital. Para mí esa historia era como una metáfora de la condición humana, pero otros lo entendieron como una crítica al sistema hospitalario, y otros tantos han acabado viéndolo como una metáfora de la dictadura. Eso es lo bueno de las lecturas; que cada cual puede hacer su propia interpretación.

Ana María Shua - Nacho Goberna © 2013

– ¿Por qué hay tantos hospitales en la narrativa de Ana María Shua?

–  ¿Por qué será? Tienes razón… Yo no lo sé a ciencia cierta. Solía reírme mucho de mi compatriota Ernesto Sábato cuando hablaba repetidamente de sus obsesiones y de las del escritor en general. Me parecía algo ridículo, pero ahora que ya tengo cierta edad y me pongo a mirar hacia atrás, veo que es bastante cierto. Quizás yo no lo llamaría obsesiones, pero sí es verdad que hay asuntos que nos persiguen y es indudable que a mí la enfermedad y la relación médico-paciente son asuntos que me interesan mucho. Aparecen de forma continuada en mis cuentos y en mis novelas.

– Antes hablabas del miedo que sentías en la etapa de la Dictadura, etapa de desapariciones, de muerte. ¿Tal vez por eso estos temas aparecen tanto en tu narrativa?

– No sé si mi inclinación por esos temas viene de ahí. Me parece que, más allá de la cuestión de la Dictadura, siempre me han interesado por lo que hablábamos antes, por lo que significa la condición humana. Lo humano por excelencia es saber que vamos a morirnos y negarlo al mismo tiempo. Sabemos que vamos a morir, pero sin embargo tenemos que vivir como si fuéramos inmortales. Eso me parece muy interesante. Si estudiamos las cosmogonías de culturas del mundo muy diversas, muy distantes, podemos constatar que el hombre siempre es creado inmortal. La muerte viene después, como consecuencia de un pecado, de un error, de una distracción, de la venganza de un enemigo, pero nunca es algo natural. El hombre es creado para ser inmortal y así nos sentimos, como si la muerte fuese algo totalmente extraño a nosotros. Y esto ocurre en todas las sociedades del mundo. Todas tratan de negar la muerte con todas sus fuerzas. Unas le dan la espalda y otras la adornan con todo tipo de ceremonias. Unas optan por creer en el otro mundo y otras creen en la reencarnación, pero en cualquier caso es muy difícil para el ser humano pensar que se va a morir del mismo modo que un perro. Nos anima pensar que somos algo más, que tenemos un alma que nos distingue y que es eso lo que de alguna manera debería sobrevivir.

– En la conversación con Samantha Schweblin te quejas de que la literatura escrita por mujeres se llegue a considerar un género literario y echas la culpa de ello tanto a los académicos misóginos como a las académicas feministas, ya que desde ambos lados se contribuye a poner a las autoras en un rincón aparte.

– Bueno. Yo creo que en la actualidad, afortunadamente, desde el lado de las escritoras esto empieza a superarse. Otro asunto es la cuestión de la lectura, sobre todo de la lectura de los que no son buenos lectores, de los que leen de vez en cuando. Ahí sí está claro que hay unas obras que siguen interesando más a los varones y otras que llegan más a las mujeres. No puede negarse que a las lectoras les sigue fascinando la novela rosa y ahí están las “Cincuenta sombras de Grey” para demostrarlo. Continúa funcionando la novela rosa con distintos aderezos; en algún momento fue con el aderezo histórico y ahora con el sadomasoquista. En cuanto a los hombres les gustan más las ficciones basadas en la Historia o que tengan que ver con la acción, con la guerra, con la información de actualidad. Pero, insisto, los buenos lectores, los que de verdad aman la literatura, no establecen estas distinciones.

– En la literatura actual  conviven muchas tendencias, muchas maneras de contar. ¿A cuál te sientes más afín?

– Lo que yo busco es provocar emociones, aunque decirlo pueda sonar anticuado y hasta un poco cursi. Me sigue interesando la literatura en serio y creo que hoy hay muchos escritores que optan por la literatura en broma, una broma sofisticada, intelectual, de alto vuelo. Construyen historias hechas para no ser creídas, desafían la verosimilitud. Eso no es lo mío. Me gusta la literatura que provoca emociones, que conmueve, que enoja, que irrita, que nos lleva a llorar o a reír.

– Me  encanta como hablas de ti misma como una lectora voraz, apasionada. [Aquí hago un inciso y abro el libro por la página 236: “Leo en los intersticios de la vida (…) Leer es lo que uno desearía estar haciendo siempre. Se trata de tener algo para leer siempre a mano: en la cartera, en el bolsillo, en el baño, en la mesa de luz, en el estante, en la computadora, sobre la mesa de la cocina y la del comedor, en casa de amigos y parientes, en la oficina. Entonces uno abre el libro, se zambulle y zas (…) Leo como respiro”, se confiesa Ana María Shua]. Siempre, desde niña, según señalas, fuiste una lectora voraz; incluso tus padres te prohibían leer en ocasiones.

– Tampoco es exactamente que me lo prohibieran. A ellos les gustaba mucho que leyera, pero había momentos en los que les parecía excesivo y me animaban a que dejara los libros y saliera a jugar, a relacionarme con otros niños. Esa especie de exceso frenético de lectura les disgustaba un poco.

Lo que yo busco es provocar emociones, aunque decirlo pueda sonar anticuado y hasta un poco cursi. Me sigue interesando la literatura en serio y creo que hoy hay muchos escritores que optan por la literatura en broma, una broma sofisticada, intelectual, de alto vuelo.

Me imagino que no te habrá pasado lo mismo con tus hijas. ¿Cómo les has inculcado el placer de la lectura?

– No, a mis hijas no les he prohibido leer en absoluto. Todo lo contrario. Les he leído muchísimo desde muy chiquitas. Yo creo que a las pobres las he educado maceradas en literatura. Y las tres son lectoras entregadas. La más pequeña, tal vez un poco menos, pero es una fanática del cine; de hecho ha estudiado cine y se interesa muchísimo por la ficción, pero desde ese otro lado.

Ana María Shua - Nacho Goberna © 2013– ¿Alguna de ellas seguirá tus pasos?

– Sí. Puede que Paloma, que es la del medio. Lo que sucede es que también es periodista, en concreto comentarista de artes marciales mixtas en Televisión, y ahora le ha dado por pelear profesionalmente. Pero como realmente tiene talento y ya tiene algunos cuentos escritos muy buenos, yo tengo la esperanza de que si no le pegan demasiado en la cabeza se va a dedicar a esto en algún momento (risas).

– ¿Crees que hay una buena remesa, un buen relevo generacional, en las letras argentinas actuales?

– Sin duda. Lo que está pasando es extraordinario. Nunca se había visto una situación como la que tenemos hoy. Hay un semillero de nuevos autores como no hubo jamás. Ni siquiera en aquellos mitológicos años 60 en que éramos el primer país exportador de libros en habla hispana, hubo semejante cantidad de jóvenes autores asomándose a la literatura con tan alta calidad. En la franja que va de los 25 a los 40 años tenemos decenas de escritores, si no cientos, muy buenos, y que, además, están siendo acompañados por un movimiento de pequeñas editoriales que les van publicando. Hoy editar es mucho más económico que antes y esto contribuye también a que muchos de estos jóvenes escritores se agrupen en cooperativas y publiquen sus propias obras. Hay un público que les va siguiendo y se arman lecturas públicas, a las que va mucha gente. Se trata de un fenómeno muy interesante. Yo me pregunto por qué se escribe tanto en Argentina. Todo el mundo quiere escribir. De hecho hay millones de talleres literarios. Y no hay taller literario al que le falten alumnos…

– Pero lo positivo, por lo que cuentas,  es que también hay buenos lectores.

– Sí, pero podría haber más. Si todos los que quieren escribir fueran buenos lectores entonces sí que todos seríamos “best sellers”.

(“Contra el tiempo” ha sido publicado por Páginas de Espuma)

Las fotografías fueron realizadas por Nacho Goberna en la sede de la editorial, en Madrid.

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