La mirada a los subsuelos de Ricardo Piglia

Por Emma Rodríguez © 2013 / Las corrientes, los afectos, las relaciones que se establecen en torno a la literatura tienen mucho de mágico. El azar, pero también los deseos, las preocupaciones, los conflictos que vivimos, nos conducen en un momento dado hacia un libro determinado. No es la primera vez que me refiero a esta sensación; de hecho puedo asegurar que es consustancial a mi experiencia de lectora. Muchas veces me encuentro reflexionando sobre la casualidad que me lleva a abrir un libro, ya sea un ensayo, una novela, un poemario, que trata de un asunto que me está afectando o sobre el que he leído alguna noticia que ha despertado mi conciencia. No exagero cuando digo que incluso puedo llegar a abrir el volumen por la página exacta que contiene una cita esclarecedora, un pensamiento que me induce a seguir absorta en mis particulares pesquisas e interiorizaciones.

He hablado con personas que me han contado vivencias similares, lo cual me ha conducido a establecer esa teoría sobre la magia y sobre el poder de la curiosidad, de la búsqueda, de la necesidad de comprender. Hay ocasiones en las que todo se pone de acuerdo para dirigirnos allí donde queremos ir, para aclararnos esas partes neblinosas de la realidad que nos cuesta descifrar. Todo este preámbulo viene a cuento de la última obra que he leído del escritor argentino Ricardo Piglia, “El camino de Ida”. Hasta el tiempo atmosférico se confabuló para propiciar mi adentramiento en los espacios de una historia extraña, profunda, de atmósferas cerradas y escalas subterráneas. Llovía intensamente el fin de semana de finales de septiembre en el que yo ya estaba totalmente involucrada en sus latidos. La cortina de la lluvia que veía descender tras la ventana intensificaba el sentimiento de aislamiento, de mundo aparte, de refugio, que me provocaba la lectura.

Me encanta sumergirme en un libro mientras llueve, no es nada nuevo, pero en este caso, todo se acoplaba: la imagen vertical de los pequeños alfileres de agua al caer, su murmullo, era una especie de banda sonora, la melodía perfecta para acompañar lo que iba aconteciendo en ese universo recién descubierto, para potenciar el efecto de las imágenes que me iba forjando de las situaciones y de los personajes, las preguntas que se iban abriendo a medida que me adentraba en el espesor de un bosque intrigante. “El camino de Ida” me esperaba en la mesa en la que suelo ir poniendo los libros que me apetece leer, pero no estaba previsto que fuese el primero. Cambié los planes al enterarme de que Ricardo Piglia sería el protagonista de un ciclo sobre el proceso creativo en Casa de América, donde mantendría un diálogo con el joven autor peruano José Ignacio Padilla. Me apetecía escucharlo y acudí con apenas cincuenta páginas de la novela leídas.

Sabía que Piglia acostumbraba a utilizar retazos de su biografía para armar sus ficciones, sabía que gran parte de las cosas que le suceden a su protagonista habitual, Emilio Renzi, tenían que ver con él, pero oírle  contar anécdotas, vivencias propias y de amigos en paralelo a su narración en la novela fue una especie de regalo inesperado. Comprobar el modo en el que los hilos de la propia vida van entretejiendo el complejo entramado de la ficción: mezcla de materias, metáforas, guijarros diversos que van naufragando en la orilla, me ofreció un estimulante ángulo desde el que proseguir la lectura.

Ese día Piglia habló, por ejemplo, de su experiencia en los campus universitarios de Estados Unidos, etapa que inició cuando la dictadura en su país le obligó a marchar en busca de otras salidas y que se prolongó durante 15 años. Confesó la impresión que tuvo desde un primer momento de la distancia existente entre los medios académicos y la realidad. Ese es el punto de partida de “Camino de Ida”, un itinerario de vidas paralelas, de cauces escondidos, de perversiones privadas, de metáforas tan potentes como la del acuario que uno de los catedráticos, especialista en Melville y “Moby Dick”, tiene en el sótano de su casa y que está habitado nada menos que por un tiburón blanco.

“Los “basements” son construcciones subterráneas que tienen una gran tradición en la cultura norteamericana”, constata Renzi, el protagonista, quien lo va narrando todo y quien percibe enseguida que la universidad a la que ha llegado es una especie de fortificación, de muralla, de cárcel de lujo, sin apenas conexión con el mundo exterior. “Los campus son pacíficos y elegantes, están pensados para dejar afuera la experiencia y las pasiones pero corren por debajo altas olas de cólera subterránea: la terrible violencia entre los hombres educados”, reflexiona. “En EEUU hay una especie de desfase entre la cultura y la sociedad. Hay un micromundo académico y ese aislamiento genera muchas tensiones. En la superficie hay una cordialidad obligada, pero por debajo fluye una violencia muy soterrada y eléctrica”, aseguró Ricardo Piglia ante un público atento, descorriendo, con la complicidad de quien sabe de su capacidad para cautivar con la palabra, la cortina de las observaciones y experiencias que están en el germen de la novela y que como tal se expresan en la misma.

Ese día Piglia habló en Casa de América, de su experiencia en los campus universitarios de Estados Unidos, confesó la impresión que tuvo desde un primer momento de la distancia existente entre los medios académicos y la realidad. Ese es el punto de partida de “Camino de Ida”, un itinerario de vidas paralelas, de cauces escondidos, de perversiones privadas, de metáforas tan potentes como la del acuario que uno de los catedráticos, especialista en Melville y “Moby Dick”, tiene en el sótano de su casa y que está habitado nada menos que por un tiburón blanco.

Ricardo Piglia. © Maria Teresa Slanzi

“Camino de Ida” es, en efecto, una lúcida reflexión sobre la violencia. El entorno de la universidad sirve al autor para retratar un tipo de vida que durante mucho tiempo gran parte del mundo se ha afanado en imitar. “Los actos de violencia individual, los casos de personas que cogen un arma y se ponen a disparar desde una azotea, son mucho más numerosos en las poblaciones estadounidenses que en cualquier otro lugar. Se dan situaciones extremas de marginación; si alguien se queda sin trabajo no hay sindicatos que le protejan…” fue enumerando Piglia, quien prosiguió: “Todo eso que iba conociendo de primera mano se fue mezclando con mis vivencias generacionales en la Argentina de la dictadura, vivencias de violencia clandestina ejercida por gente conocida, por compañeros de estudio de quienes nunca hubieras sospechado y que de repente, frente a la tiranía, empuñaban un arma y no dudaban en cometer asesinatos”.

De manera similar a como lo hizo Piglia en Casa de América, Renzi narra uno de estos casos en el transcurso de un relato que salta de un país a otro, que establece paralelismos entre distintas realidades y momentos históricos. La clandestinidad es otra de las palabras clave de la novela, otro de los motivos que despiertan el análisis, porque estamos ante un libro que es ficción y ensayo, que enlaza política, existencia y literatura de una manera prodigiosa, demostrando que si la ficción persigue y eleva los acontecimientos de la realidad, también la vida, en muchas ocasiones, imita al arte.

Todo es apasionante en esta novela hipnótica que, a la manera de Piglia, toma materiales de construcción de distintos géneros, moviéndose en planos superpuestos que giran en torno a una historia principal: la misteriosa muerte de la mujer de la que el protagonista se enamora y con la que mantiene una relación secreta. Ida Brown es un personaje femenino cargado de fuerza, una estrella del mundo académico a partir de una innovadora tesis sobre Dickens, una activista convencida, crítica con el capitalismo, defensora de los derechos civiles y de las culturas marginales.

“Era frontal, directa, sabía pelear y pensar. Trabajaba para la élite y contra ella, odiaba a quienes formaban su círculo profesional, no tenía un público amplio, sólo la leían los especialistas, pero actuaba sobre la minoría que reproduce las hipótesis extremas, las transforma, las populariza, las convierte -años después- en información de los medios de masas”, la retrata el protagonista, incapaz de atrapar sus secretos, los secretos de quien mantiene una doble vida; de quien declara su independencia absoluta y se entrega al peligroso juego de la pasión clandestina en anónimas habitaciones de hotel; de quien sostiene que “no está mal esconderse para cultivar los pecados propios”.

Ricardo Piglia se mueve en planos superpuestos que giran en torno a una historia principal: la misteriosa muerte de la mujer de la que el protagonista se enamora y con la que mantiene una relación secreta. Ida Brown es un personaje femenino cargado de fuerza, una estrella del mundo académico a partir de una innovadora tesis sobre Dickens, una activista convencida, crítica con el capitalismo, defensora de los derechos civiles y de las culturas marginales.

Ida Brown es crucial en una novela coral en la que Renzi observa y contagia a todos los personajes con su mirada, mostrando especial debilidad por dos de ellos: el mendigo Orión, que hablaba todo el tiempo con metáforas y se preguntaba quién no querría hacer volar el mundo, y la vecina rusa Nina Andropov, una profesora retirada que consideraba el mundo académico “una jungla más poderosa que los pantanos de Vietnam”, autora de una monumental biografía sobre Tolstói, que hablaba sola y a veces les recitaba Pushkin a los silenciosos peces que la acompañaban.

A Orión el profesor Renzi lo relaciona con Hudson, naturalista y escritor argentino, sobre el que está escribiendo un libro y quien admiraba la vida libre de los mendigos “porque era una muestra de desprecio a la utilidad y al dinero”. Nina, por su parte, le conduce a pensar en el misticismo de la lengua rusa, que explica la tendencia de escritores como Gógol, Dostoiesvski y Solzhenitsyn “a predicar y a entrar en divagaciones religiosas”.

Ricardo Piglia. © Maria Teresa Slanzi

Hay mucha literatura en esta novela. Hay muchos profesores devotos de los creadores en cuyas vidas y obras se han especializado, pero también hay detectives, policías, agentes del FBI y un terrorista, Thomas Munk, trasunto de Theodore Kaczynski, el legendario “Unabomber” surgido a finales de los 70 y que mantuvo en jaque al FBI durante casi 20 años. Un matemático y filósofo de gran genialidad que dejó el privilegiado mundo académico, se retiró a una cabaña apartada y se convirtió en un Thoreau enfurecido que enviaba sobres bomba que hirieron a una veintena de personas y provocaron tres muertes. En la novela Munk ponía esas bombas de elaboración casera en el buzón de investigadores y catedráticos de relevancia que trabajaban en investigaciones, en avances tecnológicos que, en su opinión, acabarían destruyendo la poca humanidad que aún quedaba en el mundo.

Piglia retrata a un ser que tiene todo lo que la sociedad puede ofrecerle, pero no lo quiere. Representa el fracaso del sistema, se aparta del mundo, se embosca para llevar a cabo una particular revolución. Sus ideas de base -la defensa de la naturaleza, del Medio Ambiente, la vuelta a la vida rural…- están en consonancia con los movimientos ecologistas, la filosofía hippy y la corriente anarquista de la “vida buena”, pero la rabia le conduce más allá de las lindes de la reivindicación, a la práctica de la violencia.

Esta historia hacia la que avanza la novela y de la que prefiero no desvelar datos, pistas significativas, que estropeen otras lecturas; esta historia apasionante y reveladora que en sí misma tiene una fortaleza indudable y que toma elementos de una novela célebre, “El tercer hombre”, de Conrad -la necesidad de inventar otra vida- permite a Ricardo Piglia hablar de las identidades posibles y ahondar sobre acontecimientos que ahora mismo reclaman nuestra atención, sobre la extrañeza de lo oculto, de lo que se mueve por debajo de lo que nos muestran las noticias, de lo que se alza al primer plano de la actualidad. Vivimos en un mundo vigilado, constata el protagonista. Todos nuestros datos, nuestras ideas, lo que leemos, lo que consumimos, los amigos a los que frecuentamos, las causas que defendemos, son objeto de vigilancia. ¿Somos unos ingenuos al sorprendernos de ello? Puede, pero Piglia nos lo pone delante de los ojos de tal forma que resulta altamente perturbador.

Vivimos en un mundo vigilado, constata el protagonista. Todos nuestros datos, nuestras ideas, lo que leemos, lo que consumimos, los amigos a los que frecuentamos, las causas que defendemos, son objeto de vigilancia. ¿Somos unos ingenuos al sorprendernos de ello? Puede, pero Piglia nos lo pone delante de los ojos de tal forma que resulta altamente perturbador.

Pienso que los lectores de esta novela no podemos ser lectores pasivos, sino reflexivos, curiosos, buscadores de respuestas. “El camino de Ida” nos conduce a analizar los rostros, los caminos de la subversión y las maneras del poder para disfrazar, para manipular, para defenderse de esas subversiones. En el acto de Casa de América el escritor se refirió al caso Snowden y al soldado Manning, dos personajes del presente a los que se quiere presentar como ejemplos de desequilibrio en un entorno global de sometimiento y obediencia. “El Estado”, según la interpretación que el propio Munk ofrece al profesor Renzi, “quería declararlo demente para que sus argumentos políticos fueran desechados como delirios. Sus argumentos y sus razones no eran considerados, lo que era clásico en los Estados Unidos, donde las razones políticas radicales eran vistas como desvíos de la personalidad (…) donde sólo los que se oponen al sistema son locos, el resto son sólo criminales”.

En otro momento el narrador en su afán de comprender, sin afirmar, sin negar nada, llega a decir: “Munk había demostrado que un hombre solo podía actuar y eludir durante veinte años al FBI”. Tal vez él “sólo quería imaginar que en los Estados Unidos existía una multitud de jóvenes decididos a entrar en acción, sin conocerse”. Motivadora, interesantísima esta novela desde todos los puntos de vista, en sus múltiples lecturas: como thriller, como fuente de indagación, como sendero hacia otros autores… Valiente, perturbadora, reveladora, inquietante.

(«El camino de Ida» ha sido publicado por Anagrama)

Todas las fotografías han sido cedidas por Anagrama. La primera la firma Alejandra López; las restantes, Ana María Slanzi. En una de ellas Ricardo Piglia está acompañado por Jorge Herralde, su editor en España.

Ricardo Piglia. © Maria Teresa Slanzi

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