Katie Kitamura: “Hemos de vivir con intimidades impuestas, no deseadas, difíciles”

Emma Rodríguez © 2023 /

Intimidades, de la escritora estadounidense Katie Kitamura (Sacramento, California, 1979) es una novela llena de vertientes, de capas de sentido que vamos descubriendo poco a poco. Cautivadora, absorbente, introspectiva, protagonizada por una mujer que llega a La Haya para trabajar en el Tribunal Internacional, convirtiéndose en intérprete de un exjefe de Estado africano, acusado de crímenes de guerra, es una narración que no se deja encasillar, que nos atrae por su mirada sutil, por sus incógnitas y extrañezas, por las preguntas en busca de respuestas que abre.

En el diálogo que compartí con la autora en un céntrico hotel de Madrid, cuando estuvo de paso en la ciudad para promocionar el libro, me habló de la intimidad del acto de leer, de lo difícil que resulta explicar una novela, pues a cada cual le puede transmitir cosas diferentes, dependiendo de las sensibilidades, de las circunstancias, me atrevería a decir que incluso de los momentos concretos, las horas, los días… Esta impresión se acentúa al ir pasando las páginas de esta obra que nos lleva a identificarnos con la sensación de búsqueda de la intérprete, de la joven que llega a un lugar ajeno, un lugar en el que construirse, en el que partir de cero, al tiempo que vamos reconociendo como propios gestos, matices, prejuicios, miedos, debilidades, sensaciones profundas… 

Hay un momento en que se habla delas corrientes ocultas que permanecen sin revelar incluso a las personas más íntimas”. Es un momento sobre el que conversamos, que me parece esencial. Intimidades va de esto, efectivamente. Trata sobre lo que no llegamos a conocer, sobre lo que subyace en los fondos humanos sin que seamos conscientes de su existencia, pero que en ocasiones brota a la manera de un volcán y puede provocar llamativas erupciones. Os remito a esta frase y también a una escena que me parece clave. Sucede en un museo, el Mauritshuis, alrededor de un cuadro: Hombre ofreciendo dinero a una mujer joven, de Judith Leyster, nacida en 1906

La intérprete de la novela contempla la obra, el retrato de la mujer sentada junto a una mesa, “con el rostro iluminado por la llama de una vela”. Detrás de ella asoma un hombre, en “una pose despreocupada y rufianesca que de algún modo desentonaba”,  seguimos las palabras de quien observa y reflexiona sobre la autora de la pieza, realizada en 1631, cuando apenas tenía veintidós años. “Sabía que era insólito que una mujer obtuviera algún reconocimiento en la Edad de Oro, incluso hoy día era raro que una pintora alcanzara la fama de sus colegas masculinos...”, va pensando, deteniéndose en los detalles, en la ambigüedad de la imagen, en la “extraordinaria destreza” con la que la artista plasma “las sutilezas de la atracción y la resistencia”. Alude al “dramatismo palpable en el tirón del brazo, la rigidez de la postura de ella, con los ojos muy abiertos por el miedo”.

El CUADRO DE LA PINTORA Judith Leyster, “Hombre ofreciendo dinero a una mujer joven”, realizado en 1631, sirve a Katie Kitamura para hablar de la invasión de los espacios personales, de las intimidades no deseadas.

El cuadro sirve a Katie Kitamura para hablar de la invasión de los espacios personales, de las intimidades no deseadas. “Me volví de nuevo hacia el lienzo y se me ocurrió que solo una mujer podía haberlo pintado. La escena no hablaba de tentación, sino más bien de acoso e intimidación, una situación que podía estar reproduciéndose en ese mismo instante en casi cualquier lugar del mundo”, medita el personaje central de la novela.

De esto, entre otras muchas cosas, trata Intimidades. La idea de las relaciones no queridas en distintos ámbitos de la vida y que debemos entablar en el día a día, en los trabajos, en los círculos sociales y familiares en los que nos movemos, atraviesa todo el recorrido. El cuadro de Judith Leyster ofrece claves esenciales y, en cierto modo, se hermana con la narración, con sus formas, sus texturas y matices. Tanto en el cuadro como en la novela, hay una mirada, una calidad de lo sutil, que lo recorre todo. Como en la obra de arte, en esta entrega hemos de pararnos a observar los detalles, a leer lo que esconden, a ir levantando los distintos estratos que la van componiendo hasta alcanzar los fondos. Las interioridades, incógnitas, incoherencias, preguntas, que plantea Kitamura, permanecen en quienes nos sumergimos en sus páginas mucho tiempo después, del mismo modo que su atmósfera envolvente. 

Me parece muy interesante el capítulo de la fiesta en el museo, cuando la protagonista se detiene ante un cuadro de una pintora poco conocida, Judith Leyster. Creo que es un momento muy significativo en el recorrido.

– Sí. Lo es. Siempre vi ese momento como el gancho entre las dos partes de la novela. Me parece fascinante pensar en las distintas interpretaciones del cuadro, en que durante mucho tiempo esta pintura circuló como una imagen que podía leerse de maneras diferentes. Ahora la vemos y es muy obvio lo que está ocurriendo en la escena, algo que también tenía claro la artista, pero los tiempos, las épocas,  influyen en las interpretaciones que vamos haciendo sobre los hechos. Todo se somete a una revisión constante. No sé cómo habría escrito este libro hace cien, quince o veinte años… Mi novela está situada en un período temporal muy concreto, pero también quise plantearla como si existiera una continuidad histórica. El museo como institución me parecía una manera útil para hacerlo.

El cuadro refleja el tema de la intimidad no deseada. La novela, ya desde el título, desde la utilización del plural, da vueltas a lo mismo. Hay maneras de acoso más o menos sutiles… El amigo del hombre con el que tiene una relación la protagonista, el taxista con sus comentarios…

– Bueno, te confieso que el título de mi borrador era distinto, Tierra firme, pero mis editores, tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, me dijeron que no era bueno (risas)… Así que releí la novela y me di cuenta de que estaba llena de acoso e intimidación sexual. Sentí que había distintos tipos de intimidades dentro de ella y que ese tenía que ser su título. Culturalmente, en los Estados Unidos al menos, hay una tendencia a hablar de la intimidad como algo positivo, algo que se busca en las relaciones, pero está esa otra parte más oscura, que es la que he querido explorar en la novela. Aunque la protagonista busca entablar relaciones de intimidad con algunas personas, algo vital para ella, a su alrededor aparece esa otra intimidad que se experimenta como una imposición. La encontramos en su trato con el exjefe de Estado africano, un criminal ante el que, como intérprete, está demasiado cerca y ante cuyo punto de vista se siente más porosa de lo que le gustaría. 

“Culturalmente, en los Estados Unidos al menos, hay una tendencia a hablar de la intimidad como algo positivo, algo que se busca en las relaciones, pero está esa otra parte más oscura, que es la que he querido explorar en la novela”, señala la escritora.

¿Puedes explicar un poco más al respecto?

– Sí. Me refiero a que moralmente lo repudia. Ella cree que ha cometido las atrocidades de las que se le acusa, pero en sus intercambios diarios el trato es agradable y no puede evitar un cierto punto de identificación. Es algo muy complejo… Y hay otras muchas experiencias que también lo son en la novela, donde se demuestra que la intimidad no siempre es positiva, donde se exploran esas intimidades no deseadas, difíciles, impuestas, desestabilizadoras, con las que hemos de vivir. Desde el principio quise que la novela hablase sobre el poder. Quise abordar el poder desde el punto de vista institucional, a través del Tribunal Internacional de La Haya, de su funcionamiento y jerarquías, pero también en el plano de las relaciones personales, donde gran parte de las veces el acoso sexual no tiene que ver con el deseo sino con el poder. 

– ¿Dónde establecer la frontera entre lo íntimo y lo público? En estos tiempos en los que estamos tan expuestos, entregados a la exhibición a través de las redes sociales, es cada vez más difícil. Es como si en esta época la intimidad tuviera más que ver con lo secreto, con lo que no se enseña… 

– Sí, creo que ahora mismo es muy difícil no basar tus experiencias en la lente del público, en el qué pensarán los demás. Es como si una pantalla estuviera presente en todo momento. Por ejemplo, ahora estoy tomando un café aquí, contigo, y puedo estar pensando en las redes sociales y en cómo este acto se vería reflejado en una foto… Esto me resulta preocupante y por eso me encanta leer, porque la lectura es algo muy interno y muy privado. Incluso yo, que me dedico a escribir y a leer, soy incapaz de transmitir toda la experiencia que supone la lectura de un libro al público. Hay elementos de esa experiencia que son privados, personales, que creo que no puedo transmitir al resto y esto para mí es algo mágico. Me resulta muy complicado poder compartir todo lo que siento cuando me introduzco en una novela. Creo que algunos críticos tienen ese gran don, pero para mí resulta muy difícil.

Curiosamente no aparecen las redes sociales en la novela

– Bueno, en algún momento la protagonista se mete en google y busca a la ex mujer de Adriaan, con quien mantiene una relación… Es curioso lo que comentas de las redes sociales y cómo han modificado también las relaciones. Yo conocí a mi marido justo en ese punto en el que todo el mundo empezaba con las citas online. No he tenido esa experiencia y no la entiendo del todo al no haberla vivido. Ahora la mayoría de las personas conocen a sus parejas a través de aplicaciones de búsqueda. Pero no es algo que esté muy presente en mi imaginación. La verdad es que soy una persona muy privada y me molesta un poco la teatralidad del yo que imponen las redes sociales. Hay personas que lo hacen muy bien, a las que les gusta actuar, pero a mí me resulta muy incómodo.

La interpretación, la importancia de la comunicación, de la lengua, resultan esenciales en Intimidades; de hecho, la protagonista es una intérprete, pero, paralelamente, creo que la interpretación también tiene mucho que ver con la estructura de la novela, una novela abierta a muchas lecturas, compuesta de diversas capas de sentido, de significados. Me gustaría que reflexionaras un poco sobre esto…

– Siempre aspiro a escribir novelas que se perciban abiertas, en las que exista la sensación de que se plantean preguntas, que no necesariamente se responden de una manera obvia, clara. Por eso me está resultando tan gratificante, tras la publicación de este libro, ver la cantidad de interpretaciones diferentes que ha suscitado, tanto sobre cuál es la línea argumental principal como acerca de los distintos elementos de la historia, por ejemplo la cuestión de quién es el villano, quién no… Una de las primeras personas que leyó el libro fue mi agente en los Estados Unidos y lo que me dijo es que creía que se trataba de una novela sobre muchas cosas y que debía resistir la presión de quienes me animasen a centrarla en un tema único, principal. 

Son muchas sus vertientes, en efecto, y cada lector, dependiendo de sus circunstancias, de su sensibilidad, se sentirá atraído por unos aspectos o por otros, pero creo que, además de lo ya dicho y en conexión con ello, hay otro pilar fundamental que mueve los hilos de la novela, la violencia. La violencia explícita, que se muestra a través del personaje del ex mandatario africano y también la violencia soterrada que asoma en las sociedades occidentales. 

– Ciertamente es así. La cuestión de la violencia es algo muy importante en la historia. Quería pensar, reflexionar, sobre las distintas formas en las que la violencia está presente en nuestro mundo. Como dices, nos encontramos con la de mayor magnitud, perpetrada contra colectividades, que se refleja en los crímenes del exjefe de Estado, pero también con esa otra violencia hacia individuos particulares, representada en el ataque, en la agresión, que se muestra en la primera parte de la novela, y también con la violencia lingüística… Una y otra vez, mientras escribía, me planteaba la cuestión de la magnitud, como un suceso muy pequeño en nuestra vida tiene el potencial de convertirse en algo tan poderoso como las grandes narrativas que tienen lugar en el mundo. Existe como una especie de caos en las dimensiones de las violencias que ocurren: algunas muy pequeñas con grandes efectos y otras muy grandes que llegan a afectarnos mucho menos. 

“Quería pensar, reflexionar, sobre las distintas formas en las que la violencia está presente en nuestro mundo (…) Existe una especie de caos en las dimensiones de las violencias: algunas muy pequeñas con grandes efectos y otras muy grandes que llegan a afectarnos mucho menos”.

En el tratamiento de la violencia también veo el contraste entre el mundo desarrollado y el tercer mundo. ¿Cómo miramos a los otros desde las sociedades europeas privilegiadas? ¿En qué medida nos afecta lo que sucede en un país lejano, ajeno a nuestro tipo de vida? 

– Gran parte de la novela se desarrolla en el Penal Internacional de La Haya, donde se celebra el juicio contra el exjefe de Estado africano y uno de los elementos sobre los que quería reflexionar era la manera en que ciertas instituciones, que son internacionales y tienen la apariencia de una objetividad perfecta, realmente se arraigan en el ideario del mundo occidental, con su historia, su sociedad, su contexto, sus propios sesgos. Me interesaba cuestionar esa aparente objetividad a través de la figura de la intérprete, que traduce del francés y del inglés y que durante toda la novela comienza a plantearse cuáles pueden ser las implicaciones de utilizar el lenguaje de la forma en que lo utiliza. 

Todo es muy sutil en Intimidades; considero que este es uno de sus rasgos más característicos… Todo el tiempo va saliendo a la luz lo subterráneo. Esa aparente sensación de seguridad, de control, de estabilidad, de las sociedades desarrolladas, pudientes, es una apariencia. En un determinado momento incluso se sugiere que tenemos que vivir sabiendo que es así, que la violencia y la maldad subyacen en nuestras vidas, a nuestro alrededor, pero que debemos convencernos, en cierta manera, de que no lo sabemos o no lo vemos, porque no podríamos vivir siendo conscientes de ello todo el rato…

-Sí. En efecto. Nos movemos dentro del “lo sé, pero no lo sé”… Hay una cierta disonancia cognoscitiva. Para poder funcionar en el mundo tiene que existir esa disonancia. La narradora es muy porosa, ve, percibe estas incoherencias y se siente afectada por ellas, pero poco a poco va aceptando una narrativa que oculta alguna de ellas, se va alejando de su manera de ser hipersensible para aceptar entrar en una relación personal que tiene una cierta apariencia de estabilidad o de normalidad social. 

Intimidades es una novela muy europea, refleja muy bien lo que son las sociedades del bienestar con sus grietas. Las democracias están en peligro, hay un sentimiento de incertidumbre, de miedo, de ansiedad, que toca a los personajes y que, de algún modo, arranca también de la desigualdad. Está presente el tema de la especulación inmobiliaria, de la gentrificación feroz… Nos sorprende la imagen de unos inmigrantes que recogen las colillas de las calles para dejarlas impolutas. 

– El momento en el que escribí la novela fue un momento muy interesante. La comencé en 2016, justo la víspera del Brexit, cuando empezaba a ser consciente de que algunas de las instituciones con las que crecí, que cuando era niña pensaba que eran inamovibles, se estaban convirtiendo en algo vulnerable. Me refiero, por ejemplo a la Unión Europea, pero está también, claro, el Tribunal Penal Internacional, el ideal que representa frente a la realidad. En la novela se analizan cuestiones como las estéticas de las ciudades europeas y como estas se basan en el trabajo, en la explotación de ciertas comunidades… Se habla de la gentrificación, en efecto, pero en el fondo lo que late es la pérdida de esos ideales que se están alejando y siendo sustituidos por otra cosa. Es complicado tener esto tan claro y seguir trabajando en función de ciertos principios o de ciertos sueños. Como te comentaba, el libro tiene mucho que ver con lo que ocurría en un momento político concreto, con las elecciones que estaban teniendo lugar en Europa y también con el resurgimiento de la extrema derecha. Físicamente, trabajé en él en Nueva York durante la administración Trump, con esa sensación permanente de que ciertas cuestiones que daba por sentadas estaban desapareciendo y generaban una gran ansiedad, algo que estuvo muy presente durante todo el proceso de escritura.

“Comencé A escribir la novela en 2016, justo la víspera del Brexit, cuando empezaba a ser consciente de que algunas de las instituciones con las que crecí se estaban convirtiendo en algo vulnerable. Me refiero, por ejemplo a la Unión Europea”.

– Curiosa esa mirada a Europa cuando estabas viviendo en EEUU durante el periodo Trump.

– Sí. Esto tiene que ver con que mi marido es inglés y tenemos dos niños pequeños. Cuando nacieron decíamos que podían vivir y trabajar en cualquier país europeo, pero luego llegó el Brexit y empezamos a ver que esa posibilidad se perdía… Estaba en los EEUU y me sentía en cierto modo atrapada. Puede sonar un poco ridículo hablar de pérdida, pero realmente sentía que se estaba perdiendo ese futuro que soñaba para mis hijos. Me preocupaba ese aislamiento… Creo que el hecho de que la novela esté localizada en Europa también es una forma de contrarrestar lo que estaba ocurriendo en los Estados Unidos. Y hay otra razón evidente, práctica: es en Europa donde se encuentran los tribunales internacionales de justicia, que son una parte importante en la historia. Y dicho todo esto, debo añadir que nunca he escrito nada que tenga lugar en los Estados Unidos. Siempre me ha interesado mucho  escribir sobre personajes que están desplazados de alguna manera, que llegan de nuevas a un lugar en el que no pueden dar nada por sentado e intentan entender sus estructuras sociales. Ahora, por primera vez, estoy escribiendo sobre un personaje que vive en Nueva York. Se trata de un libro que se centra en la ceguera, en lo que el personaje no ve…

Tiene cierta relación, entonces, con Intimidades...

– (Risas) Sí. Los mismos temas aparecen una y otra vez…

Hablábamos del Brexit, pero las cosas han empeorado. Ahora mismo hay una guerra en Europa. En la novela se habla del proyecto europeo con preocupación. Uno de los personajes se plantea dónde se ha quedado la tolerancia europea… La sensación de incertidumbre aumenta, todo parece resquebrajarse a mayor velocidad… ¿Cómo lo ves?

– No me siento muy optimista, la verdad. No sé si puedo decir nada más. Ahora que me preguntas esto, recuerdo una conversación con mi marido, que en su última novela ha escrito en particular sobre los peores años del gobierno de Trump [el marido de Katie Kitamura es el novelista Hari Kunzru]. Estábamos un día hablando sobre los lugares a los que nos podríamos mudar, en los que nos gustaría vivir, y constatábamos que, con cada noticia sobre las elecciones que se iban sucediendo, la lista se había ido haciendo cada vez más corta. Pienso que estar pensando constantemente en huir es una forma muy extraña de vivir y pongo en contraste la escena de la conversación con el momento de relativo optimismo que, como te comentaba antes, existía hace una década aproximadamente, cuando nacieron mis niños y nos mirábamos y pensábamos que tenían tantísimas posibilidades.

– La novela es muy introspectiva, mira hacia dentro, pero su sensación de pérdida, de desarraigo, también es una sensación colectiva. 

– Sí. Esto me parece interesante porque dice mucho de las posibilidades de las ficciones. Yo me siento muy comprometida con la novela como formato. Puedes escribir de manera muy cercana, muy íntima, sobre las experiencias de una persona, puedes centrarte en registrar las idiosincrasias y particularidades de un personaje, y con ello, al mismo tiempo, puedes reflejar algo mucho más grande que está ocurriendo a escala social. Creo que esto tiene que ver con el hecho de que las novelas emergen de lo que uno está viviendo a su alrededor. Incluso aunque no pretendiera escribir sobre la pandemia, por ejemplo, la soledad, el aislamiento de esa etapa, se acaban filtrando. Las novelas son como esponjas, absorben la atmósfera diaria y, por muy específicas que sean las experiencias de los personajes, siempre pueden reflejar lo que está sucediendo.

– Hay un momento en que se habla de “las corrientes ocultas que permanecen sin revelar incluso a las personas más íntimas”. Si de manera muy breve hubiera que explicar de qué va la novela de la que hablamos, esta podría ser una buena explicación. Lo que no podemos llegar a saber de quienes nos rodean, incluso de los más próximos, es esencial en Intimidades.

– Esto es esencial, sí. Es lo que me emociona como novelista y me preocupa como persona. Me atrae mucho explorar la manera en la que la realidad se transforma constantemente y de forma específica en las personas que están a tu alrededor, incluidas las que más quieres. Pensemos, por ejemplo, en las crisis internacionales, en las crisis históricas. ¿Cómo es posible que las personas que conoces, por ejemplo tus vecinos, de repente puedan cometer o realizar acciones sorprendentes? La idea de que las personas pueden resultar extrañas incluso para sí mismas; de que pueden ser capaces de hacer cosas que nunca hubieran pensado realizar el día anterior, es muy interesante para mí desde el punto de vista existencial, pero también desde el punto de vista histórico, desde lo que puede suponer socialmente.

– Llegar a ser cómplices de la maldad es algo que está muy presente en el libro. La intérprete llega a sentirse fascinada por el ex mandatario africano. Y esto es algo que ha sucedido en la Historia, que sigue sucediendo. ¡Cuántos dictadores y líderes aberrantes llegan a despertar la fascinación de las masas! Podemos mirar al pasado, pero está sucediendo ahora. La fascinación que tantas personas pueden llegar a sentir por un Trump, por un Bolsonaro, por tantos personajes de este tipo… El “trumpismo” es un modo de actuar en política que se está imitando en muchas partes del mundo, que ha superado al personaje.

– Sí, todo lo que te comentaba antes, junto a la idea de la complicidad y sus implicaciones, está muy presente en el libro, sin duda. La intérprete de la novela ha sido formada en un entorno, en una sociedad, que debería rechazar a la persona que ha cometido actos tan atroces, pero esto no es tan sencillo. El grado de implicación con determinados personajes o hechos es algo que no siempre llegamos a entender del todo… Una de las cuestiones más sorprendentes sobre Trump es que resulta un orador muy potente, pero la forma en que utiliza el lenguaje no tiene ningún sentido. El punto de partida de mi novela me llegó hace mucho tiempo, en el año 2009, mientras escuchaba en la radio a Charles Ghankay Taylor, ex presidente de Liberia, declarando ante el Tribunal de La Haya. Había cometido unos crímenes terribles en Sierra Leona, pero no podía dejar de sentirme atrapada por sus grandes dotes de retórica. Cuando le escuché hablar llegué a la conclusión de que los idiomas tienen un elemento persuasivo importante. Trump también es muy persuasivo, aunque, claramente, no tiene las dotes de retórica de Taylor. Es un misterio para mí… Este hombre da discursos de una hora que están vacíos, que no tienen ningún sentido, que son como una ensalada de palabras, de frases escandalosas. Y, sin embargo, eso convence a muchas personas. Como escritora me resulta muy interesante explorar por qué ocurre eso y la verdad es que resulta complicado, muy difícil de entender. A día de hoy, aún no lo he conseguido.

“El punto de partida de mi novela me llegó mientras escuchaba en la radio a Charles Ghankay Taylor, ex presidente de Liberia, declarando ante el Tribunal de La Haya. Había cometido unos crímenes terribles en Sierra Leona, pero no podía dejar de sentirme atrapada por sus grandes dotes de retórica”:

– ¿El que fuera presidente de Liberia fue entonces quien te inspiró el personaje de la novela?

– Diría que la experiencia de escucharle hablar fue la semilla de la novela, pero el caso en particular está basado en Laurent Gbagbo,  ex-presidente de Costa de Marfil. Cuando estaba investigando para el libro pude estar presente durante una semana en el juicio que se le hizo en La Haya, acusado de crímenes contra la humanidad. No llegué a conocerlo, pero me sentía cómoda nombrándolo e inventando un personaje basado en él, que quería que fuese lo más fiel posible a la realidad. Seguí todo el proceso de cerca y ya tenía escrito el 75 por ciento del primer borrador de la novela cuando se le declaró inocente. Fue extraño. Sabía cómo me sentía al respecto como persona, pero no tanto como escritora, de cara a la novela… Una amiga, profesora en la Universidad de Columbia, me dijo que, en cierto modo, creía que mi libro transmitía el mensaje de que todo el mundo se puede salir con la suya (risas). Es así y es terrible. Estas cosas ocurren y la vida sigue adelante.

Otro gran tema de la novela es la búsqueda del arraigo, de un lugar de pertenencia, un poco la “tierra firme” de la que hablabas antes y que fue el primer título del borrador de la novela. El final queda abierto. ¿Ha encontrado ese lugar la protagonista? ¿Tal vez ese lugar está en los afectos?

– Bueno, esto es interesante para mí. Como dije, mi marido es inglés, su padre es de la India, su madre es inglesa… Mis padres son japoneses… Hasta hace poco podíamos haber vivido en Inglaterra o en otro sitio, pero vivimos en Nueva York, donde tenemos una casa fantástica. Sin embargo, sentimos que es un hogar si estamos allí, simplemente. Por tanto, creo que el hogar está en las personas.

Intimidades de Katie Kitamura ha sido publicado por la editorial Sexto Piso, con traducción de Aurora Echevarría. En el mismo sello ha editado de la autora En el bosque (2013). Otra de sus novelas, Una separación, fue publicada en 2018 por Random House.

Etiquetado con: