Foto cabecera por Luis Díaz Díaz / Emma Rodríguez © 2022 /
La aurora cuando surge de Manuel Astur es un libro cuya lectura se quiere prolongar del mismo modo que se desea detener el tiempo ante un paisaje que colma los sentidos. Este cuaderno de viaje tan especial, hecho de fragmentos biográficos, de pequeñas narraciones, de reflexiones, de poemas, aporta palabras y silencios que despiertan las ganas de huir de las ciudades de las prisas, de los lugares trillados tanto geográfica como mentalmente.
Acompañado de grandes viajeros que antes que él visitaron Italia en busca de la belleza y los ecos del ayer, el escritor se convierte en una especie de peregrino que intenta atrapar los instantes, vivir los momentos, sentir el subterráneo pulso de la historia que sigue latiendo en las piedras, en los monumentos, en las leyendas y las historias contadas, transmitidas a través de los siglos. Sus mapas, que se alejan de las rutas turísticas y de las aglomeraciones, son mapas que atesoran geografías exteriores y, sobre todo, interiores, porque cuando el ánimo se predispone al hallazgo, se puede palmar la transformación, la revelación, el milagro.
Milagro es una palabra clave en la trayectoria de Astur (Sama de Grado, Asturias, 1980). Quienes hayan leído su novela San o el libro de los milagros, que le ha confirmado como una de las voces más originales e interesantes de la narrativa española reciente, lo saben y entienden lo que se esconde detrás. La idea de prodigio, la búsqueda de zonas de luz en lo pequeño, lo sencillo, lo cotidiano, anima los senderos de La aurora cuando surge, una obra llena de hallazgos donde hay una figura muy presente, el padre. El padre y su pérdida, el duelo. Una ausencia que se torna poderosa presencia a lo largo del camino. “Mi padre bajo las estrellas. Solos él y su presente. Solos él y su muerte. / Mi padre existiendo entonces. Mi padre exactamente allí, como lo estoy yo aquí, como lo estuvieron todos los que miraron las estrellas y fueron mirados por ellas…”

Estamos ante un libro lleno de puertas inesperadas a través de las cuales atravesar el tiempo y poder abrazar a los que fueron, a los que vivieron en otros momentos de la Historia. Una sensación de eternidad, de continuidad, de permanencia cubre los contornos, los caminos, los rincones de un recorrido que anima a fijar, a concentrar, la mirada. En el caso del autor es en ese parar donde surgen los poemas y se traspasan las puertas. “Prestar atención” es la actitud que le acompaña mientras camina, observa, se sienta en el suelo de cualquier plaza italiana, escribe y permite que acudan los recuerdos, los poderosos retazos de la infancia, y también las lecturas cómplices.
“La aurora cuando surge” es un libro lleno de puertas inesperadas a través de las cuales atravesar el tiempo y poder abrazar a los que fueron, a los que vivieron en otros momentos de la Historia. Una sensación de eternidad cubre el recorrido.
“Hoy he tenido mucha suerte, casi no se me ha escapado ningún detalle sin importancia”, señala el autor en un trecho del viaje. Sestri Levante, Camogli, Portofino, Génova, Pisa, Lucca, Pienza, Casciano, Bagno Vignoni, Bolsena, Roma, Numana, Loreto, Nápoles, Capri, Amalfi, Catania, Noto, Palermo… Cuántos lugares y cuántas historias para ser imaginadas, narradas. El viaje fluye, va aconteciendo hecho de amaneceres y anocheceres, discurriendo entre esos ocasos que nada le gustan a Raquel, compañera de ruta, de vida, porque le recuerdan a la muerte. Hay sombras en esta entrega que nos cautiva con la intensidad de su prosa poética, con su capacidad para la hondura, con el don para detectar esos destellos de alegría, de felicidad, de excepcionalidad, pero mejor que nos cuente algo de todo esto el propio escritor (el diálogo que sigue a continuación lo mantuvimos a través de correo electrónico).

– La aurora cuando surge es un libro muy especial y personal. Lo publicas cuando ya tienes una trayectoria larga e interesante a tus espaldas (dos novelas, un libro de poesía, otro de ensayo). ¿En qué momento de tu camino creativo lo sitúas? ¿Qué le debe a lo anterior? Está claro que hay una circunstancia, la muerte de tu padre, que lo hizo brotar…
– Lo sitúo en el momento del camino en el que me encuentro ahora. Para mí no hay mucha diferencia entre lo creativo y lo personal, ya que mi obra es una búsqueda de respuestas y visiones que yo mismo necesito y que, por suerte, acaban publicándose. Lo que doy por terminado para el lector tiene que estarlo antes para mí. La regla básica es llegar primero yo a ese lugar al que quiero llevar al lector. De este modo, La aurora cuando surge se lo debe todo a mi anterior obra, ya que sin aquellas búsquedas no habría llegado a este lugar desde el que soy y escribo.
– Manuel Astur llevaba tiempo escribiendo y moviéndose por otros campos creativos, pero fue con San, el libro de los milagros, cuando empezó a ser conocido por un número mayor de lectores. ¿Fue ese libro un punto de llegada?
– En realidad, creo que eso ocurrió con Seré un anciano hermoso en un gran país, que, a pesar de haber sido publicada en una editorial relativamente pequeña (Sílex), consiguió muchísimos lectores. En mi opinión, se debe a que con ese libro me sentí realmente a gusto, como si hubiera encontrado, por fin, mi lugar desde el que escribir. Pero fue con San donde esto se manifestó de forma más rotunda e iluminadora. San me abrió las puertas a un número aún más grande de lectores y fue el primer libro que publiqué con Acantilado, que es, desde que soy adulto, mi editorial española favorita. Pero no sé si fue un punto de llegada, porque no creo que vaya a llegar nunca a ningún sitio, pues para ello habría que dar por terminado lo anterior, y yo siento que todo me acompaña.
– La presencia de los milagros, entendidos como la capacidad de ver lo extraordinario que se esconde en esos instantes y paisajes de lo cotidiano, que suelen pasar inadvertidos, es un tema que está presente en La aurora cuando surge. ¿Es ese el sentido de tu obra, su dirección?
– Sí, también es uno de los temas principales de San, el libro de los milagros. El milagro como modo de mirar, como un tipo de existencia que nos permite vivir en una realidad iluminada.
– Los santos como tema central en un presente desacralizado, falto de valores. ¿Por qué? ¿Qué nos pueden aportar los santos, la idea de milagro, en este siglo XXI tan cínico y descreído?
– Este tiempo en el que vivimos no es descreído y los santos siguen existiendo, lo único que ha cambiado es nuestra religión y a quién santifica la sociedad. Por ejemplo, Steve Jobs es claramente un santo de nuestra religión del Progreso, que nos promete el paraíso en esta vida y la gloria eterna contribuyendo a la evolución de la humanidad. O Elon Musk. Ambos han triunfado y se han hecho inmensamente ricos aportando una ciencia y una tecnología que nos hacen mejores, o al menos ese es el relato imperante, ya que tal y como yo lo veo son unos empresarios neoliberales ególatras y sin escrúpulos.
Con todo esto quiero decir que mis santos nos pueden servir para ser conscientes del disfraz de los santos en los que creemos, y el milagro que busco y trato de mostrar tal vez nos venga bien para que dejemos de comprar modos de mirar fabricados al por mayor, lo cual es como si pagáramos por el aire que es de todos y está a nuestro alcance. Solo hace falta recordar que podemos respirar y ver por nuestra cuenta.

– Los santos aparecen una y otra vez en La aurora… Hay ahí una continuidad con la novela… La religión está presente, pero es una religión personalizada, por decirlo de alguna manera. Asoma la abuela, sus creencias, su bondad. ¿Es el fondo del que arranca ese interés, una especie de fuente que te nutre?
– Me interesa la mirada inocente sobre la realidad, la mirada que no juzga ni está filtrada por las ideas previas, la mirada libre de los niños, los santos, los tontos y los poetas. Creo que todos ellos tienen la capacidad de mostrarnos una realidad recién inaugurada, un mundo que acaba de ser creado. Creo que esa mirada es más necesaria que nunca. Con esa mirada podemos vivir mucho mejor nuestra propia existencia sin joder a nuestros compañeros de viaje.
– Está claro, por otra parte, que no pueden faltar las figuras religiosas en un libro que recorre Italia, con tanta carga histórica, con tantas iglesias, lugares sagrados… ¿Qué fue a buscar a Italia Manuel Astur? ¿Qué pulsión, necesidad, le condujo a ese viaje? Está claro que asistimos a un viaje por el país, pero, sobre todo, a un viaje interior.
– Lo que me llevó a Italia fue todo lo que había leído sobre Italia, todo lo que había visto de este país anteriormente, y sobre todo la necesidad de distanciarme de mi tierra y de mi mundo cotidiano durante unos meses, después de un año muy duro. Pero no creo que buscara mucho más. Obviamente, en todo viaje, como en toda novela, el protagonista no puede ser igual al comienzo que al final; de lo contrario, estaríamos leyendo mala literatura o haciendo turismo, que es lo mismo.
“Steve Jobs O Elon Musk son santos de La religión del Progreso. Ambos se han hecho ricos aportando una ciencia y una tecnología que nos hacen mejores, según el relato imperante. tal y como yo lo veo son empresarios neoliberales ególatras y sin escrúpulos”.
– ¿En qué momento encontraste tu propia mirada, tu tono, tu música, en este libro que se mueve entre la memoria y el dietario, con pizcas de ensayo, de poesía, de relato? ¿Sabías que el viaje iba a tener como resultado un libro? ¿Fue algo premeditado?
– No, ni mucho menos. Sobre Italia se han escrito miles de millones de páginas, la gran mayoría pura basura que repite clichés, pero unas cuantas son obra de algunos de los seres humanos más sabios de todos los tiempos, así que tendría que ser muy necio y muy vanidoso para creer que yo podía añadir algo. Simplemente fui de viaje a un país que amaba desde la distancia y que tenía muchas ganas de amar de cerca. Lo que sí tenía claro es que, durante esos meses, iba a escribir mucha poesía. Pero no con la intención de escribir poemas y publicar un poemario, sino para mí, como un ejercicio espiritual, de un modo oriental: para lograr estar más presente y ampliar el momento. Lo contrario de lo que hacemos cuando sacamos fotos con nuestro móvil, que miramos la pantalla y no miramos el lugar: quería estar en un sitio y prestar atención hasta que surgiera el poema. Pero vamos, esto lo hago también en mi pueblo. Lo que pasa es que luego, a la vez que los poemas, fueron apareciendo muchas reflexiones y recuerdos y una cantidad ingente de momentos únicos y todo ello parecía tener un sentido. Viajar se parece a escribir en cuanto a que no sabes muy bien qué estás haciendo o adónde vas en realidad hasta que llegas allí. Es como una peregrinación hacia un lugar santo que no conoces hasta que te acercas. Entonces descubres que todos tus pasos anteriores te llevaban allí.

– ¿Has seguido las huellas de otros viajeros de referencia? Hay momentos en los que te planteas qué se puede aportar, qué se puede decir, que no se haya dicho ya, sobre Italia. El “Grand Tour” siempre está presente en una obra de este tipo. En la lista de libros que citas haber llevado en la maleta está Peregrinos de la belleza, de María Belmonte, un hermoso acercamiento a algunos de los protagonistas de esos viajes iniciáticos de antaño. Me gustaría que reflexionaras un poco sobre esto.
– Podría contestarte como contestaba el poeta Bashô a los que lo acusaban de clásico —aunque revolucionó la poesía mundial—: «Yo no sigo los pasos de los antiguos: pero busco lo mismo que ellos buscaban». No he seguido los pasos de nadie, pero he ido a lugares donde grandes poetas y santos fueron buscando lo mismo que yo buscaba y les he pedido que fueran mis compañeros de viaje.
“Me interesa la mirada inocente sobre la realidad, la mirada que no juzga ni está filtrada por las ideas previas, la mirada libre de los niños, los santos, los tontos y los poetas. Creo que esa mirada es más necesaria que nunca”.
– Entre lo mucho que aporta La aurora, lo más simple es la constatación de que se puede seguir viajando al margen del turismo; de que es la mirada y las propias búsquedas las que definen y marcan los trayectos.
– Sí, porque lo importante es la mirada. Los grandes aventureros ya no exploran países perdidos ni descubren las fuentes del Nilo. Los grandes viajes son siempre interiores, y son los importantes, los que necesitamos. El jardín de tu casa puede ser más exótico que la cumbre del pobre Himalaya.
– Y también la reivindicación del tiempo lento, de los silencios, de las esperas… Es ahí, en el tiempo dedicado a observar, a recrear, a interiorizar, a sentir, a descubrir, donde pueden surgir los milagros…
– Más que tiempo lento yo diría tiempo que no es consciente del tiempo y por lo tanto no es tiempo. Creo que ahí, cuando desaparece nuestro ego y todas esas ideas y disfraces a los que damos tanta importancia, está la eternidad. Y ese es el milagro.
– Lo anterior va unido a una crítica a las sociedades del presente, a las prisas, a la ansiedad, al consumo, a la ceguera ante los prodigios cotidianos. ¿Ha logrado Manuel Astur situarse al margen? ¿La literatura es una buena manera de hacerlo, permite el aislamiento suficiente?
– Desde que comencé a soñar con ser escritor cometí el error de criticar, dejándome llevar por la idea, comúnmente asumida, de que un artista es alguien crítico con lo que le rodea. Pero esta visión del artista es algo heredado de una época y una sociedad distintas de la nuestra. Hoy día, hasta el mayor tontaina critica para demostrar que es inteligente. Es mucho más hermoso, y difícil, aportar que destruir. Tal vez mi literatura sea un intento de aportar visiones a la realidad, puede que quiera añadir mundos nuevos donde sea grato vivir a este mundo que cualquier cuñado puede explicarte.
– Hablamos de un libro poliédrico, lleno de temas, de sentidos, de revelaciones que parten de lo más íntimo y ganan trascendencia. El viaje, la pérdida, el duelo… Viajar, en cierto sentido, es perderse, apartarse a otros lugares, a otros espacios, ver lo vivido a distancia, buscar respuestas… ¿Lo ves así, encuentras otras asociaciones entre el viaje, la pérdida, el duelo?
– Me gusta viajar porque facilita el extrañamiento, que es desde donde trato de escribir y donde creo que viven los escritores que admiro. El extrañamiento es ver las cosas como si las vieras por primera vez, como si acabaras de nacer o fueras un extranjero. Cuando viajo, dejo atrás muchas de las cosas que doy por hecho y me descubro viviendo en ese extrañamiento. En mi opinión, eso es lo que ha llevado a los humanos a dejar su hogar y lanzarse al mundo.

– La poesía impregna todo el recorrido y le otorga profundidad. Pienso que la poesía está muy unida al milagro, lo desvela. ¿Opinas lo mismo?
– Sí, la poesía es un milagro y todos los milagros son poesía. La poesía es la canción en la que vivimos, la ficción que nos permite habitar la dura materia sin morirnos de pena.
– “La poesía es lo que hay al otro lado de esa puerta”, escribes. A mi parecer, aquí está una de las claves de este libro, lleno de puertas inesperadas desde las que poder maravillarse, extrañarse. Porque al otro lado de la puerta está el pasado, los que se han ido… La poesía es la llave de acceso. Es una idea que está muy presente en el trayecto.
– En efecto, esa frase y esos párrafos definen el tema principal del libro. La poesía es una puerta que logramos abrir. A través de esta puerta escapamos del tiempo, del momento y, sobre todo, de nuestra identidad.
“Me gusta viajar porque facilita el extrañamiento, que es desde donde trato de escribir y donde creo que viven los escritores que admiro. El extrañamiento es ver las cosas como si las vieras por primera vez, como si acabaras de nacer o fueras un extranjero”.
– La poesía atrapa el tiempo. La aurora cuando surge es un libro sobre el tiempo, sobre la continuidad, sobre los caminos que se cruzan, el ayer y el hoy, los que se fueron y los que están. Hay una necesidad de abrazar a los otros, de empatizar con ellos, y al mismo tiempo, de comprender el sentido de la vida, de la muerte… En realidad lo que desde siempre han intentado hacer los poetas, los filósofos… En ese sentido, ¿te sientes miembro de una tribu, de una estirpe?
– Cuando leemos a Li Po somos Li Po, aunque haya muerto hace mil doscientos años. Cuando leemos a Salinger somos Salinger. Creo que, de algún modo, la literatura logra detener el tiempo y ponerlo en marcha de nuevo cuando alguien la lee, y eso es lo más parecido a la eternidad. Todos los lectores son el mismo lector, todos los poetas auténticos son el gran poeta, que nunca deja de escribir y de cambiar nuestra realidad para que podamos seguir viviendo en ella.
– He recordado a Natalia Ginzburg en momentos en los que en este libro se contradice su idea de que la felicidad solo se reconoce una vez pasada. Aquí se consigue reconocer y transmitir la alegría, la felicidad, cuando se está viviendo, en el ahora. No es fácil y se consigue. Me parece un gran logro.
– Amo a Natalia, pero en esto no estoy de acuerdo con ella. En el pasado somos felices porque no somos nosotros, sino una reconstrucción ideal, porque hacemos literatura con lo que fue; pero es una grandísima mentira. Si logramos vivir este instante que pasa, este momento en movimiento, sin estar atados al pasado ni a las expectativas del futuro, siempre somos felices. Como decía el filósofo y escritor George Santayana: «Vivimos dramáticamente en un mundo que no es dramático»
– De hecho apresar el ahora se convierte en propósito: “Y estoy aquí. Exactamente aquí estoy yo”, es una especie de mantra en el recorrido.
– Así es, eso es lo que pretendo cuando viajo, cuando escribo y cuando simplemente vivo.

– La figura de tu padre es muy poderosa en todo el recorrido. Era maestro, hombre de lecturas y profundidades, contemplador de cielos y estrellas, autor de una novela: Éramos río. ¿Te ha mostrado algún camino esa novela? ¿Cuánto hay en ti de tu padre? ¿Tener tiempo y distancia suficientes para reconocer el legado, para dialogar con él, para volver al ayer, a la infancia, en su compañía, fue uno de los motivos de tan largo viaje?
– El legado de mi padre es mi modo de ver el mundo. Del mismo modo que un padre budista educará a sus hijos en el budismo, mi padre creía en la poesía y me enseñó a vivir en un mundo lleno de poesía y belleza. Mi padre me enseñó a no aburrirme nunca. Pero el viaje no fue para dialogar con él, porque es una parte muy poderosa de mí y siempre lo tengo presente, como la rama que sabe de qué tronco viene. No hay dolor ni pena en su recuerdo, no hay ninguna necesidad de hacerle frente.
“la poesía es un milagro y todos los milagros son poesía. La poesía es la canción en la que vivimos, la ficción que nos permite habitar la dura materia sin morirnos de pena”.
– Para terminar me gustaría recurrir a algunas frases, instantes, del libro, para que des una vuelta sobre ellas. ¿Hasta qué punto te definen; de qué manera suponen aprendizajes vitales?
– “Los pájaros y la realidad escapan de las personas ansiosas”.
– Recuerdo que cuando de niño estaba jugando con mis amigos en el parque, siempre llegaba un momento en el que mi madre me llamaba para que nos fuéramos a casa y yo siempre protestaba porque tenía la sensación de que acabábamos de llegar, cuando en realidad habían pasado varias horas. Me había divertido tanto que no me había enterado de nada. El reclamo de mi madre siempre era injusto.
– “Antes, en el papel de la iglesia de Portofino, pedí lo que pido desde hace tiempo: no vivir enfadado”.
– El enfado es como castigarse a uno mismo por lo que han hecho otros. Quitarte vida porque la vida no te gusta. Una estupidez.
– “Olvidamos cada día algo importante, tenemos la verdad en la punta de la lengua, pero nunca la decimos”.
– Si pudiéramos decirla, no sería la verdad.
– “Quiero libros que sean como miradores desde los que ver el paisaje de la existencia”.
– No soporto los libros que entretienen. Yo no quiero distraerme, sino todo lo contrario: quiero libros, y arte, que expandan mi pequeña vida.
– Acabamos. ¿Cuáles son algunos de esos libros miradores a los que una y otra vez te asomas o cuya visión te acompaña?
– Ja, ja, buena pregunta. Y como suele ocurrir, los libros que te diría dentro de un mes no serían los que te digo ahora. Sí te puedo decir qué autores suelo tener siempre cerca, como Salinger, Hamsun, Malaparte, Wang Wei, Li Po, Sei Shonagon, Basho, Marina Tsvietáieva, Rilke, Saba, Pound, W. C. Williams, Lawrence Durrell, Delibes, Alda Merini o Zagajewski, entre otros. Todos ellos son mis amigos.
La aurora cuando surge ha sido publicado por Acantilado, al igual que la obra anterior del autor, San o el libro de los milagros.