Fidel Oltra © 2022 /
El escritor y pensador Aldous Huxley, famoso por su obra distópica Un mundo feliz (1932), publicó en 1954 un texto cuya importancia para el desarrollo de la contracultura puede considerarse esencial: Las puertas de la percepción. Un libro en el que el escritor hablaba de su experiencia con las drogas psicodélicas, en concreto con la mescalina. Huxley realizó una aproximación científica a la cuestión, estudiando pros y contras, llegando a la conclusión de que este tipo de sustancias contribuían a ensanchar la mente, a comprenderse mejor a uno mismo y al mundo.
El autor veía un gran potencial en la inmersión en estos estados alterados de la mente, concluyendo que a través de los mismos se podía avanzar enormemente en campos como la ciencia y el arte, pero también en otros como la religión. Según Huxley, la experiencia resultaba tan mística que allanaba el camino para el contacto con fuerzas y elementos más allá de la percepción sensorial. El título, Las puertas de la percepción, hacía referencia a unas frases del poeta del siglo XVIII William Blake: “Si las puertas de la percepción se depuraran, todo se habría de mostrar al hombre tal como es: infinito. Porque el hombre se ha encerrado hasta que ve todas las cosas a través de las estrechas grietas de su caverna”.
Haciendo referencia al mito platónico, Blake ve al hombre como sujeto a unas imaginarias cadenas que lo mantienen en la oscuridad e imagina una libertad mental total que le hiciera ver las cosas como son. Una liberación que, según Huxley, se podía encontrar en el consumo de drogas. Lamentablemente la idea de Huxley se pervirtió posteriormente, quedando la experiencia lisérgica desprovista de su aura intelectual y mística para convertirse solo en una vacía ligereza recreativa. El abuso de dichas sustancias provocó que muchas mentes no solo no se abrieran más sino que quedaran cerradas para siempre. En el proceso, sin embargo, hubo momentos en los que esas puertas se abrieron para algunos, dejando entrar un viento huracanado que, antes de barrerlo todo a su paso, plantó las semillas de algunos de los momentos más sublimes del arte y el pensamiento de la segunda mitad del siglo XX. Una de las personas que vieron la puerta abierta, y se lanzaron a atravesarla sin temor al riesgo, fue Jim Morrison. El grupo que formó con algunos colegas de la Escuela del Arte de UCLA acabó llamándose, precisamente, The Doors.
Rick Manzarek y Jim Morrison se conocían de las clases de arte en la UCLA, aunque perdieron el contacto posteriormente. Cuando se volvieron a encontrar, el primero se dedicaba a la música y había formado un grupo con sus hermanos: Rick & The Ravens. Los dos hablaron, recordaron buenos tiempos y compartieron experiencias. Manzarek le habló a Morrison de su música, mientras que este le comentó a su compañero que escribía poesías y canciones. Aquel intercambio de ideas acabó con Morrison cantando la primera estrofa de un tema que había escrito, Moonlight drive, y con Manzarek tan fascinado por lo que acababa de escuchar que en su cabeza ya le estaba poniendo música.
Jim Morrison acabó colaborando con Rick & The Ravens, que poco después incorporaron también al batería John Densmore y a la bajista Patty Sullivan. Convertidos en sexteto, cambiaron pronto su nombre por el de The Doors y grabaron algunas demos en los World Pacific Studios de Los Ángeles. Al poco tiempo, Rick y Jim Manzarek abandonaron el grupo. La bajista Patty Sullivan, que tocó en aquellas sesiones, acabó también dejando a la banda. Tras incorporar al guitarrista Robby Krieger, The Doors se quedó en cuarteto: Jim Morrison (voz), Ray Manzarek (teclados), Robby Krieger (guitarra) y John Densmore (batería). Les faltaba un bajista, pero Manzarek aseguró que podría tocar las partes del bajo con su teclado Fender Rhodes, y así lo hizo en la mayoría de canciones. Había nacido una banda que abriría las puertas de la gloria para decenas de artistas y grupos que paseaban su anonimato por pequeños y oscuros clubes de toda la Costa Oeste de los Estados Unidos, y seguramente también para muchos que lo hacían en la Costa Este.
El año 1966 fue crucial para The Doors. Entonces se empezó a vislumbrar todo lo que daría de sí su corta pero fulgurante trayectoria. El grupo consiguió una residencia en un club de Sunset Strip, donde aprovecharon para foguearse en directo, mejorar instrumentalmente y desarrollar muchas de las canciones que publicaron en sus primeros discos. En verano pasaron a otro club, el Whisky A Go Go, donde los descubrió Arthur Lee, líder de la banda californiana Love, quien quedó entusiasmado y rápidamente corrió la voz entre los responsables del sello Elektra, al que pertenecía su grupo.
Arthur Lee consiguió que asistieran a un concierto de The Doors nada menos que el presidente del sello, Jac Holzman, y uno de sus productores más destacados, Paul A. Rothchild. No tuvieron mucha suerte, y aquel concierto no fue uno de los más inspirados de The Doors, que solían experimentar mucho en directo, por lo que no siempre les salía todo bien. Lee convenció a Holzman y Rothchild para que volvieran a la noche siguiente, y aquella vez sí que se conjuraron todos los astros. A los pocos días The Doors habían firmado por Elektra. Semanas después fueron expulsados del Whisky A Go Go por haber incluido en la cambiante y sinuosa The end, aquella sección edípica que tantos quebraderos de cabeza les iba a traer: “Father…I want to kill you…Mother…I want to…fuck you!!”. Cara y cruz de una misma moneda, luces y sombras inseparables de lo que iba a ser la trayectoria artística y vital de The Doors.

A principios de 1967 se publicó el primer disco, homónimo, de The Doors. Un álbum absolutamente mágico, beneficiado del largo periodo preparatorio que sus canciones habían tenido que pasar, y que mostraba a un grupo que, aparentemente surgido del underground garajero, iba mucho más allá en sus pretensiones artísticas. Además contaba con un cantante, Jim Morrison, absolutamente fascinante, hipnótico y provocador en el escenario y fuera de él. Un artista en toda regla, un tipo que, como todo el grupo, tenía unas inquietudes que iban más allá del rock más básico. Así lo demuestra que en su debut aparecieran canciones como Alabama song, escrita por Bertolt Brecht con música de Kurt Weill cuatro décadas antes, o la mencionada The end, una letanía lisérgica, conmovedora, que parece arrancar como una despedida a una persona y acaba convirtiéndose en un escalofriante viaje al interior de cada oyente en el que se pueden descubrir secretos inconfesables. Una muestra de lo que podía llegar a colarse por esas puertas abiertas de la percepción. The end, como no podía ser de otra forma, cerraba el disco. ¿Qué otra canción podía hacerlo después de esos once minutos de estremecimiento?
El primer sencillo fue Break on through, una canción que, a pesar de incluir algunos aspectos del art rock con todo tipo de influencias que The Doors practicarían, resultaba una de las más accesibles del disco. No salió como todo el mundo esperaba, así que echaron mano de otro tema, Light my fire, que convenientemente adaptado para ser lanzado como sencillo acabó llegando al número uno. El recorte sufrido para poder ser publicado comercialmente dejó fuera algunas de las partes instrumentales más sugerentes de la canción, con el teclado de Manzarek sonando como una versión acelerada de Bach y unos ritmos tímidamente latinos que, tal vez, fueron decisivos para que José Feliciano decidiera adaptar la canción un año después, de nuevo con gran éxito.
La primera mitad de 1967 fue una época de promoción, con The Doors dando conciertos y apareciendo en diversos programas de televisión. El más notorio, el Show de Ed Sullivan. Un programa familiar en el que ciertas cosas no estaban permitidas, como mencionar la palabra “higher” en un contexto de consumo de estupefacientes, como aparecía en Light my fire. La banda accedió a hacer cambios en la letra, pero a la hora de la verdad cantaron la canción con la letra original. Por supuesto esto les valió la cancelación de otros programas que tenían previsto grabar, cimentando al mismo tiempo su fama de banda insobornable, provocadora y problemática. Una fama que les perseguiría hasta el final de sus días y que, en demasiadas ocasiones, oculta la verdadera esencia de The Doors: pasión por la experimentación, libertad creativa inducida por todo tipo de estímulos naturales o artificiales, una gran cultura musical que abarcaba sonidos de todo el mundo y un excelente dominio de sus instrumentos. Más allá de polémicas y leyendas, The Doors fueron uno de los mejores grupos de su época, y para muchos incluso de toda la historia del rock. Todo ello a pesar de su breve trayectoria, o quizás por eso mismo: nunca sabremos si, como en tantas ocasiones, su imprevisto final contribuyó a ensalzar su memoria.
Estamos todavía en 1967 y The Doors, gracias a los años pasados macerando lentamente decenas de canciones, tenían ya listo un nuevo disco. Strange Days vio la luz en septiembre, apenas nueve meses después de su debut, y desde entonces ha dividido a los seguidores del grupo entre quienes lo consideran superior incluso a su primer disco, y quienes piensan que sus bazas ganadoras ya habían sido utilizadas y que se trata de un disco de descartes, de canciones que por algún motivo no encajaban bien en su inapelable primer álbum. Todos tienen algo de razón, puesto que Strange Days incluye canciones que el grupo ya tenía escritas desde los tiempos de Rick & The Ravens, como la antes mencionada Moonlight drive o My eyes have seen you. Sin embargo el segundo disco de The Doors destaca por mantener viva la llama de la experimentación, añadiendo novedosos instrumentos como el sintetizador Moog, varios elementos de percusión y, como novedad, un bajista de sesión. Todo ello para aprovechar al máximo la flamante consola de ocho pistas que puso a su disposición el estudio.
Quizás este segundo disco no tiene esos puntos álgidos que destacaban en el primero, pero a cambio ofrecía una narrativa, un ambiente, casi un concepto que seguía basado en el dolor, la perplejidad y la angustia. Además, hay que admitir que canciones como People are strange, Love me two times o Strange days se encuentran entre las mejores del grupo. Al igual que The Doors, este trabajo también se cierra con una pieza de más de diez minutos titulada When the music is over, que repetía de alguna forma el esquema de The end: una suite dividida en varias partes, enroscada sobre sí misma como una serpiente, que bebía tanto de la psicodelia californiana como de la vanguardia neoyorquina representada por Velvet Underground, e incluso del jazz. Manzarek aseguró haberse inspirado en un tema de Herbie Hancock para componer varias partes de teclado, sobre todo la introducción. Una vez más, un final de disco extraño y amargo, aunque en este caso algo menos que The end.

En 1967 ocurrieron muchas cosas para The Doors, y muy rápidamente. Empezaron el año como grupo anónimo y lo acabaron en boca de todo el mundo. No solo por su música, también por incidentes como el que ocurrió en New Haven en diciembre, cuando la policía subió al escenario a arrestar a Jim Morrison tras numerosas provocaciones y alguna discusión entre bambalinas previa al concierto. No era la primera vez que Morrison la liaba sobre las tablas, pero sí la primera vez que lo hacía con los ojos de todo el país puestos en él.
Sería el principio de un par de años oscuros para la banda que se verían reflejados también en su música. 1968 arrancó con un Morrison cada vez más desestabilizado por sus problemas con el alcohol. Sus conciertos eran sinónimo de incidentes con el público, con la policía, o entre los propios asistentes. En lo musical también hubo algún desencuentro. Morrison, que se sentía muy atraído por la obra de Rimbaud y Baudelaire, se había empeñado en convertir unas poesías propias en una canción de 17 minutos, Celebration of the lizard. Ante la negativa del resto, acabó reculando y opró por reutilizar las letras en otras composiciones. Unas composiciones, por cierto, que empezaban a escasear, ya que las mejores y más trabajadas se habían usado en los dos discos anteriores.
No es extraño que The Doors entraran en una pequeña crisis creativa, teniendo en cuenta que se encontraban grabando su tercer álbum en menos de 18 meses. Aún así, Waiting For The Sun llegó al número uno, como también lo hizo la canción Hello, I love you, envuelta en la polémica por un supuesto plagio a All day and all of the night de The Kinks. El grupo seguía mostrando ambición y curiosidad por otros sonidos, como demuestra la guitarra española de Spanish caravan (tomada de Isaac Albéniz), la narrativa cinematográfica de The unknown soldier o una Five to one que, aunque basada en el blues rock y la psicodelia imperantes en la época, parecía anticipar, con sus silencios y su crudeza, la llegada de grupos como Led Zeppelin o Black Sabbath.
Todo iba muy rápido para The Doors, excesivamente rápido. Disco-gira-disco-gira. En apenas año y medio habían publicado tres discos. Apenas lanzado Waiting For The Sun, ya estaban girando por los Estados Unidos, con cada vez más incidentes en sus conciertos. En el verano de 1968 realizaron su primera visita a Europa, con conciertos en vivo y apariciones en distintas televisiones. Y de vuelta a casa, más actuaciones. No es extraño que Morrison acabara colapsando en algunas de ellas, si sumamos la velocidad a la que desarrollaban los acontecimientos y el consumo de alcohol y otro tipo de sustancias.
Antes de que acabara el año 1968, The Doors ya estaban trabajando en el cuarto álbum. Como anticipo publicaron uno de sus mejores sencillos, Touch me. Una canción que sorprendió por los arreglos de cuerda y metales, atípicos para un grupo como The Doors. Su necesidad de experimentar, de reinventarse, llevaban a la banda a jugar con todo tipo de recursos, y esta vez decidieron darle la vuelta a su tortilla vanguardista para sorprender precisamente por ser demasiado ortodoxos. Touch me, de todos modos, es una gran canción que, a pesar de su estructura más tradicional, presenta interesantes combinaciones de ritmos y estilos. Fue el tercer número uno para The Doors. Sería también el último.
El 1 de marzo de 1969 tuvo lugar el incidente más conocido de la errática carrera de Jim Morrison en aquellos meses. The Doors ofrecieron un concierto en Miami que empezó mal, con un largo retraso que provocó alguna algarada con el público. Cuando Morrison apareció en el escenario, lo hizo completamente bebido y lanzando soflamas incongruentes a los asistentes. Todo empezó a complicarse, y a partir de ahí los datos ya no están claros. Según la policía de Dade County (Miami), Morrison había realizado gestos obscenos sobre el escenario que incluían bajarse los pantalones, mostrar sus genitales y masturbarse frente el público. Todo el mundo sabía que era un provocador y que lo de los gestos obscenos era para él tan natural como respirar, pero la segunda parte no pudo probarse. Aunque fue condenado a seis meses de prisión, no llegó a pisar la cárcel.
The Soft Parade, el cuarto disco del grupo, vio la luz en el verano de 1969. Ofrecía todo lo que prometía Touch me pero sin su magnética pegada. La vorágine de conciertos no dejaba demasiado tiempo para componer. Además Morrison no estaba demasiado interesado en ese movimiento hacia el pop orquestal con toques de jazz que proponía el productor Rothchild y con el que el resto de miembros del grupo, muy aficionados al jazz, estaban de acuerdo. El proceso compositivo se dejó principalmente en manos del guitarrista, Robbie Krieger. The Soft Parade no es un mal disco, podría haber sido un buen disco de muchas otras bandas, pero para los parámetros en los que se habían movido The Doors hasta entonces resultaba un tanto desconcertante e incluso decepcionante.
Las diferencias llegaron hasta tal punto que las canciones de The Soft Parade, por primera vez, no iban firmadas por los cuatro miembros del grupo sino por sus autores individuales. La crítica no recibió nada bien este viraje de la banda, e incluso a día de hoy, desde la distancia y habiendo mejorado la percepción del disco, continúa siendo considerado el más flojo de The Doors. Comercialmente, eso sí, funcionó muy bien en su momento, seguramente por inercia y por la buena base de seguidores que tenía la formación.

A finales de 1969 The Doors estaban preparando otro disco. Morrison llevaba un estilo de vida cada vez más desastroso: tanto sus adicciones como sus problemas con la ley iban en aumento y lastraban la evolución de una banda en la que, por otra parte, Morrison era su principal atractivo. Para su nuevo disco el grupo había decidido dejar de lado los experimentos de su anterior álbum y volver a su sonido más reconocible. El resultado fue Morrison Hotel, quinto disco de The Doors y un excelente tratado de blues-rock dentro del estilo particular del grupo. La crítica saludó esta vuelta a su sonido agresivo y potente con excelentes reseñas, llegando a calificar el disco como el mejor que habían publicado The Doors.
Morrison había vuelto a coger las riendas de la composición, y se notó. Aunque no se extrajeron sencillos de éxito, el disco en sí resultaba mucho más convincente y sólido, sacrificando quizás la brillantez de canciones individuales por la cohesión del conjunto. Aún así, canciones como Roadhouse blues, con su sonido de blues tradicional mezclado con rock and roll y adaptado a la época, la juguetona Peace frog o la ensoñadora Indian summer, compuesta años antes y descartada para su primer disco, merecen ser destacadas. El bajo de Lonnie Mack juega un papel importante a la hora de vertebrar las canciones, de darles un cuerpo físico. Morrison Hotel era un disco más orgánico, una especie de vuelta a las raíces que fue saludada con gozo.
La segunda mitad de 1970 vio la publicación del primer disco en vivo de The Doors, Absolutely Live, y la vuelta de las sesiones de poesía de un Jim Morrison que, por momentos, parecía recobrar su estabilidad. Esas sesiones se usarían como base para uno de los discos póstumos de The Doors, An American Prayer, publicado en 1978. También en esa segunda mitad de 1970 tuvo lugar el último concierto de The Doors con Jim Morrison, después de que este sufriera una crisis en medio de la actuación y empezara a romper micrófonos, negándose a seguir cantando. El grupo decidió que era mejor dejar de actuar en directo, al menos de momento, y enfocarse en su nuevo disco, álbum que saldría en abril de 1971 con el título de L.A. Woman. La crítica volvió a entusiasmarse con un trabajo que seguía la estela blues-rock de su predecesor pero sonaba incluso más cohesionado y, además, esta vez sí que tenía canciones más destacadas como Love her madly, la propia L.A. Woman o ese milagro en el que se encarnó todo lo que The Doors llevaban buscando desde sus inicios: la psicodelia, el diálogo perfecto entre la guitarra y el teclado, el chamanismo, la experimentación, la poesía, los estados alterados, el peligro y la espiritualidad. Ese milagro se llama Riders on the storm, y cerraba el disco con sus siete gloriosos minutos de placer para los sentidos.
La publicación de L.A. Woman encontró a Jim Morrison en Europa. Allí había viajado, aprovechando el parón de los directos, con su pareja Pamela Courson. En Francia Jim encontró durante un breve lapso de tiempo la estabilidad que necesitaba. Desde allí llegaban noticias de su buen estado de salud, de su mejor estado físico y psicológico. Jim trabajaba en su poesía, en posibles nuevas canciones, en nuevas ediciones de sus libros. Las noticias que llegaban de Estados Unidos no parecían afectarle. Ni las buenas, la espectacular acogida de L.A. Woman, ni las malas, la ruptura con su sello de toda la vida, Elektra.
Morrison encontró un equilibrio que le llevó a plantearse su vida, decidiendo que quería seguir con la música, escribir nuevas canciones y publicar un álbum que incluso superara a Morrison Hotel y L.A. Woman. Cuando se puso a ello, sin embargo, se encontró vacío de ideas. Escribía cosas que, pensaba, no estaban a la altura de lo que el mundo esperaba de él. De pronto volvió a encontrarse con la presión y la inseguridad, un mal cóctel para alguien que intentaba desesperadamente librarse de sus antiguos demonios. Los demonios pudieron más, y el 3 de julio falleció en circunstancias no aclaradas. Parece ser que su compañera, Pamela, lo encontró en el baño por la mañana. La muerte se anunció días después, y rápidamente se explicó que su causa había sido un ataque al corazón. Las incongruencias en las fechas, las raras circunstancias y el hecho de que se le enterrara con un ataúd cerrado completamente y que nadie ajeno a su círculo más íntimo viera su cadáver, alimentaron rumores sobre si realmente había muerto. Morrison escribía así la última página de su leyenda.

Lo que vino después, aunque llevara el nombre de The Doors, ya no es lo mismo. Other Voices salió publicado en 1971 como disco póstumo, aunque en realidad es un disco de The Doors sin Morrison. También lo es Full Circle, publicado en 1972. Ambos trabajos son impecables instrumentalmente, pero les falta la presencia física y espiritual de Jim Morrison. Algo que sí tiene An American Prayer (1978), aunque sea como un fantasma que acecha entre los surcos del disco. Pequeñas ráfagas, casi todas por debajo de los tres minutos, en los que la banda acompaña algunos recitados de Morrison grabados durante sus sesiones de poesía. Para entonces The Doors ya no existían, aunque se reunieron para este último homenaje a Jim.
Homenajes que se sucederían en los años siguientes, con The Doors siendo cada vez más reconocidos como la gran banda que fueron. En los 80 vieron la luz un par de discos de grandes éxitos y otro de grabaciones en directo, e incluso algún vídeo de la banda llegó a aparecer en la MTV. El espaldarazo a la renovada fama de The Doors lo dio la película de Oliver Stone de 1991, con Val Kilmer interpretando a Morrison. Aunque el resto de la banda no estaba muy conforme con el enfoque de la película, es justo reconocer que les devolvió a la actualidad. Sus discos volvieron a venderse, sobre todo un Greatest Hits que se había publicado bastante antes. Como es costumbre, llegaron todo tipo de reconocimientos, la entrada en el Salón de la Fama del Rock y los Grammys a toda una carrera.
Ajeno a todo ello, Jim Morrison descansa en el Père Lachaise Cemetery, en París, junto a gente como Chopin, Édith Piaf, Oscar Wilde, Balzac o Marcel Proust, y su tumba sigue siendo una de las más visitadas.