La “dura y dulce sabiduría” de Joan Didion

Emma Rodríguez © 2019 /

Hay lecturas de las que salimos diferentes, con una percepción distinta de ciertas cosas trascendentes, con una nueva amplitud mental y emocional. Después de haber leído El año del pensamiento mágico de Joan Didion no podré acercarme del mismo modo a temas como la pérdida, a ser consciente, con tanta clarividencia, del miedo subterráneo que nos atenaza al pensar en la inevitable desaparición de aquellos a quienes queremos, en nuestra inevitable desaparición. Sabemos de la mutabilidad de todo lo que nos acontece, de las sorpresas a las que estamos sometidos en el trayecto de la vida, pero Joan Didion consigue que lo tengamos muy presente, que lo toquemos.

Leer este libro era para mí una especie de asignatura pendiente. Me lo encontraba en otros recorridos y búsquedas, pero me resultaba duro enfrentarme a sus contenidos: la muerte, el dolor, el duelo. Volver a verlo en las librerías, en la bella edición recién publicada por Random House, con ilustraciones de Paula Bonet, fue el acicate que necesitaba para sumergirme en sus profundidades. Algo me decía que era un buen momento, que estaba preparada, que disponía de un periodo de calma para asumir las revueltas y agitaciones que sin duda iba a provocarme. En este texto intentaré transmitiros algo de lo mucho que he recibido de Joan Didion, pero lo primero que tengo que deciros es que, pese a la dureza del testimonio, salimos del trayecto con otra luz en la mirada, con una energía renovada, agradeciendo cada momento, cada oleaje, cada despertar.

Adentrarnos por el camino de El año del pensamiento mágico es mantener un diálogo, un diálogo con la autora y con nosotros mismos. La lectura exige introspección, interiorización, reflexión, exploración. En esta obra testimonial, catalogada ya como una cima literaria sobre el duelo, Didion se convierte en una exploradora que va avanzando a tientas en la oscuridad. No recurre al consuelo de la religión. Sus pasos se fijan con valor y entereza en un territorio desconocido, apenas transitado en estas sociedades de la prisa, donde la enfermedad y la muerte son desterradas porque no caben en el guión, porque suponen una parada en medio del ritmo, de la producción permanente.

Adentrarnos por el camino de El año del pensamiento mágico, una obra testimonial, catalogada ya como una cima literaria sobre el duelo, es mantener un diálogo, un diálogo con la autora y con nosotros mismos.

Y cuando la seguimos nos sentimos cómplices de ese andar en busca de respuestas, de aperturas, de sentidos y, por supuesto, de refugio. Entiendo que la edad y la experiencia son fundamentales a la hora de aproximarnos a una lectura. Entiendo que, salvo excepciones, esta entrega va dirigida a esa mediana edad en la que ya percibimos vacíos alrededor, pérdidas irremediables, necesidad de compañía en un camino entre sombras. Joan Didion escribió este libro para intentar entender y entenderse, para afrontar el profundo dolor por la muerte repentina de su marido, el también escritor, John Gregory Dunne. Este fue víctima de un ataque cardíaco cuando se disponían a cenar un 31 de diciembre de 2003, después de visitar a Quintana, la hija adoptiva de ambos, que permanecía en coma en un hospital de Nueva York

Joan Didion

Cuando la tragedia rompe todos los diques de contención, cualquier posible control sobre el devenir de la existencia, la escritura es para la autora un asidero, un gran espacio silencioso en el que estar a solas para poder gritar, formular preguntas, perderse en el laberinto, intentar comprender cómo es posible seguir viviendo después del dolor. El análisis de los hechos, el mecanismo de la memoria, el recuento de los días, del tiempo compartido, son los resortes de los que se vale Joan Didion para ir desbrozando un sendero por el que todos hemos de transitar. La escritora recurre a tratados científicos, médicos, sobre la muerte y la enfermedad. Pero es en la poesía, en los versos ajenos, donde encuentra un mayor apoyo, porque es en esa geografía de lo intuido, donde halla imágenes, fogonazos que van más allá de lo comprensible, que rozan lo inaccesible a la comprensión. 

Joan Didion escribió este libro para afrontar el profundo dolor por la muerte repentina de su marido, el también escritor, John Gregory Dunne, víctima de un ataque cardíaco cuando se disponían a cenar un 31 de diciembre de 2003.

Hay un momento en el que Didion rememora las palabras de un profesor que, en sus cursos de licenciatura en Berkeley, les habló de la dura y dulce sabiduría del final del poema elegíaco Rose Aylmer, de Walter Savage Landor. Es hermosa la evocación que hace la escritora de los versos fijados en su memoria, pero yo me quedo con la frase: “la dura y dulce sabiduría”, porque encaja con lo que me ha transmitido la lectura de El año del pensamiento mágico. Habla Didion del poema citado como una lección para la supervivencia. Exactamente eso es su libro: Una lección para la supervivencia, un testimonio revelador y único, porque pocas veces alguien nos ha hablado con tanta sinceridad, honestidad y lucidez de lo que acontece cuando todo se torna negro alrededor, cuando la pena es un manto espeso que tapa los días y anula las convicciones.

Vivimos intentando mantener a raya determinados asuntos, de espaldas a la gran verdad del tiempo que pasa y se dirige irremediablemente a un final. Lo que hace Joan Didion en este libro es mirar de frente. Lo que nos ofrece es la posibilidad de atravesar esa frontera, de reconocer un escenario que tememos asumir. La narración nos sobrecoge en su sobriedad, porque no hay estallidos de sentimentalismo, ni excesos de ningún tipo. Lo que nos cautiva es la distancia que adopta la autora. La distancia de una mujer acostumbrada a observar que ahora ha de observarse a sí misma en una circunstancia límite. 

El título de El año del pensamiento mágico alude a los mecanismos de la imaginación, irracionales, fantasiosos, a los trastornos mentales que acompañaron a Didion tras la muerte de su marido, transportándola a una realidad paralela, en los bordes de la locura o en las lindes de la infancia, en esos momentos en que de niños creemos que lo imposible es posible. Joan Didion se resistía a desprenderse de los zapatos y de la ropa de su compañero, porque creía que iba a volver, porque era incapaz de asumir que ya no estaba. “Necesitaba estar sola para que él pudiera volver. Aquel fue el principio de mi año de pensamiento mágico”, confiesa.

Vamos pasando sin pausa, con honda curiosidad y entrega, las páginas de este libro que bucea en la pérdida y en sus efectos y que al mismo tiempo nos cuenta la historia de una larga relación de 40 años de recorrido, con sus altos y bajos, el discurrir de una pareja, de un tiempo de vida en común, llevándonos a apreciar ese tiempo, los tiempos que vivimos, como lo único que nos conforma, nos hace ser lo que somos y nos otorga sentido.

“La vida cambia deprisa. / La vida cambia en un instante. / Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba…” Así comienza Joan Didion su testimonio. Estas fueron las primeras palabras que escribió, días después de lo sucedido el 31 de diciembre de 2003, y después permaneció un tiempo muda, hasta que decidió, nueve meses después, narrar su experiencia. La idea de que todo puede cambiar en un instante, darse la vuelta tomándonos por sorpresa, está presente a lo largo del recorrido. Todo transcurre con normalidad y de repente se rompe. “Cuando tenemos delante un desastre repentino siempre nos damos cuenta de lo anodinas que eran las circunstancias en las que ha tenido lugar lo impensable”, escribe una Joan Didion que adopta en circunstancias tan complejas un papel que conoce bien, el de reportera de guerras y conflictos que atenazan al mundo; el de cronista de desgracias y aconteceres ajenos. Solo que en esta ocasión ella está en el centro de la noticia, completamente implicada, tocada por el drama. Y aún así se observa, se interroga a sí misma, se mira desde fuera, como un personaje en construcción.

La sencillez, la sobriedad y la transparencia del relato, unido a la mezcla de distancia y autenticidad, no dejan de impresionarme y de conmoverme. Joan Didion parte de la realidad, recurre a explicaciones médicas para entender la enfermedad de su hija (una neumonía que se complica cada vez más) y las circunstancias de la muerte de su marido, cuya obra recorre y analiza en busca de claves, de secretos, de conversaciones interrumpidas… Pero no puede impedir que la metáfora, la fantasía, el pensamiento mágico, irrumpan a la manera de un río desbocado, cuya corriente no puede ser contenida. 

“La vida cambia deprisa. / La vida cambia en un instante. / Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba…” Así comienza Joan Didion su testimonio.

Este es mi intento de asimilar el período que vino a continuación: las semanas y después los meses que se llevaron por delante cualquier idea fija que yo pudiera tener de la muerte, de la enfermedad, de la probabilidad y de la suerte, tanto buena como mala; del matrimonio, de los hijos y los recuerdos; del dolor y las formas en que la gente afronta y no afronta el hecho de que la vida se termina; de lo superficial que es la cordura, de la vida en sí misma…”, nos dice muy al comienzo. 

Repasar constantemente lo que sucedió aquella noche, “rebobinar la película” una y otra vez es la manera obsesiva que adopta Didion para analizar y llegar a aceptar los hechos. El pasado y el presente convergen. Entran en el relato los viejos tiempos de la pareja, especialmente esos momentos de felicidad que cobran relevancia y lo envuelven todo. “El matrimonio es memoria y el matrimonio es tiempo”, apunta la autora. Entra en la narración la complicidad de dos escritores que se apoyan, que se convierten en lectores de confianza el uno para el otro, que desarrollan juntos guiones de películas para el Hollywood de la etapa dorada. A todo ello vuelve Dion, hasta llegar a las cercanías de la tragedia, al tiempo inmediatamente anterior a que todo saltara por los aires. El reciente viaje a París, los desencuentros y las conversaciones últimas, en las que, con perspectiva, ella va identificando signos y presagios de lo que iba a acontecer, son analizados con detalle. Y también los días, las horas previas, cuando ambos estaban inmersos en sus proyectos, en la preocupación por la hija hospitalizada.

La soledad se impone. El apartamento vacío. La ausencia de la voz del otro. Joan Didion parte de sus circunstancias, de sus vivencias, de sus emociones, para acabar trazando un relato en el que todos hemos de reconocernos. El duelo tiene etapas de angustia diagnosticadas por especialistas a los que recurre la autora, etapas con las que se siente plenamente identificada. El suyo es un dolor sin distancia. Un dolor entre recuerdos, relecturas de poemas y regreso a ensayos de autores como Freud, quien se interesó por los trastornos físicos y psicológicos provocados por el duelo.

La soledad se impone. El apartamento vacío. La ausencia de la voz del otro. Joan Didion parte de sus circunstancias, de sus vivencias, de sus emociones, para acabar trazando un relato en el que todos hemos de reconocernos.

Toda esta parte, interesantísima, a la manera de un exhaustivo análisis periodístico, con  aportación de reveladores contenidos, se detiene en particular en una obra, Historia de la muerte en Occidente desde la Edad Media hasta nuestros días, un compendio de conferencias del historiador francés Philippe Ariès. Un recorrido donde se explica de qué modo se transforma con el tiempo la aceptación de la muerte, que de ser en el pasado algo cercano y familiar, presente en las conversaciones, pasa a ser ocultado en la actualidad, con el consiguiente rechazo social del duelo. Didion va intercalando todo un amplio caudal de información con su biografía, con sus recuerdos, con su propia vivencia de la pérdida, que ha de acompañar con su resistencia ante la enfermedad de la hija [El funeral de John G. Donne no se llevó a cabo hasta que Quintana salió del hospital, pero su recuperación duró poco. Decidió viajar a California y sufrió una nueva recaída]. 

Joan Didion junto a su marido, John G. Dune y su hija Quintana

Joan Didion siempre ha entendido que la información es control y necesita saber, indagar. Así se ha movido por la vida, informándose, queriendo comprender. Y en su situación se sorprende de que tan pocos escritores hubieran tratado en profundidad los efectos que provoca la muerte de un ser querido. Fuera o no consciente de ello, cuando decidió emprender la escritura de El año del pensamiento mágico, lo cierto es que este libro llegó para llenar ese vacío, ese hueco no suficientemente explorado dentro de los cauces de la literatura.

La gente que ha perdido hace poco a un ser querido tiene una expresión peculiar, que tal vez solo reconocen quienes han visto esa misma expresión en su propia cara. Yo la he visto en mi cara y por eso ahora la reconozco en otras. Se trata de una expresión de vulnerabilidad extrema, de desnudez e indefensión (…) La gente que ha perdido a un ser querido parece desnuda porque se cree a sí misma invisible. Yo también me sentí invisible durante una época, incorpórea…”, nos cuenta esta mujer que nos anima, como decía antes, a mirar de frente, a no dar la espalda.

En El año del pensamiento mágico entran datos extraídos de la psicología, de la psiquiatría, de la historia médica, pero también hallazgos muy íntimos y fogonazos poéticos de extraordinaria belleza. Joan Didion no puede evitar entrar dentro de torbellinos de recuerdos, de pensamientos obsesivos, de viajes en el tiempo. Joan Didion reflexiona en esta entrega sobre lo que no se puede controlar, sobre el discurrir del tiempo con su carga de vivencias, sobre lo que fuimos en un momento dado y nunca más volveremos a ser, sobre los cambios que todo experimenta. Son muchas las páginas en las que nos detenemos porque apreciamos su fuerza, su valor, su lucha, su capacidad de revelación. 

Hay un momento en el que reflexiona sobre la autocompasión, sobre el repudio que nos produce. En todo momento la escritora lucha contra ese sentimiento, pero acaba reconociendo que todos aquellos que han perdido a un ser amado tienen razones de peso para sentir lástima por sí mismos, “y hasta una necesidad apremiante de hacerlo”.

Somos seres mortales imperfectos, conscientes de esa mortalidad incluso cuando la apartamos a empujones, decepcionados por nuestra misma complejidad, tan incorporada que cuando lloramos a nuestros seres queridos nos estamos llorando también a nosotros mismos, para bien o para mal. A quienes éramos. A quienes ya no somos. Y a quienes no seremos definitivamente un día”, nos dice Didion. 

En todo momento la escritora lucha contra la autocompasión, pero acaba reconociendo que todos aquellos que han perdido a un ser amado tienen razones de peso para sentir lástima por sí mismos, “y hasta una necesidad apremiante de hacerlo”.

Toda lectura está unida a unas circunstancias concretas y a un paisaje. Nos recordamos y reconocemos a través de las ficciones y ensayos que nos han deslumbrado, que hemos ido descubriendo. La inmersión en este libro, para mí “mágico” por su capacidad transformadora, está ligada a un jardín y a un verano de vuelta a la isla, a Tenerife, una estancia de proximidades familiares, de toma de conciencia de la importancia de los transcursos y las compañías. Durante horas, solo el vuelo de una mariposa o los movimientos de una salamandra, lograban apartarme de la lectura, del paso lento, detenido, sobre palabras y fragmentos a los que me permitía volver una y otra vez, acariciándolos, reteniéndolos, sintiendo que no debía dejarlos escapar, que su carga de verdad, de revelación, debían permanecer en mí, ajenos al olvido.

Joan Didion junto a su marido, John G. Dune y su hija Quintana.

En este caso, además, las impactantes ilustraciones de Paula Bonet que acompañan al texto, animan a pararse en determinados detalles, a apreciarlos aún más si cabe. Hay imágenes realistas que reproducen escenas narradas y hay abstracciones que apresan los colores, las texturas, los paisajes, reales o soñados, del libro. La artista pinta las emociones que va despertando la lectura, los desgarros, los movimientos subterráneos, la oscuridad y los focos de luz.

Somos seres mortales imperfectos…”, regreso, mientras voy escribiendo este artículo, a ese momento impreso en una página, la 204, anotada en mi cuaderno como esencial. Me parece observar a la mariposa mientras revolotea. Recupero ese instante  y me siento igual de conmovida que en el jardín, mientras subrayaba esta otra meditación: “Sé por qué intentamos mantener con vida a los muertos: intentamos mantenerlos con vida para tenerlos con nosotros”.

“Las guirnaldas se ponen marrones, las placas tectónicas se mueven, las corrientes profundas avanzan, las habitaciones se olvidan”, escribe la autora más adelante. No voy a transcribir el final del libro, solo os diré que es maravilloso y que habla de un periodo muy especial en la vida de Joan Didion y de John G. Dunne. Una escena, un recuerdo. Lo que él le dice a ella mientras nadan. Tiene que ver con el miedo y con el oleaje, con las corrientes y los cambios que hay que seguir en la vida. 

La escritora se refiere en varias ocasiones a “atravesar la tormenta”. Leer este libro es como atravesar una tormenta para hallar después una gran calma. Al cerrar sus páginas, tras haber acompañado a Didion en tan dura travesía, me quedo con una inmensa sensación de gratitud y de amor. Al final de todo, el amor es lo que queda, lo que importa. Somos parte de los que se han ido, porque sus palabras y sus enseñanzas permanecen en nosotros; porque los momentos compartidos nos nutren y enriquecen el tiempo que hemos de seguir pisando parques y jardines, tomando trenes, experimentando el dolor y la alegría.

La escritora se refiere en varias ocasiones a “atravesar la tormenta”. Leer este libro es como atravesar una tormenta para hallar después una gran calma. Al cerrar sus páginas, me quedo con una inmensa sensación de gratitud y de amor.

Cuando Joan Didion concluye El año del pensamiento mágico, Quintana Roo Dunne, la hija de la pareja, aún vive y da la impresión de que puede recuperarse. No es así. Fallece poco después, pero no queda constancia de ello en el libro. Es en Noches azules, una entrega posterior, donde nuestra autora se enfrenta a ello, levantando un relato sobre la relación con su hija y sobre la vejez. Llegará otro momento oportuno para entregarme a su lectura, para seguir prolongando las búsquedas intensas y el diálogo.

LAS EDADES DE JOAN DIDION

He querido en este tiempo prolongar el acercamiento a la escritora a través del documental El centro cederá, dirigido por uno de sus sobrinos, el actor y director Griffin Dunne. Se trata de un trabajo que recorre a ráfagas la trayectoria de Joan Didion y que nos ofrece el inmenso regalo de sus declaraciones, de su voz, de sus gestos. A sus ochenta y tantos años esta mujer, nacida en Sacramento (California) en 1934, responde a las preguntas del sobrino de forma lúcida, con la distancia que la caracteriza, como una superviviente que repasa la novela de una vida que le ha deparado todo tipo de aprendizajes y batallas. 

La niña Didion, que empezó a escribir desde muy pequeña, sintiendo predilección por lo extremo, saluda a los espectadores desde el pasado. A través de fotografías vemos a la perspicaz joven de talento, marcada por la literatura desde muy pronto, licenciada en letras, sobresaliendo como columnista en publicaciones como “Vogue”, donde junto a los artículos de moda y maquillaje habituales, consiguió introducir temas de gran calado. Todas las edades de Didion son captadas a través de imágenes, de filmaciones. Sofisticada, especial, distante, irónica, dueña de un estilo propio, inconfundible, la vemos capaz, desde su aparente fragilidad, de viajar a lugares en conflicto como El Salvador y de descifrar las claves de la política y de la sociedad norteamericana a partir de la década de los 60. Sus reportajes periodísticos para publicaciones diversas (“Life”, “Esquire”, “The New York Times”…), forman parte de la gran tradición de los cronistas norteamericanos.

El documental “El centro cederá”, dirigido por uno de los sobrinos de la escritora, el actor y director Griffin Dunne, recorre a ráfagas su trayectoria y nos ofrece el inmenso regalo de sus declaraciones, de su voz, de sus gestos.

El movimiento hippy, las drogas, las búsquedas de una juventud extraviada, son los temas de muchos de sus artículos, recogidos en el libro Los que sueñan el sueño dorado. Joan Didion retrató, desde dentro, siendo observadora y protagonista, una época “oscura”, según sus palabras, que culminó con el asesinato de la actriz Sharon Tate y otras personas en 1969, a manos de la secta liderada por Charles Manson, un trágico episodio que siguió muy de cerca. 

En la entrega Eva en los mundos. Escritoras y cronistas, en la que Didion ocupa uno de los perfiles, indica Ricardo Martínez Llorca que, a través de sus artículos, “descubrimos a una mujer en plena contracultura, que elige ser una espectadora del proyecto de vida norteamericano”.  Releo ahora este clarividente ensayo donde el autor argumenta que gran parte de su vida la dedicó Joan Didion a construir su propio personaje.

Nuestra protagonista participó de la “feria de las vanidades de Nueva York”, indica Martínez Llorca, y abrió las puertas de su casa a los que se apuntaban a la fiesta en unos años de efervescencia y paranoia. En el documental ella recuerda esos tiempos y habla de su necesidad de plantar cara a su propio desorden mientras veía el desmoronamiento de todo a su alrededor. Antes de los asesinatos de Manson, “todo parecía explicable”, señala, asegurando que en un momento dado perdió “la fe que había tenido alguna vez en el contrato social”.

En la película Joan Didion repasa un álbum de fotos de su vida en compañía de la actriz Vanessa Redgrave. Con ella y el director David Hare, se embarcó en la aventura de llevar al teatro una adaptación de El año del pensamiento mágico, un intenso monólogo dramático. Fue una experiencia que la ayudó a volver al mundo exterior, una especie de puente que la impulsó a abordar la escritura de Noches azules. 

Mientras responde a las preguntas de su sobrino, hay algo que llama mucho la atención: las manos de Joan Didion. Parecen largas ramas de un árbol que se mueven de forma independiente, que hablan por sí mismas. El rostro de la anciana Didion parece imperturbable en comparación con los movimientos de unos brazos que son como aspas de molino, que intentan abarcar el espacio, salir de las páginas del libro para entender más de cerca la vida, para explicar y seguir habitando el mundo.

La edición de El año del pensamiento mágico, de Joan Didion, conn ilustraciones de Paula Bonet, ha sido publicada en Literatura Random House. La traducción ha corrido a cargo de Javier Calvo. 

El documental El centro cederá, dirigido por Griffin Dunne, se puede ver en la plataforma Netflix.

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