Por Emma Rodríguez © 2015 / El silencio es fundamental en el mundo de la moda. Cuanto menos se sepa de las bambalinas, de los resortes que mueven la industria, mejor. El silencio es necesario para mantener el mito del glamour, el ideal de la belleza, de la felicidad, de la ilusión, que encarnan las grandes modelos. Por eso quienes trabajan en ese mundo de brillos callan, son protagonistas mudas. No suelen hablar de los sueños rotos, de los espejos engañosos, de la explotación, de los sacrificios, de las mezquindades que envuelven una actividad a la que tantas adolescentes en todo el mundo querrían dedicarse.
Por ello resulta tan interesante, tan esclarecedora, la obra ganadora del último Premio Anagrama de Ensayo, ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras, de Patrícia Soley-Beltrán, ex modelo, doctora en sociología del cuerpo por la universidad de Edimburgo y licenciada en historia cultural por la de Aberdeen. La autora logra hacernos ver lo que hay detrás de ese espectacular montaje que mueve millones y millones de euros y que es el escaparate más luminoso de las sociedades capitalistas, pero al mismo tiempo consigue que algo en apariencia tan frívolo y superficial como la moda nos lleve a conocernos mejor como colectivo, a indagar en nuestras identidades, en la evolución de carencias, anhelos e ideales a lo largo del tiempo.
En este proceso de cambio en el que estamos inmersos en todos los ámbitos de la vida, en este proceso de desvelamiento en el que, poco a poco, se van cayendo los mitos de la política, de la economía, del neoliberalismo imperante, Soley- Beltrán descorre la cortina para que tomemos también conciencia de hasta qué punto estamos dominados por las apariencias, por representaciones y pautas estéticas y de conducta que nos unifican, nos cosifican y obstaculizan nuestro crecimiento como seres humanos únicos, libres, diferentes.
La conjunción de investigación en profundidad, el recorrido por usos y costumbres y el testimonio, el testimonio personal unido al de diferentes profesionales (modelos, agentes, publicitarios, fotógrafos…) dotan de atractivo a una entrega en la que a la crítica se une la reivindicación de una vivencia más gozosa del cuerpo, menos mediatizada y mercantilizada, al servicio de la felicidad y no de “una explotadora y seductora economía de consumo”.
La historia de ¡Divinas! es la historia de un universo ajeno e inalcanzable que nos toca muy de cerca en tanto que consumidoras. ¡Divinas! nos habla de feminismo, de sexualidad, de máscaras y cultos, pero también se convierte en el relato de una transformación, la de la autora, una chica que se dejó deslumbrar por el mundo de las pasarelas y la publicidad, que a los 25 años se sintió vieja, agotada, desechada, y que acabó encontrando su lugar en la universidad, en el estudio. Esto es algo que Soley-Beltrán destaca una y otra vez y que, en el fondo, es el motor de una obra que, como ella indica, no va contra nada, sino a favor de romper el cristal opaco, el espejo distorsionador, el ocultamiento, el silencio.
“¡Divinas!” nos habla de feminismo, de sexualidad, de máscaras y cultos, pero también se convierte en el relato de una transformación, la de la autora, una chica que se dejó deslumbrar por el mundo de las pasarelas y la publicidad, que a los 25 años se sintió vieja, agotada, desechada, y que acabó encontrando su lugar en la universidad, en el estudio.
“Yo sabía que el lujo no es oler a perfume caro en el autobús a primera hora de una mañana invernal yendo a un trabajo duro y mal pagado. Había olido demasiadas fragancias enmascarando el olor a moho y el cansancio como para saberlo. Tampoco es sostenerse sobre unos taconazos cargados de esperanza juvenil mil veces quebrantada en el asfalto despiadado. No me di cuenta hasta que me hallaba inmersa en él, pero no era la única ingenua que ante una realidad precaria y mediocre, se dejaba seducir por paradisiacos espejismos. ¿Por qué? ¿Qué lugares comunes identitarios apelaba…?” reflexiona la autora. Este es el tono de un ensayo que, a la manera de una cebolla, va quitando capas y capas hasta encontrar los sentidos, las motivaciones, las respuestas a preguntas formuladas desde lo vivido.
– ¿Cómo se fraguó este ensayo que parte de tu propia experiencia y que acaba contándonos tantas cosas de la sociedad a través de la moda?
– Bueno, este ensayo resume 20 años de trabajo, de investigación. Tan solo en escribirlo he tardado cuatro años. Le puse el punto final tras un arduo proceso de reescritura, hasta que encontré el hilo autobiográfico, que creo que ha funcionado porque lo aproxima más a los lectores. La verdad es que hablar de mí misma me costó muchísimo, porque me obligó a llevar a cabo un proceso de introspección, de exploración, muy profundo. El punto de partida fue quedarme a solas conmigo misma y plantearme de qué me había servido todo lo que había aprendido, de qué manera podía compartirlo. Para ello tenía que asumir completamente mis experiencias y mis reflexiones. Este libro ha sido muy importante porque me ha ayudado a cerrar una etapa. Mientras lo escribía sentía que estaba dando un paso adelante y que ese paso me liberaba de algún modo. Fue como si la niña que se debatía entre Rita Hayworth y la intelectual hubiera conseguido que ambas se reconciliaran, se acabaran entendiendo muy bien. Pero en el camino hubo muchas dudas. Aunque gente cercana – incluso el editor Jorge Herralde al comentarle el proyecto– me animaban a contar mis propias experiencias, dudé mucho. Me resistía por timidez, porque me planteaba hasta qué punto eso era relevante. Sabía que había cosas que otras sociólogas no podían conocer ni analizar porque no lo habían vivido desde dentro, pero hilar vivencias personales y anécdotas significativas no me parecía tan necesario. Finalmente asumí el reto y el riesgo, el triple salto mortal que suponía ser mujer, haber sido modelo y hablar de mi vida en un libro. Al final ese enfoque cuajó muy bien en la línea de Anagrama de ensayo, que es una línea muy arriesgada, siempre a la búsqueda de análisis creativos. ¡Divinas! cumple con eso, pero también es una investigación muy seria, sólida, empírica, con fuentes, a la manera anglosajona, que es en la que me he formado.
Sabía que había cosas que otras sociólogas no podían conocer ni analizar porque no lo habían vivido desde dentro, pero hilar vivencias personales y anécdotas significativas no me parecía tan necesario. Finalmente asumí el reto y el riesgo, el triple salto mortal que suponía ser mujer, haber sido modelo y hablar de mi vida en un libro.
– Pese a tratar una materia aparentemente tan superficial y frívola como la moda, se trata de una obra profunda, compleja, que acaba desvelando muchas verdades y mentiras asumidas. En un momento dices: “Hoy en día quizá estemos ya tan habituados a que un modelo de identidad habite nuestro imaginario, que nos parece lo más normal que una figura ajena marque nuestros modos de ver, ser y sentir”.
– Así es. Ese proceso es el que yo misma experimenté, pero necesité mucho tiempo y trabajo para diseccionarlo. Mientras lo vivía, de jovencita, no era capaz de ver. Lo estaba viviendo todo en el presente, en un momento de cambio en el país, con todo lo que supuso la Transición. Estaba tan dentro, tan inmersa, que no era capaz de encontrar significados. Fue luego con la reflexión y con la exploración histórica, sociológica, cuando llegué a comprender esta profundidad real de lo aparentemente superficial que es la estética. Incluso fotógrafos como Avedon dicen que no hay nada tan significativo como una buena superficie. Se trata de jugar a buscar qué es la superficie y qué es lo profundo. Son estas dicotomías que utilizamos las que nos confunden. Hablamos de la piel, de lo que vemos, como superficie, pero ¿lo profundo es lo otro? Somos seres humanos, somos un todo. Al final nos acabamos creyendo nuestras propias representaciones conceptuales, dicotómicas. A mí me ayudó mucho partir de la perspectiva personal, y de ahí pasar al análisis, para entender que es posible una existencia fuera de la manera habitual de radiografiar la realidad, para arrancarme ese filtro en la mirada que llevamos sin que nos demos cuenta.
– En el libro dices que te sentiste como una especie de arqueóloga.
– Sí. Me convertí en una arqueóloga que explorando los estratos y sedimentos históricos de la maniquí descubrí que era más que un ideal de belleza superficial. Tras su mera imagen hay una historia de clase, nacionalidad, edad, felicidad, dinero y poder, una historia que nos habla de placer y de éxito asociado al bienestar económico, pero también de pobreza. Las reflexiones que voy haciendo, las conclusiones a las que voy llegando, se apoyan todo el tiempo en lo que he vivido. No hay nada inventado en este libro, ni una sola coma, nada de lo que explico me lo he imaginado o lo he novelado. Incluso el final es cierto. El proceso último de la escritura fue tan intenso que me hizo enfermar.
– El libro muestra cómo la moda ha ido caminando, a lo largo del tiempo, a la par que la sociedad. En la década de los 60, por ejemplo, absorbió a través de la estética el espíritu de los movimientos juveniles, la rebeldía del momento, pero ahora, sin embargo, parece que está muy alejada de lo que está sucediendo. No parece capaz de interpretar el deseo de cambio. El lujo sigue en alza entre la gente adinerada, pero cada vez hay más consumidores rebeldes, con conciencia crítica frente a la ostentación, al exceso, a la explotación de trabajadores-as, incluso de niños, llevada a cabo por las grandes empresas con el único fin de obtener más beneficios.
– Así es y la verdad es que para mí es un misterio. Creo que en los centros donde se generan las modas, las campañas de marketing, de publicidad, faltan asesores antropólogos, sociólogos y especialistas que analicen los fenómenos culturales. Necesitan gente que les diga lo que está pasando en la calle porque están desconectados, ciertamente. No reaccionan ante las protestas en Internet de casos de explotación infantil, por ejemplo, o de deplorables condiciones de trabajo en fábricas del Tercer Mundo. Parece no preocuparles demasiado que dañen su imagen, su marca. Tampoco reaccionan al observar que pueden funcionar otro tipo de juguetes, caso de los princess machine, con los que las niñas se convierten en ingenieras y se lo pasan de miedo sin necesidad de disfrazarse de princesas rosas. Recientemente participé en un programa Tedx de mujeres en Barcelona y se enfocó de esta manera: si no vamos a estar fuera del sistema, de la máquina, vamos a trabajar desde dentro, desde lo que ya somos. Fue muy interesante. Todas éramos mujeres hablando de marketing. La mayoría de las elecciones de consumo, un 60 % muy alto, las hacen las mujeres. Pero los creativos, los publicitarios, no están llegando a ese público como deberían hacerlo. Si quieren llegar más, si quieren vender más, tendrán que cambiar las maneras de comunicar, tendrán que acercarse a los nuevos valores que, indudablemente, están surgiendo en la sociedad, a las nuevas maneras de hacer y de pensar de todo esta cohorte de mujeres de diferentes generaciones que están anhelando algo, a veces sabiéndolo o a veces sin saberlo. Pero no llegan a comunicar con ellas porque sencillamente no se han parado a pensar que hay un problema, un distanciamiento evidente. Solo lo perciben cuando, por ejemplo, una artista como Yolanda Domínguez, a través de una acción, consigue que se retire una campaña de la cadena de gafas Multiópticas en la que una vez más se reincide en la idea de la mujer objeto. Pero, es que los publicistas, los responsables de la campaña, ¿no habían pensado en esto, no se habían dado cuenta? La verdad es que no lo entiendo.
Los creativos, los publicitarios de las campañas de moda no se han parado a pensar que hay un problema, un distanciamiento evidente. Solo lo perciben cuando, por ejemplo, una artista como Yolanda Domínguez, a través de una acción, consigue que se retire una campaña de la cadena de gafas Multiópticas en la que una vez más se reincide en la idea de la mujer objeto.
– El juego de los espejos, de las apariencias, aparece una y otra vez en el libro. Pero la moda como expresión de identidad es cada vez más engañosa. Ahora dudamos de la respetabilidad de los señores de corbata y chaqueta y cada vez valoramos más que los nuevos representantes públicos se vistan como la gente corriente. Igual dentro de unos años las niñas querrán ser activistas o políticas, en vez de modelos.
– Ojalá que sea así, que sueñen con ser activistas, ingenieras, químicas, pensadoras. Si queremos equilibrar la balanza de la igualdad habrá que cambiar el modelo, pero no sólo el modelo, la modelo en el sentido triple que expongo en el libro: modelo de feminidad, modelo de deseo y modelo de valores culturales. Yo creo que algo de esto ya está ocurriendo. En la esfera política ya se está viendo claro, pero, en cambio, desde la perspectiva de la publicidad, que es el arte de la persuasión para la compra, no está teniendo reflejo y tampoco en el cine. En series de televisión tal vez un poco más. Volvemos a la incapacidad de los creativos de moda para acercarse a la realidad, para absorber los fenómenos de la calle. Esto es muy interesante. El otro día me preguntaban si la moda es beneficiosa o perniciosa. ¿Cómo puede haber este tipo de preguntas? No se trata de comunismo o capitalismo. Estamos en el siglo XXI. El reto es otro. Nadie se plantea que desaparezca el comercio, el emprendimiento privado, el capitalismo, pero se tiene que ir hacia un capitalismo no tan salvaje. Todo eso se puede combinar con un estado del bienestar público. Si esto es posible y vamos a seguir teniendo marketing y publicidad para persuadir a la compra, ¿cuál es el problema? Que absorban los nuevos valores, que se dirijan con sensibilidad a los consumidores y consumidoras. Las mujeres no queremos que nos hagan sentir mayores, que nos hagan vernos feas y menos delgadas de lo que se supone que deberíamos estar. Muchas mujeres de todas las edades trabajamos muy duro y luchamos por cambiar las cosas socialmente. Entonces hágannos sentir bien para que compremos sus productos. No nos muestren catálogos de chicas que ya sabemos que tienen 14 años cuando tenemos 52. Por qué no estoy yo ahí, con mis 52 años, representada. A mí no me representan. No nos representan. Nos dicen que podemos llegar a estar estupendas a los 50 consumiendo tales o cuales productos. Pero no es eso. Es que estamos estupendas a los 50. Que lo asuman y piensen cómo pueden hacer los anuncios, los catálogos, para seducirnos.
– Hay algunas campañas que intentan aplicar otros criterios. Pienso, por ejemplo, en la de los productos de higiene Dove.
– Sí. No digo que no haya gente inteligente en la moda que sepa ver todo esto y no digo que no haya campañas que intentan visualizar a la mujer real, como la impulsada por Dove, sí. Últimamente la firma Céline ha recurrido a la octogenaria escritora Joan Didion para vender su marca y eso es significativo, pero no dejan de ser tentativas aún minoritarias, no normalizadas. Queda mucho por hacer. Hay demasiado anquilosamiento. Los hay incluso que pueden ver este libro como una agresión a las maneras instituidas en la industria. Para nada. En ¡Divinas! reconozco la capacidad fantástica que tienen los profesionales del diseño, la moda, la publicidad, etcétera, pero siempre es posible mejorar, adecuarse a los tiempos. Yo en ningún momento me opongo a la estética, ni al goce, ni a la sexualidad, ni a la belleza. Mi cultura es mediterránea y en el Mediterráneo se ha vivido atávicamente el cuerpo al aire libre, en proximidad con la playa, con el calor. Yo vengo, además, de una familia de mujeres y hombres deportistas. Lo que intento en el ensayo es animar a no seguir los dictados corporativos que, por otro lado, se han quedado obsoletos y no están conectando. Hay que rechazar que nos hagan sentir mal, resistirse al malestar falsamente producido por estas figuras ideales de seducción. Hay que reclamar tipos más diversos de representación. Se trata de un modo de resistencia, de un acto político en sí.
Las mujeres no queremos que nos hagan sentir mayores, que nos hagan vernos feas, menos delgadas de lo que se supone que deberíamos estar. Muchas mujeres de todas las edades trabajamos muy duro y luchamos por cambiar las cosas socialmente. Entonces hágannos sentir bien para que compremos sus productos. No nos muestren catálogos de chicas que ya sabemos que tienen 14 años cuando tenemos 52.
– Volvemos a lo de antes. En un capítulo del libro te refieres a la metáfora del cuento de los peces de Foster Wallace, esos pececillos que no saben lo que es el agua en la que se mueven. Tenemos tan asimiladas todas esas representaciones, tan asumidos esos dogmas de la belleza, de la moda, que no vemos hasta qué punto nos afectan, nos mediatizan, nos hacen infelices.
– Así es. Y, además, hay grupos de edad muy vulnerables como los jóvenes, los adolescentes, que en su afán por salir de la infancia y querer ser aceptados en el grupo social son más manipulables y tienen menos capacidad crítica. Es muy significativo que el ensayo lleve tan solo un mes en las librerías y ya me estén escribiendo profesoras de secundaria y de universidad diciéndome que el libro tiene que llegar a las estudiantes, que tengo que dar charlas. De hecho, la investigación empírica sobre modelos la financió una beca de la Oficina de Igualdad de la Diputación de Barcelona y el objetivo final de ese estudio era crear nuevos materiales de alfabetización visual que, a consecuencia de los recortes, se han quedado en un cajón. He pensado hacer un documental, buscar algún espacio en los medios, en las televisiones. Éstas, como pasa con la publicidad de moda, también se están equivocando en algo y por eso están perdiendo clientes. Consideran que como el público ve Sálvame no desea otro tipo de cosas, no está abierto a otras perspectivas. Pero, ¿qué pasa con todos los que no estamos interesados en Sálvame? Hay mucha gente que se dedica a seguir series en Internet porque no encuentra en la televisión nada que le atraiga. Yo tengo alumnos de todas las edades en la universidad online de Cataluña, la Universitat Oberta, y puedo asegurar que están deseando acceder a otros contenidos. A la decana se le ocurrió que los estudiantes de humanidades antes de graduarse tenían que hacer un seminario de género relacionado con el cuerpo, que es el que yo imparto. Es increíble cómo les llega a interesar. La única queja que se recibe reiteradamente en este seminario por parte de los alumnos es por qué no se les habían explicado estas cuestiones antes. Es evidente que hay muchas materias que interesan a la gente, a los jóvenes y es evidente que en el entorno hay cambios sustanciales, visibles, a los que no se está prestando atención.
– ¿No crees que, pese a los indudables avances del feminismo, aún quedan muchísimas cuentas pendientes y una necesidad de hacer autocrítica constructiva? ¿Cómo es posible el afán de tantas mujeres hoy por someterse a operaciones de cirugía estética que, lejos de resaltar sus personalidades únicas, las iguala? ¿Cómo se entiende la normalidad con la que se asume la utilización del capital erótico para alcanzar un determinado estatus?
– En el ensayo explico cómo el auge de la cirugía estética está asociado al complejo de inferioridad, a la idea de que el bienestar psicológico puede alcanzarse a través de la posesión de un físico adecuado a los patrones de belleza dominantes. Con la incorporación masiva de las mujeres al mundo del trabajo las operaciones de cirugía estética se promocionaron, además, como una ventaja para la movilidad social ascendente (un mejor puesto de trabajo, un buen matrimonio…). Se trata de poner la fe en el poder del cuerpo y del estilo para alcanzar determinadas metas. Se trata de plegarse a una concepción utilitaria de la seducción. Todo esto hay que tenerlo muy claro y hay que replanteárselo, sí. Pero aquí vuelvo a lo de antes. Yo creo que lo que hace falta es tener otros modelos. No hay suficientes modelos de mujer profesional de éxito, viviendo gozosamente su realidad carnal, sea la que sea, fuera de los cánones establecidos, ya sea en los medios de comunicación, en las empresas, en la política, aunque es cierto que en este último ámbito, sobre todo, se empieza a ver ahora otro tipo de mujeres. Hace poco, dos días después de las elecciones municipales, mientras andaba por las Ramblas de Barcelona, veía el retrato de Ada Colau y me sentía representada. Tenía la sensación de que la ciudad me pertenecía, de que pisaba un terreno que también era mío. Creo que ese reconocimiento lo estamos sintiendo muchas mujeres. Y lo mismo pasa en Madrid con Manuela Carmena. Es algo maravilloso. Por fin tenemos otros espejos, espejos cercanos, en los que mirarnos. Este tipo de modelos son los que necesitamos para impulsar el cambio.
– Habrá que ver cómo cuaja todo eso, cómo se contagia…
– Por supuesto. La educación es fundamental y la sociedad tiene que ofrecer nuevos incentivos. Suelo encontrarme con feministas muy críticas con la realidad de las jóvenes que sueñan con ser modelos y ganar mucho dinero en poco tiempo. Les suelo decir: “Cuidado. ¿No os habéis fijado en lo que sucede a vuestro alrededor? Muchas de esas chicas saben que estudien lo que estudien no van a obtener ningún trabajo. ¿Qué futuro les espera? No hay sueldos dignos, los salarios de las mujeres siguen siendo más bajos que los de los hombres por el desempeño de la misma actividad”. Si estas jóvenes no encuentran un espacio justo a su alrededor es comprensible que se crean la falacia de que a través del trabajo corporal pueden obtener un mejor matrimonio, un ascenso social, o dinero de su propio capital corporal que les puede permitir vivir cómodamente toda su vida. ¿Cómo no van a creer en esto si a su alrededor es todo un desastre?. Claro que en estas condiciones es muy fácil engancharse a este tipo de planteamientos, claro que lo van a seguir intentando.
Hace poco, dos días después de las elecciones municipales, mientras andaba por las Ramblas de Barcelona, veía el retrato de Ada Colau y me sentía representada. Tenía la sensación de que la ciudad me pertenecía, de que pisaba un terreno que también era mío. Creo que ese reconocimiento lo estamos sintiendo muchas mujeres. Y lo mismo pasa en Madrid con Manuela Carmena. Es algo maravilloso. Por fin tenemos otros espejos, espejos cercanos, en los que mirarnos.
– El problema es que muy pocas lo consiguen, que hay mucha explotación, muchas estrellas caídas. El cuento de hadas, como expones en ¡Divinas! pocas veces se cumple, aunque esas veces sean las que se resaltan en las revistas del corazón.
– Claro. Desmitificar todo esto ha sido una de las razones por las que he querido escribir este libro, para que quede claro que esto es un bonito truco de magia. Un truco de magia ante el que hay que reírse. A todos nos fascina la capacidad de crear una ilusión, pero hay que saber que se trata de una ilusión. Mientras escribía y me manejaba con términos como ilusión o sueño me sentía muy barroca. La verdad es que una obra que me ha influido mucho es La vida es sueño, de Calderón de la Barca. El barroco sigue estando muy presente en esta especie de juego de espejos ciegos que nos reflejan, que no nos reflejan. Y mi pretensión ha sido romper el espejo para que las mujeres tengan elementos suficientes para desmontar esa quimera, una quimera que en muchísimos casos les ayuda a escapar de la realidad tan dura que vivimos. Ojalá pueda influir de algún modo. De momento hay, como decía antes, profesoras muy interesadas en transmitir estos enfoques y muchas madres que me piden que novele el libro para que sus hijas adolescentes puedan entenderlo. No sé. La ficción es algo que me atrae mucho y que está entre mis planes de futuro. Hace tiempo que escribo pequeños cuentos de ficción sobre el cuerpo, la moda, la sexualidad. Después de un ensayo tan riguroso me apetece cambiar de género. Veremos…
– ¿Por qué se ha dejado todo en manos de los medios, de los creadores de ilusiones, de imágenes?
– Aquí la responsabilidad es de toda la sociedad. No es el feminismo el que ha fracasado a la hora de inculcar otro tipo de ideas, de valores. El feminismo ha ganado luchas fundamentales en el terreno de los derechos. Tener un pasaporte propio, una cuenta corriente es algo muy reciente en España. Mi madre no tenía nada de esto. En Occidente hemos avanzado muchísimo, pero me parece que el cambio real hacia la igualdad no puede llegar si no se implica a los hombres en ello. Precisamente por eso a mí me interesaron los estudios de género, para entender la constitución de mi identidad. En base a los genitales, a las mujeres se nos ha llevado por un camino y a los hombres por otro. Y esto nos ha abocado, en cierto modo, a habitar en dos culturas diferentes. Parece que casi tenemos que hacer turismo cultural para entender de dónde vienen ellos y lo que están pensando. Y lo mismo sucede por su parte. Esta es la gran asignatura pendiente. En esa línea está el discurso de la actriz Emma Watson (He for she) de Naciones Unidas. Es un discurso crucial que ella desarrolla maravillosamente, pero detrás del cual hay un equipo de sociólogas. Se trata de hacer entender a los hombres que el afán de la competitividad, el deseo de ser siempre los primeros, la lucha permanente, la actitud casi salvaje de la conquista, del dominio, del riesgo, la incapacidad para mostrar las emociones, se acaba convirtiendo en su propia cárcel. De hecho, el índice de suicidios más altos de adolescentes se da entre los chicos, porque cuando tienen un problema no son capaces de pedir ayuda y compartir. Aunque parezca mentira, hoy se sigue diciendo a los niños que los hombres no deben llorar. Cuando un varón llora algo serio está ocurriendo, mientras que a las niñas no se les hace tanto caso porque en ellas es lo normal. Los padres se enorgullecen de que desde muy temprana edad se note el carácter masculino en sus hijos. Dicen que es algo innato, pero aquí habría mucho que decir, porque resulta que antes de que haya nacido un niño o una niña ya se está decorando la habitación de rosa o de azul. No sé lo que habrá de innato, pero no podemos separar la naturaleza de la cultura en el ser humano.
Se trata de hacer entender a los hombres que el afán de la competitividad, el deseo de ser siempre los primeros, la lucha permanente, la actitud casi salvaje de la conquista, del dominio, del riesgo, la incapacidad para mostrar las emociones, se acaba convirtiendo en su propia cárcel.
– Otro aspecto que resulta muy interesante en el libro es el de las modelos no sólo como patrones de belleza, sino también de tipos de conducta, de vida, de adaptación a los valores más conformistas de la sociedad. Cada vez son más frecuentes las modelos que reivindican la maternidad, su papel de madres. Las revistas de moda y del corazón no paran de incluir en sus páginas artículos sobre cómo estas mujeres ideales recuperan inmediatamente la línea después del embarazo y vuelven a estar listas para seguir siendo sexys y subirse de nuevo a las pasarelas… Es algo absolutamente irreal.
– Así es. Esta tendencia puede entenderse como una estrategia para matizar las connotaciones negativas de un trabajo asociado con el cuerpo. La modelo como icono de la sexualidad y la seducción se domestica al convertirse en madre y a través de esta imagen se reivindican los valores y virtudes que encajan con el concepto tradicional de la feminidad. Es otro relato construido en favor de las buenas chicas burguesas y que tiene mucho que ver con juicios ideológicos y morales sobre las normas correctas de identidad y el comportamiento corporal y sexual de hombres y mujeres. El mensaje que se transmite es que, desde los buenos hábitos y la adhesión a las normas, es posible alcanzar el éxito, obtener la recompensa. Por eso también se destaca tanto la labor humanitaria, de caridad, que realizan algunas modelos. Forma parte de lo mismo. Se nos invade de historias de mujeres que son ejemplares, pero que por ello no pierden su atractivo sexual, de ahí lo de la recuperación de la figura después de la maternidad que tanto gusta a las revistas de moda y del corazón. Ante todo este bombardeo de mensajes, de relatos impuestos, que conducen a que tantas jóvenes asuman falsos ideales, hay que reivindicar la educación. La educación me parece fundamental y es también un acto de resistencia. Por eso para mí este libro es un canto de agradecimiento a la universidad. Yo no tenía becas en España, pero pude estudiar en el Reino Unido y el aprendizaje, la formación, me cambió la vida.
– Antes decías que tu ensayo puede ser visto como una agresión en ciertos ámbitos de la moda. ¿Has sentido algún tipo de rechazo?
– Bueno, algunas revistas de moda lo han descartado a priori, sin haberse molestado en leerlo, aunque también es cierto que ha llamado mucho la atención en publicaciones más combativas, más cañeras. Hace tiempo, cuando publiqué uno de mis primeros artículos de divulgación sobre modelos, un fotógrafo del sector vetó mi texto en un catálogo porque entendió que yo atacaba a los modelos. Su lectura no fue la adecuada. Para nada es esa mi pretensión y quiero que esto quede muy claro. Además, hay una distancia entre la figura de la modelo y la modelo, la profesional. Lo que no podemos ocultar es que se trata de un trabajo mucho más duro y frustrante de lo que parece. Ahora empieza a organizarse una asociación, un sindicato de modelos en Nueva York y se trata de un paso muy necesario, porque muchas modelos son niñas de apenas 14 años, sometidas a todo tipo de abusos potenciales, no solo sexuales. Niñas que tienen que lidiar con la soledad, los horarios locos, las rígidas dietas de alimentación. Ahí está el peligro de la anorexia que tanto nos escandaliza y que toco de pasada en el libro. Por eso me parece tan importante que sean otras modelos, no únicamente yo, las que expongan esto con sus propias voces. No es lo habitual porque las profesionales que denuncian los abusos se convierten en antipáticas. Se ve mal que se quejen de un trabajo que tantas otras querrían tener. Pero algunas de ellas tienen hijas adolescentes ahora y eso las ha llevado a reflexionar sobre su experiencia y a observar a su alrededor cómo se han transformado las cosas, porque la situación ha cambiado mucho desde los 80 hasta hoy. Está claro que el silencio es un requisito para mantener la ilusión y por eso contribuir a romperlo es un acto de resistencia.
Lo que no podemos ocultar es que el trabajo de modelo es un trabajo mucho más duro y frustrante de lo que parece. Ahora empieza a organizarse una asociación, un sindicato de modelos en Nueva York y se trata de un paso muy necesario, porque muchas modelos son niñas de apenas 14 años, sometidas a todo tipo de abusos potenciales, no solo sexuales. Niñas que tienen que lidiar con la soledad, los horarios locos, las rígidas dietas de alimentación…
– ¿Qué opinas de los blogs de moda, de las blogueras? ¿Crees que están quitando protagonismo a las modelos?
– No lo creo. Se trata de otro vehículo de comunicación, de promoción, en el ámbito de la moda, que la personaliza y la acerca a un nivel más cotidiano. Pero no me parece que esté cambiando mucho las cosas. Las propias modelos tienen blogs en las revistas femeninas, publicaciones que, en mi opinión, tampoco se están adaptando a los cambios de su público potencial. Y la verdad es que no me extraña. Son un aburrimiento total y absoluto. Se han convertido en un mero escaparate. Cualquier artículo está puesto al servicio de los anunciantes. No dicen nada inteligente. Antes había artículos feministas, el feminismo estaba de moda, pero hoy muy pocas publicaciones lo practican. Se han convertido en un entretenimiento sin más, pero cada vez hay más gente que se siente mal ante el exceso de exposición de objetos de lujo en sociedades cada vez más desiguales, Y, por otro lado, produce angustia la imposibilidad de acceder a esos objetos carísimos. Lo que se busca es el efecto escala que lleva a que muchas lectoras piquen y se acaben comprando la copia, la falsificación, pensando que de esa manera van a solucionar su malestar. Funciona así.
– ¿Es posible la moda en una sociedad anticapitalista? ¿Es posible vivir la moda de una manera más sana, más equilibrada? Al final del libro te planteas unas preguntas muy interesantes.
– Bueno, son preguntas que me hago y que creo que son comunes a muchas otras personas, tanto hombres como mujeres. ¿Cómo logramos entre todos ese equilibrio tan necesario? Vuelvo a insistir en que no es nada fácil mirar todo lo que hemos asimilado durante tanto tiempo desde una perspectiva diferente. Si estamos todo el rato pasando de una distracción a otra no lo pensamos siquiera, pero si nos paramos y nos lo planteamos en serio descubrimos otro plano de la existencia muy diferente. No se trata de rechazar la estética por superficial, en absoluto; el cuerpo es muy importante. Según la tradición cristiana es el templo del alma. Lo tenemos que cuidar, respetar, y también colocarlo en el lugar que le corresponde, porque desde la Ilustración se ha dado tanto valor a la razón, a la intelectualidad, siempre asociada a lo masculino, que todo lo relacionado con el cuerpo se había quedado en un segundo plano. Y ahora nos toca vernos no solo como seres pensantes, racionales, sino incluir la perspectiva del cuerpo y percibirnos también como seres encarnados. Eso cambia radicalmente la percepción de la realidad social, personal y política. Pero todo esto no tiene nada que ver con la pantomima, con la pantalla de distracción del consumo banal. Ya es hora de que todo eso caiga. Debemos empezar a replantearnos las cosas.
– ¿Y cómo se traduce eso en la práctica?
– Pues a partir del cuestionamiento de nuestras conductas. A mí me pasa que muchas veces llego a casa y siento que tengo demasiada ropa, que eso me agota. Entonces me pongo a pensar en toda la inversión que he hecho de tiempo, de dinero, de cuidado, de lavado… Es algo que disfruto, pero también percibo que me domina, que me coloniza la vida. Y no hay nada más grato para mí que ir a la isla de Ibiza en verano a escribir. Entonces soy feliz con unos simples shorts y una camiseta. Hay economistas que sostienen que un modelo de crecimiento y de consumo sostenible es lo que ocurría en Europa en los años 60. En esa década la gente estaba esperanzada y había un respeto por la singularidad, por la heterogeneidad, de las personas. Esto sería muy deseable recuperarlo y yo creo que, en cierto modo, estamos volviendo a ese punto, que esa puede ser otra de las consecuencias positivas de la crisis. Me parece que, pese a todo lo malo que vemos alrededor, es un buen momento para la esperanza y para el trabajo, el trabajo de matiz, de hilar fino. Es un buen momento para poner de moda la reflexión, el pensamiento, la educación. La enseñanza gratuita a través de plataformas en Internet, por ejemplo, me parece algo muy importante. Hay que fomentar todo esto y también desfetichizar el erotismo y devolverlo a las personas.
Con ¡Divinas. Modelos, poder y mentiras! Patrícia Soley-Beltran ha ganado el último Premio Anagrama de Ensayo.
Todas las fotografías fueron realizadas durante la entrevista por © Nacho Goberna 2015