Por Emma Rodríguez © 2014 / “En un momento dado fuimos conscientes de ser modernos, de estar cambiando deprisa. De estar adelantándonos al presente. John Donne también era moderno y seguro que también vio cambios, pero nosotros nos sentimos todavía más modernos y nos parece que los cambios son más rápidos…” Lo escribe Zadie Smith en su última novela, “NW London”, una historia nuevamente coral, como todas las suyas, nuevamente despiadada con sus personajes, nuevamente irónica, seductora, callejera, vivaz, colorista, hiriente, arrebatadora. Todo lo que caracteriza su narrativa, todo lo que la hace diferente, todo lo que lleva a sus seguidores a correr a las librerías en busca de cada uno de sus títulos, vuelve a estar presente en esta entrega, pero hay algo diferente. La realidad, el mundo, han dado un brusco giro. Los personajes, como cualquiera de nosotros, lectores, ciudadanos de a pie de esta decepcionante Europa, se sienten perdidos. La escritora se acerca a las incertidumbres del hoy, de un tiempo tan cambiante que quienes lo habitan no pueden sentirse más que náufragos de convicciones, de sentidos, seres desubicados que transitan por las calles de sus ciudades con la sensación de que todo puede venirse abajo en un abrir y cerrar de ojos.
Hay algo de todo eso en la vulnerabilidad de Leah; en las adicciones de Natalie; en las esperanzas de redención de Felix; en el descarrilamiento de Nathan. La escritora se ha propuesto atrapar la desesperanza que ha llegado con la reciente crisis financiera, el punto de inflexión a partir del cual nada ha resultado ser lo que parecía. “Supongo que la recesión nos afecta a todos”, comentan los invitados a una cena en la primera parte de la novela. “Los jóvenes que aparecían en la televisión vaciaban sus mesas de trabajo. Salían llevando sus cajas por delante como si fueran escudos”, leemos más adelante. Bastan unas breves pinceladas, unas cuantas imágenes reconocibles, unas pocas menciones a la City, a las bonificaciones obtenidas por los empleados de los grandes bancos, para situar el momento en el que al sacrosanto capitalismo empezaron a vérsele los pies de barro, en el que otro espíritu empezó a adueñarse de las conciencias.
La escritora se ha propuesto atrapar la desesperanza que ha llegado con la reciente crisis financiera, el punto de inflexión a partir del cual nada ha resultado ser lo que parecía. “Supongo que la recesión nos afecta a todos”, comentan los invitados a una cena en la primera parte de la novela. “Los jóvenes que aparecían en la televisión vaciaban sus mesas de trabajo. Salían llevando sus cajas por delante como si fueran escudos”, leemos más adelante
Zadie Smith (Londres, 1975), que se dio a conocer con apenas 24 años con “Dientes blancos”, una novela ya poderosa que la convirtió en toda una promesa de la literatura británica, ha ido creciendo libro a libro, fortaleciéndose sin perder la frescura de los inicios. Profunda y divertida, compleja e intuitiva, leerla es un placer, sobre todo para quienes disfrutamos de esas historias que indagan en las motivaciones que conducen a las personas en una dirección o en otra, en los intrincados cruces que se dan en toda relación: de pareja, de amistad, entre padres e hijos, entre hermanos… Mientras voy escribiendo pienso en que esas misteriosas, secretas contradicciones que hoy motivan a Smith son muy similares a las que en su época atrajeron a una autora como Jane Austen. Sin embargo, hay que mantener las distancias. Aunque los asuntos sentimentales y emocionales ocupan a ambas, el tiempo no corre en balde y el romanticismo de Austen no puede compararse al de Smith. Aquella se llevaría las manos a la cabeza ante las escenas de sexo sin tapujos de ésta, ante su lenguaje descarado, pero en el fondo, no hay tanta diferencia en lo que respecta a las búsquedas, a los desasosiegos, a los pulsos del corazón.
Como Austen, Zadie Smith controla las escenas más íntimas, el lenguaje de las confidencias, pero, además, se arriesga saliendo al exterior. En “NW London” transita por las zonas de la ciudad que mejor conoce, por los escenarios para ella tan familiares del área obrera de Kilburn, donde transcurrió su infancia. No es ajena al latido social, a las desigualdades, a las injusticias. Por sus calles deambulan hoy seres sin suerte, desfavorecidos sin apenas salidas ante el futuro, descolgados del sistema, carne de presidio; del mismo modo que, siglos atrás, por las mismas calles, tan cerca y tan lejos, transitaban los personajes de otro escritor con el que se la ha llegado a comparar: Dickens. Charles Dickens y su desfile de desheredados, de huérfanos, de pobres sin posibilidad alguna de prosperar. En la propia novela hay un guiño, un homenaje, al clásico. “A veces el mismo Dickens llegaba a estos confines para beberse una pinta o enterrar a alguien”, se dice tras una descripción de los paisajes del noroeste londinense.
Zadie Smith no es ajena al latido social, a las desigualdades, a las injusticias. Por sus calles deambulan hoy seres sin suerte, desfavorecidos sin apenas salidas ante el futuro, descolgados del sistema, carne de presidio; del mismo modo que, siglos atrás, por las mismas calles, tan cerca y tan lejos, transitaban los personajes de otro escritor con el que se la ha llegado a comparar: Dickens
La conflictividad siempre ha estado presente en los libros de Zadie Smith. De madre jamaicana y padre inglés, la escritora conoce de primera mano las diferencias que separan a los blancos de los negros, la dificultad de adaptación de quienes se ven obligados a abandonar sus países de origen en busca de trabajo, los problemas de identidad que genera la convivencia de culturas y creencias diferentes. “Este ha sido el siglo de los forasteros, morenos, amarillos, blancos. Ha sido el siglo del gran experimento de los inmigrantes”, leemos en “Dientes blancos”, donde los hijos no aceptan ser igual de sacrificados y de sumisos con la cultura de acogida que sus padres. Pero a todo eso, en “NW London” hay que sumar ese nuevo desasosiego, hijo del siglo XXI, que tanto tiene que ver con la pérdida de referencias y de derechos, con el nuevo horizonte que empieza a dibujarse tras el desmantelamiento del Estado del Bienestar, con la indefinición que acompaña a todo cambio de umbral, de época, de filosofía de vida.
La escritora atrapa esa sensación a través de los diálogos chispeantes a los que nos tiene acostumbrados, del deambular de unos personajes que no acaban de desprenderse de la impronta del barrio pobre que los vio nacer, esas “espantosas torres del sur de Kilburn” donde jugaron de niños, ese temor a la pobreza, a la violencia callejera.
Natalie Black, una abogada de éxito que llega incluso a cambiarse el nombre en su lucha por ascender en la escala social, consigue salir de ahí definitivamente, pero no logra ser feliz en la impostura. A través de ella la autora retrata la época de la opulencia, esos años en los que sin que supiéramos cómo, de qué manera, algunos se dedicaron simplemente a ganar dinero, a hacerse con coches, mansiones estupendas, vidas de película. Su amiga Leah, sin embargo, se niega a aceptar las reglas del juego, a abandonar una cierta rebeldía, a someterse a los roles adjudicados a la mujer, por ejemplo la obligación de convertirse en madre. ¿Por qué tiene que ser ese el objetivo de todo matrimonio? ¿por qué debe avanzar el amor?, se plantea. He aquí otro de los focos de atención de Smith: la feminidad, la lucha cotidiana de las mujeres, divididas entre sus deseos y lo que se espera de ellas, entre sus vidas profesionales y su papel como esposas y madres de familia.
Natalie Black, una abogada de éxito que llega incluso a cambiarse el nombre en su lucha por ascender en la escala social, consigue salir de ahí definitivamente, pero no logra ser feliz en la impostura. A través de ella la autora retrata la época de la opulencia, esos años en los que sin que supiéramos cómo, de qué manera, algunos se dedicaron simplemente a ganar dinero, a hacerse con coches, mansiones estupendas, vidas de película
Todo gira en torno a las dos amigas, a los vaivenes de una amistad forjada desde niñas, pero si hubiese que buscar un tema éste sería el de la desigualdad, el abismo que separa a los adinerados de los desfavorecidos, un abismo cada vez más peligroso porque los que más tienen temen ser asaltados por los que nada poseen. “En los barrios pobres te roban el teléfono, en los barrios ricos te roban la pensión”. Se trata de un chiste ácido que le cuenta a Felix su antigua amante, Annie, a quien abandona en busca de una vida más ordenada. “No todo el mundo quiere esa pequeña vida convencional hacia la que estás remando. A mí me gusta mi río de fuego”, le dice ésta tras un encuentro-despedida cargado de intensidad.
A Annie la palabra “relación” le parece “una palabra patética y cobarde, de gente que no tiene cojones para vivir, que no tiene la imaginación necesaria para llenar su existencia”. Ella lo tiene muy claro: Cuando la gente no tiene mejor cosa que hacer opta por casarse. “No hay ideas, no hay posturas políticas y no hay huevos…”, escuchamos su discurso de mujer herida, sus sentencias como cuchillos.
“Mientras caminaba por Kilburn High Road, Natalie Blacke sintió un fuerte deseo de meterse en las vidas de los demás. No estaba nada claro cómo se podía satisfacer aquel deseo en la práctica, ni tampoco qué quería decir, si es que quería algo. «Meterse» era una idea imprecisa. ¿Seguir hasta su casa al niño somalí?¿Sentarse con la ancianita rusa en la parada de autobús delante del Poundland? ¿Sentarse con el gángster ucraniano en la pastelería? Un consejo para la gente de fuera: la parada de autobús delante del Poundland de Kilburn es el escenario de algunas de las conversaciones más interesantes que se pueden oír en todo Londres. De nada.” (Extracto de la novela, perteneciente al apunte 172, que lleva por título. “Estuches de temporada”. Página 316).
En otro lugar, un día anodino, llama a la puerta de Leah una chica desvalida que le cuenta una historia sobre su madre enferma y la necesidad de llevarla a un hospital. No tiene dinero, lo necesita con urgencia y se lo pide prestado con la promesa de regresar al día siguiente a devolvérselo, pero eso nunca sucede. Ese engaño juega un papel importante en la novela, porque hace que todo se tambalee en la percepción de Leah, en su cuestionamiento del mundo en el que vive. Zadie Smith atrapa con maestría, con sutileza, esos instantes en que la vida muestra su lado más feroz, esas experiencias no necesariamente grandiosas, a veces incluso insignificantes, que son capaces de abrir ese cajón de los miedos, de las inseguridades, de las culpas, que todos intentamos mantener cerrado con llave.
Leer esta historia es como pasear por determinados barrios de Londres y pararse ante las ventanas abiertas a escuchar los ruidos, las voces, que surgen del interior. Como Hanif Kureishi, seguramente el escritor contemporáneo a quien más me recuerda, Zadie Smith tiene una facilidad impresionante para meter en sus páginas el lenguaje de la calle, las conversaciones que tienen lugar en esos espacios en los que transcurre el día a día de la gente de a pie: esa “hermosa lavandería”, esa frutería del mercado callejero, esa carnicería. Pero también emergen las complejidades, las dudas, las profundidades de seres que buscan un lugar donde sentirse plenos.
Leer esta historia es como pasear por determinados barrios de Londres y pararse ante las ventanas abiertas a escuchar los ruidos, las voces, que surgen del interior. Como Hanif Kureishi, seguramente el escritor contemporáneo a quien más me recuerda, Zadie Smith tiene una facilidad impresionante para meter en sus páginas el lenguaje de la calle, las conversaciones que tienen lugar en esos espacios en los que transcurre el día a día de la gente de a pie
“NW London” es una novela en la que los personajes se dedican a callejear, a descubrir recodos en el camino. Una novela que permite a Zadie Smith llevarnos de la mano a escenarios y rincones que sin su compañía nos pasarían desapercibidos. Londres no es tan espectacular ni tan brillante como se muestra en los folletos turísticos. Es una ciudad dura, una ciudad llena de huecos por los que se cuela la angustia, la oscuridad, la desesperanza. La gran, acelerada, tentadora, vertiginosa, excitante urbe, también es el escenario de la frustración, de lo que nunca podrá ser alcanzado. “¡La Inglaterra ingobernable de la vida real, de la vida animal!”, he subrayado en la página 87, mientras iba avanzando por las vidas paralelas de hombres y mujeres que se cruzan por las calles con sus problemas a cuestas, sin apenas mirarse o reconociendo en el otro, en el drogadicto de la esquina, por ejemplo, a quien fuera en su día el compañero de clase. Personas aparentemente afortunadas frente a personas sin oportunidades, en huida permanente. Personas que han conocido un dolor insoportable, separadas de otras que apenas lo han atisbado, como reflexiona una de las protagonistas.
En los tiempos de los avances tecnológicos, de las redes sociales, hay soledad e incomunicación. Natalie Blake ha olvidado prácticamente lo que es la pobreza, tiene una casa con vistas, un trabajo envidiable y una familia ideal, pero la posesión de bienes no acaba de llenar sus vacíos, ni el trabajo, ni la consideración social, ni los hijos. Algo se le ha escapado, no puede evitar sentir el tedio de una vida aparentemente perfecta y busca la aventura, el peligro, el pellizco de emoción, en encuentros sexuales a tres bandas, en citas a ciegas a través de Internet. Nathan se dedica a mendigar, a sobrevivir. No ha tenido suerte y, como dice, “la suerte manda en el mundo”, determina quiénes están a un lado o al otro del foso. Leah se ha bloqueado, no entiende lo que pasa a su alrededor, no acepta las presiones de su vida de pareja y se resiste a asumir que los idealismos han quedado varados en sus sueños de juventud. Felix no puede mantener la felicidad, no puede agarrar su nueva vida, por mucho tiempo. Como en “Vidas cruzadas”, la inolvidable película de Robert Altman basada en cuentos de Raymond Carver, sus destinos se acaban encontrando, enredando, arrastrados por la misma corriente de un presente resbaladizo.
Hay intensidad, hay vértigo en esta historia actualísima que no defraudará a los seguidores de Zadie Smith y que tiene dos partes diferenciadas: una primera donde la narración transcurre fluida, cargada de diálogos, y una segunda en la que se fragmenta y adquiere la estructura de una especie de diario que da pie a la escritora para ir desmenuzando todas las etapas de la relación entre Natalie y Leah: dos colegialas; dos adolescentes que despiertan al sexo, dos estudiantes universitarias que experimentan nuevos usos y costumbres y se enfrentan al modelo de sus madres, dos profesionales, dos mujeres casadas… Es aquí donde la escritora se permite también ir anotando lúcidas observaciones sobre el modo de vida moderna y donde derrama reflexiones sobre el paso del tiempo, sobre los tránsitos y urgencias de una urbe como Londres. Un lugar donde nada permanece mucho tiempo, ni siquiera los amigos. Un presente que se escapa, en el que ya apenas existe la calma, la necesaria distancia entre los acontecimientos.
La escritora va anotando lúcidas observaciones sobre el modo de vida moderna y donde derrama reflexiones sobre el paso del tiempo, sobre los tránsitos y urgencias de una urbe como Londres. Un lugar donde nada permanece mucho tiempo, ni siquiera los amigos. Un presente que se escapa, en el que ya apenas existe la calma, la necesaria distancia entre los acontecimientos
Hay escenas en “NW London” tan coloristas y vibrantes como las que recuerdo de “Dientes blancos” y hay, sobre todo en esa parte final fragmentada, anotaciones que me conducen a “Sobre la belleza”, una deliciosa novela de cariz más intelectual, más luminosa que ésta última, donde el arte y la música, Rembrandt y Mozart, se mezclan con los conflictos emocionales de unos personajes que, como sucede siempre en las historias de Zadie Smith se equivocan, dan pasos en falso, para ser capaces de recomponer sus vidas, para acabar descubriendo que vivir es mucho más simple de lo que parece, que la felicidad, lejos de grandes hazañas y realizaciones, puede encontrarse en una simple sonrisa, en esos instantes de mágica plenitud que en ocasiones sorprenden en los escenarios cotidianos, allí donde se desarrollan las vidas de la gente corriente.
“NW London” ha sido publicada por la editorial Salamandra. La traducción es obra de Javier Calvo.
Las fotografías de la autora, facilitadas por la editorial, están firmadas por: Roderick Field, Dominique Nabokov y Fred Duval (de arriba a abajo). El friso central, correspondiente a personajes y escenas de Londres, es obra de Nacho Goberna.