Bertrand Russell, la llama en la oscuridad

Jonathan Pérez © 2019 /

Todo el mundo puede hacer algo para crear en su medio sentimientos cordiales en lugar de cólera, razonamiento en lugar de histeria, felicidad en vez de miseria”. Así resume Bertrand Russell cómo nuestras actuaciones pueden dar lugar a minúsculos golpes de efecto que transformen la atmósfera de los que nos rodean. El pensador inglés es un excepcional humanista que a través de su lenguaje sencillo y cercano es capaz de desengranar los problemas más complejos. Solo así se explica que, siendo matemático, ganara el Premio Nobel de Literatura en el año 1950

Sus padres fallecieron cuando él solo tenía tres años, y fue criado por sus abuelos. Habría sido fácil para él abrazarse a la ola de pesimismo que inundaba las cabezas de los intelectuales del siglo XX, como Heidegger o Sartre, tal y como señala Fernando Savater en el prólogo de La conquista de la felicidad (edición Penguin Random House). Sin embargo, decidió ser la llama en mitad de la oscuridad y desarrollar una filosofía con un toque de eudaimonismo. 

A partir de una disección de la sociedad del momento, el autor nos describe en este libro las principales ayudas y obstáculos que el ser humano encuentra en esa ardua tarea de ser feliz. Ya solo el título nos da una pista: no podemos esperar de brazos cruzados, tenemos que adoptar una actitud positiva para lograr conquistarla. 

La primera vez que leí algo de Russell fue la reflexión del inicio de sus Memorias, en las que sintetiza las tres razones por las que vivió. Desde ese momento, me di cuenta de que no era un humanista al uso, sino que, su obra era lo suficientemente original como para ser una fuente continua de inspiración. En concreto, La conquista de la felicidad actúa para mí como un refugio y siempre vuelvo a él cuando necesito un consejo sincero y libre de prejuicios.

La primera vez que leí algo de Russell fue la reflexión del inicio de sus Memorias. Desde ese momento, me di cuenta de que no era un humanista al uso, sino que, su obra era lo suficientemente original como para ser una fuente continua de inspiración.

Una de las claves aparece al final del libro, cuando señala que es necesario interesarse por lo que ocurre ahí fuera, por las personas, lugares y momentos que nos rodean. Solo así se puede superar la pasión egocéntrica que tanto afecta a quien la padece puesto que “sufre un aburrimiento insoportable por la invariable monotonía de su devoción”. En la época de las redes (¿sociales?) y la sobrexposición, donde todo el mundo compite por estar en el centro del escenario, este consejo cobra una gran actualidad. La lectura de este libro podría ser el primer paso hacia la desintoxicación digital que ya presagian algunos psicólogos. 

Bertrand Russell

LA TIRANÍA DE LA OPINIÓN PÚBLICA

En uno de los capítulos Russell menciona la tiranía de la opinión pública como causa de la infelicidad, describiéndola de manera muy gráfica:

Los perros ladran más fuerte y están más dispuestos a morder a las personas que les tienen miedo que a los que los tratan con desprecio, y el rebaño humano es muy parecido en este aspecto”.

Critica la uniformidad y defiende que una sociedad compuesta por un gran número de personas que no estén sujetas a convencionalismos será una sociedad más interesante. Quizás heredase estas ideas de su padrino secular, Stuart Mill, quien señaló que “la cantidad de excentricidad de una sociedad ha sido generalmente proporcional a la cantidad de genio”. Sin embargo, Russell realmente aboga por desarrollar una indiferencia hacia el qué dirán, puesto que, si actuamos intencionadamente de manera excéntrica, estaríamos aceptando como válidas unas ideas que pretendemos rechazar. Lo realmente importante es entender que la realidad plural da lugar a identidades distintas y únicas. Ahora bien, no es fácil defender esta idea cuando tenemos en el bolsillo un dispositivo creando continuamente tendencias y preferencias que constriñen el campo de visión de cada uno de nosotros. 

Este gran escritor consiguió elevarse por encima del conjunto de los prejuicios de su época, lo que le causó problemas en numerosas ocasiones. Su ferviente defensa del pacifismo durante la Primera Guerra Mundial le llevó a ser condenado a seis meses de prisión en 1919, momento que aprovechó para escribir Introducción a la filosofía matemática. Posteriormente, en su autobiografía, explicaría el porqué de esta postura con una frase muy inspiradora: “Sentía que por el honor de la naturaleza humana aquellos que no se tambalearan debían enseñar que se erguían firmemente”. 

Este gran escritor consiguió elevarse por encima del conjunto de los prejuicios de su época. Su ferviente defensa del pacifismo durante la Primera Guerra Mundial le llevó a ser condenado a seis meses de prisión.

Sus ideas no encajaban con el ambiente puritano propio de los círculos en los que se movía. Precisamente por ello, en el año 1940 fue expulsado de la cátedra de filosofía de la City College de Nueva York. En su libro Matrimonio y moral defendió ideas rompedoras para la época, como los beneficios de mantener relaciones sexuales antes del matrimonio, o la posibilidad de sentir atracción por otras personas una vez los cónyuges se habían casado.

ABURRIMIENTO Y EXCITACIÓN

Otra de las causas de la infelicidad que Russell desarrolla de manera detallada es la intolerancia frente al aburrimiento: “ahora nos aburrimos menos que nuestros antepasados, pero tenemos más miedo a aburrirnos”. No podría estar más de acuerdo. En la actualidad, casi nadie vive despacio, se buscan estímulos externos de manera constante para evitar estar con nosotros mismos. Consumimos series, películas, cortometrajes y posteriormente los tiramos a la basura. En la sociedad de masas, el entretenimiento ocupa un mayor espacio que la cultura. Los minutos que dedicamos al primero se identificarían con el tiempo sobrante y los que ocupa la segunda serían considerados como tiempo de ocio. 

Ambos son necesarios, pero no deben confundirse. Y junto a esas dos categorías, ha de existir el tiempo para aburrirse. Solo así podemos alcanzar el justo equilibrio y evitar la búsqueda de estímulos cada vez más potentes que acaben perjudicándonos. Se debería hacer un mayor hincapié en este aspecto, para evitar el avance hacia esa sociedad que describe Houllebecq en sus novelas, donde aumentan progresivamente el número de discotecas y la venta de ansiolíticos. 

“Ahora nos aburrimos menos que nuestros antepasados, pero tenemos más miedo a aburrirnos”, señala Russell en su ensayo.

Para evitarlo, el filósofo considera que la capacidad para adaptarse a la monotonía ha de ser algo que se adquiera durante la infancia. En este punto me siento identificado y recuerdo la conversación que mantuve el otro día con mi amigo Jorge. Ambos vivimos en pueblos de menos de 600 habitantes hasta ir a la Universidad. Al hablar de las ventajas que esta experiencia había supuesto en nuestras vidas, una de las más importantes era que habíamos aprendido a aburrirnos durante muchas horas. 

Ahora bien, el pensador británico no criticaba la búsqueda del placer, tal y como se ha podido comprobar. Simplemente apostaba por la dorada medianía, por el equilibrio entre aburrimiento y excitación, para evitar llevar un estilo de vida hedonista que pueda perjudicar nuestra calidad de vida (o capital vital, como señala él) a largo plazo. 

ENTUSIASMO

El filósofo inglés atribuye a esta característica un papel principal en la vida de las personas felices. Para llevar una vida plena es imprescindible conservar la capacidad para sorprenderse que todos tenemos cuando somos pequeños y que se pierde con el paso de los años. Si conseguimos desarrollar interés por varios asuntos, estaremos extrayendo el jugo de todo lo que nos rodea.

Recordemos, por ejemplo, que Sherlock Holmes recogió un sombrero que encontró tirado en la calle. Tras mirarlo un momento, comentó que su propietario había venido a menos a causa dela bebida y que su mujer ya no le quería como antes. La vida jamás puede ser aburrida para un hombre al que los objetos triviales ofrecen tal abundancia de interés

Nos indica el filósofo que para llevar una vida plena es imprescindible conservar la capacidad para sorprenderse que todos tenemos cuando somos pequeños y que se pierde con el paso de los años.

Así ilustra el escritor cual ha de ser la actitud ante la vida. Por ejemplo, si una persona está interesada en las distintas especies de pájaros, cuando salga a dar un paseo por un bosque, disfrutará mucho más que aquel a quien simplemente no le gusta nada. La belleza está en los ojos del que ve, y por eso es necesario llenar nuestra cabeza de conocimiento, no necesariamente útil, pero que nos permita observar nuestro alrededor de una manera mucho más rica. Hannah Arendt, coetánea de Russell, utiliza el concepto de “gozo desinteresado” para describir este fenómeno. Es decir, la intención de aprehender cierto saber para posteriormente disfrutar de él, para sutilizar la mirada sin necesidad de caer en el esnobismo charlatán. 

El filósofo inglés también defendió la igualdad real entre hombres y mujeres, y precisamente en este capítulo hace una referencia que se encuentra en la raíz de muchos comportamientos. Así, considera que la falta de entusiasmo afecta en mayor medida a las mujeres que a los hombres, principalmente por el concepto de respetabilidad que se les inculca a ellas. No han de mostrar interés por los hombres en público, y al coartar ese aspecto, los demás ámbitos quedan afectados. Aquí podemos ver la influencia del psicoanálisis, que Russell estudió y defendió. 

Bertrand Russell jugando al ajedrez con su hijo. Fotografía para LIFE de Peter Stackpole (1940)

INTERESES NO PERSONALES

Es muy fácil dejarse absorber por nuestros propios proyectos, nuestro círculo de relaciones, nuestro tipo de trabajo, hasta el punto de olvidar que todo ello constituye una parte mínima de la actividad humana total, y que a la mayor parte del mundo no le afecta nada lo que nosotros hacemos.”

En este capítulo subyace una reflexión muy interesante. Si Russell viviera hoy en día, sería muy posible que defendiera el derecho a la desconexión. En la actualidad, hay empresarios que incluso pagan a sus empleados excursiones, obras de teatro e incluso servicios de masaje, con el objetivo de que posteriormente rindan más y mejor. Hemos llegado al punto en el que incluso el tiempo libre aparece numerificado bajo el criterio de rentabilidad. Se pretende que el empleado descanse para que después rinda más, es decir, el tiempo de ocio solo es visto como el periodo que existe entre una jornada de trabajo y la siguiente. 

Sin embargo, el pensador británico pretende que nos demos cuenta de que nuestro empleo es una pequeña parte de nuestra vida, a pesar de que ocupe mucho tiempo. No hemos de centrarnos en el trabajo y el rendimiento, sino observar a la persona como alguien con diversas inquietudes y que ha de tomar consciencia de sí mismo para darse cuenta de los múltiples espectáculos del mundo que se despliegan ante él.


Por Jonathan Pérez

Jonathan estudió derecho en Salamanca y ahora vive en Madrid. Oposita para tener un trabajo y escribe desde hace un año en “La Opinión de Zamora”. Cuando piensa en literatura, a continuación aparecen en su cabeza las novelas de Nabokov y la poesía de Cernuda.