Por Emma Rodríguez © 2014 /
Imaginemos que visitamos una ciudad desconocida, misteriosa, cuyas escalas y trazados no responden a nada de lo que hemos conocido hasta ahora. Imaginemos que vagamos desorientados, sin rumbo, por esa ciudad, con la misma extrañeza que producen las difusas e inalcanzables geografías de los sueños. Imaginemos que recorremos sus bosques, sus espacios y alrededores, como si hubieran sido recién creados para provocar en nosotros la más absoluta sorpresa. Imaginemos que seguimos avanzando y que llegados a un recodo del sendero, percibimos la liviandad del que ya nada teme porque sabe que ya se ha incorporado a esos paisajes y ha asumido sus climas…
