Byung-Chul Han: “Hoy corremos detrás de la información sin alcanzar un saber”

Emma Rodríguez © 2021 /

Si hay un filósofo que ha sido capaz de poner palabras a la sociedad actual, de detectar sus mecanismos, inconsistencias, contradicciones y patologías, es el surcoreano Byung-Chul Han (Seúl, 1959). Llevo tiempo siguiendo sus publicaciones, encontrándome con él en las obras de otros. Llevo tiempo recurriendo a sus diagnósticos para entender mejor los ritmos y aromas del presente, para analizar comportamientos, hechos asimilados a nivel individual y colectivo. El autor ha ido identificando en el vasto territorio de su obra, lo que acaece, lo que sucede mientras estamos demasiado ocupados y apresurados por llegar a las citas, a los trabajos, a las noticias que se superponen sin dejar respiro.

Este profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de las Artes de Berlín, forjado en los campos del pensamiento, la literatura y la teología, profundo conocedor de la obra de Heidegger, sobre el que realizó su tesis doctoral en la Universidad de Friburgo, ha ido, libro a libro, visibilizando las coordenadas, los movimientos del presente, los fondos de un tiempo hecho de fugacidades, en el que, como argumenta Jean-Luc Nancy, la continuidad, el relato que arranca en el pasado y avanza hacia el porvenir, se ha resquebrajado, dejándonos a solas con las incertidumbres.

Como tantas otras veces, esta ventana abierta que es Lecturas Sumergidas vuelve a convertirse en un espacio de complicidades, de diálogos. Byung-Chul Han avanza por caminos en los que se cruza, en los que coincide, con el pensador francés, autor de La frágil piel del mundo, otro de los protagonistas del número 65 de esta publicación, y aparece en otra de las obras que inspiran el trayecto, La orilla celeste del agua, de Jordi Soler, una entrega que invita a la contemplación, recodo en el que coinciden todos los autores citados. En uno de los pasajes de su libro, Soler nos conduce al jardín donde el profesor surcoreano ha asegurado haber visto florecer algunas de sus ideas, ideas surgidas en medio del cultivo, el cuidado y la observación de sus plantas y flores.

Ahí se dio cuenta de que esa pequeña parcela en medio de la ciudad de Berlín, le devolvía, “la realidad, incluso la corporalidad que hoy cada vez se pierde más en el mundo digital bien temperado”; que el jardín, “rico en sensibilidad y materialidad, contiene mucho más mundo que la pantalla del ordenador”, nos cuenta el escritor, recurriendo a testimonios a los que Han ha aludido en su obra. “Para contrapesar el mundo digital el filósofo se compromete cada día con el mundo vegetal, cultiva su jardín en una ciudad en la que el cambio de una estación a otra es muy notorio, y esto lo hace experimentar, de una manera especial, el paso del tiempo, que se percibe mejor en medio de la naturaleza; mejor que en las calles, entre los coches y los edificios de una ciudad”, escribe Soler.

El tiempo del jardín es el tiempo de lo distinto”, ha señalado el filósofo, una experiencia que comparten todos aquellos amantes de la jardinería (pienso ahora en Penelope Lively, autora de Vida en el jardín; pienso en Cees Nooteboom y las enseñanzas de su jardín en Menorca; pienso en mis propias vivencias en el jardín familiar…) “Antes de la invención del reloj, y del calendario, las personas vivían como en el jardín de Byung-Chul Han, de acuerdo con los ciclos de la naturaleza, que son lo contrario del tiempo lineal que tenemos hoy, más enfocado a la productividad, al rendimiento, y a la ganancia. Cuando el filósofo está en el jardín escapa a la linealidad del tiempo, se adhiere a los ciclos de la naturaleza, al tiempo original; se rebela contra la tiranía de cronos”, argumenta Jordi Soler.

Agradezco al escritor este pasaje que considero una magnífica manera de adentrarse en los senderos que hemos de transitar. Todo el recorrido del pensador arranca del apartamiento a un espacio en calma, de esa fuga de los ruidos, de las imposiciones, de las prisas, para poder adentrarse, para enfocar los males de un tiempo en el que todo parece difuminarse, pasar rápidamente sin dejar huella; en el que los rincones queridos, los objetos que permanecen, incluso los afectos que perduran, parecen haber perdido su lugar, su valor. 

Como os decía, Byung Chul Han es una figura de referencia frecuente en muchas de mis lecturas. Como os decía, su capacidad para la observación y el ahondamiento; su análisis certero del ahora, nos lleva a desenmascarar verdades aceptadas, maneras de ser que el sistema capitalista nos ha inoculado, queriéndonos convencer de que no hay más camino que el del rendimiento, la productividad, el consumo, vías que, lejos de procurar la felicidad tan anunciada, conducen al vacío, a la no plenitud de las vidas. La reflexión, la lectura, el paseo, la calma, la contemplación, la sensibilidad para captar la belleza, son, por el contrario, los cauces que abre, que recupera, Han en su obra, devolviéndonos a verdades olvidadas, a miradas renovadas, a tactos y querencias que nos sacan fuera de los marcos virtuales. 

Son muchos los títulos del autor que ya, desde sus simples enunciados, nos retratan y hacen que nos cuestionemos el modo de vida en las sociedades del exceso de información, de la confianza ciega en las tecnologías. Libros como La sociedad del cansancio, La sociedad de la transparencia, El aroma del tiempo, La expulsión de lo distinto, La salvación de lo bello, La desaparición de los rituales, publicados en castellano por la editorial Herder, son escalones de un trayecto que nos va dirigiendo hacia la fijación de un retrato en el que nos sentimos reflejados como miembros de un enjambre de ciudadanos estresados, acelerados, insatisfechos.

Es la suya una ruta que actúa como espejo y también acompaña y se convierte en acicate, pues no pocos empezamos a ser conscientes de la necesidad de poner freno, de tomar el control, de cambiar de rumbo. Una corriente, aún sutil, pero con amplio margen para la transformación de las conciencias, de los valores, que lleva tiempo detectándose en las obras de creación, de pensamiento, y que ya alcanza a sectores de la población que no aceptan que todo está determinado, que la dirección no puede ser modificada.

La capacidad para la observación y el ahondamiento de Byung-Chul Han, su análisis certero del ahora, nos lleva a desenmascarar verdades aceptadas, maneras de ser que el sistema capitalista nos ha inoculado, queriéndonos convencer de que no hay más camino que el del rendimiento, la productividad, el consumo.

El jardín puede tocarse con las manos, es sólido, tangible, del mismo modo que la gramola de la que habla Byung-Chul Han en su último ensayo, No-cosas. Quiebras del mundo de hoy, esta vez publicado por Taurus. La imagen de ese objeto que nos traslada a otras épocas, a melodías del ayer, resume muy bien todo el contenido de la entrega. El autor nos hace visualizar en la gramola, que descubrió un día de lluvia en una tienda de antigüedades en el barrio berlinés de Schöneberg, tras sufrir una caída de la bicicleta, todo lo que ha querido transmitirnos en sus páginas. Ese accidente, según cuenta, abrió para él una grieta temporal y le hizo viajar al “mundo de las cosas”, fijar la atención en algo concreto, en un objeto hechizante que acabó comprando y llevándose consigo a su apartamento, un espacio casi vacío, con apenas un escritorio y un viejo piano de cola. Un vacío buscado para alejar los ruidos, convocar el silencio, detener la mirada, frente a “las no-cosas, las distracciones informativas que fragmentan nuestra atención”.

La gramola traslada al autor al pasado, le hace recuperar el relato de la música pop de la década de los sesenta y setenta, le lleva a imaginar otros momentos en los que el mundo debió de ser “más romántico y soñador”, le aparta de los espacios virtuales en los que nada se palpa ni se añora. “Hoy, el mundo se vacía de cosas y se llena de una información tan inquietante como voces sin cuerpo. La digitalización desmaterializa y descorporeiza el mundo. También suprime los recuerdos. En lugar de almacenar recuerdos, almacenamos enormes cantidades de datos”, señala el filósofo, centrando los ejes del ensayo que nos ocupa. 

Y más adelante nos dice: “La información falsea los acontecimientos. Se nutre del estímulo de la sorpresa. Pero el estímulo no dura mucho. Rápidamente se crea la necesidad de nuevos estímulos. Nos acostumbramos a percibir la realidad como fuente de estímulos, de sorpresas. Como cazadores de información, nos volvemos ciegos para las cosas silenciosas, discretas, incluidas las habituales, las menudas o las comunes, que no nos estimulan, pero nos anclan en el ser”.

Como os comentaba, estamos ante una filosofía que explica de qué manera nos desenvolvemos en el ahora, de qué modo hemos entrado en una rueda que gira sin parar y nos arrastra. La necesidad de estímulos constantes, define las vidas en las sociedades capitalistas. En ocasiones, simplemente darse cuenta de lo placentero que resulta parar, nos lleva a identificar esa pulsión. Pienso en los más jóvenes, en los adolescentes incapaces de permanecer alejados de sus teléfonos móviles, aburridos en las largas tardes de verano sin actividades. Reflexiono sobre lo mucho que necesitamos aburrirnos, ser capaces de parar el movimiento para prestar atención a lo cercano, a los paisajes de la proximidad. Y también en lo saludable que resulta desconectarse para sentir el propio discurrir, para volver después a mirar el devenir de los acontecimientos sociales, políticos, con mayor distancia y claridad, sin ofuscaciones, identificando los componentes tóxicos para barrerlos de nuestro lado.

«Nos acostumbramos a percibir la realidad como fuente de estímulos, de sorpresas. Como cazadores de información, nos volvemos ciegos para las cosas silenciosas, discretas, incluidas las habituales, las menudas o las comunes, que no nos estimulan, pero nos anclan en el ser», escribe el Filósofo.

La información por sí sola no ilumina el mundo. Incluso puede oscurecerlo. A partir de cierto punto, la información no es informativa, sino deformativa. Hace tiempo que este punto crítico se ha sobrepasado. El rápido aumento de la entropía informativa, es decir, del caos informativo, nos sumerge en una sociedad posfáctica. Se ha nivelado la distinción entre lo verdadero y lo falso. La información circula ahora, sin referencia alguna a la realidad, en un espacio hiperreal. Las “fake news” son informaciones que pueden ser más efectivas que los hechos. Lo que cuenta es el efecto a corto plazo. La eficacia sustituye a la verdad”, argumenta Han, recurriendo a Heidegger y a Hannah Arendt, quienes, a menudo, invocaban la permanencia, la duración y la verdad, que con su firmeza contribuye a estabilizar la vida humana.

Como sucede con cada uno de los ensayos del filósofo, vamos pasando sus páginas con avidez, sintiéndonos identificados con sus indagaciones, cómplices de sus búsquedas. Libro a libro, el autor nos habla de lo que está sucediendo a nuestro alrededor sin que seamos capaces, por la proximidad, por la falta de perspectiva y por el ritmo desenfrenado de los acontecimientos, de reflexionar sobre ello, de darle forma. Reconozco que me he sentido acompañada muchas veces por el autor, capaz de poner palabras a mis impresiones, a mis desacuerdos con los ritmos y las proclamas impuestas, en esos momentos en los que me he sentido fuera de las coordenadas, de los principios y exigencias laborales, sociales.

Me he sentido acompañada, también en este libro que comento, cuando señala: “Hoy las prácticas que requieren un tiempo determinado están en trance de desaparecer. También la verdad requiere mucho tiempo. Donde una información ahuyenta a otra no tenemos tiempo para la verdad. En nuestra cultura posfactual de la excitación, los afectos y las emociones dominan la comunicación” (…) La confianza, las promesas y la responsabilidad también son prácticas que requieren tiempo. Se extienden desde el presente al futuro. Todo lo que estabiliza la vida humana requiere tiempo”.

Byung-Chul Han alude también al tiempo necesario para “la observación atenta y detenida”, a los ritmos largos y lentos que no se adaptan a la manera en que hoy se genera el torrente de información, tras el que corremos “sin alcanzar un saber”. ¿Cómo no sentirme identificada si el propósito que mueve a “Lecturas Sumergidas” es el de ser un espacio de calma y reflexión en la red; si nadamos a contracorriente, desde lo que podríamos llamar las afueras, perseverando en el ofrecimiento de contenidos que requieren dedicación, tiempo: tiempo de lectura, de elaboración, tiempo de espera hasta llegar a lectores comprometidos, que de verdad aprecien este espacio?

Hoy corremos detrás de la información sin alcanzar un saber”, repito la idea del filósofo. “Tomamos nota de todo sin obtener un conocimiento. Viajamos a todas partes sin adquirir una experiencia. Nos comunicamos continuamente sin participar en una comunidad. Almacenamos grandes cantidades de datos sin recuerdos que conservar. Acumulamos amigos y seguidores sin encontrarnos con el otro. La información crea así una forma de vida sin permanencia y duración”

En otras de sus obras el autor ha meditado sobre la uniformización del pensamiento en una actualidad que expulsa lo distinto, lo singular, y promueve lo igual; sobre el imperativo neoliberal de ser felices alejando el dolor y los conflictos; sobre el concepto de transparencia que no únicamente debemos aplicar en lo que respecta a la corrupción y a la libertad de información, sino a la sociedad de la vigilancia y del control, donde nos entregamos voluntariamente a la mirada interesada de Google y las redes sociales, sin ser conscientes de nuestro sometimiento. Muchas de estas ideas aparecen también en No-cosas. “Somos demasiado dependientes de la droga digital, y vivimos aturdidos por la fiebre de la comunicación, de modo que no hay ningún “Basta”, ninguna voz de resistencia”, sostiene. 

La pérdida del misterio, de los enigmas, así como el espacio de los silencios y de lo sagrado, están muy presentes en la obra del pensador surcoreano, quien arremete contra quienes lo confían todo a la inteligencia artificial. Es el pensamiento humano el que puede conseguir engendrar mundos nuevos, diferentes. Es más que cálculo y resolución de problemas, alcanza la “profundidad del oscuro pozo de un enigma”, despeja e ilumina, algo que no puede alcanzar la inteligencia de las máquinas, va argumentando. Y nos pone ante el orden sencillo del mundo que se refleja en las cosas, en la fiabilidad de las cosas, de lo que podemos tocar lejos de la nube digital. Las cosas queridas, no los artículos desechables; los lazos afectivos, no las relaciones superficiales que se generan en las redes.

“Somos demasiado dependientes de la droga digital, y vivimos aturdidos por la fiebre de la comunicación, de modo que no hay ningún “Basta”, ninguna voz de resistencia”, sostiene el pensador en su ensayo «No-cosas. quiebras del mundo de hoy».

“Tanto los rituales como las cosas queridas son polos de descanso que estabilizan la vida. Las repeticiones los distinguen. La compulsión de la producción y el consumo suprime las repeticiones. Desarrolla la compulsión hacia lo nuevo. La información tampoco es repetible. Ya por su breve lapso de actualidad reduce la duración. Desarrolla una compulsión hacia estímulos siempre nuevos. En las cosas queridas no caben estímulos, por eso son repetibles”, transcribo este párrafo que apresa muy bien el espíritu de la entrega que nos ocupa.

Hoy no tenemos tiempo para el otro. El tiempo como tiempo del yo nos hace ciegos para el otro. Solo el tiempo del otro crea los lazos fuertes, la amistad y hasta la comunidad. Es el tiempo bueno”, reflexiona Han, en la estela de Jean-Luc Nancy. Y en otro momento nos dice: “El desastre de la comunicación digital proviene del hecho de que no tenemos tiempo para cerrar los ojos. Los ojos se ven forzados a una continua voracidad. Pierden el silencio, la atención profunda. El alma ya no reza”, un planteamiento en el que se encuentra con Jordi Soler en La orilla celeste del agua

Son muchos los diálogos, como decía anteriormente, que se despliegan en este número de Lecturas Sumergidas. Siempre me parece que hay magia en la manera en que los libros acuden a mis manos, atienden a mis propias búsquedas y cuestionamientos. Llegada a este punto, me planteo que ya es importante reconocerse en los lúcidos diagnósticos de Byung-Chul Han, pero ¿y las salidas? ¿cómo saltar por encima de las tendencias, de las normas e imposiciones, de los usos y costumbres de un ahora uniformado? Tal vez la respuesta esté en la resistencia, en el encuentro de cauces que nos lleven hacia lo que no impera: hacia el silencio, la contemplación, la calma, la atención. Tal vez el camino sea el de la atenuación de los ruidos, el de la práctica de saludables etapas de desconexión. Si somos capaces de establecer nuestros propios ritmos y tiempos; si cada vez somos más quienes queremos y podemos hacerlo; si llegado un punto decimos “basta”, un “basta” colectivo, comunitario, auténtico… Tal vez entonces algo empiece a cambiar. 

Señala el filósofo, partiendo de las ideas de otro pensador, Giorgio Agamben: “Cuando todo se vuelve calculable, la felicidad desaparece. La felicidad es un acontecer que escapa a todo cálculo. Hay una íntima conexión entre la magia y la felicidad. La vida calculable y optimizada está ayuna de magia y, por tanto, de felicidad”. Aquí quiero poner el punto final.

Fotografía por S. Fischer Verlag

No-cosas. Quiebras del mundo de hoy, de Byung-Chul Han, ha sido publicado por Taurus. La traducción la ha realizado Joaquín Chamorro Mielke. 

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