Josep Maria Esquirol: “Otro mundo es posible. Se trata de no dimitir, de no desesperar”

Fotografías © Francesc Melcion

Emma Rodríguez © 2021 /

Es bellísimo el comienzo de Humano, más humano, el nuevo ensayo de Josep Maria Esquirol. En él nos habla el filósofo de “las palabras dulces que cuidan y amparan”; del “canto que cura y enaltece la belleza del mundo”. Los poetas son homenajeados en este libro en toda su amplitud, pues no solo se alude a los creadores de versos, sino a todas aquellas personas que en el camino de la vida son capaces de generar bondad. “Cantamos para celebrar, y cantamos, también, para no tener miedo: para celebrar las cosas de la vida, y para no tener tanto miedo de la muerte”, leemos en las primeras líneas y ya no podemos dejar de seguir pasando las páginas.

Estamos ante una obra que nos devuelve a lo esencial, que nos lleva a plantearnos las preguntas más elementales y saludables para mantenernos en pie, resistiendo ante un presente cargado de incertidumbres. Estamos ante una obra que nos consuela porque nos lleva a reconocer que la fragilidad no es algo que deba vencerse, sino aceptarse. Aceptar las heridas de la existencia, aceptar el sufrimiento por los males del mundo, por las penalidades propias y ajenas, como paso fundamental para desarrollar una vida buena, con sentido.

Esquirol sigue ampliando el campo abierto con sus títulos anteriores: La resistencia íntima y La penúltima bondad, un territorio que participa de un lenguaje propio, de un vocabulario esencial: intemperie, afueras, proximidad, reencuentro, repliegue del sentir, resistencia, juntura, canto, compañía, herida infinita… Un espacio cuidado, bellamente cultivado, lleno de diálogos, atravesado de calidez y claridad, que se convierte en una especie de faro para alumbrar las zonas de penumbra, para ayudarnos a encontrar equilibrios, armonías, a juntar el cielo y la tierra, el día y la noche, lo grave y lo ligero. Incluso en los momentos en los que la meditación se vuelve más elevada, aguarda siempre un recodo de cotidianidad, de acercamiento, de comprensión, en el que reconocernos.

Paso a paso, este catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona, director del grupo de investigación Aporia, destinado a analizar las relaciones entre filosofía y psiquiatría, va acometiendo un trayecto que, frente a la cultura del exterior, de lo superficial, de lo banal, de la apariencia y el consumo, que marca los entornos de los hombres y mujeres del siglo XXI, se vuelca en los adentros y propone búsquedas y salidas más esperanzadoras, atentas a la provisionalidad del vivir, a su celebración pese a todo. Paso a paso va levantando el autor una “filosofía sin lujo”, al servicio del “actuar” y del “orientarse” en un trayecto de crecimiento constante a través de las edades.

«HUmano, más HUmano» es una obra que consuela porque lleva a reconocer que la fragilidad no es algo que deba vencerse, sino aceptarse. aceptar el sufrimiento por los males del mundo, por las penalidades propias y ajenas, como paso fundamental para desarrollar una vida buena, con sentido,

Amar es el principal infinitivo de la vida. Y no hay nada más radical que este verbo” , nos dice, animando en todo momento a compartir, compartir el pan, el canto, el mundo… Se trata de ser más humano, de intensificar lo humano, de no avergonzarse de las debilidades, de las vulnerabilidades, sino de partir de ellas como energía, como camino de construcción y espera, de reflexión profunda, de cultivo del pensamiento transformador, capaz de cambiar la dirección de la vida. He aquí la reivindicación de un recorrido que desmonta tantos argumentos de fuerza, de dominio, de superioridad sobre los otros, de mediciones basadas en el tener, no en el ser. 

Os aseguro que resulta altamente estimulante seguir la ruta, la lectura, que propone Josep Maria Esquirol. Del mismo modo que una larga caminata nos oxigena, que una inmersión en el mar o una subida a una montaña, nos desintoxica de actualidad, nos libera, Humano, más humano tiene la capacidad de apartar estorbos, de limpiar la mirada para llevarnos a ver lo que de verdad importa. Cálida y consoladora, como os decía, esta obra recobra preguntas que nunca deberíamos dejar de hacernos acerca de lo que somos y de lo que nos motiva, de lo que nos nutre y nos ofrece sentidos. 

Hay unos párrafos iniciales del ensayo que resultan muy significativos para entender su posicionamiento, su punto de arranque en el hoy para provocar un impulso, para desplegar las alas e imaginar otros rumbos. Paso a transcribirlos, como preludio al intercambio de preguntas y respuestas mantenido con el autor a través de correo electrónico.

Todo el mundo sabe por propia experiencia que, poco o mucho, las personas podemos equivocarnos. Pero también las civilizaciones se equivocan, y no hace falta recurrir a ejemplos antiguos: la nuestra hace tiempo que ha perdido el norte –o tal vez nunca ha conseguido seguirlo muy bien–. Desde hace un par de siglos vivimos bajo la insistente retórica del progreso y, sin embargo, las víctimas no han dejado de acumularse escandalosamente en las cunetas. El siglo XX ha mostrado que lo peor –la barbarie más extrema en forma de violencia totalitaria– es aún más posible –y más probable– de lo que nunca había sido. El gobierno del mundo continúa demasiado lleno de banalidad y de intereses particulares. Y, entre todos nosotros, tras haber tratado la tierra como almacén de recursos, éstos ya casi los hemos agotado y aquélla la hemos degradado a depósito de desechos. Mientras tanto, la transformación tecnológica de la sociedad, en complicidad con el consumismo, actúa sobre nosotros a modo de narcótico y amenaza secretamente con arrojar todo por el despeñadero”.

Para hallar el norte y seguirlo, serían necesarios cambios tan radicales como improbables. Pero nunca hay que desistir, sino al contrario, conviene resistir desde el propio rincón. Tal vez solo sea posible una contribución modesta, pero todo cuenta. Así, por ejemplo, en momentos de gran desorientación, urge el esfuerzo por centrarse en lo más nuclear, y por obrar bien”.

“Todo el mundo sabe por propia experiencia que, poco o mucho, las personas podemos equivocarnos. Pero también las civilizaciones se equivocan, y no hace falta recurrir a ejemplos antiguos: la nuestra hace tiempo que ha perdido el norte…»

Dado que, a pesar de la proliferación de teorías de todo tipo, la comprensión de nosotros mismos nunca había sido tan escasa, para hallar el norte podría ayudarnos entrever que el humano, de raíz, está más vinculado con la responsabilidad radical que con el poder; que una civilización más humana lleva a hacer del mundo una casa más que a salir de la casa para dominar el mundo; que una cultura más humana no es una cultura miedosa ni nihilista sino la que sabe que no hay fuerza más intensa que la que se conjuga con el sentido. En la debilidad, en lo humano, en la vulnerabilidad… en este “demasiado” que, en verdad, es un más, late el pulso de la verdad”.  

Hay en Humano, más humano un concepto esencial que define todo el trayecto de Josep Maria Esquirol, “filosofía sin lujo”, también denominada “filosofía de la proximidad”, una filosofía que reivindica el abrazo, la sencillez, lo cotidiano. ¿Se siente acompañado por otros pensadores en este trayecto o tal vez se encuentra demasiado solo?

– La vida es un diálogo. El pensar es un diálogo. Nadie se sostiene en pie sin los demás, y nadie piensa sin los demás. Tengo a mis referentes, a mis “amigos”: Sócrates, Epicteto, Francisco, Patočka, Weil, Levinas… Y luego a otros amigos más discretos. Siento la compañía de todos ellos.  

¿Cree que gran parte de la filosofía actual está demasiado endiosada? En el ensayo se refiere a los filósofos idiotas, los ensimismados, aislados. ¿Hasta qué punto rehuye, se distancia, de los filósofos subidos en sus torres de marfil, alejados de los problemas de la sociedad, de las personas? ¿Debe la filosofía tocar tierra, acercarse a la gente corriente?

– Hay diversas versiones de lo inauténtico; siempre las ha habido: sofística, intelectualismo elitista… Hoy, una de las que más domina tiene la forma del academicismo: “investigaciones filosóficas”, “revistas filosóficas de impacto”, “especializaciones”… Todo esto está bien siempre y cuando no desconecte de la vida misma, es decir, de las personas.

 – Una filosofía sin lujo debe estar al servicio del actuar, del orientarse”. ¿Le consta que su trabajo promueve, ayuda, a esa orientación? ¿Cómo nos puede orientar, ayudar, la filosofía, en este mundo cada vez más falto de certezas, más sumido en el ruido, en la frialdad, en el imperio de las estadísticas? 

– Evidentemente, lo que quiero es ayudar a que haya más experiencia del sentido y, por lo tanto, de la orientación. Otra cosa es hasta qué punto lo consigo. Recibo bastantes muestras de agradecimiento y esto es una buena señal, además de un regalo. Y sí, el contexto actual es bastante inquietante: acelerado y homogéneo. Eso no ayuda a vivir con sentido. Por eso, un poco de sentido es ya mucho. 

Foto por Francesc Melcion.

Cada uno de los libros de Josep Maria Esquirol es como un peldaño más en un trayecto trazado. Humano, más humano, reúne y amplía las búsquedas de La resistencia íntima y de La penúltima bondad, por citar sus títulos más cercanos. ¿Entiende su obra como una exploración personal, se corresponde cada uno de esos peldaños con el propio avanzar, con el descubrimiento constante? ¿Qué aporta esta última entrega a las anteriores? ¿De qué manera dialogan?

– Entiendo que el pensar es un camino, como la vida. Y en el camino del pensar uno recorre tramos diversos. Por eso creo que la propuesta filosófica que planteo tiene unidad: se trata del mismo camino. Eso sí, procuro que a cada tramo vaya enriqueciéndose. También me gusta la imagen de la constelación: una propuesta filosófica es una constelación de conceptos. Mi constelación está formada por conceptos como intemperie, resistencia, repliegue del sentir, bondad… En mi último libro, añado: inicio increíble, curvatura poiética… 

¿Dónde se sitúan ahora mismo sus búsquedas? Dirige un grupo de investigación, Aporia, dedicado a las relaciones entre filosofía y psiquiatría. Parece muy interesante. ¿Dónde se establecen los puentes entre ambas disciplinas? ¿Qué pueden aprender la una de la otra? ¿Se enriquecen mutuamente?

– Podría decirse que la propuesta filosófica que vehiculo con mis últimos libros es una antropología filosófica, es decir, una comprensión de lo humano. Desde hace ya algunos años que vengo presentando y compartiendo esta propuesta en ambientes médicos, y especialmente, con psiquiatras. El resultado es muy bueno: me dicen que esta comprensión de lo humano ayuda a entender determinadas situaciones y refuerza algunas de las prácticas y tratamientos que ya tenían. De ahí que hayamos formalizado esto para darle cabida en el mundo universitario. Tenemos seminarios mixtos de filósofos y psiquiatras, tenemos psiquiatras jóvenes que están haciendo su tesis doctoral en filosofía, organizamos un congreso internacional cada dos años, etc. 

Estamos cada vez más afectados por problemas de salud mental, aunque cueste aceptarlo. La depresión, la frustración, el malestar, la insatisfacción, marcan las vidas de los ciudadanos del siglo XXI. Los ansiolíticos son la salida, la respuesta habitual a todos estos conflictos. La pandemia ha acentuado los miedos, la angustia. ¿Somos una sociedad enferma? ¿Hay cura, esperanza?

Vivir no es fácil. Por eso la droga forma parte de la historia de la humanidad. Pero la evasión continua no es buena. Hay que tener la fuerza y la confianza suficientes para hacer frente a la dificultad de la vida y a las “dificultades”. Creo que la filosofía -el pensar- debe contribuir a esa confianza. De ahí que se hable del sentido. Y me parece que, paradójicamente, obtenemos cierto sentido cerca de la profundidad que nos constituye. La experiencia que los seres humanos hacemos de nuestra propia profundidad, de lo que tradicionalmente se ha llamado misterio, nos ayuda a resistir y alimenta nuestra esperanza. Por el contrario, cuando nos comprendemos a nosotros mismos de manera superficial o cuando creemos que lo humano es algo perfectamente explicable, que no tiene ningún tipo de misterio, ocurre que nos debilitamos, y secretamente la angustia crece. Me parece que el malestar de la sociedad contemporánea, con muchísimas depresiones, y con una necesidad continua de evasión, tiene que ver con esto: con la dimensión unidimensional y plana, y con la ausencia de hondura y de misterio. 

Al plantearle la pregunta anterior soy consciente de que toda su obra gira en torno a esto, es una propuesta de recordatorio de lo esencial, de lo que debemos tener presente para desarrollar vidas mejores, más intensas y despiertas. Si algo nos queda claro cuando se leen sus ensayos es que el camino que se está siguiendo no es el más acertado.

– No, el rumbo de la civilización contemporánea no es bueno. Por eso hablo de “resistencia”, y de que el esfuerzo por mostrar que otra comprensión de la vida y otra manera de vivir merece la pena. 

«Me parece que el malestar de la sociedad contemporánea, con muchísimas depresiones, y con una necesidad continua de evasión, tiene que ver con la dimensión unidimensional y plana, y con la ausencia de hondura y de misterio». 

En su último ensayo se nos invita a mirar de otro modo y a entender que debemos reconocernos en la vulnerabilidad y la fragilidad, porque nos hace más humanos . ¡Qué liberador resulta! La sociedad, el entramado capitalista, nos encamina hacia lo contrario, nos empuja a despojarnos de debilidades para ser más productivos, más competitivos… 

– Lo que intento mostrar es que en lo más hondo de nosotros mismos no está tanto una capacidad o un poder, como el hecho de quedar conmovido. A eso, a esta posibilidad de quedar conmovido, se la ha llamado simbólicamente corazón, o también fibra sensible. Por eso, la pregunta que mejor apunta a ello no es ‘¿de qué somos capaces?’, sino ‘¿qué nos pasa?’. La pregunta que mejor permite entender lo que somos, no es relativa a nuestras capacidades sino a lo que nos pasa, a aquello con respecto a lo cual somos sujetos pasivos, no activos. Y, sí, esto contrasta con la ideología que domina actualmente, centrada en la competitividad y el desarrollo indefinido. 

– En Humano, más humano hay un llamamiento a intensificar la profundidad de lo humano ahora que precisamente empiezan a soplar los vientos del transhumanismo, una corriente que asocia la evolución y el progreso a un futuro dirigido por la inteligencia artificial. ¿Considera que tiene camino o que podremos resistir desde nuestra tan humana fragilidad?

– Creo que el problema más gordo no viene con el desarrollo científico-tecnológico, sino con la ideología que lo acompaña. Esta ideología, como ya decía Marx, es como una droga que nos evade. Hoy hablamos demasiado del futuro, cuando lo que necesitaríamos es hablar más de nuestro presente y de hacer frente a los problemas tan graves que tenemos. El transhumanismo forma parte de esta ideología evasiva. Sí, tal vez alguien pueda creer que iremos “más allá de lo humano”. Pero será muy triste que este viaje a ninguna parte se haga a costa de quedarse corto en humanidad.   

– En ese ser más humanos entra, por supuesto, el refuerzo de la solidaridad, de los cuidados, de la empatía con los otros. Entra el ser más conscientes de la necesidad de alianzas, de compromiso con todos los seres vivientes, con el planeta. Podemos verlo como un ideal, pero yo hablaría de una urgencia, porque el cambio climático ya está aquí, no forma parte de una película, de una serie de ciencia ficción. Es la realidad. ¿Por qué nos está costando tanto despertar? ¿Es posible actuar por encima de los gobiernos para promover los cambios necesarios?

– Las inercias son fortísimas y los intereses que las acompañan, más todavía. Sé que los conceptos que manejo y que constituyen la constelación de la proximidad (amparo, repliegue del sentir, cuidado, etc.) no son hoy los más llamativos, sin embargo, lo importante es empeñarse en hacer las cosas bien, a pesar de que sean intempestivas. A veces lo intempestivo es capaz de generar una buena resistencia y, en cualquier caso, hacer las cosas bien y procurar hacer el bien tiene mucho sentido y esto es lo que cuenta. 

Foto por Francesc Melcion.

La productividad como meta, la competitividad, la avaricia, nos empobrecen como personas y destruye el planeta, “ensucia y en lugar de crear mundo, aumenta la inmundicia, el no mundo”, leemos en Humano, más humano, donde también se dice: “Faltan más poetas y obreros de mundo”. ¿Cómo explicarlo a los lectores no familiarizados con su obra, con su lenguaje?

– Como ahora mismo decía, una propuesta filosófica es la creación de una constelación conceptual y hay que ir entrando en ella poco a poco. En mis libros procuro acompañar este acceso. Uno de los conceptos clave que manejo es el de “juntura”. A menudo hacer las cosas bien significa haber sido capaz de juntar sin confundir. Esto es, por ejemplo, lo que hace la buena poesía. Pero es igualmente lo que hace cualquier persona que consigue que en el mundo haya más belleza y más bondad. Estas personas son poetas de mundo. Hacen que el mundo sea más mundo (no casualmente mundo-cosmos significa harmonía-belleza-juntura).

– Ser humanos significa vernos como seres que sufren por todo y por todos. Es una idea esencial, porque a partir de ahí, de esa constatación, podemos emprender un camino distinto.

– Sí, en efecto. Comprender de forma distinta, es ver las cosas de forma distinta. Y ver las cosas de forma distinta lleva a actuar de forma distinta. En realidad, el cambio empieza ya antes. Comprender de forma distinta es ya un cambio decisivo de la situación. 

«A menudo hacer las cosas bien significa haber sido capaz de juntar sin confundir. Esto es, por ejemplo, lo que hace la buena poesía. Pero es igualmente lo que hace cualquier persona que consigue que en el mundo haya más belleza y más bondad. Estas personas son poetas de mundo».

– ¿Qué relación tiene Josep Maria Esquirol con las tecnologías, con las redes sociales? ¿Cuáles le parece que pueden ser sus aportaciones y cuáles sus peligros?

– Tengo ordenador y teléfono móvil, utilizo internet… pero no las redes sociales. Pese a ello no las demonizo. Vivimos en la era de la tecnología. Simplificando un poco, diría que los peligros esenciales vinculados con la tecnología son de dos tipos. El primero, muy evidente, viene dado por el hecho de que el cambio tecnológico viene asociado a una concepción del “progreso ilimitado” que se está mostrando claramente incompatible con los equilibrios ecológicos más fundamentales. El segundo tipo de peligro, menos evidente, tiene que ver precisamente con nuestra capacidad de comprender. En el fondo, el dominio de la tecnología no es sólo ni principalmente la proliferación de los aparatos y de los sistemas, sino la extensión de una manera de ver y de entender las cosas. Ahora bien, en la cosmovisión técnica la hondura de lo humano, y la hondura del mundo desaparecen. Es cuando la mirada técnica deviene hegemónica que todo se empobrece. Pero subrayo: el problema no es intrínseco a esa mirada sino a su hegemonía. 

– Cuando en su obra se refiere a “caminar despacio, sin ignorar los obstáculos, las dificultades y las luchas, que de ninguna manera pueden ni deben evitarse”; cuando habla de “cortar la maleza para que entre la luz”; de seguir el camino del pensamiento de forma perseverante; de buscar hacer el bien y obrar bien, todo parece sencillo, pero fuera de las páginas de su ensayo aguarda la realidad…

– Todo cuesta. Pero no creo que mi discurso sea evasivo y dulzón. Explico que hay que resistir ante lo que poco a poco nos disgrega o nos aniquila. Hablo también de lo que cuesta unir bien; de la poética de la juntura. Pero cuando, con paciencia y perseverancia, conseguimos unir bien, damos lugar a lo que nos alimenta física y espiritualmente. Y creamos mundo. 

 – ¿La desconexión, la lentitud, el silencio, son hoy los grandes lujos?

– No podemos aislarnos del contexto social que tenemos, y, por lo tanto de lo que en él domina: la conectividad, la aceleración… Pero sí podemos hacer que ese dominio no sea total. La resistencia consiste en guardar espacios de silencio y de lentitud, de reflexión y de calma, de compañía y de proximidad…

– ¿Encuentra indicios esperanzadores de que puede haber salidas? ¿Cabe algo de espacio para el optimismo?  A muchas personas, entre las que me cuento, nos ha resultado desalentador comprobar que ni siquiera una experiencia tan desgarradora como la pandemia de Covid-19 parece haber sido capaz de incitar el deseo colectivo de cambiar de rumbo, hacia sociedades más solidarias, más encaminadas hacia la justicia social. Puede que aún las señales no sean evidentes, puede que los grandes cambios lleven muchísimo más tiempo, transcurran de manera subterránea… ¿Qué opina? 

La esperanza está en la buena gente. Es cierto que también hay mucha frialdad, y mucha indiferencia, e incluso mucha maldad. Pero por todo el mundo hay personas buenas y generosas, que procuran hacer las cosas bien y hacer el bien. Esa experiencia real es la base de toda esperanza. 

¿Teme una regresión? ¿Seremos capaces de hacer frente a los movimientos fascistas que vuelven a emerger en Europa?

– No hago pronósticos. Lo importante es responder ya hoy mismo a las exigencias de la situación, y entre ellas a esa inquietante proliferación de la frialdad y del mal. 

– Resistencia es una palabra clave en su obra. ¿Cómo ser un resistente en pleno siglo XXI? También se refiere a la “conspiración del desierto”… Y a la intemperie, a las afueras…

– Sí, lo dices muy bien. Esta es la expresión con la que indico la resistencia que nos conviene. La “conspiración del desierto es la unión de las personas que comparten una misma inspiración, un mismo anhelo. Que se solidarizan con las víctimas del pasado y que confían en que nada está perdido. 

Foto por Francesc Melcion.

¿Qué decirles a los resignados, a los que aseguran que no hay nada que hacer para mejorar las sociedades en las que vivimos? Yo cada vez me encuentro con más gente que opina de este modo. Incluso un gran porcentaje de jóvenes parece asumir que lo único que les queda es adaptarse al sistema, encontrar trabajo… ¿Dónde está la imaginación? 

– Lo primero: concebir el futuro como algo inexorable, como una fatalidad, es dejar vencer a lo que hoy mismo nos está dañando. Otro mundo es posible. No se trata de ser optimista. Se trata de no dimitir, de no desesperar. Evidentemente, la gente joven tiene que ganarse la vida y adaptarse a lo que hay. Pero jóvenes y no tan jóvenes tenemos la responsabilidad de ya hoy mismo dedicarnos de una manera u otra (cada uno verá cómo) a ir cambiando la situación. La utopía es un trabajo de la imaginación. Y la imaginación la podemos alimentar cada día del mundo mirando atentamente la juntura de tierra y cielo, leyendo un buen libro o conversando con un amigo. 

– ¿Qué decir a quienes sostienen que todos los males están en la política, a los que no participan, a los que ni siquiera votan? ¿Cómo defender a la democracia de todo lo que la golpea?

– La política es todo lo relativo al “nosotros” de la vida humana. Por eso no debemos reducirla a los actuales sistemas de representación y de poder. Creo que la conspiración del desierto es una revolución política silenciosa, que sabe que la democracia no es una realidad sino un ideal que hay que mantener. 

Amar es el principal infinitivo de la vida”, leemos en un ensayo que indica un camino claro, el de las comunidades fraternas. ¿Por qué resulta tan complicado seguir ese rumbo? 

– Como ya decía Platón, “las cosas bellas son difíciles”. Pero, sin duda, todo esfuerzo para que tengan lugar merece la pena. La comunidad fraterna es el horizonte más bello y dotado de sentido que podamos tener. Nada mejor, pues, que mantenerlo abierto a pesar de todas las dificultades. 

«Como ya decía Platón, “las cosas bellas son difíciles”. Pero, sin duda, todo esfuerzo para que tengan lugar merece la pena. La comunidad fraterna es el horizonte más bello y dotado de sentido que podamos tener».

Es indudable que la educación resulta fundamental. Si pudiera influir en el sistema educativo. ¿Qué enseñanzas incluiría?

– No “incluiría” nada más. No se trata de ir hinchando el currículum de nuevos contenidos y de nuevas asignaturas. Se trata de cambiar la “filosofía” que actualmente sustenta el sistema educativo. Tengo la intención de escribir un libro para expresar la dimensión educativa de la filosofía de la proximidad

Si queremos conocernos mejor es necesario que entendamos la dramática de las heridas infinitas: la de la vida, la de la muerte, la del tú y la del mundo. En Humano, más humano, hay páginas absolutamente esclarecedoras al respecto, pero me gustaría, para terminar, como invitación a que los lectores acudan al ensayo, que me conteste, a modo de resumen, a esta última pregunta: ¿Cómo acercarnos a cada una de esas heridas, cómo partir de ellas para seguir avanzando?

– En tu pregunta está ya la respuesta. De lo que se trata es de acercarse a lo más profundo de nuestro ser. Pensar es aproximarse. Herida infinita significa que algo infinito nos afecta y nos traspasa de pies a cabeza, hasta tal punto que determina nuestra manera de ser como humanos. Pensar es aproximarse y así ir comprendiendo que estamos afectados por el abrazo de la vida, por el roce de la muerte, por el regalo del tú y por el misterio del mundo. Tal aproximación se convierte ya ella misma en una actitud atenta, que a la vez cuida y crea.

Humano, más humano. Una antropología de la herida infinita, de Josep Maria Esquirol, ha sido publicado por la editorial Acantilado, sello en el que también se encuentran sus títulos La resistencia íntima y La penúltima bondad

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