Rémy Oudghiri, Tras los pasos de quienes se atreven a “huir del mundo”

Imagen cabecera: fotograma de «HAcia rutas salvajes» (Sean Penn)

Emma Rodríguez © 2020 /

Señalaba Marcel Proust que “los momentos dedicados en nuestra infancia a la lectura, cuando nos apartábamos del mundo para leer en un rincón, parecían alejarnos de la vida cotidiana y del mundo real”. Escribía  que “al alcanzar la vida adulta, tomamos conciencia de que en realidad aquellos momentos quizás habían sido los más auténticos y satisfactorios de nuestra vida”. Las palabras del autor de En busca del tiempo perdido son recogidas por el sociólogo francés Rémy Oudghiri en Pequeño elogio de la fuga del mundo, un ensayo que parte del acuciante deseo de huir, de apartarse del mundo, que todos hemos sentido alguna vez. 

Leer, yo me atrevo a decir que no solo en la infancia, sino a cualquier edad, es una forma de huida, pero esta entrega no habla de grandes lectores, aunque sus protagonistas lo sean, ni trata de los alejamientos de lo familiar que proporciona la literatura –aunque también–, sino de personalidades del ámbito de la cultura, reales y también ficticios, que han hecho realidad ese anhelo de apartarse, de alejarse, de adquirir otra identidad o de acoplarse al ser más profundo, el que nada debe a la sociedad y sus reglas e intereses.

Hay una gran conexión entre este libro y el de Rebecca Solnit, El arte de perderse, que también forma parte de este número de Lecturas Sumergidas. Ambas entregas parten de búsquedas similares, pero la de la autora americana es mucho más abarcadora y arranca de la propia biografía, aunque da cabida a historias diversas; mientras que la que nos ocupa bucea en los periplos existenciales de otros desde la distancia. Ambas entregas participan de la necesidad de cambiar, de cambiarnos como personas –descubrirnos otros– y de modificar lo cotidiano, el entorno, dando la oportunidad a un nuevo tipo de vida. Me pregunto, al hilo de todo esto, si hay épocas más propicias a la huida, si el presente que vivimos, donde tan interconectados, y a la vez tan vulnerables, nos sentimos, aumenta la necesidad de apartarnos. Me pregunto si hoy sigue siendo posible huir del control, desaparecer. Y me asomo a esta “Ventana” con la imaginación puesta en nuevos horizontes, convencida de que los sueños son también otra manera de fuga. 

El autor de este ensayo recurre a una encuesta realizada en 2012 que revela que un 37% de los franceses sueña con “dejarlo todo y partir a la aventura”. Y, según la misma fuente, uno de cada cinco de los encuestados, declara querer vivir lo más lejos del mundo. “Es un signo de los tiempos”, señala el sociólogo, quien también apunta que más de doscientas mil personas se inscribieron en 2013 como potenciales viajeros a Marte, en el marco del proyecto «Mars One» para la futura colonización del planeta. Resulta muy significativo, da que pensar. Lleva a plantearnos hasta qué punto nos oprimen y resultan insatisfactorias las sociedades capitalistas. 

Huir del mundo, nos dice Rémy Oudghiri, cuya trayectoria ha estado siempre muy atenta a los cambios de estilos de vida, es “una idea que muchos contemplan y algunos evocan en sus libros, pero que casi nadie se atreve a llevar a la práctica”. Y más adelante argumenta: “Huir del mundo no resulta nada fácil; de hecho es la acción más difícil de todas. Porque no se trata solo de salir del mundo, también hay que saber resistir a la tentación de volver a él. Resistirse a los demonios que de todas partes nos asedian en cuanto ponemos un pie fuera de nuestras ciudades”.

Huir del mundo, nos dice Rémy Oudghiri, cuya trayectoria ha estado siempre muy atenta a los cambios de estilos de vida, es “una idea que muchos contemplan y algunos evocan en sus libros, pero que casi nadie se atreve a llevar a la práctica”.

Santos y eremitas, dispuestos a dejarlo todo para rendir culto a lo divino, participaron en tiempos remotos de la fascinación de la fuga. Nuestro autor los recuerda y evoca los retiros espirituales en los monasterios. En épocas más recientes acuden a nosotros imágenes de hippies, contestatarios, devotos de la naturaleza y nuevos cultivadores de lo rural. “La ensoñación de la huida atraviesa los siglos”, señala el sociólogo, a quien lo que realmente le interesa es “sondear las razones por las que esa fascinación perdura hoy en día, en nuestras sociedades modernas”, cuando, según observa, “la tentación de la huida es un tema recurrente en las conversaciones”.

Marchar a países lejanos en busca de parajes naturales; romper con el “sistema”; aspirar “a llevar una vida más simple y frugal”, son algunas de las formas de manifestarse de ese deseo. “Ahora que se ha vuelto casi imposible librarse de formas universales de control electrónico”, cuando “vivimos permanentemente conectados, localizables y geolocalizados, estudiados y analizados, la huida vuelve como tema de actualidad”, argumenta el autor en las páginas introductorias de su ensayo. Y se refiere al llamamiento a la sobriedad de Pierre Rabhi, otro de los protagonistas de Lecturas Sumergidas, “porque la huida del mundo tal vez represente el último recurso para quienes aspiran a proteger su intimidad y llevar una vida independiente”.

En su condición de sociólogo Oudghiri podría haber recurrido, como nos dice, a entrevistas, sondeos y estadísticas, para realizar sus pesquisas, pero ha preferido viajar al fértil territorio de la literatura, un espacio desde el que indagar en lo desconocido e incierto. Sus diez protagonistas, con sus aventuras diversas, nos ofrecen claves y respuestas. El recorrido empieza con Petrarca y concluye con Pascal Quignard. Entre ellos nos acercamos a Rousseau, Tolstói, Flaubert, Paul Gauguin, Emmanuel Bove, Simenon, Le Clézio y el joven Christopher McCandless, seguidor de Thoreau y protagonista de una película sobre su devenir, Hacia rutas salvajes, dirigida por Sean Penn. 

Partiendo del mismo desafío, cada aventura es distinta, convirtiéndose la entrega en un inspirador conjunto de caminos de evasión, algunos más liberadores y afortunados que otros. Petrarca, que ya en el siglo XIV, mostró una honda preocupación por el tema del apartamiento, hasta el punto de escribir una obra titulada Tratado de la vida solitaria, donde se refiere “a las más memorables huidas de la historia occidental”, es el primer caminante y muestra su rechazo por las multitudes y las ciudades; el afán por “vivir lejos de los fastos palaciegos y de la agitación” urbana. 

El poeta aborrece el conflicto y “la inquietante sensación de vivir a la deriva” que ofrecen las grandes poblaciones. Para él, como indica Oudghiri: “la multitud somete a dura prueba a cada individuo que aspira a ser dueño de sí mismo y a vivir con sensatez y moderación (…) La multitud es apasionada. Se deja llevar sin esfuerzo. Siente fascinación por el destello de las apariencias, nunca por el fulgor de la verdad. Acude atraída siempre por lo que brilla. Es gregaria, conformista, borreguil, tiene el juicio en los talones. Es tan dócil que se deja vencer fácilmente por las mentiras. En las ciudades, la influencia que la multitud ejerce sobre las ideas hace que los ciudadanos no puedan nunca tomar decisiones por su cuenta, sino siempre atendiendo al más “bello aspecto”, es decir, sometiéndose a quien dispone del fácil voto de las mayorías”. 

No son pocas las reflexiones que despierta Petrarca con sus palabras. Quienes se lo estén pensando y busquen argumentos de peso para abandonar la urbe, harían bien en leer su Vida solitaria, donde se dedica “página tras página a levantar la imagen de la ciudad como ámbito de la hostilidad suprema”; donde llega a decir que los centros urbanos “están habitados por “sombras” de humanos, no por humanos reales”.

PARA PETRARCA «LA MULTITUD ES APASIONADA. SE DEJA LLEVAR SIN ESFUERZO. SIENTE FASCINACIÓN POR EL DESTELLO DE LAS APARIENCIAS, NUNCA POR EL FULGOR DE LA VERDAD. ACUDE ATRAÍDA SIEMPRE POR LO QUE BRILLA. ES GREGARIA, CONFORMISTA, BORREGUIL…»

Cada camino de huida nos proporciona, como decía, claves, enseñanzas, inspiraciones. Rémy Oudghiri explora los sentidos de cada aventura existencial y se hace preguntas. “Huir. De acuerdo. Pero ¿dónde?”, se pregunta. Y escucha al poeta comparando al “hombre activo” (que vive en la ciudad, en medio de la multitud) con el “hombre solitario” (en el campo, lejos de la agitación). Le habla de los solitarios que se toman su tiempo, de la búsqueda de la pureza, imposible para los seres atareados. Le hace comprender que, en su caso, “no se trataba de huir para alejarse del mundo, sino para acercarse a él”

Su ideal podría resumirse como una huida del “falso mundo”, lo que supone alejarse lo más posible de sus espejismos para acceder al “mundo verdadero” (…) un mundo sometido a un único monarca: el espíritu (…) Ser uno mismo es tener la capacidad de cultivarse, disponer de tiempo y capacidades para ello. El principal beneficio de la huida ensalzada por Petrarca no es otro que la cultura…”, expone el ensayista, quien destaca que el clásico fue “un humanista antes de tiempo”. 

“Cada vez que se retiraba a leer”, nos dice, “lo que hacía era integrarse en una comunidad, pequeña por el número de sus miembros, pero grande por su ambición: la comunidad de sabios y letrados que, de siglo en siglo, departe incesantemente sobre el destino de la humanidad”.

Retrato de Francesco Petrarca (Arezzo, 1304 – Arqua, 1374).

Cada uno de sus protagonistas invita a Oudghiri a meditar sobre el presente, y en este caso su reflexión es obvia: los ciudadanos de hoy en día, enredados en obligaciones profesionales, no tienen tiempo de profundizar en sí mismos, en el sentido de sus actos y en lo que realmente quieren hacer. “La sensación de estar en el lugar correcto, la impresión de participar en algo sin creer en ello, eso que Belinda Canonne ha descrito como el “sentimiento de la impostura”, es algo que podemos enfrentar y rechazar. Nadie está condenado a vivir todo el tiempo como si fuese un desconocido. Más aún, no estamos condenados a ignorar quienes somos”, nos dice el sociólogo.

Y toma la mano de Rousseau para seguir indagando en todas estas cuestiones, porque los motivos de huida del autor de Las confesiones, son muy parecidos a los de Petrarca. Su historia de fuga del mundo, empezó un 9 de abril de 1756. A la edad de 43 años abandonó París rumbo a los bosques de Montmorency. “Ese día reconoció en su huida la condición de felicidad”, relata Oudghiri, quien alude a su innato “amor natural por la soledad” –según su propia denominación–. Amor por la soledad que el sociólogo relaciona con su gran amor siempre por “la libertad” (en su concepción, la aptitud “no tanto para hacer lo que quiero cuanto para no hacer lo que no quiero”) .

En su retiro, Rousseau se dedicaba a “sus actividades preferidas: pasear, leer, entregarse a la ensoñación”. Autodidacta e independiente, para ganarse la vida decide dedicarse a copiar partituras, un trabajo que le permite pasar el resto de su tiempo entregado al estudio y la creación. La lectura de su inspiradora entrega Las ensoñaciones del paseante solitario es el mejor acercamiento a sus convicciones y a su modo de vida. Una y otra vez el pensador hace hincapié en su “incapacidad para participar en la comedia humana”.

En su retiro en Los bosques de Montmorency, a los que marchó con 43 años, Rousseau se dedicaba a sus actividades preferidas: pasear, leer, entregarse a la ensoñación.

Rousseau no rehuía las conversaciones por temor al ridículo, sino por abominar de la mentira. En sociedad, los hombres dejan de portarse con normalidad y se dedican a aparentar. Sus simulaciones no tienen fin. La sociedad es el reino de la “falsificación”. Nada de lo que allí acontece es verdadero. Sus miembros desempeñan funciones que no han escogido personalmente, y se alejan así de lo que son o podrían llegar a ser…”, voy leyendo.

El autor de Pequeño elogio de la fuga del mundo se detiene en otro aspecto importante en la personalidad del creador, su desencanto. “A pesar de las muchas experiencias vividas, no había encontrado a un solo ser con un corazón tan “afectuoso”, “apasionado” y “sensible” como el suyo; un ser con quien compartir sus inclinaciones, alguien que se pareciera a su persona...”, nos dice.

Rousseau deja el mundo para “poder conocerlo mejor”. Encuentra en la escritura la mejor manera de acercarse a la verdad, a la autenticidad. El retiro le permite dedicarse a la ensoñación, tan acorde a su espíritu. La fuga, como señala Oudghiri, le permite rescatar “su ser más profundo y feliz”. Su devenir tiene mucho que ver con el de Gustave Flaubert, que también huyó del mundo y se refugió en el campo, “en el nido familiar”, con apenas 23 años, para dedicarse enteramente a la creación. “Soy un ser insociable. Razón por la cual rehúyo la sociedad. Y me encuentro divinamente”, le hizo saber por carta a su amiga George Sand.

Jean-Jacques Rousseau.

El autor de Madame Bovary, “se negó pronto a todo: a acabar sus estudios, a abrazar una carrera, a casarse, a intervenir en el mundo. Desde muy temprano, sus problemas de salud lo llevaron a vivir retirado en una casa que su padre había comprado, en 1844, en Croisset, cerca de Ruan (…) El patrimonio familiar le permitiría vivir de rentas la mayor parte de su vida…” voy pasando las páginas de este capítulo que nos habla de la vida contemplativa, que renuncia a la acción, que abomina de los asuntos prácticos (para el escritor incluso publicar suponía un problema por las obligaciones que conllevaba, por su implicación en la vida social).

Detrás de su retiro voluntario, late su desprecio por la realidad. Esta es una de las principales razones de su irresistible tendencia a huir del mundo. Flaubert necesita huir porque el mundo le “repugna”. En la raíz de su rechazo está la impresión de que carece de sentido. Desde su más temprana juventud está convencido de la inutilidad de todas las cosas…”, argumenta el autor del ensayo que nos ocupa. Como Rousseau, Flaubert también era un hombre desencantado, profundamente pesimista acerca de la vida y de los hombres. La sociedad del siglo XIX, marcada por el utilitarismo, “dejaba poco espacio para los soñadores”, apunta Oudghiri. Los ciudadanos de su época “habían dejado de escrutar el cielo de las ideas, no los movía la búsqueda de la belleza. Las preocupaciones materiales los arrojaban a la tierra, y el poeta-albatros, antiguamente ensalzado, se había vuelto objeto de escarnio en manos de la muchedumbre”.

Y es precisamente en ese espacio desdeñado, el de la escritura y el arte, donde el escritor encontró su destino, su realización, lejos de las vanidades y los movimientos de sus contemporáneos. En su caso, el arte fue un refugio, una torre de marfil que le permitió un tipo de vida casi monacal, una manera de huir de las vilezas del mundo, de detener el tiempo. Repasando las páginas a él dedicadas pienso que quienes pisan el territorio de la creación tienen el privilegio de poseer, en mayor o menor medida, un espacio de fuga; aunque muchas veces el ansia de éxito, de enriquecimiento, de visibilidad, sobre todo en el presente que habitamos, despoja a ese espacio de autenticidad, de pureza.

Detrás deL retiro voluntario DE FLAUBERT late su desprecio por la realidad. necesita huir porque el mundo le “repugna”. En la raíz de su rechazo está la impresión de que carece de sentido.

La extrema terrenalidad que tanto dolía a Flaubert, a Rousseau, es actualmente mucho más acuciante, y no hace falta ser artista para sentir que nos falta algo, la búsqueda espiritual, el ritmo sosegado para seguir contemplando los cielos y extasiarnos todavía ante las estrellas. Tal vez ahí, en esa necesidad interiorizada, tan oculta hoy, radique ese deseo que todos hemos sentido alguna vez de huir. Desde esta “Ventana”, con vistas a un jardín surcado por pequeños pájaros cantores, me atrevo a decir que las fugas no necesariamente son espectaculares, que no siempre van unidas a un cambio de geografía; que muchas veces nos retiramos del mundo sin grandes aspavientos, simplemente tomando rutas a contracorriente, frente a lo establecido, en nuestra vida diaria.

No es el caso de Paul Gauguin, otro de nuestros caminantes, quien sí hubo de hacer el equipaje y marchar muy lejos. Su ejemplo es el de sucesivos abandonos provocados por una gran vocación, la pintura. Lo primero que hace es dejar su empleo en un banco para dedicarse a los pinceles, como señala Rémy Oudghiri, una primera huida del respetable mundo de las finanzas. Y después protagoniza una fuga del mundo occidental, con sus convencionalismos en todos los ámbitos, también, por supuesto, el artístico. 

En las islas de la Polinesia Gauguin descubrió un entorno salvaje. Libre de las ataduras de la vida burguesa, pudo llevar a cabo experiencias “radicales” y halló su propio estilo, descubriendo sus potencialidades creativas. Ese rincón alejado de lo familiar, de lo cotidiano, era “un paraíso individualista y hedonista, (…) un festín para los sentidos no menos que celebración para el espíritu y el arte. Los cuadros que pintó durante su estadía expresan su verdadero ser, porque allí no necesitó fingir, valerse de simulacros, apoyarse en trucos. Solo tenía que pintar un único retrato, el verdadero rostro del ser humano: el de sus orígenes”, argumenta el ensayista.

El periplo de Gauguin, como el de Flaubert, representa la huida hacia el refugio del arte, y es la historia de un viaje interior, transformador, hacia el encuentro con el ser auténtico. En realidad, todos los protagonistas de Pequeño elogio de la fuga del mundo, viven experiencias transformadoras, toman decisiones impulsadas por el deseo de búsqueda, de renuncia a lo establecido, de cambio. El capítulo dedicado a Simenon alude a uno de los temas que animan la obra del creador del detective Maigret, el ansia de “una buena porción de los hombres” por cambiar de piel.

Georges Simenon (1981).

Rémy Oudghiri se centra en una de las novelas del escritor, La huida, de 1945, la historia de un privilegiado miembro de la burguesía que un día decide huir de todo lo que ha vivido y gozado; la experiencia de un personaje, Norbert Monde, que abandona lo conocido, para, lejos de las formalidades, de las obligaciones, de las comodidades, “cambiar para siempre su concepción del mundo”. Un mundo al que regresa transformado, convertido en otra persona.

El protagonista de Simenon expresa, como señala el autor de este ensayo sobre la fuga, las ganas que podemos llegar a sentir de “salir y dejarlo todo: trabajo, familia, hijos, obligaciones de todo tipo…”, en definitiva, el deseo de modificar la forma de vida radicalmente. Normalmente ese anhelo se queda ahí, no rebasa las líneas de la imaginación. En el caso de Monde, del que tantos lectores podemos sentirnos cómplices, “la experiencia duró sólo tres meses”, tres meses que le bastaron para “revelar lo esencial”.

La huida y las revelaciones que la acompañan constituyen una experiencia irreductible, incomunicable, capaz de cambiar para siempre la vida del fugitivo (…) Rompe la superficie para hacer que brote el corazón oculto de las cosas”, argumenta el sociólogo francés, quien en otro de los capítulos vuelve al universo de la ficción, a la historia de Charles Benesteau, el protagonista de El presentimiento, una novela de Emmanuel Bove, publicada en 1935 y adaptada al cine por Jean-Pierre Darrousin en 2006. De nuevo, la literatura afronta el tema de la huida del mundo de los ricos para hallar un tipo de existencia más humilde en el que dar cabida a valores como la bondad.

Benesteau decide un día abandonar su respetable vida de privilegios, para “vivir anónimamente y en soledad”. A través de sus peripecias, de sus revelaciones, Bove novela una historia de conversión en cuyo fondo late el anhelo de retirarse del juego social”, algo en lo que coinciden la mayor parte de los caminantes del ensayo del que os estoy hablando. El protagonista de la novela acaba descubriendo que los enredos, los conflictos de su vida burguesa, se reproducen cuando convive con los más humildes, pero “el retorno a la simplicidad, tiene la virtud de volver obsoleta la búsqueda de la fama y la cacería de honores”, nos  dice Rémy Oudghiri .

En la novela «La Huida», de Simenon, el protagonista abandona lo conocido, para, lejos de las formalidades, de las obligaciones, “cambiar para siempre su concepción del mundo”.

En su opinión, la novela de Emmanuel Bove confirma que “lo más importante es vivir en conformidad con uno mismo, que es imperativo deshacerse de cualquier forma de impostura”. Y, al mismo tiempo, nos anima a la búsqueda de la serenidad, en la medida de lo posible al margen de la agitación constante del mundo.

Ya fuera de la ficción, nos encontramos con Tolstói, con la última etapa de su periplo vital. Pareciera que estamos dentro de una novela, pero la huida del escritor ruso fue real. “En la noche del 27 al 28 de octubre de 1910, el autor de “Guerra y paz”, con sus ochenta y dos años a cuestas, abandonó de repente la finca familiar de Yásnaia Poliana, donde habían transcurrido los años más felices de su vida. La huida que emprendió esa noche duró solo cuatro días y acabó en la pequeña estación de Astapovo, donde la muerte encontró al escritor la gélida mañana del 7 de noviembre de 1910”, relata el ensayista. 

Y a partir de ahí empieza a plantearse preguntas sobre las motivaciones de esa huida, preguntas que a lo largo del tiempo han mantenido muy ocupados a los biógrafos del célebre autor. Oudghiri recurre en todo momento a un libro sobre esos cuatro sorprendentes días del escritor italiano Alberto Cavallari, según el cual para Tolstói no había nada más importante que poder alcanzar “aunque fuera una sola vez en su vida, la suprema libertad, que para él era la del ser despojado de todas sus pertenencias, la del alma emancipada del peso de la tierra”.

Cuando pensaba que haber nacido rico y provisto de un título nobiliario en un país tan grande y tan pobre, lo embargaba un malestar insoportable. Sin embargo, hasta la noche de marras no había sido capaz de reunir el valor necesario para dar el paso definitivo...”, voy pasando las páginas de este apasionante capítulo que nos habla de la búsqueda del sentido de la vida, de la paz interior, hasta el final. 

A medida que avanza, el recorrido del libro, se va volviendo más cercano en el tiempo. Resulta muy revelador el trecho dedicado al joven Christopher McCandless, una figura prácticamente desconocida hasta la película sobre su vida de Sean Penn, Hacia rutas salvajes (2007). Su historia, de nuevo, es la de alguien que lo tiene todo y decide abandonarlo en busca de una vida más auténtica. Seguidor de las enseñanzas de Henry David Thoreau, a quien leía con devoción, al igual que a Emerson, Jack London y Tolstói, McCandless se sentía “afligido por la pobreza espiritual de la vida contemporánea” y rechazaba “su lógica, inseparable de la sociedad de consumo”.

Su postura fue radical, su historia transformadora y trágica. Tras los pasos del autor de Walden, con apenas 22 años –en la década de 1990– quiso buscar su bosque particular, quemó sus documentos de identificación; adoptó otro nombre y desapareció para partir de cero, adentrándose en las tierras salvajes de Alaska para “redescubrir las condiciones de vida de los primeros hombres sobre la Tierra”, para hacer realidad su sueño de “encontrarse solo en el mundo”

No logró sobrevivir más allá de tres meses, pero, como señala Rémy Oudghiri, “este trágico desenlace no debería empañar el carácter liberador de su huida (…) Consiguió vivir durante semanas de acuerdo con sus principios. Había descubierto una vía sin duda peligrosa, pero también liberadora, capaz de aproximarlo a un mundo más verdadero que el que hasta entonces había conocido”.

Son muchas las vertientes de la huida, sus significados, sus conclusiones. El sociólogo francés sostiene un diálogo muy interesante con todos sus caminantes. Cada uno de ellos le ayuda a meditar sobre las contradicciones del presente. Otro de sus referentes es el Premio Nobel francés Jean-Marie Gustave Le Clézio, autor del Libro de las huidas, quien, tanto en su obra como en su vida, ha optado por el alejamiento de las sociedades de consumo. El escritor, una especie de nómada de nuestros días, que vive entre Francia y México, habla en sus libros de la necesidad de “huir de una sociedad que a menudo recuerda una cárcel” y rechaza, a través de sus personajes, “un modelo de vida capaz de considerar poco menos que virtudes la acumulación, el exceso, la proliferación de actividades”.

Jean-Marie Gustave Le Clézio.

También en nuestros días, otro escritor, Pascal Quignard, ha optado por mantenerse al margen de la sociedad. En él se reúnen las búsquedas de Petrarca, de Flaubert, de Rousseau…  “Soy un intelectual al que le gusta leer en su rincón. Así era antes, así soy ahora, así seré siempre. En ello reside toda mi dicha”, ha escrito. A sus palabras recurre Rémy Oudghiri para iniciar el capítulo sobre su persona, con el que concluye el camino de fugas propuesto. 

Como en otros de los ejemplos citados, tanto reales como ficticios, un día Quignard dejó todas sus ocupaciones: en la editorial Gallimard y en otras prestigiosas instituciones y se retiró a vivir en “un rincón oculto del mundo”. “Su actitud no pilló por sorpresa a casi nadie, sus lectores la conocían por hallarse en todos sus libros”, apunta el ensayista, quien realiza un sugerente recorrido por la inclasificable obra del escritor, autor de una serie de novelas englobadas bajo el título de El último reino. Una obra en la que apetece sumergirse (entre los muchos méritos de este ensayo está el de abrir las puertas a universos literarios que, al menos en mi caso, no he explorado aún). 

“Soy un intelectual al que le gusta leer en su rincón. Así era antes, así soy ahora, así seré siempre. En ello reside toda mi dicha”, Ha dicho el escritor francés Pascal Quignard, quien ha optado por mantenerse al margen de la sociedad.

Quignard demuestra en sus escritos que el mensaje tan actual, tan propio de la autoayuda y de las técnicas de “coaching”, de “ser uno mismo”, de descubrir nuestro “yo auténtico”, de “realizarnos”, es una engañifa. “Es su rechazo de estos artificios, quizás, el aspecto más revolucionario de su obra. Una obra que, en vez de decirnos que tenemos que “encontrarnos”, como hacen los modernos gurús, sugiere que haríamos bien en perdernos”, expone Oudghiri. 

Quignard piensa que el secreto de una vida auténtica consiste en no aceptar nunca ser reducido a alguna identidad” ; considera que “la soledad es una de las vías que conduce a una vida feliz” y “se siente próximo a los que han roto los vínculos con la sociedad, a los rebeldes, frutos sin raíz ni tierra, sin reglas, sin filiación, sin reconocimiento (…) Seres que optaron por seguir vías desconcertantes, al menos a ojos de la sociedad, pero que quizás son las más excitantes”. 

En compañía de Pascal Quignard, autor también de un curioso ensayo que tiene mucho que ver con todo lo expuesto, Sobre la idea de una comunidad de solitarios, el sociólogo vuelve a la imagen de la lectura como apartamiento del mundo, tal cual lo expusiera Proust. Con él acaba Rémy Oudghiri este camino, sin duda estimulante, lleno de senderos. Pero aún tiene tiempo, en un epílogo final, de seguir planteando preguntas: ¿Es necesario huir para ser feliz? “El ámbito de la imaginación constituye un refugio ideal”. Las ficciones y los sueños son buenas guaridas contra los embates de un presente complejo, en sociedades de la competición y de la dominación, “donde nadie está a salvo de sufrir daños psicológicos”.

No todas las huidas son fructíferas, nos indica el ensayista. Huir no consiste en marcharse a otra parte con el traje de los convencionalismos puesto, sin capacidad de despertar, de descubrir. En cualquiera de sus variantes, huir implica que algo se abre: “una puerta, una ventana, un portal, una barrera, una escotilla, una trampa”… Llegada a este punto pienso en las muchas huidas –puentes, salidas, umbrales– que puede abarcar, o no, una vida. Y me pongo a reflexionar a partir de las últimas páginas de este ensayo tan inspirador. Hoy “todos tenemos la misma sensación, la de vivir en un mundo desmenuzado”, faltos de compromiso, imbuidos por la “cultura del narcisismo”.

¿El deseo de huir hoy tiene que ver con la falta de compromisos colectivos? Os animo a encontrar vuestras propias respuestas. Yo podría cerrar esta “Ventana” de muchas maneras, pero me quedo con algo que dice Rémy Oudghiri al final y que tiene que ver con la aspiración a construir sociedades mejores que tanto anima las búsquedas de Lecturas Sumergidas. “La huida tal vez sea la forma de compromiso que mejor se adapta a nuestra época (…) La salida del teatro tecnológico, el rechazo a dejarse atrapar por los supuestos encantos de lo “viral”, las ganas de seguir otra vía que la de una “vox populi” artificialmente mantenida por las redes sociales…” Huir y, al mismo tiempo, entrar en un mundo “donde sea posible tomarse el tiempo necesario para conocerse y conocer a los otros, un mundo en el que nadie deje que le dicten cuáles son sus preferencias”.


Pequeño elogio de la fuga del mundo, de Rémy Oudghiri, ha sido publicado por la editorial Alfabeto. Con traducción de Ana Nuño.

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