Aprender a esperar con Andrea Köhler

Foto: Bosques en Japón © Nacho Goberna

Emma Rodríguez © 2020 / Vivimos esperando, pero no solemos ser conscientes de ello. Son necesarias circunstancias excepcionales, como las de los meses de confinamiento que nos han sumido en la más absoluta perplejidad, para darnos cuenta de la fuerza de la palabra, de todo lo que significa. Recordaremos 2020 y sus alrededores como la época de la pandemia, del dolor, del duelo, de la reflexión y de la espera. Y cuando pase, nos recordaremos esperando, asomados al balcón cada tarde a las ocho para aplaudir a los que nos cuidan. Nos recordaremos esperando el fin, el fin de la pesadilla, con nuestros dramas personales a cuestas, angustiados por nuestra salud y la de nuestros seres queridos; lamentando, llorando las pérdidas y tal vez sintiendo que algo nos ha cambiado por dentro.

Vivimos tiempos de espera, alerta y expectantes ante el devenir, añorando lo que tuvimos, los abrazos espontáneos, esos pequeños detalles y gestos que ahora valoramos como nunca, esos instantes de felicidad que no éramos capaces de percibir, porque, como dice Natalia Ginzburg, “la felicidad siempre parece mentira, es como el agua, y se comprende sólo cuando se ha perdido”. Pese al miedo, a la extrañeza y la vulnerabilidad que nos envuelve, esperamos recobrar esa normalidad de la que tanto se habla y que ahora nos cuestionamos, porque creo que somos mayoría –quiero pensarlo– quienes soñamos con un mundo transformado. Y es que la espera también es soñar y tal vez soñamos con despertar y ser capaces de construir sociedades menos desiguales, menos explotadoras, que pongan por encima de todo la comunión con la tierra, con todas las especies y riquezas naturales del planeta… El sueño puede torcerse y llevarnos en direcciones inesperadas, reaccionarias, aniquiladoras de derechos en nombre de la seguridad, pero eso prefiero dejarlo fuera de esta Ventana.

Todas las reflexiones anteriores me han acompañado mientras leía estos últimos meses, tan extraños, tan duros, novelas como Casas y tumbas, de Bernardo Atxaga; ensayos como Atrapados por Saturno, de Anna Adell y, especialmente, El tiempo regalado, de la autora y periodista alemana Andrea Köhler, que lleva como subtítulo Un ensayo sobre la espera. Era una lectura pendiente que parecía estar aguardando el momento oportuno, el tiempo idóneo. Una obra escrita desde lo que ya es el antes [la versión alemana es de 2007 y ha sido publicado en España por Libros del Asteroide, en 2018], pero que se adapta a las vivencias del ahora y cobra sentido. De hecho, muchos de los libros en los que nos sumergimos estos días nos llegan cargados de claves que muy probablemente no habríamos captado antes, porque estamos a la espera de hallazgos y la mirada se detiene en aquellos aspectos, en aquellas palabras, que nos abren puertas, que interpretan lo que estaba sucediendo, anticipando, lo que ahora experimentamos.

Cacilhas, desembocadura del Tajo © Nacho Goberna

Andrea Köhler construye un relato poético que combina lo cotidiano con lo trascendente. A través de otras lecturas y de experiencias personales, la autora consigue, entre otras muchas cosas, que apreciemos la espera como un tiempo necesario para la meditación y la contemplación; para la lentitud y la pausa que tanto desdeñan las sociedades del neoliberalismo. “Esperar es una lata. Y, sin embargo, es lo único que nos hace experimentar el roer del tiempo y sus promesas”, nos dice al comienzo del recorrido. Esperar en el andén; esperar el resultado de un diagnóstico; esperar el paso de las estaciones; esperar una oferta de trabajo; esperar el amor y la muerte… Todo es espera y, mientras permanecemos confinados, la espera lo es todo, adquiere tintes extremos. “Esperamos a que cese el dolor, a que nos encuentre el sueño o se aplaque el viento...”, voy leyendo las primeras páginas. 

Andrea Köhler construye un relato poético que combina lo cotidiano con lo trascendente. A través de otras lecturas y de experiencias personales, la autora consigue, entre otras muchas cosas, que apreciemos la espera como un tiempo necesario para la meditación y la contemplación.

El que sabe esperar sabe lo que significa vivir en el condicional”, señala Köhler. “Esperar es propio de toda evolución, ya sea la gestación o la pubertad”, añade. Y nos dice que “el ser humano es un animal que espera y es capaz de anticipar la muerte”; de que en cada despedida hay “siempre una pequeña muerte, o al menos la posibilidad de no volverse a ver”; de que “sin duda, la pausa más misteriosa de nuestra vida es el sueño, que cada noche nos permite ensayar esa espera de la que algún día no despertaremos”. 

De pausas, ritmos y repeticiones” trata este libro absolutamente original e inspirador, que indaga en el drama de la espera y también en la degustación de las alegrías anticipadas, en la esperanza de aguardar dichas venideras. La obligatoriedad de un encierro no es lo mismo que el retiro anhelado para parar el tiempo de la productividad y dedicarnos a actividades que nos resultan placenteras. El tiempo de espera puede ser un regalo, como indica el título de este ensayo, y también un espacio para la incertidumbre en momentos de enfermedad o una tortura, una maldición en escenarios como cárceles, centros de internamiento, instituciones militares.

Todo confinamiento se caracteriza por la retirada de esa disposición que uno tiene sobre los propios ritmos y espacios”, escribe la ensayista, quien también se refiere a salas de espera diversas, asilos, campos de tránsito y oficinas de desempleo, con sus deprimentes arquitecturas, espacios donde se tiene la sensación de que “se trata de domesticar al que espera”. En este punto, Andrea Köhler recurre a Kafka, maestro en el arte de identificar al “hombre administrado”, de narrar el tiempo “absurdamente perdido en el laberinto de la burocracia”. 

Frente a él, la ensoñación del tiempo perdido de Marcel Proust, otra de las grandes referencias de un recorrido donde otros de los acompañantes son Vladimir Nabokov, Roland Barthes, Samuel Beckett, Dorothy Parker, Elias Canetti, Martin Heidegger, Peter Handke… Todos ellos le ofrecen materiales, hilos de los que tirar para ir armando su discurso. La literatura, el arte en general, también es un tiempo de espera. “Sin esa ruptura en el tiempo en la que aparece en la puerta la musa, todo empeño es vano. A la musa no se la obliga. Y, a pesar de todo, hay que preparar el terreno, hay que esperar”.

“Todo confinamiento se caracteriza por la retirada de esa disposición que uno tiene sobre los propios ritmos y espacios”, escribe la Periodista y ensayista Alemana.

Los cambios en la manera de contactar los unos con los otros han modificado las esperas. De ello también se ocupa la autora alemana. No podía ser de otro modo teniendo en cuenta el tema tratado. Las cartas, los teléfonos, los contestadores automáticos; ahora los emails y los mensajes de móvil, nos dan idea del paso del tiempo, que parece transcurrir cada vez a mayor velocidad, sin demoras. Pero, curiosamente, como indica Köhler: “La aceleración de la comunicación no nos ha librado de los padecimientos de la espera. Al contrario, al sincronizarse la expectativa y la velocidad de su cumplimiento, la impaciencia parece haber aumentado. Esto vale sobre todo para las misivas románticas. No solo esperamos una respuesta inmediata, sino que maldecimos lo mucho que se tarda en redactar un correo electrónico”. 

Aledaños de la Torre de Hércules en A Coruña © Nacho Goberna

La ansiedad, la incapacidad de parar, como marcas indiscutibles del presente de las prisas, los intercambios, los viajes; un presente obligado a detenerse a causa de una crisis sanitaria. El tecnologizado mundo de la productividad paralizado. ¿De qué manera cambiará la pandemia y el confinamiento nuestros modos de vida? ¿En qué dirección se moverá todo? ¿Qué sistema sustituirá al capitalismo llegado el momento? ¿Ha llegado? Todas estas preguntas acuden, irremediablemente, mientras leemos este ensayo. Köhler no puede contestarlas. Su libro forma parte del antes, pero sí identifica muchas de las claves de las sociedades cuyo cuestionamiento se ha intensificado en estos meses. 

Podríamos describir la modernidad –en la medida en que cabe concebirla como historia de la movilidad– como un proceso de acortamiento de los tiempos de espera; la técnica trabaja en la eliminación de los intervalos entre tiempos y espacios (…) La manía de ver las horas del día como un presupuesto disponible es producto de una economía mundial de la aceleración, cuyo correlato aparentemente privado es la agenda cuajada de citas…”, vamos leyendo en el capítulo titulado El tiempo es oro, una frase que marca una época donde la pausa es pecado. Una época regida por las conexiones, los tránsitos, los aeropuertos, los trayectos sin fin, los viajes compulsivos. Un devenir donde, como nos dice Köhler, “hasta la nostalgia del hogar es un anacronismo”. 

Hoy la movilidad es la fórmula mágica que en nombre de la flexibilidad laboral ha sometido hasta el espíritu viajero. Pero el viajero que desdeña el tiempo en ruta como molesto tiempo de espera niega el deseo que en el fondo subyace a todo viaje: el de regresar siendo otro. Pues viajar sigue siendo una de las pocas formas de ser en las que el camino puede experimentarse como meta; y sin los afanes del camino muchas veces la llegada se vuelve nimia e insípida”, reflexiona la ensayista.

Los viajes son pausas en el tiempo”, nos dice. Y prosigue: “Hay una forma de estupor propia de la espera, que es parte del viaje. Es necesario saber perderse para tropezar con lo desconocido. Pero la mayoría de nosotros nos hemos convertido ya en esos viajeros apoltronados a los que la agencia entrega un cheque en blanco donde se alinean países y ciudades, tan parecidos entre sí, como una suite del Hilton a otra”.

“Hoy la movilidad es la fórmula mágica (…) Pero el viajero que desdeña el tiempo en ruta como molesto tiempo de espera niega el deseo que en el fondo subyace a todo viaje: el de regresar siendo otro», escribe la autora.

Köhler medita sobre un tipo de vida que estamos viendo saltar por los aires. A excepción de los sanitarios y de otros tipos de trabajadores esenciales, la gran mayoría nos hemos quedado inmovilizados, varados, obligados a trabajar en casa, a relacionarnos de un modo diferente, a detener los viajes. Y en ese tiempo, hemos podido pensar y pensarnos; construir mentalmente otros posibles mundos, menos dañinos con el planeta, más igualitarios. Señala Bernardo Atxaga en la entrevista que publicamos en este número que no debemos decir nosotros, porque no somos la misma gente. Le doy la razón. Habrá personas que piensen que volver a la situación anterior es lo mejor que podría ocurrirnos. Pero a mí me gusta el nosotros, lo suelo utilizar cuando escribo como un puente, un puente que, por supuesto, atravesarán solo los que estén dispuestos, los cómplices, los afines. 

En relación a la naturaleza y al gran asunto que debería ocuparnos, la urgencia climática, la autora de El tiempo regalado nos habla del paso de las estaciones, de los ciclos agrícolas, de las edades de la vida. Nos hemos olvidado de esperar a que algo madure, y casi ni nos importa, nos dice. “Reventar todos los continuos del desarrollo e interrumpir el flujo del tiempo es una de las señas de identidad de la modernidad. Vivimos en un modo encendido-apagado que ha eliminado en gran medida los elementos más importantes de los ritmos naturales. Repetición y variación, ampliación y surgimiento repentino, en pocas palabras: esos intervalos que dan a la vida una melodía han mutado en factores perturbadores...”, señala Köhler. Y constata algo revelador, esencial: “Aunque hayamos adaptado en parte nuestro equipo sensorial al tempo acelerado, los sentimientos conservan la lentitud”.

Y en este punto recurre al cineasta y escritor alemán Alexander Kluge, quien en su obra recalca que “los sentimientos son los “partisanos” que desordenan de manera decisiva el funcionamiento de las instituciones y maquinarias, y constituyen el antiquísimo inventario que nos sirve de brújula”. 

Aledaños de la Torre de Hércules en A Coruña © Nacho Goberna

Necesitamos esperas, duraciones, tiempo para percibir y afrontar las etapas en el camino de la vida. Somos seres en constante espera, hacia la muerte. Necesitamos entender lo que pasa en este mundo amenazante, que pone a nuestra disposición tanta información, tanta mentira, que nos cuesta descifrar sus sentidos, orientarnos. “Pero con la llegada de los medios de comunicación de masas, nuestro aparato sensorial se ha adaptado a esa fluctuación entre sensaciones puntuales en la que muchas veces resulta difícil distinguir lo importante de lo trivial. Dejamos de percibir el mundo en sí para percibir noticias sobre él...”, escribe Andrea Köhler. 

“Aunque hayamos adaptado en parte nuestro equipo sensorial al tempo acelerado, los sentimientos conservan la lentitud”, señala Andrea KÖhler.

Necesitamos horizontes, propósitos, esperas. Si a algo nos conduce este libro es a reconsiderar de qué manera queremos vivir a partir de ahora. Si a algo nos anima es a “aprender a esperar correctamente, es decir, en forma de una espera que piensa y cede simultáneamente, una espera que acepta el curso natural de las cosas, una espera como meditación”.

El propósito de guiar nuestra vida presupone que podamos aprovechar nuestras experiencias y que las circunstancias que nos rodean tengan una duración que nos permita comprender sus procesos de cambio y controlarlas en alguna medida…”, sigo pasando las páginas y me encuentro con la referencia a otro ensayo, Tiempo y finitud, del filósofo Odo Marquard, quien lleva a la escritora a seguir reflexionando sobre cómo “en las autopistas de las aceleraciones excesivas nos topamos con los atascos de nuestra inextirpable lentitud”

Siguiendo los pasos del pensador y su concepto de doble vida temporal, nos dice Köhler: “Nuestra vida es corta y nuestra “piel original” muy fina, somos rápidos y paticojos, atentos y ansiosos, y el estrés que experimentamos al percibir la tensión entre la creciente velocidad del mundo y “los trabajos de reconstrucción cultural” debemos “soportarlo” a poder ser con dignidad e ironía”.

Siempre somos ambas cosas, liebre y erizo, y esta “doble vida temporal nos protege –cual separación de poderes del tiempo– de vivir únicamente con hambre de futuro, aprisa, o despacio, dominados por la lentitud”, prosigue la ensayista en compañía de Marquard. Los capítulos finales de este recorrido, que emprendemos conscientes de su regalo, son una invitación a recuperar la holganza, el bostezo, el asueto, la ociosidad sin culpas.

Parque cercano a la Casa Museo Fernando Pessoa en Lisboa © Nacho Goberna

Andrea Köhler nos anima a ensimismarnos, a construir castillos en el aire, a embarcarnos “en el río de otra temporalidad, en el que no rige el reloj de fichar de la economía diurna”. Y también a practicar la espera que nos depara la lectura. Este ensayo está lleno de lecturas, de diálogos literarios que os encantará descubrir. Y se acompaña de un epílogo del profesor de filosofía español Gregorio Luri, quien se sorprende de lo poco que se ha reflexionado sobre la espera y se plantea una pregunta final: “¿Cómo pensará la espera la inteligencia artificial en el futuro?

El tiempo regalado, como os decía, es un trayecto que nos retrata como sociedad y que nos impulsa a visualizar el trecho hacia adelante y a pensar en la posibilidad de recuperar lo valioso que hemos perdido por el camino. Imposible no leerlo en clave de presente, en inspiración para tiempos ojalá menos acelerados, donde seamos capaces de poner el ser por encima del tener. En esta ocasión he querido abrir esta Ventana hacia otros horizontes, lejos de mí, hacia estampas y pasajes de la espera, enfocados por el objetivo de Nacho Goberna. En tiempos de encierro, salir fuera, recordar, imaginar, esperar volver a los lugares que amamos, sin prisas.

NOTA FINAL: Este artículo quiero dedicarlo a la memoria de mi padre, José Rodríguez Pérez, quien nunca se rindió y me enseñó a esperar los buenos momentos, a disfrutar de los pequeños instantes de alegría, a cultivar, siempre, las vocaciones.

Y también a todos los que han perdido a sus seres queridos en los desgraciados meses de pandemia que vivimos en 2020.

El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera, de Andrea Köhler, ha sido publicado en castellano por Libros del Asteroide. Se acompaña de un epílogo de Gregorio Luri. Ha sido traducido del alemán por Cristina García Ohlrich.

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