María Casares, una mujer libre más allá de Camus

Foto Cabecera: María Casares y Albert Camus. Artículo por Jean-Pierre Castellani © 2019 / 

A María Casares se la conoce y reconoce hoy en día más como la amante de Albert Camus que como la gran actriz que fue en la Francia de la posguerra. El éxito de su  epistolario con Camus, publicado en noviembre de 2017, por la editorial Gallimard, que reúne 865 cartas, la mayor parte cruzadas, reunidas en un volumen de 1300 páginas (Albert Camus-Maria Casarès, Correspondance 1944-1959, Avant-Propos de Catherine Camus, Gallimard, 2017), curiosamente no traducido de momento al castellano, ha tenido una doble consecuencia, algo paradójica: por una  parte, ha reforzado y reactualizado esa fama de amante de Camus pero, por otra, ha confirmado la riqueza intelectual y humana de esa relación, otorgando a la actriz de origen español, nacida como María Victoria Casares Pérez, una condición mucho más compleja que la de querida clandestina. La lectura de las cartas de Casares nos recuerda y nos prueba que fue, ante todo, una mujer  libre, independiente, que supo desarrollar una gran carrera artística en un país que no era el suyo, al mismo tiempo que vivió una aventura muy intensa con Camus.

La joven actriz y su relación con Camus

María Casares

María Casares y Albert Camus se conocieron por casualidad, en marzo de 1944, en casa del escritor Michel Leiris, y se hicieron amantes el 6 de junio del mismo año, día del desembarco de las tropas americanas en Normandía. Ella tiene 21 años y él 30. Camus está casado desde 1940, pero vive solo en París porque su mujer Francine se ha quedado en la ciudad argelina de Orán y volverá a la capital en septiembre de 1944,  para dar luz en septiembre de 1945 a sus gemelos: Catherine y Jean.  

Camus ya era un autor reconocido, había publicado obras como El revés y el derecho (1937) y El extranjero (1942); formaba parte del Comité de lectura de la editorial Gallimard y desempeñaba un papel de novelista y de intelectual comprometido, destacando su participación activa en la prensa clandestina contra el ocupante alemán, con sus columnas en el periódico de Resistencia Combat y en otras publicaciones.

Por su parte, María Casares era una joven actriz, una promesa del teatro de la época. Ya había trabajado en varias obras con Jean Marchat y Marcel Herrand, dos figuras importantes de la escena que dirigieron para ella, desde 1942 a 1944, piezas como Deirdre de los dolores, de John Millington Synge; El viaje de Teseo, de Georges Neveux, y Solness el constructor, de Henrik Ibsen.

Hija de republicanos españoles –su padre es Santiago Casares Quiroga, abogado,  ex Jefe de gobierno bajo la Presidencia de Manuel Azaña, que tuvo que dimitir el 18 de julio de 1936 con el golpe del general Franco–, María nació el 21 noviembre de 1922 en La Coruña (Galicia). Realizó sus estudios en un colegio de su ciudad natal y luego en Madrid, donde había empezado ya a hacer teatro. La familia se refugió en París en noviembre de 1936, instalándose en un hotel de la rue de Vaugirard. La joven María siguió estudiando en el Liceo Victor Duruy, donde aprendió el francés. Casares ha contado con muchos detalles y una gran sensibilidad su trayectoria tan singular en su autobiografía Résidente privilégiée (Fayard, 1980): su infancia en La Coruña, los años de residencia en Madrid antes de la Guerra Civil, la salida para París en 1936, a los 14 años, y su nueva vida en Francia, país en el cual va a permanecer hasta su muerte en 1996, a los 74 años. El título de sus recuerdos es una referencia evidente a la tarjeta de residente en Francia, otorgada por el gobierno francés a los refugiados, a partir de 1945, que ella recibió al serle concedida la nacionalidad francesa, en 1975. Volverá a España en 1976 para interpretar El adefesio, de Rafael Alberti, logrando triunfar, por fin,  en su país de nacimiento.

Con muchos detalles y una gran sensibilidad, María Casares cuenta en su autobiografía su infancia en La Coruña, los años en Madrid antes de la Guerra Civil, la salida para París en 1936, a los 14 años, y su nueva vida en Francia.

En 1989 consiguió el Premio Molière a la mejor actriz de teatro y fue nominada a los César. Recibió del gobierno francés el Premio Nacional de Teatro, y en España, la Medalla al Mérito de Bellas Artes. Obtuvo el Premio Segismundo de la Asociación de Directores de España. También se le concedió el título de hija predilecta de La Coruña y la medalla Castelao. En 1996, María Casares aceptó que los premios de teatro de Galicia llevaran su nombre.

María Casares, con Albert Camus a su derecha y a la izquierda el actor Jean-Louis Barrault

En su día, el encuentro con Albert Camus representó para su nueva vida en Francia un cambio radical. Al mismo tiempo que estudiaba, había entrado en contacto con el mundo teatral de París, primero por medio de una pareja de actores de origen español, Pierre Alcover y su esposa Colonna Romano, que le aconsejaron entablar una carrera en el teatro. Ingresó en el Conservatorio Nacional de arte dramático y siguió las clases del famoso Curso Simon, donde se enseñaba teatro. Su madre, Gloria Pérez, murió en París en 1945 y su  padre, también en el exilio en París, en 1950.

Después del fallecimiento de Camus, en 1960, Casares se compró una casa, por primera vez en Francia, en agosto de 1961, el caserón de la Vergne, en el pueblo de Alloue, con su amigo André Schlesser, con quien finalmente se casó. Ambos también compartieron domicilio en la calle Assouline, en el XIV distrito de París, confirmando el destino de perfecta parisina de Casares, que se había vuelto francesa, a pesar de sentirse siempre muy española. Schlesser murió en Saint-Paul-de-Vence, en febrero de 1985, y sus hijos dejaron a Casares la parte de la finca que era  suya. María Casares murió en noviembre de 1996. Está enterrada en el cementerio de Alloue, al lado de su marido. Como testimonio de su agradecimiento a la Francia que la acogió, la actriz, que no tuvo hijos, donó al pueblo de Alloue el terreno y el caserón de La Vergne. Desde entonces, el lugar es una activa sede de conferencias y de actos culturales, bajo el nombre de “La Casa del Actor”, cumpliendo de este modo con la voluntad de Casares. 

Condecorada con la Legión de Honor, Casares recibió el cotizado Premio Molière en 1989, por su papel en Hécube, de Eurípides. Fue también una gran actriz del cine francés de los años 40, formando parte de películas de éxito como Les Dames du Bois de Boulogne (Robert Bresson, 1945); Les Enfants du paradis  (Marcel Carné, 1945); La Chartreuse de Parme (Christian Jacques, 1948) y Orphée ( Jean Cocteau, 1949).  Trabajó con los mejores actores de la época: Gérard Philippe, Jean Marais, Jean Vilar, Jean Louis Barrault, Michel Bouquet, Serge Reggiani, Jean Servais. Su testimonio es muy útil para alguien que se interesa por la historia del teatro contemporáneo.

Con Camus la relación fue doble: laboral y amorosa. Se entabla  durante los ensayos de El malentendido en 1944, obra en la cual Casares interpreta el papel de Martha. Hay que decir que Camus fue su gran amor, pero que no se debió a él el lanzamiento de su carrera de actriz, si bien la facilitó en una primera fase, con papeles importantes en obras como El malentendido (1945), El estado de sitio (1948) y Los Justos (1949). El nacimiento de los hijos de Camus, en 1945, interrumpió la relación, provocando una primera ruptura entre ellos. Cada uno vivió, a partir de ese momento, su propia carrera.

María Casares

Camus publicó La peste en 1947 y más adelante muchos textos de gran éxito. Ella interpretó papeles cada vez más importantes como Romeo y Julieta, de Jean Anouilh (1946); los Paravents, de Jean Genet (1966), o Quai Ouest, de Koltès (1986).  A partir de ese momento trabajó con los mejores directores franceses como Jean Vilar, Julien Bertheau, Jacques Copeau… Fue una de las primeras en apostar por el Festival de Avignon, donde interpretó el papel de Lady Macbeth. Su carrera prosiguió con la interpretación de obras de Sartre, Anouilh, Cocteau y Genet, entre otros.    

En 1948, Camus y Casares vuelven a encontrarse, naciendo entonces una relación apasionada que va a durar 12 años, o sea hasta la muerte de Camus, en enero de 1960. En ese año el autor había acabado la redacción de El primer hombre, libro muy importante para él, de carácter autobiográfico, al cual se refiere varias veces en sus cartas a Casares, dando cuenta de lo liberado que se sentía al rematar ese proyecto que tan a pecho se había tomado, de la euforia que se había apoderado de él tras dar por concluido el trabajo. El último día de su vida el escritor había comprado un billete de tren de regreso a París, pero después de la marcha de su mujer, que volvió antes que él a la capital, se decidió a aceptar la propuesta  que le hizo el editor Michel Gallimard de regresar a la ciudad en coche en su compañía. 

En 1948, Camus y Casares vuelven a encontrarse, naciendo entonces una relación apasionada que va a durar 12 años, hasta la muerte del escritor en enero de 1960, año en el que había culminado «El primer hombre», libro autobiográfico del que da cuenta en sus cartas a la actriz.

La carta de Camus del 30 de diciembre de 1959, que iba a ser el último mensaje entre ambos, le llegó a Casares, por culpa del accidente de coche en el cual iba a morir el escritor, el 4 de enero de 1960.  Sí, se iba a encontrar con María Casares, una vez más. Pero esa no fue la última carta que escribiera Camus. La última, también con fecha de 30 de diciembre de 1959, iba dirigida a otra de sus amantes, la actriz Catherine Sellers, quien la publicó con posterioridad. En las dos misivas, hay como una premonición de la muerte, aunque hay que tener en cuenta que Camus experimentó siempre una obsesión por una muerte prematura, condenado por sus pulmones enfermos desde adolescente, circunstancia que le obligó a dejar la práctica del fútbol y le impidió presentarse a una oposición de profesor de filosofía. 

No asistieron al funeral de Camus en Lourmarin ni Casares ni Sellers. En cambio, estuvieron su esposa Francine, su hermano Lucien, sus editores, unos amigos escritores como René Char, Emmanuel Roblès, Jules Roy, Jean Grenier, Gabriel Audisio y mucha gente humilde de la región. Los jugadores del equipo local de fútbol fueron los que llevaron a hombros  el ataúd de Camus hasta el cementerio.

El epistolario, pasión y complicidad

Albert Camus ( a la dcha.) y María Casares a su lado.

La relación entre Casares y Camus fue caótica, a menudo clandestina, pero ardiente, con altos y bajos, rupturas y reencuentros, una carrera incesante hacia el otro. Las cartas cruzadas entre ellos fueron recogidas por el poeta René Char, amigo íntimo de Camus, su vecino en el sur de Francia, quien regaló a María Casares las de su puño y letra. La actriz se quedó con ellas durante la mayor parte de su vida. La hija de Camus, Catherine, cuando murió su madre en 1979, decidió dejar su trabajo de abogada y a los 35 años hacerse cargo de la gestión de la obra de su padre y de la recuperación de sus textos inéditos. Ella fue responsable, por ejemplo, de la publicación en 1994 del manuscrito de El primer hombre, considerado por la crítica literaria  como uno de sus textos más originales del autor,  y de una nueva edición de sus Obras Completas en la prestigiosa colección de La Pléiade (2006). Llevando a cabo ese trabajo, se atrevió a pedir, en 1979,  una entrevista a María Casares, aprovechando una función de la actriz en el sur de Francia. Se acercó a ella, se hicieron enseguida amigas. Podemos imaginar ese encuentro emocionante entre la hija de Camus y la ex amante de su padre.  María Casares necesitaba entonces dinero para mantener la mansión de lujo que había comprado en 1961 y le propuso a la heredera venderle las cartas que cruzó con Albert Camus desde el 6 de junio de 1944 hasta el 3 de septiembre de 1959.

Son cartas muy íntimas, confesionales, de una gran calidad literaria. No creo que se hayan quedado en el tintero otras cartas. Él, con su estilo denso, estructurado, y su voluntad de seducir, se afana por convencer  a su amante de que la quiere y la necesita. Ella, muy entusiasta, ingenua, sincera, prolífica, escribe como habla, de modo espontáneo, directo, caótico, sin reparos. Son cartas esencialmente de amor. Un amor clandestino por la condición de hombre casado de Camus y por la fama que pronto van a alcanzar los dos, en la literatura y el teatro respectivamente. Un amor de gran intensidad, pero que no se puede concretar a menudo por los compromisos de ambos, y también por la enfermedad de Camus, que tiene que retirarse para curar esos pulmones que desde siempre le han complicado la vida.

Hay temporadas en las que se escriben de modo obsesivo, en las que se llegan a mandar varias cartas a lo largo del día y de la noche. La lentitud del correo aumenta ese frenesí epistolar, impensable hoy con la irrupción del correo electrónico y las llamadas por WhatsApp. El intercambio configura un género en sí mismo, entre la correspondencia tradicional, el diario íntimo, el relato de viajes, el cuaderno de escritor o de actriz, la poesía erótica…

María Casares

Son también documentos muy valiosos  sobre el mundillo literario de la época y el del teatro, a lo largo de esos 12 años de complicidad y pasión. Hay una gran teatralización en la manera en que se pone de manifiesto la relación. La mejor prueba de ello es que, desde que se publicaron las cartas en 2017, se han adaptado varias veces y con éxito al teatro, tan propicias a las tablas por su carácter de diálogo permanente, sincero, obsesivo. Camus se revela a menudo como un hombre solitario, angustiado, dolido por la enfermedad, pero decidido a construir su obra a pesar de sus dudas frecuentes. Y se muestra en todo momento muy enamorado de ella.

Hay temporadas en las que se escriben de modo obsesivo, en las que se llegan a mandar varias cartas a lo largo del día y de la noche. La lentitud del correo aumenta ese frenesí epistolar, impensable hoy con la irrupción del correo electrónico y las llamadas por WhatsApp.

Casares, por su parte, confirma que tiene la pasión del teatro clavada en el cuerpo, que su vida entera está dedicada a la interpretación en los escenarios o a lecturas de textos en las cadenas de radios. Su actividad es espectacular, no para.  Se sacrifica por él, se preocupa por la salud de la esposa engañada. Pero no abandona nunca su carrera artística. Trabaja en el teatro por la noche, lee textos dramáticos o poéticos en radios por la tarde, da numerosas entrevistas. Su entrega a la interpretación anima todos sus movimientos. Se ocupa del decorado de su casa, de sus muebles, de la salud de su padre, de la suya, de sus flores, comunica la lista de sus deberes, dividida entre su vida exterior y la interior. Lee mucho, siguiendo los consejos de Camus: Proust, Stendhal, Yourcenar, Mann, Gide. Tiene una intensa vida social, siempre disponible para sus amistades; conoce a muchos compañeros de trabajo, a alguno de los cuales retrata a veces con ferocidad. Se preocupa mucho por la reacción del público, en cada función; juzga sin piedad su propio trabajo o el de los otros actores. Cuenta sus estancias solitarias cerca del mar en Lacanau o los viajes a Rusia o a América dentro de sus maratonianas giras. También se detiene a relatar sus paseos por París, ciudad que siempre la cautivó. Son las suyas cartas largas, detalladas, verdaderos diarios íntimos.          

Los dos amantes dan la impresión, a través de su epistolario, de que viven en una burbuja aislada, lejos de los acontecimientos históricos que los rodean. Camus asume compromisos públicos, de los que da cuenta en cartas enviadas a otras personas, pero las que dirige a Casares se centran en su amor, su obsesión por ella, su deseo de verla y de amarla. Hay muy pocas alusiones a la postguerra en los años 45; a la Guerra Fría o a la invasión de Hungría en 1956, así como a la guerra de Argelia, que fue tan importante para Camus y que vivió como un drama personal a partir de 1954.

El año 1950 marca un clímax en su relación amorosa, por la cantidad y la intensidad de los mensajes,  con un total de 275 cartas cruzadas. Luego, en los años siguientes, baja el ritmo, pero nunca disminuye la calidez de una relación cómplice, nunca decae el cariño.

Camus es una figura importante de la literatura universal y todo lo que contribuye a su conocimiento es de agradecer. Sus cartas son un autorretrato muy valioso. En cuanto a María Casares, otra de las cosas que llama la atención es que nunca olvidó sus orígenes. En sus cartas habla mucho de sus raíces gallegas y por eso, entre otros muchos motivos, creo que al público español le tiene que interesar el epistolario entre dos personas  de gran nivel intelectual, prodigiosas en sus ámbitos de creación: una actriz de las mejores del siglo XX y un escritor galardonado con el Premio Nobel, figura insuperable de la producción francesa contemporánea.   

María Casares

Casares fue una de las más grandes actrices de su tiempo, pero se sabe que la fama de las intérpretes de teatro es fugaz, mientras que sus papeles en el cine permanecen más en la memoria colectiva. El mérito de esta correspondencia con Camus es ofrecernos también una historia emocionante del teatro francés de posguerra, a través de la detallada y pintoresca narración que despliega de todas sus aventuras teatrales y de todos los contactos que entabló con los mayores actores y directores de su época, de los que dibuja sabrosos retratos.        

En años atravesados de sinsabores y dudas existenciales, morales y políticas, Camus creó Los Justos para el teatro. Corría 1949 y confío a Casares el papel principal, contando, en docenas de cartas, muchas anécdotas ocurridas en las funciones. Terminó El hombre rebelde en 1951, habiéndole transmitido a ella las controversias en torno al texto. Reúne sus crónicas en Actuelles (1953), y planea desde 1951 el gran libro que será El Primer Hombre, sobre el que regresa a menudo, refiriéndose a este proyecto como «el monstruo que yo acumulo en este momento» (1959). Completa La caída en 1955, cuyo título original era, según lo que le dice a Casares, ¡El grito! Y sigue adelante preparando Calígula (1945), El Exilio y el reino (1957) y la adaptación de Los endemoniados (1959).

Casares fue una de las más grandes actrices de su tiempo, por lo que sus cartas ofrecen una historia emocionante del teatro francés de posguerra, a través de la detallada y pintoresca narración de sus aventuras teatrales y de sus contactos con los mayores actores y directores de su época.

Casares es la receptora benévola y cómplice de estos proyectos, porque Camus la hace conocedora de sus dudas y sus decisiones. A través de la comunicación que comparten entramos en el secreto de la génesis de esas obras, en el laboratorio secreto de su elaboración. Ella lo alienta incesantemente a continuar su trabajo. Entre la hija de republicanos españoles exiliados después de la Guerra Civil, y el argelino instalado en París, pero nostálgico por la luz de su país natal, la complicidad es total, profunda, capaz de resistir todos los obstáculos.

Entre ellos estalla una pasión física proclamada en todos los tonos. Él le escribe: «Te beso mi hermosa tierra, mi trabajo, mis ojos claros» o: «Mi morena, mi sal, te abrazo de manera deliciosa, con entusiasmo, amorosamente»; «La vida sin ti, es la nieve eterna, contigo es el de las tinieblas, el rocío del desierto «(1951);” Te beso mi secreto, mi amor».  No solemos escuchar a Camus escribir o hablar así. A lo que ella responde, en un tono aún más lírico: «Mi amor amado, mi amor, mi amor querido, mi hermoso príncipe, mi querido señor»; «Te amo, te amo». Espero. Ven rápido»; «Te amo, te adoro, te veneré, te idolatraba; «Espero pacientemente como un tigre hambriento esperando su comida en su jaula (1950); “Mi tierno, mi dulce, mi brillante amor”.

Es el diálogo entre dos seres apasionados, generosos, sinceros, entrañables, aunque,  inevitablemente, sobre la pasión se cierne la amenaza, la certeza de su imposibilidad: «Nos amamos como trenes de amor que se cruzan en las estaciones de ferrocarril”, escribe Camus con tristeza en 1951.

Este conjunto híbrido, entre la carta tradicional, el diario íntimo, los relatos o cuadernos de viaje y la exaltación lírica del deseo, es, en última instancia, la novela de una relación erótica sorprendente, inesperada y llena de contrastes entre Camus, considerado ciertamente como un seductor, pero también como un hombre reservado y poco inclinado a las confidencias personales, y Casares, conocida como una actriz con un temperamento fogoso. El hecho de que estas letras se crucen les da un aspecto teatral que se adapta a ambos. En los años en que se envían las misivas, de hecho, Camus se dedica mucho a la escritura o adaptación de obras, mientras que Casares comienza una carrera a nivel internacional, con papeles que la convertirán en una de las mejores actrices de su generación.

María Casares en un fotograma de la película «Les dames du Bois de Boulogne», de Robert Bresson, 1945.

Su relación es apasionada al mismo tiempo que se corona la carrera de Camus con el Premio Nobel de Literatura en 1957 y la de Casares por su participación en la compañía de la Comédie Française y en la famosa compañía TNP, de Jean Vilar, suprema consagración de una actriz. Ambos viajan por el mundo. Él da conferencias, ella emprende giras teatrales triunfales desde Rusia hasta América, por Oriente Medio, África del Norte y Europa. Es un diálogo permanente, hecho de citas sucesivas, una carrera frenética para encontrarse, una especie de ping-pong dramático en el sentido teatral del término. Este discurso amoroso obsesivo y un tanto repetitivo es el de una ferviente expectativa en lugar de una relación plena.

El epistolario, conjunto híbrido, entre la carta tradicional, el diario íntimo, los relatos o cuadernos de viaje y la exaltación lírica del deseo, es, en última instancia, la novela de una relación erótica sorprendente, inesperada y llena de contrastes.

Casares lo confirmó unos años después en su autobiografía Résidente privilégiée (Fayard, 1980, traducida al castellano, Argos Vergara, 1981).  En este texto barroco, muy significativo de su personalidad por la profusión de detalles, la sinceridad de las confesiones, la ambición de su meta, afirma que Camus fue para ella «al mismo tiempo padre, hermano, amigo, amante e hijo a veces«. Desde los primeros pasos en su vida hasta sus encuentros con Camus, María Casares se muestra independiente, rebelde, feroz con los demás. El relato de la muerte de su padre, la evocación muy púdica de sus primeros contactos con Camus, el homenaje que le tributa, la referencia a su marido André Schleser, sus reflexiones sobre la vejez, son una aportación muy valiosa y un complemento a las cartas. Define esencialmente su vida por su amor al teatro: Mi patria es el teatro.      

En su autobiografía, muy sincera en sus confesiones, donde se muestra independiente, rebelde, feroz con los demás, María Casares afirma que Camus fue para ella «al mismo tiempo padre, hermano, amigo, amante e hijo a veces».

Las cartas son a menudo vagas, separadas por meses de cortes misteriosos, y no permiten al lector seguir en detalle las circunstancias de sus citas, muchas pero necesariamente complicadas, debido a las limitaciones de Camus: su familia con una mujer deprimida, el nacimiento de sus hijos Catherine y Jean, en 1945, el peso de su salud frágil, que le lleva a diferentes lugares para cuidar sus problemas pulmonares: Cabris, cerca de Cannes; Planet, en Haute Savoie; la isla de Sorgue, desde donde escribe constantemente a su amante.

La lectura de estas cartas nos ofrece la visión de un Camus presa de una duda existencial permanente, consecuencia de un cansancio físico y moral que a menudo lo asfixia, viviendo en una soledad agonizante que le impide trabajar. Lo vemos inmerso en la escritura de sus nuevos libros y en su pasión por la escena, a través de la creación de obras de teatro o la adaptación de textos famosos. Repite incansablemente las mismas confesiones a su destinataria: «Estoy tan vacío esta mañana»; «Me di cuenta de que estaba hablando solo» (1950); «Estoy en medio de un desastre». Se ve a sí mismo como «un viejo barco que el arroyo, retirándose, ha abandonado en un golpe vergonzoso», «Me siento terriblemente solo con mis responsabilidades y mis desgracias» (1953).

La entusiasta y generosa libertad de Casares se opone a las vacilaciones de un Camus devorado por la culpabilidad de ser un marido infiel y los caprichos de un estado de salud que lo ha debilitado desde que tenía 17 años. Es cierto que un notable aparato de notas a pie de página proporciona información detallada sobre todas las personas nombradas, los hechos evocados y los trabajos citados en todas estas cartas que se refieren constantemente a la actividad literaria, editorial y teatral de la época. Pero nos hubiera gustado una síntesis cronológica, con puntos de referencia claros, que reconstituyeran de manera objetiva lo que no logra el febril desorden de los intercambios. Lo que sí tenemos en el Epistolario entre Camus y el poeta René Char (2007) que acaba de publicarse por fin en España (Albert Camus-René Char, correspondencia 1946-1959, traducción Ana Nuño Alfabeto, 2019).

María Casares en una escena de la película «Orfeo» de Jean Cocteau, 1950.

En 1959, Camus menciona, de manera premonitoria, varias veces su propia muerte, y escribe: «Te sigo paso a paso hacia la tumba«. Y en lo que será su último mensaje, el 30 de diciembre de 1959, después de llamarla «mi bella», le hace saber: “Estoy tan contento de verte otra vez que me río mientras te escribo (…) es apropiado cenar el próximo martes en París, digamos en principio, para aprovechar las posibilidades de la carretera».

Leer estas cartas nos enseña aún más acerca de sus dos personalidades, sus estados de ánimo, sus fortalezas y sus debilidades. La humanidad de estos mensajes íntimos los engrandece a ambos. Entre ellos se forjó inmediatamente una complicidad intelectual y física. La niña gallega, acomodada, amante del Océano, desterrada en Francia, y el chico pobre, criado en Argelia, gozando del mar mediterráneo, coinciden en la misma conciencia de exiliados en París, encontrando en el teatro una pasión compartida. En ese careo de 12 años, Casares logra ponerse a la altura de su interlocutor, que al final recibe el Premio Nobel de Literatura, jugando con sus armas: su espontaneidad, su inteligencia salvaje, su sensualidad, su generosidad. Mujer libre, a la vez obediente y rebelde, respetuosa de las decisiones de su famoso amante. A pesar de todas las dificultades que su destino singular le proporcionó, se volvió, por sus propios méritos, una de las grandes figuras del arte dramático del siglo XX.   

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